jueves, 29 de octubre de 2015

La Bula de Cruzada y los naturales de Indias




1997   "La Bula de Cruzada y los naturales de Indias". IV Congreso Internacional de Etnohistoria Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, Lima III, pp.29-55. Les comparto el artículo fruto del Congreso. 














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CARLOS SALINAS ARANEDA PRESENTA EL LIBRO “LA BULA DE CRUZADA EN INDIAS” DE D. JOSÉ ANTONIO BENITO RODRÍGUEZ por

El presente artículo está en: http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/boletinira/article/view/9945

Un artículo que sintetiza la HISTORIA DE LA BULA DE LA CRUZADA EN INDIAS'

http://www.rehj.cl/index.php/rehj/article/view/238/227

Revista de Estudios Histórico-Jurídicos sección Historia del Derecho XVIII (Valparaíso, Chile, 1996)

 

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "LA BULA DE CRUZADA EN INDIAS" DE D. JOSÉ ANTONIO BENITO RODRÍGUEZ[1]

 

Carlos Salinas Araneda[2]

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile

Pontificio Comité de Ciencias Históricas, Ciudad del Vaticano

 

La Iglesia católica contiene entre sus elementos esenciales, sin los cuales no podría entenderse, un ordenamiento jurídico propio, que se ha ido desarrollando a la par con el desarrollo de la Iglesia en la historia. Durante todo el primer milenio dicho derecho se fue configurando hasta alcanzar su plenitud en la baja edad media, oportunidad en la que, merced a grandes papas legisladores y a grandes canonistas, se desarrolló el hoy denominado Derecho Canónico Clásico, el primero de los momentos cumbres del derecho de la Iglesia[3]. El Corpus Iuris Canonici fue el texto que contuvo este derecho de calidad cuya vigencia se prolongó hasta 1918, año en que entró en vigencia el primero de los códigos de derecho canónico de los dos que la Iglesia de Occidente tuvo a lo largo del siglo XX[4].

De esta manera, cuando Colón descubrió estas tierras, el Derecho Canónico constituía un ordenamiento jurídico desarrollado y de indudable calidad, el que estaba llamado a proyectarse a Indias por propia vocación al igual que la Iglesia de la cual formaba parte. Cualquiera que hubiese sido la forma en que las Indias occidentales se hubieren incorporado a la Corona de Castilla[5], el Derecho Canónico igualmente habría llegado a estas tierras, pues estaba llamado a regular la vida de la Iglesia en los territorios recién descubiertos. Y el Derecho Canónico que llegó junto con los descubridores y los conquistadores fue el derecho del Corpus Iuris Canonici, es decir, el derecho universal de origen pontificio que regulaba el ser y el hacer de la Iglesia doquiera que ella se encontrara. Desde esta perspectiva el Derecho Canónico que empezó a regular la vida eclesial americana no difería en nada al que cumplía las mismas funciones en la vida eclesial castellana, peninsular y europea.

 

Pronto, sin embargo, América empezó a mostrarse ante los ojos admirados de castellanos y europeos en toda su magnífica variedad, lo que el derecho no pudo desconocer, de donde fue preciso empezar a dictar normas, siempre en el ámbito canónico, que se hicieran cargo de estas novedades que, en los más variados sectores de la vida eclesial, pedían cánones especiales que adecuaran a la realidad americana, los elementos esenciales e inmutables de la Iglesia del Señor. Empezó a surgir así un Derecho Canónico indiano de origen pontificio, una de cuyas primeras manifestaciones fueron las famosas bulas Inter caetera del papa Alejandro VI (1493)[6]. A él pronto empezó a agregarse un Derecho Canónico indiano de origen criollo, cuyo origen estuvo, en parte, en las asambleas conciliares y sinodales que no tardaron en extender a Indias una práctica que había empezado desde los primeros tiempos de la Iglesia[7]; y, en parte, en el derecho elaborado por el legislador nato de las iglesias particulares, el obispo, en cumplimiento también de la vieja obligación, hoy plenamente vigente[8], de tener que visitar periódicamente su obispado, dictando las normas adecuadas para el normal funcionamiento de la porción del pueblo de Dios que le ha sido encomendada.

 

            El Derecho Canónico, sin embargo, no tenía sólo una vigencia intraeclesial, sino que alcanzaba también al ordenamiento jurídico de la monarquía, no sólo influyendo en sus soluciones, sino que rigiendo derechamente como derecho aplicable en el fuero temporal en subsidio del derecho real[9].

 

Este es el marco jurídico en el que se inserta la Bula de Cruzada en Indias. Se trataba de una Bula y de un privilegio -una de las fuentes formales del Derecho Canónico[10]- de creación pontificia, pero que ya existía desde antes que se descubriera América. De hecho, como lo explica don José Antonio Benito en las primeras páginas de su libro[11], el año  1060 el papa Alejandro II aprobaba la lucha contra los sarracenos y concedía la indulgencia plenaria a todos los que la emprendieran, indulgencias que se vieron complementadas, con el paso de los años, con otros privilegios de gran popularidad entre los fieles. Fue con Fernando el católico, muerta ya Isabel, que en 1514 se obtuvo la extensión de la Bula hacia América, la que se sitúa, en consecuencia, entre las primeras normas de Derecho Canónico indiano pontificio. Bien puede decirse así, que la historia de la Bula de Cruzada en Indias va a parejas con la historia de América, pues aquella no desapareció con la independencia. Su definitiva supresión la hizo el papa Paulo VI quien reinó cuando ya todos nosotros habíamos nacido.

