Este25 de julio se celebra la fiesta del  apóstol Santiago el Mayor, el “primo” de Jesús, patrono de España y  venerado en el mundo hispano; pensemos en tantos lugares con su nombre: Hacienda  Santiago Punchauca, Santiago de Chuco, Santiago de Surco, Santiago de Cuba,  Santiago de Chile…. Les comparto diversas notas y en especial la  catequesis de Benedicto XVI. ¡Feliz día!
I.              ¿Quién es Santiago  Matamoros?  Manuel Fernández Espinosa Publicado  en ARBIL: Arbil, nº81 Mi espada por Santiago
A pesar del apellido, tan políticamente incorrecto, se  trata del mismo Apóstol Santiago bajo la faz y hechuras guerreadoras. Él es  Santiago el Mayor, el de los Evangelios, hijo de Zebedeo y Salomé y hermano del  joven Juan, el apóstol amado del Señor. Jesucristo llamó a ambos hermanos los "Boanerges"  -los Hijos del Trueno-, por el celo que mostraron por la honra del Señor cuando  pidieron que cayera fuego del cielo sobre una aldea que había impedido el paso  a Jesús y a sus acompañantes. La madre de ambos siempre estaba alrededor de  Cristo, pidiéndole que reservara a sus hijos elevados puestos de gloria en el  Reino que estaba por venir. Jesucristo les preguntó si serían capaces de beber  el cáliz y ellos contestaron: "possumus!" -¡podemos!. La tradición  sitúa a Santiago en la antigua Hispania, propagando el Evangelio. A las orillas  del Ebro, en Cesaraugusta -Zaragoza-, se le apareció la Virgen María (que  todavía vivía en este mundo sin haber sido asunta al cielo). Nuestra Señora le  previno de los peligros que se cernían sobre el grupo de cristianos que él  formaba, animándolo a seguir con su labor apostólica. Santiago siguió  predicando hasta que decidió regresar a Jerusalén, donde fue martirizado. Según  la venerable leyenda su cadáver fue trasladado por sus discípulos y depositado  en Compostela -el campo de la estrella-, donde Europa lo continua venerando.
  
  Ejecutoria del Celestial Caballero Santiago  Matamoros. La tradición del  Matamoros se remonta al reinado de Ramiro I (muerto en 850) que sucedió en el  trono de Asturias y León a su tío Alfonso el Casto (muerto en 842). Al fallecer  su tío, los moros reclamaron el tributo de las cien doncellas (cincuenta hidalgas  y cincuenta plebeyas) que tenían impuesto a los cristianos. Ramiro I que estaba  en Bardulia (antiguo nombre de Castilla la Vieja) no quiso entregarles las cien  doncellas y se encontró frente a frente con la morisma en Clavijo donde en la  víspera de la batalla, según la tradición, se le aparece en sueños el Apóstol  Santiago. Santiago le comunica que ha sido designado por Dios como Patrón de  las Españas. Santiago anima a Ramiro al combate y le pide que lo invoque. Los  cristianos dan batalla al grito de "¡Dios ayuda a Santiago!", y los  moros son vencidos. Aquella gloriosa jornada de las armas cristianas será la  fundación de la Orden de Santiago.
  En la batalla de Hacinas entre el Conde Fernán  González (muerto en 970) y el caudillo moro Almanzor aparece otra vez Santiago,  que le dice al conde de Castilla: "¡Ferrando de Castiella, hoy te crece  gran bando!". Las huestes de Fernán González vencen a los moros al grito  de "¡Santiago y cierra!" (es la primera vez que se registra el que  luego será grito famoso entre los cristianos peninsulares cuando entran en  batalla; este grito de guerra viene a significar: Santiago y choquemos contra  ellos). Entre la leyenda y la historia, muchas serán las apariciones de  Santiago en la historia bélica de España.
II.            El apóstol Santiago y  el mundo hispanoamericano por Zacarías de  Vizcarra. http://www.arbil.org/(86)text.htm
Principales fragmentos del estudio publicado en  Buenos Aires por Don Zacarías de Vizcarra, honra de nuestro sacerdocio, para  animar, durante las presentes tribulaciones, a los católicos españoles, con la  visión de las pasadas misiones y de los destinos futuros de España y de la  Hispanidad 
  Las angustias presentes nos obligan a levantar nuestros ojos y nuestros  corazones hacia la gran figura de Santiago el Mayor, Padre, Fundador y Patrono  celestial de la Iglesia Española, en busca de aliento, consuelo, protección y  esperanzas. 
  Nuestro Apóstol, en el breve espacio de los nueve años que transcurrieron entre  la muerte de Jesucristo (año 33) y su martirio en Jerusalén (año 42), supo  hacer honor al sobrenombre que le había puesto su Divino Maestro, cuando le denominó  «Hijo del Trueno». 
  Caballero andante de Cristo, se alejó de la Palestina y de las regiones  colindantes, mucho antes que ningún otro Apóstol, y, en una correría evangélica  tan rápida como arrolladora, llegó hasta el confín del mundo entonces conocido,  recorrió a lo largo y a lo ancho la Península Ibérica, y fundó en ella la  Iglesia Española, que había de ser a su vez, con el tiempo, Madre fecunda de  otras veinte Iglesias, en mundos desconocidos de América y Oceanía. 
  Terminada esta gran obra, retornó a la Palestina, cuando aún no se habían  alejado de ella los demás Apóstoles, y comenzó a predicar públicamente, en  Jerusalén, la doctrina de su Maestro, con tal brío y elocuencia, que mereció  ser sacrificado por Herodes Agripa, como se narra en el sagrado libro de los  Hechos de los Apóstoles (XII, 2), por haberse concentrado en su persona el odio  de los judíos contra los discípulos de Cristo. 
  Fue el primer Apóstol que selló con su sangre el Evangelio, entregando su  cuello a la espada. Es también el que ha dado a la Iglesia Romana mayor número  de hijos espirituales, en las veinte naciones por las que se extendió y  consolidó la Iglesia española, fundada por él. 
  La paternidad espiritual de Santiago nos impone deberes que fácilmente  descuidamos y olvidamos, tanto en España como en América, porque: 1.º, cada  Iglesia debe amar y venerar especialmente al Apóstol que la fundó, reconociendo  en él a su Padre en Cristo; 2.º, los fieles de cada Iglesia deben imitar  especialmente el carácter y virtudes de su propio Apóstol. 
  La razón de este segundo deber está en que Jesucristo, con la sabiduría  infinita de que estaba dotado, preveía las necesidades especiales de cada uno  de los pueblos adonde se había de dirigir cada uno de sus Apóstoles, y destinó  para ellos al Padre espiritual que más les convenía, sobre todo tratándose de  pueblos como el español, que tenían reservadas altas misiones en su  Providencia. 
  Desde hace poco más de un siglo, las Iglesias de América han constituido  Provincias desligadas de su antigua Metrópoli; pero, en los tres primeros  siglos de su nacimiento, constitución y crecimiento, han sido mero desarrollo  extensivo y parte integrante de la Iglesia española, que es la Iglesia de  Santiago. 
  Por consiguiente, su Padre en la fe, lo mismo que el de las restantes diócesis  españolas, es Santiago el Mayor, y siguen siendo moralmente una parte  integrante de la gran Iglesia Jacobea, extendida por todo el hemisferio  occidental. 
  
