jueves, 21 de septiembre de 2023

LOS 450 AÑOS DEL MONASTERIO DE LA CONCEPCIÓN EN EL PERÚ Y SU FUNDADORA INÉS MUÑOZ

LOS 450 AÑOS DEL MONASTERIO DE LA CONCEPCIÓN EN EL PERÚ Y SU FUNDADORA INÉS MUÑOZ

José Antonio Benito

El Monasterio de la Concepción celebró 450 años de su llegada al Perú, bajo la Orden de la Inmaculada Concepción con una solemne eucaristía celebrada por Monseñor Miguel Cabrejos Vidarte, Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana y concelebrada por Monseñor Norberto Strotmann, Obispo de Chosica, en la Catedral de Huaycán el pasado 16 de setiembre del presente 2023. Les comparto información acerca de la fascinante trayectoria histórica de su fundadora y celebro el jubileo de tan fecunda institución. Agradezco el libro entregado “Breve historia del Monasterio de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de la Ciudad de los Reyes, 1573-2023” (Monasterio de la Concepción de Lima, 2023, 50 pp), cuya autora es la Dra. Liliana Pérez Miguel, burgalesa en Perú, docente en la PUCP, quien ha investigado como nadie sobre la institución y la fundadora como puede comprobarse en su excelente tesis doctoral adaptado a libro "Mujeres ricas y libres". Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI). Sevilla (2020):  Editorial Universidad de Sevilla (Colección Americana, n.º 72).

 

Inés Muñoz nació en Castilleja del Campo (Sevilla), alrededor de 1510.  De origen campesino, no sabía leer ni escribir[1]. Se casó en primeras nupcias con Francisco Martín de Alcántara, natural de Castilleja del Campo y hermano materno de Francisco Pizarro; los dos se unieron a la expedición de Pizarro con destino a Panamá, y posteriormente Perú, que partió de Sevilla el 26 de enero de 1530. Durante el largo y penoso trayecto en barco fallecieron las pequeñas hijas de la pareja, Ángela y Bárbola.

Tras su llegada a Panamá, Inés y su esposo se establecieron en la casa de Francisco Pizarro y le apoyaron en varias labores hasta que en 1530, Francisco Martín de Alcántara se unió a la expedición del futuro conquistador del Perú. Inés Muñoz permaneció en Panamá hasta que su esposo regresó en busca de refuerzos para la conquista. Fue entonces, que Inés le acompañó a Perú convirtiéndose en la primera española casada que entraba en dichas tierras.

El 18 de Enero de 1535, doña Inés estuvo presente en la fundación de la Ciudad de los Reyes- actual ciudad de Lima. Ella y su esposo participaron en el primer reparto de solares realizado pocos días después de la fundación de la ciudad adquiriendo, de este modo, el estatus de pobladores. La pareja ubicó su casa principal en una esquina contigua a la casa del Gobernador Francisco Pizarro.

Desde su llegada a Perú, doña Inés percibió la carencia de elementos básicos imprescindibles en la vida cotidiana tales como el trigo, el aceite, o los animales de crianza habituales en las tierras de Castilla. Quizás, empujada por la necesidad, o por su deseo de asegurar y mejorar su estancia en el nuevo continente, introdujo varios de estos elementos. Así, según narra el cronista Bernabé Cobo, Inés Muñoz, habría sido la primera en introducir el trigo en el Perú, alrededor del año 1535. También es considerada la responsable de la introducción de la mayor parte de las frutas españolas en el Perú y de los primeros olivos. Dichos árboles y plantas debieron estar ubicados en la denominada “Huerta Perdida” que albergaría, además de los citados olivos, higos, melones, naranjas, pepinos, duraznos y otras frutas desconocidas hasta entonces en el Perú. Tales aportes figuran en la cartela que corona un retrato de doña Inés, que actualmente se encuentra en el Monasterio de la Concepción de Ñaña.

Tras su llegada al Perú, su esposo fue beneficiado con varias encomiendas por parte del ya gobernador Francisco Pizarro. Gracias a sus encomiendas, don Francisco Martín y a su esposa llegaron a ser una de las personas más acaudaladas y privilegiadas de la Ciudad de los Reyes. Incluso Inés Muñoz adquirió el derecho a utilizar el título de  doña, algo muy significativo ya que ponía de relieve su nuevo elevado estatus.

Doña Inés fue la responsable de la crianza y educación de los hijos mestizos del marqués Francisco Pizarro, de modo especial  a partir del 26 de Junio de 1541, cuando su cuñado -Francisco Pizarro-, y su esposo -Francisco Martín de Alcántara-, fueron  asesinados por la facción rival de los almagristas, en el contexto de las guerras civiles del Perú. En ese trágico momento, doña Inés tuvo el valor de recoger los cadáveres de su marido y de su cuñado y los llevó a enterrar a la iglesia sin la ayuda de ningún español “por el miedo que tenían a Diego Almagro el Mozo”. Asimismo, en un intento de proteger la vida de dos de sus sobrinos- doña Francisca  y Gonzalo Pizarro-, los escondió en un convento. Pocos días después, el 12 de Julio de 1541, doña Inés compareció junto con el pequeño Gonzalo Pizarro de apenas seis años de edad, ante el Alcalde y Concejo de la Ciudad de los Reyes en posesión del testamento cerrado y sellado de Francisco Pizarro, exigiendo su apertura y cumplimiento de sus mandas. Asimismo, como tutora temporal de sus sobrinos y viuda, exigía justicia por los crímenes acaecidos y protección para el pequeño Gonzalo, a su entender el único y legítimo heredero de Francisco Pizarro. Tras ser desestimada su petición y ante el evidente peligro que corrían permaneciendo en la Ciudad de los Reyes, doña Inés huyó con los niños con destino a Tumbes en la costa norte del Perú.  Para ello vendió las pocas joyas que había logrado rescatar tras el ataque en Lima. Una vez en Quito, pudo reunirse con el Licenciado Vaca de Castro que había llegado por encargo del Emperador Carlos V para pacificar el territorio. Tras unirse a su séquito regreso de nuevo a la Ciudad de los Reyes.

Tras el asesinato de su esposo heredó sus encomiendas, como la del Valle del Mantaro, donde estableció en 1545 el primer obraje del Perú conocido como “La Sapallanga”. Hacia 1545, doña Inés contrajo segundas nupcias con don Antonio de Ribera, conocido miembro del Cabildo y Caballero de la Orden de Santiago, Procurador General de los Encomenderos,  dos veces alcalde de la Ciudad de los Reyes, y curador de doña Francisca Pizarro  desde 1547 a 1553.Fruto de este matrimonio fue su hijo Antonio de Ribera “el Mozo”, quien heredó sus encomiendas, contrajo matrimonio en dos ocasiones y falleció tempranamente y sin descendencia.

Inés Muñoz introdujo en el Perú el trigo, los olivos, las naranjas, los melones, las higueras, los melocotones y toda suerte de hortalizas, pues aunque llegó al Perú como conquistadora, salió de Sevilla como campesina y acabó de monja en Lima.

Tras la pérdida de su único hijo legítimo, su madre, tomó la decisión de fundar un Monasterio en advocación a Nuestra Señora de la Concepción, con el objetivo de servir a Dios y de ayudar a las hijas de conquistadores pobres que estaban tan abandonadas. El  2 de Julio de 1573, a la edad de 80 años aproximadamente, se presentó ante el Arzobispo Fray Jerónimo de Loayza, expresándole su deseo de instituir un Monasterio “en el que ella misma se había de encerrar”, logrando la fundación el 15 de Septiembre de 1573. Tomaron el hábito las dos fundadoras, ella misma y su nuera María de Chávez, con once jóvenes más. Ella profesa el 8 de diciembre de 1582 de manos de santo Toribio, quien también fue testigo de su testamento poco antes de su muerte. Dos años después, en 1584, fue elegida abadesa hasta su muerte en 1594. Sobre su sepulcro se grabó esta elocuente inscripción: “Este cielo animado de breve espera/ depósito es de un sol que en él reposa/ vel sol de la gran madre generosa/doña Inés de Muñoz y de Rivera”.

El Monasterio de la Concepción fue dotado de un numeroso patrimonio compuesto por las casas que la fundadora tenía en la plaza principal, la denominada “Huerta perdida” y varias propiedades en las afueras de la Ciudad de los Reyes. Además Doña Inés al realizar la dotación reservó la renta del obraje de “La Sapallanga” para el mantenimiento del Monasterio.

El monasterio se ubicó en unas casas del centro limeño de propiedad de su fundadora Inés Muñoz de Ribera, en lo que hoy es la tercera cuadra de la avenida Abancay. Con los años, gran parte de la propiedad fue expropiada para construir el Mercado Central (1847) y un siglo después dio paso a la ampliación de la misma avenida Abancay (1947), perdiendo su edificación original y muchos de sus bienes muebles artísticos.

El monasterio se trasladó a la localidad de Ñaña, distrito de Lurigancho, el 12 de diciembre de 1984. Gracias a las gestiones de la Abadesa Sor María Mercedes de San José, quien vino como misionera desde su tierra de Cestona (Guipúzcoa, España), pertenece actualmente a la Diócesis de Chosica.

El primero de enero de este año las MM. Concepcionistas recibieron la Bendición apostólica de manos del Papa Francisco y la Orden de la Inmaculada Concepción, y su actual Abadesa Norah Gaona Obando, recibió el 18 de enero de 2023, en la 124 Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Peruana, la medalla de oro “Santo Toribio de Mogrovejo” por sus 450 años de presencia al servicio de la Iglesia en el Perú.