 

Ahora bien, la Bula de Cruzada era un documento pontificio que contenía favores espirituales destinados a quienes –previas disposiciones personales- se comprometían a participar en la lucha contra los infieles, tanto de forma directa, participando personalmente en la guerra, como indirecta, mediante el aporte de una limosna. De esta manera, la Bula tenía una marcada finalidad espiritual, que, en el caso de quienes participaban indirectamente en la guerra a través de limosna, era acompañada de una no menos marcada consecuencia económica. De hecho, Gaspar de Escalona y Agüero escribía en su Gazophilacium regium perubicum[12] que "lo procedido de la limosna de esta santa bula es una de las rentas más considerables que su Majestad tiene en las Indias", pero esto era con una diferencia sustancial respecto de las otras rentas reales, pues, como el mismo Escalona señala, "la diferencia que en su cobro hay de ella a las demás es que cada uno es cobrador de sí mismo, porque el celo cristiano de gozar de las gracias e indulgencias concedidas a los fieles por los sumos pontífices, interpela y convida a esta voluntaria contribución"[13]. Prueba de esta importancia económica es que se llegaron a imprimir casi quinientos millones de bulas en los diversos tipos y valores a lo largo de tres siglos. No creo que sea necesario justificar que la administración de esta lucrativa renta exigía todo un aparato burocrático que facilitara la predicación de las gracias, la recaudación de las limosnas y la administración de las mismas.

 

A pesar de esto y no obstante la importancia económica que la Bula tuvo para Indias, no había hasta ahora ningún estudio que abordara de manera sistemática el desarrollo de esta Bula en la América indiana. La única obra publicada era la de Goñi Gaztambide[14], aparecida en 1958, pero en ella la dimensión indiana está del todo ausente. Parece así una suerte de paradoja que un instrumento que fue de tanta importancia para la vida indiana no hubiese tenido hasta ahora quienes lo hubiesen estudiado en toda su magnitud. Pero la realidad es que hasta ahora ese estudio no se había hecho. La razón no es de extrañar, pues en su vertiente indiana, la bula se presenta como una materia de gran amplitud y complejidad. Nos lo cuenta el mismo autor en la introducción cuando, como en un coloquio personal con un amigo, describe las peripecias que debió ir pasando para acceder a la ingente documentación guardada en diversos archivos españoles e hispanoamericanos, casi nada consultada y casi siempre con una buena dosis de polvo acumulado. El contenido de la documentación era dilatado y variado: inventarios, testamentos, instrucciones, reales cédulas, cuentas, informes, derecho canónico, teología, etc. El tiempo a estudiar era muy amplio: desde 1511 hasta 1811. Y el espacio a abarcar era ni mas ni menos que toda la geografía americana a la que había que agregar las lejanas Filipinas. Con todo, como el autor lo señala, "dada la inexistencia de una obra sobre esta temática, y aún con el riesgo de verme desbordado por la documentación y no ser lo suficientemente penetrante en muchos aspectos", se decidió a aprovechar al máximo la bastísima documentación consultada y realizar un estudio más general que le permitiera mostrar la organización y funcionamiento de la Bula de Cruzada en Indias, sin profundizar excesivamente en los beneficios económicos que dicha limosna reportó a la Corona, aspecto éste que desbordaba con creces los límites ya extensos de esta investigación. El resultado ha sido el libro que nos reúne en este agradable atardecer limeño.

 

No voy a entrar a los detalles del mismo. Tan sólo poner de relieve que en él se estudia la estructura orgánica necesaria para llevar a la práctica la Bula, y con esto me refiero a los organismos y personas[15];  y la dinámica de la misma, esto es la impresión, el empaquetado, el transporte, y lo que constituía el momento más trascendental de todo el proceso: su publicación y predicación[16]. Todo esto complementado por lo necesario para entender los orígenes, el papel de la jerarquía eclesiástica y los resultados de este privilegio tan caro a la Corona[17].

 

Don José Antonio Benito ha pretendido –y lo ha conseguido- presentar de una manera completa y sistemática un tema que hasta el momento no había encontrado quien lo abordara. Ello sucedía, como acabo de señalarlo, por la dificultad de la empresa, que el profesor Benito supo asumir y superar con éxito, ofreciéndonos este libro que desde ahora será consulta obligatoria para quienes quieran estudiar algún aspecto de la Bula de Cruzada en Indias. Es ya un tópico decir de algún libro que viene a llenar un vacío existente, pero en este caso, dicha expresión es rigurosamente cierta. Lo ambicioso de la empresa, sin embargo, impedía agotar las muchas posibilidades que ofrecía un tema que hasta el momento no se había abordado. Es por lo que a lo largo de sus páginas se van sugiriendo nuevas investigaciones de la Bula en el período indiano como aquellas que apuntan a aspectos más bien hacendísticos o al estudio más pormenorizado de algunos de los tribunales más importantes.