  
Santiago, uno de los tres Apóstoles predilectos  de Cristo 
  Consta por los Santos Evangelios que Jesucristo distinguió con un amor especial  a tres de sus Apóstoles: a Simón Pedro, a Santiago el Mayor y a su hermano Juan  Evangelista.  Sólo a estos tres  distinguió Jesucristo con sobrenombres nuevos, impuestos por El. A Simón le llamó  Pedro (es decir, «Cefas», que significa «Piedra» , porque había de ser el Jefe  Supremo y «Piedra fundamental» de su Iglesia futura. A Santiago y a Juan los  llamó «Boanerges», que quiere decir «Hijos del trueno». 
  
  Sólo a estos tres Apóstoles separó de los demás, en las ocasiones más solemnes,  para darles muestra de su especial aprecio. Ellos sólo fueron elegidos para  verle transfigurado en el Tabor; ellos solos presenciaron la resurrección de la  hija de Jairo, porque Jesucristo, como dice San Marcos «no permitió que le  siguiese ninguno, fuera de Pedro y Santiago y Juan el hermano de Santiago» (V,  37); ellos solos fueron testigos de su agonía en el Huerto de las Olivas. 
  
  ¿Qué representaban estos tres Apóstoles? San Pedro representaba la cabeza del  futuro cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia; Santiago y San Juan  Evangelista representaban el brazo derecho y el brazo izquierdo de Jesucristo y  de su representante San Pedro. 
  
  La Iglesia Romana es indiscutiblemente el centro de la Iglesia de Cristo. A los  dos lados de la Iglesia Romana se levantan la Iglesia Occidental fundada por  Santiago, y la Iglesia Oriental que reconoce como su principal Apóstol a su  hermano San Juan, el más joven de todos los Apóstoles. 
  La Iglesia Oriental tuvo una brillantísima juventud; pero luego decayó  lamentablemente, con tenaces herejías y con el funestísimo Cisma Oriental, que  todavía dura. La Iglesia del joven San Juan, después de su juventud, fue más  bien carga que apoyo para Pedro, y el mismo San Juan abandonó su sepultura del  Oriente Cismático y se refugió en Roma, junto al sepulcro de Pedro. La Iglesia  de Juan es desde hace siglos la izquierda de Pedro. Hasta en el mapa mundi  físico, la Iglesia Oriental queda a la izquierda de Roma. Porque la orientación  normal es la del Sol. Y mirando a éste desde Roma, en su curso medio, la  Iglesia Oriental queda a la izquierda de la Iglesia Romana. 
  
  En cambio, la Iglesia de Santiago, aun físicamente considerada, queda a la  derecha de la Iglesia Romana, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo. Y mucho  más si consideramos la derecha en su sentido moral. La Iglesia de Santiago es  la que ha dado mayor número de fieles y de naciones enteras a la Iglesia  Romana. Es la que ha mantenido siempre, en conjunto, mejores relaciones y más  leal adhesión a la Cátedra de Pedro. Es la que ha defendido a la Iglesia  Católica más denodadamente, en las grandes crisis de la historia. Es la primera  nación que reconoció prácticamente, desde el año 254, la suprema potestad  judicial del Romano Pontífice, apelando a ella contra la sentencia pronunciada  por un concilio nacional de la misma Península. (Marx, Historia de la Iglesia,  pág. 99.) 
  
  Vemos, pues, que se cumplió literalmente lo que había pedido para los dos  primos de Jesucristo su madre Santa María Salomé, cuando ésta, postrada a los  pies del divino Maestro, le dijo: «Manda que estos dos hijos míos se sienten en  tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» (Evangelio de San Mateo, XX,  20.) 
  
  Derrota del Arrianismo.– El arrianismo fue la primera herejía que  desgarró a la Iglesia, después de su libertad, en el siglo IV, y también la más  peligrosa de todas las que ha sufrido la Iglesia, hasta la rebelión  protestante. Negaba solapadamente la divinidad de Cristo, y arrastró hacia el  error a gran número de Obispos e Iglesias particulares, hasta llegar a dar la  impresión de que todo el orbe se estaba convirtiendo en arriano. 
  
  El brazo fuerte que tuvo a raya esta gran rebelión contra la Iglesia, fue el de  Osio el Grande, secundado por el infatigable doctor alejandrino San Atanasio. 
  
  Osio aconsejó la convocación del primer Concilio Universal de la Iglesia; Osio  lo organizó en Nicea, con la ayuda de Constantino, enviando carros y viáticos a  todos los Obispos del mundo, para trasladarse a aquella primera augusta  asamblea; Osio la presidió en nombre del Romano Pontífice; Osio dictó  solemnemente al secretario del Concilio el Símbolo de la Fe Ortodoxa, que fue  aclamado y suscrito por la augusta asamblea y sigue rezándose y cantándose por  toda la Iglesia, en las misas de los domingos y días solemnes, para proclamar a  Jesucristo: «Dios verdadero procedente de Dios verdadero, engendrado y no  hecho, consubstancial con el Padre, &c.» . 
  