La Catedral San Andrés de Huaycán estuvo repleta de fieles durante la Sagrada Eucaristía de celebración por los 450 años de fundación del Monasterio de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora, presidida por Monseñor Miguel Cabrejos, Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana y concelebrada por Monseñor Norberto Strotmann, Obispo de Chosica; el Padre Guillermo Inca Pereda, Secretario General de la CEP, y sacerdotes de dicha Diócesis.

Buena oportunidad para dar gracias por tan singular don y unirnos en oración para que el Señor las siga bendiciendo con nuevas y santas vocaciones.

Bibliografía

COBO, Bernabé, Historia de la Fundación de Lima, Biblioteca de Autores Españoles, Obras del Padre Bernabé Cobo de la Compañía de Jesús II, Estudio Preeliminar y Edición del P. Francisco Mateos.

PEREZ MIGUEL, Liliana Encomenderas en Perú en el Siglo XVI. El caso de Doña Inés Muñoz como pobladora, encomendera, fundadora y abadesa en la conquista e inicios del virreinato, Tesis doctoral, Universidad de Burgos, 2014. Liliana Pérez Miguel "Mujeres ricas y libres". Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI). Sevilla (2020):  Editorial Universidad de Sevilla (Colección Americana, n.º 72)

https://www2.ual.es/ideimand/ines-munoz-de-ribera-emigrante-a-indias-h-1510-h-1594/

ROSTWOROWSKI, María, Doña Francisca Pizarro, una Ilustre Mestiza. 1534-1598, 3ª ed, Lima, IEP, 2003.

VARGAS UGARTE, Rubén, Un monasterio Limeño, Lima, Sanmarti, 1960.

VVAA (Amaya Fernández, Margarita Guerra y otras) La mujer en la conquista y la evangelización en el Perú. Lima 1550‑1650 PUCP‑UNIFE, Lima 1997, (Biografía de Inés Muñoz, 599-602)

https://dbe.rah.es/biografias/98502/ines-munoz

https://es.wikipedia.org/wiki/In%C3%A9s_Mu%C3%B1oz_de_Ribera

https://elmontonero.pe/columnas/ines-munoz-conquistadora-gourmet-y-beata

https://sevilla.abc.es/cultura/sevi-ines-munoz-conquistadora-monja-clausura-202106190205_noticia.html

https://noticias.iglesia.org.pe/cientos-de-fieles-celebraron-los-450-anos-del-monasterio-de-la-concepcion-en-la-catedral-de-huaycan/

Retrato de doña Inés Muñoz de Ribera como abadesa del Monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes como abadesa del Monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes. Realizado aproximadamente en 1599, por el pintor Mateo Pérez de Alesio. Fuente: AHMCL



[1] Nunca llegaría a escribir el pretendido diario que sin investigación precisa se le ha querido atribuir. Agradezco la puntual corrección a la Dra. Liliana Pérez, quien ha investigado el asunto con precisión. 

 

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domingo, 17 de septiembre de 2023

EL SANTUARIO DE POMALLUCAY Y SANTO TORIBIO MOGROVEJO

EL SANTUARIO DE POMALLUCAY Y SANTO TORIBIO MOGROVEJO

José Antonio Benito

La denominación de Pomallucay, proviene de dos voces en quechua Poma= Puma (animal felino) y Llocay= Trepar, en consecuencia y con el paso del tiempo adoptó la denominación de Pomallucay que significa trepado sobre el puma. Se ubica en el pueblo ancashino de Pomallucay, distrito de San Luis, provincia de Carlos Fermín Fitzcarrald. Eclesiásticamente, pertenece a la jurisdicción de la Diócesis de Huari, por medio de la parroquia de San Luis. Se localiza a 20 minutos de San Luis, 1 hora de Chacas, y a 5 horas de Huaraz.

Visitaba el Santo la zona para celebrar el Sínodo de Piscobamba, cuando se hospedó cerca del lugar actual del santuario del Señor de Pumallucay y que en aquel tiempo era ocupada por una laguna con totorales. El Santo mandó que los peones amarraran las acémilas cerca de la laguna, donde había monte y pasto en el sitio llamado Yanapoma. Cuando, al día siguiente, los arrieros bajaron a por las acémilas no las encontraron sino sus restos devorados por los pumas.  Cabe señalar que este animal es conocido también como león andino o puma concolor (nombre científico), es el segundo felino más grande de América y el cuarto en el mundo, después del león, tigre y jaguar, caracterizado por ser ágil, huidizo, silencioso y fuerte, evitan enfrentamientos con animales y personas; los machos pueden alcanzar los 100 kilogramos de peso, mientras que las hembras llegan hasta los 64 kilogramos; es capaz de realizar saltos de hasta 6 metros de distancia, mientras que los verticales llegan a superar los 10, esto gracias al gran tamaño de sus patas traseras; no ruge, emite sonidos muy parecidos al de un ronroneo, sus patas delanteras tienen 5 dedos cada una, mientras que las traseras solo cuentan con 4 dedos cada una.

Al enterarse del grave perjuicio, Santo Toribio, en unión de los pobladores buscó afanoso a los animales que ubicó dormidos tras el opíparo banquete proporcionado por las mulas del Santo.  El santo arzobispo no permitió que los enardecidos pobladores  matasen a los felinos, sino que se acercó a los pacíficos pumas, los acarició, y como si fuese un milagro, los feroces pumas se comportaron como gatitos indefensos. El Prelado, amante de los animales, los bendijo y amansó cargando todo su equipaje en sus lomos como si de dos mansos borricos se tratase.

También cuenta la tradición, que el Cristo de la mirada triste fue traído por los españoles y dejado en abandono en un oconal (lugar húmedo o parcialmente anegados o pantanoso) posteriormente encontrado por un poblador, que, según él, se le aparecía en sus sueños y le mencionaba  que le construyan una iglesia. Su apariencia generó un sentimiento religioso muy importante, por lo que la comunidad de ese entonces decidió construirle una capilla techada con ichu y posteriormente  decidieron trasladarlo, cuenta que constantemente regresaba al mismo lugar de siempre, tras muchos intentos al fin el Señor de Pomallucay decide quedarse en su capilla.

Al llegar a Pomallucay, lo primero que se observa es la inmensa e imponente cúpula que da la bienvenida a todos los visitantes, la estética del santuario es realmente impresionante. En su interior se observa el techo, las columnas, vitrales y los trabajos en madera con el sello único de los trabajos realizados por la familia Don Bosco que contó con la iniciativa de su fundador el querido P. Hugo de Censi, que quiso dotar al santuario de lo mejor de la arquitectura renacentista, evocando la  basílica San Pedro de Roma en el Vaticano. Fue construido entre 1995 y 1997 por voluntarios de la Operación Mato Grosso y vecinos del lugar, liderados por el párroco de Chacas, Ugo de Censi y el obispo de HuariDante Frasnelli. El plano y parte de la dirección arquitectural, por quien fuese obispo de Huari, arquitecto Ivo Baldi. Todo el trabajo de maderaje y decoración fue llevado a cabo por los artesanos y alumnos de la Escuela Taller Don Bosco, así como por obreros calificados de las provincias cercanas y voluntarios italianos.

Fiel a su estilo caritativo, construyó la Casa Santa Teresita, lugar donde muchos jóvenes, realizan trabajos de voluntariado y cuidan a los más necesitados, ancianos, discapacitados y a personas de escasos recursos económicos.

La festividad principal se inicia el 14 de setiembre, fecha especial para muchos feligreses que asisten a la fiesta del Cristo crucificado, provenientes como romeros de diferentes pueblos y provincias de Pomabamba, Mariscal Luzuriaga, Carhuás, Huaraz, Yungay, Asunción, Huari, de los poblados de Carlos Fermín Fitzcacrald. De igual modo, peregrinan en los días de la Semana Santa. Los devotos inician la romería en Acorma y culminan en el propio Santuario de Pomallucay con la celebración de una misa multitudinaria y una gran escenificación de la vida, pasión y muerte de Jesús de Nazaret.

En sus instalaciones funciona el Seminario de Pomallucay, fundado en 1995. Es uno de los seminarios salesianos más importantes del Perú, cuyos sacerdotes egresados son puestos en misión en BoliviaBrasil, y diversas provincias peruanas.

Existe una tradición vinculada con el Santo, cerca de Piscobamba, en el lugar llamado Yishpaj  por haber hecho brotar buena agua de una parte muy alta para regar el valle de Llacma o Gagananin. Como el Santo se dirigiese a pie de Pomallucay a Piscobamba y subiese fatigosamente en pleno sol de Llacma a Llumpa, se encontró con una mujer que llevaba un cántaro de agua. El prelado le solicitó por amor de Dios un poco de agua para sus acompañantes y para él mismo; la mujer se negó debido al mucho sacrificio que le costaba por traerla de un lugar muy lejano. Los caminantes reanudaron resignados la marcha y volvieron a encontrarse con otra mujer que accedió a la petición de calmar su sed. Santo Toribio, conmovido por la bondad de la mujer, le dijo: Desde ahora no tendrás que seguir sufriendo por tu agua y con el báculo golpeó la roca de donde brotó instantáneamente agua para beneficio de todos los moradores de la zona.

FUENTES:

https://perudesconocido.pe/ancash/carlos-f-fitzcarrald/pomallucay-san-luis-ancash.html

https://es.wikipedia.org/wiki/Santuario_del_Se%C3%B1or_de_Pomallucay

GALBUSERA, Ambrogio: "El Melancólico Rostro- Pomallucay" (1996). Edición de la Prelatura de Huari.

