viernes, 12 de junio de 2015

Hernán Cortés. Semblanza. La tumba secreta. Exposicion.

Comienzo por compartirles un excelente artículo sobre el personaje: http://www.enciclopedicohistcultiglesiaal.org/diccionario/index.php/CORT%C3%89S,_Hern%C3%A1n

CORTÉS, Hernán

(Medellín, 1485 – Sevilla, 1547) Conquistador de la Nueva España.¿


SIGRID MARÍA LOUVIER NAVA

Nació en Medellín, en la provincia española de Extremadura, en el año de 1485. Sus padres fueron Martín Cortés de Monroy y Catalina Pizarro Altamirano. Por parte de su madre, Hernán Cortés era primo segundo de Francisco Pizarro, conquistador del imperio Inca. A los catorce años de edad fue enviado por su padre a Salamanca para estudiar leyes, pero abandonó sus estudios dos años después para ir a probar suerte a las tierras recién descubiertas. Esos estudios interrumpidos se vieron reflejados en la calidad de la escritura de sus cartas y en el acierto y claridad de sus reglamentos administrativos.

La primera ocasión de viajar al Nuevo Continente se le presentó con motivo del viaje de Nicolás de Ovando a La Española; sin embargo un lío de faldas le impidió embarcarse en la expedición. Sus padres le consiguieron una segunda oportunidad de viajar a La Española, para lo cual se embarcó en San Lúcar de Barrameda llegando a Las Indias en 1504. En Santo Domingo, el gobernador Ovando le otorgó un repartimiento de indios, la escribanía del recién fundado ayuntamiento de Azúa y le nombró teniente de unas provincias que se habían levantado. Permaneció realizando estas actividades alrededor de cinco años.

Tomó parte en una expedición para sojuzgar salvajes rebeldes en un extremo de La Española, regresando a sus actividades al finalizar ésta. Más tarde intentó alistarse en la expedición que Alonso de Ojeda y Juan de la Cosa organizaron para incursionar en tierra firme, pero una apostema le impidió embarcar, lo cual le salvó la vida porque De la Cosa pereció a manos de los indios, y los demás expedicionarios se perdieron en el mar. En La Española trabó amistad con Diego Velázquez a quien acompañó en 1511 en calidad de tesorero de la expedición de conquista de Cuba, encabezada por el almirante Diego Colón, hijo del descubridor de América. La conquista de esta isla no opuso mayor resistencia; Velázquez se hizo nombrar gobernador y creó nuevas poblaciones: Santiago de Baracoa, San Salvador de Bayamo y Santiago de Cuba. Cortés se avecindó en Baracoa donde se dedicó a la ganadería vacuna y ovina, ensayó el cultivo de la vid y ayudó al gobernador en la construcción de una casa para fundir metales y otra destinada a hospital.

El ascenso de Cortés fue debido a su laboriosidad y talento, pero despertó los celos de Velázquez. Se le acusó de conspirador, fue apresado y conducido a una nave que lo llevaría de regreso a La Española para ser enjuiciado. Sin embargo, escapó y se presentó ante Velázquez, con quien finalmente hizo las paces e incluso obtuvo de él tierras cerca de Santiago, de cuya villa fue nombrado alcalde. Cortés se ocupó de trabajar las minas con los indios de su repartimiento y del cultivo de sus tierras, llevando por primera vez diversas especies de ganado a la isla y estableciendo su cría; al parecer había dejado de lado sus proyectos de conquistar nuevas tierras, pero el descubrimiento de la Nueva España↗ en 1517 despertó nuevamente en Cortés el deseo de realizar estos proyectos.

Respecto a este tema, aunque Diego Velázquez fomentaba las expediciones, explotaba a los aventureros y se hacía pasar ante la Corte como autor de los éxitos que éstos alcanzaban. Cuando Velázquez estaba organizando una nueva expedición a tierra firme, Cortés vio la oportunidad que había estado esperando, así que convenció al contador del rey, Amador Lares, y al secretario de Velázquez, Andrés de Duero, para que actuaran a su favor. Finalmente Cortés obtuvo el nombramiento de capitán de aquella empresa, en la cual invirtió toda su hacienda e incluso el dinero de sus amigos. Tenía treinta y cuatro años.

