sábado, 28 de agosto de 2021

IWASAKI, Fernando, Brevetes de Historia Universal del Perú, 2021

IWASAKI, Fernando,  Brevetes de Historia Universal del Perú (Alfaguara, 2021, 224 pp)

 

Entre los aportes del Bicentenario del Perú hay que agradecer las motivadoras reflexiones acerca del Perú, patria nación, estado. La oportunidad de ayudarnos a pensarnos en común, como un nosotros de ayer y de hoy, recordar nuestra historia en conjunto, sus logros y sus errores, sus luces y sombras, sus gozos y sus dolores, sus sueños y sus frustraciones. En este momento me encuentro saboreando el libro Brevetes de Historia Universal del Perú" (Alfaguara, 2021, 224 pp) de Fernando Iwasaki, quien ha tenido la generosidad de enviármelo desde Sevilla.

Mi vida se ha proyectado siempre a estudiar y potenciar la simbiosis hispano peruana, desde la hispanidad y la peruanidad, investigando todo aquello que sume y multiplique en esta realidad histórica y actual. Un legado, una realidad, una proyección. Crear lazos, construir puentes, unir familias. El autor, peruano de nacimiento y de corazón, español de sentimiento y profesión, hispanoperuano o peruano-hispano universal, nos brinda hondas reflexiones acerca de peruanos que han dejado huella humana en la historia.

Contamos con historias de ayer y del mundo prehispánico como las de "los troyanos de Andahuaylas", Sechín, Illac-Qori, Cusi Huarcay o Cura Occo, de la época virreinal (Montilla, 1591 sobre el Inca Garcilaso; Las Meninas de la Coya; Rosas de Lima para Lope de Vega…), republicana ("Rosa, la Libertadora", "las Levas del Libertador", "La Mariscala", Pedro9 Pablo Atusparia, Luis Pardo el Bandolero…) y de nuestro tiempo (Héctor Cárdenas, "Tersa Tilsa",  Jorge Chávez, "Elena Moyano, zarza que arde")

Muchas de ellas las conocíamos, pero aquí se nos presentan desde su lado más humano, casi descarnado pero lleno de vida y poesía. Como él mismo dice en su entrevista al redactor de Luces y TV de El Comercio, Enrique Planas:[1] "Siempre me ha parecido que los héroes son rehenes del mármol, del bronce, de la piedra. Lo que les falta es la piel, la carne, el hueso. Para mí, era muy importante que estas historias apelaran a estos rasgos profundamente humanos, que nos acerquen a sus tribulaciones. Por eso las historias tenían que ser muy breves, como una aguja que te clavan en ese momento y que te toca un punto vulnerable".

A pesar de la brevedad, por su chispa, profundidad, me ha recordado a las "greguerías" de don Ramón Gómez de la Serna; por ejemplo, "Lo más importante de la vida es no haber muerto". Vienen a ser "breverías" de nuestra historia peruana con dimensiones universales.

Una dimensión que impacta es la consideración de la edad de los protagonistas, se trata de personas que perdieron sus vidas muy jóvenes. Él mismo nos brinda un bello testimonio en su prólogo o "Liminar" (pp.11-12).

"Hoy he cumplido 58 años, la misma edad que tenía José María Arguedas cuando decidió no prolongar ni un día más su existencia. Por alguna inexplicable fatalidad, algunos de los más grandes autores peruanos nos dejaron en flor o a punto de entrar en sazón o sin alcanzar la plenitud que sus talentos prometían. Melgar muere con 24 años, Javier Heraud murió con 21. Abraham Valdelomar y Carlos Oquendo de Amat con 31. Alfonso de Silva y Mariátegui con 35, Son personajes que tienen la edad de mis hijos o aún menores. Tenemos a Sebastián Salazar Bondy Alberto Flórez Galindo, que murió a los 40, César Vallejo a los 46. La vida fue muy cruel con ellos. A pesar de lo poco que vivieron, nos dejaron muchísimo. Sus libros son la patria por la que sucumbieron" (pp.11-12)

Más de cien "brevetes", sumillas, consolidados, resúmenes, síntesis, extraídos de miles de fichas que el autor ha ido recopilando y que representan lo que en el momento de la lectura, del descubrimiento le  impactó. Don Miguel de Unamuno solía diferenciar entre el tener -armario- y el ser -almario-. Nuestro historiador y literato F. Iwasaki parte de fuentes históricas precisas pero nos deleita con su recreación literaria que revela el alma del personaje. Cuando nos rescata la confesión de Micaela Bastidas en su carta a Túpac Amaru II, su esposo "Ya no tengo paciencia para todo esto", la asociamos a su resistencia contra la tiranía española, cuando en verdad es un reproche al  líder andino -su "Chepe"- por su comportamiento familiar en la rebelión, y un desahogo de una mujer  herida.

Hay un encanto especial en esta obra no exenta de ironía y reveladora de la espiritualidad del autor como revela el simpático capítulo "El Rímac y el Titanic", en el que se nos presenta la sorprendente historia del inglés Peter Dennis Daly, residente en el Perú, parte de los pasajeros del Titanic que logró sobrevivir. En los libros oficiales, cuando se habla de los sobrevivientes del hundimiento del Titanic, se nos dice que el señor Peter Dennis lo que hizo fue bajar a su camarote, cambiarse, proteger sus documentos, salir a cubierta y tirarse al agua helada porque no entraba en los botes salvavidas, y lo recogieron allá abajo. Pero los hijos, cuando declararon a la prensa muchos años más tarde, lo que dijeron fue que su padre, al subir a la cubierta, recordó que tenía unas estampitas de la Virgen y bajó corriendo para meter a la virgencita en el pasaporte. "El señor Daly regresó a Lima, donde pasó los últimos años de su vida cuidando el jardín de casa, jugando al solitario, sosteniendo partidas de ajedrez por correo postal y comiendo rábanos de su huerto, como cualquier súbdito inglés. La Virgen del Perpetuo Socorro del Rímac lo recogió el 23 de diciembre de 1932" (p.116).

