domingo, 5 de septiembre de 2010

HAWKING, DIOS Y LOS CIENTÍFICOS

Ante las declaraciones de Hawking, presento tres artículos muy clarificadores. Uno de la editorial http://www.analisisdigital.com/Noticias/Noticia.asp?IDNodo=-3&Id=49349,  “Dios y la ciencia: un diálogo del filósofo Jean Guitton con los científicos y  otro del célebre P. Manuel Carreira, que a pesar de escribirlo hace años tiene plena validez. Buen provecho.

 

P. CARREIRA: ORIGEN DEL UNIVERSO, ORIGEN DEL HOMBRE

Del temario tradicional donde ciencia, filosofía y teología se encuentran, no siempre amistosamente, las cuestiones acerca de los orígenes de la realidad material, viviente o no, son las más debatidas. Las intervenciones de los distinguidos participantes en las jornadas de IUVE muestran el amplio abanico de puntos de vista, aportes científicos, inquietudes metafísicas, y -abundantemente-limitaciones de nuestro conocer de fines de siglo.  No es posible evaluar en dos páginas lo dicho por quienes tienen una calidad científica y un prestigio del más alto nivel.  Simplemente indicaré mi reacción de conjunto a los diversos enfoques, con la esperanza de que ayude a la lectura y aprecio de este capítulo.

 

Creo necesario resaltar una y otra vez el modo de proceder científico, en el sentido técnico que hoy tiene la palabra “ciencia”.  En ella se busca describir objetivamente el proceder de la materia, con la metodología experimental de observación cuantitativa: sólo una medida puede darnos valores numéricos que se incorporan en ecuaciones para expresar, inferir o deducir el estado presente, pasado y futuro de un sistema.  Hipótesis, leyes, teorías, intentan relacionar los datos en un todo inteligible, que siempre necesita de nuevo refrendo experimental, con otras observaciones y medidas.  No basta un acervo de datos para hacer ciencia, pero sin ellos es imposible hacerla.

 

Lo que no es expresable con un número o no puede comprobarse experimentalmente, ni siquiera en principio, no es tema científico.   Las razones últimas de existencia, la finalidad, son ejemplos de cuestiones meta-físicas, no físicas (abarcando en esta palabra todas la ciencias de la materia). Por eso es imposible pedir a ecuación o instrumento alguno una respuesta acerca de por qué existe el Universo, o de su posible sentido finalístico.  Menos todavía puede esperarse de un experimento que nos aclare si Dios existe o no: sería más absurdo que buscar con el microscopio el valor literario del Quijote.  Dios no será una nueva fuerza expresable en términos de supercuerdas, ni una forma extraña de materia inicial, ni una fluctuación cuántica en un vacío eterno.  Si verdaderamente hablamos de un comienzo del Universo, de esta realidad que estudiamos y que no es una construcción abstracta de la matemática pura, necesitamos saber “por qué existe algo en lugar de nada”.  Y esto nos lleva a un terreno anterior a la física, porque la nada no tiene propiedades ni condiciones iniciales ni leyes de actividad, todo lo cual es lógicamente necesario para resolver un problema científico.

 

El Dr. Hawking, con la agudeza y originalidad que le caracteriza, intenta soslayar -más que resolver- el problema.  Lo hizo hace años con su hipótesis de un universo sin “condiciones de entorno”, que se perpetúa sin singularidades en un tiempo “imaginario”, aunque en el tiempo real tuvo que admitir un comienzo.  Ahora propone “universos bebés”, indetectables en sí mismos, pero tal vez utilizables como razón teórica de que la posible constante cosmológica de Einstein tenga un valor próximo a cero.  Aun así, en su conocido libro “La breve Historia del Tiempo” tiene finalmente que admitir que si sus ecuaciones tal vez describen correctamente el Universo, no explican por qué hay un Universo que se ajusta a ellas; lo mismo podría preguntarse con respecto a sus nuevas teorías.  Y es lícito tambien el subrayar que lo que no es experimentable -en principio- no tiene carta de ciudadanía científica: con sus palabras en esta intervención “es un poco como preguntar cuántos ángeles pueden danzar sobre la cabeza de un alfiler”.

