sábado, 7 de noviembre de 2020

Alberto Wagner de Reyna (1915-2006). Diplomático, filósofo, católico

Gracias a la cordial mención del Dr. Miguel Ayuso en su conferencia en el día de hoy, 5 de noviembre del 2020, me complace compartir datos sobre un peruano ejemplar, como diplomático, filósofo, católico. https://www.facebook.com/117657363426125/videos/373772187158974

Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Fue Secretario General del Ministerio de Relaciones Exteriores y Embajador de la Unesco en diversos países. Fue designado como Miembro del Consejo de la Universidad de las Naciones Unidas en Tokio. Dentro de sus obras escritas se tendría que rescatar «La Ontología Fundamental de Heidegger: su motivo y significación» e «Historia Diplomática del Perú 1990-1945».

 

 

Bibliografía

 

Rodrigo Alberto Wagner de Reyna, (*LimaPerú7 de junio de 1915 – † ParísFrancia9 de agosto de 2006), fue un diplomáticoabogado, filósofohistoriador y escritor que consagró su existencia al servicio de la cultura y de la política exterior peruana.

Wagner es considerado uno de los representantes más destacados del existencialismo cristiano en su país natal y de América Latina.

 

Adicionalmente, fue un investigador riguroso y objetivo de las relaciones peruano-chilenas y un analista de los hechos y procesos de la política exterior del siglo XX.

 

Índice

 

·  1 Biografía

o 1.1 Carrera diplomática

o 1.2 Otros cargos

·  2 Traducciones

·  3 Obras

·  4 Enlaces externos

·   

Biografía

Fue hijo de Otto Wagner Hochstetter y Carmen María de Reyna Alcalá. Realizó estudios de derecho y filosofía en la Pontificia Universidad Católica del Perú, y era doctor "Seiential et Honoris Causa" en Filosofía y Letras de la Universidad de Chile. Fue discípulo de Romano Guardini y de Martin Heidegger.

En 1945, se casó en la Nunciatura Apostólica, con Victoria Grau Wiesse, nieta del almirante Miguel Grau, héroe de la Guerra del Pacífico. La pareja tuvo nueve hijos.

 

Carrera diplomática

En su carrera diplomática fue destacado al Brasil, Portugal, Suiza y Chile.

Luego de haber desempeñado funciones como Secretario General del Ministerio de Relaciones Exteriores, fue embajador ante la Unesco, Grecia, Alemania, Colombia, Yugoslavia y Francia sucesivamente.

A lo largo de su carrera diplomática recibió numerosas condecoraciones.

 

Otros cargos

Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía.

Una vez en el retiro, fue elegido como miembro del Consejo de la Universidad de las Naciones Unidas en Tokio, así como del Consejo Pontificio de la Cultura. También fue miembro de la Academia Peruana de la Lengua.

 

Traducciones

Tradujo a Santo Tomás de Aquino y Martín Heidegger al castellano.

 

Obras

De su abundante producción escrita se debe mencionar principalmente:

 

·  La Ontología Fundamental de Heidegger. Su motivo y significación, Ed. Losada, Buenos Aires, segunda edición, 1945.

Nota preliminar de Francisco Romero. (Primer trabajo en castellano sobre el filósofo alemán)

·  Prólogo a: Walter Bröcker: Aristóteles, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1963 (Trad. de Francisco Soler Grima).

·  La Filosofía en Iberoamérica, patrocinado por la Sociedad Peruana de Filosofía, Lima, 1949.

·  Las relaciones diplomáticas entre el Perú y Chile durante el conflicto con España.

·  Modelo Peruano Publicaciones de la Universidad Externado de Colombia; Bogotá, 1974

·  Historia Diplomática del Perú 1900-1945

·  Alberto Wagner de Reyna (2003). La poca fe.

PUCP. ISBN 9789972425684.

