Andamos escasos de alegría. Este ajetreo de vida nos contagia a casi todos un proceso severo de ansiedad. Unos porque les falta trabajo, otros porque no les llega el dinero a fin de mes, otros porque andan indignados por el panorama que contempla cada día nada más levantarse, muchos porque les falta salud, a bastantes porque están vacíos en su interior y no encuentran sentido a la vida, a un número no pequeño porque les falta fe y no ven más allá de sus narices… Y, sin embargo, la alegría, la auténtica alegría, es imprescindible, yo diría que una medicina de urgencia, de por vida. Pero tiene su secreto. La alegría de la que hablo no tiene mucho que ver con la carcajada, o la euforia provocada. Dice Tagore: Buscas la alegría en torno a ti y en el mundo. ¿No sabes que sólo nace en el fondo del corazón? La alegría tiene su secreto. Brota, como planta de primavera, en el alma serena y con la conciencia en paz. Yo diría más: brota espontanea cuando acogemos la Palabra de Dios. La Virgen María rompió a cantar ese himno a la alegría que es el Magníficat. Ella había acogido el Verbo de Dios que se hizo carne en su seno cuando pronunció el SI decisivo para la humanidad. Los samaritanos acogieron la Palabra de Dios que les exponían los Apóstoles y, dice los Hechos de los Apóstoles, que se llenaron de gran alegría. Comentando este texto Benedicto XVI decía el domingo en su alocución del Regina Coeli: “Es posible que la humanidad conozca la verdadera alegría, porque allí donde llega el Evangelio florece la vida; como un terreno árido que irrigado por la lluvia, de inmediato reverdece… También hoy la vocación de la Iglesia es la evangelización: ya sea hacia las naciones que no han sido todavía irrigadas por el agua viva del Evangelio; ya sea hacia aquellas que a pesar de tener antiguas raíces cristianas, tienen necesidad de una nueva linfa para llevar nuevos frutos, y redescubrir la belleza y la alegría de la fe… que los hombres reencuentren la alegría de vivir como hijos de Dios”. Y la Virgen María es causa de nuestra alegría. Por eso me gusta contemplar la imagen de La Virgen de la Sonrisa. Que ella haga el milagro de hacer posible que el mundo ría, aunque nos cueste. Lo necesitamos. |
SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO según Justo y Rafael M. López Melús en "El santo
de cada día"
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SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO, obispo (+1606). Justo y Rafael María López
Melús *El santo de cada día*, Apostolado mariano, Sevilla, 1991, pp.169-170
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