De igual manera cabe destacar algunos testimonios personales como el que nos comparte al hilo del recuerdo del primer sacerdote nisei ordenado en el Perú, P. Manuel Kato. "Su memoria me concierne, porque mi padre fue otro niño acogido en San Antonio de Padua y me abruma que ya ninguno de los dos pueda responder a mis preguntas. Heiwa to Zen, furay Kato-san" (paz y bien, Padre Kato) (p.177)

En el curso de la historia universal infinidad de acontecimientos, personajes y episodios han sido excluidos de los libros de enseñanza oficial. La gesta de mujeres y hombres en pos de la construcción de nuestra nación apenas ha sido un trazo ligero en la pluma de los historiadores, sin embargo, allí donde algunos languidecen otros encuentran la suficiente materia para convertir lo insignificante en gran literatura. Fernando Iwasaki recupera a estos personajes que, como héroes anónimos, labraron el camino de nuestra patria.

En el fascinante mundo cultural de los tejidos wari o paracas del Perú, nos sorprenden los miles de hilos y puntadas que con paciencia y creatividad logran bella imágenes. De igual modo, nuestro autor teje y borda como paciente y creativo historiador periodista miles de pliegues extraviados de cientos de peruanos, los menos conocidos y los más olvidados, pero rescatados y puestos en vitrina universal con personajes de Homero, Joyce y Tolstoi. A pesar del aparente disparatado y desordenado almacén de acontecimientos y personas, en cada uno de los textos del libro se tejen cientos de historias olvidadas de otras tantas personalidades que confeccionan el tejido de la sociedad peruana construida sobre su memoria.

 La obra nos invita a recordar y a aprovechar nuestro nuevo día como si fuera el primero o quizás el último. La vida es breve y hay que aprovechar el tiempo para conocer mejor y trabajar más por el Perú.

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viernes, 27 de agosto de 2021

Los últimos momentos de Rosa de Santa María, muerte y entierro

Los últimos momentos de Santa Rosa de Lima, muerte y entierro

José Antonio Benito

En los últimos años sufre una larga enfermedad, en la cual dice a menudo: "Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor". El 1 de agosto de 1617 comenzaron los intensos dolores de cabeza. Como dicen sus testigos, sentía "que por allí le prendía por él un puñal de fuego ardiendo que se lo atravesaban, y el brazo y todo".  Santa Rosa fue atendida por fray Juan de Lorenzana. Sin embargo, los dolores eran cada vez más intensos. Ella pedía que la dejen sola y no le hablasen. "Eran dolores del infierno". Ella soportó los dolores con paciencia y pedía a su esposo Jesús que le enviase más dolores y paciencia para soportarlos.

El domingo 6 de agosto, sufrió un ataque de hemiplejia, Rosa solo podía mover un lado de su cuerpo, el brazo y la pierna izquierda. Su boca se había torcido levemente. A pesar de la hemiplejia aún tenía lucidez y conocimiento. El 17 de agosto, aumentaron los dolores de costado y se agravó la gota en el pie derecho. Su madre María de Oliva y su padre la visitaron. Santa Rosa quiso como última voluntad ser amortajada con el hábito dominico. El 21 de agosto recibió la extremaunción, ofreció su sortija a Micaela de la Maza. Tenía lucidez y recibió la visita del médico Juan del Castillo.

 

Rosa vivía en la casa don Gonzalo de la Maza y doña María de Uzátegui quienes proporcionaron una morada ideal para sus deseos contemplativos. Tanto ellos, como sus hijas Micaela y Andrea serán testigos de su despedida terrena. Les asombraba que mientras "la naturaleza iba desfalleciendo, parecía se aumentaba su paz y alegría". Y estando así el martes por la noche del 22 de agosto, "con un crucifijo en la mano, con amorosos requiebros le pedía dolores": ‑ Mi Dios, mi Señor, mi Jesús, mi Esposo, y mis amores, dadme dolores.

 

Se va despidiendo tiernamente de todos sus familiares. Comenzó pidiendo la bendición al Contador; y, luego, llamando a sus dos hijas "les hizo una plática, exhortándolas a que sirviesen y amasen mucho a Nuestro Señor y sirviesen mucho a sus padres y les diesen buena vejez". Mandó llamar también a los siete esclavos negros de la casa para darles su bendición.

Por estos testimonios últimos sobre el momento de su muerte podemos calibrar el alto nivel espiritual de estos esposos:

‑ Doña María: "Llamando el dulce nombre de Jesús expiró, quedando con los ojos abiertos y claros sin quebrárseles, y su rostro tan lindo y hermoso como cuando estaba viva y con muy buenos colores".

. Don Gonzalo: "Y con esta resignación, paz y entendimiento, y con su habla y sentido estuvo hasta que expiró, un poco antes de las doce y media de aquella noche, diciendo: "Jesús, Jesús sea conmigo".

El 23 de agosto recibió la visita de su confesor fray Juan de Lorenzana y se despidió de él pidiéndole su bendición. Antes de morir le pide perdón por todos los pecados a cada uno de los de su casa. Pidió entonces Rosa le quitasen "las almohadas en que estaba incorporada, y se hizo arrimar a la madera de la cama"; le acompañaba su hermano Hernando y, teniéndole el brazo, se volvió a él y le dijo: "bien se puede sacar  [ir de allí], hermano, que ya no es menester". Era como decirle que se moría, que todo se acababa y le pedía "que se vaya, que ya está acabado".  Todavía logra persignarse con sus dedos pulgar e índice cruzados, que "se signó en la frente, en la boca y en los pechos". Entonces, sobrevino el paro cardiaco o aneurisma, ya que sufrió una breve pausa, tras la que exclamó: "Jesús sea conmigo" y expiró el jueves 24 de agosto de 1617, una media hora después de las doce de la noche, cuando alboreaba el día del apóstol San Bartolomé. Se encontraba en la madurez de su juventud de sus 31 años de edad y 4 meses.