 

Íntimamente relacionado con la razón de existir está el problema del ajuste inicial de propiedades, especialmente de la densidad cósmica y las intensidades de las cuatro fuerzas que hoy rigen el comportamiento de la materia.  Desde Eddington, Dicke, Carter, Barrow, Wheeler, y el mismo Hawking han subrayado el finísimo ajuste necesario ya en el primer instante para que hoy el Universo albergue vida inteligente, al menos en nuestro planeta.   El mundo físico y su evolución parece pensado para llegar a este fin, y la alternativa a un Creador inteligente y todopoderoso es solamente la hipótesis a-científica de una infinitud de universos paralelos o sucesivos, todos con la máxima variedad de propiedades, pero todos indetectables y sin otra justificación que proporcionar un “azar “que lleve en uno de ellos a un entorno adecuado para nuestra existencia.  Con la exigencia a priori de que todo lo matemáticamente posible tiene que ocurrir de hecho, se quiere simultáneamente justificar el comienzo del Universo, la aparición de la vida, y la inteligencia y consciencia que permiten desarrollar las matemáticas.  Es algo semejante al círculo vicioso propuesto por Wheeler con su “observador cuántico”: el hombre con su observación ajusta las condiciones cósmicas iniciales para que el Universo permita la existencia del observador.

 

Si la finalidad es parte de la meta-física al hablar del Universo y del Principio Antrópico, y su negación deja al Cosmos y su evolución en un absurdo, también se presenta insistentemente como problema a resolver al hablar de la vida y su origen.  Aun Monod se vio obligado a aceptar una “teleonomía” del ser viviente y de la evolución biológica: lo más obvio de todo ser vivo, desde la primera célula, es su unidad de actividad autoconservadora, que ningún “azar” explica realmente, porque el azar no es ninguna fuerza física ni puede ser razón suficiente de orden.  Creo que no es injusto decir que todavía falta la respuesta científica a todas las preguntas importantes de la biología, aunque se utilicen frases generales de un contenido más o menos plausible.  No sabemos dónde ni cuándo ni cómo apareció la vida en la Tierra, ni siquiera podemos sintetizar en el laboratorio los primeros rudimentos de algo tan complejo como el ADN o ARN.  No sabemos tampoco explicar convincentemente el mecanismo de la evolución cuando queremos aplicar la idea de mutaciones genéticas aleatorias a órganos extremadamente especializados, aun de algunos insectos o artrópodos.  Y ciertamente no sabemos explicar el origen de la inteligencia por ninguna evolución orgánica o de comportamiento.

 

Conviene repetir que las ciencias de la materia solamente admiten cuatro interacciones -fuerzas- como base explicativa de cuanto ocurre en nuestro entorno, sea en la física de la materia inanimada, sea en el campo de la biología.  Pero el proceder de cada una de estas fuerzas está muy claramente delimitado, en términos de atracciones, repulsiones, emisión de ondas o transformaciones de partículas.  En ninguna de ellas aparece nada que indique la posibilidad -menos aún la explicación- de consciencia y pensamiento abstracto.  No tiene más sentido atribuir una intuición genial a señales eléctricas o químicas entre neuronas que el esperar la composición espontánea y original de una gran obra literaria por el paso de corrientes en los transistores de un circuito electrónico.  “La Nueva Mente del Emperador” sigue siendo un fraude, y lo será siempre como dice Penrose.

 

No es posible establecer ninguna argumentación evolutiva convincente para afirmar necesidad alguna de desarrollar inteligencia: especies de características muy primitivas, desde bacterias hasta hormigas y celacantos, han sobrevivido durante períodos geológicos de cientos o miles de millones de años.  Ni siquiera puede encontrarse un nicho ecológico concreto cuya conquista propiciase la evolución de consciencia, lenguaje articulado, búsqueda de verdad, belleza y bien: todo lo que nos hace humanos y que no tiene valor de adaptación a ningún entorno físico.  Mientras que las especies se modifican con especializaciones para un hábitat determinado, el hombre permanece sin otra especialización que esa extraña y misteriosa sed de conocer, de buscar orden y relaciones que se concretizan en arte, filosofía, matemática y ciencia: productos todos sin parámetros físicos medibles, sin masa, carga eléctrica, temperatura..   La única consecuencia lógica es atribuir lo que no encaja en la definición operativa de materia a una realidad no material, que no puede tampoco explicarse por evolución meramente material desde formas previas.

 

Finalmente, en este tanteo de buscar respuestas partiendo de tan pocos datos, no podemos pretender cálculo alguno de la probabilidad de inteligencia o vida extra-terrestre.  La famosa ecuación de Frank Drake es un ejercicio en pura adivinanza, cuyo resultado depende más del optimismo o imaginación de quien la aplica que de ciencia sólida.  Lo único cierto es la maravilla de nuestra propia existencia, en este planeta privilegiado, en estos últimos segundos del año cósmico.

 

 

 

 

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