martes, 11 de septiembre de 2012

El Concilio Vaticano II fue verdaderamente profético: Cardenal Piacenza

AÑO DE LA FE


El Concilio Vaticano II fue verdaderamente profético (I)
Entrevista exclusiva con el cardenal Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero

CIUDAD DEL VATICANO, lunes 10 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos la primera parte de una entrevista concedida en exclusiva a ZENIT por el cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero de la Santa Sede.

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Eminencia, con esta entrevista Zenit pretende inaugurar una serie de trabajos para el Año de la Fe, focalizando la atención sobre el Concilio Vaticano II, en la circunstancia de su 50 aniversario, ¿cómo es que hay tanto debate acerca este evento eclesial?

--Card. Piacenza: El debate es siempre positivo porque es un índice de vitalidad y de voluntad de querer profundizar. Si después aquello por lo cual se debate no es exclusivamente humano, sino que es, como un Concilio Ecuménico, un acontecimiento humano y, a la vez, sobrenatural – porque es el Espíritu Santo quien guía la Iglesia hacia la progresiva y llena comprensión de la única Verdad revelada – entonces existe menos estupor por el hecho que la comprensión de los dictámenes conciliares pida decenios de discusión – y hasta de debate – siempre en el surco de la escucha de aquello que el Espíritu Santo ha querido decir a la Iglesia en aquella extraordinaria Audiencia.

Cuál debería ser la justa postura sobre el Concilio?

--Card. Piacenza: La de la escucha. De hecho, el Concilio Vaticano II ha sido el primer Concilio “mediático”, cuyas fisiologías dinámicas de confrontación y los mismos escritos del mismo fueron inmediatamente difundidos por los medios de comunicación, pero no siempre con su real visión y, tantas veces, orientándolos hacia la comprensión en una manera mundana. Pienso que sea particularmente interesante – y quizás necesario – volver o, mejor, caminar hacia una atenta escucha de todo aquello, que el Espíritu Santo ha querido realmente decir a toda la Iglesia por medio de los Padres conciliares. Tal dinámica de profundización, tal “justa postura”, se realiza mediante la lectura directa de los textos, de la que se puede evidenciar el auténtico espíritu del Concilio y su exacta colocación dentro de la total historia eclesial y de la génesis redaccional.

Según se dice, algunas posturas, también del Magisterio, parece que vayan “contra” el Concilio, ¿es posible?

----Card. Piacenza: Basta considerar los pronunciamientos del Magisterio auténtico postconcilar a nivel universal a fin de constatar que eso no ha ocurrido. Otra cosa diversa es favorecer la correcta recepción de las decisiones conciliares, esclarecer el significado de determinadas afirmaciones, corregir como se debe interpretaciones unilaterales y algunas hasta equivocadas, artificialmente inducidas por quien lee los eventos pneumáticos eclesiales con lentes exclusivamente humanas e históricas. El servicio eclesial del Magisterio, que profundiza sus raíces en la explícita Voluntad divina, prepara los Concilios Ecuménicos, se actúa en ellos en su máxima expresión y, en las fases sucesivas, a ellos obedece favoreciendo la correcta recepción.

¿Qué es verdaderamente la “hermenéutica de la continuidad” de la que habla muchas veces el Santo Padre?

----Card. Piacenza: Según cuanto indicado explícitamente por el mismo Pontífice es el único correcto modo de leer y de interpretar cada Concilio Ecuménico y, por tanto, también el Concilio Vaticano II. La continuidad del único Cuerpo eclesial, antes que ser un criterio hermenéutico, esto es, de interpretación de textos, es una realidad teológica, que se enraíza profundamente en el mismo acto de fe y que nos hace profesar: “Creo en la Iglesia Una”. Por tal razón, no es pensable alguna dicotomía entre pre y post Concilio Vaticano II y hay que rechazar sea ya la posición de quien ve en el Concilio Ecuménico Vaticano II un “nuevo inicio” de la Iglesia, como también aquella otra de quien ve la “verdadera Iglesia” sólo antes de este histórico Concilio. Nadie puede arbitrariamente decidir si y cuando comienza la “verdadera Iglesia”. Nacida del costado de Cristo y corroborada por la efusión del Espíritu en Pentecostés, la Iglesia es Una y Única hasta la consumación de la historia, y la comunión, que en ella se realiza, es para la eternidad.

