El Papa a los movimientos populares – Texto completo
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Posted by Redaccion on 5 November, 2016
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco recibió hoy sábado
por la tarde en el Vaticano, a los participantes del Tercer encuentro
mundial de los movimientos populares, que se ha realizado desde el
pasado miércoles 2 en Roma, en las estructuras del Colegio pontificio
internacional Mater Ecclesiae
[http://www.regnumchristi.org/italiano/articulos/articulo.phtml?id=20645&se=364&ca=194&te=820].
Al inicio del encuentro se escucharon testimonios, cantos,
proyecciones de videos temáticos sobre los pequeños agricultores,
sobre el cuidado de lo creado, las familias en dificultad, y otros
temas.
El cardenal Peter Turkson, presidente del Dicasterio para el
Desarrollo humano integral saludó al Santo Padre y fue presentado un
documento programático de los movimientos populares.
A continuación el papa Francisco realizó un amplio discurso en el que
reconoce que quienes se han reunido en este encuentro puedan pensar
diversamente sobre diversos temas, pero que encuentran coincidencia en
la necesidad de dar a las personas techo, tierra y trabajo, como
elementos necesarios para la dignidad de la persona humana.
El texto completo de las palabras del Santo Padre
Hermanas y hermanos, buenas tardes. En este nuestro tercer encuentro
expresamos la misma sed, la sed de justicia, el mismo clamor: tierra,
techo y trabajo para todos. Agradezco a los delegados, que han llegado
desde las periferias urbanas, rurales y laborales de los cinco
continentes, de más de 60 países, a debatir una vez más cómo defender
estos derechos que nos convocan.
Gracias a los Obispos que vinieron a acompañarlos. Gracias también a
los miles de italianos y europeos que se han unido hoy al cierre de
este Encuentro. Gracias a los observadores y jóvenes comprometidos con
la vida pública que vinieron con humildad a escuchar y aprender.
¡Cuánta esperanza tengo en los jóvenes! Le agradezco también a Usted,
Señor Cardenal Turkson, el trabajo que han hecho en el Dicasterio; y
también quisiera mencionar el aporte del ex Presidente uruguayo José
Mujica que está presente.
En nuestro último encuentro, en Bolivia, con mayoría de
Latinoamericanos, hablamos de la necesidad de un cambio para que la
vida sea digna, un cambio de estructuras; también de cómo ustedes, los
movimientos populares, son sembradores de ese cambio, promotores de un
proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas
encadenadas creativamente, como en una poesía; por eso quise llamarlos
"poetas sociales"; y también enumeramos algunas tareas imprescindibles
para marchar hacia una alternativa humana frente a la globalización de
la indiferencia: 1. poner la economía al servicio de los pueblos; 2.
construir la paz y la justicia; 3. defender la Madre Tierra.
Ese día, en la voz de una cartonera y de un campesino, se dio lectura
a las conclusiones, los diez puntos de Santa Cruz de la Sierra, donde
la palabra cambio estaba preñada de gran contenido, estaba enlazada a
cosas fundamentales que ustedes reivindican: trabajo digno para los
excluidos del mercado laboral; tierra para los campesinos y pueblos
originarios; vivienda para las familias sin techo; integración urbana
para los barrios populares; erradicación de la discriminación, de la
violencia contra la mujer y de las nuevas formas de esclavitud; el fin
de todas las guerras, del crimen organizado y de la represión;
libertad de expresión y comunicación democrática; ciencia y tecnología
al servicio de los pueblos.
Escuchamos también cómo se comprometían a abrazar un proyecto de vida
que rechace el consumismo y recupere la solidaridad, el amor entre
nosotros y el respeto a la naturaleza como valores esenciales. Es la
felicidad de «vivir bien» lo que ustedes reclaman, la «vida buena», y
no ese ideal egoísta que engañosamente invierte las palabras y propone
la «buena vida».
Quienes hoy estamos aquí, con orígenes, creencias e ideas diversas,
tal vez no estemos de acuerdo en todo, seguramente pensamos distinto
en muchas cosas, pero coincidimos en esos puntos. Supe también de
encuentros y talleres realizados en distintos países donde
multiplicaron los debates a la luz de la realidad de cada comunidad.
