sábado, 30 de junio de 2018

El gnosticismo de ayer y de hoy combatidos por San Ireneo y el Papa Francisco

El gnosticismo de ayer y de hoy combatidos por San Ireneo y el Papa Francisco

Amigos:

Les comparto el candente asunto del gnosticismo y neognosticismo, su exposición y refutación, a través de dos textos sencillos, claros y contundentes.

El primero es la semblanza elaborada por el Venerable P. Tomás Morales, SJ, en la fiesta de San Ireneo. El segundo es parte del segundo capítulo de la reciente carta "Alégrate y regocíjate" del Papa Francisco y que el Nuncio de Su Santidad en el Perú nos urgió a leer y difundir con motivo de su homenaje al Santo Padre, el 28 de junio, en la Universidad Católica San José.

SAN IRENEO, OBISPO Y MÁRTIR

28 JUNIO[1]

 

         Encaramado en la divisoria de dos siglos, es anillo de oro que nos engarza. Con S. Policarpo que trató con Juan Evangelista y los primeros discípulos del Señor. "Hombre de los tiempos apostólicos", es su carnet de identidad en palabras de S. Jerónimo.

 

         Escritor del siglo II, Padre de la Iglesia, es el teólogo más profundo y destacado de la centuria. Paladín con Tertuliano y S. Hipólito en la lucha contra la gnosis, defiende con acierto y valentía el Evangelio de Cristo. Sólo la Iglesia católica lo conserva íntegro, pues tiene una tradición directa y genuina por la sucesión ininterrumpida desde los Apóstoles.

 

Primer teólogo

 

         Los sucesores de ellos, encabezados por el obispo de Roma, son los únicos que pueden transmitir e interpretar toda la enseñanza apostólica. Un mazazo contundente asienta así contra los cabecillas gnósticos, y contra todos los subrepticios "magisterios paralelos" que surgirán en la historia. Mató la gnosis, dicen, con razón, algunos. Una victoria definitiva obtuvo para la Iglesia. Le asegura el triunfo permanente contra la gnosis, que retoñará con mayor o menor intensidad en todo el periplo de su historia.

 

         "Primer teólogo", se le llama. Sólo S. Agustín y Orígenes se le pueden comparar en los primeros siglos. La visión armoniosa y sintética del Evangelio es lo que le caracteriza. Su nombre es el más preclaro que registra la historia del dogma entre el Águila de Patmos y el Águila de Hipona.

 

         Cimentó en roca la teología cristiana. La vivió con inteligencia esclarecida y encendido corazón. Ilumina y completa la enseñanza de la Sagrada Escritura con la enseñanza tradicional de la Iglesia apostólica que él había captado en sus frecuentes y numerosos viajes. Pulveriza, catorce siglos antes, la demoledora afirmación de Lutero "sola Scritura" fuente única de la Revelación divina.

 

Nueva Eva

 

         Creyente y filósofo, otea con sagacidad maravillosa y clarividente seguridad el dogma. Hacia él deben converger los radios del raciocinio humano buscando su centro. "Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese Dios", es la síntesis luminosa de su enseñanza. Los Santos Padres posteriores acusan huella de su pensamiento y repiten sin cesar esta fórmula sagrada.

 

         Dos legados de imperecedera actualidad nos dejó. El amor y la obediencia al Papa que preside "la Iglesia de Roma, con la que deben unirse todas las iglesias y los fieles de todas partes".

 

         El segundo legado es la entrañable ternura y confianza en la Virgen María. "Nueva Eva" que con su obediencia nos salva a todos. La firmeza y suavidad del santo para transmitirnos la fe de la Iglesia, es Ella quien se la comunica. El léxico empleado aún hoy para expresarla lo debemos, en gran parte, a Ireneo.

 

         Muy familiar entre los doctos, es poco conocido en el pueblo fuera del sur de Francia. Benedicto XIV nos hizo un gran regalo al extender su fiesta a toda la Iglesia.

 

En el mar Egeo

 

         La última mitad del siglo II va a iniciarse. En el 140 nace en Esmirna o sus alrededores. Asia Menor, Turquía asiática actual, es, pues, su patria, como la de muchos que llevaron a Cristo a las orillas del Ródano.