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viernes, 15 de septiembre de 2023

P. José de Figueroa, OSA (Lima 1626-1705)

P. Fr. José de Figueroa, OSA (Lima 1626-1705)(1)

José Antonio Benito

Sacerdote agustino, natural de León de Huánuco. Conocemos por el proceso de beatificación de santo Toribio que declaró el 11.5.1690, que sus padres fueron Bernabé de Castañeda y Figueroa y María Samilla, 64 años, que fue maestro de profesos, subprior, maestro de novicios en la Recolección de Nuestra Señora de Guía , tres veces provincial, cuatro de novicios en el convento grande y prior del dicho convento de la Recoleta, visitador del convento de Huánuco, prior de Potosí, vicario provincial de aquella provincia, maestro graduado por Teología Pontificia de San Ildefonso de Lima. Se proclama devoto de Toribio Mogrovejo, sobre todo al ser testigo de la curación milagrosa del Licenciado D. Antonio de Ávila, presbítero, que sirvió para que la hermandad del Refugio de enfermos incurables se cambiase con el nombre de Casa del Refugio hospital del Beato Toribio Mogrovejo[2].

En la espiritualidad de la orden agustiniana del protomártir peruano Fray Diego de Ortiz y el siervo de Dios prelado Agustín López de Solís, destaca por su celo caritativo  fundando una cofradía de clérigos seculares y el hospital del Refugio, de acuerdo con una  revelación de Cristo Pobre, que le dijo "tú eres mi refugio en esta tribulación", lo que le llevó a fundar el hospital Refugio de Incurables. La aparición de Cristo Pobre al siervo de Dios Fray José de Figueroa se halla en el tercer tomo de la Crónica Agustiniana escrita por el religioso de la Orden en aquella misma época del suceso, Fray Juan Teodoro Vázquez.

Refiere el citado cronista que habiéndose llamado al Padre Maestro Fray José de Figueroa, siervo de Dios, para que auxiliase a una mujer del pueblo que se encontraba en el último trance de la vida, acudió presuroso al desempeño de su ministerio; y al retirarse de la habitación escuchó lastimeros quejidos que salían de un muladar inmediato. Acercóse el sitio y vii tendido en ese asqueroso suelo a un hombre joven aún, a quien preguntó prontamente y apenado: ¿qué le pasa hermano de mi alma?

-Mi gran pobreza contestó afligido el enfermo, y la calidad de mis males que son incurables, me han colocado en este desamparo, y no se me permite otro lugar de reposo.

Anegado en lágrimas el buen sacerdote ofrecióle al desdichado sujeto, entre palabras de consuelo, todo lo que pudiera necesitar; y al ver que por la suma debilidad en que se hallaba y los agudísimos dolores que padecía, no podía caminar, lo levantó con sus brazos y sin sentir el peso de la carga llevólo a su Convento, y cariñosamente lo puso en su propia cama. Preparó en seguida agua para lavarle los pies, suponiendo que los tuviese desaseados, pero al descubrirlos los vio más limpios y blancos que la nieve, y en cada empeine una llaga bermeja y resplandeciente».

Abrasado en las llamas de puro y ardiente amor, el religioso levantó la cabeza para ver el rostro del enfermo, y éste con tierna y dulcísima Voz le dijo: "Tú eres mi refugio en mi gran tribulación, tal es la que padecen los pobre enfermos incurables, que son los que más vivamente representan en este mundo mis trabajos" Y seguidamente desapareció[3].

Según la crónica agustiniana de Fray Juan Teodoro Vázquez, Fray José sale a las calles a «solicitar limosnas para los pobres» con autorización de sus Prelados; compra una silla de manos y con dos robustos jornaleros, se dedica a recoger los enfermos que no se curaban en sus casas y no tenían fuerzas para acudir a los hospitales; conduce a enfermos que recogía hasta «un lugar destinado a sus alivio.  La campanilla que hacía sonar «penetraba lo más retirado de las Casas y tenía por eco el clamor de muchos dolientes desamparados»

Se estimaba en la Ciudad imposible de hacer el Refugio, en razón de su costo elevado y la carencia de rentas del religioso agustino. Sin embargo al P. Figueroa confiaba que «Dios moverá el corazón a un caballero muy rico para hacer esta obras». Llega a sus oídos que el rico comerciante don Domingo de Cueto estaba muy enfermo, «el último vale de su vida». El P. Figueroa visita a Don Domingo y le pide en su lecho de enfermo, que si quiere sanar se acuerde de sus pobres enfermos. En nueva visita, tres días después, el P. Figueroa estimula su decisión para visitar juntos ocho días después, la obra de los enfermos; cesa la calentura ética de don Domingo, ingiere alimentos sólidos y se recupera notablemente, con asombro de los médicos y personas que lo rodean.

También ingresaron al Refugio de Incurables numerosos llagados y paralíticos por mediación del P. Figueroa. Escribe el P. Vázquez que «c𝑢𝑎𝑛𝑡𝑜 𝑝𝑜𝑛í𝑎 𝑙𝑎 𝑐𝑎𝑟𝑖𝑑𝑎𝑑 𝑒𝑛 𝑙𝑎 𝑚𝑎𝑛𝑜 𝑑𝑒𝑙 𝑠𝑖𝑒𝑟𝑣𝑜 𝑑𝑒 𝐷𝑖𝑜𝑠. 𝐴𝑙 𝑝𝑢𝑛𝑡𝑜 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑠𝑖 𝑓𝑢𝑒𝑟𝑎 𝑢𝑛𝑎 𝑏𝑟𝑎𝑠𝑎, 𝑙𝑜 𝑠𝑜𝑙𝑡𝑎𝑏𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑓𝑢𝑒𝑠𝑒 𝑐𝑎𝑙𝑜𝑟 𝑑𝑒𝑙 𝑛𝑒𝑐𝑒𝑠𝑖𝑡𝑎𝑑𝑜, 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑒𝑙 𝑒𝑟𝑎 𝑓𝑢𝑒𝑔𝑜𝑠». Parece que su frase predilecta convertida en slogan de la Casa era "amemos mucho a Dios". saludo   

Uno de los prodigios conocidos fue evitar el suicidio de una negra soltera que había quedado embarazada sin estar casada y veía ningún futuro esperanzador por lo que quería quitarse la vida con un cuchillo. Al verla el P. José la increpó  y le dijo: "María, entrégame ese cuchillo que llevas oculto". Había conseguido descubrir el arma sin verla y de esta forma pudo impedir el acto criminal.[4]

Se cuenta de él el don de profecía pues ocho meses antes del terremoto de 20 octubre 1687, el Venerable religioso profetizó los dos grandes sismos y que causarían graves daños a Ia Ciudad

De la popularidad y santidad de nuestro protagonista da fe el Diario de Noticias 1700-1705 de LIMA que le dedica una significativa nota con motivo de su muerte el 15 de noviembre de 1705 y su entierro el 18 :

"Enterróse este día en su convento de San Agustín el gran siervo de Dios y venerable Padre Maestro Fray Joseph de Figueroa, natural de la ciudad de Huánuco, de más de 80 años de edad, conocido y venerado en Lima por el padre del Amor de Dios, porque así lo enseñaba a todos y les encendía los corazones con sus exhortaciones continuas en la santa capilla del Santo Cristo de Burgos y en todas partes donde entraba; grande padre de pobres y fundador del Hospital del Refugio para los incurables; de heroicas virtudes, eximia caridad, humildad profunda y mortificación portentosa; ilustrado y favorecido con singulares maravillas del cielo. Estuvo 4 días su venerable cuerpo tratable y flexible, desde el día 15 a las 3 de la mañana, en que murió, hasta el día 18 por la tarde, en que fue su entierro, expuesto a la veneración del gran gentío que concurrió a verlo y a tocar reliquias. Asistió a su depósito la Real Audiencia y todos los tribunales, y celebró los oficios del venerable deán y Cabildo. Concurrencia igual el día 26, en que predicó a sus honras el M. R. P. M. fray Francisco de Figueroa, con especialísimo acierto y elección en la ponderación de sus virtudes y favores"[5].



[2] AAL, Sección Causas Canonización. Tomo XVII: Santo Toribio, ff. 300-302v  

[3] Miguel RABÍ CHARA Hospital Refugio de Incurables Santo Toribio de Mogrovejo de Lima" Evolución Histórica

[4] Rafael SÁNCHEZ-CONCHA B., Santos y Santidad en el Perú Virreinal, V&E, Lima, 2003, p.219

[5] FIRBAS, P. P., RODRÍGUEZ GARRIDO, J. A. (Eds.) (2017). Diario de noticias sobresalientes en Lima y Noticias de Europa (1700-1711), Volumen 1 (1700-1705). Instituto de Estudios Auriseculares. http://hdl.handle.net/11354/1671 p.51 p.2

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jueves, 14 de septiembre de 2023

P. Miguel de Ribera (1600-1680), oratoriano

P. Miguel de Ribera (1600-1680)

Sacerdote oratoriano o filipense, nace en Trujillo. Atraído por el señuelo de la plata de Potosí, viajó hasta la rica ciudad del Alto Perú. Desengañado del mundo material, se dirige a La Paz donde siente el llamado de Dios y de ingresar en el Seminario como sacerdote. Tras su ordenación presbiteral dirige un colegio de primeras letras. Gracias a su voz privilegiada y excelentes dotes musicales fue invitado por su amigo el Padre Agustín Negrón, canónigo de la catedral de Lima, para ser director de canto de la catedral.

