viernes, 30 de julio de 2021

“HASTA QUE LLEGARON LOS HOMBRES DE CASTILLA”-1

1. "HASTA QUE LLEGARON LOS HOMBRES DE CASTILLA" (Pedro Castillo, 28 julio 2021)

José Antonio Benito

Distinguido Jefe de Estado del Perú: Parece que según su mensaje del 28 de julio los males que aquejan al Perú vinieron de los "hombres de Castilla". Como castellano que soy y como usted maestro y campesino, permítame presentarle algunas nociones sobre ellos. Para comenzar,  Castilla es "tierra de castillos". Solía afirmar don Miguel de Unamuno que esta Castilla es la que hizo a España, aunque en generosidad desmedida labró su identidad dándose y multiplicándose por el mundo, hasta llegar a ser deshecha por la propia España. Así lo vieron los brillantes miembros -literatos, historiadores, sociólogos- de la Generación del 98.

Al frente de la arquidiócesis de Lima tenemos un Castillo, Monseñor Carlos, y en la primera jefatura del Estado Peruano otro Castillo, el maestro Pedro. No está de más considerar que hasta en los apellidos de los peruanos perviven los hombres de Castilla, incluso que uno de los presidentes más populares lleva su apellido, Ramón Castilla. Por tanto, estimado colega -por lo de maestro- Pedro Castillo, permítame -a mí hombre de Castilla -de Salamanca- del 2021 hacer memoria de mi tierra y de su gente. Ahora, que Burgos celebra 800 años de su bella catedral, la que guarda el cofre con los restos del Cid, aquel caballero de una pieza, coherente, generoso, "largo en facellas y corto en narrarlas". Y el año pasado también conmemorábamos otros 800 años de mi Universidad, la de Salamanca, la que enseñaba, enseña y seguirá enseñando, porque apostó por la verdad y solidaridad y fecundó universidades en América como la decana de San Marcos.

De aquella tierra, de Valladolid, la que fue capital del mundo hispánico, la que recibió el último latido de Colón y Las Casas, la que vio nacer a Felipe II, vino Santo Toribio, padre del Perú, forjador de América, quien llegó hasta su tierra chotana en 1596. Cuenta el "Libro de Visita" de santo Toribio que "en el pueblo de Chota visitó el Visitador Melchior de Figueroa y halló aver 443 yndios trivutarios y duçientos y quinze resserbados y 1638 de confissión y ánimas 1890, todo lo qual pareçió por la revisita… Tiene por anexo esta doctrina un pueblo que llaman Tacabamba que está quatro leguas de Chota, que es yunga", y "que confirmó Su Señoría por el mes de noviembre del año de 96, 598 ánimas" (f.72v). Gracias a sus visitas, su acción legislativa, se organiza la Iglesia en América, se publica el primer libro en esta tierra, se ponen las bases de los derechos humanos de los indios, se forja un continente con la identidad cristiana.

Baste por hoy con compartir el bello poema CASTILLA de Manuel Machado, dedicado a glosar la semblanza de uno de los castellanos más representativos "Rodrigo Díaz de Vivar" El Cid Campeador

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.

 

Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder… ¡Quema el sol, el aire abrasa!

A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde… Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

—Buen Cid, pasad… El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja…
Idos. El cielo os colme de venturas…
En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada.

Calla la niña y llora sin gemido…
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: —«¡En marcha!»

 

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.

(Foto de mi pueblo castellano, Rollán, Salamanca)

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Semillas de misericordia. Reflexiones sobre la misericordia de Dios. P. Carlos Rosell, 2021

Semillas de misericordia. Reflexiones sobre la misericordia de DiosP.  Carlos Rosell (Paulinas, Lima, 2021, 191 pp)

Cerca de Roma se cuenta en sus pueblos que cuando el río Po amenaza con riadas e inundaciones lo primero que guardan los campesinos son las semillas, su tesoro. Cuando todo vuelve a la normalidad es cuestión de sembrar y esperar el fruto.

Nuestro autor, querido P. Carlos, a base de oración, reflexión y acción, recogió estas semillas de misericordia en el Año Santo Extraordinario que comenzó el 8 de diciembre de 2015 y concluyó el 20 de noviembre de 2016, para celebrar el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, profundizar en su implantación y situar en un lugar central la Divina Misericordia, con el fortalecimiento de la confesión. En aquel momento se encontraba como rector de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima y la comisión de liturgia de la Conferencia Episcopal Peruana le solicitó diferentes temas para su boletín Liturgia de la Palabra.

Cinco años después, providencialmente, al frente de la Parroquia del Señor de la Divina Misericordia, ha reunido todos sus artículos sueltos enriquecidos por su experiencia pastoral en tan emblemático santuario y el plus sorprendente de la bendita pandemia. Esto le ha llevado a colocar un sugestivo anexo, el rezo de la coronilla al Señor de la Divina Misericordia, "con el deseo de que acudamos siempre a Jesús, aquel que pase lo que pase nos ama sin poner límites ni condiciones" (p.5).

Como nos tiene acostumbrados cada tema bebe en el manantial seguro de la Biblia, le sigue una breve anécdota que explica e ilustra la enseñanza, continúa una reflexión sintética que fundamenta la doctrina, a continuación el infaltable examen para profundizar y chequear nuestra coherencia y la puesta en acción, coronado todo por la oración viva y amistosa con el Señor de la Misericordia.

Aunque parece pequeñito, de bolsillo, nos presenta 31 temas que podemos meditar a lo largo de todo un mes. Aunque el centro y corazón de la obra es la misericordia, aparece claro el rico contenido orgánico del Catecismo de la Iglesia Católica, que arranca del Dios Uno y Trino, sigue con los misterios centrales de nuestra Fe (pecado, salvación), encarnación, redención, Eucaristía; en vida de oración (trato con Dios (justo, tierno, perdonador) y frecuencia de sacramentos (confesión, comunión); recordándonos los novísimos y la teología espiritual del Más Allá (purgatorio, infierno, juicio final, cielo y alegría final) como verdadero maestro; sin olvidar a María, quien "como Madre nuestra, siempre tiene misericordia de nosotros" (p.127)

Les animo a disfrutar de este excelente regalo por fiestas patrias. Felicitaciones a PAULINAS por tan cuidada edición. 