 

         Es la costa del mar Egeo, en cuyo extremo oriental se abre acogedor el golfo de Esmirna. La ciudad se extiende en forma de anfiteatro rodeado de montañas. Es el principal puerto de Asia Menor por su privilegiada situación. Destruida por un seísmo en 178 cuando el Santo estaba ya en Lyon, el emperador Marco Aurelio ordena su reconstrucción.

 

Oía esto con toda el alma...,

y se grababa en mi corazón"

 

         Una carta suya a los cincuenta años escrita desde Galia, le transparenta. Es un recuerdo de niño que marcará ruta en su vida. La dirige en el 190, a su querido condiscípulo Florino. Atrapado por las redes de los gnósticos, quiere librarlo de sus garras. Con cariño y audacia lo reintegra a Cristo.

 

         "No te enseñaron estas doctrinas los ancianos que nos precedieron, discípulos de los Apóstoles. Recuerdo cuando siendo niños, en el Asia inferior, nos sentábamos junto a Policarpo. Evoco aún las cosas de entonces mejor que las recientes. Lo que de niños aprendimos, parece nos acompaña siempre, y se afianza en nosotros al correr de los años".

 

         "Podría señalar el sitio en que él se sentaba para enseñarnos. Detallar sus entradas y salidas, su modo de vida, los rasgos de su fisonomía. Recuerdo lo que nos contaba de su trato con Juan y los demás que vieron al Señor. Nos repetía que ellos contemplaron del Verbo de Vida, Sus milagros, y oyeron Sus palabras".

 

         Emocionado, nos revela la profunda y duradera impresión que le producían los ejemplos y palabras de Juan. "Yo oía esto con toda el alma. No lo escribía porque se grababa en mi corazón. Lo voy pensando y repitiendo cada día".

 

         Aflora en su carta un corazón tierno y delicado. Enamorado de Cristo en su temprana adolescencia, gracias al magisterio y la vida del añoso obispo.

 

Triple anillo

 

         S. Juan percibió los latidos del corazón de Cristo al reclinar su cabeza en la Última Cena (Jn 12,23). Con inefable amor los trasmitió fascinado a sus oyentes. "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que han palpado nuestras manos del Verbo de Vida... La Vida eterna que estaba en el Padre y se dejó ver en nosotros, os anunciamos también a vosotros para que tengáis comunión con nosotros, y nuestra comunión sea con el Padre y su Hijo, Jesucristo" (1 Jn 1,1–3).

 

         Es el primer eslabón de fuego de una cadena irrompible que nos ata a Cristo Dios, Camino, Verdad y Vida (Jn 14,5). El segundo será Policarpo, quien entrega la antorcha encendida a Ireneo que le relevará.

 

         Auténtica y esplendorosa cadena de luz y amor, nos enlaza con el Cristo del Evangelio. Cadena diamantina de poderosos anillos que garantizan nuestra fe trasmitida por la genuina tradición oral cristiana.

 

Un martirio que enardece

 

         Unos quince años tendría cuando el 23 febrero 155 su fe se enciende al enterarse del martirio de S. Policarpo. Gentiles y judíos de Esmirna ejecutan en el circo a once cristianos. A pesar del edicto de Antonino Pío favorable para los cristianos de Asia, condenan a la hoguera al obispo.

 

         Las llamas crepitan alrededor de su cuerpo y se escucha de sus labios la postrera lección. Es de perdón a sus enemigos y de confianza en Jesús. "Ochenta y seis años hace que sirvo a Cristo y no me ha hecho ningún mal. ¿Cómo voy a blasfemar de mi Rey y mi Salvador?".

 

Viajero y erudito

 

         Adorador apasionado de Cristo, viaja incansable desde entonces con afán ardoroso. Busca inquieto a través del Oriente, los mejores expositores del Evangelio. Personal y exigente, no quiere, después de Policarpo, ser discípulo de nadie, pero no se cansa de tratar con todos los que habían convivido con los Apóstoles.

