domingo, 15 de julio de 2012

MONASTERIO JESÚS-JOSÉ-MARÍA DE LIMA, JUBILEO 300 AÑOS

En el jubileo de sus 300 años les comparto el magnífico artículo de EL COMERCIO y la autorizada descripción del P. San Cristóbal acerca de su iglesia. No dejen de hacerle una visita

http://elcomercio.pe/lima/1416718/noticia-monasterio-jesus-maria-jose-milagro-encierro-feliz

 

http://jabenito.blogspot.com/2012/06/re-saludos-y-agradecimiento.html


http://blog.pucp.edu.pe/item/84131/monasterio-de-jesus-maria-y-jose-clarisas-capuchinas-lima Agradezco y comparto su texto y foto.

LUIS SILVA NOLE

Todas se llaman María. "En honor a nuestra Santísima Madre", dice la hermana María Belén. Ella nació en Iquitos hace 34 años y hace 10 que viste el hábito de hermana clarisa capuchina en el Monasterio Jesús, María y José, donde 36 monjas de clausura, las únicas de esa orden en el Perú, dedican la mayor parte de su tiempo a orar por todos aquellos que están fuera del convento.

Sentada en una banca del patio del monasterio, ubicado en la cuadra 7 del jirón Camaná, en el Centro Histórico de Lima, María Belén muestra el aro dorado grabado con una pequeña cruz que lleva en la mano derecha, símbolo de su boda espiritual.

"Una no elige esta vida. Es una gracia de Dios. Estamos –dice– dedicadas a la oración y a la vida contemplativa. Pero también hacemos labores como si fuéramos amas de casa. Estamos casadas con Jesús".

La hermana María Isabel de la Trinidad, a sus juveniles 30 años es la abadesa, es decir, la religiosa de mayor rango del recinto, que el 14 de mayo del 2013 cumplirá 300 años desde que se convirtió en monasterio. Ella es de pocas palabras, pero dice las suficientes para expresar la fe que la sostiene. "Estamos aquí por amor a Dios y a la humanidad", dice a El Comercio.

Ir hasta la cripta donde están sepultadas las religiosas de la orden es una experiencia llena de silencio y respeto. Escuchar a las herederas de Santa Clara de Asís, monjas y novicias, en un ejercicio de coro en un ambiente virreinal es sobrecogedor.

En 1669 el lugar era la sastrería del bondadoso indio chiclayano Nicolás Puicón, más conocido como Nicolás Ayllón, y de su esposa María Jacinta Montoya. Ambos acogieron a jovencitas piadosas y convirtieron el recinto en una casa de recogimiento.

En 1678 el inmueble pasa a ser beaterio y en 1713 se transforma, con la venia eclesial y de la corona española, en monasterio para madres clarisas capuchinas, congregación nacida de una reforma de la orden de Santa Clara, quien fundó la orden primigenia hace 800 años y fue seguidora de la fe y los votos de pobreza de San Francisco de Asís.

Las hermanas solo salen del claustro por motivos de salud o para sufragar. A sus familiares los atienden ocasionalmente tras una reja. "Después de votar regresamos estresadas porque el mundo es hostil. Todos andan apurados y no se tienen paciencia. Acá somos felices", confiesa María Belén.

"Oramos por las necesidades de las personas. Para que el Señor las ayude a reconocer que solo con Él se puede ser feliz", indica la hermana María Francisca, chiclayana de 54 años. "Soy una de las 3.000 clarisas capuchinas que hay en los 300 monasterios que la orden tiene en el mundo", añade contenta.

LA MÁS LONGEVA DEL CONVENTO
Tiene 101 años y solo sonrisas
Ingresó a los 14 años al noviciado. Y nunca más salió. La religiosa chinchana María del Pilar Huarote tiene hoy 101 años y la sonrisa a flor de piel. "Me siento como de 15 años. Acá estoy feliz porque estoy con Jesús. El Señor nos llama y hay que venir", dice María del Pilar, la hermana más longeva del convento, antes de mostrar un precioso detente del Corazón de Jesús que acaba de bordar.

"Hago mis detentes y ayudo a preparar galletas. Las jóvenes me ven contenta. Ese es mi legado", refiere María del Pilar.

Las hermanas venden sus dulces en el vestíbulo del convento, en jirón Camaná 765. Se pueden hacer pedidos al 427-6809.


 

El monasterio se ubica en la esquina de los jirones Moquegua y Camaná, en el centro histórico de Lima, que originalmente fue casa del siervo de Dios Nicolás Ayllón, que durante su vida construyó allí un beaterio que hoy es el convento de las clarisas capuchinas y que está considerado como patrimonio cultural del Perú.

 

LA IGLESIA DE JESÚS MARÍA

 

No sabemos como lograron resistir las humildes monjas capuchinas aquella feroz ofensiva de Matías Maestro contra retablos barrocos; pero lo cierto es que, gracias a tan heroica defensa, la iglesia de Jesús María une todavía a su arquitectura de fábrica la magnificencia deslumbrante de los retablos.

