viernes, 20 de mayo de 2011

Santo Toribio de Mogrovejo: modelo de evangelizador




Amigos:


Me complace ofrecerles una magnífica conferencia pronunciada por el Cardenal Juan Luis Cipriani, sucesor de Santo Toribio en el arzobispado de Lima, y que nos brinda por una parte el talante evangelizador del patrono de los obispos de América, Toribio Alfonso Mogrovejo, y por otra la altura académica y sensibilidad espiritual de su sucesor. Es la primera entrega de nuestro recién creado Instituto de Estudios Toribianos. Su ficha es: CIPRIANI THORNE, J.L. : “Santo Toribio de Mogrovejo: modelo de evangelizador” Pontificia comisión para América Latina, APARECIDA 2007. Luces para América Latina. Librería Editrice Vaticana 2008, 411-426



Cordialmente


José Antonio Benito




Santo Toribio de Mogrovejo: modelo de evangelizador


S.E.R. Cardenal JUAN LUIS CRIPRIANI THORNE


Arzobispo de Lima y Primado del Perú



Hace veinticinco años, el 10 de mayo de 1983, el papa Juan Pablo II declaró a Santo Toribio de Mogrovejo Patrono del episcopado Latinoamericano. Patrono significa no sólo protector sino también, y tal vez sobre todo, modelo. En este sentido es contundente la afirmación del Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, quien con ocasión del IV Centenario de la muerte de Santo Toribio afirmó: «conviene que los Obispos latinoamericanos de hoy volvamos nuestra mirada a este hombre excepcional santo y sabio, celosísimo pastor y admirable maestro, para ver qué nos dice y enseña su vida ejemplar", por la cual damos gracias al Señor»[1].


Quedando claro que Santo Toribio es un modelo elevado para los obispos de América Latina, es oportuno señalar su ejemplaridad, sobre todo en estos tiempos de nueva evangelización, ya que él fue una de las figuras más señeras de la evangelización fundante de América. Podemos mirar a este "discípulo y misionero" de la primera evangelización para aprender de él.


A pedido de la Pontificia Comisión para América Latina, con ocasión de los 50 años de su creación, y con el deseo de secundar al Santo Padre en su anhelo de que el Documento de Aparecida sirva para que todos los latinoamericanos encontremos «la vida, la vida verdadera» (discurso de 21.XII 2007), he escrito este artículo sobre Santo Toribio de Mogrovejo: modelo de evangelizador, convencido de que Dios quiere que nos fijemos más en este insigne Obispo, Buen Pastor de la Iglesia latinoamericana y certero maestro en el fiel cumplimiento del mandato apostólico del Señor, que atañe a todo cristiano, pero muy especialmente a los Obispos de América.


Tomando como hilo conductor la expresión audaz del Siervo de Dios Juan Pablo II, que nos propuso una nueva evangelización que se caracterizara por ser «nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones»[2], y teniendo muy presente que la novedad ha llegado en plenitud con la Palabra Encarnada, he querido comentar la acción evangelizadora de Santo Toribio, como ejemplar realización de esa invitación a una nueva evangelización.


Refiriéndome al "nuevo ardor", me he detenido en la vida del seglar Toribio Alfonso de Mogrovejo, para comentar la calidad de su vida interior y de piedad, demostrada en el ejercicio virtuoso de sus deberes ordinarios de niño, adolescente, estudiante, joven profesional y brillante abogado. El ardor novedoso del Evangelizador santo es y será siempre su Amor a Dios.


Con referencia a los "nuevos métodos", me centro en el comentario de la actuación del Obispo Toribio de Mogrovejo, prestando especial atención a su trabajo de gobierno: normas que dictó, orientaciones y directrices que emanó, eventos que promovió, textos que utilizó. El nuevo método para el Apóstol de todos los tiempos será esforzarse por cargar con la oveja perdida: dándole la doctrina de Cristo del mejor modo posible.


La "nueva expresión" de la evangelización, me llevó a fijarme en la vida propiamente sacerdotal de Toribio de Mogrovejo: desde la importancia dada a cada parroquia, a la necesidad de que existieran en el número adecuado para los fieles que debía atender, hasta la administración generosa de los sacramentos, así como a lo dispuesto para el cuidado de la liturgia. Dejar actuar a Cristo vivo en cada uno de sus Sacramentos, siendo el mejor instrumento posible, es la permanente expresión novedosa del celo evangelizador.


No he podido dejar de ponderar la caridad pastoral de mi santo predecesor: ha animado espiritualmente a una Provincia Eclesiástica de dimensiones inmensas, aún en estos días de globalización, logrando un fruto que es de admirar por todo Pastor dedicado a su grey: las visitas pastorales que realizó (en medio de una de las cuales, el Señor lo llamó a su presencia) son suficientes para sustentar la santidad de su vida.


Finalmente, me detengo a ver el fruto de vocaciones que promovió para el clero, así como la santidad de vida que les infundió, y que hizo posible su gran misión: pensó con certeza que la Iglesia sería siempre lo que seamos sus sacerdotes y por eso puso especial atención en el Seminario que fundó en 1591.


Agradezco la oportunidad de haberme permitido conocer mejor y dar a conocer más la vida del Santo Arzobispo de Lima que fue Toribio Alfonso de Mogrovejo, Patrono del Episcopado Latinoamericano.


1. Una evangelización nueva en su ardor


El hombre es creado para servir a Dios y para que este servicio sea fiel, el hombre ha de buscar la voluntad de Dios. La afirmación de la soberanía de Dios en la propia vida es el principio de toda vida auténticamente cristiana[3]. Vivir no es al final otra cosa que aceptar la relación con el Señor, como enseña el Santo Padre Benedicto XVI:


«La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces "vivimos"»[4].