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CUADERNO HOMENAJE EN LA PUCP: http://repositorio.pucp.edu.pe/index/bitstream/handle/123456789/33642/Cuaderno%20del%20Archivo%20de%20la%20Universidad%20n%C2%B0%2012.pdf?sequence=6&isAllowed=y

HTTPS://BLOGS.UPN.EDU.PE/ESTUDIOS-GENERALES/2015/11/23/ALBERTO-WAGNER-DE-REYNA-EN-SU-CENTENARIO/

 

 Alberto Wagner de Reyna (1915-2006). Pensador y humanista peruano

Luz González Umeres



No imaginé que un día me tocaría redactar unas líneas introductorias para el número especial del nonagésimo aniversario de la Revista Mercurio Peruano dedicado a Alberto Wagner de Reyna, un pensador peruano ilustre y un humanista de talla, colaborador durante años del Mercurio Peruano, cuya benéfica influencia he tenido ocasión de experimentar y a quien me siento vinculada por lazos de simpatía y agradecimiento.

Le conocí en los años sesenta del siglo pasado, en el patio del Instituto Riva Agüero, que frecuentaba en su condición de director del Seminario de Filosofía, el cual yo asistí durante mis primeros años de estudiante en la Pontifica Universidad Católica del Perú de la ciudad de Lima. A la vuelta de los años, y a través de amigos comunes, me contactó con el correo electrónico en la Universidad de Piura, y me pidió información sobre el norte del Perú, requerida por amigos suyos en París. A partir de entonces fue frecuente durante varios años recibir sus artículos electrónicos, como es el caso del Baile de las Máscaras que escribió con ocasión del 11 de setiembre de 2002, o comentarios a publicaciones mías. También recibí sobres aéreos desde su dirección parisina de la Rue de Marronières con impresos y noticias diversas o con textos para publicar en El Mercurio Peruano.

En los últimos meses de su vida me puso en contacto con amigos suyos de la Sociedad Argentina de Filosofía, que le comprendían bien y le habían acogido en la ciudad de Córdoba con gran afecto. Así he tenido ocasión de conocer a Judith Botti, su presidenta, quien organizó un Homenaje a Alberto Wagner de Reyna el año 2006, en el marco del XXX Congreso Internacional de Filosofía, al cual tuve el gusto de asistir en representación de la Revista Mercurio Peruano, editada por la Universidad de Piura por voluntad expresa de los herederos de su fundador, Victor Andrés Belaúnde.

A ese acto asistió Miguel Wagner de Reyna Grau, en representación de su madre y de sus hermanos. Los peruanos allí presentes tuvimos ocasión de constatar la admiración de los colegas argentinos conocedores del pensamiento de Wagner de Reyna, que lo aprecian en su justa medida y lo citan con frecuencia en sus exposiciones, con toda naturalidad. Tuve oportunidad de conocer un libro de Wagner, El privilegio de ser Latinoamericano, desconocido entre nosotros y editado por la Sociedad Argentina de Filosofía, y a partir de entonces tuve la certidumbre de que los peruanos estamos en deuda con Wagner de Reyna. Así lo manifesté en una nota que envié al diario El Comercio de Lima a mi retorno al Perú en noviembre de ese año.

A través de Judith Botti tuve acceso a un documento inédito de don Alberto, su Manifiesto para Iberoamérica, «Amarra tu arado a una estrella», el cual planeaba publicar en importantes revistas latinoamericanas. La muerte le sorprendió mientras lo pulía en diálogo con sus amigos argentinos. Ese documento lo presenté en la Universidad de Piura, en el X Coloquio de Filosofía de 2007, y ha sido publicado en la Revista Mercurio Peruano con la debida autorización y complacencia de sus herederos.

Alberto Wagner de Reyna nació en la ciudad de Lima en su casa familiar de la Plaza Bolognesi el 7 de junio de 1915 y fallece en la ciudad de París, Francia, el 9 de setiembre de 2006. Es hijo del matrimonio de Otto Wagner, alemán de nacimiento y de educación, y de Carmen María de Reyna, limeña de tradición, familia y costumbres. Estudia en el Colegio Alemán, en la Recoleta y en Santa Rosa de Chosica. Luego en el Gruenau de la ciudad de Berna, en Suiza.

En 1932 ingresa a la Universidad Católica del Perú en la ciudad de Lima, y en 1935 es nombrado agregado civil a la legación del Perú en Berlín, Alemania, y cursa estudios en las Universidades de Berlín y Friburgo. En 1938 se gradúa de Doctor en Filosofía en la Pontificia Universidad Católica del Perú. En 1939 se recibe de Abogado en el Distrito Judicial de Lima, y es profesor de Filosofía en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

En 1941 contrae matrimonio con Victoria Grau Wiesse, nieta de Miguel Grau y Seminario gran héroe naval, emblemático para todos los peruanos.