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jueves, 29 de julio de 2021

NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED Y LA OBRA LIBERADORA EN EL PERÚ EN EL BICENTENARIO. Mons. Juan José Salaverry, OP

NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED Y LA OBRA LIBERADORA EN EL PERÚ EN EL BICENTENARIO

 

Mons. Juan José Salaverry, OP, obispo auxiliar de Lima, 29 julio 2021

 

Muy queridos hermanos de la Orden Mercedaria

Nos sentimos honrados de celebrar esta fiesta del Bicentenario de la Independencia Nacional a los pies de Nuestra Señora de la Merced, advocación que ha marcado el encarnado corazón del creyente peruano con el amparo de la Madre de la Misericordia y una devoción que se ha convertido un símbolo patrio de nuestra identidad.

A lo largo de toda nuestra historia, desde la llegada del Evangelio a nuestras tierras, llegó la Orden de la Merced con el "Cristo de la Conquista" que más que conquistar al pueblo con un afán político lo sedujo con la solidaridad divina de quien asumió el sufrimiento humano para luego redimirlo. Y junto al Cristo de la Redención, la Orden trajo al Perú a la Madre de Dios, que vestida de hábito blanco y con los brazos abiertos acogió a sus nuevos hijos para ser sus hijos.

Desde el arribo de La Merced, el pueblo creyente sintió la maternal protección de la Santísima Virgen, cuánta razón tuvo el Papa Francisco cuando al llegar a nuestras tierras dijo: "Lo primero que me gustaría transmitirles es que esta no es una tierra huérfana, es la tierra de la Madre". Ciertamente, la Madre de Dios ha estado presente a lo largo de la historia de la salvación y a lo largo de la historia de nuestro país.

 

1.   La heroicidad de Judit y la Madre liberadora

La liturgia de la palabra ha empezado con el veterotestamentario relato de Judit, la heroína redentora del pueblo de Israel que, confiando en la misericordia, con fe ardiente y valentía épica encara al generalísimo Holofernes para liberar a su pueblo.

El Papa Francisco en la audiencia del 25 de enero del 2017 decía que las palabras de aliento que Judit dio a su pueblo: "Es un lenguaje de la esperanza. Llamemos a las puertas del corazón de Dios, Él es Padre, Él puede salvarnos. ¡Esta mujer, viuda, corre el riesgo también de quedar mal delante de los otros! ¡Pero es valiente! ¡Va adelante!

 

Con la fuerza de un profeta, Judit llama a los hombres de su pueblo para llevarlos de nuevo a la confianza en Dios; con la mirada de un profeta, ella ve más allá del estrecho horizonte propuesto por los jefes y que el miedo hace todavía más limitado".

La teología nos ha enseñado que en Judit podemos ver un antecedente de la misión de María: como intercesora por la liberación del pueblo y porque a través de ella se consiguió la ansiada liberación de Israel. De esta manera lo entendió el pueblo peruano que confió desde el primer momento en María, especial protectora que abogó por su pueblo, por eso fue reconocida en 1730: "Patrona de los Campos del Perú" y en los albores de la República, en 1823: "Patrona de las Armas de la República". Es que Nuestra Madre compadecida por la opresión de nuestro pueblo, como dice el Santo Padre, elevó su voz de esperanza para llenarnos de confianza en Dios y para decirnos que tras puerta estrecha está el verdadero reino de justicia y de paz.

Que actual se hace este mensaje. Hoy como hace doscientos años nuestro país necesita escuchar la voz valiente de la Madre, que nos una y nos devuelva la confianza para poder construir justos un horizonte de promisión.

 

 

 

2.   Nacido de mujer, la maternidad de María

San Pablo en la segunda lectura nos regala el texto clásico y fundamental para entender la maternidad divina de María: "nacido de mujer, nacido bajo la ley". Verdad dogmática definida por los padres conciliares de Éfeso (431), y que la Iglesia ha creído vivamente porque siendo hermanos de Cristo por el bautismo, hemos sentido que no solo hemos sido adoptados como hijos por el Padre, sino que la Theotocos nos ha recibido con ternura sinigual como madre. Por eso, desde siglos hemos invocado el auxilio de Nuestra Señora diciendo:

Sub tuum praesidium

confugimus,

Sancta Dei Genitrix.

Nostras deprecationes ne despicias

in necessitatibus nostris,

sed a periculis cunctis

libera nos semper,

Virgo gloriosa et benedicta.

 

La Orden de la Merced, al igual que otras religiones, nos ha enseñado a ponernos bajo el amparo de "Nuestra Madre", con cuanta ternura podemos escuchar tanto a frailes ancianos como a imberbes jóvenes dirigirse a Nuestra Señora como verdadera Madre piadosa y amantísima. Nuestro pueblo ha grabado en su corazón este título y, desde pequeños, los que hemos bebido la sabia mercedaria en sus colegios, misiones y parroquias, la hemos invocado diciéndole: "Virgen Madre de Mercedes, reina de cielos y tierras, en la vida y en la muerte, ampáranos madre Nuestra".

 

Hoy nuestro país necesita de la calidez de la madre que cuide nuestros sueños, nos consuele en medio de las aflicciones y nos sostenga en las debilidades, por que con la ayuda de María como Madre podrá hacerse realidad no solo "el sueño de la republica peruana" de la que hablaba Basadre sino el sueño de la nueva humanidad que estamos llamados a edificar, como nos lo pide el Papa Francisco en Fratelli tutti.

