LA FE DE MI PADRE VICTOR ANDRES BELAUNDE
Les comparto la Entrevista en PAX http://paxtvmovil.org/vod/capitulo_video/14/651 que tuve el honor de hacer a su hijo José, autor de este magnífico artículo:
Belaunde Moreyra, J. (2019). Recuerdos de mi padre. Mercurio Peruano. Revista De Humanidades, (531), 3-11. https://doi.org/10.26441/MP531-2018-SM1
"…Dos fueron los pilares de la vida de fe de mi padre. El primero, la misa y la comunión diarias, a las que se habituó muy pronto y que no abandonó hasta el final de sus días. Desde los 8 años, en que hice la primera comunión, hasta los 12, en que entré al colegio de los jesuitas, fue mi costumbre acompañar diariamente a mi padre a la misa de las seis y media de la mañana en la parroquia de los padres pasionistas, que, por un designio de la Providencia sin duda, quedaba al lado de la casa.
Mi padre ayudaba con frecuencia a la misa, cuando no lo hacía yo, y, una vez terminada, permanecía largo rato arrodillado dando gracias. La fotografía que un día publicó la revista
Caretas, en la que se ve a mi padre en el reclinatorio, con la cara hundida en las manos, transmite perfectamente lo que era su actitud de recogimiento después de comulgar en misa.
Durante esa época, mi padre estaba muy preocupado por su vesícula biliar. Le habían dicho que ya no funcionaba apropiadamente y que habría necesidad de extirparla. La idea de una operación lo horrorizaba, santo temor por el bisturí que yo comparto. Le habían recomendado tomar diariamente, y en ayunas, una infusión de hojas de boldo, un buen rato antes del desayuno. Para poder cumplir con esa prescripción sin dejar de comulgar ni retrasar la primera colación del día, llevaba a la iglesia una botellita algo chata, como de un palmo de tamaño, llena
de la infusión rojiza. Minutos después de comulgar se acercaba discretamente a un confesionario cercano que no estuviera ocupado y allí, semioculto en el reclinatorio del penitente, empinaba el codo hasta apurar el contenido de la botella, posiblemente ante la mirada asombrada de algunas de las personas piadosas que se encontraban cerca. Debo confesar que yo como niño me sentía incómodo de lo que pudieran pensar. ¿Cómo decirles que era boldo y no alcohol? Pero mi padre se cuidaba poco de lo que pensara la gente.
El segundo pilar eran las dos horas que dedicaba a la oración, lectura y meditación cada noche. Durante los primeros años de su exilio había adquirido el hábito de despertar en la madrugada y no volverse a dormir sin leer largo rato. Mal hábito ocasionado por el insomnio que se convirtió para él, después de volver a la fe de su infancia, en una fuente de luz y consuelo, cuando a la lectura añadió la oración y la meditación…".