jueves, 30 de abril de 2020

Domingo de Santo Tomás, primer doctor de la Facultad de Teología de la Universidad de San Marcos

Fray Domingo de Santo Tomás será el primero en graduarse en sus aulas, el primer doctor y su primer catedrático de Prima Teología. Es el autor de la primera gramática en quechua. Al final de la obra y como muestra redacta un compendio de la doctrina cristiana sumamente interesante. Les comparto la interesante semblanza del Diccionario de la RAE, así como el texto del compendio de la doctrina cristiana y confesión general de la mano de dos maestros lingüistas, G. Taylor y R. Cerrón 


I. BIOGRAFÍA: Domingo de Santo Tomás http://dbe.rah.es/biografias/15346/domingo-de-santo-tomas

 Domingo de Santo Tomás. ¿Sevilla?, 1499 – Lima (Perú), 1570. Misionero, dominico (OP), autor de la primera gramática quechua.

Nació probablemente en Sevilla. Llegó al Perú en 1540 (aprox.). Se preocupó por estudiar la lengua quechua como instrumento para la evangelización de los indios del Perú. Compuso una gramática para facilitar a los conquistadores sus primeros contactos con los naturales. Se imprimió en Valladolid en 1560 y fray Domingo de Santo Tomás la llevó al Perú en julio de 1561. Fue quien informó a Cieza de León sobre la vida y costumbres antiguas de los indios peruanos.

La Provincia Dominica del Perú se estableció el 4 de enero de 1540, siendo su primer provincial fray Tomás de San Martín quien inició verdaderamente el adoctrinamiento de los indios en todo el Perú. Precisamente, fray Tomás de San Martín envía a fray Domingo de Santo Tomás a Trujillo junto con otros dominicos para que empezaran a evangelizar las regiones próximas.

Dice Pedro Cieza de León sobre fray Domingo de Santo Tomás: "Es uno de los que más sabe la lengua y ha estado mucho tiempo entre estos indios y doctrinándolos en las cosas de nuestra Santa fe Católica; así que por lo que yo vi y comprendí el tiempo que anduve por aquellos valles y por la relación que tengo de fray Domingo de Santo Tomás". En 1545 fue nombrado prior del Convento de Lima. En el año 1548 pasó a Cuzco para asistir, donde entre otras cosas se acordó crear un Estudio General que antecede a la Universidad de San Marcos de Lima. Luego se le encomendó la catequización de los indios de las calles de Chicama, Aucallama y Chancay. El mismo año de 1545 fue elegido prior del Convento de Lima.

En 1548 fundó un Convento en Chincha auspiciado por La Gasca. En su viaje de 1548 a Cuzco se encontró con La Gasca en Jauja y lo acompañó al Capítulo de Cuzco. En este Capítulo fue nombrado lector en Lima y se dedicó a la enseñanza. En el mismo Capítulo se creó la primera cátedra de quechua en la Universidad de San Marcos, pensada para la correcta traducción de la experiencia de la fe cristiana a la lengua indígena. Ya el arzobispo Loayza había llamado la atención sobre la necesidad de la instrucción en quechua (1545). La Cátedra sería la base académica para que los doctrineros y catequistas obtuvieron el grado de "Doctor de los indios", después de haber llevado el curso en el mismo Capítulo, se redistribuyó a los religiosos dominicos, fray Domingo de Santo Tomás fue a visitar algunas encomiendas de Lima. Según Isacio Pérez Fernández el primer esfuerzo para evangelizar en lengua quechua a los indios de Perú fue de los Dominicos y puede fecharse entre 1541 y 1545, haciendo referencia a unas cartillas para la catequesis, escrita en quechua, por varios autores en esos años.

Isacio Pérez Fernández cree que uno de esos autores fue fray Domingo de Santo Tomás pues entonces ya estaba reuniendo material para su Lexicón y su Gramática.

A pesar de la resistencia del alto clero al adoctrinamiento en quechua, y gracias al auspicio del arzobispo Loayza (1545-1551) las cartillas dispersas se reunieron en una sola, continuándose con la evangelización en lengua india. En su memorial a su sucesor La Gasca ordena que fray Domingo de Santo Tomás continúe con la tasación del tributo indígena, nombrándolo miembro de la comisión del segundo repartimiento de encomiendas junto a Andrés de Cianca y el arzobispo Loayza. Por experiencia creía que la idea de los obispos de imponer diezmos a los indios retardaría su conversión. Así lo expresó en una carta al Rey del 1 de julio de 1550. Se queja de las restricciones que tenían los religiosos en la administración de los sacramentos. Dando inicio a la discusión sobre la competencia y jurisdicción de los religiosos respecto a los obispos. Hasta ese momento los religiosos llevaron la instrucción y la conversión de los naturales, pero al llegar a sus nuevas diócesis, los obispos reclaman la administración de los sacramentos y la obediencia de los religiosos. Las Órdenes mendicantes rechazaron someterse a los obispos porque consideraban el asunto una intromisión de la jerarquía eclesiástica, lo cual provocó que éstos solicitaran proveer sus parroquias con curas diocesanos y diezmaran no sólo los españoles sino también los indígenas. La carta de fray Domingo de Santo Tomás es también una descripción de la situación indígena desde el descubrimiento del Perú hasta la pacificación de La Gasca.

Resalta la importancia de la tasación encomendada por La Gasca para la protección de los indígenas, pues antes de la tasación "A esta pobre gente les pedía mil, mil habían de dar […] y sobre esto quemaban a los caciques y los echaban a perros y otros muchos malos tratamientos y les quitaban el señorío y el mando se lo daban a quien les parecía buen verdugo de los pobres indios para cumplir su voluntad y codicia desordenada".

Sobre el trabajo de los naturales en las minas dice que "no sólo hay mal en quitarles la libertad y echarles a morir y para su perdición […] es en suma lo mucho del desorden y daño que acerca destas minas hay y doy fe a vuestra alteza como cristiano, que si no se pone orden muy en breve se destruirá la tierra".

Finalmente se muestra partidario de la restitución lascasiana de los dineros mal habidos de las encomiendas e intervino en las gestiones para que se restituya en las provincias más necesitadas y disipadas de la tierra en obras de Republica de ellas […] en pro de los naturales de cuya vida y sangre ha salido esa plata y oro que a vuestra alteza le llevan".

Fray Domingo de Santo Tomás intervino indirectamente en la divulgación de la Real Provisión que autorizaba a Cebrián de Caritate la "exclusividad" de llevar camellos al Perú. Se pensaba que la fuerza de los camellos servía para alivianar las cargas que sobre los hombros agobiaban a los sufridos indígenas.

Según Isacio Pérez Fernández fue una manera estrafalaria de recordar a los miembros de la Audiencia el Auto de suspensión del trabajo indígena, dado por La Gasca al partir del Perú ( 22 de febrero de 1542), y de ofrecerles una salida cambiando camellos por trabajo personal. La Provisión llegó en abril de 1552 y los oidores pensaron en divulgar la Real Cedula de supresión del servicio personal de los indios, pero la provisión sobre la importación de camellos les hizo reflexionar sobre la conveniencia de tal divulgación.

Temían que se produjeran desmanes entre los encomenderos por la idea de remplazar indios con camellos.

En ese momento fray Domingo de Santo Tomás mostró una carta a los oidores donde el obispo de Chiapas, fray Bartolomé de las Casas, se asombraba de que los oidores no hubieran ejecutado la Cédula de supresión del servicio personal de indios, incluso precisa que eso era responsabilidad de la Audiencia y el virrey y no del Consejo de Indias. Ésta sería la primera prueba del contacto epistolar entre Las Casas y fray Domingo de Santo Tomás. Su primer contacto personal se produciría en el otoño de 1556, cuando fray Domingo de Santo Tomás visitaba Valladolid.