De 1941 a 1945 es Cónsul del Perú en Bello Horizonte y trabaja en la Embajada del Perú en Río de Janeiro. En 1945 es Secretario en la legación peruana en Lisboa, Portugal. De 1946 a 1949 es Secretario de la legación peruana en Berna, Suiza, y de 1949-1961 en la Embajada de Santiago, en Chile.

En 1961 y hasta 1966 desempeña el importante cargo de Secretario General del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú en Lima. En 1963 es profesor visitante del Colegio de México. Desde 1964 hasta 1972 es Miembro del Consejo Ejecutivo de la UNESCO en París. De 1966 a 1968 es Embajador ante la UNESCO en París y en Grecia, Atenas. De 1969 a 1972 es Embajador del Perú en República Federal de Alemania y en Grecia.

En 1972 es Embajador del Perú en Colombia hasta 1975. A partir de 1975 hasta 1978 es Embajador del Perú en Yugoslavia y Albania. De 1976 a 1980 es Miembro del Consejo Ejecutivo de la UNESCO en París. El año 1980 pasa al retiro del Servicio Diplomático del Perú por límite de edad.

En 1984 recibe el nombramiento de Miembro del Consejo Pontificio para la Cultura de la Ciudad del Vaticano y lo ejercita hasta el año 1989. A lo largo de su carrera diplomática, extensa y brillante, Wagner de Reyna está en contacto permanente con la realidad del continente latinoamericano, sus aspiraciones, sus deseos, sus riquezas y sus carencias. En una obra suya1 plantea el difícil asunto de la distribución de la riqueza en la América hispánica. Ya en un inicial Ensayo titulado La Filosofía en Hispanoamérica2 había hecho notar a su retorno al Perú después de una larga permanencia de estudios en Alemania, las diferencias culturales que separan el mundo europeo del mundo sudamericano.

La identidad mestiza de Latinoamérica se le aparece como un privilegio, rebosante de valores espirituales y humanos, de tradición y aprecio por los bienes del espíritu, y así lo manifiesta en el ocaso de su vida3. En un Manifiesto para Iberoamérica que trabaja hasta su fallecimiento, en diálogo con amigos argentinos, queda patente su visión optimista del futuro de la América hispánica en relación con la cultura utilitarista y globalizada que ha puesto en vigencia un paneconomicismo que se extiende por el mundo de la mano de la filosofía políticamente correcta y del pensamiento único4.

Para Wagner «la globalización del mundo descansa sobre presupuestos de la cultura occidental que se han impuesto por diversos medios -bélicos, intelectuales, económicos- desde Europa al orbe entero»5. Anota que paralelamente a la globalización se advierte en Occidente «un alejamiento de las bases de su propia esencia, una desviación del propio modo de ser. Occidente es el producto histórico de la confluencia de lo judío, lo helénico y lo romano, bajo la acción determinante del Cristianismo, en que la síntesis de sus componentes cobra su cabal realización»6. En los últimos siglos la desviación del modo de ser de Occidente «constituye el materialismo actualmente imperante, que caracteriza nuestra civilización de abundancia y desperdicio, de permisividad y espectáculo, y que en ella históricamente se expresa»7.

Iberoamérica tiene muchos valores que aportar al mundo globalizado y debe ser consciente del peso específico de su propia cultura, el cual debe llenarla de orgullo y seguridad, así como de pujante esfuerzo por alcanzar las metas de la necesaria justicia social en su propio ámbito social y político. Dice: «Nuestra Casa Iberoamérica, tiene una ventana hacia el futuro, debido a que en nosotros aún está vivo lo pasado; una ventana que otros no poseen y constituye nuestra especificidad; nuestra especificidad, se entiende, dentro de Occidente»8.

