sábado, 13 de febrero de 2010

¡El Venerable Juan Palafox y Mendoza será beatificado!

El 13 de febrero se ha comunicado la inminente beatificación del gran obispo de Puebla y Burgo de Osma, Juan Palafox

Les ofrezco tres textos. El primero es del propio Palafox y figura en el prólogo de la primera biografía sobre el Santo Vida del Ilmo. y Rev.  Don Toribio Alfonso Mogrovejo, Arzobispo de Lima  escrita por A. León Pinelo Madrid 1653. La segunda es del embajador de España Carlos Abella. La tercera y última es un dossier publicado por la revista PALABRA de Madrid en el 2000.

El célebre obispo D. Juan Palafox y Mendoza, obispo de La Puebla, nos dará el perfil de los santos prelados de la Reforma Católica: "Y confieso a Vuesa Eminencia que el leerla ha sido para mí el sumo consuelo; y espero en Dios, que ha de serme de grande aprovechamiento. Porque las heroicas obras y virtudes de este excelente varón y venerable Prelado, pueden causar grande luz y enseñanza en la Iglesia de Dios... En este pasado siglo nos alumbró Dios a los Prelados, ofreciéndonos un ejemplar vivo de perfectos pastores en la vida admirable de san arlos Borromeo, luz clarísima de Milán y Maestro verdaderamente de obispo, cuya armonía, en su espiritual gobierno, es más fácil de admirar, que no de explicar. También para los obispos regulares señaló Dios por ejemplo a Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, honor de España y de la gloriosa religión de San Agustín; cuyo espíritu, fervor y predicación es comparable a la de los mayores y primitivos Padres de la Iglesia. Esta misma providencia debemos creer piadosamente cuando dictó que la Divina Bondad levantase por este mismo tiempo, el espíritu y excelente virtud de este Venerable Prelado, Arzobispo de Lima, en las Indias Occidentales; así para que los Obispos, que somos y han sido en aquellas provincias, tuviesen más cerca aquel ilustre ejemplar, que seguir e imitar, como porque la diferencia, que hay de los climas, ritos y costumbres en aquel Nuevo Mundo, necesitaba de particular e individual modelo, para su enseñanza. Verdaderamente, en todo cuanto yo he leído, en esta perfecta vida, se manifiesta que este venerable prelado fue obispo apostólico no sólo en Europa sino de las Indias, ajustando sus admirables costumbres, virtudes y acciones a lo que era necesario, para cultivar con fervoroso espíritu aquella Viña, recién plantada en la fe, por la piedad y religión de nuestros católicos reyes. Su celo del bien de las almas fue excelente; su fervor, para seguirlas, buscarlas y llevarlas a Dios, heroicos; la pureza de su vida y costumbre, admirable; la grandeza de ánimo y la paciencia en las mortificaciones y persecuciones, que acompaña frecuentemente nuestro estado, rarísima el tenor de su constante virtud y ejemplo, desde el principio al fin de la vida, igualísimo...También merece la bendición de Vuestra Eminencia y aprobación de cuantos leyeren esta santa Vida, la discreción, espíritu, claridad y elegancia, con que la ha escrito su autor" (p.4)

 