Una vida experimentada como relación es el primer testimonio que el cristiano ha de dar; pues aceptar la primacía de Dios en la propia vida, acoger su voluntad como principio rector de la propia existencia, es el elemento determinante de toda vida auténticamente cristiana. Una vida así es un testimonio de primera calidad. Y ese testimonio fiel es el que encontramos en Santo Toribio de Mogrovejo. Tal vez lo primero que llama la atención al acercarse a la vida del que fue el santo Arzobispo de Lima es su amor al Señor, cultivado desde la más temprana niñez, como lo testimonia alguno de los que sobre él escriben[5]. Pero ese amor se vislumbra sobre todo en el desarrollo y desenlace de su vida, comprensibles sólo desde una fe cuidadosamente cultivada.


La piedad del fiel laico Toribio de Mogrovejo encuentra un testimonio en la peregrinación a Compostela, en la cual, por el aspecto penitente y pobre que mostraba, una mujer de raza negra, conmovida, le confunde con un mendigo y le ofrece limosna, hecho que quedará grabado en la memoria del Santo[6]. Y como en todo aquel que ha ido configurando sus afectos según el modelo que se encuentra en Jesucristo, fue Toribio un hombre de intensa vida mariana, asiduo al altar de la Virgen de la Piedad o de la Quinta Angustia, en la Iglesia de san Benito en Valladolid[7].


No sólo son los actos de piedad los que muestran el amor a Dios que invade la vida del laico Toribio de Mogrovejo, se trata de un verdadero y serio amor al Señor, que, como todo amor verdadero, se muestra en las obras y no sólo en las palabras, de allí el cultivo de las virtudes, especialmente la castidad y honestidad en las costumbres, de lo cual dio prueba clara en su época de colegial[8]. Ese cultivo de las virtudes encontraba su fuerza en la vida ascética, en las serias penitencias, ayunos y en la obediencia a quienes podían tener autoridad sobre é1[9].


Pero si bien son muchos los indicios que llevan a descubrir en la existencia del niño, joven, estudiante y profesional don Toribio de Mogrovejo el amor a Dios, un momento en el cual salta a la vista que lo único que le mueve en la vida es el deseo de realizar la voluntad divina es la aceptación del llamado divino para ser misionero, como Arzobispo de la Ciudad de los Reyes. Es posible pensar —y probablemente con acierto— que Toribio Alfonso de Mogrovejo jamás pensó dejar su patria y marchar a las Indias, y tanto menos probable es pensar que imaginaba o soñaba ser Arzobispo. El camino de su vida parecía ya trazado. Los estudios cumplidos brillantemente y el ejercicio profesional en la Inquisición, hacían prever una promisoria carrera de jurista. Sobre el carril del Derecho marchaba su vida. Sin embargo, Dios tenía otra cosa prevista para él. El plan divino para Toribio significaba dar un giro en lo que hasta entonces era su vida y comenzar algo totalmente distinto.


La designación como Arzobispo confundió a Toribio Alfonso de Mogrovejo, con aquella confusión propia de quien se siente pequeño a la hora de asumir empresas de alcances divinos. Vaciló el Inquisidor de Granada, que entonces contaba con treinta y nueve años, a la hora de dar su conformidad con la elección hecha por el Rey para que la propuesta de su nombramiento como Arzobispo fuese elevada al Romano Pontífice.


El biógrafo Rodríguez Valencia se hace buen intérprete de lo que podía suceder entonces en el alma del elegido por Dios para la sede limeña:


« En lo profundo de su ser, recogido y sincero, humillado ante sí mismo a la luz interior de la verdad de su pequeñez, don Toribio reaccionó vivamente en contra y declinó ante Felipe II el honor y el peso del ofrecimiento »[10].


Y su fiel paje, Sancho Dávila, al deponer en el proceso, contará:


«a los principios, por su mucha humildad, no quiso aceptar el dicho Arzobispado hasta que los SS Consejeros de su Colegio le hicieron instancia y le escribieron que Su Majestad le daba tres meses de término para que aceptase o no y así se animó por consejos de su hermana Doña Grimanesa y su cuñado D. Francisco de Quiñones»[11].


Toribio de Mogrovejo, luego de su aceptación y posterior nombramiento por el papa Gregorio XIII escribe al Pontífice:


« Si bien es un peso que supera a mis fuerzas, temible aun para los ángeles, y a pesar de verme indigno de tan alto cargo, no he diferido más el aceptado confiado en el Señor y arrojando en Él todas mis inquietudes»[12].


La experiencia vivida por Santo Toribio al ser elegido como Arzobispo de Lima le lleva a una adhesión libre, generosa y total a Jesús. En él se realiza lo que se dice del discípulo en el Documento de Aparecida 136:


« La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (cf. jn 10, 3).


Es un "si que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cf. jn 14, 6). Es una respuesta de amor a quien lo amó primero "hasta el extremo" (cf. Jn 13, 1). En este amor de Jesús madura la respuesta del discípulo:


"Te seguiré adondequiera que vayas" (Lc 9, 57) ».


2. Una evangelización nueva en sus métodos


Enseña el Concilio Vaticano II que «los obispos, en su calidad de sucesores de los apóstoles, reciben del Señor, a quien se ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a todas las gentes y de predicar el Evangelio a toda criatura, a fin de que todos los hombres logren la salvación por medio de la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos»[13]. Las palabras del Concilio parecen anticipadas por el testimonio del servicio pastoral del II Arzobispo de Lima. El Santo Arzobispo, desde su llegada a la sede que el Señor le encomendó, no cejó en el esfuerzo de anunciar el Evangelio a aquellos a quienes tenía que comunicar la vida de Cristo. Toribio de Mogrovejo vivió con pasión su tarea de evangelizar.


Pero ¿qué es evangelizar? Dice el papa Pablo VI que « evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa»[14]. Y eso hizo santo Toribio.