Wagner subtitula su libro sobre el privilegio de ser latinoamericano con las siguientes frases: «dignidad en la pobreza y cultura», antecedidas por la «fe». Nuestro pensador es un hombre de sólidas creencias y ricos ideales. Así lo ha reconocido un intelectual peruano, José Agustín de la Puente, en el «Prólogo» al libro de las Memorias de Wagner9, en el cual refiriéndose al talante de Alberto Wagner de Reyna y a su personalidad intelectual dice: «Está el diplomático en momentos graves y en instantes risueños aparece el estudioso en los predios de la filosofía, su vocación medular; está presente, del mismo modo, el erudito y serio conocedor de nuestra historia; muéstrase, asimismo, el amante de nuestras tradiciones y el escritor con originalidad y gracia. Y todos los planos intelectuales descritos se encuentran presididos en la vida de Alberto Wagner de Reyna por su jamás disimulada fe religiosa y por su creencia en el Perú y en su personalidad histórica; estos dos valores impregnan su vida y sus tareas»10.

En la Carta a los Latinoamericanos que escribe conjuntamente con el argentino Pedro Frías, dice: «Ante la actual situación mundial, y en especial de Latinoamérica, creemos es nuestra obligación moral difundir algunas reflexiones al respecto y hacer un llamado a la conciencia cívica de los habitantes de nuestro subcontinente, para contribuir a que, asumiendo su responsabilidad, enfrenten con conocimiento de causa y solidariamente los desafíos del futuro»11.

Wagner considera a Latinoamérica como un Occidente marginal y en ella «se conserva en su pureza, en su espontaneidad original, su tradición cultural, en este caso el espíritu de Occidente. Gracias al aporte indígena que no lo niega sino más bien lo pone de relieve, gracias a la cercanía a la naturaleza -lo étnico y lo telúrico- sobrevive, con mayor intensidad que en sus centros de gravedad, la auténtica esencia de Occidente»12.

Observa nuestro autor que si bien el paneconomicismo no ha perdonado a Iberoamérica, «le es accesorio y accidental: tras manifestaciones que parecen emparejar a Iberoamérica con el resto de Occidente, persisten vivas en lo sustancial las esencias matrices de éste»13.

Insiste en mostrar a Iberoamérica como un continente de esperanza para Occidente y sostiene: «es la comarca mundial más occidental de Occidente y también su componente más joven. La más separada de Oriente y la que le hace frente por encima de la inmensidad del Océano Pacífico. Con 15 siglos menos que el núcleo de Occidente, la Europa cristiana, tiene aún la ingenuidad de la adolescencia, lo que es un tesoro»14.

No deja de ver los defectos de su idiosincrasia y eleva su mirada al futuro. Muestra su inspiración de filósofo cristiano contemplando el carácter dinámico de la cultura occidental, y reconociendo que ha nacido del ímpetu evangelizador, el cual ha movido siempre su historia. Observa con coherencia lógica, pero también teológica, que si esta cultura no quiere traicionarse ha de seguir en ese mismo ímpetu. Con lucidez de creyente sostiene: «detrás de la evolución histórica se halla invisible a los ojos de quienes no quieren ver, un trazado, una dinámica trascendente de la cual sólo puede dar razón la Providencia. Y el Occidente ha sido fiel a este designio hasta que comenzó a distanciarse de su sustancia histórica y espiritual, hasta caer en la auto traición que lo ha colocado en la encrucijada actual»15.

En los párrafos finales de su Manifiesto invita a amarrar el arado a una estrella, el arado propio a la Cruz del Sur. Para ello es necesario que Iberoamérica sea consciente de sus valores, que persista en ellos con firmeza, sin recurrir en ningún caso a la violencia, recorriendo caminos que son propios de Occidente: la reflexión, el trabajo, el ejemplo, la propuesta de soluciones e ideales, la fantasía creadora que encuentra caminos nuevos cada día. En otras palabras, Iberoamérica ha de nutrir su espíritu en ese torbellino de fuerza que proviene de las convicciones hondas, que Dios da a quienes tienen fe en el poder de su mano omnipotente16.

No deja de decir que el paneconomicismo en el cual estamos todos integrados «crea injusticia y desigualdades trágicas entre seres humanos y pueblos, de suerte que una minoría disfruta de bonanza y que un gran sector de la población del globo sufre la miseria física y moral»17. Por eso sostiene que se «hace necesaria una heroica operación quirúrgica en la conciencia colectiva, una revolución restauradora axiológica: devolver a la pobreza su carácter de valor. Pobreza como suficiencia material y moderación, se entiende. Dar prioridad al espíritu frente a la materia»18.