  De tal manera se convirtió Osio en campeón de la fe católica, que llegó a ser  presidente obligado de los concilios subsiguientes, como el de Milán y el de  Sárdica, recibió el título de «Príncipe de los Concilios», y mereció que los  arrianos, después de haber arrastrado a su bando al sucesor de Constantino,  escribieran así al emperador arriano: «Todo es inútil mientras Osio de Córdoba  esté en pie... Basta la autoridad de su palabra para arrastrar a todo el mundo  contra nosotros. El símbolo de Nicea es obra suya, y somos herejes porque él lo  pregona.» 
  
  Fue tal el odio de los arrianos contra Osio, que la tempestad de calumnias y  libelos desatada contra él, en vida y después de muerto, llegó a impedir que  fuera venerado en los altares por las Iglesias del Occidente, aunque recibe  culto en las del Oriente, donde vindicó su memoria San Atanasio el Grande. 
  
  Notemos finalmente que el triunfo decisivo contra el arrianismo tuvo también  lugar en España, el año 589, cuando el Rey visigodo Recaredo, con todo el  ejército y pueblo germánico arriano que había invadido a España, abjuró sus  errores en el famoso Concilio III de Toledo, y abrazó la fe católica de los  españoles. 
  
  
  Derrota del Mahometismo 
  Nadie ignora que España fue el muro en que se estrelló la expansión arrolladora  del imperio mahometano, que, desde el Africa, había invadido a Europa, a través  del estrecho de Gibraltar. 
  Siete siglos y medio luchó España sin tregua contra los feroces muslimes, cuya  religión prometía el paraíso a todos los que muriesen guerreando con la espada  contra los que no abrazasen la doctrina del Corán. 
  Esta lucha titánica se terminó el mismo año 1492, en que las naves españolas  descubrieron un nuevo mundo infiel, que había de ser convertido a la fe de  Cristo. 
  Tampoco es preciso recordar que el predominio creciente del imperio turco  mahometano, en el Oriente de Europa, tuvo su tumba en las aguas de Lepanto,  bajo el mando del príncipe español don Juan de Austria y por el valor de los  marinos españoles, acompañados solamente por los soldados pontificios y  venecianos. 
  
  Victoria del Universalismo Católico.– Dos tumbas, en los dos puntos  extremos del mundo cristiano, fueron, como dice Guéranger { L'anné liturgique,  XXV juillet.}, en la Edad Media, los dos polos predestinados por Dios para un  movimiento absolutamente incomparable en la historia de las naciones. 
  La tumba de Jesucristo en Jerusalén, y la tumba del Hijo del Trueno en  Compostela fueron las que arrastraron hacia sí el corazón de la Europa  medioeval, enviando a la primera ejércitos de guerreros y peregrinos, y a la  otra ejércitos mucho mayores de solos peregrinos, en que iban confundidos en un  solo ideal hombres de todas las razas y naciones, cantando en todas las lenguas  las alabanzas de Jesucristo y de Santiago. 
  
  Estas dos peregrinaciones dieron origen a las Ordenes caballerescas, destinadas  primitivamente a proteger a los peregrinos. 
  Cuentan los viejos cronistas de Carlomagno, que el emperador de la barba  florida, en el atardecer de un día de recia labor guerrera, en los bordes del  mar de Frisia, se quedó contemplando, en el cielo claro, la Vía Láctea, cuajada  de innumerables estrellas; y, recordando con nostalgia, en aquellas lejanas  riberas, a los peregrinos de Santiago, dijo a sus guerreros que aquella faja  brillante que atravesaba el cielo azul de oriente a occidente, era la línea que  señalaba a los peregrinos de todo el mundo la dirección que habían de seguir  para encontrar la Casa del Señor Santiago. 
  
  La tumba de Compostela fue cátedra sagrada de toda Europa. 
  Derrota de la Idolatría en el Nuevo Mundo.– El vasto hemisferio de América  y Oceanía, esclavo de la idolatría, de la antropofagia y de la corrupción moral  más degradante, fue puesto por la Providencia en manos de España, para que  desterrase de él la idolatría y la barbarie. 
  España cumplió con su misión de una manera tan rápida y asombrosa que,  cincuenta años después del descubrimiento, apenas había sin bautizar más indios  que los dispersos en los lugares más inaccesibles. Se cubrió toda América de  parroquias, conventos, residencias misioneras, obispados, y arzobispados. Las  listas de embarque de pasajeros para América, conservadas en el Archivo de  Indias, demuestran que el diez por ciento de todos los que se embarcaban eran  misioneros y sacerdotes. En 1649, había en América 840 conventos. Sólo en  Méjico, llegaron a contarse, en el momento de la mayor actividad misionera,  hasta 15.000 sacerdotes. 
  En presencia de estos datos, no es de extrañar lo que afirmaba un sacerdote  francés especializado en cuestiones misioneras, el cual decía que España,  durante solo el siglo XVI, había dado a la Iglesia mayor número de misioneros  de infieles que todo el resto del mundo en todos los siglos de existencia del  Cristianismo. 
  Así logró España la victoria más grande que se ha conseguido sobre la  idolatría, y agregó a la Iglesia Romana diez y ocho naciones soberanas,  engendradas por ella con indecibles trabajos y heroísmo que hacen exclamar al  protestante norteamericano Charles Lummis: «Ninguna otro nación madre dio jamás  a luz cien Stanleys y cuatro Julios Césares en un siglo; pero eso es una parte  de lo que hizo España para el Nuevo Mundo.» (Los exploradores españoles, pág.  51. Ed. Araluce, Barcelona.) 
  