Celoso pastor, convencido de que sólo el conocimiento de las verdades de la fe forma cristianos de verdad, se esforzó por proveer las leyes pertinentes para que sus fieles fuesen adoctrinados. Para la población española se preveía, en tiempos de santo Toribio, la enseñanza de la doctrina los domingos y festivos. Para los indios, más necesitados de doctrina, se fijaron los miércoles y viernes como días de enseñanza de la doctrina. Si bien esa normativa la encontró santo Toribio al hacerse cargo de su arquidiócesis, urgió a los párrocos para que cumpliesen con su misión de enseñar la doctrina por sí mismos y siguiendo el Concilio limense como texto único. Para los niños y niñas hasta los doce años estableció la catequesis diaria[15] Y cuando el Arzobispo estaba en Lima, en el cementerio adosado a la Catedral, explicaba él mismo la doctrina a la población nativa en la lengua quechua. Y « en su continuo discurrir por las Reducciones, el Arzobispo ejerció esta función de adoctrinamiento directo de los indios, circunstancialmente, en todo el Arzobispado de Lima» aún en circunstancias difíciles[16].


El Santo estaba convencido de que la catequización de los indios constituía una parte fundamental y original de su obra. « El problema lleno de inquietantes complicaciones era el de la catequización de los indios. El Arzobispo vio claramente que ésta no podía efectuarse sin la utilización de los idiomas autóctonos»[17].


Era patente en el santo Arzobispo la voluntad de que todos sus fieles encuentren la vida en Cristo, también mediante el conocimiento de la verdad revelada, por eso:


« el Arzobispo Toribio de Mogrovejo, desde el momento de su llegada, se sumó resueltamente a la tendencia al uso de las lenguas indígenas. Es menester—decía— "aprender la lengua, que importa tanto". Y no sólo lo dijo, sino lo estimuló con el ejemplo. En su memorial al Papa Clemente VIII, de 1598, le informaba que había predicado "los domingos y fiestas a los indios y españoles, a cada uno en su lengua"; y eso podían confirmado quienes lo habían visto sentado con su báculo en el compás de la Catedral limeña, enseñando la doctrina de Cristo a sus ovejas»[18].


Además de cumplir en persona la tarea de la formación en la fe y de urgir la gravedad de este ministerio a sus sacerdotes, alentó lo dispuesto en el III Concilio limense acerca de la redacción de un Catecismo que, traducido a las lenguas indígenas, sirviese para instruir sobre todo a los recién convertidos garantizando la recta enseñanza de la doctrina de la salvación[19] Le preocupaba que en algunas partes se ha enseñado errores en materia de fe. En el Concilio se constató que los indios comentaban entre sí que es diversa ley y diverso Evangelio lo que unos y otros les enseñan[20]. Este catecismo sirvió durante muchos años como regla de fe en Lima y América del Sur. Se trata del Catecismo Mayor destinado "a los más capaces" y el Menor o Breve, "para los rudos" o indios ancianos. Redactado el Catecismo por un equipo selecto de sacerdotes, fue traducido al quechua y al aymara. Se le conoce como Catecismo de Santo Toribio y su impresión fue trilingüe[21]. Posteriormente aprobó el santo el Confesonario y el Catecismo Tercero y Exposición de la Doctrina Cristiana hecha por Sermones[22].


Estas providencias pastorales partían del corazón de un pastor que no tenía otro interés sino lograr que sus fieles conociesen el camino de la salvación que Jesucristo vino a ofrecer.


3. Una evangelización nueva en su expresión


El Concilio Vaticano II pide a los obispos:


« Esfuércense, pues, constantemente para que los fieles de Cristo conozcan y vivan de manera más íntima, por la eucaristía, el misterio pascual de suerte que formen un cuerpo compactísimo en la unidad de la caridad de Cristo; perseverantes en la oración y el ministerio (Act 6, 4), trabajen para que todos aquellos cuyo cuidado les ha sido encomendado, sean unánimes en la oración y en la recepción de los sacramentos, crezcan en la gracia y sean fieles testigos del Señor»[23].


El culto divino es mucho más que un ritual o una puesta en escena que debe resultar impactante. Un pastor tiene la clara conciencia que a través del culto divino, de la sagrada liturgia, Dios sale al encuentro de los hombres para comunicarles la salvación y los hombres, acogiendo esa oferta rinden el culto verdadero, unidos a Cristo en el Espíritu Santo. Desde esa perspectiva debe ser entendida la preocupación de santo Toribio por el culto divino. Como ya se ha señalado, santo Toribio, aún laico, participaba con devoción y fervor en la liturgia de la Iglesia. La participación diaria en la Santa Misa le distinguió de modo singular entre sus compañeros de estudios.


Ya Arzobispo se preocupó por el culto y por la administración de los sacramentos a sus fieles. Creía el santo Arzobispo en la importancia de los sacramentos, por eso escribe al Rey, al proponer que debían crearse más parroquias que las existentes: « Yo me aflijo mucho de ver que no lo puedo remediar; y el entender los muchos que por momento morirán sin los sacramentos», o en otro pasaje: « Negocio de mucha consideración y digno de ser llorado con lágrimas de sangre. Por entender no ser posible dejarse de morir mucho número de indios sin bautismo y confesión, y los santos sacramentos, y quedarse sin misa»[24]. Siete años después escribirá nuevamente sobre el tema señalando: « Se siguen muchos y gravísimos inconvenientes y daños espirituales, muriéndose por ventura muchos de los indios sin el sacramento del bautismo y los demás sacramentos, y quedándose sin misa los días de obligación y sucediendo idolatrías y otras ofensas de Nuestro Señor que con la asistencia del Sacerdote se atajarían»[25].


La razón por la cual el santo Arzobispo se preocupa tanto de la existencia de Parroquias para que sus fieles puedan recibir los sacramentos, indica la importancia que daba al munus sanctijicandi, por estar convencido de la importancia de los sacramentos y de la liturgia en general como medio de santificación, como comunicación de la salvación.