Su cuerpo, después de vestido con el hábito de Santo Domingo, fue llevado de la habitación en que murió a una cuadra o sala más amplia en la que se juntaron alrededor de 20 personas. Allí, Luisa de Melgarejo se arrobó y estuvo en "éxtasis desde la una y un cuarto poco más o menos, hasta cerca de las cinco de la mañana…, y estando en él prorrumpió en habla". De lo que dijo en esa oportunidad tomaron nota puntual los testigos Juan Costilla Benavides, oficial mayor del contador de la Maza, y el fraile dominico Francisco Nieto. El texto íntegro de esas visiones, sacadas en limpio, las incluyó Gonzalo de la Maza en su respuesta a la pregunta 24 del cuestionario a los testigos que declararían sobre la vida de Rosa de Santa María con motivo de las informaciones ordenadas por el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero. El 25 de agosto su cadáver es trasladado al Convento de Santo Domingo y era tal la multitud que acudió a venerarla que durante tres días se hizo imposible el entierro, fue durante ese lapso que el pintor Angelino Medoro al ver el rostro de la santa, decide plasmarlo en una pintura al lienzo, convirtiéndose en el único retrato autentico de la santa. Tras su deceso, el vecindario y devotos determinaron pagar el alquiler de la casa en que había vivido y comenzaron a reunirse allí por las tardes a rezar el Santo Rosario y otros ejercicios de piedad. Por el fervor espontaneo la casa se convirtió en capilla y Santuario.

En vida, Rosa no fue una mujer de gran popularidad ni desempeñó un especial papel taumatúrgico, como sí lo hizo por ejemplo Francisco Solano. A pesar de ello, sin embargo, Rosa tuvo un entierro multitudinario y la sociedad limeña se precipitó a sus exequias, en la que participaron incluso las más altas autoridades civiles y eclesiásticas del virreinato. Personas que nunca la conocieron se abalanzaron sobre el féretro para tratar de tocarla u obtener alguna reliquia ¿A qué se debió ese fenómeno? Según el historiador René Millar el fenómeno estuvo vinculado con los confesores de la joven, que se encargaron de difundir sus virtudes y de comprometer a las órdenes religiosas en una participación activa e institucional en las exequias. Esto es especialmente clave en lo que respecta a la orden de Santo Domingo. Un miembro de ella tomó nota puntual de las revelaciones de Luisa de Melgarejo, durante el velatorio, y otro escribió a los pocos días una breve relación de su vida. Los dominicos asumieron a la difunta como un miembro de la orden y el procurador general de ella, a la semana de la muerte, solicitará al arzobispo que se reciba información de testigos acerca de "su santa vida".

El 5 de abril de 1668 es beatificada por el Papa Clemente IX cuya celebración tuvo lugar en el Convento Dominicano de Santa Sabina en Roma. El 12 de abril de 1671 es canonizada por el Papa Clemente X, declarándola Patrona de América, Indias y Filipinas y disponiendo el día 30 de agosto para la celebración de la fiesta en su honor.

BIBLIOGRAFÍA

BUSTO DUTHURBURU, José Antonio del. Santa Rosa de Lima (Isabel Flores de Oliva) Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. 2006

MILLAR CARVACHO, R. "Rosa de Santa María (1586-1617). Génesis de su santidad y primera hagiografía." Historia, Vol. 36, 2003: 255-273 Instituto de Historia Pontificia Universidad Católica de Chile

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domingo, 15 de agosto de 2021

COMPROMISO MARIANO Y PATRIO POR EL BICENTENARIO

COMPROMISO MARIANO Y PATRIO POR EL BICENTENARIO

Rezando por los parques de Pueblo Libre y visita a la Quinta de los Libertadores

José Antonio Benito

Después de año y medio de pandemia, en plena crisis política peruana en torno a las elecciones presidenciales, conmemorando el Bicentenario del Perú, uno añora los encuentros amicales, las reuniones familiares, el pasear por los parques, la visita presencial a un museo. Todo ello y un poco más lo acabamos de vivir en el domingo 15 de agosto, fiesta de Nuestra Señora de la Asunción.

Lanzamos la convocatoria en nuestro círculo "Laicos en marcha", lo publicamos en las redes sociales, enviamos a nuestros amigos el formulario y la respuesta se pasó de la cuenta, más de cuarenta.

A las nueve en punto, nos concentramos en uno de los150 parques de Pueblo Libre, en concreto en el que se ubica nuestro Hogar Alzamora, de la Milicia de Santa María de Lima, el Parque Rospigliosi. Una canción mariana para dar la bienvenida y despertar los ánimos dio comienzo a nuestro rosario por el Perú, uniéndonos a la campaña de oración por nuestra patria. Unos de modo personal, otros en familia; unos de distritos lejanos, otros -los más- de parques cercanos; grandes y pequeños; a pie o en silla de ruedas. Promovido por nuestro Movimiento de Santa María pero como siempre acompañados fraternalmente por las legionarias de María, familiares y amigos invitados, todos unidos en entrañable familia, fuimos recorriendo los remozados parques del distrito desgranando avemarías, cantando, colgando del corazón de nuestra Madre de la Asunción las peticiones más íntimas del corazón. Y casi, sin darnos cuenta – a las 10 a.m.- llegamos al Museo Nacional de Pueblo Libre, donde visitamos la Quinta de los Libertadores; allí se brinda la estupenda exposición preparada con motivo del Bicentenario. "La Independencia. Procesos e ideas". Once salas: 1. La primera introductoria con el mismo título. 2. Implosión española y juntas de gobierno. 3. Las rebeliones peruanas. 4. Los primeros esfuerzos militares en el Perú. 5. José de San martín. 6. La guerra y las proclamaciones. 7. Simón Bolívar. 8. La campaña final. 9. La república auroral. 10. La Iglesia en la Independencia. 11. La vida cotidiana en la Independencia. Gran esfuerzo para presentar los alcances de la reciente investigación de la manera más didáctica y atractiva. Aparece claramente que la Independencia es un proceso desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XIX (no sólo 1821); Perú es mucho más que Lima, es todo su territorio nacional como se ve en los mapas en las que se incorpora a las provincias; no es una isla sino un centro vinculado con España y América, contextualizado mundialmente. La Independencia va más allá de los Libertadores -aunque se le dedican dos salas a San Martín y Bolívar y que se han recreado como serían cuando habitaron la Quinta-, nos presenta el protagonismo de las mujeres, de las montoneras, de los militares, los políticos, los académicos, la Iglesia; los grandes momentos como el espectacular mapa de la batalla de Ayacucho y los de la vida cotidiana. Un valor agregado lo da la bella restauración de cuadros originales de artistas de primer orden como Gil de Castro (asombran sus retratos de Olaya, Parada de Bellido, San Martín, Bolívar) o Lepiani que con sus gigantes cuadros como el de la proclamación de la Independencia o el Encuentro de Punchauca tanto ha contribuido visualmente a la formación de la conciencia histórica peruana.