 

         Papías, obispo de Hierápolis, es uno de ellos. En sus Explicaciones de las Sentencias del Señor. Es la primera exégesis del Nuevo Testamento. Sintetiza lo que había oído de los discípulos del Señor. Ireneo se entusiasma más con Cristo al escucharle. No se conforma con la palabra viva de la Tradición oral. Lee incansable libros profanos y religiosos, cristianos y judíos.

 

Genio griego, alma cristiana

 

         La Biblia sobre todo, alimenta su vida. Piensa y siente con ella, pero se adentra en los clásicos. Homero, Píndaro y Hesíodo, los cita con frecuencia. El perro de Esopo que deja la presa por la sombra, le recuerda la actitud de los gnósticos. Piensa en Edipo que se arranca los ojos, al leer a los herejes ciegos ante el sol de la Sagrada Escritura.

 

         Con curiosidad y diligencia penetra en los sistemas filosóficos, desde las disquisiciones de los presocráticos hasta el platonismo, pasando por Demócrito, Epicuro y Pitágoras. Es genio griego, pero alma cristiana.

 

No hay Dios sin bondad

 

         La profundidad de su fe le caracteriza. Dios, Cristo, la Iglesia son sus tres grandes amores. Vibra al hablar de la Luz, la Vida, el Amor con una efusión íntima que recuerda a S. Juan.

 

         El entusiasmo religioso lo templa con una suavidad apacible. No tiene el talento de Tertuliano, pero le supera en ternura de corazón. Encarna en su vida una frase deliciosa y profunda digna de S. Pablo: "No hay —dice— Dios sin bondad".

 

Roma

 

         Peregrino por tierras del Oriente, goza viendo la fidelidad unánime de todas las iglesias a la Tradición apostólica. Sufre cuando los gnósticos la deterioran. Llega a Roma. Lleno de alegría constata en las iglesias occidentales idéntica fidelidad.

 

         En la Urbe permanece algunos años, pero luego, en los días de Antonino Pío o quizá en los de Marco Aurelio, se traslada a Lyon. Las necesidades de la Iglesia al Sur de Galia, según sospechan algunos, le reclaman.

 

Está abrasado por el celo de Cristo

 

         El obispo S. Potino, oriundo como él de Asia Menor y discípulo de S. Policarpo, le ordena presbítero. Estalla con Marco Aurelio la cuarta persecución en el 177. Los cristianos encarcelados de Lyon y Vienne escriben una deliciosa y entrañable carta a las iglesias de Roma, Asia y Frigia. Es, quizá, el escrito más sabroso de la era martirial.

 

         Ireneo es designado para llevar al Papa Eleuterio el mensaje de los mártires. Están preocupados por la borrasca desencadenada por la falsa profecía de Montano. El Santo actúa de mediador para sosegarla. "Te rogamos le escuches —dicen al Papa—, pues está abrasado por el celo del Testamento de Cristo".

 

Obispo

 

         Mientras cumplía su legación en Roma, muere mártir Potino. El anciano obispo, extenuado en la cárcel, apenas podía ya respirar, pero "encontraba fuerza por el poder del Espíritu, y en su deseo ardiente de martirio", según dicen las Actas.

 

         Al regresar a Lyon, se enfervoriza al oír el relato de los cincuenta mártires. Entre ellos de Póntico, niño de cinco años, y Blandina la joven esclava que "apenas se daba cuenta de sus dolores por la esperanza del cielo y su conversación con Cristo". Le eligen obispo al rayar en los cuarenta años.

 

         Tarea gigantesca cae en sus hombros. Una espléndida primavera, vigorizada por el martirio, germina. Lyon, única sede episcopal, se convertirá en foco potente de irradiación espiritual. Verá florecer en la centuria siguiente numerosas diócesis.

 

         Viaja sin reposo. Llega al límite de los confines del Imperio. Él mismo nos da la feliz noticia. La predicación cristiana ha roto, por primera vez, las fronteras. Los bárbaros se apresuran a entrar en la Iglesia.

 

         El obispo es él todo. Los presbíteros no se habían encargado aún de las cristiandades que van naciendo. Es el único que celebra liturgia, administra Bautismos, catequiza a los candidatos y oye confesiones.