Esto se ve aún más claramente en las disposiciones emanadas del III Concilio Limense relacionadas con la liturgia y los sacramentos. Algunas de estas disposiciones fueron: la traducción de textos litúrgico s a la lengua vernácula; que los indios se confiesen con quien los comprenda y entienda su lengua, pues mal puede ser juez quien no conoce la causa; que no se niegue el viático a los indios y morenos; que al menos en Pascua los indios puedan recibir la Eucaristía siendo preparados antes y mostrando la cédula o licencia escrita por su párroco; se recuerda la obligación estricta de administrar la Unción de los enfermos; que la Misa nupcial se celebre de acuerdo al Misal Romano nuevo; se aconseja prudentemente acerca del matrimonio de un creyente y otro infiel[26].


La V Sesión o Actio del III Concilio tiene un bonito capítulo dedicado al culto divino que interpreta bien lo que santo Toribio vivía y deseaba se viviese en su Iglesia local:


«Últimamente, porque es cosa cierta y notoria que esta nación de indios se atraen y provocan sobremanera al conocimiento y veneración del Sumo Dios con las ceremonias exteriores y aparato del culto divino, procuren mucho los obispos y también en su tanto los curas, que todo lo que toca al culto divino se haga con la mayor perfección y lustre que puedan, y para este efecto pongan estudio y cuidado en que haya escuela y capilla de cantores y juntamente música de flautas y chirimías y otros instrumentos acomodados en las iglesias. Lo cual todo ordenarán los obispos en los lugares y por la forma y modo que juzgaren ser a mayor gloria de Dios y ayuda espiritual de las almas»[27].


En su práctica y recomendaciones pastorales, demostró también la gran importancia que daba al Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Nos dice uno de sus biógrafos:


« Santo Toribio favoreció mucho el culto de la adorable Eucaristía, no solo en la ciudad arzobispal sino en todos los pueblos de su vasta arquidiócesis. En ellos quería siempre que se establecieran Cofradías del Santísimo Sacramento y que la solemnidad del Corpus revistiera extraordinaria pompa. De la magnificencia de las procesiones en que se llevaba a su Divina Majestad era celosísimo. En casi todos sus Sínodos se dictaron sabias disposiciones respecto del Santísimo Sacramento. A los párrocos amonestábalos siempre, en la visita pastoral a que cuidasen del culto de la Eucaristía»[28].


Porque fomentaban la devoción de los fieles y acrecentaban el amor a Dios, santo Toribio alentó también algunas manifestaciones de piedad popular. Así, aunque encontró ya establecidas en Urna y en otras ciudades y pueblos de la Arquidiócesis las procesiones de Semana Santa, «como era tierna su devoción a la Pasión del Señor, según se lee en sus biógrafos, fomentólas con autoridad, procurando, sin embargo, que en ellas nada hubiera contrario a la majestad del culto»[29].


Desde allí se entiende la fecundidad de su apostolado, pues la tarea episcopal procede del amor de Cristo, «de la comunión de sentimientos y deseos con Él», en una palabra, del amor a Cristo que surge de la contemplación de su Rostro, como lo enseñó el papa Juan Pablo II al escribir que el Obispo podrá llevar a sus hermanos los signos de su ser padre, hermano Y amigo sólo por su relación con Dios[30].


4. Ejemplo acabado de caridad pastoral


Santo Toribio tuvo claro que una de las principales competencias del obispo, en cuanto cabeza de una Iglesia particular, es el oficio de regir. En esta tarea se distinguió señaladamente.


Un rasgo a señalar en este aspecto es que como Arzobispo Metropolitano, dio vida a su Provincia Eclesiástica tomando muy en serio la tarea de ser animador de la vida pastoral de las Iglesias particulares que componían el Arzobispado Metropolitano. No obstante las dificultades de comunicación del siglo XVI y comienzos del XVII, Santo Toribio dio cumplimiento a las disposiciones del Concilio de Trento, no siempre fáciles de cumplir en lo accidentado de estas tierras y en tan vasta extensión de territorio, teniendo en consideración que la Arquidiócesis de Lima tenía entonces como sufragáneas las diócesis de Nicaragua, Panamá, Popayán en Colombia, Quito en el Ecuador, Cuzco en Perú, Río de la Plata o Asunción en Paraguay, Santiago y La Imperial (hoy Concepción) en Chile y Tucumán en Argentina.


Convocó el segundo Arzobispo de Lima tres Concilios Provinciales de los cuales fue celebérrimo el Tercer Concilio Limense, primero convocado por él. Hay que tomar en cuenta que «durante más de tres siglos (1583-1900) han vivido las diócesis de América del Sur y de Centro América de la organización interna, canónica y pastoral de Santo Toribio en el Concilio III de Lima[31]. No le faltaron problemas al santo Arzobispo en el desarrollo de estos eventos eclesiales. Él buscaba la comunión eclesial pero no siempre la encontró, por el contrario, fue víctima del encono del entonces Arzobispo del Cuzco, que unió a sí a otros dos obispos y mortificaron grandemente la tarea del santo, pero él no se arredró ante los obstáculos, sino que siguiendo el dictado de su conciencia, perseveró en lo que entendía era voluntad divina en su servicio eclesial, actuando con gran fortaleza y mansedumbre. Fruto de estos Concilios fue la abolición de la distinción entre indios y españoles. El pueblo indígena pasa a ser considerado como parte constitutiva de la Iglesia en América del Sur[32]. A los Concilios, esfuerzo de ardor pastoral y colegialidad episcopal realizados por Santo Toribio, se sumó la realización de los Sínodos Arquidiocesanos, en obediencia a las prescripciones de Trento, asambleas sinodales que muestran los dotes de organizador pastoral y legislador del II Arzobispo de Lima, pues a través de las disposiciones sinodales fue adquiriendo una fisonomía clara la Arquidiócesis de Lima. No fueron menos de trece sínodos los celebrados durante su gobierno pastoral[33]. Importantes constituciones fueron aprobadas en los mencionados sínodos que son muestra del celo apostólico del Santo. Entre las disposiciones asumidas en los sínodos se cuentan: los Domingos se debía explicar el Catecismo a los españoles adultos, los miércoles y viernes a los indios; debía guardarse el Santísimo Sacramento en todos los pueblos de españoles y entre los indios, siempre que hubiese en el pueblo dos sacerdotes; se debían nombrar indios fiscales para que llevasen cuenta de la asistencia a la misa y al catecismo y advirtiesen al sacerdote de los que se hallasen enfermos, estuviesen por casar o necesitados del bautismo; se ordenaba dar la Eucaristía a los naturales que supiesen lo que iban a recibir; se ordenaba que los curas de indios permaneciesen en sus doctrinas por lo menos seis años; los ordenandos debían aprender el quechua para cumplir mejor su misión. Son disposiciones que han de ser consideradas a la luz de la época en la cual fueron emanadas, ponderando que muestran preocupación por la mejor vida cristiana de los fieles confiados al cuidado del santo Arzobispo.


