martes, 19 de julio de 2016

Memorias con esperanza Cardenal Fernando Sebastián (Ediciones Encuentro, Madrid, 2016, 469 pp).

 Memorias con esperanza Cardenal Fernando Sebastián (Ediciones Encuentro, Madrid, 2016, 469 pp). 

 

"En este apacible rincón de Málaga vivo los últimos años de mi terrestre con verdadera paz, con auténtica felicidad. He descubierto el valor de la vejez como un gran don de Dios. Es el coronamiento y la auténtica plenitud de la vida humana en la tierra. Necesitamos llegar a la ancianidad para ser enteramente hombres. Los hombres en los 20 primeros años somos dependientes y bastante ignorantes. De los 20 a los 40 somos bastante arrogantes; de los 40 a los 60 nos hacemos realistas; de los 60 a los 80 somos prudentes; pero sólo a partir de los 80 llegamos a ser sabios. Sabios con la sabiduría de la humildad, de la piedad y de la misericordia" (p.460).

Un párrafo magistral como toda la obra en la que Monseñor Sebastián, Don Fernando, - autor- nos recuerda (pasa por su corazón) lo que bulle en su mente –aquí y ahora-, sin acudir a hemerotecas ni álbumes, y se confiesa en verdad, por tanto, "humildad, piedad y misericordia", poniéndolo todo "con paz y confianza en las manos del Señor y de la Virgen María" (p.20).

Tras una breve y confidencial presentación (pp. 13-20), las casi 500 páginas nos brindan una larga trayectoria espacio temporal (Calatayud, 14-XII-1929, Cataluña, Salamanca, Roma, León, Málaga, Granada, Navarra), vivida al compás de los latidos de la Iglesia universal y de España, así como de la sociedad global y local. El primer capítulo titulado "Calatayud" (pp.21-65) nos presenta su patria natal, su familia, su infancia, su vocación, en medio del trauma de la guerra civil. El segundo, "Largos años de formación" (pp.66-121), se refiere a su vida como religioso claretiano en Vic, Solsona, Roma, Lovaina, Valls, su ordenación sacerdotal, sus primeros apostolados. El tercero, "Salamanca" (pp.122-233) corresponde a su docencia y rectorado en la Pontificia de Salamanca así como en los decisivos años de la transición política española en la que estuvo como secretario de la Conferencia Episcopal. El cuarto, "Obispo" (pp.234-314), se centra en su misión pastoral en León, la visita del Papa Juan Pablo a España, las relaciones con el Gobierno socialista, Granada. El quinto, "Navarra" (pp.315-415), el más extenso y plenamente episcopal misionero, aborda los numerosos frentes cuidados en su dilatada archidiócesis: Seminario, Cabildos, sacerdotes, enfermos, vida consagrada, zonas rurales, seglares, piedad popular, los templos, encuentros con los Reyes, los sanfermines… Por último, el sexto, lo dedica a la "jubilación" (pp.416-463), Málaga, comisario pontificio de "Lumen Dei", sus libros, muertes de familiares, los Papas, la elección como cardenal, el don de la vejez. El "Epílogo" (pp.464-469) viene a ser una suerte de magníficat o nunc dimitis, lleno de sabiduría, belleza y bondad.

En varios momentos trascendentales, le tocó actuar en primera línea como fue su "entretenido" Rectorado en la "Ponti" de Salamanca (1971-1979), tan cercano al Cardenal Tarancón, con la Asamblea Conjunta, el caso Añoveros,…y de los que nos ofrece tantos detalles y tantas claves, aportándonos documentos sobresalientes de los que fue gestor como la "homilía de los Jerónimos" en la primera Misa Te Déum tras la proclamación de los Reyes de España.

