Por tercera vez consecutiva se celebra el II Conversatorio: 120 años de marchas procesionales en el Perú en el universitario ambiente de la Casona de San Marcos , Parque Universitario de Lima.
El animado y presentador fue el músico y experto en marchas procesionales Manuel León Alva. En la separata entregada nos indica que tiene tres elementos: armonía, melodía y ritmo, y que la marcha peruana posee un ritmo con elementos afros.
Los ponentes fueron Iván Landa, José Soto Parra, Enrique Martín Tokumori, Marco Antonio Oliveros, Walter Isaac Effio, Miguel Ángel Oblitas, Luis Enrique Vargas Guevara y Monseñor Pedro Hidalgo Díaz, director espiritual de la Hermanad del Señor de los Milagros de Nazarenas de Lima.
Todos ellos expusieron desde distintos puntos de vista interesantes aspectos de las marchas como el de la liturgia, la música, la creación o adaptación, su historia. Monseñor Pedro Hidalgo sintetizó su ponencia en animar a crear (mejor que adaptar) la marcha para el Señor, la identidad para la Iglesia, siempre contando con la emoción del músico, la devoción del cargador, el fervor religioso y no profano de la marcha.
Me complace ofrecer la primera de las ponencias, al tiempo que agradezco su envío.
LA EVANGELIZACIÓN EN UN ACOMPAÑAMIENTO PROCESIONAL.
Iván Landa Calle
Director Arquidiocesano de Hermandades y Cofradías
1. La evangelización ha sido y es un elemento nuclear del ser de la Iglesia. Se inserta en el pedido de Cristo de "Ir por todo el mundo a evangelizar (a proclamar la buena noticia). Este proceso evangelizador se ha mostrado siempre diverso en sus modos y aplicaciones, pues todo lo que sea legítimo en este mundo y ayude al hombre a superarse ha encontrado acogida en esta misión universal de Cristo.
2. Son cuatro elementos los que ayudan a sostener la fe cristiana tanto la personal como la eclesial: El Credo, la Liturgia, los Mandamientos y la Oración. En el Credo proclamamos las verdades de nuestra fe; en la liturgia celebramos nuestra fe. Con los Mandamientos y la Oración vivimos y practicamos esta fe.
3. La música está relacionada con la liturgia, es su servidora más próxima y querida, porque con el servicio musical la liturgia de la tierra es ayudada a aproximarse a la liturgia celebrada en el cielo, así lo dice el Concilio Vaticano II en la Sacrosanctum Concilium (nº8): "En la Liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El".
4. En este sentido, la tradición milenaria de la Iglesia y el Concilio Vaticano II, le señalan al servicio musical, en su participación en la Liturgia, su principal cometido: a) ser santo, es decir, excluir todo lo profano, tanto de la obra en sí como en el modo de interpretarla. b) Debe tener arte verdadero, porque el alma a través del arte de los sonidos acepta aquello santo, sagrado que propone la fe. El servicio musical, entonces, cualquiera sea su género, es considerado como parte del servicio evangelizador.
5. La Sagrada Escritura está llena de lugares donde las manifestaciones de fe son acompañadas musicalmente: Es el caso del acompañamiento de las trompetas cuando se derrumbaron los muros de Jericó (Libro de Josué 1, 1); el acompañamiento de música y la danza del rey David cuando llevaron el Arca a Jerusalén (2 Sam 6); el salmo 150, que utiliza trompetas, arpas, cítaras y flautas para alabar a Dios. En el Nuevo Testamento, san Pablo exhorta a los Efesios a recitar salmos, himnos y cánticos inspirados al Señor (5, 19).
6. Cuando las procesiones de las imágenes sagradas tomaron las formas que actualmente se practican, el acompañamiento musical se hizo cada vez más imprescindible. Ha sido motivo de coloquios anteriores enterarse de cómo han surgido estas formas musicales.
7. En este III Coloquio deseo proponer los parámetros dentro de los cuales se deben desarrollar las marchas procesionales, porque la Iglesia reconoce la libertad en la inspiración y la composición, pero está en la obligación de señalar el camino y la meta si éstas se ponen al servicio de la evangelización.
8. Comenzamos por señalar que las marchas procesionales deben estar en sintonía con la centralidad de la fe expresada en el Credo y celebrada en la Liturgia. Es así que las primeras marchas procesionales eran fúnebres, porque querían expresar el sentimiento de la muerte de Cristo celebrada en el Viernes Santo.
9. En este sentido, los temas musicales se deben inspirar en los misterios de la vida del Señor. No cabría otra finalidad al acompañamiento musical de una procesión que narrar musicalmente estos misterios de Cristo, para animar los profundos sentimientos del creyente que se deja iluminar por la luz de la fe.
