JORGE DINTILHAC, SSCC, FORJADOR DE LA PUCP
Además de fundador y rector en dos periodos, el P. Jorge es el forjador de un espíritu y una realidad que, a los casi cien años, de su nacimiento, siguen fecundando la vida del Perú. Como tantos hombres de Iglesia, gigantes en su sencillez, pasó por la vida como de puntillas, casi sin ser notado, consciente eso sí de la gran misión que la Providencia le había deparado en las circunstancias concretas del Perú de la primera mitad del siglo XX. Hombre activo que no activista, contemplativo sin ser “rezador”, se sintió muy amado del Corazón del Jesús y llevó esta pasión a la juventud de su tiempo, dedicándoles lo mejor de su vida y concitando un puñado de buenas voluntades que hicieron posible la primera –en tiempo y envergadura- universidad católica de la nación. Pero, además de estar 30 años al frente de la PUCP, Dintilhac fue Superior de la congregación de los Sagrados Corazones de 1919 a 1927, fundó en Lima la Asociación de los Caballeros de Colón, la Asociación de los Sagrados Corazones para Laicos, la Escuela Nocturna para Obreros con los Jóvenes de Acción Católica, la Cooperativa de Consumo para Obreros, la Biblioteca Escolar de la Recoleta, confesor de varias comunidades religiosas, director espiritual de la Clínica de la Santée durante cinco años, organizó el Catecismo dominical para niños pobres… Recibió, entre otros títulos, el de Canónigo honorario de la Catedral de Lima, Comendador de la Orden del Sol de Perú, la Medalla Benerementi, la Cruz “Pro-Ecclesia y Pontifice”. En estos momentos “recios” por los que atraviesa la institución que él fundó, pueden ser útiles estos apuntes sobre el fundador y el proyecto de una universidad católica.
UN BRETÓN PLANTADO EN PERÚ
Raúl Porras, el día de su entierro, reconoció que “los discípulos recoletanos del Padre Jorge admiramos siempre en él por encima del profesor docto, al hombre ejemplar, al maestro insuperable de fervor y de convicción religiosa, al fraile de inmaculada pureza sacerdotal. Su enseñanza no fue de disertación sino de ejemplo y de acción incansable. Viéndole, tímido y pudoroso, con un rubor virginal que inundaba fácilmente sus mejillas, en la primera época; humilde y esquivo con una hurañez natural para todas las vanidades de la vida él, que no cometió nunca el pecado de hablar de sí mismo, oyéndole, en las conversaciones d4el patio y en los diálogos del aula crisparse su verbo de pocas palabras, en el fuego de la condenación herética o inmoral; o, viéndole, en el altar, con la unción más profunda, orar en alta voz o repetir con emoción sencilla y siempre nueva, las frases matinales de la letanía, se sentía el hálito sagrado de la fe. El P. Dintilhac enseñaba la más dulce y santa de las lecciones: enseñaba a creer”
Hoy, en la entrañable plaza Francia, gravitan recuerdos de la Recoleta dominicana con la santa memoria de Juan Macías y Martín de Porres, los queridos Padres de los Sagrados Corazones que siguen regentando la emblemática capilla neogótica y el dinámico centro de pastoral juvenil “Damián”. En frente, el fondo editorial de la PUCP. Y, presidiéndolo todo, la serena y vivificante imagen de bronce del P. Jorge.
El P. Jorge nació en Provins, departamento de Seine et Marne, cerca de París, el 13 de noviembre de 1872, dentro de una familia tradicional francesa. Fueron sus padres Juan Luis Dintilhac, modesto empleado de correos y doña María Moliére, ambos provenientes de la Rouergue, en el sur de Francia. En el bautismo recibió los nombres de Luis Eugenio. Sus primeros estudios y los de secundaria los cursó en el Colegio de Graves (Villefranche de Rouergue) regentado por los padres de los Sagrados Corazones.