Pero la historia de la Bula de Cruzada no termina en las Indias occidentales, sino que producida que fue la independencia, siguió su andadura histórica en las jóvenes repúblicas hispanoamericanas del siglo XIX y aún en el siglo XX. Obviamente este período queda fuera de este libro cuya temática se había planteado desde el primer momento sin considerar este período posterior. Pero en sus páginas el profesor Benito, así como sugiere nuevas investigaciones en el período indiano, hace lo mismo sugiriendo nuevas investigaciones acerca del desarrollo y de las vicisitudes de este instituto en las naciones americanas independizadas.

He hablado del Derecho Canónico que es un derecho en que lo religioso indudablemente está muy presente. Hay otro derecho que, no obstante no ser un derecho confesional sino ser derecho estatal, está igualmente fuertemente influido por lo religioso. Desde hace algunos años en Europa y muy recientemente en nuestro continente ha venido desarrollándose una nueva rama en el añoso árbol del derecho llamada Derecho Eclesiástico del Estado. Se trata de las normas que, desde el derecho de los Estados, regula la dimensión religiosa de los ciudadanos considerada como un factor social que el Estado no puede desconocer. Se trata de normas de la más variada naturaleza –constitucional, civil, procesal, penal, financiera, tributaria- que desde sus respectivas perspectivas jurídicas regulan lo religioso. La Bula de Cruzada incide de lleno en esta nueva rama del derecho que encuentra, ahora, un nuevo tema, del todo sin estudiar, para analizar una de las variadas manifestaciones de la regulación jurídico-estatal de lo religioso en las diversas naciones hispanoamericanas tanto en el siglo XIX como en el siglo XX. El profesor Benito, así, ha abierto una nueva línea de investigación que se presenta promisoria.

 

Un libro vale no sólo por lo que dice, sino también por lo que insinúa y sugiere. La obra de José Antonio Benito no sólo dice mucho –nada menos que nos presenta por primera vez este instituto indiano de manera completa y sistemática-, sino que se sugiere mucho. El valor del mismo es, pues, doble.

 

El interés del profesor Benito por los temas americanos no es reciente. Su tesina[18] en la Universidad de Valladolid versó sobre la protección de los indígenas en los concilios y sínodos americanos, una de las páginas hermosos de la historia de la Iglesia americana que en esos años, como ahora, no escatimaba esfuerzos por la defensa de lo que hoy llamaríamos los derechos humanos de los indígenas. De él surgieron algunos trabajos parciales publicados en revistas de reconocido prestigio[19]. Largas horas de trabajo pasó en esa oportunidad el profesor Benito en Salamanca con quien era el profesor de historia del Derecho Canónico en la Universidad Pontificia salmantina, don Antonio García, que precisamente por esos años se incorporaba al Pontificio Comité de Ciencias Históricas[20], aportando al interior de ese organismo vaticano la inquietud por lo americano. Por esos años, el interés del profesor Benito por América era más bien un interés académico, pero no un interés académico cualquiera, pues fue ese interés intelectual el que le llevó a hacer su tesis doctoral en la misma Universidad de Valladolid sobre el tema que ahora nos reúne. Poco a poco, sin embargo, ese interés intelectual se fue convirtiendo en un interés vital. Sus investigaciones con ocasión de su tesis doctoral lo trajeron a América a consultar diversos archivos americanos, y ello le fue abriendo la posibilidad de que su opción por América no fuera sólo una opción intelectual sino que fuera aún mucho más allá, una opción que pasara, al menos por un tiempo prolongado, por compartir toda su vida y todo su quehacer con los latinoamericanos. Es la razón por la que este libro se presenta hoy en Lima con su autor entre nosotros. De esta manera, estamos presentando un libro español escrito en España por un español, pero no por un español cualquiera, sino por un hijo de España que ha querido compartir, al menos una parte de su vida terrena, con quienes somos hijos de esta patria grande que es América Latina.

 

Agradezco a don José Antonio Benito la oportunidad que me ha brindado de presentar su libro. Agradezco a don José Antonio Benito su opción intelectual por América que ha enriquecido el conocimiento de parte de nuestra historia con la valiosa investigación que realizó y que se ha materializado en el libro que estamos presentando. Agradezco a don José Antonio Benito la opción de vida que lo ha traído a compartir con nosotros su experiencia universitaria, sus virtudes y su fe. Y agradezco a ustedes, señores y señoras, la benevolencia de haberme escuchado. Muchas gracias.



[1]  J. A. Benito Rodríguez, La bula de cruzada en Indias (Fundación Universitaria Española, Madrid 2002), 425 págs.

[2]  Texto de la presentación hecha en Lima en el mes de septiembre de 2003 en la sede del Instituto Riva Agüero. Se han eliminado las palabras de ocasión y se han agregado algunas notas.

[3]  C. Salinas Araneda, Una aproximación al Derecho Canónico en perspectiva histórica, en Revista de Estudios Histórico-Jurídicos 18 (1996), pp. 289-360.