Entra en contacto con el venerable jesuita P. Francisco del Castillo a través de la Escuela de Cristo y despierta en él un celo ardiente por servir al prójimo, repartiendo los mil pesos que recibía como sueldo entre los más necesitados. Lleva una vida austera y penitente, acogiéndose al hospital de San Pedro para sacerdotes. Fue allí donde conoció al padre Alonso Riero de Pastrana que desde 1671 estaba en proceso de fundar el instituto de San Felipe Neri en el Perú, uniéndose al mismo. Años más adelante, el arzobispo Monseñor Juan de Almoguera (1674-1676) les otorga la licencia para vivir en comunidad. El Padre Miguel se siente identificado con el carisma y la espiritualidad de los oratorianos, especialmente por el cultivo de la música sagrada, la prédica y el apostolado de la confesión. Será en este ministerio en el que destacará el P. Ribera ya que destinará toda la mañana a atender a todo género de personas, especialmente a las más desorientadas; de hecho su biógrafo Francisco Antonio de Montalvo refiere que atendía con "mayor aplicación al consuelo de los más pobres indios y despreciados negros". Ello no quita para que otros muchos, aventajados en virtud como el propio arzobispo Juan de Almoguera, lo eligieran también como confesor y director espiritual. Tras el almuerzo compartía sus alimentos con los pordioseros y por la tarde visitaba conventos de religiosas o beaterios. Como otro san Felipe Neri, fundador de su congregación, gozaba con los niños a quienes catequizaba con simpatía. Al anochecer retomaba el ministerio de la confesión y dedicaba largo tiempo a la adoración eucarística. Sensible a la problemática ciudadana logró la reconciliación de dos familias que se odiaban a muerte.

Partió para la patria celestial el 1 de febrero de 1680.

La Congregatio Oratorii Sancti Philippi Nerii es una sociedad de Vida Apostólica conformada por sacerdotes seculares y seglares que viven en común, sin votos religiosos, iniciada por san Felipe Neri, en las inmediaciones de la iglesia romana Santa María in Vallicella. El papa Gregorio XIII la erigió en 1575 con la bula «Copiosus in misericordia Deus», y su característica es que sus sacerdotes tienen el compromiso de seguir el modelo fundado por san Felipe Neri. Popularmente conocido como el santo de la Alegría y Apóstol de Roma nació en Florencia (Italia) el 21 de julio de 1515 y falleció el 26 de mayo de 1595 en Roma; fue canonizado en 1622.

La fundación se llevó a cabo en San Girolamo, en Roma, donde sus discípulos se reunían para la instrucción espiritual mediante conferencias. En 1564 se hizo cargo de la iglesia de los Florentinos, donde sus discípulos sacerdotes celebraban la Misa y predicaban cuatro sermones diarios, intercalados con himnos y devociones populares. El trabajo de once años en San Juan demostró que la nueva congregación necesitaba una iglesia propia y vivir bajo una regla definida. Obtuvieron del Papa la iglesia de Santa María in Vallicella, hoy conocida como la Chiesa Nuova, donde la congregación fue erigida por Gregorio XII el 15 de julio de 1575. La nueva comunidad debía ser una congregación de sacerdotes seculares viviendo bajo obediencia, pero sin ningún voto que los atara. Otra característica del instituto fue el hecho de que cada casa era independiente.

La regla, una recopilación de la forma de gobernar de San Felipe, no fue escrita sino hasta diecisiete años después de su muerte, y fue finalmente aprobada por Pablo V en 1612. La admisión a la congregación también se realiza por elección y el candidato debe ser "natus ad institutum," tener entre 18 y 40 años de edad y tener los suficientes ingresos como para mantenerse. El noviciado dura tres años y es probablemente así de largo para probar firmemente la vocación a un instituto sin votos. Concluyendo los tres años, si el novicio es aprobado, se convierte en un padre trienal y miembro de la congregación, pero no tiene voto electivo sino hasta que cumple sus diez años. La expulsión se realiza por una mayoría de dos tercios de los votantes. A ningún miembro se le permite aceptar cualquier dignidad eclesiástica. Se establecieron también regulaciones para el vestir, modo de vida en la comunidad y para el refectorio. El instituto tiene tres objetivos: oración, predicación y los sacramentos. "Oración" incluye un cuidado especial en la realización de los oficios litúrgicos, estando los padres presentes en coro en las fiestas principales, así como acudir a las devociones populares diarias. Los "Sacramentos" implican su frecuente recepción, la cual había caído en desuso en tiempos de la fundación del Oratorio. Para este propósito, uno de los padres debe haber siempre en el confesionario y todos estar presentes para confesar en vísperas de fiestas. La forma de dirección como fue enseñada por San Felipe es ser amable, más que severo, y las faltas muy graves deben ser tratadas indirectamente. "Una vez que un poco de amor logra entrar en sus corazones," dice San Felipe, "el resto vendrá solo."

La "Predicación" comprende cuatro sermones diarios. Los sermones en el oratorio eran discursos simples y familiares; el primero una exposición de algunos puntos de la lectura espiritual que había precedido, y por lo tanto impromptu; el siguiente sería sobre un texto de la Sagrada Escritura; el tercero sobre historia eclesiástica y el cuarto sobre vidas de los santos. Cada sermón duraba media hora, al cabo de la cual sonaba una campana y el predicador se callaba de inmediato. La música, si bien popular, era de alto nivel. Palestrina, un penitente del santo, compuso muchas de las laudes que se cantaban. Su excelencia excitó la admiración de los extranjeros. John Evelyn en su diario, el 18 de noviembre de 1644, habla de sí mismo como embelesado con el sermón de un niño y los servicios musicales del Oratorio de Roma. Animuccia, maestro de coro en San Pedro, asistía constantemente para guiar el canto. En cercana conexión con el Oratorio está la Hermandad del Pequeño Oratorio, una confraternidad de clérigos y laicos, primero formados por los discípulos de San Felipe, quienes los juntaban en su cuarto para oración mental y Misa los domingos, visitaban en turno un hospital diario y se disciplinaban en los ejercicios de la pasión los viernes. Hacían juntos la visita de las siete casas, especialmente en tiempo de carnaval y su devoción y actitud de recogimiento convirtieron a muchos.

Poco después, en 1681 viajó el P. Alonso Riero a Madrid y a Roma para lograr la aprobación de la congregación, tal como había sugerido el nuevo arzobispo don Melchor de Liñán y Cisneros. Será una Real Cédula de 1683 la que permite agregar el Hospital de San Pedro al Oratorio y el Papa Inocencio XI quien autoriza la erección del Oratorio en Lima y la adjudicación del hospital al mismo. Aunque el Hospital siguió decayendo en picado, la Congregación del Oratorio se mantuvo; el arzobispo les dio licencia para vivir en comunidad observando dichas constituciones, siendo él, el primer prepósito de diez y seis compañeros que se le asociaron en el local que ocupaba el hospital de clérigos, el cual tomaron a su cargo en 1684.

Fuente:

SÁNCHEZ-CONCHA B., Rafael Santos y Santidad en el Perú Virreinal, V&E, Lima, 2003, p. 209-211.

MONTALVO, Francisco Antonio de Vida del venerable padre Miguel de Ribera, sacerdote de la congregación del Oratorio de la ciudad de Lima, ilustrada con las sentencias espirituales de su glorioso patriarca S. Phelipe Neri […] Imprenta de Nicolás Ángel Tinassio, Roma 1683 

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miércoles, 13 de septiembre de 2023

VENERABLE VICENTE BERNEDO, APÓSTOL DE CHARCAS (José María Iraburu: Hechos de los Apóstoles en América)

VENERABLE VICENTE BERNEDO, APÓSTOL DE CHARCAS

1.      Un muchacho navarro

2.      Fray Vicente Bernedo, dominico

3.      Estudios y sacerdocio

4.      Primeros ministerios

5.      Cartagena, Bogotá, Lima

6.      En Potosí, Villa Imperial y «pozo del infierno»

7.      Recogimiento inicial

8.      Estudio y pobres

9.      Fraile predicador con fama de santo

10.  Doctrinero en la parroquia india de San Pedro

11.  Misionero itinerante

12.  Retiros largos y resurrecciones

13.  Los chiriguanos, sueño imposible

14.  Teólogo y escritor

15.  Siempre el mismo

16.  Éxtasis final y muerte

1.      Un muchacho navarro

En Navarra, las rutas del Camino de Santiago que vienen de Francia, una por Roncesvalles, y otra por Aragón, se unen en un pueblo de un millar de habitantes, Puente la Reina, que debe su nombre al bellísimo puente por el que pasan los peregrinos jacobeos. Allí, junto a la iglesia de San Pedro, en el hogar de Juan de Bernedo y de Isabel de Albistur y Urreta, nace en 1562 un niño, bautizado con el nombre de Martín, el que había de llamarse Vicente, ya dominico. Son seis hermanos, y uno de ellos, fray Agustín, le ha precedido en la Orden de Predicadores.

Conocemos bastante bien la vida del Venerable «fray Vicente Vernedo Albistur» -así firmaba él- a través de los testigos que depusieron en los Procesos instruídos a su muerte. Se perdieron los procesos informativos realizados en 1621-1623 por el arzobispo de Charcas o La Plata, pero se conservan los demás procesos (Pamplona 1627-1628, Potosí 1662-1664, La Plata 1663, Lima 1678).

Contamos también con una Relación de la vida y hechos y muerte del Venerable religioso padre fray Vicente de Bernedo, compuesta hacia 1620 por un dominico anónimo que convivió con él; y con las antiguas biografías publicadas por los dominicos Juan Meléndez (1675) y José Pérez de Beramendi (1750), así como con los excelentes estudios recientes del padre Brian Farrely, O.P., vicepostulador de su Causa de beatificación, que son la base de nuestra reseña.

De 1572 a 1578, aproximadamente, Martín estudió humanidades en Pamplona. Hay indicios bastante ciertos de que a los diez o doce años hizo «voto de castidad y religión», a la muerte, que le impresionó mucho, de un tío suyo capitán. A los dieciséis años de edad, fue Martín a estudiar en la universidad de Alcalá de Henares, y ya entonces, en el colegio universitario en que vivió, se inició en una vida de estudio y recogimiento. Recordando esta época, poco antes de morir, declaró con toda sencillez que «aunque en su mocedad y principios había tenido terrible resistencia, rebeldía y tentaciones en su carne, había vencido ayudado de Dios con ayunos y penitencias». Una vez que descubrió la inmensa fuerza liberadora del ayuno y de la penitencia, les fue adicto toda su vida.

