jueves, 5 de agosto de 2021

BURRIEZA SÁNCHEZ, Javier Libro de los santos de Valladolid, Editorial Maxtor, Valladolid 2020, 491 pp

BURRIEZA SÁNCHEZ, Javier Libro de los santos de Valladolid, Editorial Maxtor, Valladolid 2020,  491 pp

Dejé Valladolid por el año 1994, cuando concluí la tesis doctoral y me vine para el Perú. Mi único santo vallisoletano durante varios años de mi estancia en Valladolid era San Pedro Regalado, en exclusiva. De hecho, la popular colección "Vallisoletanos" de Caja-España logró ampliar su elenco a Santo Toribio Mogrovejo, que por los años del V Centenario de América seguía siendo un perfecto desconocido -salvo en Mayorga y Villaquejida.  Y ni siquiera la reciente canonización de Simón de Rojas, José Fernández y Mateo Alonso de Leciniana, en 1988 se salvaron, sino del olvido total, al menos de un cumplido recuerdo por parte de los mismos católicos. Todavía recuerdo al inquieto y celoso sacerdote autor de Misioneros vallisoletanos" reivindicando la memoria de tantos paisanos ejemplares, aunque no gozasen del honor de los altares. Claro que se sabía del paso por Valladolid, capital del mundo hispánico en tiempos de los Austria, de grandes santos como Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz. Por supuesto que se profesaba afecto por el venerable P. Bernardo Hoyos, pero su proceso se veía con cierta dosis de escepticismo, si "ni siquiera sabemos dónde están sus restos", ¿cómo lo van a beatificar y menso canonizar? El caso de Isabel la Católica, a pesar de haber aceptado la responsabilidad de su proceso, no parecía "políticamente correcto" por los ochenta y noventa; no levantemos ampollas contra los judíos ni regresemos a su manipulación en tiempos de Franco.

Y basta como preámbulo para decir que el nuevo libro representa un antes y un después. Del yermo y el desierto, del olvido y la indiferencia, de la ignorancia y desidia, tenemos el instrumento para pasar al vergel, la memoria y el afecto, el conocimiento y el fervor. Gracias, colega y amigo, Javier Burrieza por esta monumental obra. La estoy gozando de veras por su abundancia de datos, la contextualización espaciotemporal, el ambiente sociocultural, el retrato biográfico con su caracterización psicológica, su aspecto humano, su vida familiar y profesional, su proyección, su alcance, las claves de su carisma y espiritualidad, su vigencia. Ha sido constante el hecho de satisfacer las cuestiones de la mayoría de los personajes, como que el autor adivinaba certeramente mis preguntas. Su formación como historiador especialista en historia moderna le permite vincular la historia local vallisoletana que conoce al dedillo con la historia de España y universal. De igual manera armoniza lo profano y lo sacro que chirría en los historiadores que optan por lo meramente civil y consideran lo religioso como apéndice; por el contrario, no vemos el otro extremo de hagiógrafos que se dejan ganar por el tufillo religioso y presentan santos desencarnados. La verdad que no es fácil el equilibrio mostrado en la presentación de sus personajes, a los que sentimos más cercanos por la chispa de humor e ironía con que nos sorprende.

El largo subtítulo lo dice casi todo: "Tratado acerca de las Vidas de los que nacieron, moraron y destacaron por sus virtudes entre los vallisoletanos y fueron llamados bienaventurados". Son 100 las biografías, con 727 notas, 491 páginas, toda una enciclopedia acerca de la santidad en Valladolid, articulada en tres partes. La primera con 32 santos y beatos nacidos en Valladolid: los seis santos corresponden a Pedro Regalado (1390-1456), Toribio Alfonso Mogrovejo (1538-1606), Francisco de San Miguel (1545-15979, Simón de Rojas (1542-1624), José Fernández (1775-1838). Mateo Alonso de Leciniana (1703-1745); de los 26 beatos, destaca por luz propia el célebre padre Bernardo Francisco de Hoyos (1711-1735), el joven apóstol del corazón de Jesús, confidente de la gran promesa, beatificado solemnemente el 18 de abril de 2010 en multitudinaria ceremonia que -como puntualmente registra el autor- "se produjo al día siguiente de haber entrado como nuevo arzobispo de la diócesis Ricardo Blázquez Pérez" (p.187), otro jesuita misionero popular P. Tiburcio Arnáiz (1865-1926), varios mártires de la Guerra del 36 como los Hermanos de la Salle Edmigio, Marino Pablo, Juan Pablo, Javier Eliseo, los diocesanos Florentino Asensio Barroso, Julio Melgar Salgado; se colocan en este apartado -aunque todavía está abierto su proceso- los queridos y llorados jesuitas vallisoletanos misioneros en El Salvador (Ignacio Martín Baró y Segundo Montes) recientemente incluidos en el "catálogo de mártires" por la propia Compañía de Jesús, "antorchas de luz y de esperanza" (pp.206-214).  