13 Febrero 10 - Carlos ABELLA Y RAMAYO- Embajador de España  (LA RAZÓN, Madrid)

Si ya sabemos que «las cosas de palacio van despacio» debemos consolarnos también con lo muy lentas que a veces avanzan las causas de beatificación o canonización. Pero no todo aquel que espera, desespera. Acabo de conocer la buena noticia de que por fin después de casi 345 años la Iglesia hace justicia y beatificará a su obispo Juan de Palafox, que lo fue de Puebla de los Ángeles en México y después arzobispo de la metrópoli azteca para acabar sus días como obispo de Osma casi en el ostracismo y en el olvido.
Juan de Palafox y Mendoza, nacido en Fitero en 1600, tuvo una vida por demás azarosa y extraordinaria, tanto por el secreto de su nacimiento, su personalidad y sus dotes intelectuales, como sobre todo por su gran labor pastoral y grandes virtudes cristianas. Hijo ilegítimo del Marqués de Ariza, sólo fue reconocido en su juventud y enviado a estudiar en Alcalá y Salamanca. Pronto fue diputado y fiscal del Consejo de Indias, ordenándose sacerdote y consagrado obispo de Puebla a los 39 años. Carlos III lo nombró además capitán general de Nueva España y virrey de México. Tanto poder habría de traerle mucha desgracia.
Su gran preocupación y defensa de los indios, le acarreó la enemistad de los colonizadores y también de los jesuitas, que no querían someterse a su jurisdicción diocesana. Las acusaciones de unos y otros las pagó Palafox, que fue retirado de México y trasladado al Obispado de Burgo de Osma, donde murió a los pocos años.
Por su fama de santidad ya en 1666 se abre el proceso para su beatificación. Sin embargo, la poderosa oposición de los jesuitas lo paraliza. Convertida su causa en baza política, Carlos III y su embajador en Roma, el famoso ilustrado José Nicolás de Azara, a la vez que piden al Papa la extinción de la Compañía de Jesús interceden por la beatificación del obispo Palafox, llegando Carlos III a escribir personalmente a Clemente XIII para solicitar su pronta beatificación. Los esfuerzos de Azara en su favor fueron paralelos a los que hacía en contra de los jesuitas.
Después cayó un inmenso y prolongado silencio. Tan prolongado que duró hasta el año 2000. Entonces, y gracias a la admiración a su figura y devoción a la obra de Jorge Fernández, a la sazón secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, se me instó para que intercediera de nuevo por aquella causa tan olvidada y se le encargó al Padre Morriones, otro gran admirable batallador, que se encargara de llevar la pendiente causa de beatificación. Muchas fueron mis vistas a la Congregación de la Causa de los Santos. También al entonces Padre General de los Jesuitas –quien me aseguró que no había ya ninguna oposición por parte de la Compañía de Jesús a una causa tan históricamente olvidada–, y entre todos empezamos a remover argumentos antiguos y nuevos.
Se organizaron conferencias sobre la obra, virtudes y milagros de Palafox; Jorge Fernández consiguió traer a Roma una muy completa exposición sobre el Obispo-Virrey que fue inaugurada en nuestra Iglesia de Montserrat por el entonces vicepresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos, Monseñor José Saraiva. Y la causa empezó a andar de nuevo.
En 2009 la Consulta Médica de la Congregación declaró inexplicables las curaciones atribuidas a la intercesión del obispo Palafox. El pasado 8 de febrero la Congregación de la Causa de los Santos se pronunció unánimemente a favor de la beatificación, sólo pendiente ahora de la sanción de Benedicto XVI y la fijación de la fecha.
Habrá alegría en Fitero, en Puebla de los Ángeles, en Ciudad de México y en Burgo de Osma, pues será un beato compartido por sus obras edilicias y pastorales en Puebla, donde dejó su maravillosa biblioteca Palafoxiana y perenne memoria de su defensa de los indios, y en España, por su gran personalidad, numerosos escritos y sobre todo por sus virtudes cristianas, dignas de ejemplo.
Aunque despacio, como las cosas de palacio, la Iglesia ha hecho de nuevo por fin justicia y pronto beatificará a uno de sus servidores más controvertidos pero también más edificantes.
Albricias ¡Laus Deo!

