EL LIBERTADOR SAN MARTÍN, HÉROE SERENO Y CATÓLICO PRACTICANTE
Los presentes apuntes tienen como objetivo conocer la intensa trayectoria vital del más célebre protagonista del Bicentenario de la Independencia del Perú. Tras una síntesis biográfica basada en los momentos estelares de su vida, les comparto el valioso análisis de Basadre, para concluir en las interesantes manifestaciones de su religiosidad y fe católica.
1. Raíces palentinas y platenses
Pocos recuerdan que los padres del libertador del Perú, aunque casados en Argentina, donde le nacen sus cincos hijos, son de Palencia (España), el padre, Juan de San Martín, de Cervatos de la Cueza, y la madre, Gregoria Matorras, de Paredes de Nava.
Nació el 25 de febrero de 1778, en el pueblo de Yapeyú (Corrientes), capital de su departamento y uno de los cinco en que se dividió el gobierno de los guaraníes, evangelizados de modo ejemplar por los jesuitas. Quinto y último hijo de esta familia palentina cuyo cabeza de familia será teniente gobernador de la provincia. En 1781, se trasladó la familia a Buenos Aires y, destinado el padre a España, llegaron a Cádiz el 23 de marzo de 1784 con sus hijos, José con seis años[1].
Su niñez y primera etapa escolar estará marcada por la ausencia de los jesuitas, expulsados de las Reducciones guaraníes y –ya en Málaga- convertida su casa en escuela gratuita de las Temporalidades. Sus compañeros se quedarán admirados por su inteligencia, su excelente caligrafía, así como su aptitud para el dibujo, la natación y la equitación, requisitos necesarios para su ingreso en el ejército. Durante siete años (de seis a trece) gozará José de la sencilla casa paterna y del austero cuartel. La ciudad andaluza, frente al mar, alegre y bullanguera, no pasaba de los cincuenta mil habitantes. Sus raíces americanas y castellanas, con el influjo del mundo oriental, arábigo o bereber, de puertos exóticos, cimentarán su vigorosa personalidad.
Desde 1791 ingresa como cadete en el ejército y son sólo trece años participa en un combate en Orán, África. Con una formación teórico práctica impecable participa como profesional del Ejército de España y en plena Guerra de la Independencia frente a Napoleón le vemos como consolidado oficial. El parte de guerra de 23 de junio de 1808, de Mourgeón, dirá de San Martín: "Este valeroso oficial atacó con tanta intrepidez, que logró desbaratarlos, dejando en el campo diez y siete dragones muertos y cuatro prisioneros; emprendiendo la fuga el oficial y los restantes soldados, con tanto espanto que arrojaban sus morriones". Su diligente participación en la guerra le valió el ascenso a teniente coronel en 1811.
2. De militar desencantado a libertador frustrado
Sin embargo –sorpresivamente- el 2 de septiembre de ese mismo año- solicitó la baja en el ejército y consigue el pasaporte a Lima bajo el nombre de José Matorras, con intención secreta de ir a Buenos Aires. Parece ser que el motivo fue "el glorioso desencanto", la injusticia profesional con los méritos del padre, oficial "de tropa" muerto con sueldo de teniente; y con él, "cadete de cuerpo" por "hijo de americano" (militar en América), que fue postergado.
Lo cierto es que el día 14 zarpaba para Londres, donde permanece cuatro meses, y el 19 de enero de 1812 se embarca con otros "patriotas" americanos rumbo a Buenos Aires. Llegó a Buenos Aires el 9 de marzo de 1812 y ocho días después ofreció sus servicios a la Junta Gubernativa y siete días después, el 16, se incorporó al Ejército de la Revolución de Mayo que le reconoce el grado de teniente coronel de Caballería.
El 12 de septiembre de 1812 se casaba con María Remedios de Escalada, el 8 de octubre actuó en la revolución que derrocó al Triunvirato, y el 7 de diciembre, ascendido a coronel, se le nombra jefe del formado y ya instruido Regimiento de Granaderos.
El 3 de febrero de 1813, a pesar de la victoria sobre los realistas en San Lorenzo, estuvo a punto de morir. Ese mismo año muere -el 1 de junio- su madre.