[4]  El primer Código de Derecho Canónico fue promulgado por Benedicto XV en 1917 y el segundo, en actual vigencia, por Juan Pablo II en 1983.

[5]  J. Manzano Manzano, La incorporación de las Indias a la Corona de Castilla (Ediciones Cultura Hispánica, Madrid 1948).

[6]  J. Metzler (ed.), America Pontificia. Primi saeculi evangelizationis 1493-1952, Vols. 1-2 (Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1991); Vol. 3: Documenti pontifici nell'Archivio Segreto Vaticano riguardante l'evangelizazzione dell'America: 1592-1644 (Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1995).

[7]  La bibliografía sobre estas asambleas indianas es extensa. Por todos puede verse A. García y García, El asociacionismo en la historia de la Iglesia y en el ordenamiento canónico, en AA.VV., Asociaciones Canónicas de fieles (Blibliotheca Salmanticensis Estudios 91, Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 1987), pp. 21-41.

[8]  Código de Derecho Canónico, canon 396 = Código de Cánones de las Iglesias Orientales, canon 205.

[9]  A. Guzmán Brito, Andrés Bello codificador. Historia de la fijación y codificación del derecho civil en Chile 1 (Ediciones Universidad de Chile, Santiago 1982), pp. 50-51.

[10]  Cfr. cánones 76-84 del Código de Derecho Canónico y cánones 1531-1535 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales.

[11]  Benito (n. 1), p. 35.

[12]  G. De Escalona y Agüero, Gazophilacium regium perubicum (Madrid 1775), p. 243, cit. por Benito (n. 1), p. 20.

[13]  Benito (n. 1), p. 20.

[14]  J. Goñi, Historia de la Bula de Cruzada en España (Vitoria 1958). Un extracto en Diccionario de Historia Eclesiástica de España 1 (Madrid 1972), s.v. Bula de Cruzada.

[15]  Capítulo I: Definición y concepto; Capítulo II: Aproximación histórica; Capítulo III: El Tribunal de Cruzada en Indias; Capítulo IV: Los hombres del Tribunal: características; Capítulo V: Los protagonistas del Tribunal: cargos específicos; Capítulo VI: Extensión territorial.

[16]  Capítulo VII: Impresión; Capítulo VIII: Empaquetado y transporte de las bulas; Capítulo IX: Publicación y predicación.

[17]  Capítulo X: Papel de la jerarquía eclesiástica; Capítulo XI: Recaudación y rendimiento económico de la bujla.

[18]  J. A. Benito Rodríguez, Promoción humana y social del indio a través de los sínodos y concilios (1551-1622) (Universidad de Valladolid, Valladolid 1986), 243 h.

[19]  J. A. Benito Rodríguez, La promoción humana y social de los indígenas en los sínodos y concilios americanos (1551-1622), en Revista de Estudios Histórico - Jurídicos 12 (1987-1988), pp. 299 - 328.

[20]  El Pontificio Comité de Ciencias Históricas es un organismo de la Curia Romana instituido por Pío XII el 7 de abril de 1954, como continuación de la "Comisión cardenalicia para los estudios históricos" fundada por León XIII en 1883. Representa a la Santa Sede como miembro del "Comité internacional de ciencias históricas" con el fin de colaborar al desarrollo de la ciencia histórica mediante la cooperación internacional. Desde su fundación actúa, además, como sub-comisión de la Santa Sede en la "Comisión internacional de historia eclesiástica comparada".


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miércoles, 28 de octubre de 2015

UN RATITO CON EL ESPÍRITU SANTO. Ungidos para sonreír P. Carlos Rosell

https://www.youtube.com/watch?v=eLhpDoJQP6w

UN RATITO CON EL ESPÍRITU SANTO. Ungidos para sonreír

P.  Carlos Rosell (Paulinas, Lima, 2014, 193 pp)

¡Qué alegría me da recibir y reseñar este nuevo librito de bolsillo del P. Carlos en la fiesta del Señor de los Milagros! Me parece un milagro que en medio de tantas ocupaciones pastorales y académicas en el Seminario, la Facultad, con los sacerdotes, con los catedráticos, con los jóvenes, con los mayores…siga fiel a su vocación-misión de darnos lo mejor de su contemplación, de su reflexión, de su acción…

Les comparto en primer lugar un fragmento de una de las charlas a la Renovación Carismática en la plaza de toros de Acho en la que como un gran maestro torea a lo divino sobre "su" más querido tema (María) y el del presente libro (el Espíritu Santo). Arranca con la anécdota sobre Karol –el monaguillo que fue Papa- que se distraía en la Misa y gracias a su papá comenzó a orar al Espíritu Santo.

Como es habitual en él, comienza con el chistecito, en el primero habla de "Uno de tres", luego –en la escuela del Papa Francisco- nos presenta tres verdades bien fundadas en la Sagrada Escritura y el magisterio patrístico y papal, para caldear el corazón y animar a ponerlo en práctica. Uno acaba sintiendo al Espíritu Santo como lo más normal, como lo cotidiano. Y me encanta su devoción mariana como muestra la culminar su prólogo: "Entrego este libro a la Santísima Virgen, la mujer llena del Espíritu Santo. Y, además, elevo mis oraciones a la Madre de Dios para que todos los que lean este modesto libro reciban abundantes luces del Espíritu Santo, de modo que tengan "los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Flp 2,5).