2.      Fray Vicente Bernedo, dominico

Tenían los dominicos en Alcalá de Henares dos casas, el Colegio de Santo Tomás y el convento de la Madre de Dios. En éste, fundado en 1566, y que vivía en fidelísima observancia regular, tomó el hábito en 1574 Agustín Bernedo. Y cuando Martín fue a estudiar en Alcalá, allí se verían los dos hermanos, y el pequeño sentiría la atracción de la comunidad dominicana. El caso es que en 1580 ingresó Martín en la Orden.

Los dominicos entonces vivían con un gran espíritu. A partir de la Observancia aceptada en España en 1502, y de la que ya dimos noticia, habían acentuado rigurosamente la pobreza, característica originaria de las Ordenes mendicantes, las penitencias corporales, y la dedicación a la oración, con una cierta tendencia eremítica, en cuanto ella era compatible con la vida cenobítica y apostólica. Taulero, la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, así como los dominicos Savonarola y Granada, eran para ellos los maestros espirituales preferidos.

Dedicados los dominicos principalmente al ministerio de la predicación, dieron mucho auge a las cofradías del Rosario y del santo Nombre de Jesús. Por otra parte, su formación intelectual venía guiada por la doctrina de Santo Tomás de Aquino, declarado Doctor Universal en 1567.

En este cuadro religioso floreciente, Martín Bernedo hizo en 1581, el 1 de noviembre, su profesión religiosa, y adoptó el nombre de Vicente. Vino así a tomar el relevo de otro gran santo dominico hispano-americano, San Luis Bertrán, que había muerto en Valencia el 9 de octubre de ese mismo año. Uno y otro, como veremos, ofrecen unos rasgos de santa vida apostólica muy semejantes. Los dos venían de la misma matriz sagrada, la fiel Observancia dominicana.

3.      Estudios y sacerdocio

La renovación de la Orden de los Predicadores, y el auge de la doctrina de Santo Tomás, trajo consigo un notable florecimiento de teólogos dominicos, como el cardenal Cayetano en Italia, Capreolo en Francia, o en España Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y Domingo Báñez. Cuando fray Vicente Bernedo pasó a Salamanca, donde siguió estudios hasta 1587, encontró a esta universidad castellana en uno de sus mejores momentos, y pudo adquirir allí una excelente formación intelectual. Fue discípulo del gran tomista Báñez, y también probablemente del famoso canonista Martín de Azpilcueta, «el Doctor Navarro», tío de San Francisco de Javier. Compañeros de fray Vicente fueron por aquellos años salmantinos los dominicos Juan de Lorenzana y Jerónimo Méndez de Tiedra, y este último sería más tarde el Arzobispo de Charcas o la Plata que le haría el primer proceso de de canonización.

En 1586 llegó el día en que fray Vicente pudo escribir a su casa esta carta dichosa: «Señora Madre: por entender que Vuestra merced recibirá algún contento de saber (que ya bendito Dios) estoy ordenado sacerdote, he querido hacerla saber a Vmd. como ya me ordené (gracias a mi Dios, y a la Virgen Santísima del Rosario, y nuestro Padre Santo Domingo) por las témporas de la Santísima Trinidad».

4.      Primeros ministerios

En el convento de Valbuena, en las afueras de Logroño, parece ser que en 1591 tuvo ministerio fray Vicente. Consta que predicó en Olite y que allí estableció una cofradía del Rosario. Se sabe por un testigo del Proceso de Pamplona (1627) que fray Vicente «hizo en este reino de Navarra muchas cosas que dieron muestras de su mucha virtud, religión y cristiandad, como es predicar la palabra de Dios en esta Villa de la Puente y en el valle de Ilzarbe, fundando en varios lugares de dicho valle cofradías de nuestra Señora del Rosario».

Predicaban por entonces los dominicos todo el Evangelio de Cristo a través de los misterios del santo Rosario. Un testigo del Proceso potosino, el presbítero Luis de Luizaga, afirmó que fray Vicente «le enseñó a rezar el rosario del nombre de Jesús», en el que se rezaba una avemaría en lugar del padrenuestro, y en lugar del avemaría se decía «ave, benignísimo Jesús».

Sabemos que en 1595 estaba fray Vicente en el convento de la Madre de Dios, de Alcalá. Para esas fechas ya había muerto su hermano mayor, en la expedición de la Armada Invencible, y su hermano dominico, fray Agustín. No quedaban ya más hermanos que Lorenzo, fray Vicente y Sebastiana. Y fue entonces cuando fray Vicente -en el convento madrileño de Atocha, donde había muerto el padre Las Casas treinta años antes- se inscribió en una expedición misionera hacia el Perú. Pasó a las Indias en 1596 o 1597, sin que podamos precisar más la fecha y la expedición.

5.      Cartagena, Bogotá, Lima

Cuando fray Vicente llegó al puerto de Cartagena, vió un una ciudad fuertemente amurallada, de altos contrafuertes, al estilo de Amberes o de Pamplona. El Obispo, fray Juan de Ladrada, era el cuarto pastor dominico de la diócesis, y todavía estaba viva en la zona el admirable recuerdo de San Luis Bertrán. Poco tiempo estuvo allí fray Vicente, pues en seguida fue asignado como lector, es decir, como profesor a la Universidad del Rosario, en Santa Fe de Bogotá.

Esta importante ciudad de Nueva Granada tenía Audiencia, contaba con unos seiscientos vecinos y con cincuenta mil indios tributarios. El convento dominico del Rosario, fundado en 1550, pronto tuvo algunas cátedras, y en 1580 fue constituído por el papa como Universidad. Allí estuvo el padre Bernedo un par de años como profesor.

En 1600 fue asignado a Lima, hacia donde habría partido a pie, pues esto era lo mandado en las Constituciones actualizadas de 1556: «Como ir en cabalgadura repugne al estado de los mendicantes, que viven de limosnas, ningún hermano de nuestra Orden, sin necesidad, sin licencia (cuando haya aprelado a quien acudir) o sin grave necesidad, viaje en montura, sino vaya a pie». Así pues, el padre Bernedo se dirigió a pie, por la cuenca del río Magdalena, y a través de un rosario de conventos dominicanos -Ibagué, Buga, Cali, Popayán, Quito, Ambato, Riobamba, Cuencia y Loja-, llegó hasta Lima, la Ciudad de los Reyes.

En 1600, la Archidiócesis de Lima era en lo religioso la cabeza de todo el Sur de América, pues tenía como sufragáneas las diócesis de Cuzco, Charcas, Quito, Panamá, Chile y Río de la Plata. En aquella sede metropolitana, en el III Concilio limense de 1583, se habían establecido las normas que durante siglos rigieron la acción misionera y pastoral en parroquias y doctrinas. Fray Vicente sólo estuvo en Lima unos cuantos meses.

Tenía entonces 38 años, y las edades que entonces tenían los santos vinculados a Lima eran éstas: 62 el arzobispo, Santo Toribio de Mogrovejo, 51 San Francisco Solano -que cinco años más tarde iba a producir en la ciudad un pequeño terremoto con un famoso sermón suyo-; 21 San Martín de Porres, 14 Santa Rosa de Lima, y 15 San Juan Macías, que llegaría a Lima quince años después.

6.      En Potosí, Villa Imperial y «pozo del infierno»

Largas jornadas hizo fray Vicente, descansando con sus hermanos dominicos en Jauja, Huamanga -hoy Huancavelica- y Cuzco, caminando luego por aquellas tierras altísimas, hacia Copacabana, una doctrina de la Orden junto al lago Titicaca, y Chuquiabo, donde en 1601 se fundó el convento de La Paz, y siguiendo después hacia el convento de San Felipe de Oruro, para llegar finalmente al de Potosí.

Desde Cartagena de Indias había hecho un camino de 1.200 leguas, es decir, unos 7.000 kilómetros, mucho más largo que aquel otro viaje en el que acompañamos a San Francisco Solano desde Paita hasta el Tucumán. Por fin el padre Bernedo ha llegado al lugar que la Providencia divina le ha señalado, para que en dieciocho años (1601-1619) se gane el nombre de Apóstol de Charcas.

Potosí, a más de 4.000 metros de altura, fundada en 1545 al pie del Cerro Rico, o como le decían los indios Coolque Huaccac -cerro que da plata-, era ya por entonces una ciudad muy importante, llena de actividad minera y comercial, organizada especialmente a raíz de la visita del virrey Francisco de Toledo, en 1572, y de las célebres Ordenanzas de Minas por él dispuestas. En torno a la Plaza Mayor, hizo erigir Toledo la Iglesia Matriz, las Cajas Reales y la Casa de Moneda.

Contaba la Villa Imperial con conventos de franciscanos, dominicos, agustinos, jesuítas y mercedarios, situados en las manzanas próximas a la Plaza Mayor. Había varias parroquias «de españoles», trece para los indios que se agrupaban en poblaciones junto a la ciudad, y una «para esclavos», es decir, para los negros. Entre la ranchería de los indios y el Cerro se hallaba la tarja, casa en la que se pagaba a los mineros su trabajo semanal. En las minas los indios, obligados al trabajo por un tiempo cada año, según el servicio de mita o repartimiento, o bien contratados por libre voluntad -los llamados mingados-, laboraban bajo la autoridad del Corregidor, del alcalde de minas, de tres veedores y de ocho alguaciles o huratacamayos.

Por esos años en Potosí, a los treinta años de la fundación de la ciudad, las condiciones laborales de las minas eran todavía pésimas. Y también aquí se alzaron en seguida voces de misioneros y de funcionarios reales en defensa de los indios.

