Agradezco al autor la deferencia de enviarme su texto y participar en mi programa "Perú, Tierra ensantada" de Radio María, en el que habla de su vocación, la presencia de los claretianos en el Perú y su interesantísima tesis doctoral. Felicitaciones por su trabajo y nuestra oración para que siga los pasos de su fundador, ahora en su puesto de director del Centro de Espiritualidad Claretiana en Vic.
Presentación del libro "Las Misiones Populares
del P. Claret en Cataluña entre 1840 y 1850"
Magdalena del Mar, Lima, 11 de febrero de 2020
Queridos amigos y amigas, buenas noches. Es un gusto encontrarme con ustedes para esta presentación en una fecha y un lugar tan significativos. Hoy, 11 de febrero, celebramos los 150 años de la aprobación definitiva de las Constituciones Claretianas, lo que implicaba el reconocimiento oficial de la Iglesia de nuestro estilo de vida misionera como un auténtico estilo de vida para seguir a Jesús misionero al estilo de Claret. Nuestra Congregación, nacida justamente en 1849, al final del período histórico que he estudiado en el libro que ahora presentaré, es el fruto maduro de toda la rica experiencia apostólica de Claret como misionero itinerante en Cataluña entre 1840 y 1850. Este lugar es muy significativo para mí. Nos encontramos en la Casa formativa claretiana de Magdalena del Mar. En esta casa, ingresé a la Congregación, cuando era tan solo un adolescente, hace 31 años; aquí transcurrieron casi todos los años de mi formación inicial; y aquí también me dediqué a la formación de los futuros misioneros claretianos, primero, de los postulantes durante 11 años, después, de los estudiantes, durante seis años.
El libro que hoy presentamos está basado en la Tesis doctoral que defendí el año pasado en la Universidad Comillas de Madrid. El tema central es la actividad misionera del P. Claret en la década de los cuarenta del siglo XIX, dentro del contexto histórico que nos acaba de presentar el Prof. Carlos Aburto. El libro está dividido en tres partes.
En la primera parte presento el recorrido histórico de las misiones populares como método de evangelización que venía del siglo XVI y el camino biográfico del P. Claret hasta que comenzó su aventura evangelizadora a través de las misiones populares. La segunda parte del libro trata precisamente de este recorrido misionero del P. Claret en el territorio de todas las diócesis catalanas excepto la de Tortosa.
Esta noche, me centraré en la presentación de la tercera parte del libro que trata sobre la aportación más original del P. Claret a la historia de la evangelización en Catalunya. Las tres conclusiones a las que llegué son las siguientes:
1. La audacia de abrir caminos para anunciar el mensaje del Evangelio en un tiempo de profunda crisis.
2. Claret supo prescindir de muchas cosas accesorias y teatrales para centrarse en lo fundamental del mensaje evangélico.
3. Cómo llevó a cabo todo eso en la práctica.
1. La audacia de abrir caminos para anunciar el mensaje del Evangelio en un tiempo de profunda crisis.
La evangelización popular, a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, pasó por una profunda crisis. La revolución liberal trató de imponer a la Iglesia una serie de reformas que acabaron despojándola de la riqueza, el poder y la influencia social que había conseguido durante el Antiguo Régimen, transformándola en una organización debilitada y subordinada al control estatal. La expulsión de la mayoría de los religiosos de sus conventos y la política desamortizadora y regalista del Estado destruyeron casi todas las estructuras clásicas de evangelización de la Iglesia española, especialmente las misiones populares. No obstante, la fe y la religiosidad de la población se mantuvo viva, aunque quedó desprovista de los medios que había habido hasta entonces de catequesis y predicación.
Había una sobreabundancia de sacerdotes seculares, pero no poseían ni la necesaria motivación ni la imprescindible capacitación para asumir una predicación popular. Los religiosos exclaustrados no conseguían desprenderse de sus reclamos y añoranzas de un pasado que consideraban glorioso. Por su parte, los políticos liberales exigían un atestado o certificado de fidelidad al gobierno liberal como requisito para ejercer el ministerio y así poder controlar la predicación de los sacerdotes. La mayoría de estos se resistían a solicitar este documento; incluso, muchos cayeron en la tentación de politizar su mensaje a favor de causas político-sociales que les prometían restaurar su antigua condición de privilegio.