Algunos de los 31 capítulos: Señor y dador de vida; el Acompañante de Jesús; la Belleza de la Iglesia; María, obra maestra del ES; templos vivos; somos ungidos; soldados de Cristo; el Agua Viva; los dones y los frutos del ES; el espíritu de la verdad; la unidad; la alegría; el don de lenguas; el Abogado; el carisma del celibato;  pecados contra el ES; descanso en el Espíritu. Con este epígrafe termina la obra. Éstas son sus últimas palabras: "El ES nos lleva a descansar como verdaderos hijos de Dios Padre, hermanos de Jesús e hijos de María. ¡Con la fuerza del ES, descansaremos siempre en los brazos amorosos de nuestro Padre Dios, en el corazón de Jesús, Nuestro Señor, y en el Inmaculado Corazón de María, Nuestra Madre!" (p.184)
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LA PIEDAD POPULAR, CAMINO DE ENCUENTRO CON DIOS. P. Pedro Hidalgo Díaz

Panel en el Seminario

 

UNA IGLESIA AL SERVICIO DE LA SOCIEDAD

PRESENCIA DE DIOS EN LA REALIDAD PERUANA, con motivo de los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II

14 de octubre de 2015

 

Pedro Hidalgo Díaz, pbro.

 

LA MISIÓN DE CRISTO SE CONCRETÓ EN DAR DIOS

Nos convoca este seminario titulado A 50 años del Concilio Vaticano II, Una Iglesia al servicio de la sociedad. El título es muy elocuente pues expresa lo esencial de la misión de la Iglesia: servir. Una Iglesia servidora es una Iglesia fiel al Divino Maestro, quien dijo claramente: «No he venido a ser servido sino a servir y dar la vida en rescate por muchos». Servir al hombre es la causa de Jesús y, consecuentemente, la causa de la Iglesia. Y pues el hombre vive en sociedad, la Iglesia está al servicio de la sociedad, como Jesús. El como Jesús cualifica el talante diaconal de la Iglesia.

¿Cómo sirve Jesús? ¿Cuál es su servicio fundamental? ¿Qué vino a traer al mundo? Citando al papa emérito Benedicto XVI podemos preguntar: «¡Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído?» y con Él podemos responder: «Ha traído a Dios. Aquel Dios cuyo rostro se ha ido revelando primero poco a poco… Ha traído a Dios: ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor» (Jesús de Nazaret, 69-70).

Si la misión de Jesucristo se concretó como dar Dios, entregar y posibilitar una experiencia de Dios, es ésa también la misión de la Iglesia, prolongadora y continuadora de la obra de Jesús, el Señor.

Servir a la sociedad supone para la Iglesia, primariamente, indicar la presencia de Dios. Esa es su misión fundamental siempre. Y de modo especial en el contexto de un mundo secularista en el que se pretende vivir sicut Deus non daretur. Puede dar la impresión, sobre todo en nuestro mundo seducido por el positivismo científico y un presunto racionalismo, por la eficacia en las soluciones a los problemas, que la Iglesia haya de buscar otra dirección en su actuar, sin embargo, la labor fundamental de la Iglesia en nuestro tiempo tiene que ser vivir la fe cristiana. Vivirla y no sólo enseñarla. «La Iglesia no tiene que ser construida sino más bien vivida»[1]. «La Iglesia no puede hablar sólo de fe sino que también tiene que vivirla»[2]. Se trata de la «fe sencilla y rica: nosotros creemos que Dios existe, que Dios tiene que ver con nosotros. Pero ¿cuál Dios? Un Dios con un Rostro, un Rostro humano, un Dios que reconcilia, que vence el odio y da la fuerza de la paz que ningún otro puede dar. Es necesario hacer entender que el cristianismo es en realidad muy sencillo y, consecuentemente, muy rico»[3].

 

LOS CAUCES DE LA EXPERIENCIA DE DIOS

La experiencia cristiana, o mejor, la experiencia de Dios que el católico puede vivir tiene variados cauces. Y es que la Iglesia cree que Dios actúa, más aún, que Jesucristo se hace presente de muchas maneras. Pablo VI en la encíclica Mysterium fidei transmite esa convicción eclesial dando un elenco de modos de presencia del Señor en su Iglesia:

 

a)    En la asamblea que ora.

b)    En la Iglesia que se entrega a las obras de caridad.

c)    En la Iglesia que predica el evangelio.

d)    En la fe de los creyentes (Ef 3, 17).

e)    En la Iglesia que gobierna.

f)     En el ministerio del sacerdote que celebra la Misa.

g)    En la administración de todos los sacramentos.