En septiembre de 1814 se le nombró gobernador intendente de Cuyo y tuvo que acoger allí a los patriotas que buscaban refugio después de la derrota sufrida en octubre de ese mismo año en Rancagua. Con el apoyo del nuevo director supremo, Carlos de Alvear, organizó un ejército con los refugiados, cuando el Congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816 concedió la independencia a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Nombrado general en jefe del Ejército de los Andes, lo instruye durante dos años en Mendoza. Desde allí inició el paso de los Andes –incomparablemente mayor que el cruce de los Alpes por Aníbal, César, Alejandro o Napoleón- el 18 de enero de 1817 y que, con 5.200 hombres, en marchas forzadas, los atravesaron en solo veinte días. Ya en Chile, vence en Chacabuco y logra su independencia, declinando el gobierno al brigadier chileno Bernardo O'Higgins. Sufre un revés de los realistas el 19 de marzo de 1818 en Cancha Rayada, pero el 5 de abril, vencen en Maipú, confirmando la independencia de Chile. Es ahora cuando organiza con tropas argentinas y chilenas el Ejército Libertador del Perú. Con el apoyo de la flota al mando de lord Cochrane, los patriotas lograron controlar toda la costa del Pacífico. Así, desembarcó en la bahía de Paracas el 8 de septiembre de 1820 y el 28 de julio de 1821 proclama la independencia del Perú. Como Protector del Perú gobernará el nuevo Estado desde el 3 de agosto de 1821 hasta el 20 de septiembre de 1822. Tras su encuentro con Bolívar en Guayaquil en 1823 abandona el Perú. Aclamado en 1821, nadie le reclama para que siga en 1823. El 20 de enero, yendo a Valparaíso, enfermó gravemente y quedó en Mendoza del 4 de febrero al 20 de noviembre de 1823 en que salió para Buenos Aires al saber la muerte de su esposa.
3. El "héroe sereno" o el alto general de perfil bajo
Entre la numerosa bibliografía les comparto un magistral texto de Jorge Basadre en el que, analizando las diferentes cualidades del militar y libertador, destaca la clave de su serenidad heroica en medio de la tormenta revolucionaria y bélica:
"Para una generación como la nuestra, que ha aprendido a creer en todo el mundo y en tantos órdenes de la vida, que la prisa es una necesidad, lo utilitario una virtud, la figuración un sinónimo del valer, el grito y el anuncio una fuerza más importante que la razón, puede ser muy útil reflexionar lo que significa la aptitud para saber ser un hombre libre, un individuo capaz de decidir por sí mismo, de acuerdo con las más altas normas éticas, cuándo es un deber actuar, llevando entonces esa acción hasta sus últimas consecuencias, y cuándo es un deber no actuar, aunque en ese caso sea menester aceptar los más dolorosos renunciamientos. Fue sencillamente eso, ni más ni menos, lo que San Martín hizo. Implica el suyo un bello ejemplo de cómo en esa cosa llena de fango y de luz que es la vida, en la que tan pocas son las recetas infalibles, caso lo único verdaderamente reconfortante es que el ser humano, a pesar de todas las pruebas, pueda ser capaz de conservar su lucidez y su dignidad.
La confusión, la algarabía, el gregarismo, la arbitrariedad, parecen originarse en un curioso fenómeno de atolondramiento o de confusión. Y tal vez la más profunda lección de San Martín para nuestro tiempo, fuera de América y en América, sea precisamente una lección de serenidad. De serenidad entendida con algo muy distinto de la calma, el reposo o la tranquilidad, porque emerge del dolor, de la cólera o de la incertidumbre, para dominarlas a la luz de la conciencia de estar procediendo bien.
El más alto sentido de lo heroico en el mundo actual, es el del heroísmo sereno. No hay que buscar hoy al héroe más notable, como en épocas lejanas, en el aventurero que se lanza a los mares lejanos o a las tierras ignotas, sino en el hombre a solas frente a las sectas, frente a los dogmas y frente a los despotismos. Lo que más urgentemente necesitamos todos es no desmoralizarnos. La más insidiosa tentación ahora es la tentación de la cobardía frente a la mentira, frente a la falsificación de valores, frente al mercado negro en lao espiritual. Lo peor que puede pasar a la generación nueva en el mundo es la prostitución. Y San Marín, independientemente de sus errores y deficiencias, que no corresponde a este libro enjuiciar, encarna el heroísmo sereno del hombre a solas que no se prostituye"[2].