  Derrota del protestantismo 
  Nunca perdonarán los protestantes a España el celo con que se opuso a la  difusión del Protestantismo, durante los reinados de Carlos V y Felipe II.  La única fuerza humana que impidió el  triunfo completo de los protestantes en toda Europa, ante los esfuerzos  combinados de los luteranos de Alemania y Holanda, de los anglicanos y  puritanos de Inglaterra, de los hugonotes de Francia, de los valdenses de  Italia, &c., &c., fue la tenacidad con que España hizo frente  simultáneamente a casi toda Europa, en los más distantes campos de batalla,  desde Flandes hasta Sicilia, y desde Varsovia hasta París, que fue ocupada por  las tropas españolas, hasta que Enrique IV abjuró el protestantismo en Saint  Denis. Hubo momentos en que los únicos grandes Estados oficialmente católicos  del mundo fueron España, Portugal y Roma, es decir, San Pedro y Santiago. 
  Las regiones de Europa en que sobrevivió el catolicismo, después de la rebelión  protestante, deben eterna gratitud a España, que se sacrificó, desangró y  empobreció, por su tesón en conservar este tesoro para sí y para todas las  demás naciones del continente, 
  Tenían, pues, razón los Pontífices que, en documentos solemnes, llamaban  entonces a España y a sus católicos monarcas «Brazo derecho de la Cristiandad». 
  España no hacía más que cumplir la misión de su Apóstol Santiago, brazo derecho  de Jesucristo y de su Vicario en la tierra. El envió al caballero Iñigo de  Loyola, para fundar la guardia de corps del Pontífice Romano y luchar sin  tregua contra el protestantismo. El envió a Teresa de Jesús, a Juan de la Cruz  y a la pléyade de santos y sabios españoles que apuntalaron a la Iglesia en  aquella terrible crisis. 
  Misiones que están reservadas a España para los tiempos venideros. Nuevos días de gloria para los hijos de  Santiago. Sin pecar de crédulos, podemos prestar piadoso asentimiento a lo que  anunció Santa Brígida, en el siglo XIV, sobre las futuras misiones de España,  tanto porque se cumplió ya la primera parte de aquellas predicciones, desde  siglo y medio después que fueron escritas, como porque la Iglesia, en el Breviario,  las mira con extraordinario respeto, al asegurar que «le fueron revelados por  Dios muchos arcanos». (Breviario Romano, 8 de octubre.) 
  La santa princesa sueca escribió en la primera mitad del siglo XIV sus famosas  revelaciones, entre las cuales hay una, en que anuncia los sucesos principales  que han de ocurrir antes de la venida del Anticristo y del fin del mundo.  Comienza por anunciar que se convertirán al cristianismo algunas naciones  desconocidas, lo cual se verificó siglo y medio más tarde con el descubrimiento  y conversión del nuevo mundo: 
  «...Antes que venga el Anticristo –dice– se abrirán las puertas de  la fe a algunas naciones, en las cuales se cumplirán las palabras de la  Escritura: 'Un pueblo que no sabe me glorificará, y los desiertos serán  edificados para mí.'» 
  
  La época que ha de seguir a la del descubrimiento del Nuevo Mundo, la describe  de este modo:«Después serán muchos los cristianos amadores de herejías y los  inicuos perseguidores del clero, y los enemigos de la justicia.»
Tenemos aquí tres rasgos que retratan la  historia religiosa del mundo, desde el descubrimiento de América hasta hoy:  l.º, la aparición de numerosas herejías entre los cristianos; lo cual se  verificó veinticinco años después del descubrimiento de América, cuando en 1517  se rebeló contra el Papa el monje alemán Fray Martín Lutero, y, tras él, fueron  apareciendo innumerables sectas de calvinistas, zuinglianos, anabaptistas,  anglicanos, puritanos, socinianos, &c.; 2.º, el anticlericalismo, que sobre  todo desde el siglo XVIII prevaleció en los gobiernos de las naciones  católicas, multiplicándose en ellas las expulsiones de religiosos,  desamortizaciones, despojos y atropellos de todas clases, llevados a cabo por  los inicuos perseguidores del clero, y principalmente por los masones; 3.º, la  lucha de clases, exacerbada por los enemigos de la justicia social, abusando  los unos de su capital y los otros de su trabajo y su número. Este tercer  período lo estamos recorriendo actualmente en casi todas las naciones del mundo,  aunque en ninguna de ellas reviste un carácter más injusto y trágico que en  Rusia, donde clases enteras de la sociedad han sido esclavizadas y despojadas  de sus derechos más elementales. 
  
  A continuación describe la Santa lo que sucederá después de la época de la  injusticia, y dice: 
  «Finalmente, vendrá el más criminal de los hombres, el cual, unido con los  judíos, combatirá contra todo el mundo, y hará todo esfuerzo para borrar el  nombre de los cristianos. Muchísimos serán muertos.» 
  Una pequeña muestra de lo que ha de ser esta persecución la tenemos en lo que  están haciendo los judíos en Rusia, con su guerra nunca vista contra el  cristianismo y sus ocho millones de socios activos para la propaganda del  ateísmo, primera etapa destructiva, según sus dirigentes, para construir en la  segunda etapa, sobre las ruinas de todas las religiones, el monopolio del  judaísmo. 
  Pero, en esta terrible crisis, aparecerá, como en las demás grandes crisis de  la Iglesia, el brazo de Santiago y de su pueblo, para defender a la  Cristiandad, según lo dice a continuación la Vidente sueca: 
  «Tendrá fin aquella funestísima guerra, cuando sea proclamado Emperador un  hombre engendrado de la estirpe de España. Este vencerá maravillosamente, con  el signo de la Cruz, y será el que ha de destruir la secta de Mahoma y  restituirá el templo de Santa Sofía.» (Véanse las palabras de Santa Brígida, en  la obra L'odierna guerra, de Ciuffa, págs. 181 y 184, ed. Roma. Tipografía  Pontificia, nell'Istituto Pío IX, 1916.) 
  