El mismo Beato Papa Pablo VI apoyó decididamente la piedad popular, afirmando ante todo la existencia de esta forma de vivencia de la fe extendida en toda la Iglesia, indicó la minusvaloración que a veces se hace de ella y el redescubrimiento casi generalizado de la religiosidad popular. Reconociendo los límites que puede tener esta forma de expresión de la fe indica claramente sus valores cuando está bien orientada. Por eso el Beato Pablo VI señala la preferencia de denominarla piedad popular en vez de religiosidad popular[4]. Un cambio de nombre sugestivo, pues reconoce un auténtico valor para la unión del fiel con Dios en estas manifestaciones de fe. Evangelii nuntiandi reclama de los pastores sensibilidad frente a la religiosidad popular, percepción de sus dimensiones interiores y de sus valores innegables. La visión de la religiosidad popular emergente de esta Exhortación apostólica es sumamente positiva aun afirmando sus posibles riesgos de desviación.

El documento de Puebla hace una valoración de la religiosidad popular reconociendo su existencia en el continente y llamándole catolicismo popular. En el número 444 se lee:

«Por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular, entendemos el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan. Se trata de la forma o de la existencia cultural que la religión adopta en un pueblo determinado. La religión del pueblo latinoamericano, en su forma cultural más característica, es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular.»

Al describir la piedad popular el documento de Puebla, con mirada pastoral penetrante, presenta generosamente los valores que en ella se encuentran. El número 454 del documento expresa esa riqueza:

«Como elementos positivos de la piedad popular se pueden señalar: la presencia trinitaria que se percibe en devociones y en iconografías, el sentido de la providencia de Dios Padre; Cristo, celebrado en su misterio de Encarnación (Navidad, el Niño), en su Crucifixión, en la Eucaristía y en la devoción al Sagrado Corazón; amor a María: Ella y "sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos y caracterizan su piedad Popular" (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 2: AAS 71 p. 228), venerada como Madre Inmaculada de Dios y de los hombres, como Reina de nuestros distintos países y del continente entero; los santos, como protectores; los difuntos; la conciencia de dignidad personal y la fraternidad solidaria; la conciencia de pecado y de necesidad de expiación; la capacidad de expresar la fe en un lenguaje total que supera los racionalismos (canto, imágenes, gesto, color, danza); la Fe situada en el tiempo (fiestas) y en lugares (santuarios y templos); la sensibilidad hacia la peregrinación como símbolo de la existencia humana y cristiana, el respeto filial a los pastores como representantes de Dios; la capacidad de celebrar la fe en forma expresiva y comunitaria; la integración honda de los sacramentos y sacramentales en la vida personal y social; el afecto cálido por la persona del Santo Padre; la capacidad de sufrimiento y heroísmo para sobrellevar las pruebas y confesar la fe; el valor de la oración; la aceptación de los demás».

 

NOTAS DEL CATOLICISMO POPULAR LATINOAMERICANO

Pero viniendo más en particular a las notas que caracterizan al catolicismo popular latinoamericano podemos decir, con Jorge Seibold, que «en su religiosidad los fieles viven su relación con Dios de un modo personal, familiar, cercano. Esto implica un trato cordial y de tonalidades afectivas, donde el lenguaje verbal se ayuda de la presencia de lenguajes no verbales como son las imágenes, sacramentales, rituales y simbolismos, que actualizan la presencia de lo divino. Aunque la fe los impulsa y los mueve estos fieles no poseen suficiente instrucción religiosa. Recién en los últimos años está entrando en ellos el aprecio por la escucha y la lectura de la Palabra de Dios. También aunque gustan de participar en fiestas y peregrinaciones religiosas a los grandes santuarios no suelen concurrir con la misma asiduidad y fervor a los actos litúrgicos que se realizan en las iglesias de su vecindad.»[5]. Esta vida de fe y sabiduría abre un riquísimo ámbito de interioridad que se expresa en una vida de oración sencilla, vocal, contemplativa y sin mayores razonamientos. Para muchos de ellos la oración es como la respiración, que los acompaña todo el día

La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida es especialmente generosa al tratar de la piedad popular. Al tratar de esta realidad subtitula «La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo». El n. 258 del Documento expresa: «El Santo Padre destacó la "rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos", y la presentó como "el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina". Invitó a promoverla y a protegerla. Esta manera de expresar la fe está presente de diversas formas en todos los sectores sociales, en una multitud que merece nuestro respeto y cariño, porque su piedad "refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer". La "religión del pueblo latinoamericano es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular", profundamente inculturado, que contiene la dimensión más valiosa de la cultura latinoamericana».

Pasando al ámbito de la descripción, Aparecida indica que «entre las expresiones de esta espiritualidad se cuentan: las fiestas patronales, las novenas, los rosarios y vía crucis, las procesiones, las danzas y los cánticos del folclore religioso, el cariño a los santos y a los ángeles, las promesas, las oraciones en familia. Destacamos las peregrinaciones, donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí, el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual»[6].

 

Particular importancia da Aparecida al santuario. Afirma que «Allí, el peregrino vive la experiencia de un misterio que lo supera, no sólo de la trascendencia de Dios, sino también de la Iglesia, que trasciende su familia y su barrio. En los santuarios, muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que millones podrían contar»[7]. El santuario es visto como un espacio de encuentro con el Misterio, con Dios, un encuentro que es eficaz y produce una experiencia de amor divino mediante los dones y favores recibidos o la experiencia del perdón. Es lugar de encuentro con  Dios, un encuentro que hay que preparar, acompañar, sostener.