Concluidos éstos, el 17 de octubre de 1895, ingresó al noviciado de la congregación de los Sagrados Corazones que por ese entonces estaba en Beire (Navarra) en España. El 19 de marzo 1897 emitió sus primeros votos en la casa de Miranda de Ebro, de donde salió semanas más tarde hacia Valparaíso en Chile. Aquí, desde agosto de1897 hasta 1902, estudia Filosofía y Teología.
Destinado a la Casa de Lima (Perú), desembarca en el Puerto del Callao un 14 de marzo. A los 45 días, el 1 de mayo de 1902 vivirá uno de los días más plenos de su vida, es ordenado sacerdote por el Prelado de la arquidiócesis Monseñor Manuel Tovar.
Frecuenta la Facultad de Teología, tal como se desprenden de los libros “Partidas de exámenes” (1867-1937) el 3 de diciembre de 1908 (ff. 168-169, f.172v, f.214, expediente 153) y del “Libro de Matrículas” (1877-1957; EXPEDIENTE 163) EN EL QUE SE MATRICULA EL 10 DE NOVIEMBRE DE 1909 EN LA CLASE DE Moral (4º año), Dogma (3º), Derecho Elclesiástico (1º)
Concluye aquí sus estudios de Teología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos donde recibe un fuerte impacto por la creciente laicización de la Universidad. En verano de 1916 culmina sus estudios de Teología. El 21 de enero rinde examen de 4º curso de Teología Dogmática y Teología Moral ante el jurado compuesto por los docentes Juan M. Atucha, Tomás Sesé y Santiago Pérez Gonzalo –todos ellos misioneros y teólogos claretianos- siendo aprobado con la nota de “bueno”. El mismo día rinde examen de Derecho Canónico (2ª curso) ante el jurado compuestos por los doctores Belisario A. Philipps, Tomás Sesé y Santiago Pérez Gonzalo con la misma calificación. Un mes y siete días más tarde, 28 de febrero, se examina de Sagrada Escritura y Sagrada Liturgia ante los doctores Atucha, Víctor Hernández y Santiago Pérez Gonzalo con la misma nota. El 1 de marzo se examina de Oratoria y Patrología con los doctores Aquiles Castañeda, Mariano Aguilar y Jerónimo Carranza. El 12 de abril de 1916 recibe el doctorado en Teología, registrándose el 15 de abril del mismo año en el nº 124, p.24, consignando que es presbítero, natural de Provins (Francia), de 37 años.
Formó también centros deportivos, patronatos de devoción, centros de acción católica juvenil, academias literarias, escuelas nocturnas para obreros, cooperativas de consumo y los famosos catecismos dominicales para niños y ancianos.
El P. Jorge, fue un hombre muy inquieto y preocupado por la fidelidad a la Iglesia y al pensamiento católico que en esos momentos se veía muy afectado por los ataques evolucionistas y por todo el liberalismo anticlerical que veía en la Iglesia católica, una especie de centro contrario al progreso. Él intuyó que no bastaba con dar respuestas a los ataques concretos que se recibía, sino que lo fundamental estaba en dar una formación sólida, más allá de lo propiamente escolar y que se propusiera con la ayuda de las ciencias, dar las respuestas convenientes.
En su comunidad religiosa de la que forma parte el P. Florentino Prat y el P. Plácido Ayala, encuentra no sólo el apoyo, sino también la misma inquietud por dar la respuesta precisa formando una Universidad Católica. Este sacerdote francés, amante de la cultura española y gran administrador de los valores peruanos formó así lo que fue y es un centro de cultura importante en nuestro país y del que no se apartaría hasta su muerte.
El 18 de marzo de 1917, se hace realidad la Universidad Católica, siendo su primer rector el P. Jorge Dintilhac, lleno de entusiasmo y fuerza busca la forma de llegar a las personas que pudieran unirse a este empeño tan clave en una sociedad que quisiera sostener una fe cristiana desde lo más serio del pensamiento contemporáneo. Como fundador, profesor, rector, alma, corazón y vida, permaneció en la Universidad hasta su muerte que ocurrió el día 13 de abril de 1947.