El Venerable Palafox espera su hora PALABRA, nº 437, noviembre-2000

España y México conmemoran el IV Centenario del nacimiento del Obispo y piden su beatificación

Don Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659), figura egregia del siglo XVII español y mejicano, reunió en sí notables cualidades de orante, asceta, pastor, jurista, político, escritor, defensor del indio y del clero secular, promotor del arte sacro... Fue Obispo de Puebla de los Ángeles y de Osma, Arzobispo electo de México, miembro de los Consejos de Guerra, Indias y Aragón, Virrey y Visitador de Nueva España.
Su audacia en el desempeño de sus responsabilidades le granjeó grandes enemistades. El tiempo le dio la razón. Pero las antipatías perduraron para impedir su beatificación –se quedó en Venerable–, pese a que el propio Papa Clemente XIV fuera ponente de la causa y el Rey Carlos III su abierto promotor.
En el cuarto centenario de su nacimiento, un congreso y una exposición itinerante por Madrid, Fitero y El Burgo de Osma han homenajeado en España a Palafox. La devoción al Venerable sigue viva, quizá más en México, y su causa de beatificación parece cobrar nuevos bríos.

Por José Ramón Pérez Arangüena

Juan de Palafox y Mendoza era hijo natural, fruto de una relación ocasional de Jaime de Palafox y Rebolledo con Ana de Casanate y Espés. El padre (1560-1625), de noble abolengo, casaría en 1606 con una sobrina, para retener en la familia el marquesado de Ariza. La madre (1570-1638), también de noble estirpe, era una viuda con dos hijas; desde 1602 sería carmelita descalza ejemplar en Tarazona y Zaragoza.
SALVADO DE LAS AGUAS
El 24 de junio de 1600 nacía Juan de Palafox en el pueblo navarro de Fitero. Abandonado de inmediato al aire libre en una cesta, ya de anochecida una criada tomó al niño y se dirigió al río, con intención de arrojarlo al agua. Por fortuna, un hombre sospechó de ella y exigió ver el contenido de la cesta, apareciendo el bebé todavía vivo. Los biógrafos coinciden en comparar a Palafox con Moisés. Se entiende bien por qué.
El salvador, Pedro Navarro, casado y con varios hijos, procuró la crianza del niño y lo mantuvo en su pobre casa durante nueve años. Pasado el tiempo, tanto la madre como el padre de Juanico acudirán en su ayuda, con discretos socorros. Palafox guardará perpetua gratitud a su familia adoptiva y la protegerá toda la vida.
FORMACIÓN
En 1609, el padre reconoció al hijo. Trasladado Juan a Ariza, ese mismo año el Obispo de Tarazona –nada menos que Don Diego de Yepes, confesor de Santa Teresa de Jesús y de Felipe II– le confirió la prima tonsura.
De 1610 a 1615 residirá en el seminario de San Gaudioso de Tarazona, mientras realiza estudios en el vecino colegio de la Compañía de Jesús. Frecuentará después las Universidades de Huesca, de Alcalá y, desde 1617, de Salamanca, donde en abril de 1620 alcanzará el grado de bachiller en Cánones.
CARRERA POLÍTICA
Acabados los estudios, recibe de su padre el encargo de gobernar el marquesado de Ariza, con sus siete plazas. No será tarea fácil, pues los pobladores han probado secularmente su ánimo pendenciero. Sin embargo, ahí Palafox acreditará ya buen sentido de gobierno y se preparará para mayores responsabilidades.
En 1625 llegará el despegue político. Muerto su padre en febrero de ese año, Juan de Palafox asume la tutoría de sus tres hermanastros. Meses después acude con Francisco –tercer Marqués de Ariza– a las Cortes de Aragón, convocadas por Felipe IV. Allí descubre su valía el Conde-Duque de Olivares y le propone irse a Madrid: será fiscal del Consejo de Guerra (y sus hermanos, meninos de la Reina).
CONVERSIÓN
Afirma Palafox en sus Confesiones que, después de dejar Salamanca, «se dio a todo género de vicios, de entretenimientos y desenfrenamiento de pasiones... de suerte que llegó un año a no cumplir con la Iglesia». Llegado a Madrid, dejó los hábitos clericales y a punto estuvo de contraer matrimonio, si no se lo hubiera desaconsejado el conde-duque, que le prometió prebendas eclesiásticas.