Su fama fue aumentando mientras preparaba la expedición, lo cual despertó nuevamente los celos en Velázquez, quien comenzó a pensar en deshacerse de él. Envió entonces el gobernador un grupo con órdenes que revocaban el mando a Cortés y lo mandaban apresar. Éste reunió a su tripulación y les comunicó la situación, señalando la injusticia que representaba y las consecuencias que traería el cumplimiento de aquellas órdenes. Como resultado, todos los expedicionarios ratificaron su adhesión a Cortés, e incluso uno de los mandaderos de Velázquez se unió a la empresa.

Sobre el liderazgo de Cortés entre sus tropas escribe Lucas Alamán: "Por su trato afable, por su familiaridad con el soldado; por el ejemplo que daba de ser el primero en las fatigas, el primero en los peligros, se concilió el respeto y la obediencia de una reunión de voluntarios que todos se creían con los mismos derechos y tenían iguales pretensiones(...) le seguían con resolución en las más atrevidas empresas, y sacrificaban su propia vida por salvar la de su capitán (…) Orgullosos con llamarse soldados de Cortés, este nombre los inflamaba y les parecía superior á todo título y á todas las distinciones que ha inventado la ambición para cubrir la mediocridad"[1] .

Inició así Cortés la expedición que culminaría con la Conquista↗ de lo que más adelante sería la Nueva España. Los objetivos que Cortés tuvo para llevar a cabo esta empresa son descritos por José Vasconcelos de la siguiente manera: "Cortés buscaba no sólo territorios y siervos; también almas en donde prolongar lo que era para él la patria, el idioma de Castilla, su religión y su credo. Saquear poblaciones y hacer prisioneros era la ley antigua de toda conquista. Ahora, por primera vez, un capitán iba a hacer también de apóstol"[2] .

Hernán Cortés fue quien bautizó a la Nueva España↗ con este nombre, antes de conquistar la capital del imperio mexica: "Por lo que yo he visto y comprendido acerca de la similitud que toda esta tierra tiene a España, así en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella hace, y en muchas otras cosas que la equiparan a ella, me paresció que el más conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del Mar Océano, y así, en nombre de Vuestra Majestad, se le puso aqueste nombre. Humildemente suplico a Vuestra Alteza lo tenga por bien y mande que se nombre así"[3] .

Después de la caída de Tenochtitlán↗, en el mismo lugar que ocupó se inició la edificación de la ciudad de México. Durante estos trabajos estableció su residencia en Coyoacán, desde donde organizó la expedición a Oaxaca. El famoso tormento a Cuauhtémoc quemándole los pies para que confesara la ubicación de un supuesto tesoro, ha sido atribuido a Cortés pero éste, si bien no lo evitó, tampoco lo ordenó.

Desde Cuba Diego Velázquez informó a la Corte en contra de Cortés, consiguiendo que se nombrara a Cristóbal de Tapia como gobernador de Nueva España. Al llegar a México todos honraron a Tapia pero nadie le entregó el mando, por lo que tuvo que conformarse con ser enviado a España con la tarea de informar al emperador acerca de lo que Cortés hacía y lo que necesitaba para continuar con su labor evangelizadora y civilizadora. Como respuesta Carlos V nombró, mediante cédula real, a Hernán Cortés gobernador y capitán general de la Nueva España el 15 de octubre de 1522. Entretanto, Cortés seguía organizando expediciones tanto al norte hacia la Florida como al sur hacia Honduras, buscando el estrecho que saliera al mar y que les permitiera llegar hasta Asia. Sin embargo, no fue sino después de su regreso de su famosa expedición a las Hibueras, cuando se enteró por medio de un náufrago de una embarcación menor que había cruzado el estrecho descubierto por Magallanes –el clérigo Juan de Areizaga- que sí existía un paso al otro océano, pero éste se encontraba hasta el extremo del Continente.