Como complemento a la densa visita se encuentra la posibilidad de acceder al interior del recinto del Museo, precisamente en el ambiente en que se desarrollaban las presentaciones "El Museo abre de noche" de los últimos viernes de mes. Allí se ha colocado el monumento titulado "Semilla del tiempo del Bicentenario". Diseñada a partir de un cántaro inca-chimú de la colección del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú (MNAAHP), alberga una cápsula de 1.60 m de alto por 1.20 m de diámetro, que preservará objetos destinados a los peruanos del mañana y se abrirá el 28 de julio del 2121, tricentenario del Perú.

Concluyo agradeciendo a los responsables por su generosa acogida y acompañamiento en, quienes en todo momento respetaron los protocolos de sanidad y facilitaron un ingreso ágil y una visita provechosa y confortable.

Los animo a regresar con familiares y amigos y profundizar en cada sala, esquema, cuadro, texto, video (tiene la posibilidad de conectar si se llevan auriculares; también la lectura braille para invidentes). No olviden llevar su DNI, mascarilla y protector facial. Reservas: https://bit.ly/VisitaLaQuinta-MNAAHP. Conviene asomarse a su enlace por si hay alguna novedad.  https://www.facebook.com/MNAAHP . La entrada es gratuita, en horario de lunes a domingo: 9:00 a. m. a 4:00 p. m.

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sábado, 14 de agosto de 2021

Poema HISPANOAMÉRICA de MARTÍN ABRIL

Poema HISPANOAMÉRICA de MARTÍN ABRIL

 De mis años de Valladolid en la década de 1980 recuerdo con agrado los deliciosos artículos de Francisco Javier Martín Abril que me cautivaban por su belleza, sencillez, riqueza léxica, poesía. Gracias a mi gran amiga doña Carmen Aparicio, familia suya, supe que era el padre del querido y llorado jesuitas vallisoletano misionero en El Salvador -Ignacio Martín Baró, doctor en psicología y teólogo- recientemente incluido en el "catálogo de mártires" de la Compañía de Jesús, y que murió asesinado como "antorcha de luz y de esperanza". Javier BURRIEZA SÁNCHEZ nos brinda un entrañable recuerdo en su libro Libro de los santos de Valladolid, Editorial Maxtor, Valladolid 2020, (pp.206-214).

De aquellos años también es el precioso poema HISPANOAMÉRIC que tan sólo me dio tiempo a fotocopiar y que 30 años después, al no verlo en ningún portal de internet, lo transcribo como muestra de gratitud a su vida ejemplar.

Comparto como introducción la trayectoria biográfica elaborada por Enrique Berzal de la Rosa.

 

BIOGRAFÍA MARTÍN ABRIL, FRANCISCO JAVIER.

Valladolid, 9.I.1908 – 25.XII.1997. Poeta, periodista, escritor.

Se licenció en Derecho, impartió clases en la academia que su padre tenía en Valladolid, y fue profesor ayudante de la Universidad de Valladolid antes de ganar, por oposición, la secretaría del Juzgado Municipal de Palencia. Destacó sobre todo en la literatura y el periodismo. Militó en la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y en las Juventudes de Acción Popular de su ciudad natal, organización de la que en 1934 llegó a ser vocal de su junta directiva.

Director artístico de Radio Valladolid en 1937, dos años más tarde lo era también del periódico católico Diario Regional. En la radio se mantuvo hasta 1962, donde popularizó el programa Croniquilla local, que se emitía todos los días a la diez de la noche. Monárquico y católico fervoroso, a pesar de su apoyo entusiasmado al bando sublevado el 18 de julio de 1936, con el paso del tiempo también sufrió la censura franquista en Diario Regional.

A partir de 1944, la Dirección General de Prensa le acusó de permitir deficiencias técnicas en el rotativo, no publicar los editoriales de obligada inserción ni las consignas, y no rendir el merecido homenaje a Franco. Fue sancionado con siete días de haber y se le abrió expediente por faltas graves. Finalmente, fue cesado en el cargo en 1950, después de que la Editorial Católica se hiciera cargo del periódico. Ganador, en 1941, del Premio de Periodismo Mariano de Cavia por el artículo Otoño en los jardines, veinte años después se hizo con el Premio Nacional de Periodismo.

También trabajó en un programa de Radio Nacional realizado para América. Para televisión realizó, junto a otros escritores, los programas El alma se serena, Radiografía de los meses, Nocturno del domingo El oro del tiempo. Fue entonces cuando se codeó con profesionales de la talla de José García Nieto, Guillermo Summers, Lorenzo López Sancho, Enrique Llovet y Francisco Umbral. Colaboró en Ya, La Vanguardia, La Gaceta del Norte, ABC, El Norte de Castilla, Diario Montañés, Las Provincias Blanco y Negro.

Académico de número en la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción desde 1948, entre sus obras más importantes destacan Cartas a una novicia (colección de artículos escritos en la década de 1950 en el diario Ya), Humo (1962) y Crónica desordenada (1969). Premio de Comunicación Francisco de Cossío (1989), escribió más de setenta mil artículos periodísticos y veinte libros.

Fue Medalla de Plata de la ciudad de Valladolid y Premio Provincia de Valladolid a la trayectoria literaria (1993).

Francisco Javier Martín Abril falleció en Valladolid, el 25 de diciembre de 1997. Su familia donó su archivo y biblioteca a la Fundación Jorge Guillén.

 

Obras de ~: Violetas mojadas, Valladolid, Talleres Cuesta, 1936; Romancero guerrero, Valladolid, Casa Martín, 1937; Castilla y la guerra, Valladolid, Talleres Cuesta, 1937; Luna de septiembre, Valladolid, Tipografía Casa Martín, 1939; Albor, Pamplona, 1940; Castilla, Bilbao, Conferencias y Ensayos, 1942; Así es mejor, Madrid, Gráfica Universal, 1943; El jardín entrevisto, Madrid, Editora Nacional, 1943; Día tras día, Valladolid, Talleres Cuesta, 1947; Poema de Valladolid, Valladolid, Editorial Casa Martín, 1947; Romance de la muerte de Manolete, Valladolid, Tipografías Sever-Cuesta, 1947; Cancionero, Valladolid, Sever-Cuesta, 1949; Ahora y siempre, Valladolid, Sever-Cuesta, 1953; Cartas a una novicia, Madrid, La Editorial Católica, 1954-1962; Humo, Madrid, Studium, 1962; Nostalgia en la meseta, Madrid, Studium, 1964; Álbum, Bilbao, Mensajero, 1968; Crónica desordenada, Madrid, Editora Nacional, 1969; La pequeña palabra, Madrid, La Muralla, 1969; Cada mañana, Salamanca, Sígueme, 1973; Los cuadernos secretos, Valladolid, Ayuntamiento, Fundación Jorge Guillén, 1999, 3 vols.; Intimidades: 1929-1932, Valladolid, Ayuntamiento, Fundación Jorge Guillén, 2001.