 

La fe, con todo, es la misma

 

         Su actividad agotadora le permite aún intervenir en la problemática de la Iglesia universal. Eusebio de Cesarea nos conserva una carta del Santo al Papa Víctor, que no lograba poner de acuerdo las iglesias de Oriente con las occidentales en la fecha de la Pascua. Las amenazaba con la excomunión.

 

         El santo le escribe en nombre de los fieles a quienes gobierna. Debe guardarse ‑afirma‑ la costumbre romana, y celebrarse en domingo la Resurrección del Señor. Exhorta a Víctor a no excomulgar iglesias enteras fieles a una vieja tradición judía. "Si hay diferencia —le dice— en la práctica del ayuno. La fe, con todo, es la misma". El Papa, dócil a esta insinuación, paraliza el rayo del anatema que estaba a punto de lanzar contra los asiáticos.

 

Actualidad perenne

 

         El huracán de la persecución que durante más de un siglo viene sacudiendo a la Iglesia, engendró cristiandades heroicas acrisoladas por el martirio. No fue capaz de abortar la herejía que corroía su unidad. La gnosis era el cáncer peligrosísimo con el que tuvo que enfrentarse la Iglesia apenas nacida. En los días de Ireneo su virulencia se había acentuado.

 

         Los gnósticos pretendían explicar los misterios religiosos de manera más asequible a la razón. Antes de Cristo, habían tratado ya de buscar un soporte racional a los cultos paganos. Aparece el Cristianismo. Quieren aplicar la misma terapéutica a sus supuestos dogmas.

 

         Unas treinta sectas gnósticas querían, en el siglo II, hacer una simbiosis de fe y razón. Una amalgama de la revelación judeo–cristiana con la filosofía greco–oriental.

 

         Una síntesis híbrida y espúrea entre razón–fe, inteligencia–Revelación, creación–Redención, hombre–Dios. Una armonía falaz que fascina a los incautos entonces, hoy y siempre. Nos siguen deslumbrando con el brillo de elucubraciones fantásticas que pretenden hacer probable lo absurdo.

 

         Ireneo se lanza audaz a la palestra. Elabora una síntesis deleitosa, genuina y verdadera que contrapone con éxito el artificio engañoso ideado por los herejes. Es una crítica constructiva. Un ariete eficaz que tiene actualidad perenne contra los gnósticos del siglo II y de ahora.

 

         La gnosis es el peligro permanente de la Iglesia, mientras peregrina. El orgullo humano, enraizado en el pecado original, la hará rebrotar en todos los siglos. La razón humana "suprema deidad" (Hegel), levantará siempre castillos en el aire. Harán creer que "el hombre es para el hombre el Ser supremo" (Marx). Los ingredientes del neomodernismo actual: teología luterana, filosofía racionalista y seducción marxista, hunden sus raíces en Basílides, Marcos, Valentín o Marción.

 

         La victoria contra la gnosis de los primeros siglos se debe, en gran parte, al santo y a la inalterable firmeza de otros obispos. Con inquebrantable adhesión aceptan y defienden con tesón hasta el martirio, la fe transmitida por la enseñanza apostólica. El cristianismo, sin este esfuerzo y fidelidad, se habría convertido en un vulgar humanismo sin raíz divina. Se habría confundido con una secta más de inspiración maniquea que colorea con variados matices el humanismo ateo.

 

         La Iglesia hizo imposible entonces, de una vez para siempre, la disolución de la religión cristiana en una filosofía humana. Con tenacidad y valentía impidió que la moral evangélica se diluyese en ética arbitraria y convencional de coexistencia entre los hombres. Sin unirlos en la convivencia íntima que los hace hermanos, hijos de un mismo Dios Padre.

 

Jamás me cansaré de tenderles la mano

 

         Controversista ideal, armoniza vigor dialéctico y paciencia. Refuta a sus adversarios con crítica constructiva y contundente. Un arsenal son sus escritos, pero por desgracia, sólo dos obras nos han llegado completas. Una polémica en quince libros contra la gnosis, Adversus haereses. Otra apologética, Demostración de la enseñanza apostólica. Expone en ella el dogma divino. Es un entrañable testimonio sencillo y profundo de la Teología y doctrina de la Iglesia.