 

 

3.   La herencia de una Madre y la solidaridad de los hijos

Finalmente, la profunda lección del Evangelio de San Juan, que hemos leído, nos sitúa como herederos del precioso regalo que Jesús redentor nos concede desde lo alto de la cruz confiándonos a la custodia de María. Muchas cosas podemos decir de este pasaje: el dolor de nuestra Madre, su perseverancia hasta la cruz, la valentía de mantenerse de pie ante la muerte, su maternidad espiritual sobre la Iglesia…

Pero en este día, quisiera que nos fijemos en la solicitud del discípulo amado, que es hecho hijo de María y que la recibe en su casa. Los Padres de la Iglesia nos han enseñado que en San Juan se hace presente todo el colegio apostólico que acoge a la Madre del Señor. Compartiendo la esperanza de María, haciendo suyo su proyecto, pero al mismo tiempo Nuestra Señora acoge el proyecto de esa Iglesia naciente y lo acompaña.

A lo largo de la historia de la Iglesia peruana, esta simbiosis se ha repetido. La esperanza que María ha infundido en su pueblo, el proyecto de un futuro superior para el país, la promesa de tiempos nuevos y mejores, no solo ha movido los corazones de los devotos de Nuestra Madre, sino que ha implicado a los hijos de esta venerable Orden de la Merced.

Cuando se forjaba la independencia del Perú, los hijos de la "Patrona de las Armas" entendieron que "las ideas son tan potentes como las armas" y por eso la Orden de la Merced dio a nuestra patria frailes ilustrados, de gran cultura humanista, comprometidos con el evangelio y con el ideal de patria, como.

• El célebre "ciego de la Merced", Fray Francisco del Castillo Andraca y Tamayo (1716 – 1770).

• Fr. Melchor de Talamantes (1765 – 1809). Ideólogo y prócer de la independencia americana.

• Fr. Cipriano Jerónimo Calatayud (1735 – 1814). Miembro de la "Sociedad Académica de Amantes del país", y colaborador del "Mercurio Peruano".

Sin embargo, también entendieron que no solo la fe y las ideas podían forjar la nueva república, sino sobre todo a través del compromiso de toda la Orden con la causa. Por eso, un día como hoy hace doscientos años, la Provincia Mercedaria del Perú, se hizo una con la independencia, cuando el Padre Provincial congrega a los frailes residentes en los conventos de Lima y en el Salón Capitular de este Convento Máximo de San Miguel de Lima, celebran la "Junta de Comunidad para jurar la Independencia del Perú" adhiriéndose a la causa libertaria y haciéndose ciudadanos de la nueva nación. 

Al iniciar los días de las celebraciones del Bicentenario, nos volvemos a poner a los pies de Nuestra Madre, para pedir su intervención liberadora sobre su pueblo, para invocar su protección de Madre pero también y sobre todo para pedirle que sus hijos de la familia mercedaria sigan fortaleciendo la fe, como lo hicieron los primeros frailes misioneros,  que Ustedes queridos hermanos iluminen la discusión teológica, humanista y patriota como lo han hecho aquellos frailes que gestaron la independencia, y sobre todo que Ustedes hermanos y hermanas de la Orden de la Merced sigan cuidando un auténtico y serio compromiso con el Evangelio y con este pueblo en el cual se sigue encarnando el Verbo.

Laus Deo 

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SACERDOTES AL PIE DEL CAÑÓN EN EL PERÚ. Una respuesta al mensaje presidencial del 28 de julio

SACERDOTES AL PIE DEL CAÑÓN EN EL PERÚ

José Antonio Benito

Nada dijo el nuevo presidente del Perú, Pedro Castillo, sobre la acción de la Iglesia en el Perú. Pareciera que nada ha hecho en sus casi quinientos años de presencia. Según el Programa de gobierno de Perú Libre, capítulo VI "cuando llegaron los españoles a América, comenzó la colonización territorial y cultural, pero esto no sería fácil sin la participación de un aliado político, mediático y propagandístico, que en este caso fue, y sigue siendo, la Iglesia católica, mientras destruían nuestras culturas y ejecutaban a los líderes nativos, invocaban la obediencia y el bautizo, ofreciendo salvación en el cielo". En su discurso de 28 de julio sólo se refirió a la llegada de "los hombres de Castilla, que con la ayuda de múltiples felipillos y aprovechando un momento de caos y desunión, lograron conquistar al estado que hasta ese momento dominaba gran parte de los Andes centrales. La derrota del incanato, dio inicio a la era colonial. Fue entonces, y con la fundación del virreinato, que se establecieron las castas y diferencias que hasta hoy persisten".

Yo también soy hijo de campesinos, maestro de primaria, pero también historiador de América, con la sede universitaria en el mismo Museo Colón de Valladolid, y 25 años de presencia en el Perú, aprendiendo de su gente, investigando acerca de la historia, educando a la juventud, difundiendo especialmente los aportes de personajes ilustres con valores, apoyando en la construcción de una nación de todas las sangres y credos, síntesis viviente, que apuesta por toda la persona sin excluir a nadie. Hoy quiero, tan sólo, recordarle que entre los hombres de Castilla vinieron también los sacerdotes. Ya en enero de 1530 salieron de Sanlúcar de Barrameda seis frailes dominicos en compañía de Francisco Pizarro: Reginaldo de Pedraza, Alonso Burgalés, Juan de Yepes, Vicente Valverde, Tomás de Toro y Pablo de la Cruz. Al llegar a Panamá, quedan allí tres frailes y los otros tres siguen hasta el Perú: Valverde, Pedraza y Yepes. A Cajamarca, su tierra, llega Fray Vicente Valverde, como capellán castrense, que presenta el requerimiento al inca Atahualpa y que posteriormente fuera obispo de Cuzco y Protector de Indios, hasta morir a manos de los propios naturales del Perú.

