lunes, 21 de junio de 2010

CENTENARIO DEL VENERABLE PÍO SAROBE OTAÑO (1855-1910)

Este año de 2010 se celebran los cien años del fallecimiento del Venerable que vivió y murió en olor de santidad en el valle del Mantaro, cuyo proceso de beatificación y canonización se encuentra en Roma. Sus devotos han abierto una cuenta de facebook http://www.facebook.com/pages/Pio-Sarobe-un-santo-para-el-Valle-del-Mantaro/340052559717?v=info.

 

Natural de Astigarraga, Guipúzcoa, nació un 5 de mayo de 1855. Ingresó en el convento franciscano de Ocopa 22 años después, en 1876. Francisco de San José fundó este Colegio Misionero en 1725. Desde Ocopa se fundaron otros colegios misioneros como son los países de Bolivia, Chile y Argentina. Perteneció por aquel entonces a la diócesis de Huánuco. Durante 1864 y 1867 guerra entre Perú y España, los ocopinos españoles conocieron el destierro y la cárcel del fuerte Chanchamayo. Pío fue testigo del martirio entre infieles del P. José Romaguera (+1896), el ahogamiento del P. Ignacio María Tapia (+1878) y las dificultades en las misiones de Pangoa. La fundación del colegio parecía obedecer a la intención a la evangelización de los pueblos nativos al otro lado, al este, de la cordillera de los Andes. Eran pueblos que habían quedado al margen de la evangelización civilizadora o habían sido abandonadas por imposibles, se les llamaban “zonas o manchas de gentilidad” o “misiones de frontera”. Se tuvo que aprender lenguas difíciles, subsistir con medios precarios y duros. A la partida de los jesuitas el Colegio tuvo que tomar la posta, incluso la de Chiloé en Chile.

A los tres años fue ordenado sacerdote y destinado como misionero por tierras de Jauja, Huancayo, Tarma, Ayacucho y Huancavelica. Su misión consistió preferentemente en dirigir retiros y ejercicios espirituales. Como su hermano de hábito San Francisco Solano, con quien se le compara, lo hacía con gran sencillez y entusiasmo, provocando la conversión  de los fieles. Tenía el don de saber visitar con oportunidad a los enfermos, los cuales sintieron un gran alivio.

El 29 de octubre de 1888 fue elegido Guardián de Ocopa. Fue maestro de novicios en tres períodos: 1891-1894, 1897-1900 y 1903-1906. Para el oficio, no servía nadie que no hubiese vivido cuatro años completos en el Colegio. Fue celoso de la formación de sus alumnos, les predicaba continuamente la práctica de la virtud, en sus instrucciones era simple y breve. Hizo una segunda guardianía en 1906, la que no llegó a culminar. Al cesar se sintió satisfecho y aliviado libre de todo cargo. En este tiempo, sus permanentes oficios en el convento no lo dejaron salir frecuentemente a dar misiones.

No quiso usar reloj y su vestido era siempre pobre, los ocopinos nunca lo vieron con hábito nuevo. Su celda era muy austera. Una vez dijo en el refectorio a uno de los frailes que se andaba quejando de que no servían fruta en la mesa: “Si no hay fruta, coma cebollas como yo”. Solía repetir: “Los bienes de este mundo, solo deben servir para cubrir las necesidades de esta vida, no para acumularlos”, y es así que rechazaba los ofrecimientos de una aguja nueva para sus cosidos para no acumular.

En su vida de castidad se exhortaba a sí mismo con la siguiente frase “Los ojos en el suelo y el corazón en el cielo”. Fue siempre modesto en su trato y encontraba una salvaguarda para la castidad su continua práctica  de la mortificación. Fue observante fiel de la puntualidad en los actos comunitarios y muy exigente consigo mismo. A veces solía comer poniendo cenizas, ajenjo y otras yerbas amargas en sus comidas, cuando creía que sus discípulos no lo observaban, hacia reiterados ayunos a pan y agua, disciplinas que le hacían derramar sangre. Siempre soportó pacientemente su enfermedad como una penitencia que Dios le había mandado por sus pecados. No le gustaba conversar sino era de cosas que decían referencia a la vida espiritual. No le gustaba hablar de los defectos del prójimo.

A la oración dedicaba horas ordinarias y horas extraordinarias, fue “un hombre de oración”, la que veía como penitencia expiatoria de las faltas propias y ajenas. Su devoción centrada en el Santísimo fue lo que más impactó a sus alumnos, compañeros de fraternidad y fieles que sabían cuando el P. Pío se encontraba o en el Confesionario o postrado en el Sagrario. Reiteradamente se complacía en hacer el ejercicio del Vía Crucis. El misterio de la Inmaculada Concepción era el preferido entre sus devociones marianas. Mientras lavaba los platos con sus estudiantes, decía pausadamente las letanías de Nuestra Señora. Cuando iba de camino rezaba el rosario con sus acompañantes. Devoto del ángel de la Guarda, de su Santo Patrono San Pío V, y de las almas benditas del purgatorio. En sus cartas siempre no faltan palabras de piadosas recomendaciones, con gran aprecio de las virtudes que creía, que vivía y que recomendaba.

No tuvo buena salud, fue siempre algo enfermizo, aunque nunca se le escuchó lamentarse. Padecía de reuma, sentía fuertes dolores de cabeza y tuvo una llaga en la pierna que nunca llego a curársele, era una fístula ulcerosa incurable. Decía “Estoy enfermo, ya me decía el P. Sala, porque no soy humilde”. Pero lo que le debilitó más en sus últimos años fue su debilidad de estómago. Cercana su muerte hizo mención la frase de San Bernardo: “De vivir me avergüenzo, porque no me aprovecho; y el morir temo, porque no estoy preparado”.

Por su estado de avanzada enfermedad fue llevado a la ciudad de Huancayo. Antes de morir pidió que le pongan el hábito y que lo colocasen en tierra para morir, sus últimas palabras fueron “Jesús mío, misericordia”. Su muerte acaeció un 7 de marzo de 1910. Su funeral fue multitudinario, con presencia de autoridades y fieles de Huancayo, fue necesario la intervención de la policía, pues todos querían llevarse alguna reliquia. Fue enterrado en la cripta del convento, posteriormente, el 2 de agosto de 1980, sus restos fueron enterrados en el interior del templo, ingresando, al lado izquierdo, donde es visitado por miles de personas que le atribuyen muchos favores y también oran por su beatificación. En el centro del patio principal del recinto religioso del Convento de Ocopa se encuentra un monumento al misionero y dentro de las instalaciones se puede visitar su claustro, donde se conserva su pequeña mesa, su cama y algunas de sus pertenencias. En el ambiente donde está su tumba, día a día aumentan las ofrendas en forma de corazones y flores confeccionados en plata y platino. Estas son ofrecidas por fieles por los favores concedidos.

 

 

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