La defensa de los indios que pregonaba fray Domingo de Santo Tomás se basaba en el reconocimiento de la autoridad del Rey y en rechazo de las atribuciones de los encomenderos. Alguna vez el oidor Pedro de Mercado de Peñalosa en presencia de fray Domingo de Santo Tomás aprovechó una conversación sobre los derechos de Carlos I al reino de Nápoles para cuestionar los derechos reales a las Indias: "¿es el rey pariente de Guaynacaba (Huayna Capac) o cómo tiene esta tierra?". El fiscal Juan Fernández y fray Domingo de Santo Tomás reprendieron su actitud con la dureza de su indiferencia. Su trabajo evangelizador tiene especial valor porque fue le primero en estudiar y difundir entre los predicadores los conocimientos sobre las lenguas del Perú. Su pertenencía a la Orden Dominica y su competencia académica le dieron un papel preponderante en los primeros años lascasianos de la Universidad de San Marcos en el siglo XVI. Se encargó del dictado de los primeros cursos del Estudio General del noviciado y luego en la Universidad de San Marcos. Además fue él quien solicitó la Bula Pontificia de confirmación (1571). Asimismo se doctoró en la Universidad de San Marcos de Lima, donde se encargó de dictar las cátedras de Retórica, Gramática, Artes y Teología. En los primeros años de conquista participó en la fundación de conventos, la enseñanza a los indios y la pacificación de las guerras civiles entre los conquistadores. En 1545 fue prior de su convento en la ciudad de Lima y visitador de la Provincia en 1551. En 1553 fue predicador general y lector de Teología. En 1551, el general de la Orden Dominica le designó vicario general. En Lima, el arzobispo Loayza le ordenó empadronar y tasar el tributo indígena, ganándose la enemistad de los encomenderos.

Pertenece al grupo de dominicos lascasistas que no se limitaron a denunciar y condenar el abuso encomendero contra los indígenas, sino que, a través de la elaboración de memoriales y asesoría legal en juicios, enseñaron a los indios a defenderse con los mecanismo legales de la época. Precisamente el 19 de julio de 1559, los caciques indios, reunidos en la Ciudad de los Reyes, nombraron procuradores al padre Las Casas (en España), fray Domingo de Santo Tomás (Perú) y fray Alonso Méndez, para contrarrestar un Memorial de los encomenderos peruleros, donde ofrecen a Felipe II siete o nueve millones de ducados por la perpetuidad de la encomienda. El padre Las Casas y fray Domingo de Santo Tomás ofrecieron como contraoferta y en representación de los caciques indios del Perú dos millones más de los propuestos por los encomenderos, para impedir que se concediera la perpetuidad. Ambas partes sabían que no podían pagar los millones ofrecidos. El objetivo de ambas partes era ganar tiempo y la voluntad del Rey.

Fray Domingo de Santo Tomás impidió la perpetuidad de la encomienda. Lo contrario hubiera significado una forma de feudalismo en el marco de una "teoría organicista" de la sociedad. En un memorial de los encomenderos se decía que ellos eran los huesos que sustentan la república o la comunidad" o sea el grupo dominante. Por esto debían estar fortalecidos con la perpetuidad de la encomienda más la jurisdicción civil y criminal sobre los indios. Delegar el poder en particular era inaceptable en una monarquía absoluta, que, al contrario, concentraba el poder en el Rey. La coordinación de la contraoferta de los caciques de Lima se logró en el primer encuentro personal entre el padre Las Casas y fray Domingo de Santo Tomás en 1556. Fray Domingo de Santo Tomás logró del papa Paulo IV un jubileo plenísimo para el Hospital de Santa Ana a petición del arzobispo Loayza.

Volvió al Perú en 1561 y al año siguiente recibió la bula que lo nombraba obispo de Charcas. Fue consagrado en la Iglesia de Santo Domingo de Lima, por el arzobispo Loayza. A su regreso muere atacado por una enfermedad. Sus restos descansan en la Catedral del Obispado de Charcas. En opinión de Raúl Porras Barrenechea, la Gramática de fray Domingo de Santo Tomás recoge los primeros conocimientos de la lengua índica peruana, que hasta entonces los españoles habían logrado compilar de manera desordenada. Estos datos aumentaban progresivamente conforme se ampliaba su labor evangelizadora, ya que no sólo estuvo en el Cuzco sino que viajó también por la costa peruana.

La riqueza histórica del Vocabulario es haber sido preparado en una época muy cercana al incario. Precisamente en sus páginas encontramos las instituciones Incas más antiguas, así como los nombres de sus "administrativos" y sus funciones específicas. Raúl Porras Barrenechea opina que fray Domingo de Santo Tomás es el iniciador de los estudios quechuísticos y que bautizó con el nombre de Quechua la conocido Runa Simi o Lengua General Inca. González Holguín usó la palabra quechua tomando como referencia a fray Domingo de Santo Tomás. En 1616 Alonso de Huerta también usó el término quechua. Más tarde los estudiosos republicanos del quechua recogieron este nombre tradicional de Pacheco Zegarra, quien divulgó la denominación en el siglo xix. Otros autores acompañan a fray Domingo de Santo Tomás en los primeros estudios de las lenguas índicas. Fray Benito de Jarandia se ocupó de la lengua Yunga y la de los indios chicamas, fray Pedro de Aparicio compuso un arte de la lengua chimú y el presbítero Roque de Cejuela elaboró un Catecismo en lengua yunga y castellana del Perú escrita antes de 1585.

Desde el siglo xvi se inició un debate sobre la política lingüística a seguir en la catequesis. Unos propugnaban la castellanización. Uno de los argumentos se basaba en el ejemplo del Imperio Romano que impuso con éxito el latín. Los de esta opinión recordaban el texto de Antonio de Lebrija en su Gramática: "La lengua va con el Imperio". Otros quechuistas optaron por el bilingüismo. Al publicar Grammatica y el Lexicón, fray Domingo de Santo Tomás optó por el quechua, sin desestimar el castellano. El quechuismo, que aún perdura en el Perú es heredera de la obra de fray Domingo de Santo Tomás. Por diversas iniciativas el quechua se convirtió en el idioma oficial de la Iglesia. En el debate intervino Felipe II, quien mandó dejarlos en su lengua. En este contexto general se crearon las cátedras de Lengua en las universidades de México y Lima. Como reacción a la revolución de Tupac Amaru II el visitador Antonio de Areche cerró la cátedra en San Marcos (1784); fue reabierta en 1936. El lingüista Rodolfo Cerrón Palomino cree que el quechua se originó principalmente en la costa.

Esa variedad fue la que oficializaron los Incas. El quechua cuzqueño viene a ser, entonces, un desarrollo posterior de la variante quinchay suyo con influencia aymara. Sus investigaciones lo han llevado a plantear que el quechua del que se ocupó Domingo de Santo Tomás desapareció a mediados del siglo XVII.

Así, el único testimonio que queda del quinchay suyo es el Lexicón y la Grammatica.

 

Obras de ~: Gramática o Arte de la Lengua General de los Indios de los Reinos del Perú. Nuevamente compuesta por el maestro Fray Domingo morador en los dichos reinos, Valladolid, 1560 (Lima, 1951); Lexicón o Vocabulario de la lengua general del Perú llamada quichua, Valladolid, 1560.

 

Bibl.: M. de Mendiburu, Diccionario Histórico-biográfico del Perú, Lima, Biblioteca Nacional del Perú, 1805-1885; R. Porras, "Fray Domingo de Santo Tomás fundador de la Universidad y descubridor del Quechua", en El Comercio (Lima), 12 y 14 de mayo de 1955; E. Romero de Valle, Diccionario manual de literatura peruana y materias afines, Lima, ed. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1966; F. de Solano, Documentos sobre política lingüística en Hispanoamérica (1492-1800), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1999; I. Pérez Fernández, Bartolomé de las Casas en el Perú, Cuzco, Ed. CBC, 1988; R. Cerrón Palomino, Lingüística Quechua, Cuzco, Centro Bartolomé de las Casas, 2003; R. Cerrón Palomino, "La piedra donde se posó la lechuza. Historia de un nombre", en Lexis (Revista de Lingüística y Literatura), PUCP (2006).