Eso es muy importante porque las soluciones reales a las problemáticas
actuales no van a salir de una, tres o mil conferencias: tienen que
ser fruto de un discernimiento colectivo que madure en los territorios
junto a los hermanos, un discernimiento que se convierte en acción
transformadora «según los lugares, tiempos y personas» como diría san
Ignacio.
Si no, corremos el riesgo de las abstracciones, de «los nominalismos
declaracionistas (slogans) que son bellas frases pero no logran
sostener la vida de nuestras comunidades» (Carta al Presidente de la
Pontificia Comisión Para América Latina, 19 de marzo de 2016).
El colonialismo ideológico globalizante procura imponer recetas
supraculturales que no respetan la identidad de los Pueblos. Ustedes
van por otro camino que es, al mismo tiempo, local y universal. Un
camino que me recuerda cómo Jesús pidió organizar a la multitud en
grupos de cincuenta para repartir el pan (Cf. Homilía en la Solemnidad
de Corpus Christi, Buenos Aires, 12 de junio de 2004).
Recién pudimos ver el video que han presentado a modo de conclusión de
este tercer Encuentro. Vimos los rostros de ustedes en los debates
sobre qué hacer frente a «la inequidad que engendra violencia». Tantas
propuestas, tanta creatividad, tanta esperanza en la voz de ustedes
que tal vez sean los que más motivos tienen para quejarse, quedar
encerrados en los conflictos, caer en la tentación de lo negativo.
Pero, sin embargo, miran hacia adelante, piensan, discuten, proponen y
actúan. Los felicito, los acompaño, les pido que sigan abriendo
caminos y luchando. Eso me da fuerza, nos da fuerza. Creo que este
dialogo nuestro, que se suma al esfuerzo de tantos millones que
trabajan cotidianamente por la justicia en todo el mundo, va echando
raíces.
El terror y los muros
Sin embargo, esa germinación que es lenta, que tiene sus tiempos como
toda gestación, está amenazada por la velocidad de un mecanismo
destructivo que opera en el sentido contrario. Hay fuerzas poderosas
que pueden neutralizar este proceso de maduración de un cambio que sea
capaz de desplazar la primacía del dinero y coloque nuevamente en el
centro al ser humano. Ese «hilo invisible» del que hablamos en
Bolivia, esa estructura injusta que enlaza a todas las exclusiones que
ustedes sufren, puede endurecerse y convertirse en un látigo, un
látigo existencial que, como en el Egipto del Antiguo Testamento,
esclaviza, roba la libertad, azota sin misericordia a unos y amenaza
constantemente a otros, para arriar a todos como ganado hacia donde
quiere el dinero divinizado.
Los movimientos populares en el Aula Pablo VI
¿Quién gobierna entonces? El dinero ¿Cómo gobierna? Con el látigo del
miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y
militar que engendra más y más violencia en una espiral descendente
que parece no acabar jamás. ¡Cuánto dolor, cuánto miedo! Hay -lo dije
hace poco-, hay un terrorismo de base que emana del control global del
dinero sobre la tierra y atenta contra la humanidad entera. De ese
terrorismo básico se alimentan los terrorismos derivados como el
narcoterrorismo, el terrorismo de estado y lo que erróneamente algunos
llaman terrorismo étnico o religioso. Ningún pueblo, ninguna religión
es terrorista. Es cierto, hay pequeños grupos fundamentalistas en
todos lados. Pero el terrorismo empieza cuando «has desechado la
maravilla de la creación, el hombre y la mujer, y has puesto allí el
dinero» (Conferencia de prensa en el Vuelo de Regreso del Viaje
Apostólico a Polonia, 31 de julio de 2016). Ese sistema es terrorista.
Hace casi cien años, Pío XI preveía el crecimiento de una dictadura
económica mundial que él llamó «imperialismo internacional del dinero»
(Carta Enc. Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931, 109). El aula en la
que estamos ahora se llama "Paolo VI", y fue Pablo VI quien denunció
hace casi cincuenta año las «nueva forma abusiva de dictadura
económica en el campo social, cultural e incluso político» (Carta Ap.
Octogesima adveniens, 14 de mayo de 1971, 44). Son palabras duras pero
justas de mis antecesores que avizoraron el futuro. La Iglesia y los
profetas dijeron, hace milenios, lo que tanto escandaliza que repita
el Papa en este tiempo cuando todo aquello alcanza expresiones
inéditas. Toda la doctrina social de la Iglesia y el magisterio de mis
antecesores se rebelan contra el ídolo-dinero que reina en lugar de
servir, tiraniza y aterroriza a la humanidad.