Es preciso valorar la piedad popular y no considerarla «un modo secundario de la vida cristiana, porque sería olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios. En la piedad popular, se contiene y expresa un intenso sentido de la trascendencia, una capacidad espontánea de apoyarse en Dios y una verdadera experiencia de amor teologal». Es por eso que se puede llamar mística popular, pues el encuentro con el amor de Dios que se puede dar en las manifestaciones de la piedad popular es «expresión de sabiduría sobrenatural, porque la sabiduría del amor no depende directamente de la ilustración de la mente sino de la acción interna de la gracia. Por eso, la llamamos espiritualidad popular. Es decir, una espiritualidad cristiana que, siendo un encuentro personal con el Señor, integra mucho lo corpóreo, lo sensible, lo simbólico, y las necesidades más concretas de las personas. Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos, que, no por eso, es menos espiritual, sino que lo es de otra manera». Este importante reconocimiento de la piedad popular como camino espiritual, posibilidad del encuentro con Dios, requiere una seria reflexión que lleva a una convicción y determinación de fomentar con respeto y fiel acompañamiento las manifestaciones de la piedad popular.



[1]       J. RATZINGER, Ser cristiano en la era neopagana, 118.

[2]       J RATZINGER, Ser cristiano en la era neopagana, 127.

[3]       «Alla fine la fede è semplice e ricca: noi crediamo che Dio c΄é, che Dio c'entra. Ma quale Dio? Un Dio con un Volto, un Volto umano, un Dio che riconcilia, che vince l'odio e dà la forza della pace che nessun altro può dare. Bisogna far capire che in realtà il cristianesimo è molto semplice e di conseguenza molto ricco». (BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Val d'Aosta, 25 de julio de 2005).

[4] «Tanto en las regiones donde la Iglesia está establecida desde hace siglos, como en aquellas donde se está implantando, se descubren en el pueblo expresiones particulares de búsqueda de Dios y de la fe. Consideradas durante largo tiempo como menos puras, y a veces despreciadas, estas expresiones constituyen hoy el objeto de un nuevo descubrimiento casi generalizado. Durante el Sínodo, los obispos estudiaron a fondo el significado de las mismas, con un realismo pastoral y un celo admirable.

La religiosidad popular, hay que confesarlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial.

Pero cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la llamamos gustosamente "piedad popular", es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad.

La caridad pastoral debe dictar, a cuantos el Señor ha colocado como jefes de las comunidades eclesiales, las normas de conducta con respecto a esta realidad, a la vez tan rica y tan amenazada. Ante todo, hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo.» (Evangelii nuntiandi, 48).

[5] Véase el artículo de Jorge Seibold, «Los lenguajes de la mística popular» en  Stromata, Año LXI, Nº ¾, Julio-Diciembre 2005,195-204.

[6] Aparecida, 259.

[7] Aparecida 260.

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lunes, 26 de octubre de 2015

LA MUJER EN LA DEVOCIÓN AL SEÑOR DE LOS MILAGROS

LA MUJER EN LA DEVOCIÓN AL SEÑOR DELOS MILAGROS

El año 2001, con motivo del 350 aniversario de la imagen del Señor de los Milagros, el Papa San Juan Pablo II envió una conmovedora carta personal firmada con su puño y letra al Cardenal Juan Luis Cipriani, Arzobispo de Lima, denominando al Cristo Moreno "primer misionero de Lima" y señalando su devoción como la más multitudinaria de Latinoamérica. Además, se unió espiritualmente "al gozo de tantos limeños y peruanos por esta oportunidad singular de encontrarse de nuevo con Cristo, que ha querido manifestar su cercanía entrañable a través de esa imagen secular, exhortándoles ardientemente a renovar su fe y a fortalecer su esperanza".

En 1995, Año Internacional de la Mujer, el mismo Pontífice escribió una bella carta sobre las mujeres para "dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo" como agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad: mujer-madre, mujer-esposa,  mujer-hija y mujer-hermana,  mujer-trabajadora,  mujer-consagrada,…¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas".

La presente muestra quiere también rendir un sentido homenaje a las mujeres que desde el primer momento, dedicaron lo mejor de sí al Señor. Le ofrecieron su canto como las hermanas cantoras, el incienso como las sahumadoras, su total consagración al Señor como las nazarenas. Y tantas anónimas que le brindan sus flores y su belleza, sus oraciones y devoción, sus sacrificios y donación, su ternura y compasión. Hacemos memoria de algunas protagonistas que sirven como representantes: Antonia Maldonado, Josefa de la Providencia, doña Pepa, Isabel Rodríguez de Larraín

SAHUMADORAS

Participaron en los primeros homenajes al Cristo de Pachamamilla en 1671 y en los recorridos procesionales desde 1687 hasta hoy. En la actualidad, suman 320 las integrantes. En los tiempos del Virreinato era costumbre, entre las familias distinguidas, enviar a las procesiones a sus criadas de confianza como sus representantes; vestidas con el tradicional hábito morado llevaban pebeteros de plata labrada y oro quemando en sus braseros el aromático olor –compuesto por carbón de sauce, una mezcla de incienso y mirra- para limpiar y proporcionar un ambiente agradable al Señor y como símbolo y representación de sus plegarias. Las Sahumadoras "confeccionan las alfombras de flores, decoran el atrio y el altar Mayor, para que el Señor, a su regreso a Las Nazarenas, encuentre la casa muy bonita".