 

Yovani Soto Villanueva


NOTA DE INTERÉS: https://www.religionenlibertad.com/blog/36985/del-autor-de-la-primera-gramatica-del-quechua-fray-domingo-de.html  

II. La platica de fray Domingo de Santo tomás (1560)

La platica de fray Domingo de Santo Tomás (1560) Gerald Taylor p. 427-453 https://doi.org/10.4000/bifea.7039

Platica para to/dos los Indios

Hermanos & hijos mios, a / todos vosotros os amo y / quiero mucho, como a mis / proprios hijos, por tanto os / quiero dezir los ma(n)damien-/tos d(e) dios, para q(ue) seays sus hi/jos y amigos suyos. Por esso / estad atentos, y oydme bien / esto que os quiero dezir. Noso-/tros todos los ho(m)bres, no so-/mos como los cauallos, ni co/mo las ouejas, ni como los / leones, ni como las demas co/sas biuas, Porq(ue) los cauallos, / los leones, y todas las otras cosas / que biue(n), quando mue/ren, el cuerpo y el anima // todo juntamente muere, pe-/ro nosotros los ho(m)bres no so/mos assi, q(ue) qua(n)do morimos, / nosotros, y vamos deste mu(n)-/do, solame(n)te muere n(ues)tro cuer/po. Mas nuestra anima y [e]spi-/ritu, este hombre nuestro in-/terior (q(ue) aca de(n)tro tenemos,) / nu(n)ca muere, para siempre ja-/mas biue. Y los que son hi-/jos de Dios (por sus sacrame(n)/tos) y son buenos y guardan / sus mandamientos, van alla / al cielo (que es la morada de / Dios) a donde estarán con el / en muy gran gozo, gloria y / alegria, descanso, y recrea-/cion para siempre jamas. Los / que fueren peccadores y ma-//los y no obedece(n) ni guardan / sus ma(n)damie(n)tos, qua(n)do mue/re(n), sus a(n)i(m)as ira(n) al infierno (q(ue) / es la casa y morada d(e) los d(e)mo/nios) y alli estaran para sie(m)pre / pena(n)do. Y pues ha de ser assi, / que las animas d(e) los buenos, / despues que mueren, han de / yr al cielo, a tener gran glo-/ria con dios, y las de los ma-/los co(n) el demonio al infierno / co(n) pena para sie(m)pre. Oydme / bie(n) esto q(ue) os quiero dezir, pa/ra q(ue) vays al cielo, escapando/os del infierno. Primero mu/cho tiempo ha, no auia cie-/lo, ni sol, ni luna, ni estrellas, / ni auia este mundo inferior, / ni en el auia ouejas, ni vena-/dos, ni zorras, ni aues, ni mar, // ni pexes, ni arboles, ni otra / cosa alguna. Solamente en-/tonces auia Dios, que jamas / tuuo, ni tiene principio , ni te(n)/dra fin. Y quando le plugo, / y fue seruido, hizo y crio el / cielo, la tierra, y todo lo de-/mas que ay en ellos. Hizo el / cielo, para casa y morada de / los Angeles, y de los buenos / hombres. Hizo el sol para / dar resplandor y alumbrar el / dia. Ta(m)bien crio la luna, ju(n)ta-/ mente con las estrellas, para a/lu(m)brar la noche, y darle clari-/dad. Hizo este mundo, para / que nosotros los hombres bi/uiessemos, anduuiessemos y / morassemos en el. Hizo el / ayre, para que respirassemos. // las aues, los pexes, y todo lo / demas que ay criado, todo lo / hizo y crio para nosotros los / hombres. Algunas cosas de-/llas crio, para q(ue) nosotros co-/miessemos. Otros para q(ue) nos / ayudassen y siruiessen en nue/stras necessidades. Otras pa-/ra que nos gozassemos y hol/gassemos en verlas. Crio as-/si mismo alla en el cielo muy / gra(n) cantidad y muchos cria-/dos suyos, que llamamos ange-/les. Los quales ni tiene(n) car/ne, ni huesso, no tienen cuer-/po, son [e]spiritus puros como / nuestras animas. Estos ange-/les que digo, no son como los / ho(m)bres, son de otro genero, / y [e]specie que nosotros. Destos // angeles q(ue) os he dicho, algu-/nos fuero(n) buenos y guarda-/ro(n) y obedesciero(n) los manda-/mie(n)tos d(e) dios, cu(m)plie(n)do su vo/lu(n)tad. Y estos agora esta(n) con / el en el cielo, y son bie(n) aue(n)tu-/rados, estando en gran conte(n)-/to y gloria, sin faltarles cosa / ninguna de las que dessean, / Y a estos llamamos Angeles / buenos. Otros fueron muy / malos, no obedesciero(n) a dios, / ni guardaron sus mandamie(n)/tos cu(m)pliendo su volu(n)tad, an-/tes peccaro(n) y enojaro(n) mucho / a dios n(uest)ro señor. Y a estos por / sus peccados, los echo Dios / del cielo, y desterro aca baxo / de la tierra, al infierno en gra(n) / fuego, y obscuridad, y hedor // Do(n)de hasta agora esta(n), y esta-/ra(n) para sie(m)pre encerrados, pa-/descie(n)do por sus peccados. Y / estos son los q(ue) en v(uest)ra lengua/ llamays (mana alli çupay.) Y / nosotros en la nuestra, les lla-/mamos diablos. Despues q(ue) / dios ouo hecho y criado to-/das estas cosas q(ue) os he dicho. / Crio en este mu(n)do vn ho(m)bre / llamado Adam, y vna muger / llamada Eua. Y d(e)ste ho(m)bre, y / d(e)sta muger, nosotros los chri/stianos, y vosotros los indios, / y todos los negros, y los in-/dios d(e) Mexico, y los indios q(ue) / esta(n) en los mo(n)tes, y todos q(uan)/ tos ho(m)bres ay derramados y / diuididos del vn cabo d(e)l mu(n)/do hasta el otro, todos d(e) ellos // p(ro)cedemos. Y nacemos. Y este / ho(m)bre llamado Adam, y esta / muger llamada Eua, son n(uest)ro / principio, y de do(n)de procede/mos. Y dellos, n(uest)ros antepassa/dos p(ro)cediero(n), y se fuero(n) a mo/rar a España, donde nosotros / biuimos. Y v(uest)ros antepassados / (d(e) quie(n)[es] vosotros venis) vinie/ro(n) a biuira esta t(ie)rra, do(n)de ago/ra estays. Y los antepassados / d(e) los negros se fuero(n) a sus tier/ras. Y los antepassados de los Mexicanos, y assi mismo los / de todos los ho(m)bres q(ue) esta(n) di/uididos por todo el mu(n)do, se / diuidiero(n) por diuersas t(ie)rras. / Aueys d(e) saber q(ue) aq(ue)llos demo/nios q(ue) os dixe, te(n)taro(n) a n(uest)ros p(ri)/meros padres, y diero(n) ocasio(n) // tentandolos para que pecas/sen, y assi peccaro(n). Y estos de/monios son los q(ue) a nosotros / cada día nos aco(n)sejan el pec-/car, engañandonos y persua-/diendonos lo malo, y a voso-/tros (aunque no los veys) os / pone(n) en vuestros coraçones / malos pe(n)samientos, os dize(n), / Adorad al sol, a la luna, a las / piedras, a los ydolos. Y, por / esto, aueys enojado co(n) v(uest)ros pe/cados mucho a dios n(uest)ro se-/ñor. Por esso auisad de aqui a/delante, y no lo hagays assi / como hasta agora, sino de a-/qui adela(n)te eme(n)daos de vue-/stros peccados, y co(n) vuestros / coraçones y pensamientos a-/llegaos a dios nuestro señor, // diziendo, O señor mio, vos soys mi señor y cria-/dor. Hasta agora no os he conoscido, y assi (adora(n)do los ydolos) os he mucho enojado. De aqui ad/elante me emendare, y nunca mas peccare. Y a / vos solo adorare y amare, mas que a todas las co=/sas. Biuiendo assi, y siendo christianos, quando / murieredes, vuestras animas yra(n) al cielo co(n) Dios / para siempre jamas. Amen.

Plática para todos los indios:

"Hermanos, hijos míos, a todos vosotros os amo y quiero mucho, como a mis propios hijos; por tanto os quiero decir los mandamientos de Dios, para que seáis sus hijos y amigos suyos. Por eso estad atentos, y oídme bien esto que os quiero decir. Nosotros todos los hombre no somos como los caballos ni como las ovejas ni como los leones ni como las demás cosas vivas. Porque los caballos, los leones y todas las otras cosas que viven, cuando mueren, el cuerpo y el ánima todo juntamente muere, pero nosotros los hombres no somos así: que cuando morimos nosotros y vamos de este mundo solamente muere nuestro cuerpo. Mas nuestra ánima y espíritu este hombre nuestro interior (que acá dentro tenemos) nunca muere: para siempre jamás vive. Y los que son hijos de Dios (por sus sacramentos) y son buenos y guardan sus mandamientos, van allá al cielo (que es la morada de Dios) adonde estarán con Él, en muy gran gozo, gloria y alegría, descanso y recreación para siempre jamás. Los que fueren pecadores y malos y no obedecen ni guardan sus mandamientos, cuando mueren, sus almas irán al infierno (que es la casa y morada de los demonios), y allí estarán para siempre penando. Y pues ha de ser así, que las ánimas de los buenos, después que mueren, han de ir al cielo, a tener gran gloria con Dios y las de los malos con el demonio al infierno con pena para siempre. Oídme bien esto que os quiero decir para que vais al cielo, escapándoos del infierno. Primero, mucho tiempo ha no había cielo, ni sol, ni luna, ni estrellas, ni había este mundo inferior, ni en él había ovejas, ni venados, ni zorras, ni aves ni mar, ni pejes, ni árboles ni otra cosa alguna. Solamente entonces había Dios, que jamás tuvo ni tiene principio ni tendrá fin. Y cuando le plugo y fue servido, hizo y crió el cielo, la tierra y todo lo demás que hay en ellos. Hizo el cielo para casa y morada de los ángeles y de los buenos hombres. Hizo el sol para dar resplandor y alumbrar el día. También crió la luna, juntamente con las estrellas, para alumbrar la noche y darle claridad. hizo este mundo para que nosotros los hombres viviésemos, anduviésemos y morásemos en él. Hizo el aire para que respirásemos, las aves, los peces y todo lo demás que hay criado, todo lo hizo y crió para nosotros los hombres. Algunas cosas de ellas crió para que nosotros comiésemos. Otras para que nos ayudasen y sirviesen en nuestras necesidades. Otras para que nos gozásemos y holgásemos en verlas. Crió así mismo allá en el cielo muy gran cantidad y muchos criados suyos que llamamos ángeles. Los cuales ni tienen carne ni hueso, no tienen cuerpo; son espíritus puros como nuestras ánimas. Estos ángeles que digo no son como los hombres; son de otro género y especie que nosotros. De estos ángeles que os he dicho, algunos fueron buenos y guardaron y obedecieron los mandamientos de Dios, cumpliendo su voluntad. Y éstos ahora están con el en el cielo y son bienaventurados, estando en gran contento y gloria, sin faltarles cosa ninguna de las que desean. Y a estos llamamos ángeles buenos. Otros fueron muy malos, no obedecieron a Dios, ni guardaron sus mandamientos cumpliendo su voluntad, antes pecaron y enojaron mucho a Dios nuestro Señor. Y a éstos, por sus pecados, los echó Dios del cielo y desterró acá abajo de la tierra al infierno, en gran fuego y obscuridad y hedor, donde hasta ahora están y estarán para siempre encerrados, padeciendo por sus pecados. Y éstos son lo que en vuestra lengua llamáis mana allí Çupay. Y nosotros, en la nuestra, les llamamos diablos. Después que Dios hubo hecho y criado todas estas cosas que os he dicho, crió en este mundo un hombre, llamado Adán, y una mujer llamada Eva. Y de este hombre y de esta mujer nosotros los cristianos y vosotros los indios y todos los negros y los indios de México y los indios que están en los montes y todos cuantos hombres hay derramados y divididos del un cabo del mundo hasta el otro, todos de ellos procedemos y nacemos. Y este hombre llamado Adán y esta mujer llamada Eva son nuestros principio y de donde procedemos. Y de ellos nuestros antepasados procedieron y se fueron a morar a España donde nosotros vivimos. Y vuestros antepasados (de quien vosotros venís) vinieron a vivir a esta tierra, donde ahora estáis. Y los antepasados de los negros se fueron a sus tierras  y los antepasados de los mexicanos y así mismo los de todos los hombres que están divididos por todo el mundo, se dividieron por diversas tierras. Habéis de saber que aquellos demonios, que os dije, tentaron a nuestros primeros padres y dieron ocasión, tratándolos para que pecasen y así pecaron. Y vuestros demonios son los que a nosotros cada día nos aconsejan el pecar, engañándonos y persuadiéndonos lo malo y a vosotros (aunque no lo veis) os ponen en vuestros corazones malos pensamientos, os dicen adorad al sol, a la luna, a las piedras, a los ídolos. Y por esto habéis enojado con vuestros pecados mucho a Dios nuestro señor. Por eso avisad de aquí adelante y no lo hagáis así como hasta ahora, sino de aquí adelante enmendaos de vuestros pecados y con vuestros corazones y pensamientos allegados a Dios Nuestro Señor diciendo:  "O, señor mío, vos sois mi señor y criador, hasta ahora no os he conocido y así (adorando los ídolos) os he mucho enojado. De aquí adelante me enmendaré y nunca más pecaré. Y a vos solo adoraré y amaré, más que a todas las cosa". Viviendo así, y siendo cristianos, cuando muriéredes, vuestras ánimas irán al cielo, con Dios para siempre jamás. Amén. (Grammatica o arte de la Lengua General de los Indios de los Reynos del Perú. Estudio introductorio y notas por Rodolfo Cerrón-Palomino, CBC, Cuzco 1995 LXVI+179 pp) 

LA CONFESSION GENERAL

Yo muy gran peccador me co(n)fesso, y di/go todos mis peccados a Dios, y a san/ cta Maria, y a sancto Domingo, y a to=/dos los sanctos, y a vos padre, que he pecca/do mucho en mal pensar, en mal hablar, ha=/blando en vano, comiendo y beuiendo de=/ masiado mal obrando riyendo hazie(n)do bur/la de otros, andando en balde, jugando, jura(n)/do sie(n)do negligente y perezoso en bie(n) obrar. / Por tanto, de todos ellos mis peccados me / pesa y me eme(n)dare dellos, y no boluere mas / a peccar. Y ruego a señora sancta Maria vir/gen, y madre de Dios, y a todos los sanctos / Rueguen a Dios por mi, y a vos padre ro=/gueys a Dios por mi, y en su nombre me ab=/soluare dellos. Amen.

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sábado, 25 de abril de 2020

Sor Verónica y el coronavirus: «¿Realmente sólo esperamos que pase la pandemia y vivir como antes?»

Desde el inicio de la pandemia una lluvia de llamadas cayó sobre nuestra casa. Creyentes y no creyentes expresaban todo tipo de dudas, dolor, lágrimas, impotencia, rabia, esperanza, petición de oraciones… Todas traspasaban nuestro corazón y, como Iglesia orante, eran presentadas ante nuestro Señor.

Todos necesitamos una palabra de consuelo en este tiempo de desconcierto, de sufrimiento, dolor y miedo. Nuestra tierra ha sido zarandeada, nos sentimos desarmados, expuestos sin defensa a lo que parece ser una gran pesadilla.

El dolor alcanza al hombre en el centro de su persona. Cuando nos enfrentamos a la muerte y a la separación de un ser querido, cuando hacemos la experiencia del dolor punzante frente a lo que nos sentimos impotentes, tenemos necesidad de gritar a alguien que ayude a nuestro corazón turbado y desesperanzado, porque somos incapaces de dar paz a nuestro corazón. Nos creíamos dueños de la vida, pero estos días más que nunca ponen en crisis nuestras actitudes autosuficientes. No tenemos en nuestras manos nuestra existencia ni la de los demás.

Desde el inicio de la pandemia una lluvia de llamadas —cientos, créanme— cayó sobre nuestra casa. Creyentes y no creyentes expresaban todo tipo de dudas, dolor, lágrimas, impotencia, rabia, esperanza, petición de oraciones… y hasta preguntas a veces heladoras… Todas traspasaban nuestro corazón y, como Iglesia orante, eran presentadas ante nuestro Señor.

Trato de agrupar las distintas llamadas que escucho:

Dolor y fe

—Recen, por favor, sabemos que estamos en las Manos de Dios, pero necesitamos ser sostenidos en esta hora en que todos creemos desfallecer.

—Orad, hermanas, mi padre agoniza en soledad, sin poder ni despedirnos de él…

Cuando el creyente pregunta: «¿Por qué, Señor…?», tras este interrogante se esconde la búsqueda de sentido. La respuesta solo puede proceder de Dios, que no nos consuela con profundos discursos sobre el mal, sino que dice: «Yo estoy con vosotros, mío es vuestro sufrimiento».

 

Entre esas llamadas también percibíamos miradas de poco alcance

—Espero no contagiarme y poder seguir con los planes que tenía proyectados, por los que llevo luchando tanto tiempo; que este enemigo no tire por tierra mis esperanzas.

—Con un poco de suerte, pasará pronto. Con tal que no me toque a mí ni a nadie de mi familia… Es un mal momento, pero todo volverá a ser como antes.

—¿Por qué tengo que sufrir yo, precisamente yo, y ahora?

Cuando el hombre se repliega, se hace un ovillo y le resulta imposible levantar la mirada de sí. Ante la frustración que siente, protesta con agresividad, porque su dolor cae en el vacío, sin respuesta, y le invade el pensamiento de no tener salida. Cristo no es simplemente, en el horizonte del designio salvífico, como un mago para nuestros casos de avería, emergencia o accidente.

 

Las quejas heladoras…

—No cabe tener fe… ¿por qué Dios permite tanto sufrimiento, si es un Dios bueno y omnipotente?