Ninguna tiranía se sostiene sin explotar nuestros miedos. De ahí que
toda tiranía sea terrorista. Y cuando ese terror, que se sembró en las
periferias con masacres, saqueos, opresión e injusticia, explota en
los centros con distintas formas de violencia, incluso con atentados
odiosos y cobardes, los ciudadanos que aún conservan algunos derechos
son tentados con la falsa seguridad de los muros físicos o sociales.
Muros que encierran a unos y destierran a otros. Ciudadanos
amurallados, aterrorizados, de un lado; excluidos, desterrados, más
aterrorizados todavía, del otro. ¿Es esa la vida que nuestro Padre
Dios quiere para sus hijos?
Al miedo se lo alimenta, se lo manipula… Porque el miedo, además de
ser un buen negocio para los mercaderes de armas y de muerte, nos
debilita, nos desequilibra, destruye nuestras defensas psicológicas y
espirituales, nos anestesia frente al sufrimiento ajeno y al final nos
hace crueles. Cuando escuchamos que se festeja la muerte de un joven
que tal vez erró el camino, cuando vemos que se prefiere la guerra a
la paz, cuando vemos que se generaliza la xenofobia, cuando
constatamos que ganan terreno las propuestas intolerantes; detrás de
esa crueldad que parece masificarse está el frío aliento del miedo.
Les pido que recemos por todos los que tienen miedo, recemos para que
Dios les dé el valor y que en este año de la misericordia podamos
ablandar nuestros corazones. La misericordia no es fácil, no es fácil…
requiere coraje. Por eso Jesús nos dice: «No tengan miedo» (Mt 14,27),
pues la misericordia es el mejor antídoto contra el miedo. Es mucho
mejor que los antidepresivos y los ansiolíticos. Mucho más eficaz que
los muros, las rejas, las alarmas y las armas. Y es gratis: es un don
de Dios.
Queridos hermanos y hermanas: todos los muros caen. No nos dejemos
engañar. Como han dicho ustedes: «Sigamos trabajando para construir
puentes entre los pueblos, puentes que nos permitan derribar los muros
de la exclusión y la explotación» (Documento Conclusivo del II
Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, 11 de julio de 2015,
Cruz de la Sierra, Bolivia). Enfrentemos el Terror con Amor.
El amor y los puentes
Un día como hoy, un sábado, Jesús hizo dos cosas que, nos dice el
Evangelio, precipitaron la conspiración para matarlo. Pasaba con sus
discípulos por un campo, un sembradío. Los discípulos tenían hambre y
comieron las espigas. Nada se nos dice del «dueño» de aquel campo…
subyacía el destino universal de los bienes. Lo cierto es que frente
al hambre, Jesús priorizó la dignidad de los hijos de Dios sobre una
interpretación formalista, acomodaticia e interesada de la norma.
Cuando los doctores de la ley se quejaron con indignación hipócrita,
Jesús les recordó que Dios quiere amor y no sacrificios, y les explicó
que el sábado está hecho para el ser humano y no el ser humano para el
sábado (cf. Mc 2,27). Enfrentó al pensamiento hipócrita y suficiente
con la inteligencia humilde del corazón (cf. Homilía, I Congreso de
Evangelización de la Cultura, Buenos Aires, 3 de noviembre de 2006),
que prioriza siempre al ser humano y rechaza que determinadas lógicas
obstruyan su libertad para vivir, amar y servir al prójimo.
Y después, ese mismo día, Jesús hizo algo «peor», algo que irritó aún
más a los hipócritas y soberbios que lo estaban vigilando porque
buscaban alguna excusa para atraparlo. Curó la mano atrofiada de un
hombre. La mano, ese signo tan fuerte del obrar, del trabajo. Jesús le
devolvió a ese hombre la capacidad de trabajar y con ello le devolvió
la dignidad. Cuántas manos atrofiadas, cuantas personas privadas de la
dignidad del trabajo, porque los hipócritas para defender sistemas
injustos, se oponen a que sean sanadas. A veces pienso que cuando
ustedes, los pobres organizados, se inventan su propio trabajo,
creando una cooperativa, recuperando una fábrica quebrada, reciclando
el descarte de la sociedad de consumo, enfrentando las inclemencias
del tiempo para vender en una plaza, reclamando una parcela de tierra
para cultivar y alimentar a los hambrientos, están imitando a Jesús
porque buscan sanar, aunque sea un poquito, aunque sea precariamente,
esa atrofia del sistema socioeconómico imperante que es el desempleo.