Todo cambió en 1628. Una grave enfermedad de su hermana Lucrecia y la muerte sucesiva de dos grandes personajes le hicieron exclamar: «Mira en qué paran los deseos humanos, ambiciosos y mundanos».
La conversión fue radical. Junto a la oración y a la frecuencia de sacramentos, se impuso una durísima Regla de penitencia voluntaria, que seguirá el resto de su vida: dormir en tabla, levantarse a las tres de la madrugada, ayunos rigurosos, ásperas disciplinas y varios cilicios diarios..., «todo con el consejo de su confesor –dice–, a quien estaba muy obediente y sujeto». Y todo mientras, con infatigable vigor, acometía su trabajo cotidiano.
En abril de 1629 es ordenado sacerdote, tras recibir una a una las Órdenes previas.
NUEVA DÉCADA
En 1633, Palafox obtiene en Sigüenza los grados de Licenciado y Doctor.
Entre tanto, su carrera política prosigue brillantemente, con sucesivos honores y nombramientos. En octubre de 1629 es nombrado fiscal del Consejo de Indias –en 1633 será elevado a Consejero–; y, en diciembre, Capellán y Limosnero Mayor de María de Austria, hermana de Felipe IV y esposa por poderes del Rey de Hungría, como miembro del séquito que la acompaña en su viaje a Viena. Año y medio durará el periplo por media Europa, del que Palafox escribió una amplia relación, de notable perspicacia y valor político.
Al final de la década será preconizado Obispo de Puebla de los Ángeles y nombrado Visitador General de los reinos y tribunales de Nueva España, sin dejar por ello de pertenecer al Consejo de Indias.
NUEVA ESPAÑA (MÉXICO)
El 27 de diciembre de 1639 tuvo lugar en Madrid la consagración episcopal de Palafox. Cuatro meses después se embarcaba hacia América, junto con el Duque de Escalona, Virrey electo de Nueva España. El 22 de julio tomaba posesión de la sede de Puebla de los Ángeles.
En México vivirá nueve años, en los que su ingente capacidad de trabajo y su prudencia de gobierno abordarán espinosos asuntos políticos y eclesiásticos.
Poco después de la llegada de Palafox a México se produjo la secesión de Portugal y el intento frustrado de Cataluña, acontecimientos que acarrearon serios peligros en ultramar. A él le tocará atajarlos. En mayo de 1642, por orden del Rey, procede a la destitución del Duque de Escalona, lo que hará sin derramamiento de sangre y con la máxima deferencia hacia el conspirador.
Palafox será Virrey de Nueva España hasta la entrada de su deseado sucesor. Seis meses escasos, pero –al decir de los expertos– notablemente provechosos para el gobierno del territorio.
También el cargo de Visitador General reportaba un trabajo ímprobo y delicado. Palafox lo ejerció con su decisión habitual durante siete años, pese a sus intentos frustrados de dimitir. Nunca se arredró a la hora de aplicar la justicia a hombres poderosos, aun a costa de que se tornaran en peligrosos enemigos suyos.
OBISPO DE PUEBLA
Como obispo, no le faltaron a Palafox trabajos y grandes sufrimientos, pero tampoco el afecto del clero secular y el fervor del pueblo.
Juan de Palafox permanecerá en Puebla de los Ángeles, pese a la insistencia regia en trasladarle a la sede de México, de donde será Arzobispo electo en febrero de 1642. Remiso a aceptar el cargo, en 1643 hará voto solemne ante notario de no abandonar la diócesis de Puebla y «servirla y asistirla toda la vida sin dejarla por otra, por grande que sea».
Jorge Fernández Díaz resume así la tarea de Palafox en México: «Destacó su defensa por los derechos de los indios. En cuanto a su ejercicio pastoral, el Papa Inocencio X reconoció la valía del Venerable al decir que ‘si él no ponía en orden la Iglesia de las Américas, nadie lo haría’. En esas tierras desarrolló la espinosa labor de agrupar en diócesis las diferentes misiones. A causa de esto, tuvo que arrebatar privilegios seculares a las órdenes religiosas. Su rapidez y vitalidad le crearon algunos conflictos».
CONFLICTOS