4. No fue masón
Una de las cuestiones más debatidas es acerca de la pertenencia o no de San Martín a la masonería. En mi consulta personal en el Archivo de Salamanca no encontré documentación al respecto. Parece que no consta una actuación masónica de San Martín en Cádiz; en 1810 sólo la logia "Lautaro" trataba de la emancipación americana, vinculada con "La gran Reunión Americana", su matriz de Londres. De la "Lautaro" argentina quedan aún enigmas. Dos años antes de morir, el 11 de septiembre de 1848 escribía desde Boulogne al general Ramón Castilla declarando: "Una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos... resolvimos regresar cada uno a al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar". Roberto Colimodio, miembro de la Academia Argentina de la Historia y de la Academia Sanmartiniana afirma que no hay documento o testimonio alguno que así lo demuestre. Ni siquiera, dos famosos masones como Mitre y Sarmiento lo reconocen como par, como tampoco reconocen a la Logia Lautaro, de la cual San Martín fue fundador en América, como masónica. De todos modos, es innegable su contacto con las ideas ilustradas inglesas y francesas. De hecho, cuando el 19 de enero de 1812 se embarcaba con otros "patriotas" americanos en la fragata George Canning rumbo a Buenos Aires, llevaba una biblioteca con 126 títulos en 430 tomos, muchos prohibidos en España.
5. Religiosidad persistente
En su práctica se puede observar una permanente religiosidad. Así, en el motín de Cádiz de 1808, siendo edecán del linchado general Solano, buscó asilo en una ermita de la Virgen. La turba, enfurecida, perdonó su vida, al ampararse en la Madre de Dios.
En cuanto a su vida familiar y personal debe rescatarse su raigambre católica como muestra el hecho que sus padres fueran terciarios dominicos y cofrades de Nuestra Señora de la Blanca. Conoció a su futura esposa Remedios de Escalada durante una misa de Gloria, en el templo San Miguel Arcángel. Contrae matrimonio católico y como destaca el historiador Guillermo Furlong "confiesa y comulga al construir su cristiano hogar […]San Martín no sólo fue un católico práctico o militante, sin que fue, además, un católico ferviente y hasta apostólico" [3]
Conservó durante muchos años un rosario de madera del monte de los Olivos, obsequiado por una hermana de caridad que cuidó de él después de Bailén, en 1808. Dicho rosario, hoy en el Museo de Granaderos, fue donado por la familia de Manuel de Olazábal a quien San Martín se lo regaló en 1820 "para que le trajera suerte y se recuperara de sus heridas. Lo usó siempre y se lo vi suspendido del cuello debajo de la casaca a manera de escapulario".
En su epistolario es habitual la mención a Dios. Así, en la carta a Tomás Guido el 15 de abril de 1843: "Quiera Dios oír mis votos, en su favor, ellos serán siempre porque terminen nuestras disensiones y renazcan los días de Paz y unión de que tanto necesita nuestra patria para su felicidad".
Siempre buscó el respeto a los eclesiásticos, conformarse con los postulados de la Iglesia, vivir en armonía con la jerarquía a cuya cabeza estaba el Papa. Ante la carencia de obispos y la vacilante actitud del Vaticano ante la Independencia busca siempre contar con su aprobación. Se ve claramente en su deseo de encontrarse con el representante del Papa en su visita a América. Un integrante de aquella misión diplomática, el P. Mastai Ferreti; quien sería luego el Papa Pío IX, apuntó en su Diario de Viaje: "San Martín […] recibido por el Vicario, le hizo las más cordiales manifestaciones" [4].
6. Fe pública
En el Regimiento de Granaderos a Caballo creado en 1812 por San Martín, dictó los reglamentos internos y estuvo en los detalles de su organización, incluyendo diaria y semanalmente las prácticas del buen cristiano: "Rezo de oraciones por la mañana luego de tocar diana y el Rosario todas las noches. Domingos y días festivos Santo Oficio de la misa por el capellán del Regimiento en la Parroquia del Socorro".
En Mendoza, en el Ejército de los Andes, se oficiaba la misa en el campamento con un altar portátil que el propio San Martín solicitó a Buenos Aires en 1815. Frente al altar, el General y su Estado Mayor asistían al oficio y a la plática del Capellán Güiraldes. En sus "Memorias" el Coronel Carlos A. Pueyrredón hará constar: "Todas estas prácticas religiosas se han observado siempre en el regimiento, aún mismo en campaña. Cuando no había una iglesia o casa adecuada, se improvisaba un altar en el campo, colocándolo en alto para que todos pudiesen ver al oficiante".