 

Muestra esta iglesia, con pocas innovaciones posteriores, la expresión unitaria de la arquitectura de obra y la arquitectura de madera del primer tercio del siglo XVIII; de tal  modo que la relativa sencillez del edificio quedó relevada por la ornamentación que aportaron los ensambladores de la época, al integrarse una y otra en este conjunto del mismo estilo. Entre el año de 1699, en que se firmó el concierto para establecer la Comunidad de Capuchinas en el convento, y el de 1708 en que Joseph de Castilla concertó el retablo para el altar mayor, hay continuidad del quehacer artístico palmado en la iglesia.

 

Sobria en el tratamiento, la planta de Jesús María es junto con la de Las Trinitarias la más representativa del barroco de principios del siglo XVIII. Muestra cierta similitud con la iglesia del Monasterio del Carmen tal como estaba antes de las desafortunadas reformas  después de 1940, pero sin abundar en la ornamentación carmelitana. Es una típica planta de cruz latina con crucero de brazos poco profundos, no alterada por el coro bajo de las monjas que cae al costado de la capilla mayor. Daban acceso a la nave dos puertas: la principal, a los pies; y la lateral en el lado de la epístola, hoy cegada pero sin perder su sencillo imafronte en el exterior.

A los lados del cuerpo de la nave se abren capillas-hornacinas muy severas en su arquitectura, pues ni siquiera circunda el arco la más simple moldura. Extrema la sobriedad ambiental el elegante entablamento sobre las pilastras, en el que echamos de menos las grandes ménsulas bajo las ventanas tan resaltantes en El Carmen y Las Trinitarias. Pareciera como que la arquitectura de obra renunciaba a toda ornamentación para no opacar en algo a la que aportarían los retablos u grandes cuadros que saturan los paramentos.

 

El variado teatro de los  misterios cristianos se despliega a la altura de la visión normal del espectador: todo queda allí accesible a la cómoda contemplación para no tener que forzar la mirada hacia las alturas; acercando así lo divino a lo humano. En lo alto están las bóvedas de medio cañón desnudas, que carecen hasta del adorno de algunos esgrafiados en los lunetos, como es frecuente en otras iglesias limeñas.

 

Sobre pares de arcos torales, se levanta la gran bóveda vaída del entro del crucero; muy similar a la de la iglesia del Carmen. Acaso por la escasez de recursos económicos, estas dos iglesias no elevaron en el crucero la clásica media naranja descansando sobre pechinas y el anillo de gruesa cornisa, más costosa a causa de su compleja estructura. Pero no constituyen estas dos bóvedas vaídas otra cosa que réplicas tardías de la que Juan Martínez de Arrona cubrió con cal y ladrillo en Santa Catalina a principios del siglo XVII, reconstruida después con cerchas de madera.

 

 

Representó Agrand en uno de sus bellos dibujos la porta de Jesús María. Desde entones hasta ahora ha variado algo su diseño. Es una portada de dos cuerpos asimétricos, sin continuidad vertical en los ejes de las pilastras. El balcón central, descansando sobre la enorme ménsula que llena la calle central, abraza tres nichos desiguales, como si quiera reiterar libremente el balcón  trilobulado de la portada de La Merced. En los pequeños campanarios gemelos reaprese la traza posterior al terremoto de 1746; por lo que suponemos que su forma actual corresponde a alguna reconstrucción posterior en la que los rebajaron a menor altura que la inicial.

 

La severa arquitectura de Jesús María  se reviste de inusitado esplendor con el mueblaje del púlpito, los retablos y los marcos con pinturas. Destaca en la capilla mayor el retablo concertado por el ensamblador Joseph de Castilla el día 23  de marzo de 1708. Según los datos de mi archivo, permaneció inactividad Castilla al menos desde el 8 de mayo de 1685 hasta el 10 de febrero de 1737; durante cuyo período trabajó, además de Jesús María,  para las iglesias de San Pedro, Santa Catalina, San Agustín, La Merced, Santa Ana, San Lázaro, La Catedral, Copacabana, La Recoleta  de Belén, San Francisco de Paula y el Noviciado de La Compañía, con obras documentadas en todas estas iglesias.

 

El gran retablo  mayor ocupa con sus dos cuerpos y tres calles el muro testero. El entablamento entre cuerpo y cuerpo está reducido a la plataforma ancha que apoya y corona las columnas; pero por el centro de las calles laterales irrumpen las cartelas con pequeñas imágenes sobre los nichos. La simetría de La calle central con las calles laterales queda rota por la elevación, al intercalarse en la base el sagrario y el ostensorio: emergen hacia lo alto el nicho central con la Sagrada Familia y el superior con la talla de la coronación  de La Virgen, cerrados ambos por arcos trilobulados similares al de la  portada principal de La Merced, según el estilo que se tomará común durante la primera mitad del siglo XVIII.

 

Pueblan los retablos laterales, especialmente los de los brazos del crucero, valiosas imágenes entre columnas, pasamos al estilo de los púlpitos comunes en Ayacucho y Lima cuya cazuela se adorna con tableros planos recubiertos de follaje, como el de Jesús María, La Magdalena en Pueblo Libre, el Hospital se San Andrés, y la Compañía de Pisco.

 

 

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