“LA ARDUA EMPRESA DE LEVANTAR UNA UNIVERSIDAD CATÓLICA”
Si reza el refrán que “quien algo quiere algo le cuesta”, en materia de fundación puede costar sangre. El P. Jorge debió sortear numerosos escollos para dar a luz a la que estaba destinada –como reza su lema- ser luz en las tinieblas. Nos lo cuenta en una carta a su Provincial el 19 de abril de 1917:
Muy Reverendo Padre: Le doy las gracias por la cartita que se dignó dirigirme últimamente con el fin de alentarme en la ardua empresa de levantar una Universidad Católica. Las muchas y fervientes oraciones de VP habrán sido parte en el último favor que nos ha otorgado el Cielo. Pues el domingo pasado, 15 de abril, abrimos oficialmente la UC dándole por patrona a la gloriosa limeña Santa Rosa. Hubo Misa y discurso de orden pronunciado por el nuevo rectorcito que Dios ampare. No hubo gran concurrencia porque no creímos fuera conveniente llamar mucho la atención, especialmente después de la violenta polémica que contra la nueva obra han llevado los periódicos liberales de la capital. Lo esencial era comenzar y dar principio a los cursos, cualquiera que fuese el número de los alumnos. Así lo hemos hecho con el favor de Dios...Lo curioso y lamentable del caso es que todos nuestros alumnos, así como los de los jesuitas, han ido a la Universidad del Estado. El miedo, le respeto humano de los padres han podido más que el bien de los hijos y de la Religión. El miedo se explica en parte, por cuanto los catedráticos de San Marcos, algunos de Letras especialmente se han manifestado enemigos nuestros y preparan una campaña en el próximo congreso para ahogar la Obra. Muchos son los proyectos que urden contra la Religión y mucho se ha de temer por parte de las Cámaras. Pero si morimos víctimas de la tiranía anticatólica, gloriosa será nuestra muerte”
Considero oportuno incluir el discurso de apertura del P. Jorge porque nos da las claves de sus motivaciones así como los dilatados horizontes del profeta visionario:
Siendo el único objeto de la educación, el preparar al joven para un fin prefijado, es natural que ella tendrá que responder al fin, al ideal que persiga el maestro...Feliz el joven cuyos maestros no tengan otro afán que el de dirigir y encaminar sus pasos hacia la región del infinito y a conquista, no los tesoros materiales, sino aquellos que el orín no oxida ni los ladrones roban.
Esa importancia trascendental que le cabe a la educación en general debe atribuirse en un modo muy particular, a la que reciben los jóvenes en las universidades, no solamente por ser las universidad la que introduce al joven en las más altas disciplinas del saber y la que imprime un rumbo definitivo a su espíritu, sino también porque ella es el aula y la escuela donde se forman los futuros dirigentes de la sociedad. De ahí la lucha abierta y tenaz, que hace más de un siglo, se ha trabajo entre la Iglesia y los corifeos del neopaganismo en el terreno de la escuela y especialmente en el de la Universidad...No podía el Perú, patria de tantos santos y foco en otros tiempos del más fervoroso catolicismo, ser uno de los pocos países del mundo donde la enseñanza tradicional no tuviera sus centros propios de cultura; no era posible contemplar con indiferencia el desaparecer lento, pero seguro, de la fe de nuestra sociedad, así como se ve languidecer y secarse el árbol, cuando el jugo vital no llega a sus raíces...Es un erro vulgar el creer que la nueva Universidad Católica, a