jueves, 12 de junio de 2014

FELIPE II, UN REY COMO DIOS MANDA

En estos días que se habla y escribe tanto acerca de los reyes, me complace compartirles un delicioso libro que tuve la ocasión de leer ayer acerca de la religiosidad de Felipe II- ¡Provecho y vivan los reyes "prudentes" y católicos!

 

Fray José de Sigüenza Cómo vivió y murió Felipe II por un testigo ocular

Madrid, Apostolado de la Prensa, 1928, Edición facsímil Maxtor, Valladolid, 2008

 

 

Devoción en Semana Santa

"Estuvo el piadoso Príncipe recogido aquellos días santos, hasta el segundo día de Pascua de Resurrección, en mucha oración y meditación, rogando a Dios conservase sus Estados en su santa fe y obediencia de la Iglesia y no permitiese que en sus días se viese en ellos, principalmente en España, lo que pasaba por el reino de Francia, lastimado y divido en bandos, sectas, guerras, sangre y que las cosas del Concilio, que a la sazón se estaba celebrando en Trento, tuviesen aquel fin que todo la Iglesia católica deseaba; todo parece que se lo otorgó nuestro Señor, hablándose muchas veces solo en aquellas cuevas y ermitas, donde sabía que tanos siervos de Dios habían habitado, y recibía con aquella memoria mucho consuelo, porque de su natural era inclinado a las cosas de piedad y religión" p. 21

 

Veneración de las reliquias

"Trajo  esta vez Antonio Voto, guardajoyas, por mandato de Su Majestad, grande copia de reliquias de Santos que el santo Rey andaba allegando por el mundo para hacer bienaventurada esta Casa con tan divinos tesoros, y con ellas muchos y muy preciosos relicarios y vasos de oro, plata, piedras preciosa, bronces dorados y cristales en que ponerlas, y así fue forzoso componer de nuevo los dos relicarios que están en esta iglesia…ahora diré sólo un particular para que se vea siempre la gran piedad de este Príncipe. Fue necesario poner en una pieza grande, sobre unas alfombras y lienzos, todos los relicarios y cofres, para repartirles con buen orden y mudarlas de los cofres de seda en que vinieron a los vasos y custodias preciosas, donde pudiesen todos verlas, gozarlas y adorarlas. ¨Subíase allí desde su aposento el Rey, unas veces solo, otras acompañado de sus hijos. Estando allí, me pedía algunas, y aun muchas veces (tenía yo entonces a mi cargo aquello santos tesoros) que le mostrase tal o cual reliquia; cuando la tomaba en mis manos, antes que me pudiese prevenir de algún tafetán o lienzo, se inclinaba el piísimo Rey, y quitado su sombrero o gorra, la besaba con boca y ojos, en mis propias manos, que por ser algunas pequeñas era fuerza besármelas también mil veces y creo que con esto quería de un camino hacer dos obras santas, mostrando no estimar en menos las manos donde se consagra Jesucristo que aquellos huesos, fundas un tiempo de las almas que fueron aquí templo del Espíritu Santo. Tras él, sus hijos hacían lo mismo, donde muchas veces veía confundida mi poca devoción y tibieza y aprendía en cuánto se ha de estimar lo uno y lo otro." (Pp.96-97)

 

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