Pero es indudable que el alma de pastor que anima a Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo se percibe con meridiana claridad en sus visitas pastorales, las mismas que le permiten conocer la realidad de sus fieles, gobernar mediante las instrucciones dadas in situ y a través de las normas más amplias que surgen de lo conocido por él en sus visitas[34]. El espíritu que anima las visitas pastorales del santo puede hallarse en lo dispuesto por el III Concilio Limense en su Cuarta Acción, cap. 1:


« Para conservarse el buen orden y disciplina eclesiástica, el principal medio y fuerza estén hacerse bien las visitas [...] Deseando, pues, este Santo Sínodo poner remedio, en este daño tan general de esta Provincia, con el favor y la gracia de Dios, primeramente amonesta muy de veras a todos los obispos que no do/en por sus mismas personas de visitar sus distritos con verdadero afecto de padres. Y si les pareciere enviar visitadores, como por ser tan extendidas las diócesis en estas Indias es forzoso hacerse muchas veces, miren con gran consideración que no encomienden visitas sino a personas de mucha entereza y satisfacción, y hábiles y suficientes para tal cargo».


No obstante el mandato del Concilio permitiese que las Visitas fueran realizadas por interpósita persona, santo Toribio, que no tenía ciertamente la diócesis más pequeña, emprendió por sí mismo estas visitas. En su Relación y Memorial al Papa Clemente VIII se lee:


« Después que vine a este Arzobispado de los Reyes de España, por el año de ochenta y uno, he visitado, por mi propia persona, y estando legítimamente impedido por mis visitadores, muchas y diversas veces, el distrito, conociendo y apacentando mis ovejas, corrigiendo y remediando, lo que ha parecido convenir, y predicando los domingos y fiestas a los indios y españoles, a cada uno en su lengua, y confirmando mucho número de gente, que han sido más de seiscientas mil ánimas a lo que entiendo y ha parecido, y andado y caminado más de cinco mil doscientas leguas, muchas veces a pie, por caminos muy fragosos y ríos, rompiendo por todas las dificultades, y careciendo algunas veces yo y la familia, de cama y comida, entrando a partes remotas de indios cristianos, que de ordinario traen guerra con los infieles, adonde ningún Prelado ni visitador había entrado»[35].


El ardor pastoral del II Arzobispo de Lima sale a la luz en esas visitas, que ocuparon gran parte de su trabajo pastoral. La primera visita la comenzó en 1583 y duró hasta 1590, no volviendo a Lima sino una vez para una consagración episcopal; la segunda visita se abrió el 7 de julio de 1593 y duró hasta 1598. En 1601 comienza la tercera visita, visitó las provincias de Lima y los departamentos de Junín y Huanuco, regresando en 1604, la retoma el 12 de enero de 1605 y duró hasta el 23 de marzo de 1606, día de su partida a la Casa del Padre[36] Visitas incomprendidas, que le ocasionaron contradicciones, sobre todo a causa de las infamias del virrey[37], pero que le permitieron ser y mostrarse como misionero, evangelizador, padre y pastor, con ninguna otra preocupación que comunicar la vida que ofrece el Buen Pastor.


Y ¿qué lleva el arzobispo Toribio de Mogrovejo en esas visitas? ¿Qué busca? ¿Qué le mueve? Nuestro Santo Padre Benedicto XVI en su obra Jesús de Nazaret escribe «¿qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído? La respuesta es muy sencilla: a Dios. Ha traído a Dios»[38]. Pues, análogamente, Toribio, configurado con Jesús el Buen Pastor, lleva Dios a sus fieles, lleva la vida divina que dispensa mediante los sacramentos; la verdad divina que ilumina la vida humana proclamada en su tarea de evangelización; lleva el amor de Dios mediante su actitud amorosa y caritativa.


5. Promotor de vocaciones y de la santidad del clero


Santo Toribio era consciente que sólo podría desempeñar fielmente la misión que el Señor le había confiado si contaba con aquellos que, en la teología del Concilio Vaticano II, son considerados los cooperadores del ministerio episcopal[39].


Santo Toribio tiene en mente al sacerdote que enseña la doctrina, que busca a los fieles, incluidos los indios en sus lugares de trabajo, para enseñarles la doctrina cristiana. Por otra parte, espera que por el ministerio sacerdotal sus fieles puedan recibir los sacramentos, por eso considera que es prudente que no sean muchos los fieles que deba atender un sacerdote, a fin de que la evangelización sea profunda y duradera, de allí que estableció que hubiese un sacerdote por cada mil almas.