También con Pizarro, a la par que los dominicos llegaron los mercedarios Sebastián de Castañeda, Miguel Orenes, Martín de Vitoria, Juan de Vargas, Antonio Bravo y Diego Martínez.  Uno de ellos Fr. Miguel de Orenes fundará san Miguel de Piura en 1533. Como primer clérigo diocesano figura Juan de Sosa. En 1536 se presentó desde Panamá el docto mercedario Francisco de Bobadilla, provincial, con el fin de visitar e impulsar la observancia religiosa. Le tocó mediar en el conflicto creado entre los conquistadores Pizarro y Almagro.

Desde el primer momento queda clara su misión: Atender espiritualmente a los cristianos, moderar y -si hiciera falta- denunciar sus acciones hasta negar la absolución sacramental como el P. Montesinos en Santo Domingo, pacificar, evangelizar a indígenas, afrodescendientes, mestizos, españoles.

Baste por ahora compartir algunos datos que el historiador Jorge Basadre  presentó en su conferencia "La obra civilizadora del Clero en el Perú Independiente" en su discurso en la Asamblea de Clausura de la Cruzada Vocacional en 1951: "el sacerdocio en el Perú contribuyó a fundar la Patria; alentó a los libertadores; estuvo íntimamente ligado a la vida pública como a la vida social y privada; trabajó por la cultura; orientó desde el aula y la tribuna; ganó tierras y almas en la selva; defendió los más altos valores espirituales y morales; enseñó un vivir más alto y a bien morir; compartió las grandes festividades y los más luctuosos momentos de la nacionalidad… Al lado de miles, de miles, de miles de cunas cumplieron los sacerdotes su misión sagrada en todo tiempo. Acompañaron en su hora postrera a incontable gente preclara, a gente de la que no tenemos noticia, y  nuestros propios padres y hermanos. Permitidme tan sólo citar unos cuantos nombres de peruanos que fallecieron dentro de las más diversas y dramáticas circunstancias: El Presidente Gamarra, cayendo en medio del fragor y del polvo de la batalla de Ingavi mientras a su lado permanecía un humilde cura, el Sr. Juan Armas, vicario del Ejército; arrodillado sobre su sangre con las manos elevadas al cielo musitando una oración halláronle los enemigos triunfantes. Domingo Nieto, presidente de la Junta de gobierno, haciendo testamento el mismo día de su muerte en el Cuzco, uno de cuyos tres testigos fue el cura párroco de la Matriz, Dr. Pedro José Martínez, y abriendo en seguida un codicilo que ya no pudo firmar "por lo trémulo de su mano", con el único objeto de disponer que a la imagen de Nuestra Señora del Rosario del puerto de Ilo se le mandara hacer y se le dijese un manto y un escapulario que debía estrenar en solemne fiesta. El Presidente San Román falleciendo cristianamente en abril de 1863, suscitando una formidable manifestación pública cuando le fuera llevada la extremaunción que le fue administrada por el humilde P. López de Chorrillos. Manuel Pardo asesinado alevosamente en noviembre de 1878 en el pasadizo que conduce al patrio interior del Senado y pronunciando antes de morir frases de perdón para el asesino, de amor a su familia y de pedido de un confesor, que lo fue el P. Caballero de la Orden Predicadores, mientras los santos óleos le fueron administrados por el cual Tovar, del Sagrario. Miguel Grau, recibiendo siempre los auxilios de la Religión antes de salir al frente de su veloz y silenciosa nave sobre cuyo puente, según las famosas palabras de Monseñor Roca y Boloña, el Infortunado y la Gloria se dieron una cita misteriosa en las soledades del mar" "[1].

Recientemente, el propio Gobierno acaba de distinguir a la Iglesia por su compromiso solidario en tiempos de la covid-19. Su acción material y espiritual, de modo personal e institucional es bien evidente, señor presidente.

Seguiremos aportando datos precisos durante esta semana en el Congreso Nacional Católico: Iglesia en el Bicentenario, al que invitamos cordialmente a usted y todo el pueblo peruano. ¡Bienvenidos a Perú Católico!

 



[1] Revista Renovabis, Lima Año XI, Septiembre—octubre 1951, nn. 129-130, pp. 280-290

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martes, 27 de julio de 2021

ZEGARRA LÓPEZ, Dante Edmundo Bienhechora de almas. Sor Ana de los Ángeles Monteagudo. Una vida de virtudes heroicas

ZEGARRA LÓPEZ, Dante Edmundo Bienhechora de almas. Sor Ana de los Ángeles Monteagudo. Una vida de virtudes heroicas (Corporación Kaptiva SAC, Arequipa, 2021, 246 pp)

Gracias, amigo Dante, por ayudarnos a entrar en este cofre de santidad que es la santa (aunque el título canónico sea de Beata) arequipeña Sor Ana de los Ángeles. Lo haces tañendo la campana de tu saber histórico y tu sabor periodístico, pero con alma de poeta y corazón de creyente. Tan difícil amalgamar, sintetizar todo, pero lo has logrado, quizá por esa promesa interior motivada por el amor de tu vida, tu esposa Lourdes Mariel. Pero ya diste a luz esta bella criatura que has gestado por más de 40 años. Larga travesía que agradeces como peregrino en personas con nombre propio: Padre José María Gordo, secretario de Mons. J.L. Rodríguez Ballón; Guillermo Galdos, archivero; Madre Trinidad Ávila, priora del Monasterio de Santa Catalina; Diego Alejandro Dani Salas, diseñador de la carátula; Enrique Zavala, periodista y editor; Paulo Pantigoso Velloso da Silveira, mecenas; P. Jorge Carlos Beneito, SJ, y Mons. J.I. Alemany, espléndidos prologuistas. El capítulo 26 lo constata: "Gracias, infinitas gracias: En primer lugar, doy gracias a Dios por darme el conocimiento y el camino, por ser guía y luz en mi vida…Para todos ellos y para otros que llevo en el corazón, mi profunda gratitud y mis oraciones" (pp.233-235).