El hombre, en su prepotencia, dice en ocasiones no tener fe, pero en el dolor le pide a Dios explicaciones; se siente víctima, sin comprender que en medio del dolor Dios nos está amando, y el verdadero amor corrige, educa y guía. La vida es un don de Dios, no una prueba imposible a la que Dios nos somete. Tantas veces el hombre acusa a Dios en vez de ver su necesidad de conversión. Al abandonar a Dios, la criatura queda oscurecida.

 

Acerca de la creación

—Si Dios es el creador del cielo y de la tierra, ¿acaso es un Dios impotente que no puede dominar lo creado?

La creación también anhela su plenitud, su pascua. El universo sufre dolores de parto hasta que Cristo sea todo en todos[1]. La libertad del hombre tampoco resulta inofensiva para el cosmos; cuando la creación es manipulada, a veces se violenta y se rebela.

Escribió san Agustín: «El Dios omnipotente […], como es sumamente bueno, no permitiría jamás la existencia de ningún mal en sus obras si no fuera tan poderoso y tan bueno como para lograr sacar del mal mismo el bien».

 

Y finalmente, las llamadas más sorprendentes y repetidas:

—Alguien tenía que parar la marcha destructiva que llevábamos, el 'todo vale', pero… ¡no todo vale! El mundo se precipitaba vertiginosamente a un abismo de dolor sin fondo. ¿Quién podría salvarnos del desastre final al que puede llevarnos una vida sin dirección?

Comprendo el dolor de tanta gente y, sin duda, también sería el mío si no encontrara respuestas que puedan darnos sólida esperanza. Reconozco como don incomparable tener fe en Jesucristo resucitado. En esta hora, el apoyo inmutable es su Palabra para el camino y la gracia del Espíritu Santo, que nos precede para recorrerlo sin un miedo paralizante: «Solo debemos a Jesucristo no tener miedo a nada», escribía la Hnita. Magdeleine.

Su Palabra nunca pasa[2] y es la que da sentido y conforta nuestra vida, también hoy. Ante la visión de un mundo que sufre y agoniza, amenazado desde tantos frentes, nos mantiene en pie la verdad tejida en nuestra entraña que confesamos con san Pedro: «¿A quién vamos a acudir? Solo Tú tienes palabras de vida eterna»[3]. Solo Él tiene las respuestas verdaderas que dan respiro a nuestro corazón, creado a su imagen y para ser formado a semejanza de su amor. Solo la esperanza bien fundada en Él nos libra del miedo opresor.

El Maestro dijo: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en Mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas»[4]. Precisamente Jesús dice estas palabras a sus discípulos como consuelo en el momento en que se encontrarán frente a la muerte de su Maestro. Jesús les revela el secreto de la paz de su propio corazón: abandonarse en Dios Padre con la certeza de que la vida no cae en el vacío, ni siquiera en la muerte, sino en Dios mismo; que la vida es una larga vuelta, un retorno a la casa del Padre; y que la muerte viene a ser la última puerta que se abre para concedernos vivir eternamente en el Amor, en el Padre, que es nuestra morada definitiva.

El dolor de Cristo

Escribía el beato Isaac: «El Esposo ha dado todo lo suyo a la esposa y la esposa dio todo lo suyo al Esposo. Participa Él en la debilidad y en el llanto de su esposa, todo resulta común entre el Esposo y la esposa».

Descubro en la mirada del Esposo un inmenso dolor: «Yo no he venido para condenar sino para salvar al mundo»[5].

Aún tengo ante mí el romper a llorar de Cristo el Domingo de Ramos, al ver a su ciudad amada, la niña de sus ojos, en ruinas, deshabitada, zarandeada por el enemigo, desolada… Él no tenía ese designio de aflicción sobre nosotros y expresó el motivo de su llanto: «Yo quise estrecharte contra Mí, que entraras en el amor y reuniros en unidad, pero tú no has querido. Ojalá comprendieras hoy el camino que conduce a la paz y al descanso»[6].

Verdaderamente el dolor es el precio del amor; y Él nos amó hasta el extremo[7]. Él no abandona jamás a su criatura, la obra de sus manos. No puede tolerar lo que en su criatura atenta contra la plenitud para la que fue creada; ha querido hacernos partícipes de su bien, de su bondad, de su belleza y verdad.

Ante su dolor, solo puedo enmudecer y, como aquella mujer, María de Betania[8], seis días antes de la Pasión, postrarme ante Él y adorar… El dolor y el sufrimiento no es una realidad que afecte solamente al hombre, sino que ha afectado a Dios mismo: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único»[9]. Y hoy, después de siglos, aún permanece la desconfianza en torno a Jesús, las redes de muerte, la dureza de corazón, tramar ocultarle de la vista…

Como escribía el entonces Card. Ratzinger: «¿No comienza nuestro siglo a ser un gran Sábado Santo, día de la sepultura de Dios, al vivir un eclipse del sentido de Dios, de amnesia voluntaria? El hombre queda con un vacío helador en el corazón, que se hace cada vez más grande…».

El mayor sufrimiento y pobreza del hombre de hoy es no reconocer la ausencia de Dios como ausencia. Escribía Teilhard de Chardin: «El mayor peligro que puede temer la humanidad de hoy no es una catástrofe que le venga de fuera, ni siquiera la peste; la más terrible de las calamidades es la pérdida del gusto de vivir». El verdadero peligro que se cierne sobre la vida no es la amenaza de muerte, sino la posibilidad de vivir sin sentido, vivir sin tender a una plenitud mayor que la vida y la salud.

¿Para qué queremos la salud, por qué vivimos? Lo más bello e importante que le sucedió al ciego de nacimiento[10] no fue el hecho de recuperar la visión de sus ojos, ya que sus ojos, pronto o tarde, se apagarían otra vez por la enfermedad, vejez o muerte. El momento más conmovedor de este episodio evangélico no es la curación sino el hecho de ver a Jesús. Y encontró y reconoció al Hijo de Dios cuando vio su rostro, escuchó su voz y lo dejó entrar en su vida. Entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él.

El hombre que no se encuentra con el Resucitado es para sí mismo un enigma sin resolver, porque no conoce su identidad ni encuentra el sentido ni el valor de la vida, ni la respuesta a la sed más profunda del corazón.

Al menos esta ha sido mi experiencia. Hoy podría decir que mi mayor sufrimiento fueron los años de ausencia de Cristo, el no afrontar la vida y la muerte de frente. Mi desorientación estaba en no buscar el centro que anima la vida hasta la meta, no abrazar el corazón que da sentido a cada uno de los pasos y paradas que se precisen y sobrevengan. Pero no podía acallar mi sed más honda. Así, en los momentos en que todo parecía sonreírme, una voz en mi interior me inquietaba: «¿Y en verdad esto te basta? ¿Y si hoy te quedaran tres días de vida?, ¿podrías afirmar: 'Mi vida es una vida cumplida'?». Entendí que la gravedad de la vida no es cometer más o menos errores, sino errar una vida entera.

Solo cuando me dejé alcanzar por Cristo resucitado y empecé a latir en su corazón, comencé a gustar la vida, el gozo de vivir. Y la verdad es que me apasiona vivir; la vida me parece un don único, sagrado. Con san Ireneo, esta es la verdad que puedo afirmar: «La vida del hombre es ver a Dios».

Pero… ¿íbamos viento en popa?

Decimos estar inmersos en una guerra total, amenazados por un enemigo letal que quiere invadirnos y arrebatar nuestra salud y nuestras vidas. Pero… ¿íbamos viento en popa? Creo que no. Todos reconocemos y sufrimos que vivíamos antes de 'este enemigo' tiempos grises que amenazaban con atardecer y acabar en noche cerrada.

Vivimos sobreviviendo a las emergencias, de sobresalto en sobresalto, buscando la resolución del peligro inminente, pero con el gran miedo de que siempre habrá una nueva emergencia al acecho que vuelva a poner a prueba todas nuestras medidas temporales.

Este golpe nos parece el de mayor sufrimiento, pero… ¿quizá es que nunca antes nos había tocado directamente a nosotros?

Una vez más, la tormenta pasará, muchos sobreviviremos con la herida de un gran golpe. Pero ¿realmente solo esperamos a que pase esta pandemia y seguir viviendo como estábamos? ¿Acaso no estábamos envueltos, como muchos afirman, en una cultura de muerte? Una mirada breve a nuestro mundo roto: sufrimiento en las familias, ¿nuestros niños tienen un entorno para crecer sanos?, ¿vemos orientados y felices los rostros de los jóvenes?, tantas veces sacamos a nuestros mayores de nuestra vida y los confinamos a una profunda soledad, tratamos de ocultar de la vista lo que evidencia nuestros límites: la enfermedad, la muerte…

Sinceramente creo que el enemigo letal no es el microorganismo, sino la falta de sentido de toda nuestra vida.