En carta al Presidente del Consejo de Indias, escribe Palafox en 1644: «Forzoso es que todos se sientan de mí y yo mismo sienta el ser instrumento de penas ajenas y propias. Yo bien me atrevería a remediar todo esto, si no temiera la cuenta final, porque con comer, pasear y holgarme, juntar dinero, alabarlo y bendecirlo todo... irían al Consejo relaciones del obispo de la Puebla que es un angel... Pero nunca tendré por buena humildad el dejar de defender lo justo, y si desta manera no contento, despídame su Majestad de su servicio, que yo nunca sabré servirle de otra».
A Palafox le tocará ser el adalid en América de la transformación de una Iglesia misional en otra adecuadamente asentada. Este eje suyo de actuación pastoral es punto capital para entender las tres grandes contiendas que hubo de afrontar; contiendas que serán de gran provecho, no ya sólo para Puebla, sino para muchas otras diócesis de la Iglesia entera, pero que le traerán enemistades de algunos religiosos.
Los franciscanos pretendían recuperar en Puebla la impartición de las doctrinas a los indios, que habían perdido años antes por desobediencia a las cédulas reales. Palafox se opuso firmemente, pues hubiera supuesto arrebatárselas a los párrocos seculares, dejándoles sin beneficio.
Otro pleito tuvo que ver con los jesuitas, por el impago de diezmos. Era éste un litigio entre los obispos y la Compañía de Jesús, a la que varios Papas habían exonerado de pagarlos; sin embargo, desde 1623 la vigencia de este privilegio no estaba clara. Los diezmos sobre los frutos y bienes adquiridos eran en Indias un medio casi imprescindible para el sustento del culto y del clero, el socorro de los pobres y la edificación de iglesias.
Palafox explicará: «no se pretende por las iglesias (ni Dios tal lo permita) que no haya fundaciones en la Compañía de Jesús, o que no les dejen sus haciendas los fieles; lo que pretendemos es que de aquello que dan a la Compañía ciento, dejen a la catedral diez».
LA GRAN CONTIENDA
En 1647 comenzó lo que Sor Cristina de la Cruz califica como «la más grave contienda de las que sostuvo en Nueva España, la que se haría universal y hasta perpetua, pues aún después de muerto le disputaría su limpia memoria».
Palafox narra así lo sucedido: «habiendo entendido que de tres años a esta parte los religiosos de la Compañía habían mudado casi todos los sujetos de sus colegios dentro de mi obispado, y que confesaban y predicaban sin pedir licencias, se les notificó que las exhibiesen si las tenían y suspendiesen el predicar y confesar hasta que las mostrasen, y que si no las tenían las pidiesen, que se les darían».
Está en juego la jurisdicción del obispo en su propia diócesis. Consciente de lo que se ventila, Palafox escribe: «Esta materia ha de ser muy ruidosa en todo el mundo. Defiendo un punto sacramental y de fe. Tengo por mi parte los concilios, las bulas y los derechos».
El asunto pudo resolverse en diez minutos. Pero la actitud renuente de los religiosos dio origen a un tortuoso litigio, que ocasionaría sucesos lamentables: el obispo llegó a ser excomulgado por unos jueces usurpadores y, ante el grave peligro para su vida, hubo de esconderse cinco meses en una casa de campo.
La contienda llegó a Roma. El General de la Compañía reprendió en enero de 1648 al provincial de México. Un Breve del Papa Inocencio X dio la razón al obispo y pareció zanjar la cuestión. No obstante, se prolongaría largos años y persiguió a Palafox más allá de su tumba.
Comenta Sor Cristina de Arteaga: «Cuando en el siglo XVIII se coaligaron tantas fuerzas en contra de la Compañía, sus enemigos refrescaron esta disputa (que seguía ligada a la causa de beatificación del Venerable Palafox). La tomaron como bandera y su celebridad oscureció, ante la historia, la enorme labor apostólica y colonizadora del famoso obispo de Puebla de los Ángeles».
BALANCE EN AMÉRICA