No me extraña que a ustedes también a veces los vigilen o los persigan
y tampoco me extraña que a los soberbios no les interese lo que
ustedes digan.
Jesús, ese sábado, se jugó la vida porque después de sanar esa mano,
fariseos y herodianos (cf. Mc 3,6), dos partidos enfrentados entre sí,
que temían al pueblo y también al imperio, hicieron sus cálculos y se
confabularon para matarlo. Sé que muchos de ustedes se juegan la vida.
Sé que algunos no están hoy acá porque se jugaron la vida… pero no hay
mayor amor que dar la vida. Eso nos enseña Jesús.
Las «3-T», ese grito de ustedes que hago mío, tiene algo de esa
inteligencia humilde pero a la vez fuerte y sanadora. Un
proyecto-puente de los pueblos frente al proyecto-muro del dinero. Un
proyecto que apunta al desarrollo humano integral. Algunos saben que
nuestro amigo el Cardenal Turkson preside ahora el Dicasterio que
lleva ese nombre: Desarrollo Humano Integral. Lo contrario al
desarrollo, podría decirse, es la atrofia, la parálisis. Tenemos que
ayudar para que el mundo se sane de su atrofia moral. Este sistema
atrofiado puede ofrecer ciertos implantes cosméticos que no son
verdadero desarrollo: crecimiento económico, avances técnicos, mayor
«eficiencia» para producir cosas que se compran, se usan y se tiran
englobándonos a todos en una vertiginosa dinámica del descarte… pero
no permite el desarrollo del ser humano en su integralidad, el
desarrollo que no se reduce al consumo, que no se reduce al bienestar
de pocos, que incluye a todos los pueblos y personas en la plenitud de
su dignidad, disfrutando fraternalmente de la maravilla de la
Creación. Ese es el desarrollo que necesitamos: humano, integral,
respetuoso de la Creación.
Bancarrota y salvataje
Queridos hermanos, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones
sobre otros dos temas que, junto a las «3-T» y la ecología integral,
fueron centrales en sus debates de los últimos días y son centrales en
este tiempo histórico.
Sé que dedicaron una jornada al drama de los emigrantes, refugiados y
desplazados. ¿Qué hacer frente a esta tragedia? En el Dicasterio que
tiene a su cargo el Cardenal Turkson hay un departamento para la
atención de estas situaciones. Decidí que, al menos por un tiempo, ese
departamento dependa directamente del Pontífice, porque aquí hay una
situación oprobiosa, que sólo puedo describir con una palabra que me
salió espontáneamente en Lampedusa: vergüenza.
Allí, como también en Lesbos, pude sentir de cerca el sufrimiento de
tantas familias expulsadas de su tierra por razones económicas o
violencias de todo tipo, multitudes desterradas –lo he dicho frente a
las autoridades de todo el mundo– como consecuencia de un sistema
socioeconómico injusto y de conflictos bélicos que no buscaron, que no
crearon quienes hoy padecen el doloroso desarraigo de su suelo patrio
sino más bien muchos de aquellos que se niegan a recibirlos.
Hago mías las palabras de mi hermano el Arzobispo Jerónimo de Grecia:
«Quien ve los ojos de los niños que encontramos en los campos de
refugiados es capaz de reconocer de inmediato, en su totalidad, la
"bancarrota" de la humanidad» (Discurso en el Campo de refugiados de
Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016) ¿Qué le pasa al mundo de hoy que,
cuando se produce la bancarrota de un banco de inmediato aparecen
sumas escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta
bancarrota de la humanidad no hay casi ni una milésima parte para
salvar a esos hermanos que sufren tanto? Y así el Mediterráneo se ha
convertido en un cementerio, y no sólo el Mediterráneo… tantos
cementerios junto a los muros, muros manchados de sangre inocente.