Lo dedicas al Papa Francisco, a tu esposa, tu hijo y tu nuera; en memoria de tus padres y en gratitud al bienhechor de la edición. Nos recuerdas que se publica en el 335 aniversario del tránsito de la Beata Ana de los Ángeles. Dejas bien claro tu objetivo: escribir una exhaustiva biografía de la mujer más importante de todos tiempos en la historia de Arequipa, tras tu opera magna "Monasterio de Santa Catalina de Sena de Arequipa y doña Ana de Monteagudo, priora" (551 pp) con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II a Arequipa con motivo de su beatificación. Para ello has acudido a todas las fuentes, AGI de Indias en Sevilla, los archivos Regional, Arzobispal y Municipal de Arequipa, el General de la Nación, la Biblioteca Nacional de España y el del propio Monasterio.

 El gran reto era que "fuese muy legible y sin las características de los trabajos históricos en que se puntualizan las fechas y las referencias documentales". Para ello, optaste por una recreación histórica, con todo el rigor documental pero relatado de modo ágil y ameno. Ha bastado la genial idea de poner la historia en la boca y la pluma de una religiosa de velo blanco, Sor Petronila de Monserrat, quien vivió con la protagonista, para darle vida y fuerza al relato. Tu gran aporte ha sido en transformar el tedioso repositorio jurídico de los testigos en un variopinto contexto de chispeantes y animadas conversaciones sin convertirlo en ficción sino con la necesaria dosis de realismo que nos lo presenta tan creíble. Tanto que uno se queda con las ganas de seguir sus pasos. Porque, lejos de un retrato hagiográfico dulzarrón o tenebrista, se brinda una vida luminosa, de andar por casa, familiar, y "ésta fue su conversación más frecuente, contar las historias que en toda su vida le habían sucedido con las almas y siempre estuvo muy, muy contenta, en medio de dolores y enfermedades que sufrió" (p.93).

La obra se articula en 26 capítulos.  Los tres primeros se presentan como contextualización de la vida, misión y beatificación de sor Ana. Arranca con el tañido de campana del martes 29 de octubre de 1686, 290 días, del entierro de la sierva de Dios, y el proceso en el que tendrán que exhumar sus restos y declarar acerca de sus virtudes. El capítulo 4 se lo lleva la familia, su padre Sebastián de Monteagudo, de Villanueva de la Jara (Cuenca), su madre Francisca Ruiz de León -hija del fundador de Arequipa Juan Ruiz de León y la noble indígena Ana Palla; sus 7 hermanos Francisco, Mariana, Catalina, Juana, Inés, Andrea y Sebastián.

Los siguientes capítulos se dedican a caracterizar el ambiente arequipeño ("entre un terremoto y otro") y la trayectoria de su vocación (duro noviciado, profesión, dos primeras décadas de vida conventual), la "visita inesperada" de 1642 para inspeccionar la observancia monacal, su etapa de madurez y plenitud (como dedicada sacristana, maestra ejemplar, priora reformadora), su vida fervorosa (pobre, silenciosa, orante, penitente de férrea fe). El capítulo 17 nos permite profundizar en sus virtudes heroicas; como depone sor Francisca de la O "Sor Ana tenía puesta la esperanza en la misericordia de Dios de su salvación por los méritos de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Tenía toda su confianza, manteniéndose con mucha humildad profunda como una criatura inútil e inconsciente a los beneficios que recibió de la liberalidad de Dios…de donde surgió una ardiente caridad hacia el prójimo y sobre todo por los pobres necesitados…especialmente con las benditas almas del Purgatorio, por quienes ofreció todas las buenas obras que hizo" (p.116).

 Dos capítulos, el 18 y el 19 -entrañable y leal amistad- se refieren a la particular amistad vivida con el santo agustino Nicolás de Tolentino de quien toma su celo por las almas del purgatorio; cabe resaltar la simpática devoción para con otro santo agustino, Tomás de Villanueva, al que llamaba "tío". En "dones sin par" (cap.20) se presentan los excepcionales carismas de la beata dominica, sobre todo los de profecía y bilocación. Del 21 al 23 se nos da cuenta del atardecer de su vida ("retorno al Padre" que ella misma profetiza), su "despedida" en olor de santidad con sermón de campanillas por el P. Juan Alfonso de Cereceda, SJ, primer biógrafo. Después de casi trescientos años, -299 y 23 días-, el 2 de febrero de 195- "beata, al fin", nada más y nada menos que con la presencia del propio papa San Juan Pablo II y en su misma tierra.

 El penúltimo capítulo lo dedica el autor a contarnos los porqués y paraqués que suelen contarse en la introducción, dedicando el último a todo un magníficat o Te Deum por el regalo recibido y compartido. Como generoso final nos comparte los documentos básicos de la obra. Como post data una entrañable carta de la actual priora del Monasterio, Madre Rosa Elvira, OP, anima a leer el libro para que "sigan el buen ejemplo de la beata como cristiana ejemplar y sientan deseo de ser santos".

José Antonio Benito

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lunes, 26 de julio de 2021

José Manuel Valdés (1767 – 1843) Médico, poeta y hagiógrafo en tiempos de la Independencia

José Manuel Valdés (1767 – 1843) Médico, poeta y hagiógrafo.

 

Hijo de Baltasar Valdés, músico de profesión, y de María Cabada, de ascendencia africana. Gracias a sus padrinos pudo estudiar en el Colegio de San Ildefonso, en donde se perfeccionó en el latín, filosofía y teología. Al finalizar sus estudios optó por prepararse como cirujano y en 1788, con solo veintiún años se recibió como cirujano latino y continuó sus estudios de Medicina bajo los auspicios de Hipólito Unanue. Ya en 1792, se le concedió una licencia especial para ejercer la medicina, a pesar de no contar con el título. Con gran facilidad para los idiomas, dominó el inglés, italiano y francés.

Publicó tres artículos bajo el seudónimo de Joseph Erasistrato Suadel en el Mercurio Peruano y uno con sus iniciales, dedicándose a explicar sus conocimientos sobre la higiene, la disentería, la muerte ocasionada por hernia y sobre el veneno animal y sus remedios, llegando a traducir al latín la tesis doctoral de Unanue.