Algunos sostienen que la hermenéutica de la reforma en la continuidad sea sólo una de las posibles hermenéuticas, junto a aquella de la discontinuidad y de la ruptura. Recientemente, el Santo Padre ha definido “inaceptable” la hermenéutica de la discontinuidad (Audiencia a la Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, 24 mayo 2012). Entre otras cosas, esto es obvio; diversamente no existirían católicos y se inyectaría el germen de la infección y de la progresiva disolución. También sería un grave daño al ecumenismo.

¿Es posible que sea tan complejo entender esta realidad?

----Card. Piacenza: Usted sabe mejor que yo como la comprensión, también aquella que se refiere a realidades evidentes, pueda ser condicionada – en manera no excepcional – por aspectos emotivos, biográficos, culturales y hasta ideológicos. Es humanamente comprensible que quien ha vivido en los años de su juventud el entusiasmo legítimo de la Audiencia conciliar, no ajeno al deseo de superación de algunas “incrustaciones”, que era necesario y urgente quitar del rostro de la Iglesia, pueda interpretar como “traición” del Concilio cada expresión que no sea paralela con el mismo “estado emocional”. Para todos es necesario un radical salto de cualidad al aproximarse a los textos conciliares para entender, a medio siglo de aquel extraordinario evento, qué cosa realmente el Espíritu ha sugerido y sigue sugiriendo a la Iglesia. Canalizar el Concilio en su necesaria, pero no suficiente “dimensión entusiástica”, equivale a no desarrollar un buen servicio a la misma recepción del Concilio, que permanece de este modo paralizado porque en el tiempo se pueden debatir y se pueden compartir modos de valorar textos objetivos, pero no ciertamente estados emotivos o entusiasmos históricamente rubricados.

Es notorio que Usted ha siempre hablado con grande entusiasmo del Vaticano II, ¿qué ha representado para Usted?

--Card. Piacenza: ¡Cómo no ser entusiastas de un evento extraordinario como es un Concilio ecuménico! En él brilla la Iglesia con toda su plenitud y su esplendor: Pedro y todos los Obispos en comunión con él se ponen a la escucha del Espíritu Santo acerca de aquello que Dios ha de decir a su Esposa, buscando conjugar, en el hoy de la historia – según cuanto auguraba el Beato Juan XXIII – las inmudables verdades reveladas y leyendo los signos de Dios en los signos de los tiempos a la luz del mismo Dios. El mismo Pontífice decía en la solemne alocución el día de la apertura del Concilio, el 11 de octubre de 1962: “Trasmitir la pura e íntegra doctrina, sin alteraciones y tergiversaciones […] esta doctrina cierta e inmutable, que debe ser fielmente respetada, sea profundizada y presentada en modo que corresponda a las exigencias de nuestro tiempo”.

En los años del Concilio yo era un joven estudiante y, más tarde, un seminarista; mi ministerio sacerdotal, desde mis primeros pasos, se ha desarrollado totalmente a la luz del Concilio y de sus reformas. Fui ordenado sacerdote en 1969. No puedo más que considerarme un hijo del Concilio, que, gracias a mis maestros, ha buscado acoger, desde sus principios, las indicaciones conciliares según una natural hermenéutica de unidad y de continuidad. Esta reforma en la continuidad la he sentido siempre muy mía y personalmente vivida; además, como docente, la he enseñado.

Como Prefecto del Clero, ¿piensa que los Sacerdotes hayan recibido bien el Concilio?