El miedo endurece el corazón y se transforma en crueldad ciega que se
niega a ver la sangre, el dolor, el rostro del otro. Lo dijo mi
hermano el Patriarca Bartolomé: «Quien tiene miedo de vosotros no os
ha mirado a los ojos. Quien tiene miedo de vosotros no ha visto
vuestros rostros. Quien tiene miedo no ve a vuestros hijos. Olvida que
la dignidad y la libertad trascienden el miedo y la división. Olvida
que la migración no es un problema de Oriente Medio y del norte de
África, de Europa y de Grecia. Es un problema del mundo» (Discurso en
el Campo de refugiados de Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016).
Es, en verdad, un problema del mundo. Nadie debería verse obligado a
huir de su Patria. Pero el mal es doble cuando, frente a esas
circunstancias terribles, el emigrante se ve arrojado a las garras de
los traficantes de personas para cruzar las fronteras y es triple si
al llegar a la tierra donde creyó que iba a encontrar un futuro mejor,
se lo desprecia, se lo explota e incluso se lo esclaviza. Esto se
puede ver en cualquier rincón de cientos de ciudades.
Les pido a ustedes que hagan todo lo que puedan y nunca se olviden que
Jesús, María y José experimentaron también la condición dramática de
los refugiados. Les pido que ejerciten esa solidaridad tan especial
que existe entre los que han sufrido. Ustedes saben recuperar fábricas
de las bancarrotas, reciclar lo que otros tiran, crear puestos de
trabajo, labrar la tierra, construir viviendas, integrar barrios
segregados y reclamar sin descanso como esa viuda del Evangelio que
pide justicia insistentemente (cf. Lc 18,1-8). Tal vez con su ejemplo
y su insistencia, algunos Estados y Organismos internacionales abran
los ojos y adopten las medidas adecuadas para acoger e integrar
plenamente a todos los que, por una u otra circunstancia, buscan
refugio lejos de su hogar. Y también para enfrentar las causas
profundas por las que miles de hombres, mujeres y niños son expulsados
cada día de su tierra natal.
Dar el ejemplo y reclamar es una forma de meterse en política y eso me
lleva al segundo eje que debatieron en su Encuentro: la relación entre
pueblo y democracia. Una relación que debería ser natural y fluida
pero que corre el peligro de desdibujarse hasta ser irreconocible. La
brecha entre los pueblos y nuestras formas actuales de democracia se
agranda cada vez más como consecuencia del enorme poder de los grupos
económicos y mediáticos que parecieran dominarlas. Los movimientos
populares, lo sé, no son partidos políticos y déjenme decirles que, en
gran medida, en eso radica su riqueza, porque expresan una forma
distinta, dinámica y vital de participación social en la vida pública.
Pero no tengan miedo de meterse en las grandes discusiones, en
Política con mayúscula y cito de nuevo a Pablo VI: «La política ofrece
un camino serio y difícil―aunque no el único―para cumplir el deber
grave que cristianos y cristianas tienen de servir a los demás» (Lett.
Ap. Octogesima adveniens, 14 de mayo 1971, 46).
Quisiera señalar dos riesgos que giran en torno a la relación entre
los movimientos populares y la política: el riesgo de dejarse
encorsetar y el riesgo de dejarse corromper.
Primero, no dejarse encorsetar, porque algunos dicen: la cooperativa,
el comedor, la huerta agroecológica, el microemprendimiento, el diseño
de los planes asistenciales… hasta ahí está bien. Mientras se
mantengan en el corsé de las «políticas sociales», mientras no
cuestionen la política económica o la política con mayúscula, se los
tolera. Esa idea de las políticas sociales concebidas como una
política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los
pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los
pueblos a veces me parece una especie de volquete maquillado para
contener el descarte del sistema. Cuando ustedes, desde su arraigo a
lo cercano, desde su realidad cotidiana, desde el barrio, desde el
paraje, desde la organización del trabajo comunitario, desde las
relaciones persona a persona, se atreven a cuestionar las
«macrorelaciones», cuando chillan, cuando gritan, cuando pretenden
señalarle al poder un planteo más integral, ahí ya no se los tolera
tanto porque se están saliendo del corsé, se están metiendo en el
terreno de las grandes decisiones que algunos pretenden monopolizar en
pequeñas castas. Así la democracia se atrofia, se convierte en un
nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va
desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por
la dignidad, en la construcción de su destino.