Porque buena parte de la población india desenvolvía su vida habitualmente fuera de sus pueblos, trabajando en fábricas, minas o ingenios, el Concilio, alentado por el Arzobispo, dispuso que se pusiese sacerdote propio para explicar la doctrina en la misma fábrica, mina o ingenio[40].


Santo Toribio es consciente de que sin la colaboración del clero la acción de un obispo sufre grave detrimento, por eso se empeña en poner en práctica lo mandado en el Concilio de Trento y se empeña en la fundación de un Seminario. Al Rey le escribió en 1583:


« El Seminario de clérigos que por el Sacro Concilio de Trento está ordenado, en ninguna iglesia es tan importante y necesario como en esta de las Indias, donde hay tanta necesidad de tener buenos obreros y ministros fieles del Evangelio, que por falta de ellos son forzados los Prelados a proveer muchas veces las doctrinas e iglesias de clérigos de menos satisfacción y confianza de la que se requiere para encargarse de gente tan nueva en la fe y donde hay tantas ocasiones de vicios; y si no es mando con mucho cuidado la juventud de estas partes, no se puede esperar que hayan de ser de tanto provecho, ni cuales se desean, los que acá se hicieren de la iglesia» [41].


Esta obra tuvo su realización en 1591 y no estuvo exenta de sacrificios para el Santo, comenzando por la negativa de muchos clérigos en aportar la contribución que para el efecto fijó el Concilio limense y los obstáculos que fue poniendo el Virrey. El Arzobispo, con todo, pagó siempre su cuota del tres por ciento de su renta, desde el año 1583 en que se publicó el Concilio. Poco a poco fue consiguiendo los fondos necesarios para la fundación, pero finalmente, de su propia hacienda, compró una casa en la cual hizo vivir a veintinueve muchachos, local que resultó insuficiente y debió ser ampliado comprando otras propiedades[42] Comenzó con veintinueve muchachos, criollos, escogidos por rigurosa oposición entre ciento veinte estudiantes de la Universidad[43].


Pocos años después, en 1598, el Arzobispo Mogrovejo escribe al Papa:


« Hay en esta ciudad noventa y cinco sacerdotes, fuera de los curas, y treinta de Evangelio, y otros treinta de Epístola, fuera de otros muchos de menores órdenes, que padecen de mucha necesidad por no haber doctrinas que darles, en razón de estar ocupadas por frailes, muchas de ellas, como está dicho atrás, que ha de ser causa de ir con mucho tiento en hacer órdenes, como lo he hecho hasta ahora, porque no se vean en necesidad ni anden mendigando»[44] .


La figura de Santo Toribio se yergue señera en el panorama histórico y eclesial latinoamericano. Él es un fiel discípulo de Jesucristo, fue aprendiendo el amor de Cristo y vivió movido por esa caridad. Hizo un verdadero proceso de discipulado. Una gesta y epopeya pastoral como la suya sólo se entiende realizada por un hombre que se abre a la gracia y se deja formar por el Espíritu de Dios a imagen de Cristo, el Buen Pastor. Sólo un orante, un hombre que oye la Palabra y recibe la gracia en la vida litúrgico-sacramental puede ser un discípulo de tal estatura espiritual.


Pero el discípulo auténtico deviene en actividad misionera. El encuentro con Cristo mueve a anunciar a Cristo a los demás para que ellos también hagan la experiencia del amor que renueva y salva. Yeso aconteció con el Santo Arzobispo de Lima. Fue un cristiano a carta cabal y por eso un obispo santo. Las palabras de S. S. Juan Pablo II tratando del obispo parecen una semblanza de Santo Toribio:


« El obispo, actuando en persona y en nombre de Cristo mismo, se convierte, para la Iglesia a él confiada, en signo vivo del Señor Jesús, Pastor y Esposo, Maestro y Pontífice de la Iglesia. En eso está la fuente del ministerio pastoral por lo cual como sugiere el esquema de homilía propuesto por el Pontifical Romano, ha de ejercer la tres funciones de enseñar, santificar y gobernar al Pueblo de Dios con los rasgos propios del Buen Pastor: caridad, conocimiento de la grey, solicitud por todos, misericordia para con los pobres, peregrinos e indigentes, ir en busca de las ovejas extraviadas y devolverlas al único redil»[45] .


En estos tiempos de nueva evangelización estudiemos la vida y las obras de Santo Toribio para aprender de él y para pedirle que interceda por quienes hoy intentamos vivir el discipulado y la misión en estas tierras, a fin de poder comunicar a nuestros pueblos la vida de Cristo que todos necesitamos.










[1] Card. Nicolás de Jesús López Rodríguez, «¿Qué nos enseña Santo Toribio de Mogrovejo a los Obispos de América Latina hoy?», en Toribio de Mogrovejo Misionero, santo y pastor. Actas del Congreso Académico Internacional, Lima 2007, 212.



[2] Cfr. Juan Pablo II, Santo Domingo, Conclusiones N° 253.



[3] Cfr. Discurso Inaugural, 2-3; .Aparecida, 356.



[4] BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Spe Salvi, n. 27.



[5] Sobre la piedad del niño Toribio de Mogrovejo, trata C. DE CASTRO, Santo Toribio de Mogrovejo (La conquista espiritual de América), Madrid 1964, 13-17. Y en V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo 1, 89-90 se lee: « Sobre su alma de niño y su dedicación temprana a Dios, dando de lado al mundo, nos han llegado noticias por su familia de Lima. Su cuñado, don Francisco de Quiñónez, nacido y criado en Mayorga, y aproximadamente desde la misma edad, informó a Felipe II, desde Lima en 1587, sobre las virtudes del arzobispo. Insiste en que « la santidad del arzobispo es muy antigua en él, así de su niñez, como de colegial que fue en Salamanca»: «En toda partes hallará Vuestra Majestad gran relación de su cristiandad». Don Diego de Morales frecuentó desde niño las casas arzobispales, como amigo de los sobrinos del prelado (…) Morales « entendió de sus deudos que desde su niñez dio muestras de lo que había de ser, de su pureza y de la excelencia de su vida y santidad. "Fue tan casto y limpio desde su niñez, que en su presencia no había lugar de decirse palabra descompuesta ni deshonesta". "Desde sus tiernos años consagró a Dios su virginidad, y dio de mano a todas las vanidades del mundo"».