10. La Biblia es una ayuda importante. Hay pasajes del evangelio que son siempre inspiradores y que cobran vida en el proceso de fe de cualquiera, por ejemplo: la narración de la Pasión y dentro de ella: el llanto de Pedro, los vociferante gritos de la multitud que piden crucifixión, el dulce encuentro de la Virgen con Jesús. El proceso de Jesús ante Pilatos; los sentimientos encontrados del Cireneo, de los ladrones; el terremoto cuando murió el Señor. También las voces de los ángeles que informan sobre la resurrección, los himnos cristólogicos de San Pablo y del Apocalipsis.
Muchos grandes autores de grandes obras musicales han dado vida a estos y otros textos bíblicos y, cada uno, a su estilo, ha "evangelizado" con su música.
11. La música que es relacional por esencia, tiene la capacidad de suscitar la vida espiritual y de fomentar lo bello en el hombre; de enseñarle a no quedarse en las impresiones primeras, sino en vibrar con el todo y captar su vinculación del mensaje divino. El valor educativo de la música, sea en una melodía o acorde, cuando es dirigido o motivado por la fe, pide el recogimiento del alma y motiva a la reflexión y a sentir la alegría de encontrar una expresión válida de su fe. En el proceso evangelizador, las marchas procesionales se convierten en el gran acompañamiento del pueblo orante.
12. Es innegable, pues, que la Iglesia tiene necesidad del arte para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado. Por tanto, la Iglesia necesita de los músicos. ¡Cuántas piezas sacras han compuesto a lo largo de los siglos personas profundamente imbuidas del sentido del misterio! Innumerables son los creyentes que han alimentado su fe con las melodías surgidas del corazón de otros creyentes, y sus composiciones han pasado a formar parte de la liturgia o son de gran ayuda para el decoro de su celebración.
13. Pero ¿se puede decir que el arte necesita a la Iglesia? Es importante que el artista no descarte en su formación académica y personal la propuesta cristiana de la fe, y enterarse y reflexionar sus contenidos teológicos y antropológicos; de este modo, su oferta musical fácilmente se incorporará al acervo de las expresiones de fe del creyente y contribuirá al objetivo evangelizar del cristianismo.
14. Es un constatar qué puede haber oculto en el siglo XXI, con la facilidad de acceso que tenemos a la información. Esta superabundancia de información, que a diario descartamos, sin duda contribuye a que muchos tengan una apreciación relativista y nihilista del sentido del hombre y de la creación. Sin embargo, también, sin duda, se puede reconocer que la inspiración artística, en especial cuando está imbuida del mensaje cristiano, puede ayudar al hombre o al creyente a salir del encierro anodino de su vida social y a llenar de entusiasmo su vida de fe.
15. En la ciudad de Lima tenemos cada mes de octubre, con la procesión del Señor de los Milagros, una irrupción de lo sagrado, que de alguna manera nos involucra a todos, creyentes o no. Muchos artistas se han encargado, desde su arte específico, expresar esta experiencia religiosa personal y colectiva. Musicalmente, la marcha del Maestro Libornio Ibarra y Constantin Freyre, así como el himno de la Sra. Isabel Rodríguez Larraín, han calado hondamente el alma popular de modo que la música y la letra pasan a ser como patrimonio del creyente. Otros dos peruanos insignes, cada uno en su género, han expresado con su pluma el significado de esta experiencia religiosa que a unos cala profundamente, a otros solo los empapa y otros desde la distancia, solo la ven de lejos, aunque siempre con respeto. En 1916, don José Carlos Mariátegui en su artículo sobre la Procesión del Señor de los Milagros, escribe: "La Primavera de Lima, -primavera anodina, neblinosa, gris, indefinida y cobarde- tienen dos días que resucitan súbitamente la tradición y la fe de la ciudad. En ellos la procesión del Señor de los Milagros dice la renovación y el florecimiento de la religiosidad metropolitana y hace pasar por sus calles híbridas, virreinales o modernas, una fuerte, melancólica y pintoresca onda de emoción". Más adelante, don Nicomedes de Santa Cruz, nos regala su vibrantes Décimas, que al recitarlo nos parece que estamos en la procesión misma:
Paso a Nuestro Amo y Señor
andas, lienzo y candelabros.
Paso a Nuestro Salvador
el Señor de los Milagros.
16. En todas estas expresiones, los autores han coincidido con el motivo de la fe en Cristo. Y todos han atinado en describir el profundo acto de fe y esperanza de los fieles. Desde estas experiencia artísticas, es que la Iglesia invita a que cada artista en su género, y el musical en particular, a ser originales y comprometidos con la fe del pueblo tal y como la Iglesia la transmite en la evangelización.
17) El arte es el instrumento para ayudar al hombre a no quedarse en la tierra, sino a trascenderla. La belleza es la clave del misterio y un llamado a lo trascendente; por esta razón, la creación artística debe ser siempre una invitación a gustar la vida, teniendo presente lo inmanente y lo trascendente. Estas son las rutas de entendimiento entre la Iglesia y el mundo del arte, del cual la Iglesia tiene necesidad para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado y, (Cf. Carta a los artistas, del beato Papa Juan Pablo II, con ocasión de la entrada del nuevo milenio).