domingo, 5 de abril de 2009

La repercusión histórica del Papa Juan Pablo II

Sigue presente en Perú el vivo recuerdo de las entrañables visitas del Papa. El Campo Marte de Lima, entre otros, alberga en el colorido de sus mosaicos la creatividad afectiva de las regiones del Perú profundo. Calles, colegios, monumentos, distritos, llevan su nombre.

Desde el privilegiado observatorio que es el Vaticano, a través de los numerosos puntos de información de la Iglesia y los permanentes encuentros papales (visitas ad limina, viajes apostólicos, recepciones oficiales...), podemos asegurar que nadie como Juan Pablo II ha conocido la realidad del acontecer mundial, así como su trayectoria histórica. Siempre están presentes en sus documentos un diagnóstico actualizado de la palpitante actualidad al que corresponde un lúcido análisis y un entusiasta programa de acción. Difícil es acertar con la clave del mismo; imposible, en un breve artículo, analizar su desbordante magisterio y fecundísima actividad. El purpurado alemán J. Ratzinger afirma que la clave de su pontificado es la primacía de Dios en el centro del cosmos y de la historia. El Papa cree que los siglos tienen su propia fisonomía; por eso espera que los grandes hundimientos de este siglo y sus lágrimas, sean recogidas y se conviertan en un nuevo comienzo... La inagotable energía con la que se mueve el Papa tiene su origen, precisamente, en esta esperanza suya”.

Este sentimiento está presente continuamente en el corazón del Papa como demuestra con la paradoja propuesta, al concluir la dilatada entrevista con el periodista V. Messori: “para liberar al hombre contemporáneo del miedo... es necesario desearle de todo corazón que lleve y cultive en su propio corazón el verdadero temor de Dios... fuerza del Evangelio” que genera “hombres santos, es decir, verdaderos cristianos, a quienes pertenece en definitiva el futuro del mundo”. Y cita, a continuación, al filósofo André Malraux que “el siglo XXI será el siglo de la religión o no será en absoluto”.

G. Weigel —biógrafo del Papa— destacará que “Juan Pablo II ha renovado decisivamente el papado para el siglo XXI, recuperando y renovando la primacía evangélica del oficio de Pedro del primer siglo de la Iglesia” convirtiéndolo en “el más consecuente desde la Reforma del siglo XVI” . Sus ocho grandes contribuciones o hitos son: la renovación del papado, la puesta en práctica en su totalidad de la doctrina del Concilio Vaticano II, el desmoronamiento del comunismo, la clarificación de los retos morales a los que se enfrenta la sociedad libre, la impronta del ecumenismo en el corazón del catolicismo, el nuevo diálogo con el judaísmo, la redefinición del diálogo interreligioso y la inspiración personal que ha cambiado incontables vidas. Tras dieciséis años de estudios sobre la persona y escritos del Papa, así como de cuatro buceando en su mundo interior, el mejor biógrafo del Papa, concluye: “es un hombre que se ha esforzado muchísimo por ofrecer a las personas de su tiempo los instrumentos necesarios que hacen que vivamos la vida de una manera digna”.

En otra biografía más desenfadada y crítica, C. Bernstein-M. Politi se le reconoce el ser un firme baluarte de la unidad del ser humano y portavoz de valores universales:“El mundo sabe que es el último de los gigantes en el escenario internacional, que no hay otros grandes heraldos de una visión o principio universal... Juan Pablo II ha quedado casi solo predicando la dignidad del trabajador y la ayuda para los desempleados, urgiendo la reconciliación y la solidaridad entre los diversos segmentos de la sociedad y exhortando a las naciones ricas a preocuparse por los países asfixiados por la pobreza y la deuda externa... De repente, en un escenario mundial dominado por profundas divisiones económicas, nacionales y religiosas, el Papa se destaca como el único vocero internacional de valores universales. Ofrece un Evangelio de salvación y esperanza a la luz de los nuevos ídolos: el egoísmo tribal, el nacionalismo exacerbado, el fundamentalismo fieramente sectario y violento, las ganancias sin preocupación alguna por la calidad de la vida humana”. Ha querido y en parte lo ha conseguido: dar confianza, seguridad, esperanza a todo el género humano. Jorge Basadre, tan recordado en Perú por conmemorar su centenario, en su obra Perú vivo (Lima 1966) nos dará la solución concreta: “lo que realmente importa, en la vida y en la obra, es ser uno leal consigo mismo, proceder de acuerdo con el fondo ‘insobornable’ que todos llevamos dentro”. G. K. Chesterton, al caracterizar a Santo Tomás Moro, parece describir a Juan Pablo II: “era, por encima de todo, un hombre histórico: él representó a la vez un tipo de hombre, un momento crucial y un destino último. Si no hubiera existido este singular hombre en aquel particular momento, toda la historia hubiera cambiado de rumbo”.El popular periodista sacerdote José Luis Martín Descalzo en el programa televisivo “Cinco papas del Siglo XX” destacó los tres saltos dados en el cónclave de octubre de 1978 que eligió a K. Wojtyla: Un papa no italiano, el anterior —555 años— fue Adriano de Utrech, preceptor del emperador Carlos V; un papa joven, 58 años; un papa del Telón de Acero, de la Europa comunista. Un Papa que ha ido respondiendo —uno a uno— a los inquietantes desafíos de este cambio de época entre los dos milenios. Con razón se le ha llamado el Papa Magno: Si para la Edad Antigua, frente a los bárbaros tuvimos a San León Magno; para la Edad Media, frente al siglo de hierro eclesial, surgió San Gregorio Magno; para la Edad Moderna, con la Reforma Católica, San Pío V; para nuestro tiempo de relativismo y pesimismo, Juan Pablo II será el testigo del esplendor de la verdad y el campeón de la lucha por la vida, la paz y la solidaridad.

(Cientos de artículos de gran interés sobre este Papa providencial: http://www.mariologia.org/vidasejemplaresmarianasjuanpabloii221.htm)

 

 

 

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