Otro momento destacado es el primer viaje del Papa Juan Pablo II (pp.266-273) y en el que -como secretario de la Conferencia Episcopal Española- le corresponde ser "responsable del viaje", teniendo que "garantizar el buen orden y la coordinación de todos los preparativos" ; las páginas de Don Fernando nos brindan un sinfín de pormenores valiosísimos para la memoria de esta visita trascendental; transcribo el párrafo de sus conclusiones: "El viaje del Papa me permitió conocerle un poco de cera. No viajé nunca con él. En el helicóptero del Papa iba solo el Presidente de la Conferencia. Yo viajaba con el séquito. Pero pude acompañarle a la mesa varias veces y mantener breves encuentros con él al principio o al fin de nuestros desplazamientos. Me pareció un hombre sencillo, afable, de una gran fuerza espiritual y moral, con una sorprendente capacidad de concentración y recuperación, muy piadoso, muy firme, con un permanente buen humor con el que parecía querer disimular y proteger su intimidad; una gran personalidad. Visitábamos dos o tres ciudades cada día. El Papa tenía que hacer cuatro o cinco discursos en un mismo día. En aquellas jornadas volvíamos todos agotados, y él volvía entero, como si no hubiera hecho nada. Se recuperaba de manera sorprendente en los pequeños descansos de los traslados. Aquella visita nos hizo mucho bien. Los católicos españoles nos sentimos fortalecidos, más firmes y seguros para comenzar a vivir nuestra fe en unas circunstancias diferentes y bastante más exigentes" (p.273)

 Un acápite fundamental es la valoración ofrecida acerca de las relaciones de la Iglesia con el Estado. Sorprende la libertad, franqueza y hondura de sus declaraciones. Por ejemplo, en relación con el PSOE:

"Pronto me di cuenta de que el Gobierno del PSOE, con calma y prudencia, comenzaba a manifestar su tendencia hacia la secularización de la sociedad y de la vida de los españoles. No actuaban directamente contra la Iglesia pero sí favorecían cualquier cosa que significase un paso hacia la privatizaci8ón de la fe y de la religión, a favor del secularismo y de la laicización de la vida. Los gobernantes eran hombres prudentes y sabían que en este camino no podían ir muy deprisa. Habíamos tenidos unos años de buenas relaciones en los que parecía que podríamos superar las antiguas desavenencias. En los tiempos de la transición era fácil estar de acuerdo en algunas cosas importantes, respeto a los derechos y libertades de todos los ciudadanos, respecto a la libertad religiosa, igualdad de todos ante la ley, reconciliación de todos los españoles, libertad polí8tcia y justicia social para todos. Pero la verdad es que cuando llegaron al poder vimos con claridad que nuestros criterios y nuestros objetivos eran muy diferentes, y a veces incompatibles. Algunas palabras importantes, como libertad, bien común, no significaban loó mismo para ellos y p0ara los cristianos Y no podía ser de otra manera, pues la tradición del Socialismo español es una tradición no cristiana y profundamente laica" (pp.288-289)

El cuerpo de las memorias lo ocupa su misión pastoral como obispo (León, Conferencia Episcopal, Granada y, sobre todo, Navarra, con 27 apartados).  Destaca la desbordante acción magisterial docente, apostólica sacramental, guía de sacerdotes y fieles. Rescato agradecido un texto de mi movimiento en el que se aprecia la cercanía mantenida con los laicos: "En Navarra [además del Opus Dei y el Camino Neocatecumental] estaban también presentes otros Movimientos menos numerosos y menos influyentes como los Focolares, CL, matrimonios de Nuestra Señora, MFC, etc...Otro sector importante en la vida diocesana eran los Institutos Seculares que trabajaban en la enseñanza o en la pastoral juvenil. Quiero recordar la presencia y el trabajo de la Milicia de Santa María, fundada por el jesuita P. Morales. Eran un grupo excelente, con personas muy bien formadas y de unavida espiritual intensa, con un celo apostólico admirable" (p.385). Sin embargo, sale a la palestra cuando tiene que defender la ortodoxia; a veces en situaciones delicadas como frente a su amigo y hermano de congregación Monseñor Pedro Casaldáliga, teólogo liberacionista, u otros del mismo sentir: "Mantuve una pequeña polémica con Ignacio Ellacurría, entonces profesor de la UCA y ahora mártir de la fe cristianas. Él venía con frecuencia a España y aparecía a menudo por los medios de comunicación. No era hombre de medias verdades. Un día publicó un artículo acusando a la Iglesia española de inmovilista y cautiva de los poderes del dinero y de la política. A mí me pareció demasiado. A los pocos días le respondía desde la revista Ecclesia con una Carta Abierta. En ella le decía que no me parecía justo ni prudente juzgar a la Iglesia española desde la mentalidad hispanoamericana y desde una visión pastoral y teológica difícilmente universalizable. Estas diferencias no me dificultaban reconocer su trabajo y el valor de su testimonio" (p.297)