  Según esta predicción, abonada por el cumplimiento de lo sucedido hasta hoy, y  por la respetable autoridad de su origen, tenemos que España y su estirpe, es  decir, toda la Hispanidad, debe cumplir todavía dos brillantes misiones en la  Cristiandad, para salvar a la Humanidad en su más terrible crisis: 
  
  1.º Debe derrotar al Anticristo y a toda su corte de judíos, con el signo de la  Cruz. 
  (Bien podría ser la Cruz Roja flordelisada de Santiago, que ha sido suprimida  por la actual República Española, juntamente con la Orden Militar que la  ostentaba, cargada de glorias y recuerdos, y que nosotros, en desagravio, hemos  colocado al frente de esté opúsculo, asociada con la Cruz Blanca de Covadonga,  llamada también de la Victoria y de la Reconquista, porque lo que ahora  esperamos de Santiago es especialmente «reconquista» y «victoria» contra los  opresores de la Iglesia Española.)
  
  2.º Debe España completar la obra iniciada en Covadonga, Las Navas, Granada y  Lepanto, destruyendo completamente la secta de Mahoma y restituyendo al culto  católico la catedral de Santa Sofía, en Constantinopla. 
  ¡Qué hermoso ideal para enardecer el entusiasmo de las juventudes españolas e  hispánicas, fraternalmente unidas bajo el signo de Santiago! 
  Confirmación de las grandiosas misiones futuras de España y de la Hispanidad 
  Coincide con lo que predijo en el siglo XIV la Vidente de Suecia, lo que  escribió en su libro de Memorias, el año 1606 otro vidente y taumaturgo,  residente entonces en Mallorca, San Alonso Rodríguez. 
  Escribe este gran Santo, en el lugar citado, que uno de los días de aquel año  caminaba muy triste por las costas de Mallorca, pensando en las dolorosas  noticias que había recibido de Africa, sobre los sufrimientos de unos  religiosos que habían sido cautivados por los moros, y de repente «sin darse  cato de tal cosa –dice, según su costumbre, en tercera persona– vio  a deshora una gran armada en los mares de Mallorca. Iba Jesús en la vanguardia,  María en la retaguardia, muchos Angeles entre los soldados. La mandaba el Rey  en su propia persona, con una gran ejército que había de conquistar toda la  Morisma, y sujetarla, y ella se convertiría con gran facilidad a la fe de  Cristo Nuestro Señor.» 
  Y añade: «La victoria será tan grande cual, por ventura, rey cristiano haya  tenido jamás, y resultará gran gloria de Dios y bien de las almas.» (Memorias  de San Alonso Rodríguez, año 1606.) 
  Si queremos apresurar la hora del triunfo de España y de la Hispanidad, imitemos las  virtudes de Santiago 
  
  Todos los Apóstoles murieron de muerte violenta, excepto San Juan. Pero el  primero que regó con su sangre el Evangelio que predicaba, y el único cuyo  martirio se narra en la Sagrada Escritura, fue el Apóstol Santiago. 
  
  Consta también, por la misma Sagrada Escritura, el género de muerte que le  dieron: le degollaron «con espada». 
  Es la muerte más apropiada para un carácter tan caballeresco como el de  Santiago. 
  
  En recuerdo de esta muerte, la Cruz de Santiago termina en una espada. 
  Y no sólo por esto, sino también porque, en varias batallas contra los  invasores infieles, apareció Santiago confortando a los guerreros cristianos y  hasta peleando a su lado, con su caballo y su espada. 
  Así lo dice el himno del Breviario Romano, en el oficio propio de España:  «Cuando por todas partes nos apretaban las guerras, fuiste visto Tú, en medio  de la batalla, abatiendo brioso a los desaforados moros, con tu corcel y con tu  espada.» (Oficio del 25 de julio.) 
  Santiago fue el patrón y modelo de los esforzados caballeros de la Cruz, en los  heroicos siglos de la Edad Media. El rey caballero San Luis, al morir lejos de  Francia, en su tienda de campaña, bajo los muros enemigos de Túnez, en la  octava Cruzada, balbuceaba agonizante la oración de la misa de Santiago: «Sed,  Señor, para vuestro pueblo, santificador y custodio; a fin de que fortificado  con el auxilio de vuestro Apóstol Santiago, os agrade con su conducta y os  sirva con tranquilo corazón.»(Guéranger, L'année, liturgique, XXV, juillet.) 
  
  Y en efecto, los rasgos morales del carácter de Santiago son los de un  caballero andante de Cristo. Por eso la Cruz de Santiago, además de la espada  en que termina, tiene tres flores de lis, que son los símbolos heráldicos del  honor sin mancha que profesaban los caballeros. 
  
  Y hasta, si creemos a Alfonso el Sabio, en su Primera Crónica General, el mismo  Santiago se mostró defensor de su título de caballero de Cristo. 
  
  Cuenta el Rey Sabio que, en el siglo XI, reinando Fernando el Magno, fue en  peregrinación a Santiago de Compostela el Obispo griego Estiano, y que, al oír  que Santiago «parescíe como cavallero en las lides a los cristianos», les dijo  con enojo y porfía: «Amigos, non le llamedes cavallero, mas pescador». 
  
  Pero el Santo se encargó de desengañarle; porque aquella misma noche se le  apareció Santiago «a guisa de cavallero muy bien garnido de todas armas claras  et fermosas» y le dijo: «Estiano, tú tienes por escarnio, porque los romeros me  llaman cavallero, et dizes que non lo so; ...nunqua iamás dubdes que yo non so  cavallero de Cristo et ayudador de los cristianos contra los moros». 
  
  En confirmación de ello, le dijo que al día siguiente a las nueve de la mañana,  entregaría la ciudad de Coimbra al rey Fernando, que la tenía cercada hacía  mucho tiempo. A la mañana siguiente comunicó el Obispo al pueblo, en la  Catedral, que Santiago le había anunciado para aquel día la toma de Coimbra; y,  en efecto, días más tarde llegó a la ciudad del Apóstol la noticia de la  victoria, que tuvo lugar el mismo día y hora que había anunciado el Obispo.  (Primera Crónica General, cap. 807.) 
  
  Santiago, ferviente devoto de la Virgen María 
  
  Los dos hijos del Zebedeo y de María Salomé se distinguieron por su amor a su  augusta tía la Virgen Santísima, que había sido encomendada por Jesucristo, desde  la Cruz, a los cuidados filiales del hermano menor de Santiago, en cuya casa  tuvo desde entonces su residencia la Madre de Dios. 
  