En 1575 tanto el arzobispo de Lima, fray Jerónimo de Loaysa, como el Cabildo de la misma ciudad elevan memoriales sobre la situación del trabajo en las minas (Olmedo Jiménez, M., 276-278). Unos años después, en 1586, Fray Rodrigo de Loaisa escribe otro memorial en el que describe así el trabajo minero de los indios, concretamente el que realizaban en Potosí: «Los indios que van a trabajar a estas minas entran en estos pozos infernales por unas sogas de cuero, como escalas, y todo el lunes se les va en esto, y meten algunas talegas de maíz tostado para su sustento, y entrados dentro, están toda la semana allí dentro sin salir, trabajando con candelas de sebo; el sábado salen de su mina y sacan lo que han trabajado». Cuando a estos pobres indios se les predica del infierno, «responden que no quieren ir al cielo si van allá españoles, que mejor los tratarán los demonios en el infierno... y aún muchos más atrevidos me han dicho a mí que no quieren creer en Dios tan cruel como el que sufre a los cristianos».

El mismo virrey Velasco, en carta de 1597 al rey Felipe II, le pide que intervenga para reducir estos abusos, y denuncia que los indios vecinos de Potosí son traídos a las minas «donde los tienen 2, 4, 6 meses y un año, en que con la ausencia de su tierra, trabajo insufrible y malos tratamientos, muchos se mueren, o se huyen, o no vuelven a sus reducciones, dejando perdidas casa, mujer e hijuelos, por el temor de volver, cuando les cupiere por turno [la llamada mita], a los mismos trabajos y aflicciones y por los malos tratamientos y agravios que les hacen los Corregidores y Doctrinantes con sus tratos y granjerías». Nótese que alude también a los abusos de los sacerdotes encargados de las Doctrinas. En efecto, poco antes ha señalado «la poca caridad con que algunos ministros de doctrina, particularmente clérigos, acuden a los que están obligados». Los culpables de todas estas miserias tenían todavía ánimo a veces para defenderse con piadosas alegaciones, como las escritas por Nicolás Matías del Campo, encomendero de Lima, en 1603, en su Memorial Apologético, Histórico, Jurídico y Político en respuesta de otro, que publicó en Potosí la común necesidad, y causa pública, para el beneficio de sus minas. En este engendro «maquiavélico», como bien lo califica hoy el padre Farrely, el sutil encomendero se atreve a alegar que «ni la deformidad de la obra se considera, cuando se halla sana, santa y recta la intención del operante». Sic.

7.      Recogimiento inicial

En este mundo potosino, extremadamente cruel, como todo mundo centrado en el culto al Dinero, ¿qué podía hacer el padre Bernedo, si quería conseguir que Cristo Redentor, el único que puede librar del culto a la Riqueza, fuera para los indios alguien inteligible y amable? Comenzó por donde iniciaron y continuaron su labor todos los santos apóstoles: por la oración y la penitencia.

En aquellos años el convento dominico de Potosí tenía unos doce religiosos, y el recién llegado fray Vicente, antes de intentar entre los indios el milagro de la evangelización, quiso recogerse un tiempo con el Señor, como hizo San Pablo en Arabia (Gál 1,17). Durante dos años, según refiere la Relación anónima, «tuvo por celda la torre de las campanas, que es un páramo donde si no es por milagro no sabemos cómo pudo vivir». De allí, según Meléndez, hubieron los superiores de pasarle a un lugar menos miserable, a una celda «muy humilde, en un patiecillo muy desacomodado».

Y allí se estuvo, en una vida semieremítica, pues «amaba la soledad, de tal suerte que lo más del día se estaba en su celda encerrado haciendo oración, y si no era muy conocido el que llamaba a su celda no le abría». Un testigo afirmó que «todos los días se confesaba y decía misa con grandísima devoción». También «la devoción que tuvo con nuestra Señora y su santo rosario fue muy grande, el cual rezaba cada día y le traía al cuello». Igual que en San Luis Bertrán, hallamos en el Venerable Bernedo el binomio oración y penitencia como la clave continua de la acción apostólica fecunda.

Fray Vicente, concretamente, no comía apenas, por lo que fue dispensado de asistir al refectorio común. «Su comida -dice el autor de la Relación- fue siempre al poner el sol un poco de pan, y tan poco... que apenas pudo ser sustento de la naturaleza. En las fiestas principales el mayor regalo que hacía a su cuerpo era darle unas sopas hechas del caldo de la olla antes que hubiese incorporado a sí la grosedad de la carne... Certifican los que le llevaba el pan que al cabo de la semana volvían a sacar todo, o casi todo el que habían llevado, de donde se echa de ver lo poco que comía, y lo mismo afirman los que en sus casas le tuvieron en los valles», cuando comenzó a misionar, donde «los de aquella tierra no le conocieron más cama que el suelo».

Fue siempre extremadamente penitente, como se vió -sigue diciendo el Relator- «por los instrumentos de penitencia que nos dejó: dos cilicios uno de cerdas que siempre tuvo a raíz de las carnes, y un coleto [chaleco] de cardas de alambre que el Prelado le quitó en la última enfermedad de la raíz de las carnes, cuatro disciplinas cualquiera de ellas extraordinarias con que todas o las más noches se azotaba. La una más particular es una cadena de hierro de tres ramales, limados los eslabones para que pudiesen herir agudamente; unos hierros con que ceñía su cuerpo que le quitaron de él por reliquias los seculares que en su última enfermedad le visitaron». Y es que «siempre se tuvo por gran pecador», y con razón pensaba que no podría dar fruto en el apostolado si no mataba del todo en sí mismo al hombre viejo, dejando así que en él actuase Cristo Salvador con toda la fuerza de su gracia.

8.      Estudio y pobres

El fámulo del convento, Baltasar de Zamudio, dijo que algunas veces que acudió a la celda de fray Vicente vió «que tan sólamente tenía una tabla y sobre ella una estera en que dormía, sin otra más cosa que unos libros en que estudiaba». Oración y estudio absorbían sus horas en ese tiempo. Lo mismo dice el presbítero Juan de Oviedo: «Siempre [que] entraba en la celda del siervo de Dios padre maestro fray Vicente Vernedo, siempre le hallaba escribiendo algunos cuadernos... y otras veces lo hallaba rezando hincado de rodillas».

Como veremos, era fray Vicente muy docto en Escritura y teología, y en su labor docente de profesor escribió varias obras. Pero no por eso se engreía, sino que «era muy humilde y pacífico con todos los que le comunicaban -según Meléndez-, y los hábitos que tenía eran muy pobres y rotos». Al amor de la pobreza unía el amor a los pobres, y en todas las fases de su apostolado tuvo un especial cuidado por ellos.

Cuando salía a veces a buscar limosna para el convento, «a la vuelta del viaje preguntándole el Prior cuánta limosna traía, respondía con sumisión que ninguna; porque la que había juntado la había repartido entre los indios que había en muchos parajes, necesitados de todo, y más que los mismos frailes, a quienes lo daba Dios por otros caminos... Y esto lo sabía decir con tales afectos de su encendido fervor y celo caritativo, que no sólo dejaba pagados y satisfechos a los prelados, sino contentos y alegres, teniendo su caridad en mucho más que si trajera al convento todas las piñas y barras del Cerro de Potosí».

La testigo Juana Barrientos «vió muchas veces» que cuando «le daba limosna por las misas que le decía, el venerable siervo de Dios iba luego a la portería, y la plata la daba de limosna a los pobres que allí estaban; y así le llamaban todos "el padre de los pobres" por grande amor y caridad». Y Juan de Miranda declaró que «lo poco que tenía [fray Vicente] lo daba de limosna a los pobres que a él acudían, y no teniendo qué darles se entristecía mucho y los consolaba con oraciones, encargándoles mucho a todos no ofendiesen a su Divina Majestad».

Sin embargo, como refiere Meléndez, «no era pródigo y desperdiciado, que bien sabía cómo, cuándo y a quién había de dar limosna; porque la misma caridad que le movía... a liberalidad con sus prójimos, le había hecho profeta de sus necesidades...; y así en llegando a su celda algunos de los que gastan lo suyo y lo ajeno en juegos y vanidades, y andan estafando al mundo, a título de pobreza, respondía ingenuamente: "Perdone, hermano, que no doy para eso"; y por más que le instaban y pedían significando miserias y necesidad, se cerraba respondiendo que no daba para eso; y esto pasó tantas veces, que llegaron a entender que por particular don de Dios, conocía los que llegaban a él por vicio, o por necesidad».

9.      Fraile predicador con fama de santo

Por lo que se ve, en estos años de recogimiento casi eremítico, fray Vicente apenas salía de su celda como no fuera a servir a los pobres. Pero también salía, como buen dominico, cuando era requerido para el ministerio de la predicación. Predicaba con un extraño ardor, con una exaltación que, concretamente al hablar de la Virgen, le hacía elevarse en un notable éxtasis de elocuencia, hasta perder la noción del tiempo: «Sucedió en una ocasión -cuenta Meléndez- que predicando el venerable en una de las festividades de nuesta Señora, se explayó de tal manera en sus encomios, que de alabanza en alabanza, se fue dilatando tanto que predicó cinco o seis horas de una vez, con pasmo de los oyentes».

Ya por estos años el padre Bernedo tenía fama de santo, hasta el punto, dice el presbítero Juan de Cisneros Boedo, que «no salía de su celda, porque en saliendo fuera del convento no le dejaban pasar por las calles porque todas las personas que lo veían se llegaban a besar la mano y venerarle, y huyendo de estas honras excusaba siempre salir de su celda».