En 1807, y en presencia de Unanue, Miguel Tafur y José Manuel Dávalos sustentó su tesis de bachiller, Universidad de San Marcos; logrando el doctorado meses después. Con motivo de la invasión de Napoleón y la crisis suscitada en España y en América, participó en tertulias con otros médicos críticos del sistema virreinal, publicando numerosos artículos, al tiempo que ejerció como médico de varios hospitales como el célebre de San Andrés; su investigación «Cuestión médica sobre la eficacia del bálsamo de copaiba en las convulsiones de los niños» le valió ser incorporado a la Real Academia de Medicina de Madrid en 1815.

Fue el primer médico afroperuano de nuestra historia y un prócer de la Independencia ya que contribuyó con sus acciones a consolidar la incipiente República gracias a su obra científica y literaria. Así, con la llegada del general José de San Martín al campamento de Huaura, sitiando Lima, sufrió, al igual que todo el Ejército Libertador los males del cólera y las tercianas, la COVID de su tiempo. Fue Valdés uno de los estudiosos de la epidemia que azotó Lima en 1821 y que terminó por influir en la retirada del ejército realista a la sierra. Por tal razón, el propio San Martín reconoció -recién proclamada la Independencia- su apoyo, otorgándole la Orden del Sol. Además, fue designado médico de cámara del Gobierno. Al fundarse la Sociedad Patriótica en Lima el 10 de enero de 1822, tuvo como miembros a médicos insignes, tales como Unanue -vicepresidente-, Tafur, Paredes, Devoti y nuestro protagonista Valdés.

La historiadora Carmen McEvoy sitúa a Valdés como médico destacado en el apoyo a los expedicionarios de San Martín que morían en Huaura por las pestes, reivindicándolo como científico forjador de la República naciente. De hecho, al entrar en Lima el ejército expedicionario de San Martín, Valdés apoyó la causa de la Independencia, a la cual dedicó varios poemas, tales como sus odas a San Martín" (1821) y a Simón Bolívar" (1825).

Como señala Yobani Gonzales José Manuel Valdés fue el afrodescendiente más importante en la transición de la Colonia a la República. Transitó por la cultura letrada limeña como un miembro activo, escribió sobre medicina, realizó traducciones del latín al castellano, escribió sobre literatura y religión, y fue el médico de cabecera de la élite política y religiosa de Lima durante el siglo XIX. Llegó a ser un buen matemático, teólogo, filósofo y latinista, consiguiendo la estima y respeto de sus maestros, siendo uno de ellos el cosmógrafo Cosme Bueno, quien fue también uno de sus protectores.

 Para 1827 fue designado catedrático de Medicina y participó en la reorganización del Colegio de Medicina; así mismo, fue diputado por Lima en 1831. Valdés era un hombre creyente en la religión y sometía sus escritos a la revisión de la curia eclesiástica para no generar problemas. Parece que pensó ser sacerdote, pero tuvo que desistir por los prejuicios de la época.

En 1833 publica el Salterio peruano, su obra poética religiosa más estudiada. Varios de los estudiosos de la literatura peruana citan la famosa obra de Valdés. Entre ellos, el gran intelectual español don Marcelino Menéndez Pelayo señaló que era «muy notable por la pureza de la lengua y dulzura de estilo que sabe a Fray Luis de León», y concluye que el Salterio era una de las mejores obras que ha salido en América y la mejor en castellano. Profundamente religioso, sus trabajos están combinados con largos pasajes bíblicos; de hecho, Luis Alberto Sánchez lo considera como escritor místico, y la crítica literata Milagros Carazas lo considera como "el poeta místico de armoniosa lira más relevante de nuestra literatura. Otros trabajos escritos con devoción religiosa fueron "La Fe de Cristo Triunfante en Lima" de 1828 y la clásica biografía de San Martín de Porres de 1833, en la que -identificándose con la atractiva figura del donado mulato dominico- logra belleza literaria, rigor científico, fervor religioso.

A partir de 1835 hasta su muerte acaecida en 1843 fue protomédico general de Perú. Fue catedrático de la escuela de medicina desde 1811 y director desde 1840. Hizo compatible su ejercicio de la medicina con la literatura, llegando a ser considerado notable historiador y hagiógrafo por su biografía de san Martín de Porres, así como varios poemarios místicos.

El Comercio - en su edición del 31 de julio de 1843- no ahorró palabras para rendirle un agradecido homenaje en el momento de su muerte:

El doctor Valdez, prestó a la patria servicios eminentes ilustrando con sus escritos el nombre del Perú, y dándole fama y estimación aun en las naciones más cultas de Europa. Como ciudadano fue obediente a las leyes y fiel observante de los deberes sociales. Como cristiano ha sido su vida entera un modelo de virtud y de santidad: la moderación, la humildad, la caridad, la piedad, hacían resaltar más la profunda sabiduría de que estaba adornado. Como médico poseía cono- cimientos eminentes en su facultad, y algunas disertaciones escritas por él sobre este ramo, han sido acogidas por los sabios de Europa con aplauso y admiración. Como literato encantaba por la sublimidad de su elocuencia, por lo vasto de su erudición, por su finura, por su gusto, y por el inmenso caudal de conocimientos científicos, que en su larga y estudiosa carrera había atesorado. Dotado de un talento claro y penetrante, y de una aplicación inmensa logró sobresalir en casi todos los ramos de la bella literatura, mereciendo que algunas academias de Europa, se honrasen de contarlo en el número de sus miembros. Como poeta puede decirse sin exageración, que era árbitro de los corazones por la dulzura de su lira como hombre privado y como amigo, estaba dotado el señor Valdez de las prendas más distinguidas: un corazón noble y generoso, unos sentimientos llenos de lealtad y franqueza, una familiaridad moderada pero circunspecta; unido todo esto a las gracias de un espíritu cultivado i lleno de poco comunes conocimientos, hacían sobremanera agradable su trato y comunicación.