En efecto, en diversos textos alude a la pobreza y a sus bondades, y explica en qué consiste: «La pobreza es un valor. No sólo porque todo lo humano se inscribe en un marco axiológico, sino porque para ser pobre se necesita un valor; valor para luchar, valor para perder, valor para protestar, valor para sucumbir, valor para aceptar»19.

La pobreza no es sinónimo de indigencia, «quiere decir necesidad, necesidades no satisfechas, necesidad no satisfecha de lo que es indispensable, es algo que se encuentra debajo del cero en el termómetro de la vida. Su valor es negativo; su existencia, un escándalo, un crimen social»20. La pobreza no es miseria, sino una «estrechez que no arguye ausencia de lo necesario sino sólo limitación, limitación a los requerimientos vitales, una ausencia de lo superfluo y aún a veces de lo deseable. Esa pobreza específica lleva a la frugalidad, que constituye sin duda alguna un valor; es la austeridad, la moderación»21.

Así Wagner describe al hombre, su condición pobre, con los siguientes trazos: «El pobre es un hombre, un hombre completo en sí, con su propio modo de ser, y no un modo defectivo de otros individuos de su misma especie, un ser que se sostiene en condiciones especialmente difíciles y por ello requiere una fuerza para afirmarse en la lucha, para entregarse en una aceptación conciliadora, actitudes que requieren una decisión de trascendencia moral y material. El pobre resulta así altamente positivo, afirmativo, más positivo que rico. Este último se puede dejar llevar por la bonanza. No quiere ello decir que su estado pobre sea placentero, por lo contrario: la pobreza es dura, fatigosa, a veces injusta, a veces merecida, pero no por ello menos contundente, como un golpe de martillo que fija y define»22.

Por eso sostiene que «hay que interpretar la pobreza desde ella misma, desde lo que es y no desde lo que no es, como un punto de referencia autónomo y positivo. La pobreza es creadora de cultura pues ella empuja hacia modos de vivir y sobrevivir que el rico no requiere: la pobreza lleva a la invención»23.

Es una suerte para el hombre pobre estar situado en una perspectiva tan enriquecedora, a diferencia del indigente y del rico, quienes «se hallan, por lo general, abocados al problema de la riqueza, es decir a los bienes materiales; el uno por carecer de ellos y necesitarlos para satisfacer adecuadamente sus necesidades; el otro, al verse envuelto en la dinámica de la economía, siente la urgencia de incrementarlos, de no quedarse atrás, de defenderlos»24.

Wagner sentencia que «la pobreza se revela como un tomar distancia frente a la fascinación de lo económico. Ella se funda en el reconocimiento de la adjetividad de la riqueza y lleva a la búsqueda del austero desarrollo sustancial humano, el cual hace que el hombre sea hombre. Y esta búsqueda esforzada es precisamente lo que constituye la cultura, como valor espiritual, de vigencia global, en que lo material y crematístico encuentra su sentido y completa su función social»25.

El «paneconomicismo, y con él, el prestigio absoluto de la riqueza, no son axiomáticos. Es tan sólo un hecho histórico que, según Spengler, comenzó a afirmarse hace unos 250 años. Prueba de ello son las comunidades y sociedades, feudales, laborales, espirituales, de lo pasado y presente en que la riqueza era y es despreciada. La civilización universal contemporánea descalifica, desde luego, tales colectividades, tachadas de tradicionales, atrasadas, marginales o absurdas; y sin duda lo son desde un punto de vista. Es éste el resultado de una evolución de la cultura occidental que no ha sabido ser fiel a sí propia, pero sí conquistar el mundo entero»26.

En Wagner de Reyna, junto con esta positiva visión de la pobreza encontramos la exigente preocupación de pensar el desarrollo, de vislumbrar en profundidad su verdadero rostro. En su libro «La Poca Fe» se refiere al momento histórico que vive la humanidad. Lo califica de crisis y dice: «La crisis múltiple, pero coherente en su diversidad, tiene origen en el propio ser humano, y ello porque él mismo en lo profundo de su existencia se halla en crisis»27. Esta crisis importa porque nos divide y desgarra.