[6] V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo 1, 83-84. También: « Con gran edificación visitó, aprovechando de unas vacaciones, el sepulcro de Santiago, en Compostela, de quien era devotísimo. Dice Montalvo que hizo esta romería « con todas las circunstancias de humildad, caminando como pobre peregrino a pie, y descalzo, con esclavina y bordón, más de cincuenta leguas que hay desde Salamanca a Santiago ». Tuvo por compañero, según deposición de su criado, en esta piadosa jornada, a un colegial amigo suyo, don Francisco de Contreras, quien fue testigo de las muchas virtudes que practicó don Toribio, desde que cayó de rodillas ante las venerables cenizas del glorioso Apóstol de España, encerradas, por la piedad cristiana, en una urna riquísimamente decorada» (c. GARCÍA IRIGOYEN, Santo Toribio, Tomo I, Lima 1906, pp. 5-6).



[7] V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo I, 95.



[8] Un episodio especialmente expresivo es el rechazo de una ocasión de pecar propiciada por sus compañeros en Salamanca, quienes introdujeron una mujer en la habitación del santo con fines deshonestos, ocasión rechazada tajantemente por quien consideró que Dios no permite que seamos tentados más de lo que podemos. Véase C. DE CASTRO, Santo Toribio de Mogrovejo (La conquista espiritual de América), 80-83.



[9] Rodríguez Valencia trata de las noticias llegadas de la época de colegial de Santo Toribio coincidentes con las recibidas en las fuentes de la beatificación acerca de la vida penitente del santo, véase V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de SurAmérica, Tomo I, 97-98.



[10] . V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo.. Organizador y Apóstol de Sur-América, Tomo I,133.



[11] J. A. BENITO, Santo Toribio Mogrovejo según Sancho Dávila, Lima 2006, 9.



[12] Carta al papa Gregorio XIII, 15 de Abril de 1580, en V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo I, 134.



[13] CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, 24.



[14] PABLO VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 14.



[15] Véase V. Rodríguez Valencia, Santo Toribio de Mogrovejo Organizador y Apóstol de Sur -América, Tomo I,428-432.



[16] V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo I, 434. Es admirable leer la narración que se hace en la página citada: «Así lo hizo e domingo siguiente al accidente grave que sufrió en su entrada a las montañas de Moyobamba. Había llegado de noche a un tambo deshabitado, después de la tormenta y aguacero en que pudo perder la vida, extenuado y frío; y cuando sus servidores creyeron en un desenlace mortal, pudo reaccionar, y, al concurrir los indios de madrugada, les celebró la misa y les predicó la homilía como era su costumbre, como si nada le hubiera sucedido».



[17] V. A. BELAÚNDE, Peruanidad, Lima 1957, 214.



[18] A. MIRÓ QUESADA SOSA, «Santo Toribio y las lenguas indígenas », RTLi, XVII (1983) N° 2, 244.



[19] Un gran medio para introducir al pueblo de Dios en el misterio de Cristo es la catequesis, así nos los recordó el Santo Padre. Cfr. Discurso Inaugural, 3; Aparecida, 299.



[20] Sobre la situación doctrinal de los indios véase V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo I, 329-331.



[21] Véase sobre el Catecismo y quienes colaboraron en su redacción R. VARGAS UGARTE, Santo Toribio, Lima 1989,41-43;.



[22] Pueden verse las letras de aprobación de estos tres instrumentos de evangelización en C. García Irigoyen, Santo Toribio, Tomo 1, 153-155 y en la página 156 el Decreto sobre la Traducción. También V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo 1, 329-343.



[23] CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre el deber pastoral de los obispos, 15.



[24] Carta de Arzobispo al Rey del 25 de febrero de 1583, citada en V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo I, 372-373. En aquella época la creación de parroquias era una decisión del Rey, los obispos podían proponer la creación de las mismas pero no creadas efectivamente



[25] Carta de Arzobispo al Rey del 16 de febrero de 1590, citada en V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo.. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo I, 395.



[26] Una buena síntesis de los cánones del III Concilio Limense relacionados con el culto la hace L. PALOMERA SERREINAT, Un ritual bilingüe en las reducciones del Paraguay: el Manual de Loreto (1721), Cochabamba 2002, 79-83.



[27] Citado de E. BARTRA, Tercer Concilio LJmense 1582-1583, Lima 1982, 127-128.



[28] C. García Irigoyen, Santo Toribio, Tomo I, 236.



[29] C. García Irigoyen, Santo Toribio, Tomo I, 246.



[30] «Como Moisés, que tras el coloquio con Dios en la montaña santa volvió a su pueblo con el rostro radiante (Cf. Ex 34,29-30), el Obispo podrá también llevar a sus hermanos los signos de su ser padre, hermano y amigo sólo si ha entrado en la nube oscura y luminosa del misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Iluminado por la luz de la Trinidad, será signo de la bondad misericordiosa del Padre, imagen viva de la caridad del Hijo, transparente hombre del Espíritu, consagrado y enviado para conducir al Pueblo de Dios por las sendas del tiempo en la peregrinación hacia la eternidad». JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica post-sinodal Pastores gregis, 12).