Había enviado a Cristóbal de Olid en 1524 hacia el sur al frente de cinco barcos y un bergantín. No obstante, éste se alió con Velázquez y se rebeló contra la autoridad de Cortés. Por esta razón decidió emprender la citada expedición a las Hibueras con la finalidad de someter al traidor, aunque también estaba impulsado por sus deseos de seguir descubriendo territorios. Pero esta expedición no fue exitosa como las anteriores debido a que se internó en la selva, por sitios que ni siquiera los mismos indígenas querían atravesar. Como resultado, al poco tiempo de iniciado el viaje se vio mermada la gran comitiva que le acompañaba, la cual estaba compuesta por capitanes españoles, señores aztecas –entre los que se encontraba Cuauhtémoc↗- más de cinco mil guerreros indígenas, trescientos soldados españoles, algunos frailes, intérpretes encabezados por la Malinche↗, cocineros, sirvientes, médicos y veterinarios.

Durante su travesía por la selva se supo de una supuesta conspiración de algunos indígenas amigos de Cuauhtémoc↗ para matar a Cortés y a los suyos, y regresar a México para levantar a los indios contra el resto de los españoles. Después de someter a proceso al señor azteca, lo condenó a morir ahorcado junto con otro conspirador. Posteriormente llegó a Honduras, donde encontró que Olid había muerto; su intención era continuar hasta Nicaragua, pero las condiciones de la selva eran terribles y un navío procedente de México le llevó noticias de la capital, donde lo creían muerto. El saldo que obtuvo Cortés de esta expedición fue un gran debilitamiento, tanto físico como político. A su llegada a México tuvo un gran recibimiento, pero las innumerables quejas que en su ausencia fueron llevadas a la Corte le acarrearon un «juicio de residencia». Entonces decidió viajar a España para hablar directamente con Carlos V; viajó acompañado de indígenas tlaxcaltecas y aztecas -muchos de los cuales se quedaron en la Corte y posteriormente formaron parte de la nobleza española- así como de aves raras, oro y piedras semipreciosas. El emperador lo recibió, lo escuchó y dos años de papeleo después, fue nombrado Marqués del Valle de Oaxaca; también le fue devuelto el cargo de capitán general, aunque este título le serviría solamente para explorar y conquistar, no para gobernar ya que era la Audiencia la encargada de hacerlo. Fue enviado como embajador ante S.S. Clemente VII para llevarle noticias del Nuevo Mundo, regalos y presentarle a los primeros indios que llegaban a su presencia. El Papa mandó a celebrar una solemne acción de gracias por los territorios ganados para la fe cristiana y le concedió a Cortés el Patronato Perpetuo del Hospital de la Purísima Concepción.

Regresó a la Nueva España para atender sus bienes y sus encomiendas acompañado de su esposa, hija del conde de Aguilar, a quien desposó mientras se encontraba en Europa después de haber enviudado en México. Se estableció en Cuernavaca donde crió caballos, vacas y ovejas e implantó el cultivo de la caña de azúcar; también fomentó el cultivo de algodón en la costa y fue el primero en emprender la producción de plata a gran escala al mandar explorar Sultepec, Taxco y Zacatecas. Su marquesado le otorgaba jurisdicción legal sobre veinte mil indios, pobladores de esa extensión de tierra; como consecuencia los indios pagaban tributo a Cortés y no a la Audiencia, y éstos preferían depender de él.

Pero su sed de aventuras y su deseo de encontrar un paso corto para Asia le hicieron emplear todos sus bienes para explorar durante tres años la costa del Pacífico hasta California, donde dejó establecida una colonia de treinta españoles. No obstante, las quejas de los deudos que morían en estas expediciones y de aquellos que regresaban sin haber hallado riquezas hicieron que el virrey Antonio de Mendoza↗ suspendiera la empresa. Al regresar de California en 1538 se encontró con el llamamiento que hacía su primo Pizarro, sitiado en Lima, a quien Cortés envió dos navíos al mando de Hernando de Grijalva cargados de hombres, caballos, armas e incluso obsequios, en fin, todo lo que tenía en Cuernavaca.