Sostiene que la crisis está «vinculada al subdesarrollo, e indirectamente a la revolución que significó el desarrollo industrial, que ha llevado a un contraste de conflictivo desnivel tanto entre países cuanto entre capas sociales»28. Pero, bien mirada, la crisis no se supera solo con un simple progreso material como suele decirse en los ambientes técnicos. Esto último entraña serias contradicciones al limitarse a perseguir un desarrollo puramente económico. En efecto el progreso verdadero aspira a una ascensión interior del hombre de tipo ético, la cual lo mejora realmente. Este tipo de aspiraciones ayudan a la humanidad a salir de la crisis enquistada en un paneconomicismo técnico e industrial, liberando a la persona humana de ser subordinada a las exigencias de la planificación económica y a la ganancia exclusiva.

Wagner sostiene la tesis de un humanismo de trascendencia analógica en el cual el hombre es apreciado en su totalidad, y lo material le sirve solo de infraestructura de lo espiritual teniendo los siguientes puntos de referencia:

  1. El hombre requiere condiciones suficientes para satisfacer sus necesidades en el orden material, como respuesta a su naturaleza y base para la expansión de las virtualidades humanas.
  2. La infraestructura orgánica no es un conjunto de condiciones para la vida, sino un tejido de realidades en que se desarrolla el hombre, habiendo entre ambas una relación vital.
  3. Las preocupaciones por la subsistencia no deben desplazar cuestiones axiológicamente superiores.
  4. Cumplido lo anterior el hombre puede entregarse a la actividad superior que le es natural.
  5. La ordenación de estas actividades responde a la trascendencia analógica dando un sentido ascensional a la vida del hombre porque tiene la conciencia de una perfección inalcanzable que desde lo exterior al ser humano le orienta confiriéndole su razón de ser y actuar.

Por eso: «estos cinco puntos de referencia determinan la esencia de este nuevo humanismo que podríamos llamar del homo humanus en todas sus dimensiones, pues atiende a lo esencial del hombre, a aquello que lo distingue de los demás entes que existen en el mundo, y a todo hombre, y en él habría de inspirarse la definición del desarrollo, del desarrollo humano»29.

Nuestro pensador subraya la importancia de la cultura, que es una de las dimensiones en las que el hombre se realiza como tal. Así Wagner habla de la relación entre hombre y medio físico. A esta relación la llama el habitar, esto es, el aprovecharse tanto del espacio y sus características geográficas, biológicas, climáticas, paisajistas, etc., tanto como de los bienes que la naturaleza ofrece allí.

El habitar es también, según Wagner, un implantarse en algún lugar a través de los cimientos de lo que llama casa, en una doble significación. Es en primer lugar dejarse adoptar por ella para adquirir su dominio, en un entretejerse de responsabilidades. Esta relación es, con el espacio real, la que determina un modo de ser del hombre y viceversa.

 

Hay una cuádruple condición del habituar con respecto del hombre:

  1. una presencia humana
  2. una acción frente a una resistencia que en general es simultáneamente recurso para la vida.
  3. un campo de adueñamiento físico y moral
  4. un límite excluyente, pues no se puede habitar en dos lugares a la vez, y si se habita conjuntamente con otra persona, el lugar supone una relación humana especial, como el parentesco por ejemplo.

Pero hay una segunda relación del hombre con la naturaleza, y es la que se da por medio del trabajo, a través del cual consigue lo necesario para su subsistencia. La primera acción del trabajo está referida a la construcción de la habitación. «Con ello modifica voluntariamente la naturaleza que lo circunda»30. Quien habita aprovecha de los dones de ésta y «generalmente induce a la naturaleza para aprovecharse mejor de ella»31.

El hombre transforma la naturaleza aplicándole su propio ingenio, sumando así una acción física e intelectual y dejando una huella suya en el espacio. Una huella humana, que a su vez humaniza a la naturaleza con el cohabitar, muy diversa del depredar de la máquina. De este modo el respeto por la naturaleza va de la mano con el cohabitar, y también lo inverso, la máquina que desarticula el medio ambiente y destruye la visión de seguridad, satisfacción y belleza que se da en el encuentro humano con el espacio.