Sin embargo, hacia la mitad de la década de los cuarenta, llegó un gobierno liberal más moderado (la década en la que gobernó el general Narváez). Este tendió su mano negociadora a la Iglesia porque la necesitaba para evitar temibles revoluciones sociales, tal como sucedía en París y Roma. En este contexto apareció una nueva generación de católicos que aprovecharon esta oportunidad. Un reducido grupo de seglares y eclesiásticos consiguió sacudirse de las obstinadas reclamaciones de los bienes y privilegios perdidos por los religiosos y así poder afrontar con más realismo la nueva situación socio-política. Unos desde la tribuna de la prensa, como José María Quadrado; otros desde la filosofía, como Jaime Balmes; otros desde la predicación, como el P. Claret y el P. Coll, fundador en Vic de las religiosas Dominicas de la Anunciata; y otros desde la caridad y la educación, como Joaquina de Vedruna, fundadora también en Vic de las Carmelitas de la Caridad; intentaron abrir caminos nuevos a la presencia de la Iglesia en medio del modelo social que se iba imponiendo.
Claret no fue un estratega especulativo de la misión, sino que a lo largo de su vida tuvo una profunda experiencia de fe cristiana que le permitió descubrir su identidad misionera. Claret fue movido por una honda espiritualidad, que lo urgía a buscar por todos los medios posibles que, como decía él, Dios fuese conocido, amado, servido y alabado por todos los hombres (cf. Aut, 202) y que estos no se perdiesen eternamente (cf. Aut, 205). Por eso, comenzó la predicación de las misiones populares en un momento en que parecía casi imposible hacerlo. El 15 de agosto de 1840 predicó su primera misión en Viladrau, a continuación pasó a diferentes poblaciones catalanas.
Durante la década de los cuarenta, el P. Claret predicó en Cataluña, al menos, 81 misiones, o quizá incluso 90. El misionero recorrió un mínimo de 77 poblaciones, tanto agrícolas como industriales. Comenzó centrado en poblaciones más bien pequeñas y de condición agrícola para acabar abriéndose gradualmente a ciudades más importantes e industriales. Conviene subrayar debidamente este dato, dado que nos encontramos en el contexto de una Iglesia que, en el siglo XIX, tendía a concentrarse predominantemente en el ámbito rural, como si fuera el ambiente que garantizaba la salvaguarda de los valores religiosos, y muchas veces desatendía las ciudades y los ambientes industriales e intelectuales, que percibía más bien como hostiles. Claret consiguió contactar con la fe sencilla de la población y moverse en ámbitos diversos, superando los prejuicios que él mismo probablemente tenía como eclesiástico de la época.
Las misiones predicadas entre agosto de 1840 y abril de 1844 fueron excepcionales y pioneras porque se desarrollaron en un período especialmente adverso. Eran pocos los sacerdotes que se atrevían a predicar misiones en su territorio parroquial, y desde luego nadie osaba hacerlo a nivel diocesano. La Primera Guerra Carlista había acabado y la llegada del general Espartero como nuevo Regente del Reino en 1840 instauró un gobierno liberal exaltado que intensificó el carácter conflictivo de la relación entre la Iglesia y el Estado. Claret, gracias a su audacia, astucia apostólica y valentía, logró predicar 30 misiones en este período. Por ello, no solo cambió el nombre de "misiones populares" sino que las predicó bajo la apariencia de celebraciones devocionales, como novenas de ánimas o novenas a la Virgen y a los santos. Y así sorteó el control de las autoridades. Fue esmeradamente prudente en no meterse en cuestiones políticas. A pesar de ello sufrió calumnias.