  Antes de que partiera Santiago para su audaz y remota expedición a España,  refiere la tradición que se despidió de la Santísima Virgen (si es que no fue  ella la inspiradora del viaje), y le prometió visitarle en aquella ciudad de  España en que iluminase a mayor número de fieles con la luz del Evangelio. 
  
  En efecto, la Santísima Virgen vino un día maravillosamente en carne mortal a  Zaragoza, visitó al Apóstol, le entregó una columna de mármol, que simbolizaba  la firmeza de la fe sembrada por él en la Península Ibérica, le pidió que  levantará allí una capilla donde ella fuese invocada (la primera que se erigió  en el mundo, en honor de la que había dicho de sí misma en el «Magnificat»: Me  llamarán bienaventurada todas las generaciones), y le avisó que volviera  después a Jerusalén, donde había de tener término su misión. 
  
  La Iglesia de España, fundada por el caballeresco sobrino de María Santísima, y  honrada por ella, antes de su muerte, con su visita corporal y con el regalo de  su Pilar, no podía menos de ser devotísima de la celestial Señora, como en  efecto lo ha sido, a través de todos los siglos. 
  
  Santiago, amigo fidelísimo de San Pedro 
  Santiago fue llamado por Jesucristo al Apostolado el mismo día y en el mismo  sitio que San Pedro. 
  Jesucristo quiso anudar una amistad especialísima entre San Pedro y Santiago,  separándolos de los demás Apóstoles, y llevándolos en su más íntima compañía,  junto con San Juan, en las ocasiones más solemnes. 
  Santiago correspondió a esta amistad recibiendo en su cabeza la cuchillada que  iba dirigida al jefe de la Iglesia cristiana, en la intención de Herodes y de  los judíos. 
  
  San Pedro correspondió a la amistad de Santiago, ordenando de Obispos a los  Siete Varones Apostólicos, discípulos de Santiago, y enviándolos a fundar otras  tantas Sedes en el Sur de España, donde Santiago no había dejado Obispos. 
  La Iglesia española, a semejanza de su fundador, ha sido siempre muy adicta a  la autoridad del Romano Pontífice, y seguirá siéndolo, por merecer el honor de  desempeñar en los momentos críticos el oficio jacobeo de brazo derecho de San  Pedro. 
  
  Santiago sabe cambiar su armamento según las necesidades de la época 
  Nota muy bien Dom Guéranger, en el lugar antes citado, que Santiago, después de  su temprana muerte, continuó su Apostolado en el mundo, por medio de la Iglesia  española, y que, en cada época, adoptó las armas y los medios que reclamaban  las circunstancias. 
  Hubo una época en que no se podía defender a la Iglesia eficazmente con  predicaciones, ni libros, ni discusiones; porque los mahometanos, por mandato  de su ley, rechazaban toda discusión. Y entonces Santiago apoyaba a los  guerreros de la Cruz, apareciendo entre ellos, como un rayo, tremolando con una  mano su estandarte blanco adornado con la Cruz Roja, y blandiendo con la otra  su espada reluciente. 
  Pero, «cuando los Reyes Católicos arrojaron al otro lado de los mares a la  turba infiel que nunca debió pasarlos –añade Guéranguer– el  valiente jefe de los ejércitos de España, se despojó de su brillante armadura,  y el terror de los moros se convirtió en mensajero de la fe. 
  
  »Subiendo a su barca de pescador de hombres y rodeándose de las flotas de  Cristóbal Colón, de Vasco de Gama o de Albuquerque, los guiará por mares  desconocidos, en busca de playas a donde hasta entonces no había sido llevado  el nombre del Señor. 
  »Para traer su contribución a los trabajos de los Doce, Santiago acarreará del  Occidente, del Oriente, del Mediodía, mundos nuevos que renovarán el estupor de  Pedro, a la vista de tales presas.» 
  Y aquél, cuyo apostolado, en tiempo del tercer Herodes, pudo creerse tronchado  en flor, antes de haber dado sus frutos, podrá repetir aquellas palabras (de  San Pablo): «No me creo inferior a los más grandes Apóstoles; porque por la  gracia de Dios, he trabajado más que todos ellos.» (L'année liturgique, XXV juillet,  págs. 226, 227). 
  Las armas actuales de Santiago y de sus caballeros 
  Hoy día, los hijos de Santiago, esparcidos por Europa, América, Oceanía y  algunos también por las colonias españolas y portuguesas de Africa y Asia,  deben imitar a su Apóstol, con las armas que les impone la imperiosa necesidad  del momento crítico en que nos encontramos. 
  Las armas jacobeas de hoy son cuatro: enseñanza catequística; prensa, sobre  todo diaria y periódica; cátedra, sobre todo la oficial; y organización obrera. 
  Los modernos «caballeros de Santiago», deben adiestrarse y ejercitarse en el manejo  de estas armas, sin descuidar, por supuesto, los demás medios de santificación  y defensa que son eternos, y no necesitan cambios, sino reparaciones. 
  Súplica de Dom Guéranguer por España 
  El sabio escritor francés a quien acabamos de citar, conocía y penetraba, mejor  que muchos españoles, el sentido de la Historia de España y su misión  providencial en el mundo. 
  España ha sido destinada por Dios para proseguir la misión del Hijo del Trueno,  proclamando y defendiendo, en gran estilo, como lo hizo en Nicea, en Toledo y  en Trento, las verdades católicas fundamentales; y su mayor desgracia sería la  de inutilizarse para esa misión, por el debilitamiento, o como dice  gráficamente el mismo escritor, por el achicamiento de esas grandes verdades en  su espíritu público. 
  Por eso dirige él a Santiago esta súplica, que gustosos reproducimos y  repetimos: 
  «¡Oh Patrón de las Españas! No os olvidéis del ilustre pueblo que os debe a Vos  su nobleza espiritual y su prosperidad temporal. Protegedle contra el achicamiento  de las verdades que hicieron de él, en sus días de gloria, la sal de la tierra.  Haced que piense en la terrible sentencia de Jesucristo, en que se advierte que  'si la sal se vuelve insípida, no vale va para nada sino para ser arrojada y  pisada por las gentes'.» (San Mateo, V, 13.) 
  ¡No! ¡El espíritu de España no ha de tolerar mucho tiempo este achicamiento! 
  ¡El espíritu de España se erguirá caballeresco y altivo contra el masonismo,  laicismo y judaísmo que lo pisotea! 
  ¡El espíritu de España defenderá el tesoro de Santiago contra los moros  modernos que han invadido su herencia sagrada! 
  Porque Santiago y España tienen que cumplir todavía dos misiones a cual más  gloriosas: 
  Santiago y España tienen que defender un día a la Iglesia de San Pedro, combatiendo  y derrotando al Anticristo y a su corte de judíos; 
  Santiago y España tienen que cantar un día el Credo de Nicea en la mezquita de  Santa Sofía, después de haber rasgado en su pórtico, entre los aplausos de la  Morisma bautizada, los falsos mandamientos de Mahoma. 
  