El Evangelio narra la historia de un joven rico[11] que se acercó a preguntar a Jesús: «Maestro, ¿qué me falta para tener vida eterna?», consciente de que era imposible para él. Jesús le responde: «Rinde todo lo tuyo y sígueme, ¿qué te falta? Te falto Yo. Yo soy la Resurrección y la Vida». Y la historia cuenta que aquel joven rico se marchó consigo mismo, acompañado así de su tristeza y abatimiento.

La promesa de Cristo no es solo sobrevivir sino resucitar. Vivir para sobre-vivir en el fondo es una elección de muerte, de miedo, que nos hace perder la alegría y el gusto de vivir el presente como un instante consagrado donde el Dios eterno quiere que participemos de la comunión con su ser, que es amor.

La historia del Titanic ¿se vuelve a repetir?

Quiero dar unas pinceladas sobre un hecho real, cuyo aniversario acabamos de recordar y que me resulta muy elocuente. Se trata de la historia del gran Titanic. ¿Se vuelve a repetir?

  • Su nombre: Titanic, por considerarse titánico, insumergible.
  • Su singular lema: «Ni Dios lo hunde».
  • Construido con el optimismo propio de una época de decadencia. Considerado un palacio flotante. Diseñado para hacer la competencia a las compañías de transatlánticos rivales.
  • Entre sus más de 3.000 pasajeros, se encontraban millonarios, nobles, artistas famosos… y también una multitud de inmigrantes rumbo a Estados Unidos a hacer fortuna.
  • Durante los dos días anteriores al naufragio recibieron varias alertas, pero no hicieron caso; ni siquiera disminuyeron la velocidad ante un posible peligro.
  • Pero he aquí lo impensable: que un iceberg este día también venía a gran velocidad hacia el transatlántico; uno contra el otro.
  • El vigía no divisó el iceberg hasta que lo tuvieron encima.
  • El choque produjo una grieta en un lateral y comenzó a inundar el barco. Al no ser un choque frontal evidente, no se alarmaron.
  • Pero el navío estaba mortalmente herido.
  • Nadie era consciente de la gravedad. En medio de su gran fiesta comentaban: «Esto es un exceso de precaución».
  • Solo llevaban botes salvavidas para la mitad de los pasajeros, y ni siquiera salían llenos porque… 'no se iba a hundir'.
  • Los pasajeros de 1ª clase no podían mezclarse con los de 2ª y 3ª. Les cerraron puertas, muchos quedaron atrapados.
  • Cuando pidieron auxilio, ya era demasiado tarde. Nadie fue en su ayuda.
  • El navío entra en agonía.
  • Para que no cundiera el pánico, se ordena a la orquesta que toque música alegre. Las últimas canciones fueron: «Cerca de ti, Señor, quiero estar» y «Otoño: Dios de piedad y de misericordia, inclínate».
  • Se estaba abocando a la muerte a cientos de personas al compás de los acordes de la orquesta.
  • El barco se partió en dos y se hundió en el corto plazo de 2 horas y media. Solo realizó su viaje inaugural, el primero y el último, 4 días de vida.
  • No quedó nada de un barco que debía navegar sobre sueños.

El hombre, al olvidar a Dios, acaba magnificándose a sí mismo y vive en la mentira de creer y hacer creer a todos que somos capaces de hacerlo todo sin Él. El río que se separa de su fuente podrá continuar viviendo algún tiempo, pero terminará secándose. Un árbol privado de sus raíces sufrirá el mismo destino.

Escribía Benedicto XVI: «El hombre es una criatura de Dios. Hoy esta palabra, 'criatura', parece casi pasada de moda. Se prefiere pensar en el hombre como en un ser realizado en sí mismo y artífice absoluto de su propio destino. La consideración del hombre como criatura resulta incómoda, porque implica una relación esencial y ontológica con el Creador.

El hombre no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. Prefiere contar únicamente con el conocimiento que le confiere el poder. Más que el amor, busca el poder, con el que quiere dirigir de modo autónomo su vida». Vuelto hacia sí, se hunde en el vacío, en la desesperanza y la muerte. Quien utiliza su libertad contra Dios y se idolatra a sí mismo se convierte en causa de dolor para los demás.

¿Puede ser esta la imagen del hombre-iceberg? Se congela lo más verdadero de él y se hace de hielo, se encripta lo mejor del hombre: su corazón.

El hombre-iceberg, al margen de su Creador, movido más por el poder que por el amor, construye 'Titanic', una obra hecha en delirios de grandeza que acaba colisionando contra él mismo y contra la vida de otros. La propia obra del hombre se vuelve contra él.

El hombre sale del paraíso de Dios y se crea su paraíso artificial. Quiere sobrevolar los límites como si no existieran y saltar los obstáculos ante los que es impotente.

Cuando el hombre elimina a Dios de su horizonte, ¿es verdaderamente más feliz, se hace más libre, más poderoso? Al final el hombre se encuentra más solo en un entorno más dividido y confundido.

Solo si el hombre deja a Dios que sea Dios en su vida, no caminará de temor en temor, de sobresalto en sobresalto.

Para creyentes y no creyentes, ¿no podría ser una alerta de gracia y no solo un enemigo demoledor? ¿Podría ser una alerta de esperanza para crear por fin un mundo nuevo de verdad?

Pienso que el microorganismo que ha tirado por tierra todas nuestras potentes armas y seguridades podría ser tan solo la punta de un iceberg. Y una vez más destruimos la punta y creemos que nos hemos liberado del iceberg entero. Pero no es así. La punta del iceberg esconde un universo oculto; solo es visible una octava parte de su tamaño. En lo profundo de nuestro océano hay entrañados problemas vivos y palpitantes, y el mayor peligro es cerrar los ojos y no querer mirar. Lo que se congela no queda resuelto.

Gastamos nuestro tiempo y energías en vano cuando nos movemos solo en la superficie y maquillamos solo lo visible, la apariencia. «Tranquilos, todo está bien», nos decimos.

La punta del iceberg nos golpea y despierta; nos invita a adentrarnos en lo más hondo de nosotros mismos para no volver a construir nuestra casa sobre arena, sino sobre la roca firme[12]. Todas nuestras costosas seguridades y apoyos han sido puestos a prueba y hemos comprobado que nuestros cimientos no son estables. Nos creíamos muy seguros y, de golpe, todo amenaza con derrumbarse.

Pero hay esperanza… ningún hombre es un iceberg a la deriva en el océano de la historia. Debajo del hielo hay vida, pero se necesita el fuego, el calor del Espíritu para que el hielo se rompa y se haga visible la vida. Sabemos bien que ser salvado no es escapar del peligro inminente, es ser liberado del mal más oculto.

Hoy puede ser el momento de ver nuestra verdad; la Vida, la esperanza sale a nuestro encuentro. Nuestra esperanza es una persona: Cristo resucitado. Su Espíritu de fuego quiere traspasarnos. Un témpano, por más grande y compacto que sea, puede derretirse con una fuente de calor potente. El hielo se deshace con calor y con tiempo, pero se deshará solo si mantenemos activa y permanente la fuente de calor.

¿No se aprende nada del dolor, no hay nada que aprender? ¿No tienen nada que decirnos las alertas y sufrimientos del pasado? Una superviviente del Titanic dijo: «El desastre me abrió los ojos. Yo pienso que la muerte de tanta gente no fue en vano». Si el hombre no vuelve con todo su corazón a Dios, todo volverá a ser como antes y el camino hacia el abismo será ineludible.

Venga a nosotros tu Reino

En este tiempo de Pascua de resurrección nos detenemos en un evangelio de Juan: «La aparición a los discípulos»[13].

El primer día de la semana…

Hoy es un día nuevo… 'el primer día de la semana', el día hecho por el Señor para nosotros, para devolver al mundo herido y sufriente su belleza y su inocencia inicial, el paraíso perdido, radiante aún más de nuevo esplendor.

La salvación de Cristo no es solamente una ayuda que nos arranca de un peligro, como alguien que se lanza al mar para llevar a la orilla al que se está ahogando. La salvación en Cristo es hacer una criatura nueva[14].

Verdaderamente dramático sería que, recibiendo sin falta la visita del Sol que nace de lo alto, cerremos los ojos para permanecer en tinieblas y en sombra de muerte[15].