El P. Claret para poder misionar asumió el sacrificio de largas caminatas solitarias a pie e incluso en varios momentos arriesgó la propia vida. Podemos recordar un par de ejemplos que demuestran lo dicho. Cuando Claret se disponía, en febrero de 1841, a comenzar la predicación de la Cuaresma en la catedral de Vic, el alcalde le requirió el atestado de fidelidad al gobierno y, al no tenerlo, le impidió la predicación por orden del gobernador de Barcelona. Entonces, el vicario capitular de Vic, Luciano Casadevall, lo envió a la lejana parroquia de Pruit, donde permaneció un par de meses. El sacerdote Pedro Roquer, que era el vicario de una parroquia vecina, testificó que Claret no tenía miedo de arriesgar su vida y le dijo: «Aunque hubiese sabido que me esperaban puñal en mano en Vich cuando iba a subir al púlpito, no habría desistido. Mi superior el M.I.S. Vicario General es á quien he obedecido».
El segundo testimonio es una carta del mismo Claret, escrita el 25 de noviembre de 1842. Llevaba ya seis meses recluido en la pequeña parroquia de San Juan de Oló, debido también a la grande tensión política del momento. Su carta era una respuesta al canónigo de Vic Jaime Soler, en la que este le había manifestado sus temores frente a la situación política. Eran días en los que en Barcelona se desarrollaba un levantamiento contra el Regente, el general Baldomero Espartero; de hecho, la semana siguiente Barcelona fue bombardeada por la artillería durante doce horas. El canónigo sostenía que no era el mejor momento para llevar a cabo los planes que Claret y Soler tenían entre manos para formar a futuros predicadores de la diócesis en la casa parroquial de San Juan de Oló. Claret, le dijo: «Igualmente, ya me parece que lo veo más asustado que una abubilla atendiendo a las noticias del día y yo le digo que, en lugar de acobardarme, son para mí espuelas que me empujan a trabajar; quien sabe si será un reventarse del forúnculo y una vez reventado necesitará nuestro remedio» (EC, vol. I, 115-116). Claret supo ver oportunidades donde otros solo veían obstáculos para la misión.
2. Claret supo prescindir de muchas cosas accesorias y teatrales para centrarse en lo fundamental del mensaje evangélico.
A Claret, como misionero, le parecía que el hombre de su tiempo estaba especialmente desconcertado por el enfrentamiento de ideologías y por la tragedia de guerras fratricidas; al mismo tiempo, percibía que la necesidad más acuciante del pueblo, según su parecer, era la de volver a escuchar la Palabra de Dios. Desde esta visión, él se entendía a sí mismo como un apóstol llamado por Dios para ser, a través de la predicación, un centinela que advirtiera de los peligros de condenación eterna, según el mensaje cristiano de aquella época, y ofreciera un camino recto y seguro para alcanzar la salvación eterna, tal como lo expuso en su primer libro "Camí dret i segur per a arribar al cel".
Las misiones populares fueron asumidas por Claret como una pastoral de emergencia, retomando así la tradición de más de tres siglos de un método pastoral que se había mostrado eficaz para revitalizar la fe de los fieles; sin embargo, el misionero no las pudo aplicar tal como las órdenes religiosas las habían predicado en los siglos anteriores debido a las restricciones legales y las persecuciones de las autoridades liberales, en aquel momento. Claret se concentró en dos actividades fundamentales: la predicación de la Palabra de Dios y la administración del sacramento de la reconciliación, y dejó aparte una serie de actividades a veces muy barrocas y teatrales que se habían ido añadiendo durante los siglos anteriores con la finalidad de atraer la participación de los fieles e impactarlos con más fuerza. A medida que el ambiente político lo fue permitiendo, el misionero añadió a sus misiones diferentes estrategias apostólicas, a las que nos referiremos más adelante.
El análisis de los textos autobiográficos de Claret y los testimonios de la gente que participaba en sus misiones nos llevan a afirmar que el misionero se sentía en la línea de los grandes misioneros apostólicos. Comprendía que su primera predicación debía ser su misma vida misionera; por eso, se esforzaba por llevar una vida itinerante, virtuosa, pobre y sacrificada; siempre viajaba a pie y nunca recibía estipendios ni regalos por su trabajo. Intentaba vivir a la manera de los apóstoles, dando así un contenido nuevo al título de Misionero Apostólico que había recibido en 1841 de las autoridades vaticanas de la sección llamada Propaganda Fide. Este fue su principal recurso para ganar la confianza de los fieles y superar la suspicacia de las autoridades políticas del momento. La gente respondía atribuyéndole una fama creciente de santidad apostólica y de milagrero; pero al mismo tiempo, no faltaban quienes temieran su fuerte influencia sobre el pueblo y trataban de descalificarlo acusándolo injustamente de ser carlista y de defender esta causa política.