  Así sea. •• Zacarías de  Vizcarra 
  
  
III.          Santiago  mata-indios. La  creencia en Santiago como portador de rayo y trueno terminó por asentarse en el  folklore latinoamericano. En algunas regiones andinas, señala Emilio Choy en el  estudio de los documentos de Castro Pozo, “creen que el rayo es arrojado  por Santiago en su lucha con el demonio”. Guamán  Poma de Ayala lo llama "Santiago mata-indios", acorde al prestigio de  "mata-moros" que tenía al llegar a América. Hasta rinden tributo a  estatuillas donde aparece arrollando a un indio con su poderoso corcel. Más  detalles en el artículo "Santiago Mataindios". Entre los meses de julio  y agosto se celebran las fiestas de la Herranza o marcación del ganado -  también conocidas como Santiago - para agradecer a la tierra y los apus  tutelares y pedir al santo que como dueño de la lluvia fecunde los pastos y  haga reproducir el ganado. Es un santo amigo de profundo arraigo, especialmente  entre los campesinos de diferentes regiones.
  
  Santiago está vinculado a Illapa, dios milenario de origen pre-inca, muy temido  en el mundo andino y asociado al rayo, el trueno y las tempestades, que trae la  lluvia que beneficia los campos y da la vida, pero también envía las descargas  eléctricas e incendios producidos por el rayo, los que pueden causar la muerte  de los animales.
IV.          Benedicto XVI. El  apóstol Santiago el Mayor enseña a los cristianos de todos los tiempos  que la gloria está en la Cruz de Cristo y no en el poder, constató Benedicto  XVI este miércoles. El pontífice dedicó su intervención en la audiencia  general a recordar la figura del hermano del apóstol Juan, los «hijos  del trueno», como les llamaba Jesús, que, a través de su madre pidieron al  Señor un lugar de preferencia en su Reino. 
  Santiago se convertiría en el primero de los apóstoles en «beber del  cáliz de la pasión» a través del martirio en Jerusalén, a inicios de los años  40 del siglo I. De este modo, ante los más de 30 mil peregrinos congregados en  la plaza de San Pedro del Vaticano, el Santo Padre continuó con  la serie de meditaciones sobre la Iglesia y sus orígenes, en las que está  repasando las figuras de los doce apóstoles. Hasta ahora ha presentado las  figuras de Pedro y Andrés.
La  plaza de San Pedro se encontraba bajo un tremendo sol y temperaturas muy  elevadas. El Papa, compadecido de los fieles, abrevió su intervención,  concentrándose en los dos momentos decisivos de la vida de Jesús que Santiago  vivió de cerca junto a Pedro y a Juan: la transfiguración en el  monte Tabor y la agonía, en el Huerto de Getsemaní.Esta última experiencia,  explicó Benedicto XVI, «constituyó para él una oportunidad para madurar  en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista de la  primera: tuvo que atisbar cómo el Mesías, esperado por el pueblo judío  como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de honor y gloria, sino  también de sufrimientos y debilidad». 
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«La  gloria de Cristo se realiza precisamente en la Cruz, en la participación  en nuestros sufrimientos», añadió.
  «Esta maduración de la fe fue llevada a cumplimiento por el Espíritu Santo  en Pentecostés», preparando a Santiago para aceptar el martirio a manos del rey  Herodes Agripa. 
  El Papa recordó también las sendas tradiciones en las que se narra el  ministerio de Santiago como evangelizador de España, ya sea antes de  morir, o después de su muerte, con el traslado de su cuerpo a Compostela. 
  
  La intervención del Papa concluyó sacando las lecciones que los  cristianos pueden aprender hoy de Santiago: en particular, «la prontitud  para acoger la llamada del Señor, incluso cuando nos pide que dejemos la  “barca” de nuestras seguridades humanas».
  
  Del hijo de Zebedeo es posible imitar, añadió, «el entusiasmo» para  seguir a Jesús «por los caminos que Él nos indica más allá de nuestra  presunción ilusoria; la disponibilidad para dar testimonio de Él con valentía  y, si es necesario, con el sacrificio supremo de la vida». 
«De este modo, Santiago el Mayor se nos presenta como  ejemplo elocuente de generosa adhesión a Cristo», concluyó, viendo en su  vida terrena «un símbolo de la peregrinación de la vida cristiana, entre las  persecuciones del mundo y los consuelos de Dios». 
  