--Card. Piacenza: Ciertamente, en cuanto parte elegida del Pueblo de Dios, los Sacerdotes son quienes en la Iglesia conocen mejor y han profundizado grandemente las enseñanzas conciliares. Pero me parece que no son ausentes las mismas problemáticas de las que hablaba antes, sea en la justa hermenéutica de la reforma en la continuidad, sea en orden al debido acercamiento no prevalentemente emotivo del evento conciliar. Si en este Año de la Fe tuviéramos todos la humildad y la buena voluntad de tomar en mano los textos del Concilio en todo aquello que ellos han dicho y no en la “vulgata”, con la que se ha hecho una cierta publicidad, descubrirímos cómo el Concilio Vaticano II fue veramente profético y muchas de sus indicaciones están todavía delante de nosotros, como horizonte donde mirar y meta por alcanzar con la ayuda de la gracia. Ciertamente, para cumplir todo ello, sería necesario tener una gran dosis de humildad y una cierta capacidad de suspender el juicio preconcebido para recoger de nuevo una verdad que, quizás, por mucho tiempo ha parecido diferente.

¿Sobre qué puntos todavía se debería focalizar la acogida de los documentos conciliares?

--Card. Piacenza: Centro la atención sobre un punto de particular tensión, que está representado por la reforma litúrgica, que constituye el elemento de mayor visibilidad de la misma Iglesia. Más de una vez el Siervo de Dios Paulo VI, el Beato Juan Pablo II y el Santo Padre Benedicto XVI han subrayado la importancia de la Liturgia como el lugar en donde se realiza plenamente el mismo ser de la Iglesia y, sin embargo, a los ojos de todos y no en pocos casos es lejano un común equilibrio de tal hecho. Ciertamente, una Liturgia desacralizada o reducida a “representaciones humanas”, en la que paulatinamente se pierde la dimensión cristológica y teológica, no es esto aquello que la letra y el espíritu del Concilio pretendían. Esto no justifica la posición de quién, habiéndose unido a la hermenéutica de la discontinuidad, rechaza la reforma conciliar, pensando que esta sea una “traición” de una codiciada “verdadera Iglesia”.

¿Existen innovaciones más importantes que aquellas litúrgicas?

--Card. Piacenza: Dada la centralidad de la Liturgia, “culmen y fuente” de la vida de la misma Iglesia (cfr. SC, 10) no hablaría de más importantes. Ciertamente el Concilio ha querido valorizar algunas verdades evangélicas, que hoy representan un patrimonio común para la entera catolicidad; basta pensar al feliz subrayado de la vocación universal de todos los bautizados a la santidad; esto ha favorecido el nacimiento y el desarrollo de tantas nuevas experiencias. Se piense también a la apertura hacia los cristianos, que pertenecen a otras confesiones, que ha puesto a flote, en toda su belleza, el valor de la unidad como atributo necesario de la misma Iglesia y como un don gratuitamente ofrecido por Cristo, para acoger siempre, mediante la continua purificación de aquellos que a Él pertenecen. La importancia de la Colegialidad episcopal, que es una entre las expresiones más eficaces de la comunión eclesial y muestra al mundo cómo la Iglesia sea necesariamente un cuerpo unido. La misma comprensión orgánica del Ministerio Ordenado al servicio del sacerdocio bautismal, que muestra presbíteros y diáconos íntimamente unidos al propio Obispo, como expresión de sacramental comunión al servicio de la Iglesia y de los hombres, y que ha representado un objetivo, como un feliz desarrollo para la comprensión del rostro de la Iglesia, tal y como Nuestro Señor quiso delinearlo.

Eminencia, en estos momentos la Iglesia se apresura a iniciar el Sínodo sobre la Nueva Evangelización y el Año de la Fe, si debiera decir a los Sacerdotes unas palabras sintéticas, ¿qué les diría?

--Card. Piacenza: A la luz de la fe… ¡Sacerdote, sé cada día aquello que eres!

 

 

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