 

Bibl.: R. García Domínguez, "Francisco Javier Martín Abril", en Vallisoletanos, 44 (1985), págs. 57-85; I. Paraíso, La literatura en Valladolid en el siglo XX, Valladolid, Ateneo, 1987; P. Pérez López, Católicos, política e información. Diario Regional de Valladolid, 1931-1980, Valladolid, Universidad, 1994; R. García Domínguez, Francisco Javier Martín Abril. Premio a la Trayectoria Literaria 1993, Valladolid, Diputación Provincial, 2001; F. A. González, Epístola de Félix Antonio González a Francisco Javier Martín Abril: homenaje de la Ciudad a Francisco Javier Martín Abril

Félix Antonio González, 41 Feria del Libro de Valladolid, 3 de mayo de 2008, Valladolid, Ayuntamiento, 2008.

 

EN INTERNET:

https://www.valladolidweb.es/valladolid/vallisolet/biograf/martinabril.htm

https://www.facebook.com/FJMartinAbril

 

Poema HISPANOAMÉRICA

 

Tres triángulos blancos sobre un azul brillante:

Un alma que al sentirse sueña un idealismo;

Después, un pueblo nuevo flotando en un abismo

De palta, con el lujo sagrado de un diamante.

América nacía y en sus ricos pambiles,

Fulgían las estrellas de su virgen quimera,

Y el ritmo arrebatado de aquella cabellera

Daba a la vida un ramo de flores juveniles.

Flores que eran el eco de romántica hazaña:

Que tomaban su aroma de una semilla vieja;

Y al hender en sus hojas el arado la reja,

Iban vistiendo forma los delirios de España-.

Y aun se escuchan las espuelas,

De las frágiles y airosas carabelas,

Que aquel día venturoso cincelaron en el mar;

Con alientos celestiales eran hinchadas las velas,

Pues las guapas carabelas

no iban solas,

 eran bellas barcarolas

del Barquero del Altar.

Era un hilo invisible y sagrado

Que el Destino trazó con sonrisa,

Porque a América fuese una brisa

Llena en besos de trigo dorado;

Y por él vino a España la risa

Juguetona del fruto soñado.

Y si España vio en su frente

la cicatriz de los días,

sintió en su pecho un torrente

de potentes energías;

y al mirar el vino añejo

de su sangre hecha ya vida,

su cabeza encanecida

se veía en el espejo

de una cara parecida.

América, ánfora virgen de ilusiones españolas;

coro de niñas que alegra con sus gráciles tonadas

las espaldas de su madre que ya viven inclinadas

pero llenas de laureles y de vivas aureolas.

Y en el aire del mar libre de Francisco de vitoria

Se repite el entusiasmo del sentir aventurero,

Y en la frente calurosa del simpático pampero,

Suena un beso que se estampa en el cuento de la Historia.

No es sonrisa de etiqueta, no es afecto de ficciones,

Lo que vibra en lo más hondo de mi España y de mi América

Son las dos, como dos notas de una música quimérica,

Que gravita en el terruño de sus cálidas naciones.

Vedlas todas reunidas en Rosario inquebrantable,

Cómo llenan de caricias verdaderas la mejilla

De su madre, que, embriagada de cariño perdurable,

Las ofrece el azul denso de su cielo de Sevilla

Y contándose consejas al amor del rancio hogar,

Mientras sienten en sus ojos, del nido propio la luz,

Recuerdan aquel romance que escribió un día en el mar,

Un gentil aventurero con la punta de la Cruz. 

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viernes, 13 de agosto de 2021

PADRE ALFONSO ALCALÁ ALVARADO AYUDÓ A ORGANIZAR EL ARCHIVO DEL SEMINARIO DE SANTO TORIBIO (1927-2019)

PADRE ALFONSO ALCALÁ ALVARADO AYUDÓ A ORGANIZAR EL ARCHIVO DEL SEMINARIO DE SANTO TORIBIO (1927-2019)

 

El Dr. Alfonso Alcalá Alvarado nació en Celaya (Estado de Guanajuato), al este de la ciudad de Guadalajara y a unos 260 kms. Al NW de la Capital Federal de México, el 6 de agosto de 1927. Fue ordenado sacerdote el 1 de febrero de 1953 en Roma. Licenciado en Sagrada Teología en el Pontificio Ateneo Angelicum (ahora Universidad de Santo Tomás) de Toma, en 1953. Doctor en Historia Eclesiástica por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma en 1963. Diplomado en Biblioteconomía por la Biblioteca Apostólica Vaticana en 1963. Desde 1982 es miembro del Pontificio Comité de Ciencias Históricas. Ha sido Secretario general del Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos de México de 1967 a 1974. vicerrector del mismo de 1978 a 1981 y Decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de México de 1982 a 1983. Fue uno de los fundadores y miembros más activos de la Sociedad Mexicana de Historia Eclesiástica.

El mes de octubre de 1977, llega desde México el P. Alfonso Alcalá, M.Sp.S, en viaje de trabajo para documentarse de los archivos eclesiásticos para la historia de América Latina.

Gracias a la gestión del entonces rector del Seminario, P. Francisco Navares, en mayo de 1989 vuelve el P. Alfonso Alcalá, M. Sp. S, con el objetivo específico de ordenar el archivo del Seminario y elaborar la historia del mismo, continuándola desde 1911, fecha en que la dejó el P. Rubén. Vargas Ugarte en su obra clásica. Gracias a su empeño laborioso, muy profesional, el Archivo goza de una catalogación modélica. En abril del 2006, me comunicó por correo electrónico solicitando información acerca de su trabajo en la historia de la institución y me manifestó que no llegó a elaborar la historia programada.