Después de las exploraciones que lo dejaron arruinado, viajó a España en 1540 con la finalidad de obtener el favor de la Corte, ayuda que estuvo esperando varios años porque el emperador se encontraba de viaje por Flandes y Alemania. Después de estar un tiempo en Argelia pasó dos o tres años más demandando reparaciones por las expediciones que realizó en América, las cuales nunca le fueron hechas. Relata Vasconcelos: "Símbolo de su lucha con la Corte, lo ha dado la leyenda en aquella anécdota que nos pinta al gran Cortés en el estribo del coche del emperador, exigiendo una entrevista que la burocracia le ha estorbado: «¿Quién sois?» Pregunta el monarca. «Uno que os ha dado más provincias que todo lo que heredasteis de vuestros antepasados», responde el intruso del momento"[4] .

Cuando se preparaba para regresar a la Nueva España, cayó enfermo de disentería y murió en Sevilla el 2 de diciembre de 1547 a los sesenta y dos años de edad. En su testamento, después de heredar a sus hijos legítimos y naturales, donó una considerable parte del marquesado de Oaxaca para fundar instituciones de caridad. Durante diecinueve años sus restos yacieron en el monasterio de San Isidoro en Sevilla, hasta que en 1566 fueron trasladados a la Nueva España y sepultados en el templo de San Francisco en Texcoco. En 1794 las autoridades civiles decidieron cumplir el deseo de Cortés de ser sepultado en la iglesia contigua al Hospital de Jesús. Sus restos han permanecido en este lugar hasta la fecha, a pesar de una serie de incidentes ocurridos durante la guerra de independencia, cuando Lucas Alamán↗ decidió esconderlos en un nicho construido en el mismo templo para evitar que fueran quemados. En este escondite descansaron hasta que en 1946 fueron encontrados, autentificados y devueltos al nicho donde actualmente se observa una placa de bronce con el escudo de armas de Cortés y la inscripción Hernán Cortés 1485-1547.

Obra

Cartas de relación.

Notas

  1.  Alamán, Lucas. Hernán Cortés y la Conquista de México. Ed. Jus. México, 1985, pp. 16-17.
  2.  Vasconcelos, José. Hernán Cortés, creador de la nacionalidad. 3ª ed. Tradición, México, 1975, pp. 38-39.
  3.  Vasconcelos, José. Obra citada, p. 113.
  4.  Vasconcelos, José. Obra citada, pp. 184-185

Bibliografía

  • Alamán, Lucas. Hernán Cortés y la Conquista de México. Ed. Jus. México, 1985.
  • López de Gómara, Francisco. Historia de las conquistas de Hernando Cortés. Imprenta de la testamentaria de Ontiveros, México,1826.
  • Vasconcelos, José. Hernán Cortés, creador de la nacionalidad. 3ª ed. Tradición, México, 1975.


 A continuación varios artículos de EL PAÍS

La tumba secreta de Hernán Cortés

Durante 123 años el paradero del los restos del conquistador español fue un misterio, hoy languidecen en el olvido en México




Restos de Hernán Cortés.


El mayor enigma de Hernán Cortés fue su tumba. Entre el siglo XIX y el XX, se dio por desaparecida y alimentó uno de los grandes misterios históricos de América. Hubo quien pensó que había sido saqueada, otros especularon con el extravío, y algunos convirtieron el caso en una metáfora del destino de España en México. La verdad no andaba ni lejos ni cerca. Pero aún hoy, cuando la tumba del conquistador languidece en el olvido, mantiene su capacidad de sorpresa.