 

         "Era tan pacífico como lo indica su nombre", dijeron sus coetáneos. Columba Marmión dice que el abad benedictino debe "repartir la alegría y la paz". Esa fue la vida y escritos de Ireneo que irradian resonancias pacificadoras.

 

         Derrochaba paciencia con sus adversarios soñando con su retorno. "Pido para ellos se levanten del foso que se han abierto, salgan del vacío, abandonen la sombra y entren en la Iglesia del Dios y Señor de todas las cosas... Un amor verdadero y saludable les tengo, aunque parezca a veces medicina amarga que arranca la piel muerta". Una frase emocionada perfila su pensamiento: "Jamás me cansaré de tenderles la mano para salvarlos".

 

A la iglesia de Roma...deben unirse..., los fieles de todas partes

 

         El torpedo que lanza contra la gnosis la pulveriza. Sus argumentos son válidos en todos los tiempos contra las "iglesias paralelas o subterráneas" que siempre pululan. Una discusión en el mismo plano de los gnósticos hubiese sido estéril. "La auténtica enseñanza —dice— es la del Padre que envió al Hijo, y que éste confirió a la Iglesia en Pedro".

 

         La Iglesia de Roma es "la más grande, la más antigua, por todos conocida, fundada por los gloriosos apóstoles Pedro y Pablo". La obediencia a ella de obispos y fieles se impone como obligatoria. "A esta Iglesia de Roma, por su preeminencia más poderosa, es necesario que se unan todas las iglesias, es decir los fieles de todas partes".

 

         La razón de esta preeminencia y de la obediencia que todos le deben es por haber mantenido la Tradición apostólica. "En ella se ha conservado siempre la Tradición recibida de los Apóstoles por los cristianos de todas partes".

 

Nueva Eva

 

         Pionero que canta las glorias de María, la saluda como fuente de nuestra salvación con el título "Causa salutis". Los labios de Policarpo, se lo enseñaron.

 

         Es el teólogo de la "Nueva Eva", el precursor que se anticipa a los Santos Padres. "El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María. Lo ató Eva por la desobediencia, y la Virgen María lo desató por la fe. Obedeciendo, fue causa de la salvación propia y de todo el género humano".

 

Mártir de Cristo

 

         La vida laboriosa y fecunda suele ser coronada con el martirio. El ideal, dice Pasteur, no es una vida confortable. Añadía: "Nuestra entrega a los demás es lo único por lo que vale la pena vivir". Sesenta y tres años de vida nos ofreció Ireneo para legarnos la fe en Cristo. Tenía que sellarla con sangre derramada en un martirio merecido.

 

         Corría el año 200. Septimio Severo promulga su edicto. La sexta persecución contra los cristianos se había desencadenado. Hacia el 203 se extiende a Galia. Ireneo se inmola mártir de Cristo, según atestigua S. Jerónimo en su Comentario de Isaías y S. Gregorio de Tours.

 

         En vida y en muerte "purificó su alma con la obediencia a la Verdad", y así trabajó como nadie "para un amor fraterno, no fingido" (1 Pe 1,22). La caridad que nos entrega a los hombres, arranca siempre, no de una arbitraria y variable mayoría sociológica, bailando al compás de la moda imperante, sino de "la obediencia a la Verdad".

 

         La liturgia, mirando al santo que siempre "conservó incólume la doctrina y la paz en la Iglesia" (orac. col.), nos anima a mantener "intacta la integridad de la fe de la Iglesia" (orac. of.), para "trabajar sin tregua por la concordia y caridad entre los hombres" (orac. com.).

 

BIBLIOGRAFÍA

 

BENOIT, S. Ireneo, Introducción a su Teología, París 1960.

 

DUFOURCQ, S. Ireneo, París 1904.

