martes, 8 de diciembre de 2009

CLARETIANOS EN EL PERÚ. 100 AÑOS DE PRESENCIA AL SERVICIO DE LA IGLESIA

Aprovechando la presencia en Perú del Superior General de los Misioneros Claretianos, Padre José María Abella, CMF, se presenta en Lima la obra “Misioneros Claretianos en el Perú. Cien Años al servicio de la Iglesia” (Delegación del Perú-Misioneros Claretianos, Lima 2009, I, 611 pp; II, 459 pp), escrita por el antropólogo y misionero claretiano en Arequipa, salmantino de nacimiento, P. Amador Martín del Molino.

Tiene lugar este miércoles 9 de diciembre a las 7 p.m. en el colegio claretiano, frente al Parque de las Leyendas.

Les presento la portada del segundo tomo, la foto con el autor días atrás cuando me acerqué en bicicleta para conversar con él, y la del encuentro del Superior General con los Obispos Auxiliares de Lima, Monseñor Adriano Tomasi, OFM. y Monseñor Raúl Chau, en la sede del Arzobispado de Lima; figura también el Superior Mayor de la delegación claretiana en el Perú, Padre Juan Carlos Bartra, CMF.

Les adjunto el PRÓLOGO que con mucho gusto preparé para la obra.

Se cuenta que el gran artista Miguel Ángel cuando concluyó su espléndida estatua del Moisés exclamó: ¡Y ahora, habla!

Confieso que me ha embargado un sentimiento parecido cuando terminé de hojear la colosal obra que inmerecidamente pero gozosamente les presento. He sido testigo de los miles y miles de hojas inconexas (hay 60.000 copias) que el P. Amador Martín del Molino, su autor, ha consultado, procesado y escudriñado, para  ordenar, sistematizar y escribir el Evangelio claretiano del Perú. Parodiando a San Lucas, el doctor en antropología, profesor de Etnología, biblista, escritor, africanista, el misionero claretiano, el salmantino-guineano-peruano, podría escribir: Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra”, digamos nosotros “archivos”, “comunicados autoridades eclesiásticas”, “memorias”, “diarios”, ·”crónicas” de la “viña joven” de América, sin elaborar, sin monografías previas de los colegios, parroquias, misiones…” he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo... (Lc, 1, 1-2)”. Y vaya si ha investigado diligentemente en el Archivo General de la Congregación, en el de Chile, el Central de Lima, el Arzobispal de Lima, el Particular de la congregación de Arequipa…

¡Cuántas horas, cuántos desvelos… para darnos un cuerpo vivo! Al leer sus páginas, sentimos que Claret –“otro Toribio” –como lo define el autor- revive en los cientos de misioneros que han volcado sus energías en esta bendita tierra del Perú. En ellas aparecen claretianos famosos como el P. Simón Llovet, creador de la basílica del Corazón Inmaculado en Magdalena, el P. Antonio San Cristóbal, el mejor historiador del arte barroco del Perú, el P. Manuel Rodríguez, fundador de Jn 19, el nuevo obispo auxiliar de Trujillo, P. Javier Travieso, el P. Eusebio Arróniz, muerto en olor de santidad, el P. Juan Miguel Atucha, teólogo, P. Luciano Lletjós, apóstol de los callejones en Cocharcas, P. Conrado Oquillas, historiador del seminario de Trujillo y los que vivieron en la sombra pero con la misma pasión misionera que Claret y de los que se ofrecen precisas semblanzas en los apéndices y oportunos datos en los listados de miembros de la congregación. Y a pesar de encontrarnos con una historia científicamente elaborada por el método usado, campea el espíritu y la vida por cada una de sus páginas. No me resisto a compartirles una cita en la que el autor se retrata de cuerpo entero, cuando habla del P. Arróniz: “Como San Antonio María Claret, como Santo Toribio, no se queda en la Iglesia central esperando que se acerquen los fieles; quiere conocer a todos y comunicarse con todos siempre en plan apostólico”.