 

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domingo, 25 de julio de 2021

SERMÓN PATRIÓTICO DE 1947. P. RUBÉN VARGAS UGARTE

Oración Patriótica pronunciada en la Catedral de Lima el 28 de julio de 1947, al conmemorarse el 126 aniversario de la Independencia del Perú[1]

El gran historiador Rubén Vargas Ugarte, guiado del magisterio de Herrera, Huerta y Tovar, recuerda los deberes (respeto a la ley y a la autoridad y el anhelo de contribuir al bienestar de los demás). Fomentar las virtudes cívicas. Lograr la unión.  

Señor Presidente de la república[2]

Emmo. Señor Cardenal Arzobispo Primado[3]

Excmo. Sr. Nuncio de Su Santidad[4]

Excmos. Señores Obispos

Señores Embajadores

Representantes de los Poderes del Estado

No vengo a halagar vuestros oídos con vanas frases de pomposa retó9rica ni menos a prodigar elogios o engarzar fútiles guirnaldas de patriótico regocijo con motivo de esta celebridad, no; creería faltar al respeto debido a esta cátedra, ennoblecida por la elocuente palabra de un Herrera, de un Huerta, de un Tovar y de otros preclaros sacerdotes para quienes el aniversario patrio fue, sin duda, una fecha digna de ser exaltada, pero ante todo la ocasión de volver los ojos al presente y preguntarse con franqueza y lealtad, ante el Dios que nos concediera la dicha de sr libres, si hemos respondido cumplidamente al beneficio y nos hemos hecho dignos de la grandeza de esta dádiva.

En la hora solemne en que el Jefe de esta católica nación va a tributar a Dios el debido homenaje de su reconocimiento y el Pontífice que felizmente rige esta venerada Iglesia va a rendir gracias en nombre de su pueblo al Señor de los Ejércitos, es necesario y conveniente que nos recojamos un poco, que demos vida a la reflexión y, entrando dentro de nosotros mismos, pesemos en la balanza de una conciencia justa y ante el Tribunal de la verdad Suprema, los quilates de nuestro patriotismo y lo acendrado de nuestro afecto para con la patria.

Porque, amados oyentes, no es posible dar oídos a esa falaz y vocinglera sirena que sólo nos habla de derechos del hombre y olvida que por encima de esos legítimos derechos y como ineludible vínculo de toda criatura tenemos aquí en la tierra sacrosantos deberes que cumplir. Uno de esos deberes es precisamente el amor a la patria, al suelo en que nacimos, a la tierra en que yacen nuestros antepasados y nos sustenta con sus frutos y nos regala con la blandura de su temperie.

Deber es, como dice León XIII, impuesto por la naturaleza, amar a la sociedad en que nacimos y este amor en todo buen ciudadano deber ser tal que lo haga pronto a ofrendar la misma vida por la Patria. Ahora bien, hoy más que nunca es preciso hacer hincapié en este concepto, porque son muchas las causas que tienen a oscurecerlo en nuestra mente y debilitarlo en nuestra voluntad, haciéndole creer al hombre que o no existen lazos que nos vinculen a aquellos con quienes vivimos o que éstos no son de tal naturaleza que puedan razonablemente exigir de nosotros algún sacrificio. El egoísmo ese cierto helado que paraliza hasta en su raíz todo sentimiento generoso y la insaciable sed de bienestar material que rebaja los ideales de la felicidad humana son los dos mayores enemigos del patriotismo, porque éste como toda virtud moral se nutre de la caridad y no puede haber caridad allí donde el yo se erige a sí mismo en soberano y se fija como meta de la vida el placer.

Por eso juzgo que nada hay tan necesario como recordar esos deberes y todos, gobernantes y gobernados, poderosos y humildes, en este día en que celebramos la aurora de nuestra vida como nación independiente, los debemos traer la memoria, para excitarnos a su cumplimiento, como el mejor homenaje que podemos rendir a nuestra madre común.

Esos deberes los podemos reducir a dos: el respeto a la ley y a la autoridad que vela sobre ella y el anhelo de contribuir en la medida que nos corresponda al bienestar de los demás. No me detendré en probar, porque demasiado lo sabemos, que el respeto a la ley y a la autoridad que podemos llamar su encarnación es el nervio y fundamento de toda sociedad, pero no es menos cierto que nada hay tan difícil en la práctica como someterse a ella, sobre todo cuanto en la orden del superior hay algo que contraría nuestras miras privadas o no dice bien con nuestro modo de pensar. Pero ¿quién no ve que sería imposible la convivencia si en lugar de atender al bien general se hubiese de tener en cuenta sólo los intereses y pareceres de cada individuo en particular? No, el sometimiento a la ley por imperfecta que ella sea, como lo es De ordinario la obra del hombre, es tan necesario en la vida social que de él no pueden derivarse sino ventajas para la colectividad, en tanto que su desprecio no puede menos de acarrear la ruina de todo el edificio del Estado. Sin embargo, una larga y triste experiencia contradice esta verdad entre nosotros y todavía es el caso de repetir lo que dijera en otro tiempo la autorizada palabra de D. Bartolomé herrera: que el principio de obediencia pereció en las luchas de la emancipación: tan frecuente se hizo en la república al conculcarlo.

Más aún, si acaso nos doblegamos ante la ley, ello no se hizo por conciencia como querría san Pablo que lo hiciesen los cristianos sino a lo sumo por temor de caer bajo la amenaza de la sanción

Pero, ¿irán tras ese ideal los que cegados por la pasión política tienen por adversarios a los que no adoptan su mismo modo de pensar? ¿los que juzgan erradamente que el dominio del Estado es sólo patrimonio de una facción? ¿cómo decir que aman a la patria los que sólo atiende al logro de sus miras privadas y en el disfrute de los bienes que, pródigo nos brinda nuestro suelo, hacen uso de su exclusivismo irritante e injusto? ¿Cuál es la patria que aman los que desatienden a sus hermanos y nada hacen por mejorar la condición de los desvalidos?