La estrella de Palafox declina en Madrid. Los muchos memoriales contra él van haciendo mella en la Corte. A fines de 1647 le llega el cese como Visitador de Nueva España: un alivio personal, a la par que una rebaja de confianza. En 1648 el Rey le ordena volver «sin ninguna dilación en la primera ocasión que se ofreciere».
La labor en Puebla del Obispo Palafox resulta colosal. Visitó en mula el inmenso territorio, del Atlántico al Pacífico, hasta el último rincón. Ordenó por completo la diócesis, estableciendo prefecturas para su mejor gobierno. Logró la reformación del clero secular y regular y de los conventos de monjas. Escribió numerosas pastorales, extensas y didácticas, aparte de muchos libros, entre ellos El pastor de Nochebuena.
Se volcó en tareas educativas, para la elevación cultural y social de todos. Entre otros, erigió los Colegios de San Pedro –para indios– y de San Pablo –para jóvenes sacerdotes– que, junto con el de San Juan, conformaron el Seminario Palafoxiano, al que legó la espléndida Biblioteca Palafoxiana, admirable todavía hoy.
Levantó en la diócesis al menos 44 templos, muchas ermitas y más de cien retablos, además de notables edificios en la ciudad de Puebla (que también le debe parte del trazado de su casco histórico). Y todo ello mientras afrontaba importantes cargos civiles, proseguía su intensa vida de oración y de penitencia, y empeñaba hasta el último céntimo en los necesitados.
Obra emblemática de su paso por Puebla es la magnífica catedral de cinco naves. Trazada por Juan de Herrera hacia 1550, en 1640 llevaba veinte años abandonada y sus muros apenas llegaban a la mitad de los sillares. Palafox reanudó las obras, dando trabajo a más de 1.500 obreros. Para ello, aportó dinero de su peculio, recabó ayuda económica y dejó en buenas manos la administración. Se esmeró también, con gran sentido artístico, en el ornato del templo. El 18 de abril de 1649 pudo al fin consagrarlo.
Veinte días más tarde, salía de Puebla Don Juan de Palafox. Cuatro horas tardó en hacerlo, por el gentío que atestaba el camino.
De la devoción que generó en México, un detalle ilustrativo: cuando en 1653, para evitar el peligro de un culto indebido por parte de los indios, la Inquisición mandó retirar los retratos de Palafox, ¡sólo en Pueblase recogieron más de seis mil!
OBISPO DE OSMA
Felipe IV le recibió en Madrid «con agrado más que ordinario». Sin embargo, Palafox pasará casi cuatro años relativamente relegado en la Corte. Su espíritu dinámico le impedirá caer en el ostracismo. En ese tiempo escribirá, entre otros libros, De la naturaleza y virtudes de los indios.
En junio de 1653, el Rey lo preconiza por sorpresa Obispo de Osma, diócesis menor, no muy acorde con los merecimientos del elegido. El nombramiento papal lleva fecha de 24 de noviembre.
Don Juan de Palafox tomará posesión de la sede oxomense el 7 de marzo de 1654. En los cinco años de vida que le quedan dejará un rastro imperecedero: elevará notablemente el nivel espiritual de la diócesis –comenzando por el cabildo, donde instauró con tacto el rezo diario del Rosario–; dará ejemplo constante de ascetismo; será generoso hasta el extremo con los pobres, y escribirá numerosas pastorales y varios libros más, entre ellos sus Confesiones autobiográficas. También redactará valiosos informes: uno de ellos, a propósito de un litigio sobre la inmunidad eclesiástica, servirá de pauta de actuación a todos los obispos españoles.
En junio de 1659, a poco de terminar su tercera visita pastoral a la diócesis, Palafox cae enfermo. Salvo leves mejorías, así pasará todo el verano. Austero y penitente hasta el fin, no consiente en mudarse a mejor cama. Fallecerá santamente el 1 de octubre en El Burgo de Osma, sin poder legar a sus deudos más que los pocos objetos imprescindibles que le quedaban.
La fama de santidad, de la que Palafox gozó ya en vida, se tradujo a su muerte en una pronta solicitud popular de beatificación. Tan insistente que sólo siete años después, en 1666, se inció el proceso canónico en Osuna, y en 1688 en Puebla de los Ángeles.