En 1823, tras la Guerra de Independencia y ante la furia antiespañola que barría México, el ministro mexicano Lucas Alamán, como detalla el historiador Salvador Rueda, urdió una plan para evitar que cayera en manos de profanadores y fuera destruida. Al tiempo que hacía creer que los despojos habían sido enviados a Italia, los ocultó primero bajo una tarima del Hospital de Jesús, el lugar donde la leyenda considera que Cortés y Moctezuma se vieron por primera vez, y 13 años después, tras un muro en la contigua Iglesia de la Purísima Concepción y Jesús Nazareno.

La ubicación del nicho quedó silenciada y durante años permaneció en secreto hasta que en 1843, el propio Alamán, para evitar que su paradero cayera en el olvido, depositó en la embajada de España un acta del enterramiento clandestino. El documento, lejos de ver la luz, recibió tratamiento de secreto. Dio igual que el embajador fuese conservador, liberal o republicano: de un siglo a otro, el papel nunca salió de la caja fuerte diplomática. Hernán Cortés, el hombre que encarna como pocos el esplendor y la barbarie de la Conquista, hacía mucho que había dejado de ser realidad y se había convertido en un tabú en México. Y la buena relación con el país norteamericano pasaba por su olvido. Incluido el de su tumba.

Así fue hasta que en 1946, un alto cargo del Gobierno republicano en el exilio, de quien dependía la embajada, filtró una copia del documento. El 28 de noviembre de aquel año las reliquias fueron plenamente identificadas.

El hallazgo, tras 123 años de misterio, desató antiguos demonios. Hubo quien pidió que los restos fueran arrojados al mar. Otros llegaron más lejos. Ante estos ataques, salió a la palestra el presidente del PSOE y exministro republicano Indalecio Prieto, exiliado en México y conocedor por su cargo del enigma. En un conmovedor artículo publicado en la prensa de la época, reveló la centenaria historia secreta y pidió la reconciliación. "México es el único país de América donde no ha muerto el rencor originado por la conquista y la dominación. Matémoslo, sepultémoslo ahora aprovechando esta magnífica coyuntura"

Sus palabras no tuvieron eco. México prefirió devolver los restos al lugar al que los había arrojado la historia. En 1947 fueron recolocados en un muro de la Iglesia de Jesús Nazareno. A la izquierda del altar. Allí siguen.

- ¿Viene alguien a visitarla?

- No viene nadie. Aquí no hay permiso para sacar fotos ni hacer turismo. Eso nos lo tienen prohibido.

La secretaria de la iglesia ha respondido sin levantarse de la silla. Está apostada a la entrada y mira con displicencia al recién llegado. El templo, enclavado en una concurrida avenida del centro histórico, parece medio abandonado. A un lado se acumulan muebles antiguos; a otro, andamios y sacos. La tumba no se aprecia a simple vista ni está indicada por ningún letrero. Hay que llegar al fondo y mirar a la izquierda del altar. A tres metros del suelo, se encuentra la placa que señala el lugar donde descansa el conquistador. Es de metal anaranjado. Sólo dice: Hernán Cortés 1485 - 1547.

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Un Hernán Cortés global

Una muestra ensalza en Madrid la épica de la conquista del imperio azteca. "No sirve juzgar con nuestra sensibilidad lo que pasó en el XVI", dice el comisario




Hernán Cortés tenía 34 años cuando, al frente de 400 soldados de fortuna, llegó en 1519 a Tenochtitlán, la alucinante capital de pirámides y canales del imperio azteca. Ese encuentro cambió la historia del mundo y convirtió al extremeño en el arquetipo de conquistador. Pese al tamaño de la gesta, nunca hasta ahora, según los organizadores de la exposición Itinerario de Hernán Cortés, inaugurada ayer en Madrid, se le había dedicado una muestra. Ni para denostarlo ni para alabarlo.

