El rostro grave y severo de la monjita entrada en años se mostró angelical y radiante al sentirse salpicada con una gota de agua bendita. En cinco minutos, toda la iglesia se tornó radiante con algo tan sencillo como sentirse bendecidos con gotas de agua bendita. Y pensé que era como las COSQUILLAS que Dios hacía a sus hijos. Y cuántos modos y cuántas maneras tiene el Señor para proporcionarnos mil y un detalle de generosa alegría. Y pensé que ser cristiano era lo más bello. Y que todo lo verdadero, bueno y bello son semillas de felicidad repartidos por doquier en toda la humanidad. Sin ir más lejos, en la iglesia de las MM. Concepcionistas donde me encontraba: el retablo deslumbrante, la simpatía de las religiosas, el entusiasmo del misionero monfortiano, la devoción de los niños y jóvenes del P. Hugo de Censi, la vitalidad de los acólitos, los generosos gestos al darnos la paz, la revista misionera ofrecida a la entrada, las canciones, la posibilidad de confesarse…Y, al salir, la sonrisa de un niño, y el canto del pájaro, el sol del jardín, las flores multicolores, la pulcritud de la capilla, la alegría de volvernos a encontrarnos, los cerros empinados de Ñaña…. Sí, si nos abriésemos del todo a la Realidad nos faltaría tiempo para agradecer al Buen Dios por tantos detalles que son su caricia permanente y, de vez, en cuando hasta cosquillas para que nuestro mundo sonría porque DIOS NOS AMA.