Son abundantes los testimonios que manifiestan que Claret se cuidaba mucho de no caer en posturas políticas partidistas. Baste recordar el testimonio del presbítero J. Torrabadella, que, al referirse a la actitud del misionero en Ripoll, declaró: «Manifestó tal prudencia que á pesar de estar aún como abiertas las llagas de los partidos de la guerra mencionada, sin ofender á nadie los movía á todos conduciéndolos al arrepentimiento». A continuación, añadió: «Otra cosa observé en él respecto de partidos, y era no entrar jamás en discusiones sobre estos, sino al contrario las cortaba con tanta destreza, si alguna vez se introducían en la conversación, que á todos dejaba satisfechos con su generoso comportamiento».
El contenido de la predicación de Claret fue, fundamentalmente, fiel a la teología de su época, que en España no se caracterizó por la brillantez ni la profundidad del pensamiento, sino más bien por haber sido repetitiva y haber estado poco atenta a los nuevos desafíos intelectuales, culturales, sociales y espirituales. Todo esto es comprensible dentro del contexto de desconcierto que la Iglesia vivía en medio de un cambio de época y de paradigmas para el cual no estaba suficientemente preparada. Esto no quita el interés de Claret demostrado tanto en este período como luego en Cuba, Madrid y Roma por estar bien formado; la prueba está en la cantidad de libros y la variedad de temas de su biblioteca personal.
En cuanto al estilo de las misiones, Claret predicó y escribió siempre en catalán, que era la lengua de la gente que le escuchaba; por eso, en una época en que los predicadores muchas veces buscaban lucirse con la utilización de la lengua llamada culta, es decir el castellano, él prefirió la comunicación sencilla, popular y cercana a través del catalán. Los testimonios sobre el estilo de trato de Claret con las personas coinciden en que era sencillo, cordial y misericordioso, dejando a un lado la solemnidad, rigurosidad y terror en que abundaban algunos predicadores de la época para provocar el arrepentimiento y un cambio de vida más cristiano. Así lo reconoció su compañero de estudios el filósofo catalán Jaime Balmes.
3. ¿Cómo llevó a cabo todo eso en la práctica?
Claret tomó conciencia de que las misiones populares conseguían despertar la fe adormecida del pueblo, pero, al mismo tiempo, de que podían quedar reducidas a un esfuerzo aislado cuyos frutos se desvanecerían rápidamente con el paso del tiempo. Por eso, desde 1843, comenzó a aplicar una serie de estrategias apostólicas que a continuación detallaremos.
La primera de dichas estrategias fue la producción y publicación de opúsculos y libros devocionales, ascéticos y catequéticos. Comenzó con un opúsculo devocional muy sencillo llamado Camí drèt y segúr per arribar al Cel, que contenía las oraciones básicas y algunas máximas de vida cristiana y que se convertiría en el libro devocional más utilizado en España durante aquella época, tanto en catalán como en castellano habiéndose publicado hacia finales del siglo XIX más de dos millones de ejemplares. Mientras tanto, comenzó a escribir también toda una serie de folletos titulados Avisos y dirigidos a diferentes grupos de destinatarios según sus etapas de vida, como niños, jóvenes y adultos, y sus estados de vida: religiosas, sacerdotes, solteras, casadas, viudas, padres de familia e incluso soldados. Luego produjo y editó diversos tipos de libros para sacerdotes y fieles, entre ellos cuatro catecismos de diferente tamaño y formato; sin embargo, prefirió las obras pequeñas y de fácil divulgación, pues estaba convencido de que en la clase popular había ansias de leer y aprender. Con el canónigo de la Catedral de Tarragona José Caixal, fundó en 1848 la Librería Religiosa, que se constituyó en la primera y principal editorial religiosa a nivel popular en España.