Tanto uno como el otro, miembros de la legión de Misioneros del Espíritu Santo que desde el hermano país de México volcaron sabiduría y santidad en la Ciudad de los Reyes por más de medio siglo.

Falleció en México, el 14 de julio del 2019.

 

El Anuario de Historia de la Iglesia de la Universidad de Navarra le ha dedicado dos espléndidos artículos.

-Ignasi Saranyana, "Conversación en México con Alfonso Alcalá Alvarado", en Anuario de Historia de la Iglesia, AHIg  10 (2001), p. 408.

- Juan González Morfín "P. Alfonso Alcalá Alvarado (1927-2019) in memoriam Un enamorado de la historia a través de las fuentes primarias" AHIg 29 / 2020, p.606

https://revistas.unav.edu/index.php/anuario-de-historia-iglesia/article/view/39912/34219

 

José Antonio Benito

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martes, 10 de agosto de 2021

EL MAGISTRAL RELATO DE LA BATALLA DE AYACUCHO POR RIVA-AGÜERO

EL MAGISTRAL RELATO DE LA BATALLA DE AYACUCHO POR RIVA-AGÜERO

José de la Riva Agüero (1885-1944)[1]

"De Quinua se asciende a la pequeña pampa de Ayacucho. Es un árido llano, cortado por zanjas profundas. Al este lo cierran las prietas y abruptas vertientes del Condorcunca (voz o garganta del cóndor), surcadas por sendas en zigzag. A un costado se abre el seco barranco del Jatunhuayco (gran torrentera). Al norte, el estrecho valle de Ventamayu, con un riachuelo sombreado de molles, y una capillita, destruida o inconclusa, bajo la advocación de San Cristóbal. En la misma pampa, hay un mísero rancho, que sirve de apeadero; y en el centro de ella, está el paupérrimo y enfático monumento, que parece de yeso. La falta de gusto, llevada a tales extremos, supone ya una grave deficiencia moral. ¡Cuánto más significativa y decorosa habría sido una sencilla pirámide de piedras severas!

Recogimos en el campo algunas balas, de las muchas que allí quedan. Los pobladores de Quinua las venden a los viajeros. Me detuve en las lomadas de la izquierda, desde las cuales la división peruana de La Mar rechazó los ataques del realista Valdés. Hacia el centro y la derecha de la línea, se ven los que fueron emplazamientos de las tropas colombianas.

El relato de mi peregrinación sería ineficaz e inútil si no fuera sincero; y debo a mis lectores y a mí mismo la confesión de mis impresiones exactas. Mi sentimiento patrio, que se exaltó con las visiones del Cuzco y las orillas del Apurímac, no sacó del campo de Ayacucho, tan celebrado en la literatura americana, sino una perplejidad inquieta y triste. En este rincón famoso, un ejército realista, compuesto en su totalidad de soldados naturales del Alto y del Bajo Perú, indios, mestizos y criollos blancos, y cuyos jefes y oficiales peninsulares no llegaban a la decimaoctava parte del efectivo, luchó con un ejército independiente, del que los colombianos constituían las tres cuartas partes, los peruanos menos de una cuarta, y los chilenos y porteños una escasa fracción. De ambos lados corrió sangre peruana.

No hay porqué desfigurar la historia: Ayacucho, en nuestra conciencia nacional, es un combate civil entre dos bandos, asistido cada uno por auxiliares forasteros. Entre los aliados sudamericanos reunidos aquí, bullían ya, aun antes de obtenida la emancipación, los odios capitales, como riñeron los gemelos bíblicos desde el seno materno. El americanismo ha sido siempre una hueca declamación o un sarcasmo; y yo, que cada día me siento más viva y ardientemente peruano, me quedo frío con la fraternidad falaz de nuestros inmediatos enemigos, con la hinchada retumbancia e irónica vaciedad del común espíritu latinoamericano en esas vecinas repúblicas hermanas, que no han atendido más que a injuriarnos y atacarnos. ¿Por qué hemos de continuar derrochando los tesoros de nuestro entusiasmo ingenuo en los émulos rabiosos que a diario nos denuestan y que asechan el instante propicio para el asalto?

Gran necedad o inicua pasión arguye zaherir al Perú por haber una considerable porción de él seguido hasta el fin la causa española en la contienda separatista. Entonces se operó en el alma peruana un desgarramiento de indecible angustia. Mientras la mitad, juvenil y briosa, se lanzaba anhelante, con los demás americanos, en la ignota corriente de lo porvenir, ansiando vida nueva, la otra mitad, fiel a las tradiciones seculares, perseveró abrazada a la madre anciana e invadida, con la pía y generosa adhesión a la desgracia, que es nota inconfundible de nuestro carácter. Leal conflicto y doliente caso de la eterna y necesaria lucha entre el respeto a lo pasado y el impulso de la acción renovadora.

La Colonia es también nuestra historia y nuestro patrimonio moral. Su recuerdo reclama simpatía y reconciliación, y no anatema. Si queremos de veras que el peruanismo sea una fuerza eficiente y poderosa, no rompamos la tradicional continuidad de afectos que lo integran; no reneguemos, con ceguera impía, de los progenitores; no cometamos la insania de proscribir y amputar de nuestro concepto de patria los tres siglos civilizadores por excelencia; y no incurramos jamás en el envejecido error liberal, digno de mentes inferiores y primarias, de considerar el antiguo régimen español como la antítesis y la negación del Perú. Para animar y robustecer el nacionalismo, hay sobrados y perdurables contrarios, rivalidades profundas, positivas y esenciales. La dura experiencia nos lo ha enseñado; y mi generación, más que las anteriores, lo sabe y lo medita.