GONZÁLEZ, C.I. San Ireneo de Lyon. Contra lo Herejes. Exposición y refutación de la falsa gnosis, Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, Lima, 2000

 

EL GNOSTICISMO ACTUAL SEGÚN EL PAPA FRANCISCO[2]

36. El gnosticismo supone «una fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos»[35].

Una mente sin Dios y sin carne

37. Gracias a Dios, a lo largo de la historia de la Iglesia quedó muy claro que lo que mide la perfección de las personas es su grado de caridad, no la cantidad de datos y conocimientos que acumulen. Los «gnósticos» tienen una confusión en este punto, y juzgan a los demás según la capacidad que tengan de comprender la profundidad de determinadas doctrinas. Conciben una mente sin encarnación, incapaz de tocar la carne sufriente de Cristo en los otros, encorsetada en una enciclopedia de abstracciones. Al descarnar el misterio finalmente prefieren «un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo»[36].

38. En definitiva, se trata de una superficialidad vanidosa: mucho movimiento en la superficie de la mente, pero no se mueve ni se conmueve la profundidad del pensamiento. Sin embargo, logra subyugar a algunos con una fascinación engañosa, porque el equilibrio gnóstico es formal y supuestamente aséptico, y puede asumir el aspecto de una cierta armonía o de un orden que lo abarca todo.

39. Pero estemos atentos. No me refiero a los racionalistas enemigos de la fe cristiana. Esto puede ocurrir dentro de la Iglesia, tanto en los laicos de las parroquias como en quienes enseñan filosofía o teología en centros de formación. Porque también es propio de los gnósticos creer que con sus explicaciones ellos pueden hacer perfectamente comprensible toda la fe y todo el Evangelio. Absolutizan sus propias teorías y obligan a los demás a someterse a los razonamientos que ellos usan. Una cosa es un sano y humilde uso de la razón para reflexionar sobre la enseñanza teológica y moral del Evangelio; otra es pretender reducir la enseñanza de Jesús a una lógica fría y dura que busca dominarlo todo[37].

Una doctrina sin misterio

40. El gnosticismo es una de las peores ideologías, ya que, al mismo tiempo que exalta indebidamente el conocimiento o una determinada experiencia, considera que su propia visión de la realidad es la perfección. Así, quizá sin advertirlo, esta ideología se alimenta a sí misma y se enceguece aún más. A veces se vuelve especialmente engañosa cuando se disfraza de una espiritualidad desencarnada. Porque el gnosticismo «por su propia naturaleza quiere domesticar el misterio»[38], tanto el misterio de Dios y de su gracia, como el misterio de la vida de los demás.

41. Cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un sano camino y es posible que sea un falso profeta, que usa la religión en beneficio propio, al servicio de sus elucubraciones psicológicas y mentales. Dios nos supera infinitamente, siempre es una sorpresa y no somos nosotros los que decidimos en qué circunstancia histórica encontrarlo, ya que no depende de nosotros determinar el tiempo y el lugar del encuentro. Quien lo quiere todo claro y seguro pretende dominar la trascendencia de Dios.

42. Tampoco se puede pretender definir dónde no está Dios, porque él está misteriosamente en la vida de toda persona, está en la vida de cada uno como él quiere, y no podemos negarlo con nuestras supuestas certezas. Aun cuando la existencia de alguien haya sido un desastre, aun cuando lo veamos destruido por los vicios o las adicciones, Dios está en su vida. Si nos dejamos guiar por el Espíritu más que por nuestros razonamientos, podemos y debemos buscar al Señor en toda vida humana. Esto es parte del misterio que las mentalidades gnósticas terminan rechazando, porque no lo pueden controlar.

Los límites de la razón

43. Nosotros llegamos a comprender muy pobremente la verdad que recibimos del Señor. Con mayor dificultad todavía logramos expresarla. Por ello no podemos pretender que nuestro modo de entenderla nos autorice a ejercer una supervisión estricta de la vida de los demás. Quiero recordar que en la Iglesia conviven lícitamente distintas maneras de interpretar muchos aspectos de la doctrina y de la vida cristiana que, en su variedad, «ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra». Es verdad que «a quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión»[39]. Precisamente, algunas corrientes gnósticas despreciaron la sencillez tan concreta del Evangelio e intentaron reemplazar al Dios trinitario y encarnado por una Unidad superior donde desaparecía la rica multiplicidad de nuestra historia.