causa de la religión revelada que profesa, ha de ser un obstáculo al progreso de la ciencia en nuestra sociedad... La verdadera ciencia ha vivido siempre en perfecta armonía con la religión; las Universidades Católicas en todos los tiempos y en todos los países han tenido a honra en fomentarla y la nueva Universidad que hoy inauguramos trabajará por su extensión en la medida de sus fuerzas ...En los claustros de la Universidad crecerán a la par la ciencia y la religión, sin estorbo ni conflicto, pues son ellas hijas de un mismo padre y destellos de una misma luz, que al juntar sus rayos en el espíritu del joven, disiparán incertidumbres y dudas y lo introducirán en las altas regiones de la verdad y de la vida”
De igual modo –tras treinta años de vida- el propio protagonista nos da razón de su obrar y de su ser en el escrito “Cómo nació y de desarrolló la Universidad Católica del Perú. 30 años de vida”. Constata un hecho para el año 1916: “parecía que la fe católica estuviera a punto de desaparecer de las altas esferas sociales e intelectuales de Lima y del Perú”. Ello se daba a pesar de los numerosos colegios religiosos, cuyos alumnos “al poco tiempo de haber abandonado las aulas escolares se declaraban ateos”. El P. Jorge no necesitaba más diagnóstico que el frecuente trato con los jóvenes y la profunda inserción mantenida con la realidad. La urgente necesidad sólo podía ser colmada con “un remedio puesto en práctica en muchos países”: fundar una Universidad Católica “que reuniese un grupo de jóvenes en torno de sus cátedras y pudiera inculcarles la Verdad acerca de la Historia y de la Filosofía, de la Ciencia y del Arte”. Tales jóvenes, “debidamente instruidos y formados en un ambiente de fe y de religión, n o sólo podrían conservar sus creencias sino que también podrían convertirse en defensores, en apóstoles de la Religión en la sociedad, en su profesión, en todo el país”. Esto es, lo que pretendía Dintilhac es forjar jóvenes profesionales que lleven su fe a la vida pública de modo coherente y operante. Como todo fundador de instituciones y movimientos religiosos, en ningún momento se cree fundador de nada; más bien buscó “el hombre de prestigio tanto social como intelectual, el hombre de carácter que pudiera lanzarse en esta arriesgada aventura con alguna probabilidad de éxito”; lo hace tanto en el clero como en el mundo seglar. Al ver que nadie respondía, y a pesar de verse “falto de las dotes necesarias” decide tomarla de su cuenta con el pensamiento de que “si entraba en los designios de la Providencia, ella misma la bendeciría y movería los corazones de sus fieles hijos para que supliesen” lo que a él le faltaba. Para ello, hacia 1915 comienza a tocar puertas entre las familias con hijos en colegios religiosos, visita al Delegado Apostólico Monseñor Angel Scapardini cuya “paternal y simpática acogida sirvió de mucho aliento en medio de las dificultades que ya se presentaban de todos lados”. Igual aprobación recibe el entonces Arzobispo de Lima, Monseñor Pedro García Naranjo, quien aprueba y autoriza los Estatutos provisionales. El local lo proporcionarían sus propios hermanos de los Sagrados Corazones con el P. Florentino Prat, superior, a la cabeza, quien cedió dos salas libres que a su vez habían cedido para la Asociación de Jóvenes Católicos y quien proporcionó veinte mil soles para acondicionar el local. De igual modo, Josefina Araraz dispensó una fuerte suma de dinero.