La segunda parte "Valladolid, camino de santos" nos brinda la semblanza de 35 santos, beatos y siervos de Dios que visitaron o vivieron en la Ciudad del Pisuerga. Junto a los conocidos como los casos de Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, nos sorprende gratamente el saber que también pisaron esta tierra, santos de la edad antigua como San Mancio o medievales como Francisco de Asís, el rey San Fernando III, Vicente Ferrer, Pedro Fabro, el agustino Alonso de Orozco, los trinitarios Juan Bautista de la Concepción y Miguel de los Santos, los Mártires del Colegio de Ingleses, San Antonio María Claret, santa Rafaela María, fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón, y su hermana Pilar, los Hermanos Mártires de Turón de las Escuelas Cristianas, san Manuel González (obispo de Palencia), san José María Escrivá de Balaguer del que se registran más de 60 viajes "buscando Camino en Valladolid, muy metido en mi alma" (pp.364-366) con otros miembros del Opus Dei como Álvaro del Portillo y Guadalupe Ortiz de Landázuri. Con singular agrado vemos la presencia de san Juan XXIII "el Papa del Concilio que viajó a Valladolid" en 1954, acompañado de dos jóvenes sacerdotes del Colegio Español de Roma, José Ignacio Tellechea y José Sebastián Laboa (pp.371-375) como aparece en la acertada portada del libro. De igual modo, de Santa María de la Purísima (1926-1998) de las Hermanas de la Cruz y hasta del Cardenal Ángel Herrera Oria

La tercera parte nos ofrece 14 procesos de "vallisoletanos" o de siervos de Dios vinculados con la diócesis. Los cuatro primeros de interés excepcional para toda la Iglesia: Isabel la Católica (1451-1504), el P. Luis de la Puente (1544-1624), místico jesuita, Marina de Escobar (1554-1653) fundadora de la Orden de Santa Brígida, Luisa de Carvajal y Mendoza (1566-1614), misionera en Inglaterra. Es encomiable el esfuerzo del autor por compartirnos procesos tan complejos como el de la Reina Isabel, pero que gracias al tener tan a la mano sus datos por su participación en congresos y publicaciones recientes le permite sintetizar y relatar de modo tan oportuno. Destaco, por último, sus semblanzas de celebridades históricas como el obispo dominico de México, fray Antonio Alcalde (1701-1792) de Cigales y la concepcionista Ángeles Sorazu (1873-1921), para culminar con las hermanas Ortega Pardo, Madre Teresa María de Jesús (1917-1972) dominica en Olmedo y Encarnita (1920-1995) numeraria del Opus Dei, la fundadora de las Celadoras del Reinado del Corazón de Jesús, M. Amadora Gómez Alonso (1907-1976) y el P. José Luis Gago de Val (1934-2012), alma y voz de la COPE

 El autor de la presente obra es profesor titular de Historia Moderna de la Universidad de Valladolid, fiel seguidor del buen hacer historiográfico y cronista vallisoletano Teófanes Egido.  De igual manera, cabe destacar su condición de creyente que manifiesta en todo momento. Por todo ello, agradezco su entrañable dedicatoria para con "su" arzobispo don Braulio "pastor que vio nacer a mi familia, que bendijo a mi hija Cristina en el seno de su madre…que contempló cómo Beatriz corría entre procesiones y se despidió cuando Joaquín daba sus primeros pasos en aquellos años, entre 2002 y 2009".  Que nos comparte en la introducción en la que señala que muchas de "las historias de los santos están aprendidas desde lo familiar" (p.19), y a lo largo de la obra que cuenta con muchas horas de archivo, biblioteca y congresos, pero también de celebración y vida personal como cuando narra el momento en que traspasó la puerta del Cementerio del Carmen en busca de la sepultura de Encarnita Ortega y queda sorprendido por su austeridad (p.470). Y que personaliza en su gratitud a la Delegación de Medios de Comunicación del Arzobispado de Valladolid por el "cariño con el que han tratado siempre esta información en la revista "Iglesia de Valladolid" (p.23)

Queda claro. Si quieren conocer de verdad, en profundidad y con deleite, la historia de la santidad vallisoletana, la lectura de esta obra es materia obligada.

José Antonio Benito

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