Ustedes, las organizaciones de los excluidos y tantas organizaciones
de otros sectores de la sociedad, están llamados a revitalizar, a
refundar las democracias que pasan por una verdadera crisis. No caigan
en la tentación del corsé que los reduce a actores secundarios, o peor
aún, a meros administradores de la miseria existente. En estos tiempos
de parálisis, de desorientación y propuestas destructivas, la
participación protagónica de los pueblos que buscan el bien común
puede vencer, con la ayuda de Dios, a los falsos profetas que explotan
el miedo y la desesperanza, que venden fórmulas mágicas de odio y
crueldad o de un bienestar egoísta y una seguridad ilusoria.
Sabemos que «mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de
los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de
la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la
inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva
ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales» (Exhort.
ap. postsin. Evangelii gaudium, 202). Por eso, lo dije y lo repito:
«El futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes
dirigentes, las grandes potencias y las elites. Está fundamentalmente
en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en
sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio»
(Discurso en el Segundo Encuentro mundial de los Movimientos
Populares, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 9 de julio de 2015). La
Iglesia también puede y debe, sin pretender el monopolio de la verdad,
pronunciarse y actuar especialmente frente a «situaciones donde se
tocan las llagas y el sufrimiento dramático, y en las cuales están
implicados los valores, la ética, las ciencias sociales y la fe»
(Discurso a la Cumbre de Jueces y Magistrados contra el Tráfico de
Personas y el Crimen Organizado, Vaticano, 3 de junio de 2016).
El segundo riesgo, les decía, es dejarse corromper. Así como la
política no es un asunto de los «políticos», la corrupción no es un
vicio exclusivo de la política. Hay corrupción en la política, hay
corrupción en las empresas, hay corrupción en los medios de
comunicación, hay corrupción en las iglesias y también hay corrupción
en las organizaciones sociales y los movimientos populares. Es justo
decir que hay una corrupción naturalizada en algunos ámbitos de la
vida económica, en particular la actividad financiera, y que tiene
menos prensa que la corrupción directamente ligada al ámbito político
y social. Es justo decir que muchas veces se manipulan los casos de
corrupción con malas intenciones. Pero también es justo aclarar que
quienes han optado por una vida de servicio tienen una obligación
adicional que se suma a la honestidad con la que cualquier persona
debe actuar en la vida. La vara es más alta: hay que vivir la vocación
de servir con un fuerte sentido de austeridad y humildad. Esto vale
para los políticos pero también vale para los dirigentes sociales y
para nosotros, los pastores.
A cualquier persona que tenga demasiado apego por las cosas materiales
o por el espejo, a quien le gusta el dinero, los banquetes
exuberantes, las mansiones suntuosas, los trajes refinados, los autos
de lujo, le aconsejaría que se fije qué está pasando en su corazón y
rece para que Dios lo libere de estas ataduras. Pero, parafraseando al
ex presidente latinoamericano que está por acá, el que tenga afición
por todas esas cosas, por favor, que no se meta en política, que no se
meta en una organización social o en un movimiento popular, porque va
a hacer mucho daño a sí mismo y al prójimo y va a manchar la noble
causa que enarbola.
Frente a la tentación de la corrupción, no hay mejor antídoto que la
austeridad; y practicar la austeridad es, además, predicar con el
ejemplo. Les pido que no subestimen el valor del ejemplo porque tiene
más fuerza que mil palabras, que mil volantes, que mil likes, que mil
retweets, que mil videos de youtube. El ejemplo de una vida austera al
servicio del prójimo es la mejor forma de promover el bien común y el
proyecto-puente de las 3-T. Les pido a los dirigentes que no se cansen
de practicar la austeridad y les pido a todos que exijan a los
dirigentes esa austeridad, la cual –por otra parte– los hará muy
felices. Queridos hermanas y hermanos, la corrupción, la soberbia, el
exhibicionismo de los dirigentes aumenta el descreimiento colectivo,
la sensación de desamparo y retroalimenta el mecanismo del miedo que
sostiene este sistema inicuo.
Quisiera, para finalizar, pedirles que sigan enfrentando el miedo con
una vida de servicio, solidaridad y humildad en favor de los pueblos y
en especial de los que más sufren. Se van a equivocar muchas veces,
todos nos equivocamos, pero si perseveramos en este camino, más
temprano que tarde, vamos a ver los frutos. E insisto, contra el
terror, el mejor antídoto es el amor. El amor todo lo cura. Algunos
saben que después del Sínodo de la familia escribí Amoris Laetitia, un
documento sobre el amor en la familia de cada uno, pero también en esa
otra familia que es el barrio, la comunidad, el pueblo, la humanidad.