La obra se articula en cinco apartados, los correspondientes a los cinco periodos propuestos y que se corresponden con la organización de la congregación dividida en cinco partes I. 1909-1925 Unidos a Chile, II. 1915-137 Viceprovincia dependiente de Chile, III. 1937-1962, Viceprovincia de Perú y Bolivia, IV. 1963-75 Viceprovincia y provincia en formación; V. 1975-2009 Delegación independiente. Cada uno de ellos se subdivide a su vez en cortos capítulos que hacen fácil y grata su lectura. Comienza contextualizando el periodo, mediante una información socio-religiosa de la realidad, y luego nos describe de modo pormenorizado la vida claretiana, tanto su organización (gobierno por trienios, responsables, programaciones, asambleas, visitas,..) como, cada una de las obras claretianas y los protagonistas y beneficiados de las mismas. Esto lo hace con pelos y señales, con citas comprobadas que permiten ir a las fuentes si queremos ampliar la información, con atinados comentarios críticos y sin eludir ninguna cuestión por espinosa que pudiera resultar. Es el caso del polémico ex Padre Santiago Pérez Gonzalo que tantos quebraderos de cabeza ocasionó en el Seminario de Santo Toribio a los PP. Claretianos y cuya trayectoria vital se presenta, iluminando momentos de la historia del seminario toribiano que antes quedaban en la penumbra. Sin embargo, esto es la excepción. La tónica dominante la da el rico abanico apostólico de los misioneros cordimarianos, “que abrasan por donde pasan”, sea en las parroquias (Cocharcas, Porvenir, Maranga, Magdalena, Miraflores-Arequipa, Trujillo, Huancayo, Paramonga), los colegios, la casa de Retiro en Chaclacayo, la dirección de los seminarios de Santo Toribio de Lima y San Marcelo en Trujillo, la Procura Misionera y JPICC (Justicia, Paz e Integridad de la Creación), el voluntariado y la ONG PROCLADE, el servicio social como en el Hogar María, promoción vocacional, la catequesis con el P. Aurelio Garrido, la prensa como el P. Ángel Busto, la docencia universitaria del P. Antonio San Cristóbal, la enseñanza de la Teología en la Facultad Pontificia y Civil de Lima, la TV (como el P. Manuel Rodríguez en Jn 19), y otros muchos más. Baste con citar la Misión de Atalaya, en el Vicariato de San Ramón, desde el 2007, en la que los misioneros claretianos se han comprometido con la parroquia, con los animadores o catequistas, con la universidad Nopoki (Universidad Católica Sedes Sapientiae), con los grupos juveniles, la Casa-Albergue “Corazón de María”, expediciones misioneras a las comunidades nativas.

¡Cuántos beneficios ha recibido Perú en este siglo claretiano! Primero en la propia congregación, especialmente con las vocaciones peruanas, algunas en apoyo a casas extranjeras como ha suecdido con los P. Domingo Zúñiga a USA, Juan Carlos Bartray Jorge Castillo a Taiwan, Percy Omar a Canadá, Antonio Mansén a Nigeria, Alfredo Vargas a Filipinas; luego, con la familia claretiana (Filiación Cordimariana, Misioneras Claretianas, Movimiento de Seglares Claretianos; más allá, con el servicio a la jerarquía como el P. Basilio Aguirre en el Tribunal Eclesiástico de Lima, el P. Amador Martín en la Asociación Arquidiocesana de Laicos en Arequipa, Anisio Lope como Visitador Apostólico para Institutos de Vida Consagrada, Mons. José Jaavier Travieso, obispo auxiliar de Trujillo…

Al culminar de leer esta suerte de enciclopedia de la vida claretiana en el Perú, he tenido un sentimiento parecido a cuando vi la imagen del Corazón de María –diez metros de altura y cuatro de base-coronando la cúpula del templo votivo iniciado por el P. Simón Llovet. Tantas veces lo había visto inconcluso, que me parecía un sueño; realmente gocé y gozo al contemplarla como clavada en el Cielo; y no pude menos que dar gracias a Dios y al P. Amado, quien la describe con emoción: “Hoy luce la imagen como faro en nuestra vida con el templo iluminado que permite ser vista en las noches de Lima”.

Considero que esta historia es un faro de luz que nos va a ayudar en gran medida a iluminar la historia pendiente de la iglesia del Perú en el siglo XX. Y la luz proyectada al servicio del Perú tiene mucho que ver con lo indicado por el celoso P. Atucha en su Memoria como decano de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, en el mes de diciembre de 1920:

Nosotros, por nuestra parte, nos creemos suficientemente recompensados de nuestros trabajos y desvelos si cada uno de nuestros dirigidos lleva grabados en su corazón los tres grandes amores que les hemos inculcado: amor a Jesús Sacramentado, amor a la Santísima. Virgen María, Madre y abogada de los hombres, y amor, respeto y obediencia al Padre Santo, Vicario de Jesucristo y a los respectivos Prelados bajo cuyas órdenes van a pelear las batallas del Señor.

Que la lectura de esta historia nos ayude a agradecer, a celebrar y a comprometernos con el mismo espíritu de servicio por Perú y su Iglesia.

 

 

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