¿Y de la autoridad no podemos decir hoy las palabras dichas por otro ilustre sacerdote desde esta misma cátedra? Lamentábase D. Juan Ambrosio Huerta al ver que en el Perú todos se creían con derecho a hacerla objeto de sus críticas y darle lecciones de buen gobierno, empleando para ello muchas veces una lengua maldiciente, como si para dar un consejo saludable a los que manda fuera necesario ultrajarlos. Oh y cuán grave daño infirió esta conducta a la sociedad y cuán funesto ejemplo se dio a la multitud incapaz por sí misma de pensar. ¡Y no se paró mientes en que cuando se combate o se prestigia a la autoridad por los mismos filos se hiere a todo el cuerpo social y se irroga una ofensa a todos sus miembros que de ella dependen como de su cabeza!

Por eso el Apóstol gravemente nos previene que el que resiste a la autoridad legítima resiste a un mandato de Dios, quien, como Dominador del Orbe, no puede dejar sin castigo un delito que amenaza de muerte a la misma sociedad. A ello se agrega que achaque antiguo ha sido culpar a las autoridades o las leyes de nuestras desgracias, pero basta un poco de buen sentido y avivar un tanto la memoria para comprender que no está allí la raíz del mal sino en nosotros mismos, porque no son los gobernantes ni las leyes los que hacen buenos y felices a los hombres, sino al contrario los buenos y virtuosos ciudadanos son los que dan sabias leyes y eligen autoridades dignas del poder.

Inculquemos el respeto a la ley, la obediencia a la autoridad, en una palabra, fomentemos las virtudes cívicas en nuestro pueblo y habrá desaparecido de entre nosotros una de las causas que retrasan nuestro desenvolvimiento como nación.

Pero no es esto solo, el hombre en sociedad no vive aislado de los demás y así como participa y disfruta de los bienes que la vida social lleva consigo, así también le corre la obligación de contribuir en la medida de sus fuerzas al bienestar común. Nada más funesto que ese egoísmo que sólo atiende al interés particular y ahora se oculta bajo el disfraz de una fría indiferencia, ahora llega con increíble descaro hasta la violación del derecho de los demás. Vicio es éste que así se hallará nen los de arriba como en los de abajo, olvidando los primeros que Dios los destina a ser la providencia del pobre y los segundos que el trabajo dignifica y es ley impuesta a todos hombres.

¿Y podrán los que de él se hallan contaminados hablar de patriotismo? ¿Es que acaso el amor a la patria se identifica con su propio interés?

Lejos, muy lejos de nosotros esa mezquina y rastrera concepción de la vida que no se propone otro blanco que la satisfacción de nuestros caprichos y tiende a hacer de la sociedad un violento entrevero de encontradas pasiones. O diré con Mons. D´Hulst: lamentemos la suerte de la nación condenada a escoger entre esas dos formas del egoísmo: la de los satisfechos que todo lo quieren para sí y la de los descontentos que sólo espían la ocasión echarse sobre su presa. Como en el sueño de Faraón los débiles devorarán a los fueres para ser devorados as su vez por otros en un turno inacabable y violento.

Pavoroso es el cuadro que a nuestra vista se presenta, pero es la consecuencia del olvido de los deberes que nos impone la justica social. No en vano quiso Jesucristo que la sociedad por él fundada se asentase sobre esas dos piedras sillares: la justica y la caridad: sin ellas no hay convivencia humana posible y se convierte en un mito el nombre de patria. Porque amar a la patria es servirla en todos y cada uno de sus hijos: des cooperar al bien común; es dar algo de si en beneficio de los demás; es, en una palabra, sentir la emoción ajena como si fuera propia y vivir en la práctica ajustando sus actos a ese ideal de fraternidad que nos legó Cristo y hace de todos los hombres y mucho más de los nacidos bajo un mismo cielo, miembros de una sola y única familia.

No, amados oyentes, la patria de la cual hemos recibido señalados beneficios y nos los dispensa continuamente, espera de nosotros algo más que vítores y aplausos; espera que todos cumplan con los deberes que Dios mismo nos exige para con ella y que hemos resumidos en el respeto y obediencia a la autoridad y a la ley y en una verdad y eficaz cooperación al bienestar de los demás. Ningún día más dichoso para el Perú, aunque aquél en que cada uno, desde el pastor indígena que guarda su ganado en las punas hasta el hombre de negocios que planea una gran empresa mercantil, llegue a persuadirse de estos deberes y se disponga a cumplirlos esforzadamente.

Entonces si que nuestra patria será firme y feliz por la unión y la inevitable diversidad de pareceres que da origen a los partidos políticos no convertirá a estos en instrumentos forjadores del odio y de la división. Meditemos en los deberes que nos impone el patriotismo y, echando un velo sobre los yerros y extravíos en que hayamos podido incurrir en el pasado, aunemos nuestros esfuerzos para hacer del Perú, una nación unida, virtuosa y fuerte. Sin reservas y con generosidad, hombre con hombro, sin más distinción que la señalada por la jerarquía social, apliquémonos a esta tarea a fin de que todos puedan gozar dl inefable placer de haber contribuido a la grandeza de la patria.

Oh, Señor, que riges los destinos de los pueblos y desde tu eternidad fijaste el día en que había de lucir para nosotros el sol de la libertad, mira esta nación que hoy eleva sus ojos hasta tu trono para agradecerte tus beneficios y por boca de sus Prelados y Sacerdotes te canta desde todos los ámbitos de su suelo el himno de la gratitud. Escucha nuestros votos y, al derramar tus bendiciones sobre nosotros, sean ellas prenda de una era de paz sobre la tierra y de gloria para tu nombre en los cielos. Así sea



[1] Publicada en revista Renovabis, Lima, julio-agosto 1947, pp.79-80[2] José Luis Bustamante y Rivero[3] Juan Gualberto Guevara  [4] Luis Arrigoni

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