UNA EXCELENTE BIOGRAFÍA DE PALAFOX

Un lector empedernido comenta: «es probablemente la mejor biografía que he leído en mi vida». Y otro: «una biografía excelente y apasionante». Elogios de este porte se repiten entre quienes han tenido la fortuna de leer Una mitra sobre dos mundos. La del Venerable Don Juan de Palafox y Mendoza, de Sor Cristina de la Cruz de Arteaga, de quien viene al caso añadir que era hija de un Duque del Infantado, Marqués de Santillana y asimismo Marqués de Ariza.
La obra ocupó toda la vida de la insigne historiadora: desde los 15 años, en que descubrió en su propia casa los legajos inéditos del archivo personal del Venerable, lejano pariente suyo; a la tesis doctoral de 1925, premio extraordinario de la Universidad Central de Madrid; y hasta 1984, poco antes de fallecer, cuando la terminó.
El resultado son las 640 páginas de una biografía definitiva de Palafox, rigurosa a la par que amena, de notable calidad literaria, que retrata la «ultradinámica» personalidad del protagonista y desmonta los viejos infundios que han cuarteado su figura.
«Difícil biografía», afirma la autora. Sobre todo por las delicadas connotaciones históricas del biografiado. Dice también: «He querido que los documentos canten... Siento haber tenido que tocar cuestiones dolorosas y violentas, hijas de una época, entre partes contendientes, que me merecen veneración y amor, pero fue imposible esquivarlas». Se palpa que la misma tesitura afectó a la edición del libro en 1985, empeño asumido en solitario por las monjas jerónimas del Monasterio de Santa Paula de Sevilla, a quienes Sor Cristina de la Cruz dedicó los mejores desvelos de su larga vida.
l La Asociación de Amigos del Monasterio de Fitero, que vuelca sus esfuerzos en Palafox, ha editado también una biografía breve del Venerable, de Ricardo Fernández Gracia, así como un libro sobre la Causa de beatificación, del P. Ildefonso Moriones, su Postulador.