La segunda estrategia fue la formación y agrupación de los seglares. En la década de los cuarenta, Claret estableció cuatro asociaciones para canalizar el fervor religioso que sus misiones despertaban en los fieles y encauzarlo hacia el cultivo de la vida espiritual, la formación doctrinal y el compromiso apostólico. Su confianza en las mujeres como protagonistas de la misión apostólica fue, sin duda, excepcional en una época en la que muchos eclesiásticos más bien desconfiaban de ellas y no las integraban en sus planes apostólicos. Claret no se vio libre de aquellos prejuicios y sospechas, pero se atrevió a apostar por la formación de las mujeres para que pudiesen ser protagonistas de la misión, especialmente en el ámbito familiar, en la catequesis, la educación y la caridad. Un ejemplo típico fue el de la propuesta de las llamadas diaconisas que en un su mente hubieran debido ser mujeres comprometidas en la pastoral eclesial, pero fue prohibida por el entonces arzobispo de Tarragona, Antonio Echánove. Otra propuesta que sí cuajó fue la de mujeres consagradas fuera del convento a las que llamó Hijas del Corazón de María. Se trataba de iniciativas novedosas y atrevidas. De manera especial, además, fue el apoyo que dio a una serie de nuevos institutos religiosos femeninos de vida apostólica que estaban surgiendo en aquellos años, tanto en la época de Cataluña como de Cuba y Madrid.
La tercera estrategia fue la promoción de un clero más apostólico. Comenzó con la predicación de ejercicios espirituales para animar a los sacerdotes a vivir su vocación y ejercer su ministerio con mayor ardor. Un segundo paso fueron las conferencias para sacerdotes que él mismo ofreció durante algunos veranos en Vic. A través de estos medios conoció con más profundidad la realidad del clero y atrajo a numerosos sacerdotes a un estilo de vida más comprometido. Entre 1842 y 1850, constituyó, al menos, cuatro asociaciones apostólicas para congregar a los sacerdotes que querían dedicarse a la predicación de la Palabra de Dios. La más importante fue la Casa-misión de Vic, fundada el 16 de julio de 1849 en el antiguo seminario de Vic, y que a los dos meses se trasladó al antiguo convento de la Merced. Con esta Casa-misión nació la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, que actualmente cuenta con más de tres mil miembros en los cinco continentes.
Como hemos podido apreciar, la aportación de Claret no radica principalmente en la originalidad de cada una de estas estrategias por separado, porque ya habían sido utilizadas en alguna medida por otros predicadores, sino en el plan de conjunto que supo trazar de forma claramente novedosa para su época. Esto no debería extrañarnos dado que fue un hombre que nació en un cambio de época y estuvo en los principales escenarios del estallido de la revolución industrial en la Península. Es significativo que naciera en un pueblo abierto a esta nueva mentalidad textil y liberal como fue Sallent y luego marchara a Barcelona donde se vivía la fiebre de la nueva sociedad que emergía. Más tarde, esa nueva mentalidad la fue aplicando en su actividad evangelizadora. Un solo hombre consiguió abarcar diversos campos de apostolado, establecer sinergias y entretejer redes de contacto entre personas y asociaciones que despertaron un movimiento apostólico amplio y múltiple en las diversas diócesis catalanas y en Canarias con una fuerte irradiación en toda la Península. Cuando Claret se vio obligado a aceptar la sede arzobispal de Santiago de Cuba, dejó estas estrategias en personas de confianza para que garantizaran su continuidad.
En fin, nos encontramos ante un hombre que era hijo su época y al mismo tiempo la superaba. Nos deja, por lo tanto, un ejemplo para nosotros de cómo vivir en medio de las crisis y los desafíos sociales y eclesiales que estamos experimentando: con los pies arraigados en el suelo de nuestra época, aprendiendo del pasado, sin añorarlo, y lanzados decididamente a un futuro que hay que ir discerniendo, sin miedo, confiados en la acción de un Dios siempre presente en la historia y que se manifiesta a través de los signos de los tiempos.
Muchas gracias a todos por su asistencia, especialmente a mis hermanos de Congregación, a mi familia y amigos y amigas.