De esa extrañeza nace la exhibición, que se podrá ver en el Canal Isabel II hasta mayo, y en la que se han reunido unas 400 piezas de 47 instituciones. "La idea surgió hace cuatro años, tras una exposición sobre Alejandro Magno. Nos preguntamos cómo alguien que lo había superado no tenía ninguna muestra dedicada", cuenta Martín Almagro, uno de los dos comisarios de la muestra, catedrático de Historia de la Universidad Complutense, arqueólogo y miembro de la Real Academia de la Historia. "Creo que la razón es que Cortés es una figura muy controvertida, y para no tener problemas no se había tocado el tema, ni en el siglo XIX ni en el XX", dice mientras avanza a paso ligero entre las oscuras salas del montaje, 2.000 metros cuadrados donde reluce un macizo lingote de oro, los cascos de latón dorado de los españoles y sus arcabuces. Lo importante, sostiene, es que Cortés "es la personificación del inicio de la globalidad", más allá de la "postura indigenista o la que lo ve como un gran conquistador".

El punto de partida es Medellín, el pueblo de Badajoz donde nació el conquistador de México. Junto a un paisaje de la dehesa extremeña, se ve un ajuar de una tumba tartésica de la necrópolis local. Esa asociación remite a una de las ideas que revolotea por la exposición: "El hombre es un ser colonizador, la historia humana es la historia de las colonizaciones", explica Almagro. La muestra se sirve de la peripecia vital de Cortés para explicar su época. Una sala acoge un facsímil del mapa de Américo Vespucio, con una China alargada y una incipiente Sudamérica. Así se intuían los bordes del mundo. Era el momento de las grandes expediciones, del astrolabio y la carabela. También del riesgo. En una vitrina, debajo de un libro de legajos, se lee: "Carta de deuda de Hernán Cortés a Luis Fernández de Alfaro, maestre de la nao San Juan Bautista, de 11 pesos de oro por el pasaje…". O sea, su billete de ida para una travesía incierta y peligrosa. El sonido de una tempestad o la calma de un cielo de estrellas que orientan la ruta se recrean en una gigantesca pantalla. En el suelo, el armazón de una nave, sacos, cuerdas. Cruje la madera del barco, la mecánica del avance sobre el océano. Más adelante, un audiovisual reconstruye Tenochtitlán y la fascinación que causó en aquellos españoles. En este tramo del recorrido, se pueden ver las armas aztecas —una honda, flechas, lanzas— y la recreación —con un acabado como de peluche— de un guerrero jaguar.

La muestra destila épica y apenas se detiene en la leyenda negra sobre la conquista o el propio Cortés. Hay un retrato de fray Bartolomé de las Casas, que denunció el genocidio de los indios, y un ejemplar de su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, junto a un grabado para ilustrar los males de la conquista, como la viruela, y otro, de 1594, que representa a Núñez de Balboa "aperreando a los indios", dice el título: echándoselos a comer a los perros. La nota explicatoria reza: "Versión deformada de las críticas exageradas de fray Bartolomé de las Casas popularizada por la leyenda negra". La mala fama de Cortés se despacha en un panel: "Italia, Francia, Holanda, Alemania e Inglaterra fomentaron una campaña en contra del imperio español en la que se incluyó la conquista de América. El éxito de esta campaña fue muy significativo y ha tenido y aún tiene repercusiones a ambos lados del Atlántico".

Quizá la parte más impactante sea la dedicada a Tecoaque, "el lugar donde se los comieron", en la que se ven esqueletos humanos. Formaban parte de una caravana de 550 personas que sufrió una emboscada azteca. En la comitiva iban 40 españoles, 10 de ellos mujeres. Fueron apresados y sacrificados en banquetes rituales. Al fondo, una gran vasija para limpiar los cadáveres antes de exponer sus cráneos. La respuesta de Cortés fue mandar "destruir y asolar" el pueblo, como contó él mismo. "La idea es que el hombre moderno no vea con visión anacrónica lo que pasó en el siglo XVI. No podemos juzgar con nuestra sensibilidad a un castellano matando a un indio o a un indio comiéndose a un castellano", explica el comisario.

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