44. En realidad, la doctrina, o mejor, nuestra comprensión y expresión de ella, «no es un sistema cerrado, privado de dinámicas capaces de generar interrogantes, dudas, cuestionamientos», y «las preguntas de nuestro pueblo, sus angustias, sus peleas, sus sueños, sus luchas, sus preocupaciones, poseen valor hermenéutico que no podemos ignorar si queremos tomar en serio el principio de encarnación. Sus preguntas nos ayudan a preguntarnos, sus cuestionamientos nos cuestionan»[40].

45. Con frecuencia se produce una peligrosa confusión: creer que porque sabemos algo o podemos explicarlo con una determinada lógica, ya somos santos, perfectos, mejores que la «masa ignorante». A todos los que en la Iglesia tienen la posibilidad de una formación más alta, san Juan Pablo II les advertía de la tentación de desarrollar «un cierto sentimiento de superioridad respecto a los demás fieles»[41]. Pero en realidad, eso que creemos saber debería ser siempre una motivación para responder mejor al amor de Dios, porque «se aprende para vivir: teología y santidad son un binomio inseparable»[42].

46. Cuando san Francisco de Asís veía que algunos de sus discípulos enseñaban la doctrina, quiso evitar la tentación del gnosticismo. Entonces escribió esto a san Antonio de Padua: «Me agrada que enseñes sagrada teología a los hermanos con tal que, en el estudio de la misma, no apagues el espíritu de oración y devoción»[43]. Él reconocía la tentación de convertir la experiencia cristiana en un conjunto de elucubraciones mentales que terminan alejándonos de la frescura del Evangelio. San Buenaventura, por otra parte, advertía que la verdadera sabiduría cristiana no se debe desconectar de la misericordia hacia el prójimo: «La mayor sabiduría que puede existir consiste en difundir fructuosamente lo que uno tiene para dar, lo que se le ha dado precisamente para que lo dispense. [...] Por eso, así como la misericordia es amiga de la sabiduría, la avaricia es su enemiga»[44]. «Hay una actividad que al unirse a la contemplación no la impide, sino que la facilita, como las obras de misericordia y piedad»[45].

 

NOTAS:

[35] Ibíd.: AAS 105 (2013), 1059. [36] Homilía en la Misa de la Casa Santa Marta (11 noviembre 2016): L'Osservatore Romano (12 noviembre 2016), p. 8. [37] Como enseña S. Buenaventura: «Es necesario que se dejen todas las operaciones intelectuales, y que el ápice del afecto se traslade todo a Dios y todo se transforme en Dios. […] Y así, no pudiendo nada la naturaleza y poco la industria, ha de darse poco a la inquisición y mucho a la unción; poco a la lengua y muchísimo a la alegría interior; poco a la palabra y a los escritos, y todo al don de Dios, que es el Espíritu Santo; poco o nada a la criatura, todo a la esencia creadora, esto es, al Padre, y al Hijo, y a Espíritu Santo» (Itinerario de la mente a Dios, VII, 4-5). [38] Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina en el centenario de la Facultad de Teología (3 marzo 2015): L'Osservatore Romano (10 marzo 2015), p. 6. [39] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 40: AAS 105 (2013), 1037. [40] Videomensaje al Congreso internacional de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina (1-3 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 980. [41] Exhort. ap. postsin. Vita consecrata (25 marzo 1996), 38: AAS 88 (1996), 412. [42] Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina en el centenario de la Facultad de Teología (3 marzo 2015): L'Osservatore Romano (10 marzo 2015), p. 6. [43] Carta a Fray Antonio, 2: FF 251. [44] Los siete dones del Espíritu Santo, 9, 15. [45] Id., In IV Sent., 37, 1, 3, ad 6.

 



[1] P. Tomás Morales Semblanzas de testigos de Cristo para los nuevos tiempos, Vol. VI, Junio, Encuentro, Madrid, 1993, 287-302

 

[2] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA GAUDETE ET EXSULTATE DEL SANTO PADRE FRANCISCO, Capítulo II, Roma, 2018

 


 

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