Faltaba una cuestión -“gravísima” para el autor-, el cuerpo docente, y que fue motivo de “muchas idas y venidas, de muchas ilusiones y muchas decepciones”, hasta que aceptaron los primeros: el P. Pedro Martínez Vélez, agustino “uno de los principales y constantes animadores de la obra”, el Dr. Carlos Arenas Loayza, Dr. Raymundo Morales de la Torre, Dr. Jorge Velaochaga Dr. Víctor V. González Olaechea, P. F. Cheesman Salinas, franciscano. . Se creó un Comité permanente formado –además de por los profesores- por Monseñor B. Philipps, secretario del Arzobispo, el jesuita Próspero Malzieu, el dominico P. Lazo y Guillermo Basombrío. Al ver tantas dificultades pensó fundar tan sólo la Facultad de Letras y, aprobados los dos primeros años de Letras, encaminar a los alumnos a la Facultad de Derecho de cualquier Universidad Oficial. El Gobierno reconocía la nueva Facultad como “Academia Universitaria” y dejaba en manos de la Universidad de San Marcos lo relativo a los exámenes. Ante la demora de esta respuesta por el Consejo Universitario y la posibilidad –según el artículo 102 de la Ley Orgánica de Instrucción de que bastaba una o varias personas para abrir cátedras y constituir Facultades y Universidades; que bastaban dos facultades (art.276) para su aprobación, con la posibilidad de que los graduados se incorporasen a las Universidades Oficiales (art.385), se anunció en la prensa la creación de “la Universidad Católica en las Facultades de Letras y de Jurisprudencia”. Tras recia oposición de los medios de comunicación y de la Universidad de San Marcos, y tras muchas gestiones y oraciones, un Decreto Supremo de 24 de marzo de 1917 firmado por el Presidente José Pardo aprobaba la institución, “llenó de júbilo nuestros corazones y sembró el desaliento en las filas de nuestros contrarios”. Gracias a esta facilidad gubernamental, y la bendición del Sr. Arzobispo Pedro García Naranjo, se decidió organizar la Universidad con Estatutos y nombramiento de un Consejo formado por el propio Padre, Carlos Arenas Loayza, Víctor González Olaechea, Raymundo Morales de la Torre, Guillermo Basombrío y Jorge Velaochaga. Como rector fue nombrado el Padre fundador, vicerrector Carlos Arenas, Secretario J. Velaochaga, tesorero Víctor González, y vocales Raymundo Morales y G. Basombrío. Desde el primer momento se contó con el aplauso de la Asamblea Episcopal Peruana; de igual modo la Unión Católica de Señoras, como portavoces de las familias manifestaron su apoyo por esta propuesta educativa para sus hijos. Dintilhac felicita a los seis pioneros estudiantes que apostaron por su desafío, sorteando “la soledad, las burlas de sus compañeros, el temor de una recia persecución” y compensados por “la abnegación de sus maestros y por la seguridad de recibir una enseñanza íntegra, verdaderamente filosófica y cristiana”, que hicieron posible –junto con “la mira puesta en Dios y en la salvación de la juventud”- abrir los cursos en abril. Por fin, el 15 de abril, con misa votiva al Espíritu Santo en la Recoleta, se inaugura y el Rector pronuncia un programático discurso. “Esa importancia trascendental que le cabe a la educación en general, debe atribuirse de un modo muy particular a la que reciben los jóvenes en las universidades; no solamente por ser la Universidad la que introduce al joven en las más altas disciplinas del saber y la que imprime un rumbo definitivo a su espíritu, sino también porque ella es el aula y la escuela donde se forman los futuros dirigentes de la Sociedad”.