CANTORAS

Actualmente, el grupo está integrado por más de doscientas sesenta cantoras; se dividen en cuatro sectores, cada uno de los cuales cuenta con unas sesentaicinco, que se van turnando. Todas visten el tradicional hábito morado y mantilla blanca. Sus voces, incansables, se dejan escuchar en todo el recorrido, sin ser apagadas en ningún momento por las bandas de músicos.

CARMELITAS NAZARENAS

Las Madres Carmelitas han sido y son el alma de este culto multisecular. Se guardan en su archivo, las profesiones, las dotes, los testimonios de su fervorosa dedicación, los documentos del proceso de beatificación de Madre Antonia Lucía. El reciente Museo es una muestra de su generoso compartir el patrimonio de belleza artística y espiritual custodiado por varios siglos. Su carisma no es otro que el de la orden carmelitana descalza, muy sintonizada desde Santa Teresa con la devoción al Cristo llagado y crucificado

 

Antonia Maldonado. En vida religiosa Antonia Lucía del Espíritu Santo, fervorosa dama ecuatoriana, quien había fundado en el Callao un Beaterio, al que denominó Colegio de Nazarenas, luego trasladado a Lima cerca del actual templo y primera en aceptar el encargo de Sebastián de Antuñano de consagrarse de por vida al Señor.

 

Josefa de la Providencia. Superiora que sucede a la fundadora Sor Antonia Lucía, y quien, tras 18 años de lucha, consiguió que en 1720 el rey de España, Felipe V, y el Papa Benedicto XIII, en 1727, otorgaran la licencia y aprobación para la fundación del Monasterio de las Nazarenas y su transformación en el monasterio de clausura agregado a la Orden de las Carmelitas Descalzas.

Doña Pepa y su turrón. El nombre de la creadora del exquisito y emblemático manjar se debe a una mujer que vivía en un fundo algodonero, en el Valle de Cañete: Josefa Marmanillo, Doña Pepa. Ella fue curada milagrosamente de una parálisis y para demostrar su agradecimiento al Señor por tal maravillosa obra elaboró el famoso turrón que compartió con los más allegados, quienes lo bautizaron con el nombre de Turrón de Doña Pepa.

Isabel Rodríguez-Larraín, autora del Himno. Todo el fervor y las manifestaciones populares ha sido recogido de forma admirable por el himno: creado por Isabel Rodríguez Larraín en 1954, que nació en Lima, en una casa ubicada frente a la iglesia de San Marcelo, el 5 de julio del 1903 y falleció el 28 de abril de 1991, cuando estaba a punto de cumplir los 88 años de edad. 

 

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domingo, 25 de octubre de 2015

LA TEJEDORA VEGUETANA en el MUSEO DE LA CULTURA PERUANA

Texto enviado gentilmente por Miguel Angel Silva Esquen, después de su conferencia en el Museo de la Cultura Peruana. Fotos del CEPAC, gracias a Angélica Carazas


LA  TEJEDORA  VEGUETANA

 

Porque en Végueta nací

tejo la mejor estera,

y usté  verá que es así,

cuando la tenga, casera.

 

Porque a mi tierra, señora,

Dios lua dado, por fortuna

una bonita laguna

dionde saco la totora.

 

Este oficio lua aprendía,

de mi agüela y de mi madre,

y yo lo enseño a mi hija,

le cuadre o no le cuadre.

tendrá que ser tejedora,

no cabe duda, ninguna,

mientras crezca la totora

en la bendita laguna.

 

La esterita veguetana,

sirve de camita al pobre,

de cortina a la ventana

pues, solo vale unos cobres;

y, sia caso a usté lo cae,

mucha gente, de improviso,

no se priocupe, casera,

y tienda su estera en el piso.

 

Lo cuento, quiantes, las casas

las hacían de totora,

y solo con una estera

la puerta estaba tapada.

Es que la gente de entonces

era modelo de honrada,

y no como la de ahora,

que roba, tanto señora.

 

Y lo contaré la historia,

de mi veguetano suelo,

igual que me la contó

El finadito, mi agüelo:

Decía, quiuna mañana,

cuando sacaba totora,

sia apareció di repente,

"La Escuadra Libertadora".

 

Entonces, los veguetanos,

como valientes peruanos

no se hicieron esperar,

al llamado del clarín,

porai sioye comentar,

quien no faltó tejedora,

que lo tejió con totora

una esterita a San Martín.

 

Por eso yo tengo a orgullo,

Ser cholita, bien peruana,

Y más, por añadidura:

¡Tejedora Veguetana¡

 

 

FLOR DE MARÍA DRAGO PERSIVALE

Huacho, 1925-1982. 

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