Su presencia en Perú dio pruebas de su religiosidad, desde la célebre proclama de libertad en que menciona explícitamente "la causa que Dios defiende", en la celebración de la Misa Te Deum en la Catedral con los responsables de la Iglesia, la confesionalidad del nuevo Estado en el Estatuto del 8 de octubre del protectorado promovido por él: "La religión católica, apostólica, romana es la religión del Estado. El gobierno reconoce como uno de sus primeros deberes el mantenerla y conservarla por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana. Cualquiera que ataque en público o en privado sus dogmas y principios, será castigado con severidad a proporción del escándalo que hubiere dado".
La Sociedad de la Orden del Sol formada puso por patrona a Santa Rosa. Después de la entrevista de Guayaquil se despidió de Perú con actos que llevan el sello de sentida religiosidad. El 22 de agosto de 1822, ordenó grandes vísperas en honor de Santa Rosa y el 30 solemne misa y procesión. San Martín publicó un decreto para la instalación del Congreso y las funciones religiosas, sobre la protestación de la fe y juramento que debían prestar sus integrantes. Decía: "¿Juráis conservar la santa religión católica, apostólica, romana como propia del Estado y conservar en su integridad el Perú?".
7. Devoción mariana
Destaca la devoción mariana en la advocación a Nuestra Señora de las Merced. Así, en carta que Belgrano le envió a Tucumán le aconsejaba: "La guerra no debe usted hacerla solo con las armas, sino afianzándose siempre, en las virtudes naturales cristianas y religiosas en la fe católica que profesamos, implorando a Nuestra Señora de la Merced nombrándola generala".
Pocos días antes de iniciar el cruce de los Andes proclamó a la Virgen del Carmen patrona del ejército, según la ceremonia descrita por Gerónimo Espejo y Damián Hudson, junto a la iglesia de San Francisco en la que se formó la procesión que culminó en "misa solemne, panegírico y tedeum. Al asomar la bandera junto con la Virgen, el general San Martín le puso su bastón de mando en la mano derecha".
Tal devoción fue ratificada en otras ocasiones como la del 12 de agosto de 1818 en la que manifiesta la "decidida protección que ha presentado al ejército su patrona y generala, nuestra Madre y Señora del Carmen".
8. Los reparos de la mística arequipeña y el arzobispo de Lima
El señalar los indiscutibles valores humanos en el Libertador, así como su catolicismo, no significa que estuviese libre de errores y que al igual que muchos de los ilustrados y liberales del primer tercio del siglo XIX su religión estuviese influida por el teísmo y los ideales reinantes de libertad, igualdad y justicia. Si uno preguntase a personajes cualificados del momento como la mística dominica arequipeña Madre María Manuela Ripa (1754-1824) su parecer, nos diría que –vista su alianza con ingleses y franceses a los que consideraba herejes- era como un "azote de Dios, otro Herodes".
Por su parte, el arzobispo de Lima Monseñor Bartolomé de las Heras, generoso y magnánimo como era y a pesar de saber que firmó su destierro, escribió: Créame Ud., amigo que lo encomiendo a Dios diariamente para que le dé la paz al reino cuanto antes. Jamás olvidaré las expresiones de afecto y consideración con que me ha distinguido cuando nos hemos visto, y lo será en todas ocasiones, su más apasionado amigo y capellán que besa su mano. Lima, septiembre 5 de 1821". Sin embargo, ya en Madrid y visto el desarrollo del proceso independentista, él que estuvo dispuesto a firmar la Independencia, renunciar a la comodidad del refugio del Real Felipe y quedarse en Lima con sus fieles por considerar que habría menos atropellos, se siente traicionado por San Martín o sus consejeros, y se confidenciará al Papa con amargura: "ocultó en el principio el conquistador sus interiores designios, así en punto a su gobierno político, como a los religiosos y eclesiásticos; …salían de aquel gobierno unas máximas tan perjudiciales a la religión, a la moral y a la decencia, que se iba introduciendo la total relajación del clero y del estado secular […]quedará marcado y señalado en toda la posteridad por un signo de la mayor ingratitud y fiereza; y lo que más admira y sorprende es que lo hubiese dispuesto y mandado ejecutar el gobierno por órdenes expresas".