[31] v. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo I, 191. Hace también una valoración similar de la eficacia e inspiración pastoral de este Concilio J. G. Durán, Monumenta Catechetica Hispanoamericana, Tomo II, Buenos Aires 1991,339-340. Sobre los Concilios Limenses convocados y celebrados durante el gobierno de Santo Toribio puede verse entre otros trabajos: R. VARGAS UGARTE, Los concilios limenses, (1551-1772), Tomo II, Lima 1951-1954, 201; ID., Santo Toribio, 29-43, 87-96; C. García Irigoyen, Santo Toribio, Tomo I, 105-143; V. Rodríguez Valencia, Tomo 1,191-234; 294-313. Una obra interesantísima al respecto es F. HAROLDUS, Lima limata conciliis, constitutionibus synodalibus et aliis munumentis quibus ... Toribius Alphonsus Mogroveius ... Prouinciam Limensem ... elimauit. .. Roma 1673.



[32] Véase F. L., LISI, El Tercer Concilio Límense y la aculturación de los indígenas sudamericanos, Salamanca 1990.



[33] Hasta 1586 celebró un sínodo anual, desde entonces se celebraron cada dos años. Si bien Trento indicó que deberían celebrase cada año, Gregorio XIII concedió al Arzobispo de Lima poder diferido de dos en dos años. Sobre los Sínodos puede verse: R. VARGAS UGARTE, Santo Toribio, 104-108; C. GARCÍA IRIGOYEN, Santo Toribio, Tomo 1,144-149; V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo 1,314-326. Las Actas de tres Sínodo s no han sido halladas, por lo cual algunos hablan de nueve o diez Sínodos, no obstante, la mayoría de autores habla de trece Sínodos. Una enumeración de los mismos en F. GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, «Toríbio de Mogrovejo, modelo de Pastor en la Iglesia americana de su tiempo », en Toribio de Mogrovejo misionero, santo y pastor. Actas del Congreso Académico Internacional, Lima 2006, 46.



[34] Sobre las visitas pastorales de Santo Toribio puede verse R. VARGAS UGARTE, Santo Toribio, 44-48; 56-62; C. GARCÍA IRIGOYEN, Santo Toribio, Tomo 1, 289-321; V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo 1, 449-464; 482-504; F. GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, «Toribio de Mogrovejo, modelo de Pastor en la Iglesia americana de su tiempo », en Toribio de Mogrovejo misionero, santo y pastor. Actas del Congreso Académico lntemacional, 76-83; J. A. BENITO RODRÍGUEZ, Crisol de lazos solidarios. Toribio Alfonso de Mogrovejo, Lima 2001, 125-166



[35] J. A. BENITO RODRÍGUEZ, La Iglesia de Lima de 1598 según Santo Toribio de Mogrovejo, Lima 2006, 8.



[36] Véase C. GARCÍA IRIGOYEN, Santo Toribio, Tomo I, 290-291. Sobre e! método que usaba en sus visitas conviene recordar lo que en el lugar citado se señala: «Apenas llegaba a un pueblo, grande o chico, se iba a la Iglesia, en donde hacia larga oración. Si llegaba antes del mediodía celebraba la Misa con gran fervor. Su alojamiento era de ordinario la casa del Cura. No aceptaba para él y sus familiares sino una alimentación moderada y frugal. Visitaba, sin pérdida de tiempo, las iglesias, mandando hacer inventario de sus bienes, y los entregaba a quienes lo guardasen fielmente. Hacia reparar el edificio, en lo que era necesario, y asistía a la obra con tanto cuidado, como si no tuviera otra cosa en que ocuparse, diciendo que se sirviese a Dios, de manera que no se hiciese falta. Visitaba, asimismo, los monasterios, cofradias y otros lugares píos, dictando sabias y oportunas providencias. Confirmaba y predicaba incansablemente. No recibía ni el más pequeño obsequio de persona alguna. Era tan puntual que no se recibiese la procuración, acabada la visita, que en echando la última firma, pedía la mula. Aunque fuese visitando, cada año, hacia la consagración de los Santos Oleos; consagraba cálices, aras y campanas; y bendecía imágenes y ornamentos. En los pueblos que carecían de iglesias, procuraba fundar aunque fuera una pequeña capilla, la misma que dotaba de los ornamentos indispensables. Cuando caminaba por los llanos de noche hacía que fuesen junto a él sus capellanes y criados, y con ellos iba cantando las letanías de Nuestra Señora. No abandonó nunca sus mortificaciones corporales. Salíase de las posadas, tarde de la noche, y se iba a la montaña más cercana, y allí en la soledad, se disciplinaba cruelmente». También J. A. BENITO RODRÍGUEZ, «La propuesta evangelizadora multicultural de las visitas pastorales de Santo Toribio », en T oribio de Mogrovejo misionero, santo y pastor. Actas del Congreso Académico Intemacional, 122-127.



[37] Puede verse todo un capítulo dedicado a estas contradicciones en V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Or;ganizador y Apóstol de Sur - América, Tomo I, 465- 481.



[38] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, Lima 2007,69.



[39] CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre el ministerio de los presbíteros, n. 4.



[40] Véase V. Rodríguez Valencia, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol del Sur-América, Tomo I, 367-385.



[41] C. GARGÍA IRIGOYEN, Santo Toribio, Tomo II, 33-34.



[42] Sobre las vicisitudes en la fundación del Seminario, e! poco apoyo que recibió el Santo de los clérigos, religiosos y de la autoridad civil, el régimen de independencia que finalmente le concede el Rey y otros aspectos de importancia, véase V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo. Organizador y Apóstol de Sur - América, Tomo II, 138-176.



[43] Al respecto en Aparecida se decía que en lo que se refiere a la formación de los discípulos y misioneros de Cristo, ocupa un puesto particular la pastoral vocacional (cf. Aparecida, 94; 314-315).



[44] J. A. BENITO, La Iglesia de Lima de 1598 según Santo Toribio de Mogrovejo, Lima 2006, 22.



[45] JUAN PABLO II, «Exhortación apostólica post-sinodal Pastores gregis», n. 7.

 

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