sábado, 23 de octubre de 2010

El milagro de la esperanza entre los mineros chilenos

En varias ocasiones he escuchado decir: "será un mañana diferente"; quizá ahora no se dude en decir que la noche de ayer fue diferente (y lo seguirá siendo por mucho tiempo), porque comenzó una travesía más entre los hombres, el rescate de los mineros atrapados a 700 metros bajo tierra. La dinámica de la existencia pareciera ser la misma, la espera. La espera no sólo de quienes quieren surgir de las profundidades, sino también la espera de quienes los aguardan.

La espera de que se habla está íntimamente relacionada con la esperanza, palabra llena de sentido y significado para toda persona sensata. Es la esperanza de ver el día, esperanza de ver un rostro, esperanza de una madre, de un hijo, de una esposa, de un pueblo, de una nación, del mundo entero.

Presente en toda su dimensión enigmática, la esperanza es la más verdadera de todas nuestras realidades. La que nos hace aferrarnos a la vida, la que nos impulsa a caminar cuando el cansancio agobia, la que nos hace esperar al ser amado. La increíble fuerza de esta espera es la que llena ahora toda nuestra vida.

¿Qué significado puede tener este rescate? ¿Quién rescata a quién? ¿Somos los de fuera los que rescatamos a quienes estuvieron sepultados por más de 70 días? ¿Acaso y quizás somos nosotros los rescatados?

Hay mucha expectativa por la salida de los mineros, por ver cómo emergen. ¿Acaso no estamos frente a nuestra propia expectativa de saber cómo emergemos? ¿Acaso creemos que viéndolos salir, emergerá en nosotros un nuevo y mejor ser? ¿No queremos renacer de nuevo con ellos?

Al escuchar y ver las imágenes en la televisión me venían a la memoria dos lecturas, una de filosofía y la otra de literatura, muy impregnadas en mí. Evoco ahora la imagen que generó en mí el famoso "mito de la caverna" de Platón, en el libro séptimo de su célebre opera La República. Está imagen está hoy rondando casi compulsivamente en mis pensamientos, y más aun cuando veo a los mineros salir del cubículo con los anteojos oscuros, para no dañar su visión, ya que estuvieron por mucho tiempo en la oscuridad. Me imagino el pensar de Platón considerando que la salida de la oscuridad tiene que ser paulatino, para no ser cegados por la claridad de la luz, de la verdad.

La otra imagen que evoco es el encuentro que hacen los constructores de la gran caverna en la obra de José Saramago, La caverna. Hallazgo que hace que los protagonistas decidan enrumbar, es decir ponerse en camino.

¿Qué significan estas imágenes? ¿Por qué la caverna (la mina) simboliza la oscuridad, la muerte, la ingenuidad, la ignorancia? ¿Acaso no estamos, como humanos, enrumbados hacia la luz? ¿La brillantez de la luz nos atrae tanto que incluso podemos terminar cegados?

La salida de los mineros es la esperanza que se vuelve acontecimiento, es la espera que deja de ser espera, porque arriba a su telos. Es lo buscado que se alcanza. Por ello cada arribo nos conmueve, y nos llena de más esperanza; cada arribo es un acontecimiento porque es encuentro, encuentro con seres que vuelven llenos de coraje y optimismo; por ello los que salen también se transforman en rescatistas, sí nos rescatan de la somnolencia de la cotidianidad, nos rescatan de la indolente pasividad, y nos convierte en actores que deben interpretar un rol decisivo en este acontecimiento. No sólo los rescatamos de la profundidades de la tierra, también somos rescatados por ellos de la monotonía de nuestras vidas, ellos nos hacen estar nuevamente alertas a los designios del creador. Este acontecimiento entonces se torna en milagro.

 

Atachahua Ursua, Wilmer Manuel

 

http://www.abc.es/20101013/internacional/perfil-mario-gomez-201010131118.html

Con 63 años, Mario Gómez es el más veterano de los mineros atrapados en el desierto de Atacama. Su experiencia bajo tierra -lleva desde los 12 años trabajando en minas- y su serenidad ha resultado indispensables para mantener la calma en el refugio, a 700 metros de profundidad.

Mario Gómez, a la salida de la mina

Gómez quería poner fin al mundo de la minería en noviembre, después de toda una vida dedicada a esta actividad, que le ha dejado como recuerdo tres dedos menos en su mano izquierda y una enfermedad, la silicosis, que ha dificultado su salida del cautiverio.

El «abuelo» de la mina -es el de mayor edad- lo es también en la vida real, con siete nietos de sus cuatro hijas y con una esposa, Lilian Ramírez, que espera «a un hombre cambiado». Ella fue la primera que recibió noticias de uno de los mineros, en la carta amarrada a una piedra que acompañó el ya famoso «Estamos bien en el refugio los 33» que redactó José Ojeda. «Te amo demasiado», escribía.

Mario Gómez se ha arrodillado a su salida de la mina y se ha puesto a rezar durante unos segundos en los que se ha hecho el silencio en medio del gran espectáculo mediático el desierto.

A buen seguro que Mario podrá cumplir el sueño de llevar a su mujer de luna de miel, un viaje que no pudieron hacer después de su boda y para el que ahora le llueven ofertas.

 

 

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