La devoción a San José en Aguchita, Hermana del Buen Pastor, nueva beata del Perú
Si Aguchita viviese entre nosotros cómo habría gozado con el Año de San José en que el papa Francisco ha querido actualizar su figura con motivo del 150 aniversario de la proclamación de como "Patrono de la Iglesia universal". Su carta Patris corde, sus nuevas letanías, han suscitado un renovado fervor. En particular le habría encantado la consideración de José como obrero, de quien Jesús "aprendió el valor, la dignidad y la alegría que significa comer el pan como fruto del propio trabajo", la carta lo presenta como modelo de quien trabaja para desarrollar las propias potencialidades y así "acelerar el advenimiento del Reino", que trae dignidad a las familias. "La obra de san José -sigue diciendo el Papa- nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!"
Agradezco al P. Alfonso Tapia que me comparte deliciosos aspectos de la devoción de Aguchita por San José. Por ejemplo, la lavandería estaba bajo el patrocinio de "San José" y a él acudía permanentemente "cuando no pagaban a tiempo y había que pagar al personal, cuando algo se malograba y no se podía avanzar, se extraviaba cualquier cosa y se vencía el plazo para entregar…". El 19 de marzo, fiesta de san José, no se trabajaba. Aguchita se las ingeniaba y conseguía para hacer una buena comida preparada por ella misma con el ingrediente secreto de todas las madres del mundo: el cariño. Vivía la fiesta con ilusión desde días antes, con un retiro para todos. No solo eran sus trabajadores, sino sus ovejas a quienes tenía que guiar, alimentar y llevar al Buen Pastor. El mismo día 19, después de la Misa solemne en honor del Santo, nadie la quitaba el privilegio de servir a todos el almuerzo. Era una verdadera mamá disfrutando al ver a todos sus hijos e hijas sentados a la mesa, juntos.
Después de la lavandería pasó a la cocina, uno de sus fuertes y delicado encargo, teniendo en cuenta que no siempre alcanzaban los recursos para tantas bocas (casi 200). Aquí, de la mano de su querido y fiel San José, harán maravillas. Seguirá siendo igual de ordenada, limpia y responsable; pero, sobre todo, igual de buena, igual de madre.
Por el famoso, caótico y peligroso, mercado mayorista limeño de La Parada, en la Victoria, al que iba a por la compra, todo el mundo la saludaba, la llamaba, le pedía oraciones, le contaba sus penas o problemas familiares, económicos, de salud, que la venta estaba baja, el precio por el piso…, otros le daban gracias por sus oraciones. A todos escuchaba con paciencia y cariño, a todos invitaba a seguir orando, a ésta una palabrita de aliento, a aquella una rezadita, a la otra una sonrisita, a la del puesto de enfrente le escucha los problemas de su casa y le da, con cariño y discreción, un consejito. A cada una le dedicaba el tiempo necesario, una palmadita en el hombro o un abrazo. No importaba si eran católicos, protestantes, o no eran nada. También le gustaba repartir estampas, especialmente de san José.
Las personas, sencillas de corazón como ella, se sienten escuchadas, valoradas, queridas y en ningún momento juzgadas. Naturalmente surge en ellas el agradecimiento y la forma de hacerlo, además de con las palabras y la sonrisa, es con sus productos; así que muchos días Aguchita que salía de casa escasa de plata, pero sobrada de confianza en su proveedor principal, San José, llegaba con la misma plata y con más víveres de los que necesitaba.
Pero eso, tampoco era un problema, llamaba a algunas de las señoras de los clubes de madres que estaban pasando malos momentos y "lo que por una mano entra, por otra sale": Aparecían las señoras de un sitio y de otro, se armaba una algarabía, porque Aguchita era feliz repartiendo y las señoras recibiendo. "Hay más gozo en dar que en recibir". Alguna hermana la decía: "pero Aguchita ¿qué has hecho?" Y, Aguchita feliz, le echaba la "culpa" a san José. A veces eran camiones enteros, de choclo una vez, de zapallos otra.
Tenía que preparar los alimentos para todas las personas de la casa: las niñas internas, Hermanas Contemplativas, padre Capellán y también para gente muy pobre que venía a recoger los alimentos por la puerta del Jirón Conchucos. Nuevamente, Aguchita se mostrará aquí desenvuelta, sacrificada, chambera, responsable, ordenada, generosa, educadora, servicial y encantadora. Como siempre, hará trabajar duro a San José.
También comparten varias hermanas que a veces faltaba la manteca u otro ingrediente para hacer el pan y todas se preocupaban. Aguchita las tranquilizaba invitando a confiar en san José. Tarde o temprano llegaba alguien con un encargo y traía lo que faltaba.
Será San José quien le regale una cocina en el hogar "Reina de la Paz" como varias de las hermanas corroboraron. Si la fe mueve montañas, ¡cómo no va a mover cocinas!
En la cocina ayudaban las hermanas menores, las que estaban en formación. También para ellas fue madre y educadora, desde enseñarles a cocinar hasta trabajar con diligencia, pasando por el orden, el cariño y el cuidado en la preparación de los alimentos, el engreimiento con el que tratar a las hermanas enfermas, su generosidad sin límites y su confianza en San José. No es casualidad que en el Año de San José se haya aprobado su martirio y por lo tanto su beatificación.
Todos conocían que cargaba siempre una imagen de san José y que repartía con frecuencia estampas de él, que a todos invitaba a acudir a él coincidiendo con Santa Teresa de Jesús en que "no me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer".
En el centro de la "Memoria de Aguchita", en la Casa de las Hermanas del Buen Pastor pudimos encontrar esta tierna imagen de san José aclamado por los ángeles y que acompañó siempre a nuestra Hermana. Que su tierna y filial devoción por el Santo, declarado también patrono del Perú en 1828, nos contagie y sirva para vivir su ejemplo de custodio (de la casa común, de la familia, de nuestra Iglesia y del Perú).