Y otro presbítero, Luis de Luizaga, añade que «si alguna vez salía era por mandado de los prelados a algún acto de caridad, y entonces procuraba que fuese cuando la gente estaba recogida, porque todas las personas que lo veían luego se abalanzaban a besarle las manos y venerarle por santo».

10.  Doctrinero en la parroquia india de San Pedro

Se acabaron, por fin, los años de vida recoleta. Por los años 1603 a 1606, probablemente, fue fray Vicente doctrinero de la parroquia de San Pedro, la más importante parroquia de naturales que en la zona del rancherío tenía el convento potosino de Santo Domingo. Hubo de aprender el quechua para poder asumir ese ministerio pastoral, según las disposiciones del Capítulo provincial dominicano de 1553 y las normas de los Concilios limenses (1552, 1567 y 1583). Y es sorprendente comprobar, ateniéndonos a los testimonios que se conservan de estos años parroquiales, cómo el padre Bernedo en este tiempo continuaba sus oraciones y penitencias con la misma dedicación que en sus años de recogimiento.

Así, por ejemplo, un minero del Cerro Rico, Juan Dalvis, testificó que «siendo niño de escuela se huyó de ella y se fue a retraer a la iglesia de la parroquia del señor San Pedro... y allí estaba y dormía con los muchachos de la doctrina, donde estuvo ocho días, y en este tiempo conoció allí al siervo de Dios, el cual decía su misa muy de mañana, y como este testigo no podía salir de la iglesia le era fuerza el oír misa, y con la fama que el siervo de Dios tenía de hombre santo se la llegaba a oír este testigo con más devoción, y siempre que le oyó su misa le vió este testigo patentemente y sin género de duda que el siervo de Dios, antes de consagrar y otras veces alzando la hostia consagrada, se suspendía del suelo más de media vara de alto, y así se estaba en el entre tanto que alzaba la hostia y el cáliz, y a esto, con ser la edad de este testigo tan tierna, quedaba admirado porque no lo veía en otros; y el olor que el siervo de Dios despedía era muy extraordinario porque parecía del cielo, y de noche veía que dormía en la sacristía de la parroquia sin cama ni frazada ni otra cosa que le cubriese más que su hábito, y que todas las noches se disciplinaba con unas cadenas que este testigo conoció eran por el ruido que hacían, y que lo más del día y de la noche se pasaba en oración hincado de rodillas».

Fray Vicente, como Santo Domingo de Guzmán o como San Luis Bertrán, no sabía ejercitar otro apostolado que el enraizado en la oración, al más puro estilo dominicano: contemplata aliis tradere. Después de todo, éste es el modo apostólico de Cristo, que oraba de noche, y predicaba de día (Mc 6,46; Lc 5,16; 21,37).

11.  Misionero itinerante

El padre Bernedo fue hombre de poca salud, según los que le conocieron. Cristóbal Alvarez de Aquejos «vió que el siervo de Dios andaba siempre con poca salud, muy pálido y flaco, y que padecía muchas incomodidades de pobreza, y todas éstas le veía que llevaba con grande paciencia y sufrimiento, resignando toda su voluntad en las manos de Dios». Al menos ya de mayor, según recuerdo de Juan de Oviedo, presbítero, «era muy atormentado de la gota, enfermedad que le afligía mucho».

Con esta poca salud, y con una inclinación tan fuerte al silencio contemplativo ¿podría este buen fraile dejar su convento, o salir del marco estable de su doctrina de San Pedro, y partir a montañas y valles como misionero entre los indios? Así lo hizo, con el favor de Dios, largos años, alternando los viajes de misión con su labor docente de profesor de teología.

En efecto, a partir de 1606 y desde Potosí, fray Vicente salió a misionar regularmente, por el sur hasta el límite de los Lípez con la gobernación de Tucumán, por los valles subandinos de la región de los Chibchas, y al este por la provincia de Chuquisaca, hasta la frontera con los chiriguanos. Contra toda esperanza humana, anduvo, pues, en viajes muy largos, a través de alturas y climas muy duros y cambiantes. Y viajando siempre a lo pobre.

Juan Martínez Quirós recuerda haberle visto en Vitiche, cómo «andaba tan pobremente por los caminos con un mancarrón [caballejo] y una triste frazada con que se cobijaba, y dondequiera que llegaba aunque le daban cama no la quería recibir y dormía en el suelo sin poner debajo cosa chica ni grande». Según un Interrogatorio preparado para el Proceso de 1680, se iba fray Vicente por las zonas indias «pasando grandísimo trabajo en todos los caminos, guardando en todos ellos el mismo rigor, y aspereza, silencio, y pobreza que en su celda, pasando las más de las noches en oración, y teniendo siempre ayunos continuos, y casi siempre de pan y agua, sin querer recibir de nadie otro regalo ninguno más que pan». Predicaba donde podía, fundaba a veces cofradías del Rosario y del Nombre de Jesús en los poblados de indios y españoles, «y a veces -dice el mismo Martínez Quirós- se ponía junto al camino real y viendo que pasaba alguna persona se le llegaba a preguntar con toda modestia y humildad de dónde venía y del estado que tenía, y conforme a lo que le respondía contaba un ejemplo, instruyéndoles en las cosas de Dios y de su salvación».

El padre Bernedo, como sus santos hermanos mendicantes Luis Bertrán o Francisco Solano, aunque misionara entre los indios, llevaba su celda consigo mismo, y evangelizaba desde la santidad de su oración. Y esto lo mismo en la ciudad que en la selva o en las alturas heladas de la cordillera andina.

En los Lípez, concretamente, según recuerdo del minero Alonso Vázquez Holgado, «en su cerro de Santa Isabel, que es un paraje en todo extremo frígido, por ser lo más alto, estaba también allí en un toldo el venerable siervo de Dios fray Vicente Bernedo, de noche; y llamándole los mineros que estaban allí en una casa pequeña, para que se acogiese en ella por el mucho frío que hacía y para darle de cenar de lo que tenían, se excusó cuanto pudo el dicho siervo de Dios, con que no tuvo lugar de que entrase en la casa. Y después, acabado de cenar, salieron fuera algunas personas de las que habían estado dentro, y este testigo se quedó en la casa; y de allí a un ratito volvieron a entrar diciendo cómo habían visto a fray Vicente... de rodillas, haciendo oración, sin temer el frío que en aquel paraje hacía, de que quedaron admirados porque el páramo y frío que allí hace era tan grande que algunas veces sucedió hallar muertas a algunas personas de frío en aquel paraje». A muchos miles de metros de altura, con un frío terrible, orando a solas, de noche, en un toldo... Ésta es, sin duda, la raza de locos de Cristo que evangelizó América.

12.  Retiros largos y resurrecciones

A veces fray Vicente, durante sus travesías misioneras, se detenía una temporada en un lugar para hacer un retiro prolongado. Su «compadre» Pérez de Nava, en el Proceso potosino, comunica este recuerdo:

«Este testigo tenía su casa en el valle de Chilma, provincia de Porco, donde el siervo de Dios estuvo cinco o seis meses retirado en sus ejercicios, y en este tiempo vio este testigo que nunca salió de un aposentillo en que se hospedó, porque se estaba todo el día y la noche en oración y tan sólamente comía de veinte y cuatro a veinte y cuatro horas un poco de pan y agua; y estando en este paraje y casa sucedió que en un río que estaba allí cerca se ahogó un muchacho indiezuelo que sería de edad de tres a cuatro años, y con aquella lástimas sus padres, con la grande fama que el siervo de Dios tenía de hombre santo, se lo llevaron muerto y le pidieron intercediese con nuestro Señor para que le diese vida, y el siervo de Dios movido de piedad, cogió al muchacho y lo entró dentro de su aposento, y todos los presentes se quedaron fuera, y luego dentro de dos o tres horas poco más o menos volvió el siervo de Dios a salir del aposento trayendo al muchacho, que se llamaba Martín, de la mano, vivo y sin lesión alguna, y se lo dió a sus padres diciéndoles que diesen gracias a Dios por aquel suceso, de que todos y este testigo quedaron admirados y con mayor afecto lo llamaban "el padre santo"».

En otra ocasión, probablemente un año antes de morir, el padre Vicente Bernedo, en el valle de Vitiche, resucitó a la señora Francisca Martínez de Quirós, y el proceso informativo potosino de 1663 recogió todos los datos del caso.

13.  Los chiriguanos, sueño imposible

La zona misional más avanzada era la ocupada por los indios chiriguanos, grupo numeroso de la familia tupiguaraní, procedentes del Guayrá o Paraguay. Eran éstos muy aguerridos, y había sometido a los chanes o chaneses, a quienes tenían como esclavos. Por los autores de la época sabemos que eran antropófagos, y también sabía esto fray Vicente, como lo expresa en una carta a Felipe III: «Cuando un chiriguana se enoja, coge un hacha o maca y mata al esclavo; y cuando a una vieja le da gana de comer carne humana matan al esclavo que se le antoja y se lo dan a comer; y cuando muere algún chiriguana natural, o su mujer, o hijo, o hija, matan algunos esclavos para enterrarlos con ellos, demás que en unas tinajas grandes que tienen para este ministerio meten vivos a los muchachos y muchachas e indios mayores y alrededor de la sepultura ponen estas tinajas en cada una un esclavo o una esclava y con la chicha y maíz que les ponen les encierran allí hasta que mueran».

Eran los chiriguanos muy astutos y simuladores, como se vió en varias ocasiones, lo que les hacía aún más peligrosos. Una vez, parlamentando con una expedición de españoles, dijeron que, en tanto los soldados estuvieran con sus arcabuces armados, no podían atender las razones evangelizadoras del padre Rodrigo de Aguilar, que les hablaba en chiriguano. Fray Rodrigo pidió a los soldados que apagaran las mechas de sus armas, y en cuanto lo hicieron éstos, un chiriguana le abrió en dos la cabeza al dominico de un golpe de macana. Este bendito mártir, el padre Rodrigo de Aguilar, era precisamente el confesor del padre Bernedo.