Encerrados por miedo

El recuerdo de la muerte tan atroz de su Maestro caía sobre ellos como una losa y les había hecho encerrarse en casa y cerrar las puertas. Las puertas bien cerradas son su defensa.

Atardecía, pero 'la noche' ya había entrado en el corazón de aquellos hombres. Había entrado la duda, la dispersión y la desunión, el desencanto y la desesperanza, el miedo…

Juan admite que la razón principal de su 'estar juntos' era el miedo. A lo mejor pensaban que juntos serían más fuertes para defenderse. El miedo a veces puede crear unidad.

Como los discípulos, unos a otros no podemos darnos coraje, valentía, respuestas… Al corazón de todo sufrimiento y de toda angustia solo alcanza el consuelo de Dios, que es más fuerte que toda tentación de desánimo: «Dios Padre nos consuela en toda tribulación hasta el punto de poder nosotros consolar a los que están en cualquier lucha mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios»[16].

Sin Él nosotros mismos sufrimos el encierro de un sepulcro… «Ojalá tengamos hoy la audacia de José de Arimatea que tuvo la feliz inspiración de ofrecer su tumba a Cristo. ¡Cuántos sepulcros, cuántas cosas muertas hay dentro de nosotros! Ofensas, heridas, rencores, venganza, tantas cosas no perdonadas que nos hacen vivir una vida triste… Abramos a Cristo de par en par nuestras puertas, dejemos que entre en nuestro sepulcro Aquel que tiene las llaves de la muerte y del abismo, que puede superar todos los obstáculos, atravesar barreras, abrir cerrojos, ahuyentar tinieblas, y comencemos a gustar y disfrutar de su Salud»[17]. Para abrirle la puerta es necesario comprender que sin Cristo no podemos hacer nada y que estamos perdidos en medio de la tormenta.

Y se sitúa Jesús en medio de ellos…

Esta situación de angustia de los discípulos cambia radicalmente con la llegada del Resucitado. Entra a pesar de estar con las puertas cerradas.

Hoy, en nuestra casa, Él tiene una cita con nosotros. Su Presencia quiere traernos la salvación. Cristo vuelve victorioso y quiere llegarse a nosotros y entrar en lo más íntimo de cada uno, templo de Dios, para habitar nuestro interior: «Vendremos a él y haremos morada en él»[18]. Está a la puerta y llama, pero no forzará la entrada… Bastaría un tímido 'acuérdate de nosotros'. Parece pedirnos todo cuando, en realidad, viene a nuestra casa a ofrecerse totalmente a Sí mismo.

… y les dijo: «Paz a vosotros»

La paz de Jesús entró definitivamente en los Once: «Paz a vosotros».

Un saludo pascual. Palabra que toca lo más profundo de sus corazones y produce un cambio interior, una victoria mansa y redentora sobre su miedo. Paz que trae salvación a su casa.

Shâlom, comunión íntima e inseparable con el Señor vivo; Él tiene las llaves de la muerte y de todo abismo.

Trae la paz verdadera, la paz que no se acaba, no la que da el mundo; la paz fruto de la entrega, fruto de la gran victoria sobre el pecado y la muerte lograda a precio de su sangre. «He resucitado, vuestra es mi victoria».

Si Cristo no hubiera resucitado, no solo sería vana nuestra fe, sino también nuestra esperanza, porque el mal, la muerte nos tendría como rehenes.

Dicho esto, les mostró las manos y el costado

Ahora Jesús les invita a contemplar su Cuerpo: muestra a los discípulos las llagas de las manos y del costado. La Humanidad gloriosa permanece 'herida'.

«Cristo conserva en su cuerpo resucitado las señales de las heridas de la cruz en sus manos, en sus pies y en el costado. A través de la resurrección manifiesta la fuerza victoriosa del sufrimiento, y quiere infundir la convicción de esta fuerza en el corazón de los que escogió como sus apóstoles y de todos aquellos que continuamente elige y envía»[19].

Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor

La alegría que nace en su corazón deriva de ver al Señor. Primero sentían miedo, después, cuando Jesús se pone en medio de ellos, sorpresa, incredulidad y, al fin, alegría. Es más, la incredulidad y la alegría van juntas. No se trata de creer solo que Jesús es el Resucitado; se trata de conocer y experimentar el poder de la resurrección. ¡Resucitó de veras mi esperanza!

Y aunque otra vez hoy atentara un viento contrario que tratara de obstaculizar un nuevo camino abierto ya, si se hace borrascoso el océano de la historia, ¡que nadie ceda al desaliento ni a la desconfianza!

¿La alegría es una utopía en situaciones de sufrimiento? La alegría es lo más necesario en los momentos difíciles. Los Hechos de los apóstoles dicen que los discípulos llenaban las ciudades de alegría[20], de una alegría honda, serena y contagiosa.

Una forma sibilina de no acoger el don, tiñéndolo de caridad, sería no transmitir la esperanza ni la confianza de la fe, alegando que no es solidario estar alegres cuando tantos sufren. La alegría del cristiano es saber que nada podrá separarnos de su amor[21].

El Papa Benedicto XVI afirmaba tan osadamente: «Si nos fijamos, observaremos que ahora la alegría espontánea, sincera, escasea cada vez más. Cuando nos alegramos de algo es como si temiéramos faltar a la solidaridad con los que sufren e incluso pensamos: 'No debo alegrarme tanto con tantas necesidades y tanta injusticia como hay en el mundo'.

Esa conclusión es un error, porque con la pérdida de la alegría no mejora el mundo. Al revés, no alegrarse en aras del sufrimiento no ayuda nada a los que padecen. Este mundo necesita muchos hombres y mujeres que descubran la alegría sana que trae el Resucitado.

Una serenidad que se basara en no querer enterarse de los grandes males de la historia no sería tal serenidad; hay que dirigir la mirada con esa luz que nos da la fe y ver que el bien también está ahí.

Conviene no caer en un moralismo sombrío y taciturno incapaz de alegrarse con nada; por el contrario, hemos de mirar toda la belleza que hay a nuestro alrededor y oponer una fuerte resistencia a lo que destruye la alegría».

«Como el Padre me envió, también Yo os envío. Recibid el Espíritu…»

«Recibid el Espíritu, acoged mi salvación y salid, os envío como testigos de mi resurrección». De temerosos y con las puertas cerradas a testigos de la resurrección, de una nueva alianza sellada en la Sangre de Cristo. Testigos de que el amor es más fuerte que la muerte[22], que nuestras tensiones, conflictos, esclavitudes del maligno; más fuerte y victorioso que la tristeza y el dolor.

El fuego del Espíritu está entre nosotros, con su soplo derrite nuestro hielo y nos infunde un corazón nuevo.

Nuestro Papa Francisco nos alertaba: «Muchos prometen períodos de cambio, nuevos comienzos, renovaciones portentosas, pero la experiencia enseña que ningún esfuerzo terreno por cambiar las cosas satisface plenamente el corazón del hombre. El cambio del Espíritu es diferente: no revoluciona la vida a nuestro alrededor, pero cambia nuestro corazón; no nos libera de repente de los problemas, pero nos hace libres por dentro para afrontarlos; no nos da todo inmediatamente, sino que nos hace caminar con confianza, haciendo que no nos cansemos jamás de la vida».

Entrar en el sueño de Dios

A veces una se atreve a entrar en el sueño de Dios sobre nosotros. ¿Qué sería un mundo que dejara reinar a Jesucristo resucitado? Es decir, ¿qué sería un mundo en el que reinase el amor, la justicia, la bondad, la comunión, la verdad, la belleza? El hombre podría desplegar sin reserva su inmensa capacidad de amar y de pasar haciendo el bien.

El cristianismo es la revolución del amor. ¿A quién no le fascina encontrarse con esas personas sabias que irradian y transmiten la mirada de lo eterno sobre la realidad? Saben estar en la vida, tan presentes y entregadas; hacen lo que conviene hacer y saben dejar a otros hacer cuando así conviene. Personas sencillas, humildes, a veces gravemente extenuadas, que nos hacen presente la bondad y belleza del rostro del Amor que las habita.

Vivir de la fe no significa estar sin más y no hacer nada, o soñar con los ojos abiertos, sino que es hacerlo todo animados por el Espíritu de amor, con ternura y mansedumbre, con la certeza inquebrantable de que Dios es providente y puede lo imposible para el hombre.