Uno de ustedes me pidió distribuir un cuadernillo que contiene un
fragmento del capítulo cuarto de ese documento. Creo que se los van a
entregar a la salida. Va entonces con mi bendición. Allí hay algunos
«consejos útiles» para practicar el más importante de los mandamientos
de Jesús.
En Amoris Laetitia cito a un fallecido dirigente afroamericano, Martin
Luther King, el cual volvía a optar por el amor fraterno aun en medio
de las peores persecuciones y humillaciones. Quiero recordarlo hoy con
ustedes: «Cuando te elevas al nivel del amor, de su gran belleza y
poder, lo único que buscas derrotar es los sistemas malignos. A las
personas atrapadas en ese sistema, las amas, pero tratas de derrotar
ese sistema […] Odio por odio sólo intensifica la existencia del odio
y del mal en el universo. Si yo te golpeo y tú me golpeas, y te
devuelvo el golpe y tú me lo devuelves, y así sucesivamente, es
evidente que se llega hasta el infinito. Simplemente nunca termina. En
algún lugar, alguien debe tener un poco de sentido, y esa es la
persona fuerte. La persona fuerte es la persona que puede romper la
cadena del odio, la cadena del mal». Esto Luther King lo dijo en 1957.
Les agradezco nuevamente su presencia. Les agradezco su trabajo.
Quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga,
que los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles
abundantemente esa fuerza que nos mantiene en pie y nos da coraje para
romper la cadena del odio: esa fuerza es la esperanza.
Les pido por favor que recen por mí y los que no pueden rezar, ya
saben, piénsenme bien y mándenme buena onda. Gracias.
El cardenal Turkson: El encuentro de las tres 'T' se centró en la
dignidad de la persona
[https://es.zenit.org/articles/el-cardenal-turkson-el-encuentro-de-las-tres-t-se-centro-en-la-dignidad-de-la-persona/]
Posted by Sergio Mora on 5 November, 2016
(ZENIT – Roma).- El Tercer encuentro de los Movimientos Populares
concluyó ayer viernes con la intervención del expresidente de Uruguay,
José Mujica. En cambio hoy en el Vaticano se realiza la audiencia con
el papa Francisco.
Tres días en los cuales estuvieron en el centro las tres 'T': tierra,
techo y trabajo. Y en el cual entró también con fuerza el tema de las
migraciones, sea de Latinoamérica hacia Estados Unidos que las de
Oriente Medio a Europa.
El cardenal Turkson y el ex presidente Pepe Mujica (ZENIT cc)
Al concluir el encuentro ZENIT le preguntó al cardenal Peter Turkson,
presidente del dicasterio para el Servicio del desarrollo humano
integral, sobre el éxito del congreso y de los temores que existían
cuando fue el primero, hace tres años en Roma.
El purpurado señaló que los temores existían por la participación en
estos encuentros, de muchos latinoamericanos que habían vivido
experiencias relacionadas con situaciones políticas particulares y con
la teología de la liberación. Pero que esos temores "fueron
ampliamente superados", porque en el centro de la temática de los
encuentros "se puso la dignidad de la persona humana", dijo.
En sus palabras al auditorio el cardenal agradeció a todos los que
trabajaron para hacer posible el congreso y recordó que "el cambio
está en vuestras manos y ustedes pueden ser los protagonistas del
cambio".
El ex presidente Mujica le indicó a ZENIT que el evento se puede
definir como "un cultivo de esperanza, de representación de gente que
queda muy al costado de los fenómenos socio económicos
contemporáneos".
Y en su discurso al público el ex mandatario uruguayo señaló que "el
Papa honra a su iglesia pero además a la humanidad entera. Quienes son
creyentes o no, tenemos la obligación de seguir lo que dice el Papa".
Por eso estamos aquí para apoyar las luchas del papa en el Mundo
entero.
Precisó entretanto que "Si no cambia la cultura no cambia nada. Los
cambios estructurales no modifican la conducta civilizadora de la
gente". Y que "la construcción de una cultura es tan importante como
la construcción de una economía solidaria".
SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO según Justo y Rafael M. López Melús en "El santo
de cada día"
-
SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO, obispo (+1606). Justo y Rafael María López
Melús *El santo de cada día*, Apostolado mariano, Sevilla, 1991, pp.169-170
Nunca ...