De los afectuosos testimonios sobre los Papas (Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI), transcribo el dedicado a Francisco: "Con el Papa Francisco me siento especialmente vinculado a él y a su ministerio desde que me creó cardenal. Le estoy muy agradecido, admiro y agradezco a Dios su sencillez, su genio pastoral, su pasión por la autenticidad y la acción misionera de la Iglesia. Pido por él cada día para que el Señor le asista y no le falte la fortaleza que necesita" (p.413). "Conocía al cardenal Bergoglio en enero de 2006 cuando él nos dirigió los Ejercicios Espirituales a los obispos españoles. Me gustó su manera de hacerlo. Entonces pudimos conocer su estilo personal, sencillo, directo, persuasivo, exigente. Su aspecto era bastante serio, casi severo. Mediado el tiempo de los Ejercicios, me acerqué a su despacho para saludarlo y agradecerle su servicio. Me sorprendió su reacción al presentarme. Como si me hubiera visto otras veces exclamó: "Hombre, Mons. Sebastián, me alegro de saludarlo". Un poco sorprendido por su manera de reaccionar, le dije: "¿De qué me conoce, Sr. Cardenal?". Y su respuesta fue: "¿De qué le conozco? ¡Pero si es usted mi maestro! Desde hace tiempo que he leído todo lo que usted escribe". Aquella visita me dejó para siempre un recuerdo grato. Pocas veces tiene uno la oportunidad de conocer la influencia de los propios escritos y de encontrarse de repente con una persona tan importante que se te presenta tan amablemente" (p.446)

El último apartado dedicado a su jubilación es realmente delicioso y aporta toda una lección magistral de vida intensamente vivida, cerrada a cualquier asomo de acritud o conformismo, totalmente abierto al perdón y, sobre todo, a la gratitud esperanzada. No me resisto a compartir sus palabras acerca de la Iglesia deseada: "Pienso que la Iglesia vive ante todo en el corazón de los cristianos. Por eso mi primer deseo es el de una renovación espiritual de los cristianos, de todos los cristianos, renovación en la fe personal, en la coherencia de vida, en la primacía del amor sobrenatural en la vida personal y comunitaria, en todos los aspectos y entresijos de la vida personal, familiar, profesional, social y política…Me gustaría poder ver una Iglesia unidad, unidos los católicos y unidos todos los cristianos, en la fe y en la comunión del amor, una Iglesia menos clerical, menos centralizada, más abierta al trato real con los hombres, con todos los hombres del mundo, más misionera, más responsabilidad del bien de la humanidad, en el nombre y con el Espíritu de Jesús. Una Iglesia verdaderamente testimoniante, inquietante, que ayudara a los jóvenes a superar la frivolidad y preguntarse por el verdadero sentido de la vida, a descubrir en Jesucristo el Camino y la Verdad de su vida personal y de la sociedad entera. Me gustaría poder ver que la sociedad española es capaz de superar sus reticencias frente al Cristianismo y reconocer a Jesucristo como fuente de valores, cimiento de la convivencia y estímulo permanente para un progreso integral y justo" (pp.459-460)

Concluyo mi reflexión muy gozoso de saborear tantas confidencias, que siento tan verdaderas y tan útiles para provecho espiritual de cualquier lector deseoso de entender la compleja sociedad e iglesia de la España de nuestro tiempo. Muy agradecido por el tiempo y pasión del autor, invito a que se encuentren con él a través de su formidable obra.  

José Antonio Benito (19.julio.2016)

 

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