ENTREVISTA AL P. MORIONES, POSTULADOR DE LA CAUSA

El proceso de beatificación de Juan de Palafox, incoado pocos años después de su muerte, ha sufrido muchos avatares, que no es posible referir aquí. Para hablar del estado actual de la causa, nadie mejor que su Postulador desde 1997, P. Ildefonso Moriones, O.C.D.
—Después de dos siglos parada, ¿a qué se debe que la causa del Venerable Palafox haya recibido en estos años nuevos impulsos?
—Hablando con propiedad, la Causa no ha estado «parada» nunca. Otra cosa es que no se haya encontrado salida ante algunas dificultades. Recuérdese, por ejemplo, que Pío IX autorizó en 1852 la presentación de la misma «cum iisdem scripturis», es decir, con el material ya preparado a fines del siglo XVIII. En 1959, con ocasión del III Centenario de la muerte del Venerable, hubo peticiones en favor de la continuación de la Causa, pero no estaba claro el cuadro histórico-jurídico de la misma. La espléndida biografía de Sor Cristina de la Cruz aportó una clarificación histórica definitiva y movió finalmente al Obispo de Osma a nombrar Postulador en 1987 al P. Benito Gangoiti, O.P.
–¿Quiénes la promueven actualmente?
—Los Cabildos de Osma-Soria en España y de Puebla de los Angeles en México, con sus Obispos a la cabeza. Son las personas jurídicas que iniciaron los procesos ordinarios en 1666 y 1688, respectivamente, y nunca han desistido en su empeño. Desde principios del siglo XVIII hasta mediados del XIX ambos Actores designaron como Postulador al Procurador General de los Carmelitas Descalzos españoles, tan vinculados con Palafox desde su infancia (su madre se hizo Carmelita Descalza) hasta su muerte (comentarios a las Cartas de Santa Teresa en 1656). En enero de 1999, la Causa volvió al cuidado de la Postulación General de los Carmelitas Descalzos, en cuyo archivo encontré, al hacerme cargo de ella en 1997, los documentos relativos a la Causa de Palafox de 1786 a 1796.
–¿Cuántos obispos y de qué nacionalidades han enviado Cartas postulatorias a la Santa Sede?
—De momento, la práctica totalidad de los obispos de España y de México, que son los más directamente vinculados con su hermano en el episcopado. Es una tradición que acompaña la Causa del Venerable desde sus comienzos.
–¿Cómo esperan sortear los escollos que han paralizado la causa durante tantos años?
—Simplemente, cumpliendo las normas establecidas por la Santa Sede para las Causas de Beatificación y Canonización. El gran público no está acostumbrado a pensar que todos los pasos dados conforme a las normas establecidas hace cuatro siglos sigan siendo jurídicamente válidos. También se han perdido de vista las consecuencias de la revolución francesa... Pero, en nuestro caso, aunque se interrumpió la actividad de la Congregación de Ritos, no se perdieron los documentos. Es precisamente la respuesta preparada por la Postulación en 1792 la que permite sortear los escollos presentados en 1788. (Lo de que la Causa fue abandonada o dejada en suspenso para siempre en 1777 no tiene fundamento histórico).
–En tiempos se dijo que beatificar a Palafox significaría condenar a los jesuitas.
—Quien se exprese así no conoce ni a Palafox ni a los jesuitas. Si se beatifica a Palafox será porque la Iglesia, a través de los procesos canónicos correspondientes, llegará a reconocer que practicó las virtudes en grado heroico y que a su intercesión puede atribuirse la realización de un milagro. El que un jesuita, o diez, con nombre y apellido, hayan tenido problemas con Don Juan de Palafox en algún momento del siglo XVII, del XVIII o del XX, son episodios que hay que encuadrar en un contexto histórico determinado. En Historia no valen las generalizaciones...
—¿Se atrevería a poner fecha para la terminación del proceso?
—Si dependiera sólo de mí..., para Navidad! El Proceso propiamente dicho está terminado e impreso desde 1792. Repito: la revolución francesa revolvió también los papeles. Ahora creo que hemos logrado volverlos a ordenar. Falta sólo la promulgación del Decreto sobre las Virtudes heroicas por parte del Santo Padre, para pasar luego al estudio del milagro presentado en 1769 sobre la sanación de tuberculosis acaecida el 23 de abril de 1767 a don Lucas Fernández de Pinedo, cura de Fuente Molinos, en el Obispado de Osma.

LA CAPILLA DEL VENERABLE PALAFOX

La rica y esbelta capilla del Venerable Palafox, erigida a fines del siglo XVIII, es una de las joyas que admirar en la catedral de El Burgo de Osma. Trazada por el célebre Juan de Villanueva, su cúpula se debe al no menos afamado Francisco Sabatini y los frescos al pintor del Rey, Mariano Maella. Las obras comenzaron en 1772, cuando la beatificación de Palafox parecía inminente. Esta opinión venía avalada por el hecho insólito de que, un año antes, el propio Papa Clemente XIV había sido ponente en la Congregación antepreparatoria sobre la heroicidad de las virtudes del Venerable. Para los gastos de construcción, Carlos III aportó de su peculio mil doblones de oro.
El mismo Rey regaló la gran estatua de marmol de Carrara de la Inmaculada Concepción –devoción predilecta de Don Juan de Palafox–, que preside la capilla y a quien finalmente se dedicó. A los pies de esa imagen reposan desde 1973, casi anónimamente, los restos del Venerable.

 

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