domingo, 11 de julio de 2010

TODOS SOMOS ¡ESPAÑA!

¡Muchas gracias! Somos los mejores. ¡Viva España! ¡Qué selección! Enhorabuena a mi paisano y maestro Vicente del Bosque, enhorabuena al conjunto, enhorabuena a la nación entera que ha sabido crear un espíritu solidario en pos de un fin noble…casi casi como los tercios de Flandes que inmortalizase Velázquez en la Rendición de Breda o Las Lanzas. Nunca he recibido tantas felicitaciones sin haber movido ni el dedo pequeño del pie derecho. Pero ha ganado la ROJA, mi equipo, el de mi patria. Yo siempre había dicho ¡que gane el mejor! (por dentro sabía que era España), se demostró…

Si tenéis un poquitín de tiempo leed la deliciosa reflexión de Monseñor Alemany a propósito del mundial que ha tenido en vilo al mundo entero. Como siempre, nos anima a suspirar por la victoria eterna. Muchos comentaristas han dicho: ¡España tocó el cielo! Dios lo quiera, pero con mayúscula. Del suelo al cielo y del cielo al CIELO.

 

 

Reflexión dominical 11.07.10

EL MUNDIAL, CORAZÓN DEL MUNDO

 

Me parece bien esto del fútbol porque, en fin de cuentas, los medios de comunicación, durante estos días, han disminuido bastante todas las malas noticias y violencia de las primeras planas y se han dedicado a un deporte que, si no soluciona los problemas económicos de la mayoría (aunque de algunos sí, por supuesto…), por lo menos la a distraído sanamente.

Para mí, el deporte ha tenido también una lección importante para cuantos creemos en la salvación de Dios, que Cristo nos mereció con su muerte y resurrección.

San Pablo va a ayudarnos a hacer esta reflexión para aprovechar, con más profundidad, el valor del deporte.

Está claro, y ha quedado ya como un slogan cuya paternidad la mayoría desconoce, que lo que necesita el ser humano es “Mens sana in corpore sano” (Juvenal).

Esto quiere decir que para tener una mente despejada hace falta también tener un cuerpo sano, que no en vano nuestro Creador nos hizo una sola realidad con cuerpo y alma.

Aunque no sabemos a ciencia cierta si San Pablo fue o no deportista en su juventud, lo que sí sabemos es que tiene frecuentes alusiones al deporte y algunas muy bellas aplicaciones para la vida de fe.

Pablo nos exige valentía. Así como en la vida sacrificada del buen atleta es preciso privarse de tantas cosas, también los cristianos debemos esforzarnos y sacrificar todo lo que sea necesario para conseguir no una corona perecedera sino una que nos traiga la victoria definitiva y nos lleve a la meta que es Dios.

Veamos algunos de estos textos en los que Pablo compara el deporte con la vida, porque es bueno saltar de lo natural a lo sobrenatural. Hacerlo de la mano de San Pablo verán ustedes que es una maravilla.

El apóstol nos habla con lenguaje deportivo diciendo que los que él llama “los fuertes” sean tan valientes como para ceder sus derechos por el bien del prójimo, pensando en la recompensa que Dios nos dará. Para conseguir esto nos invita a imitar a los atletas que se privan de tantas cosas para llegar a la meta y alcanzar el premio:

“Ya saben que en las carreras del estadio todos corren pero uno solo recibe el premio. Pues corran de manera que lo consigan.

Los atletas se privan de todo y, total, ¡por una corona que se marchita!

Nosotros, en cambio, competimos por una inmarcesible”. 

Sabemos bien que un equipo que quiere triunfar se limita en los alimentos, en el tiempo del descanso, hacen ejercicio frecuente, etc. Prácticamente su vida está dedicada al deporte que viene a ser como su profesión. Todo esto por unos pocos años de rendimiento ya que pronto la edad limita sus posibilidades.

¿No valdrá la pena hacerlo por algo que nos llevará a la felicidad eterna?

Es San Pablo quien aplica este texto a su propia vida invitándonos a hacer lo mismo:

“Así, pues, yo corro pero no sin ton ni son; y lucho como si fuera un púgil, pero no lanzando golpes al vacío; al contrario, golpeo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado”  (1Co 9,24-27).

Así lo han hecho tantos atletas cristianos que se han sacrificado por conseguir la propia salvación y ser al mismo tiempo testigos del Reino de Dios en el mundo.

El apóstol recuerda también a los Filipenses que hay que luchar para conseguir la perfección:

“No es que yo lo dé ya por conseguido o que crea que ya soy perfecto; más bien, continúo mi carrera para ver si puedo alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí”, en el camino de Damasco.

Luego, pensando en el premio de Jesús, completa la idea: “por mi parte, hermanos, no creo haberlo conseguido todavía. Sin embargo, olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, al premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús”.

Y todavía podemos enriquecernos más con lo que escribe a su gran amigo Timoteo, el obispo a quien Pablo impuso las manos. Hablando de sí mismo le dice:

“Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He participado en una noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe”.

Finalmente Pablo, seguro de haber cumplido con lo que Jesucristo le pidió al elegirlo como apóstol, nos presenta su actitud confiada:

“Desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel día me entregará el Señor, el justo Juez, y no sólo a mí sino a todos los que hayan esperado su manifestación con amor” (2Tm 4,6-8).

Vean con ilusión (para evitar decir con pasión) este mundial que ya termina y aprendan, amigos, a hacer de su vida un gran esfuerzo para conquistar la meta que para nosotros es llegar por Cristo al Padre, siempre impulsados por el Espíritu Santo.

 

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

 

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