Aunque el Arzobispo de Lima -Pedro García Naranjo- veía con muy buenos ojos el surgimiento de la UC, muere en 1918, a menos de un año de su creación. Su sucesor, Emilio Lissón, a pesar de estar lejos de Lima –en Chachapoyas- y dedicado por entero a una titánica misión, vive muy de cerca los avatares de la capital. Al enterarse de su fundación el 15 de abril de 1917 por un oficio recibido del P. Dintilhac el 16 de abril, le contestará un mes después -15 de mayo- “su extrañeza al dar un paso de tanta trascendencia”. Si la carta fue motivo de sorpresa y dolor para el P. Jorge, se convirtió en alarma cuando se supo –un año después- el nombramiento como arzobispo de Lima. El 19 de julio de 1918 el P. Jorge daba cuenta a su Provincial el P. Vicente Monge que la felicitación al nuevo Arzobispo disiparía los prejuicios que podría alimentar contra la Universidad Católica. Al final de la carta le comunica que ha visitado a Monseñor Lissón y “ahora reconoce la voluntad de Dios en la fundación pacífica de la Universidad Católica y ha dicho también que está pronto a cooperar en ella”. Lo que es cierto es que Monseñor Lissón no vibraba ni con el nombre ni con la forma de llevar a cabo las cosas por parte de la PUCP, especialmente porque pensaba que el proyecto provocaba una “persecución” por parte de San Marcos. Tal actitud creó estupor en el P. Jorge quien llegará a manifestar en su correspondencia privada en 1921 que gran parte de los obispos no le seguían en esto, “pero como al fin y al cabo la Cato está en su jurisdicción nos sentimos algo fastidiados por cuanto si nos desbautizamos parece que huimos de los liberales y si no disgustamos a la autoridad eclesiástica. No queríamos ser ni apóstatas ni rebeldes, que Dios nos dé la solución”. Tal es el sentir de los profesores seglares cuando en su Memorial de 1924 acumulan argumentos para evidenciar al Pastor la factibilidad y la oportunidad de la Universidad Católica, pidiéndole que “a la mayor brevedad” se defina claramente “o con la Universidad o contra ella”, deseando recibir “la promesa consoladora de que en adelante aportará a la Universidad Católica toda la actividad apostólica que sabe desplegar en las demás obras de su elevado ministerio”
Con motivo de los 25 años de su fundación, V.A. Belaúnde dijo de él: “Se unen al Padre Jorge la fe del sacerdote, el corazón de un maestro y el carácter de un hombre… Le bastaba la sencillez de su palabra y la más hermosa sencillez de su vida, la dedicación absoluta a su obra, su ilimitada abnegación, su tesoro de optimismo y su tenacidad inquebrantable. Quien se le acerca tiene ya el ejemplo palpitante de lo que es la Fe, misteriosa iluminación interior, viva, constante, humilde y serena”. El mismo V.A. Belaunde en sus “Memorias” dirá de él que fue “el glorioso intuitivo del renacimiento de los estudios superiores en el Perú bajo la sombra de la fe cristiana. Nos dejaba el milagro de la institución que no tuvo en sus orígenes más capital que su fe y su labor de misionero intelectual”
Parecido sentimiento expresó el actual Gran Canciller de la PUCP, S.E. el Cardenal Juan Luis Cipriani, en la ceremonia de apertura del año académico de 1999: destaca su santidad: El recuerdo y la gratitud reverente al fundador de esta institución, el Padre Jorge Dintilhac, de la congregación de los Sagrados Corazones, no sólo es de justicia sino un deber moral que quiero señalar expresamente. Asimismo, quiero mencionar mi reconocimiento a quienes han contribuido con su trabajo sacrificado y profesional, fiel a las enseñanzas de la Iglesia, a lograr que esta Universidad sea hoy considerada una de las mejores, si no la mejor, del Perú."
En su oficio de Rector, brilla la dedicación más abnegada junto con el más escrupuloso rigor académico, tal como se puede ver en las sustanciosas memorias anuales. De igual modo, se armoniza la fidelidad más exquisita a la identidad católica con su apertura a los “signos de los tiempos” que la historia le va marcando. A título de ejemplo, rescato un texto de la memoria de 1934: “siendo el laicismo y el comunismo su hermano, frutos del ateísmo propagado por los letrados traidores a su misión providencial, sólo pueden ser combatidos eficazmente por letrados sabios y creyentes cuya palabra y escritos sean el sol luminoso que desvanezca las tinieblas del error y los guías seguros que conduzcan a la Verdad a las almas ansiosas de saber. Para formar a tales lumbreras y a tales guías, se han creado en todas partes Universidades Católicas y para ese fin se ha creado la nuestra”