La Colonia, a pesar de sus abusos, —tan poco remediados aún— no pudo reputarse en países mestizos como servidumbre extranjera. Para el Perú fue especialmente una minoridad filial privilegiada, a cuyo amparo, y reteniendo nuestra primacía histórica en la América del Sur, iban muestras diversas razas entremezclándose y fundiéndose, y creando así día a día la futura nacionalidad. Aleación trabajosa y lenta, dificultada por la propia perfección relativa del sistema incaico, que se resistía, muda pero tenaz y organizadamente, a ser plasmado por una cultura superior. Regiones de menor multiplicidad étnica o desprovistas de reales civilizaciones indígenas, se acercaron más rápidamente a la unidad moral, en tanto que el Perú se retrasaba por la arduidad de la tarea correspondiente a su excesiva complicación. En medio de ella nos sorprendió la guerra de la Independencia; y no cabe negar que fue en momento singularmente inoportuno para nuestros peculiares intereses. Más temprano, anticipándose cincuenta años, sobreviniendo antes de la creación del Virreinato de Buenos Aires, las deficiencias mayores habrían quedado compensadas por el beneficio inestimable de retener la Audiencia de Charcas, de mantener la suprema unidad territorial y de la raza predominante, conservando las provincias del Alto Perú, cuya segregación arrancó tan hondas y proféticas quejas al Virrey Guirior. Más tarde, si la emancipación sudamericana hubiera ocurrido, por ejemplo, cursando el segundo tercio del siglo XIX, habría encontrado bastante adelantada la interna fusión social de las castas y clases del Perú; menos ineptos y desapercibidos los núcleos directores, que apenas iniciaron su modernización a medias con el Mercurio Peruano; y tal vez completamente reparado el desacierto de la desmembración del Virreinato, como lógica consecuencia de aquel movimiento consciente de reintegración administrativa que en 1796 nos devolvía la Intendencia de Puno, en 1802 las grandes comandancias de Quijos y Maynas, y de modo imperfecto y transitorio luego, Guayaquil y el mismo Alto Perú. Pero como de nuestro país no dependió ejecutar en el siglo XVIII el plan de los reinos autónomos propuesto por el Conde de Aranda, ni podíamos precipitar o retardar a nuestro sabor la hora de la general insurrección americana, determinada inevitablemente por el ataque de Napoleón a la Metrópoli, y como era absurdo el empeño realista de guardar unido el Perú a España cuando todo el continente había ya roto sus vínculos de vasallaje, desde 1812 o 1814 los genuinos intereses peruanos demandaban, a cuantos sabían y querían entenderlos, nuestra emancipación inmediata y espontánea, para no quedarnos a la zaga de los otros pueblos de Sud América en la crisis ineludible, y para evitar o reducir grandemente la funesta inminencia de su intervención. Por eso, mucho más que por cualesquiera otras razones, debemos proclamar heroicos servidores del Perú a todos los patriotas nuestros que, en abierta rebelión o conjuraciones subterráneas, desafiando fuerzas harto mayores que en los países vecinos, con sino adverso, pero con ánimo invicto, lucharon contra los fanáticos realistas peruanos, obcecados en resistencia tan formidable como estéril y petrificados en la añoranza de un pasado irreversible. Y por ello también, dentro de la comprensiva equidad de la historia, si a estos va la cortesía reverente y melancólica que merecen siempre las víctimas de la lealtad equivocada, a aquellos consagramos toda la efusión de nuestra gratitud. Desde Zela y Pumacahua hasta los conspiradores de Lima, fue cimentándose, entre sacrificios y catástrofes, un partido peruano separatista, que asumió nuestra representación al frente de los hermanos ya emancipados, y colaboró después con San Martín. Enseguida los valerosos vencidos de la Legión Peruana en Torata y Moquegua, los vencedores de Zepita y Pichincha, los Húsares que decidieron la batalla de Junín, y la bizarra división de La Mar en este campo de Ayacucho, demostraron el esfuerzo de los peruanos independientes y rubricaron con gloria en nombre de nuestra patria el advenimiento de la nueva edad. La razón y el verdadero espíritu nacional estuvieron sin duda con los patriotas y en oposición a los pertinaces tradicionalistas; pero, tras el cruento y largo cisma, tuvo que venir y vino la íntima compenetración entre los de ambos bandos, hijos de un mismo suelo, que combatieron obedeciendo a apreciaciones diversas sobre las conveniencias del Perú. Las posteriores guerras civiles vieron militar indistintamente en las mismas filas capitulados y Libertadores. Mas para que la definitiva nacionalidad ganada en Ayacucho se adecuara a sus destinos y obtuviera su completa verdad moral, no bastaba la mera conciliación de las personas, fácil siempre en muestra tierra. Era y es aún necesaria una concordia de distinta y más alta especie; la adulación y armonía de las dos herencias mentales, y la viva síntesis del sentimiento y la conciencia de las dos razas históricas, la española y la incaica. Al cabo de noventa años, ¿hemos logrado acaso, en su plenitud indispensable, esta condición esencialísima de nuestra personalidad adulta? En los días siguientes a la Independencia, en el iluminado rapto que da todo triunfo, hubo percepción clara de tan indispensable requisito. Entre las afectaciones e ingenuidades de la época, se descubre el grave y justo deseo de incorporar los más insignes recuerdos indígenas en el viviente acervo de la nueva patria. El buen Vidaurre llevaba su celo hasta el extremo candoroso de invocar al dios Pachacámac en una arenga solemne; y Olmedo el Inspirado, de corazón profundamente peruano, hacía vaticinar la victoria de Ayacucho al gran monarca Huayna Cjiápaj y bendecir el estado naciente por el coro de las Vírgenes del Sol. Menéndez Pelayo, en su cerrado españolismo, juzgó esto como inoportuna ilusión local americana; y yo mismo, en mi primer escrito, sostuve con fervor la opinión de mi maestro, llevado por mi excesiva hispanofilia juvenil y por mis tendencias europeizantes de criollo costeño. A medida que he ahondado en la historia y el alma de mi patria, he apreciado la magnitud de mi yerro. El Perú es obra de los Incas, tanto o más que de los Conquistadores; y así lo inculcan, de manera tácita pero irrefragable, sus tradiciones y sus gentes, sus ruinas y su territorio. No ilusión, por cierto, sino legítimo ideal y perfecto símbolo representa la evocación que Olmedo hizo en su imperecedero canto.