9. Lo que cuenta es el final
Conmueve pensar que tan significativo personaje se dedicase en la última etapa de su vida –ya en Europa- a la educación de su única hija para la que escribió un tratado con prudentes máximas para "humanizar el carácter, inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira., caridad con los pobres., sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones., dulzura con los criados, pobres y viejos., amor por la Patria y por la Libertad."
Particularmente me gusta la escena en que don Quijote ruega que le dejen solo, porque quería dormir un poco. Después de más de seis horas, como gran contemplativo, despierta exclamando:
–¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.
Así me imagino que el final de los días del general San Martín. Sorprende que no fuese ni en su Argentina natal, ni en la España que le forjó, ni en ninguna de las repúblicas que libertó. Se sumerge en un voluntario retiro de la acogedora Francia, ya viudo, a su única hija. Serían días de paz, silencio, de preparación para el gran encuentro con su Padre Dios.
Ante el complejo panorama argentino, hostil a su persona, bastante enfermo, se embarcó con su hija en febrero de 1824.Permaneció algún tiempo en Gran Bretaña y Francia, y al fin se instaló en Bruselas. Tanto en 1827 -por la guerra con Brasil- como en 1829 –luchas entre centralistas y federalistas de provincias- viajó a Buenos Aires para ofrecer sus servicios; pero, ante el malestar político, sin desembarcar, volvió a Europa, en concreto a su casa de Bruselas, desde donde se traslada a comienzos de 1831 a Francia, primero a París, luego a Boulogne. Hasta allí llegarían para visitarlo compatriotas como Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi; su antiguo subordinado el general inglés Guillermo Miller y chilenos o peruanos empujados por el afán de conocer al libertador de sus respectivas patrias. Aquí muere el 17 de agosto de 1850, teniendo a su lado a su hija Mercedes, su yerno Mariano Balcarce y sus dos nietas. el representante de Chile en Francia don Francisco Javier Rosales y el doctor Jordán, quien lo asistió como médico. El diplomático chileno, al comunicar a su gobierno la triste nueva, expresó que el Libertador "acabó sus días con la calma del justo en los brazos de su afligida y virtuosa familia".
En el testamento del 23 de enero de 1844: "En el nombre de Dios Todo Poderoso a quien reconozco como hacedor del Universo". San Martín falleció con un crucifijo en el pecho, no recibió los últimos sacramentos por su muerte repentina. Su responso se rezó en la iglesia de San Nicolás y sus restos embalsamados fueron depositados por once años en la cripta subterránea de la catedral de Boulogne.
Desde 1880 descansa en la catedral de Buenos Aires. Figuras simbólicas que representan a la Argentina, Chile y Perú le rinden guardia permanente. Como bellamente concluye la emblemática página del Instituto que honra su memoria "renunció a la gloria y envainó dignamente su corvo, que nunca fue usado para avasallar naciones, ni para derramar la sangre de sus compatriotas. Sólo ambicionó una cosa: la libertad de América"[5].
BIBLIOGRAFÍA:
BASADRE, Jorge Historia de la República del Perú 1822-1933, "La retirada de San Martín", Tomo 1, 8ª Ed. La República, Lima, p.6
BRUNO, P. Cayetano "Historia de la Iglesia en la Argentina" Editorial Don Bosco, Buenos Aires, vv.9 y 10, 1974
FURLONG, Guillermo: El General San Martín, ¿Masón - católico - Deísta?, Buenos Aires, Theoría, 1963.
GÁRATE, José María http://dbe.rah.es/biografias/14659/jose-de-san-martin
PICCINALI Héctor "San Martín y el Liberalismo", Revista Gladius, Buenos Aires, Nº 19, 25/12/90.
https://www.facebook.com/institutosanmartiniano.delperu
https://sanmartiniano.cultura.gob.ar/noticia/san-martin-factor-de-union-de-los-argentinos/
[1] José María Gárate Córdoba http://dbe.rah.es/biografias/14659/jose-de-san-martin
[2] Historia de la República del Perú 1822-1933, "La retirada de San Martín", Tomo 1, 8ª Ed. La República, Lima, p.6
[3] Guillermo Furlong: El General San Martín, ¿Masón - católico - Deísta?, Buenos Aires, Theoría, 1963, pág 136.
[4] P. Cayetano Bruno "Historia de la Iglesia en la Argentina", cit. por Héctor Piccinali en "San Martín y el Liberalismo", Revista Gladius, Buenos Aires, Nº 19, 25/12/90, pág. 116.