Pues bien, fray Vicente intentó en varias ocasiones evangelizar a estos chiriguanos terribles, internándose muy adentro por sus zonas, más allá del Río Grande. Sufría mucho de verles cerrados todavía al Evangelio, y también le afligía mucho la suerte de quienes caían en sus manos. Pero lo mismo que Santo Domingo no pudo pasar a evangelizar a los cumanos, a pesar de su deseo, tampoco pudo fray Vicente llevar adelante su heroico proyecto. Otros hermanos suyos dominicos lo intentarían, animados por su ejemplo. En todo caso, este impulso suyo sostenido hacia los chiriguanos, es una confirmación de lo que aseguran, según Meléndez, los testigos que le conocieron: «Fueron grandísimas las ansias que tuvo de padecer martirio... Faltó al ánimo el martirio, pero no al martirio el ánimo».

14.  Teólogo y escritor

Fray Vicente, que traía una excelente formación bíblica y teológica de las universidades de Alcalá y de Salamanca, tuvo el grado de lector, y en las Indias ejerció como profesor de teología primero en Bogotá (1598-1599), y posteriormente, ya asignado a Potosí y alternando con sus viajes misioneros, ejerció la docencia en la próxima ciudad de La Plata, o Chuquisaca (1609-1618), en el Estudio General que allí tenían los dominicos desde 1606.

Aque fraile tan orante, que ya en su celda primera de Potosí estaba «siempre escribiendo cuadernos», tenía una muy considerable erudición teológica, y dejó escritos no sólo una serie de sermonarios y cartas, sino también unos comentarios a la Suma Teológica de Santo Tomás -al estilo de Báñez, con cierta originalidad a veces-, junto con «pareceres innumerables», como dice él mismo en su carta de 1611 a Felipe III.

Estos pareceres, que se escribían por iniciativa propia o en respuesta a consultas oficiales, eran sentencias, cuidadosamente argumentadas, sobre cuestiones candentes del momento. Era norma de aquella Provincia dominica que ningún religioso «que no fuese, o hubiese sido lector o graduado» dictara pareceres. El padre Bernedo, en una prosa más bien pesada y farragosa, muestran en estos escritos un espíritu lúcido y ardiente, atento a las cuestiones de su época, atrevido y duro a veces en la expresión, como cuando arremete contra ciertos jueces poco escrupulosos, que medran con sus granjerías. A éstos les llama a la restitución: y «si no lo hicieren, escribe, con la plata que llevaron o mejor decir sin ella se irán al infierno».

15.  Siempre el mismo

Durante este último decenio, junto a sus labores docentes y sus viajes misionales, también ejercía fray Vicente, como buen dominico, el ministerio de las predicaciones festivas y ocasionales. Recogeremos sólamente un testimonio, el del maestro pintor Miranda, que según su declaración,

«conoció al siervo de Dios tiempo de cuatro años antes de que muriese, y siempre reconoció en él una vida ejemplar y santa, porque siendo este testigo mayordomo de la fábrica de la parroquia del señor San Pedro, que es de religiosos del orden de Predicadores [y de la cual fray Vicente estuvo encargado unos años], vio que el siervo de Dios fue a la parroquia a decir un novenario de misas a la Virgen en la Candelaria, el cual tiempo asistió en la sacristía, donde dormía y estaba todo el día, y que no tenía cama ni otra cosa alguna más de que dormía en el suelo, y este testigo, como tal mayordomo de la fábrica y que estaba todo el día en la parroquia, le asistía y servía, y así vió lo referido y que todo su sustento era de veinte y cuatro a veinte y cuatro horas dos huevos duros sin querer recibir otra cosa de sustento por tenue que fuese; y que con la grande opinión y fama que tenía de santo acudían a él los indios de la parroquia que estaban enfermos que sus hijos estaban ya desahuciados y sin esperanza de vida, y el siervo de Dios con mucho amor y caridad los recibía y consolaba, y vió este testigo en muchas ocasiones que con sólo una bendición que les echaba sanaban y se iban con entera salud dando gracias a Dios y aclamando en voces altas: "El santo padre nos ha dado salud", y esto era muy público y notorio en toda esta Villa».

Y sigue informando: «Todo el tiempo que el siervo de Dios asistió en la parroquia de San Pedro, este testigo le ayudaba la misa que decía sin perder ninguna, y que en ellas le veía que antes de consagrar, y otras veces habiendo ya consagrado, se suspendía del suelo más de media vara en alto, y así se estaba un gran rato, de que este testigo y todos los circunstantes quedaban admirados y dando gracias a Dios de tener en esta Villa un religioso santo y de tan loable vida. Y asimismo vió este testigo todas las noches las pasaba en oración, hincado de rodillas y a ratos en parte oculta se disciplinaba. Y estando haciendo oración una noche en la iglesia, vió este testigo que el siervo de Dios también estaba suspendido del suelo más de media vara. Y todo lo referido lo veía este testigo porque, como tiene dicho, le asistió como mayordomo de la fábrica, pues dormía dentro de la iglesia, con que tenía particular cuidado en reparar en las acciones del siervo de Dios».

16.  Éxtasis final y muerte

Permite Dios a veces que hombres santos tengan intenciones que no coinciden con las divinas, y así ellos, que han mostrado con frecuencia dotes proféticas de discernimiento respecto de otras personas, yerran en alguna cosa sobre sí mismos. El 1 de enero de 1619 escribe fray Vicente una carta en la que manifiesta su intención de pasar a España con objeto de hacer imprimir allí sus escritos, y para ello obtuvo licencia del provincial y consiguió limosnas para costear el viaje y para editar sus libros. Pero el 10 de agosto de ese mismo año cayó enfermo. El autor anónimo de la Relación potosina, testigo directo, narra con todo detalle cuanto presenció aquellos días:

Aún celebró misa el día 13, pero sufrió un desmayo y apenas pudo acabarla. Hubieron de llevarle a su celda, «donde se estuvo el siervo de Dios recostado sobre la misma tabla en que dormía cuando sano, vestido todo éste. No bastaron con él razones ni ruegos a que se dejase desnudar ni para que tomase otra cama, hasta que el padre prior se lo mandó por obediencia, y luego sin replicar como obedientísimo consintió que le desnudásemos y que le pusiésemos sobre un bien pobre colchón que se tomó de la cama de otro religioso».

Próximo a la muerte, seguía siendo el mismo de siempre. «Su silencio fue el mismo que tuvo en salud, pues jamás habló si no fue respondiendo entonces sólo lo necesario, o en cosas precisas a las necesidades naturales o edificativas de sus hermanos. Y a los seglares que le visitaban su paciencia fue rarísima, que jamás se quejó ni aún dió señal por donde pudiésemos colegir que tenía algún dolor».

Siempre observante, procuró guardar las normas del ayuno, y hasta la misma víspera de su muerte rezó las Horas litúrgicas y se confesó diariamente con toda devoción. «El viernes [16] viéndose muy afligido y cierta ya, a lo que entendemos, su partida, al padre prior y algunos religiosos de este convento, entre los cuales por mi dicha me hallé yo, y con notable encogimiento, humildad y vergüenza, nos dijo que por la misericordia de Dios nuestro Señor y con su gracia, había guardado hasta aquel punto el precioso don de la virginidad». También confesó, para honra de Dios y de la Orden dominicana, que «hacía muchos años que se conservaba limpio sin mancha de culpa mortal, y preguntado si esto era así, por qué frecuentaba tan a menudo el sacramento de la penitencia, respondió que por los veniales, que era insufrible carga, y por el respeto que se ha y debe tener a la presencia de Cristo nuestro bien en las especies sacramentales del Altar... También declaró el insaciable deseo que reinaba en su alma de padecer martirio por su ley o su fe».

«El sábado [17] a poco más de mediodía le dió un parassismo, a nuestro parecer, que en realidad de verdad no fue sino rapto que él tuvo abstraído de los sentidos por espacio de media hora, poco más, que fue el tiempo en que el convento hizo la recomendación del alma según y como en el Orden se acostumbra. Tiróle el padre prior del brazo, y con esto volvió en sí, y dijo a su confesor que el padre prior despertándole le había quitado todo su bien; y en confesión le dijo y declaró que en aquel tiempo que estuvo sin sentidos había visto a la Santísima Trinidad, a la Virgen Sacratísima nuestra Señora y a nuestro glorioso Santo Domingo, que le habían consolado y animado». Y el lunes 19, poco después de que, convocada la comunidad, se hiciera la recomendación de su alma, «la dió él con extraña paz y serenidad a Dios cuya era».

Las exequias fueron las de un santo reconocido como tal por todos, desde el Cabildo de la ciudad hasta el último niño. «Los más no le sabían más nombre que "el padre santo de Santo Domingo"». Un año y cuatro meses después, poco antes del Proceso que se le inició, trasladaron sus restos para colocarlos bajo el altar de una capilla, donde mejor pudieran ser venerados. El arzobispo Méndez de Tiedra, su antiguo compañero de Salamanca, el Cabildo, Comunidades religiosas, caballeros y pueblo, asistieron al solemne acto, y «le hallaron tan incorrupto como si en aquel mismo día acabara de morir».

A comienzos de 1991 la Iglesia reconoció públicamente las virtudes heróicas del Venerable siervo de Dios, religioso de la Orden de Predicadores, fray Vicente Bernedo, navarro de Puente la Reina.

José María Iraburu: Hechos de los Apóstoles en América

https://hispanidad.tripod.com/hechos27.htm

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