El libro de los Hechos de los apóstoles nos describe las comunidades de los primeros cristianos: vivían unidos, repartían sus bienes según la necesidad de cada uno, oraban juntos con perseverancia y con un mismo espíritu. Vivían ya en esta tierra en la paz de saberse a salvo, vivían en el descanso de que Dios-Amor es el único dueño y salvador de nuestra vida y de nuestra historia, ahora y por siempre[23].

Es el Espíritu de Cristo resucitado derramado en nosotros quien hace posible la victoria de su amor: «El amor es paciente, es servicial, no tiene envidia, no presume, no se engríe, no es orgulloso; no es maleducado, no busca su interés, no se irrita; no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, goza con la verdad. Todo lo perdona. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no acaba nunca»[24].

No es una utopía. El cristiano está llamado a encarnar el Evangelio con una entrega siempre en camino de conversión. Conscientes de nuestra fragilidad, pero con la experiencia de ser amados y perdonados, «hemos conocido el amor y hemos creído en él»[25]. Puedo afirmar, llena de agradecimiento, que uno de los mayores privilegios que Dios me ha concedido es vivir en una comunidad cristiana de mujeres consagradas.

Testigos de esperanza

El hombre, obra de las Manos de Dios, en momentos de dolor, cuando ocurre una emergencia, descubre en su interior un depósito oculto de confianza y de compasión y amistad, y se apresura a ayudarse mutuamente. ¿Por qué no vivir siempre así, con la humildad propia de ser criatura, con esa gran sensibilidad al drama de la vida de los demás, responsables unos de otros para el bien y para el mal, conscientes de la gravedad de nuestras elecciones y de nuestros comportamientos —que nunca son insignificantes—, con gran sensibilidad a la compasión hasta exponer la vida unos por otros?

Me roba el corazón ver cristianos que aman de verdad, que viven con sobrecogedora dignidad la prosperidad y la adversidad, la salud y la enfermedad, en definitiva, todos los avatares y los momentos de la existencia, incluso la temida vejez y la muerte, abiertos al don del Espíritu de Cristo resucitado que les permite vivir la cruz no desde la rebeldía y la desesperanza sino desde la fecundidad de la obediencia, confiados en la misericordia de su Señor, que les ha prometido vivir eternamente con Él.

Quiero traer aquí un testimonio vivido en mi propia comunidad. Estoy tan agradecida por esas personas creyentes que Dios me ha regalado en mi peregrinar…

El sufrimiento ha llamado también a la puerta de nuestra casa. He visto lágrimas de dolor y esperanza en el rostro de mis hermanas; algunas hermanas que han perdido padre o madre, incluso algún hermano joven, y algunos aún se debaten en la UVI entre la vida y la muerte. Cuando yo trataba de consolarlas, recibía de ellas consuelo.

Mientras los suyos agonizaban sin la presencia física de sus seres queridos, ellas me decían: «Madre, qué dicha tener fe. Gracias por haberme enseñado a vivir y a afrontar incluso las situaciones más dolorosas y dramáticas que yo, por mí misma, jamás hubiera podido encajar, y mi respuesta solo habría sido la rebeldía y el victimismo. Pero hoy, por gracia, tengo dentro de mí, en comunión con vosotras, el sí de Cristo al designio del Padre que le ama y solo Él sabe lo que nos conviene. No puedo dudar que la vida de mi padre, de mi madre, de mi hermano descansa en sus Manos amorosas, porque somos suyos; en la vida y en la muerte somos del Señor».

Le he pedido permiso a una de mis hijas para compartir con vosotros el impacto recibido al leer el testamento que su padre, un gran creyente, ha dejado a su hija:

«Si estás leyendo esta carta es señal de que he subido al Padre y ya no estaré más entre vosotros. Pero no estés triste, porque lo que vais a enterrar es solo mi cuerpo, ya que mi alma estará gozando del rostro de Dios; y digo eso no porque haya sido mejor o peor que otros, sino porque confío plenamente en la misericordia del Señor.

A veces me pregunto: ¿Qué hemos hecho para obtener tantas bendiciones de Dios?, ¿por qué ha escogido a una de mis hijas para ser su esposa? Como verás, toda nuestra vida ha sido una clara manifestación del inmenso amor que Dios nos tiene.

Así pues, no estés triste, reza por mí, tú que estás tan cerca del Señor, para que me perdone todas mis culpas y, como dice el cántico: 'Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor'.

Ojalá que el Señor te conceda seguir adelante en tu vocación y crecer en la fe junto a tus hermanas. Sin duda, has escogido lo mejor.

Te quiero pedir un favor: Cuida la fe de tus hermanos y permaneced siempre unidos, y si tu madre vive aún, no te olvides de ella, que se quedará muy sola. Reza para que el Señor la sostenga cada día.

Perdona a todas aquellas personas que nos hicieron daño, reza por ellas todos los días y lograrás un gran alivio en tu interior. No olvides que nadie es inocente frente a Él.

Busca al Señor todos los días de tu vida, espera la llegada del Esposo y serás dichosa.

Cuidaos mucho todas.

Te quiere con locura tu padre

J.L.».

Quien mira la vida con fe no muere y, si muere, será para entrar en la vida eterna. «Acuérdate, Señor, de tus hijos que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz»[26].

Mirar la vida desde la meta

Es gran sabiduría aprender a mirar la vida desde la meta. Lo que no tiene valor al final de la vida no lo tiene ahora.

Ojalá haya un después en nuestras vidas, un vivir con la conciencia de que cada momento de nuestra vida sea el primer momento, el único momento y el último momento.

Permitidme para finalizar leer un testimonio de santa Isabel de la Trinidad, carmelita de 26 años, acerca de la grandeza de la fe que puede traspasar un joven corazón en la víspera de pasar a la casa del Padre:

«Se aproxima la hora en que voy a pasar de este mundo a mi Padre, y antes de partir quiero enviarte una palabra salida de mi corazón, un testamento de mi alma. Jamás el corazón del Maestro estuvo tan desbordante de amor como en el instante supremo en que iba a separarse de los suyos. Me parece que algo parecido pasa en el corazón de su pequeña esposa en el ocaso de su vida y siento como una oleada de amor que va de mi corazón al tuyo.

A la luz de lo eterno el alma ve las cosas en su verdad. Todo lo que no ha sido hecho por Dios y con Dios está vacío. Os lo ruego, marcad todo con el sello del amor, solo esto permanece.

La vida es cosa seria y cada minuto se nos da para enraizarnos más en Dios, para asemejarnos a nuestro Maestro con más evidencia, con una unión más íntima.

Y para realizar este plan que es el plan de Dios he aquí el secreto: olvidarse de una misma, despojarse, no tener cuenta de sí, mirar al Maestro, no mirar sino a Él y recibir igualmente como venidos directamente de su amor la alegría o el dolor; esto coloca al alma en las más serenas cumbres…

Te constituyo depositaria de mi fe en la presencia de Dios, del Dios todo amor que habita en nosotros. Quiero comunicarte mi secreto: esta intimidad con Él en el santuario de mi corazón ha sido el hermoso sol que ha iluminado mi vida convirtiéndola en un cielo anticipado. Es lo único que me sostiene hoy en medio del sufrimiento.

No me infunde miedo mi debilidad, antes bien mi confianza brota de ella porque el Fuerte está en mí y su energía es omnipotente. Ella obra mucho más de lo que yo podía esperar. Todo pasa, todo pasa, en la tarde de la vida solo queda el amor».

Esta es nuestra esperanza: la luz radiante de Pascua, la victoria del Resucitado en su criatura amada.

Estáis en nuestra oración siempre.

Vuestras hermanas de Iesu Communio

 

[1] Cf. Rm 8, 22.

[2] Cf. Mt 24, 35.

[3] Jn 6, 68.

[4] Jn 14, 1-2.

[5] Jn 12, 47.

[6] Cf. Lc 19, 41-42.

[7] Cf. Jn 13, 1.

[8] Cf. Jn 12, 1-8.

[9] Jn 3, 16.

[10] Cf. Jn 9.

[11] Cf. Mt 19, 16-22.

[12] Cf. Mt 7, 24-27.

[13] Jn 20, 19-23.

[14] Cf. Ap 21.

[15] Cf. Lc 1, 78-79.

[16] 2Co 1, 3-4.

[17] M. I. Rupnik.

[18] Jn 14, 23.

[19] San Juan Pablo II.

[20] Cf. Hch 8, 8.

[21] Cf. Rm 8, 35.37-39: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? En todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni lo presente ni lo futuro ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro».

[22] Cf. Ct 8, 6.

[23] Cf. Hch 2, 44-47.

[24] 1Co 13, 4-8.

[25] 1Jn 4, 16.

[26] Plegaria eucarística I.

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