También el espacio humano tiene otra connotación: el habitar implica la presencia de colindantes. La formación de un núcleo humano o una comunidad se sustenta en base a dos principios que son el parentesco y la proximidad física, que determinan intereses comunes. Estos principios no son ilimitados ya que se necesita un número determinado de personas y un área limitada.

Esta comunidad genera a su vez otras relaciones más complejas. Una de ellas es la afectividad que se da entre las personas, hoy expresada en lo que conocemos como espíritu de vecindad. Aquí se genera la historia como manifestación de permanencia de la comunidad en un espacio y tiempo, una historia que se caracteriza por ser notoria respecto del vecino y diferente en torno a la comunidad. Además este vecindario engendra sus propios modos de afrontar la naturaleza y crear costumbres, crea una relación ética entre ellos. Así dice Wagner: «el medio social no ha de entenderse fundamentalmente como contrapuesto al físico, sino dentro de una continuidad dialéctica. Las diversas acciones frente a la naturaleza se incluyen también de esta suerte en la esencia al par natural y social del hombre»32.

La comunidad es el medio en el cual se mueve el hombre y le confiere sentido a su ser. Para que esto surja es necesaria una comunicación fluida, no necesariamente referida al intercambio de información, sino también al de bienes y servicios y, lo más importante, a un debatir sobre la «copropiedad, a la posesión en común de un destino, de una historia»33.

Para Wagner la cultura atraviesa la existencia humana y lo humano en su entorno. Es «la cabal realización del humanismo en la humanidad del entorno, abarcando toda la acción humana desde la cuna hasta la sepultura, y le confiere un sentido anagógico, es decir, una dirección trascendente»34.

Nuestro autor propone replantear el concepto de desarrollo, volviendo precisamente la mirada a la pobreza, de la cual ya hemos hablado párrafos atrás. En efecto, la pobreza entendida en su genuino sentido de despego de las riquezas y de austeridad, es un valor para la civilización que sólo vive para poseer. Así «la búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a su verdadera grandeza; tanto para las naciones como para las personas. La avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral»35.

Así se ve que Wagner recupera bajo el término de pobreza los valores implícitos en las virtudes clásicas de sobriedad y de templanza frente a los bienes materiales, tan propia del mensaje cristiano y del pensamiento clásico. Por un lado la pobreza es creadora de cultura pues ella estimula hacia modos de vivir y sobrevivir que el rico no requiere. En cambio el pobre sí requiere de la cultura para desplegar su vivir. Ese despliegue pone en marcha las capacidades de invención, cosa que al rico no le hace falta. El rico solamente compra lo que otros han producido e inventado36.

Nuestro pensador hace ver la paradoja implícita en la visión economicista del desarrollo al plantear para el hombre un ideal de vida que se inspira en el desarrollo como riqueza. Este ideal es empobrecedor para el espíritu y las facultades más altas del hombre. Por eso Wagner se afana en mostrar que la perspectiva del rico es reductora del ser, porque en el fondo aspira a convertir al hombre en un simple ser con vida en el zoológico del mundo o como un homo economicus que desempeña un papel activo en la economía. El hombre es más que un animal o un factor económico, y estas formas de ver el desarrollo lo parcializan y deshumanizan. Por tanto, el desarrollo para Wagner radica en el bienestar del ser humano y se encamina hacia él. Esto supone una estructura material adecuada, superior al punto de miseria, pero inferior a la riqueza. La modestia lleva a través de la acción y emociones culturales a un bienestar integral y equilibrado en el que se realizan las virtualidades superiores del hombre37.

Que el desarrollo vaya más allá del componente económico no significa que no requiera este componente, sino más bien lo afirma como medio indispensable para lograr los elementos que constituyen el desarrollo. Así el movimiento al desarrollo se caracteriza por ser endógeno y desde abajo, ya que se genera dentro de una cultura, comenzando por el que vive en la pobreza38.

Lo que se requiere es un mundo concebido como un cosmos donde se rompa la dicotomía implantada por la modernidad, en el cual los ricos van de un lado y los pobres de otro. Al romperse este rígido esquema se descubrirá que la riqueza es adjetiva y la nivelación económica dejará de ser una meta39.