  «Siguiendo a Jesús, como Santiago, sabemos, incluso en las  dificultades, que vamos por el buen camino», aseguró.
Queridos hermanos y  hermanas:
Continuamos con la serie  de retratos de los apóstoles escogidos directamente por
Jesús durante su vida.  Hemos hablado de san Pedro, de su hermano Andrés. Hoy,
nos encontramos con la  figura de Santiago. Las listas bíblicas de los Doce
mencionan a dos personas  con este nombre: Santiago, hijo de Zebedeo, y
Santiago, hijo de Alfeo  (Cf. Marcos 3, 17.18; Mateo 10,2-3), que son comúnmente
distinguidos con los  apelativos de Santiago el Mayor y de Santiago el Menor. Estas
designaciones no quieren  medir su santidad, sino simplemente constatar la
diferente relevancia que  reciben en los escritos del Nuevo Testamento y, en
particular, en el marco de  la vida terrena de Jesús. Hoy dedicamos nuestra atención
al primero de estos dos  personajes del mismo nombre.
El nombre de Santiago  [Jacobo, ndt.] es la traducción de «Iákobos», variación bajo
la influencia griega del  nombre del famoso patriarca Jacob. El apóstol de este
nombre es hermano de Juan,  y en las listas mencionadas ocupa el segundo lugar
después de Pedro, como  sucede en Marcos (3, 17), o el tercer lugar después de
Pedro y Andrés, como en  los Evangelios de Mateo (10, 2) y de Lucas (6, 14),
mientras en los Hechos de  los Apóstoles aparece después de Pedro y de Juan (1,
13). Este Santiago  pertenece, junto a Pedro y Juan, al grupo de los tres discípulos
privilegiados que han sido  admitidos por Jesús a momentos importantes de su vida.
Dado que hace mucho calor,  quisiera abreviar y mencionar ahora sólo dos de estas
ocasiones. Pudo  participar, junto a Pedro y Juan, en el momento de la agonía de
Jesús, en el Huerto de  Getsemaní, y en el momento de la Transfiguración de Jesús.
Se trata, por tanto, de  situaciones muy diferentes entre sí: en un caso, Santiago,
con los otros dos  apóstoles, experimenta la gloria del Señor, le ve hablando con
Moisés y Elías, ve traslucir  el esplendor divino en Jesús; en el otro, se encuentra
ante el sufrimiento y la  humillación, ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se
humilla, haciéndose  obediente hasta la muerte. Ciertamente la segunda experiencia
constituyó para él una  oportunidad para madurar en la fe, para corregir la
interpretación unilateral,  triunfalista de la primera: tuvo que atisbar cómo el
Mesías, esperado por el  pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba
rodeado de honor y gloria,  sino también de sufrimientos y debilidad. La gloria de
Cristo se realiza  precisamente en la Cruz, en la participación en nuestros
sufrimientos.
Esta maduración de la fe  fue llevada a cumplimiento por el Espíritu Santo en
Pentecostés, de manera que  Santiago, cuando llegó el momento del supremo
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testimonio, no se echó  para atrás. Al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes
Agripa, nieto de Herodes  el Grande, como nos informa Lucas: «echó mano a
algunos de la Iglesia para  maltratarlos. Hizo morir por la espada a Santiago, el
hermano de Juan» (Hechos  12, 1-2). La concisión de la noticia, carente de todo
detalle narrativo, revela,  por una parte, cómo era normal para los cristianos
testimoniar al Señor con  la propia vida y, por otra, que Santiago tenía una posición
de relevancia en la  Iglesia de Jerusalén, en parte a causa del papel desempeñado
durante la existencia  terrena de Jesús.
Una tradición sucesiva,  que se remonta al menos hasta Isidoro de Sevilla, cuenta
que estuvo en España para  evangelizar esa importante región del imperio romano.
Según otra tradición, su  cuerpo habría sido trasladado a España, a la ciudad de
Santiago de Compostela.  Como todos sabemos, aquel lugar se convirtió en objeto
de gran veneración y  todavía hoy es meta de numerosas peregrinaciones, no sólo
desde Europa, sino desde  todo el mundo. De este modo se explica la
representación  iconográfica de Santiago con el bastón del peregrino, y el rollo del
Evangelio, características  del apóstol itinerante, entregado al anuncio de la «buena
noticia», características  de la peregrinación de la vida cristiana.
Por tanto, de Santiago  podemos aprender mucho: la prontitud para acoger la
llamada del Señor, incluso  cuando nos pide que dejemos la «barca» de nuestras
seguridades humanas; el  entusiasmo para seguirle por los caminos que Él nos
indica más allá de nuestra  presunción ilusoria; la disponibilidad para dar testimonio
de Él con valentía y, si  es necesario, con el sacrificio supremo de la vida. De este
modo, Santiago el Mayor se  nos presenta como ejemplo elocuente de generosa
adhesión a Cristo. Él, que  inicialmente había pedido, a través de su madre,
sentarse con el hermano  junto al Maestro en su Reino, fue precisamente el primero
en beber del cáliz de la  pasión, en compartir con los apóstoles el martirio.
Y, al final, resumiendo  todo, podemos decir que su camino no sólo exterior sino
sobre todo interior, desde  el monte de la Transfiguración hasta el monte de la
agonía, es un símbolo de  la peregrinación de la vida cristiana, entre las
persecuciones del mundo y  los consuelos de Dios, como dice el Concilio Vaticano II.
Siguiendo a Jesús, como  Santiago, sabemos, incluso en las dificultades, que vamos
por el buen camino.
[Traducción del original  italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el
Santo Padre saludó a los  peregrinos en varios idiomas. Estas fueron sus palabras en
lengua española:]
Queridos hermanos y  hermanas:
Santiago el Mayor, hermano  de Juan, es uno de los tres discípulos que participan de
cerca en momentos  importantes de la vida de Jesús. La experiencia del sufrimiento
de Cristo en el huerto de  los Olivos, en contraste con la gloria manifestada en el
Tabor, le ayudaría a  madurar su fe, corrigiendo la posible imagen errónea de Jesús
como un Mesías temporal.  Después de Pentecostés, una tradición nos habla de su
evangelización en España,  así como del traslado de su cuerpo a la ciudad de
Santiago de Compostela,  que desde entonces es meta de numerosos peregrinos de
todo el mundo.
Del Apóstol Santiago  podemos aprender la prontitud en responder a la llamada del
Señor; el entusiasmo en  seguirlo por los caminos que Él nos indica; la
disponibilidad para dar  testimonio de Él con valentía. Así, Santiago se presenta
como ejemplo elocuente de  generosa adhesión a Cristo, siendo el primero de los apóstoles en sufrir el  martirio.