El Perú moderno ha vivido y vive de dos patrimonios: del castellano y del incaico; y si en los instantes posteriores a la guerra separatista, el poeta no pudo acatar con serenidad los ilustres títulos del primero, atinó en rememorar la nobleza del segundo, que aun cuando subalterno en ideas, instituciones y lengua, es el primordial en sangre, instintos y tiempo. En él se contienen los timbres más brillantes de lo pasado, la clave secreta de orgullo rehabilitador para nuestra mayoría de mestizos e indios, y los precedentes más alentadores para el porvenir común. En la quieta y larga gestación de la Colonia, el proceso de nuestra unidad fue el callado efecto de la convivencia y el cruce de razas; pero, realizada la emancipación, se imponía, como deber imperiosísimo, acelerar aquel ritmo, apresurar la amalgama de costumbres y sentimientos, extenderla de lo mecánico e irreflexivo a lo mental y consciente, y darle intensidad, relieve y resonancia en el seno de una clase directiva, compuesta por amplia y juiciosa selección. Sin esto el Perú había de carecer infaliblemente de idealidad salvadora; y desprovisto de rumbos, flotar a merced de caprichos efímeros, de minúsculas intrigas personales, y al azar de contingencias e impulsiones extranjeras. Y aún más se advirtió la urgente necesidad de aquella clase directiva, centro y sostén de todo pueblo, con el establecimiento de la república democrática, que la supone y reclama, porque privada de la guía y disciplina de los mejores, tiende a degenerar por grados en anarquía bárbara, en mediocridad grisácea y burda, y en inerme y emasculada abyección. Nuestra mayor desgracia fue que el núcleo superior jamás se constituyera debidamente. ¿Quiénes, en efecto, se aprestaban a gobernar la república recién nacida? ¡Pobre aristocracia colonial, pobre boba nobleza limeña, incapaz de toda idea y de todo esfuerzo! En el vacío que su ineptitud dejó, se levantaron los caudillos militares. Pretorianos auténticos, nunca supieron fijar sostenidamente la mirada y la atención en las fronteras. Héroes de rebeliones y golpes de estado, de pronunciamientos y cuarteladas, el ejército en sus manos fue, no la augusta imagen de la unión patria, la garantía contra los extraños, el eficaz instrumento de prestigio e influencia sobre los países vecinos, sino la palpitante y desgarrada presa de las facciones, la manchada arma fratricida de las discordias internas. La vana apariencia de las palabras y los ademanes quijotescos, no oculta en esos jefes el fondo de vulgares apetitos. Absortos en sus enredos personalistas, ávidos de oro y de mando, sus ofuscadas inteligencias no pudieron reconocer ni sus estragados corazones presentir los fines supremos de la nacionalidad; y cuando por excepción alguno acertó a servirlos, todos los émulos se conjuraron para derribarlo, y lo ofrecieron maniatado al enemigo extranjero. Así se frustraron miserablemente las dos altas empresas nacionales, la de La Mar el 28 y la de Santa Cruz el 36.

Por bajo de la ignara y revoltosa oligarquía militar, alimentándose de sus concupiscencias y dispendios, y junto a la menguada turba abogadil de sus cómplices y acólitos, fue creciendo una nueva clase directora, que correspondió y pretendió reproducir a la gran burguesía europea. ¡Cuán endeble y relajado se mostró el sentimiento patriótico en la mayoría de estos burgueses criollos! En el alma de tales negociantes enriquecidos ¡qué incomprensión de las seculares tradiciones peruanas, qué estúpido y suicida desdén por todo lo coterráneo, qué sórdido y fenicio egoísmo! ¡Para ellos nuestro país fue, más que nación, factoría productiva; e incapaces de apreciar la majestad de la idea de patria, se avergonzaban luego en Europa, con el más vil rastacuerismo, de su condición de peruanos, a la que debieron cuanto eran y tenían! Con semejantes clases superiores, nos halló la guerra de Chile; y en la confusión de la derrota, acabó el festín de Baltasar. Después, el negro silencio, la convalecencia pálida, el anodinismo escéptico, las ínfimas rencillas, el marasmo, la triste procesión de las larvas grises......

 Ante este agobiador resumen, que sintetiza nuestro absoluto fracaso en la centuria corrida desde la Independencia, recordamos, con amargura punzante, los felices horóscopos que el cantor de Junín y Ayacucho ofrendó en la cuna del Perú nuevo. ¡Cruel desmentido hasta ahora el de la desolada realidad a los deslumbrantes pronósticos de continua ascensión, de las venturas y glorias, que creyeron todos iniciar entonces! Las sombras de los sueños desvanecidos fueron mis melancólicas compañeras en la visita a la llanura célebre; y se me representó la terrosa extensión del campo regada con las cenizas de una fulgente aspiración extinta.

Las nacionalidades históricas destronadas que Olmedo enumeró para augurar su compensación con las nacientes americanas, se han regenerado en el curso del siglo, se han purificado y rehecho en la fragua del destino. Los altares de Grecia, que imaginaba el poeta reemplazar con los de Sud América, se elevaron de entre las ruinas; y a pesar de las tormentas, brillan hoy reavivados por las esperanzas del vigilante helenismo. Razas diversas, en su derredor, luchan sin descanso por afirmar sus respectivas personalidades; y en los más árduos trances no desesperan de lo futuro. El Capitolio de la humillada Roma, que Olmedo contrapuso en sus versos triunfalmente a los redimidos monumentos incaicos, se encumbra renovado y soberbio. Todos los pueblos, desde los más famosos hasta los más remotos y olvidados, reclaman puesto y voz en el coro fluctuante de la humanidad. Y el Perú, que en la América meridional es la tierra clásica y primogénita, desconoce su misión, abdica de sus designios esenciales, rechaza cualquiera ambición como un desvarío, y se sienta postrado y lacio en las piedras del camino, a mirar como lo aventajan sus competidores, satisfecho en su poquedad cuando obtiene las bases mínimas de existencia.

No eran ciertamente alegres los pensamientos que me asaltaban, cuando al caer la tarde, entre el oro desfallecido de los trigos y del cielo, volvía de Quinua a la ciudad de Ayacucho. Mas, al releer después la conmemoración de la batalla en la oda de Olmedo, para mí tan familiar, hallé un consuelo inefable en la sublime estancia que todos los peruanos deberíamos saber de memoria: aquella en que compara el vate, —¿acaso no significa esta palabra profeta? — las virtudes de reacción súbita que guarda siempre nuestra patria, con el arranque memorable de Aquiles, que del indigno sopor de Sciros pasó de improviso a las hazañas victoriosas de Troya.



[1] Cap. XI, "EXCURSION A QUINUA Y AL CAMPO DE BATALLA" Paisajes peruanos, Imprenta Santa María, Lima 1955, pp.112-120 https://repositorio.pucp.edu.pe/index/handle/123456789/172008?show=full

 

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