El primer paso hacia la realización de este ideal teórico consiste en precisar el modelo que recoja estos fundamentos, para encaminar la actividad y sentir de un pueblo en desarrollo, hacia una sociedad humanista. Dicho con palabras textuales de Alberto Wagner: «En síntesis, más allá de la inaceptable indigencia, que desde el punto de vista práctico y ético es necesario superar en todo el mundo con toda urgencia, podemos decir que la pobreza se revela como un tomar distancia frente a la fascinación de lo económico. Ella se funda en el reconocimiento de la adjetividad de la riqueza y lleva a la búsqueda del austero desarrollo de lo sustancial humano, de aquello que hace que el hombre sea hombre. Y esta búsqueda esforzada constituye precisamente la cultura como valor espiritual, de vigencia global, en que lo material y crematístico encuentra su sentido y completa su función social»40.

El modelo de desarrollo no puede ser un programa vacío y formal, sino que ha de ser entendido en sus múltiples conexiones hacia los elementos de la existencia humana, en la realización del humanismo. Esto sólo se puede efectuar in fieri y de allí que no podamos definir los elementos o su contexto a priori. En cambio sí es posible señalar en qué dimensiones ha de producirse este proceso y en qué habrá de consistir: habrá de basarse «en tres discernimientos:

  1. una discriminación entre la cantidad y la calidad por medio de la que se sustituya una sociedad de consumo por una de satisfacción que no busque bienestar en el crecimiento cuantitativo, sino en la mejor respuesta a las necesidades de forma cualitativa.
  2. la caracterización y jerarquización de los fines y los medios estableciendo subordinación prioridades por medio de una tabla de valores a que pueda hacer referencia inequívoca la conciencia moral en las diferentes situaciones de la vida.
  3. un reconocimiento de la unidad consustancial del hombre, pero a la vez atender su doble naturaleza consistente en su infraestructura material y su autarquía espiritual con una subordinación intrínseca la última sobre la primera. Esto genera un proyecto»41.




Estos tres discernimientos, sostiene Wagner, han de ser abordados después en la distinción de los siguientes cinco estratos que cito a continuación:

  1. un estudio teórico detallado de los temas propios del modelo cultural
  2. un levantamiento de la realidad nacional según los conceptos del humanismo trascendental -desarrollo, pobreza y cultura- por regiones y niveles sociales que lleva a una visión e interpretación del país en estos criterios
  3. la elaboración a base de datos y conocimientos así adquiridos de un modelo o varios modelos culturales explícitos adecuados al país
  4. la aplicación de este modelo o modelos a una o varias comunidades representativas de modo que se aprecie la recíproca influencia entre la teoría y la práctica y se observen los mecanismos puestos en juego y sus particularidades
  5. una presentación final de la experiencia con conclusiones sobre su validez, aplicaciones más amplias, proyecciones etc.

Wagner sostiene que después de haber asimilado y elaborado este caudal de conocimientos, será posible indicar los resortes para aplicar un modelo cultural a toda la región o país y llevar a cabo una programación que no puede ser impositiva. Así, corresponde a la cultura la decisiva acción de armonizar los contrarios, pues ella es la que reconcilia al hombre con su entorno, volviendo éste a su sentido trascendental, «una auténtica apertura hacia su libertad, su satisfacción, su elevación»42.

Este es el esquema básico del modelo de desarrollo cultural que Wagner titula como un humanismo trascendental analógico y lo propone al mundo de la cultura global, y de la Iberoamericana en particular.


Bibliografía
WAGNER DE REYNA, Alberto, Bajo el Jazmín. Memorias, Academia Diplomática del Perú, Pontificia Universidad Católica del Perú, Instituto Riva Agüero, n.º 158, Lima, 1997.

  • ——, El privilegio de ser Latinoamericano, Colección Reflexiones, Editorial Alejandro Korn, Córdoba, Argentina, 2002.
  • ——, Bases para un enfoque iberoamericano del mundo actual, en Luz González Umeres, «Iberoamérica en tiempos de globalización, un manifiesto y un lema de Alberto de Reyna: amarra tu arado a una estrella», Mercurio Peruano, n.º 520, diciembre 2007, p. 102 y ss.
  • ——, La poca fe, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo editorial, Lima 2003.
  • ——, La filosofía en Iberoamérica, Sociedad Peruana de Filosofía, Lima, 1949.

 

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