sábado, 26 de febrero de 2022

Juan Ginés de Sepúlveda, humanista a quien se enfrentó el P. Bartolomé de las Casas

Sepúlveda, Juan Ginés de. Pozoblanco (Córdoba), 1490 – 17.XI.1573. Humanista, traductor e historiador.

Nació en el seno de una familia de cristianos viejos de posición humilde: el padre, Ginés Sánchez Mellado, era artesano; la madre se llamaba María Ruiz.

Después de cursar estudios primarios y secundarios en 1510 se matriculó en la recién creada Universidad de Alcalá de Henares, donde permaneció hasta finales de 1513 estudiando Filosofía y Griego, este último bajo el magisterio del cretense Demetrio Ducas. Tras sus estudios de Teología en el Colegio de San Antonio de Sigüenza el 14 de febrero de 1515 obtuvo del cardenal Cisneros una carta de recomendación para el Colegio de España o de San Clemente en Bolonia (Italia). A los pocos meses, a finales de mayo, llegó a tierras italianas, según se desprende de unas notas redactadas el 28 de mayo por el entonces secretario del Colegio, Francisco Pérez, en las que se da cuenta de la presentación de las pruebas de limpieza de sangre.

Sepúlveda entró oficialmente como colegial en el Colegio el 27 de septiembre de aquel mismo año. En Bolonia estudió Filosofía en la Cátedra del escolástico Pietro Pomponazzi y realizó estudios de Derecho y Teología.

En febrero de 1522 Sepúlveda fue recibido en su palacio de Carpi por el príncipe Alberto Pío. Se inició a partir de ese momento una estrecha relación entre ambos, que duraría hasta la muerte del segundo en 1531. La personalidad de Alberto Pío, ocupado en la publicación del corpus aristotelicum periaristotelicum y acérrimo enemigo de Erasmo de Rotterdam, incidió de un modo fundamental en los trabajos hermenéuticos de Sepúlveda. De mayo de 1522 data en efecto la primera traducción sepulvediana de Aristóteles, su versión latina de los Parva Naturalia, a la que habrían de seguir a principios de 1523 las traducciones latinas del De ortu et interitu y del De mundo. La amistad entre Alberto Pío y Sepúlveda llevó a éste a establecerse en la Corte del príncipe de Carpi donde permanecería hasta la obtención del grado de doctor en Artes y Teología en mayo de 1523.

La labor de traducción de Sepúlveda debe ponerse en contacto con el renovador programa de traducción de los escritos aristotélicos que, iniciado en Italia en las primeras décadas del siglo XV, se extendió frenéticamente por toda Europa hasta finales del Quinientos.

Como tantos otros autores de versiones filosóficas en el siglo XVI, Sepúlveda tuvo conciencia de participar en un nuevo estilo de traducción que —a partir de los primeros años del siglo anterior— había arremetido contra las toscas versiones medievales, revisando por completo los criterios hasta entonces empleados en la interpretación de los textos filosóficos.

No es producto de la casualidad, por tanto, que coincidiera también Sepúlveda con otros traductores humanistas de Aristóteles a la hora de reivindicar como modelo para sus versiones a los eruditos bizantinos Juan Argirópulo y Teodoro Gaza y a los italianos Leonardo Bruni, Ermolao Barbaro y Girolamo Donato.

Pese a las coincidencias entre Sepúlveda y los más destacados traductores latinos aristotélicos del siglo XV en su crítica a las excesivamente literales versiones medievales, las traducciones latinas de Sepúlveda se relacionan mejor, en cambio, con las polémicas que tuvieron lugar a mediados del siglo XVI entre aquellos traductores de Aristóteles proclives a imitar a ultranza el vocabulario y el estilo de Cicerón, y otros autores de versiones filosóficas, partidarios de aceptar el uso de una terminología no clásica y el empleo de palabras nuevas y extrañas al uso ciceroniano. Frente a aquellos traductores latinos de Aristóteles dispuestos a sacrificar el sentido del texto en aras de la elegancia, Sepúlveda en ningún momento permitió que la claridad y el contenido de los textos traducidos estuvieran supeditados a veleidades de carácter estilístico.

Precisamente en un importante pasaje del prólogo a su versión de la Política, Sepúlveda resumió a la perfección las dificultades lingüísticas del traductor de Aristóteles y enunció con claridad su propio método, reconociendo la imposibilidad de conciliar el rigor en la traducción de Aristóteles con la servil fidelidad al vocabulario de Cicerón: "Personalmente creo que soy ya suficientemente ciceroniano, si consigo aquello que me he propuesto, es decir, emplear en este tipo de escritos un estilo llano y claro, en la medida en que el contenido del texto así lo permita ". Aunque discípulo de Pomponazzi, supo ser sensible a las preocupaciones humanistas de los renovadores de los estudios aristotélicos con los que se relacionó, consideró la filosofía de Aristóteles en su compleja riqueza de interpretaciones, atendió a la tradición de los comentaristas griegos del filósofo, y contribuyó al esclarecimiento filológico de algunos pasajes oscuros del texto aristotélico.

Tras su marcha de Bolonia, Sepúlveda se dirigió, en el verano de 1523, a Roma, donde habría de jugar un notorio papel en las disputas políticas y teológicas del momento. En Roma publicó el primero de sus diálogos, Gonsalus seu de appetenda gloria dialogus, dedicado al embajador de Carlos V ante el papa Adriano VI, Luis de Córdoba, duque de Sessa. Sin olvidar su vinculación casi fraternal al príncipe Alberto Pío, de reconocida política filofrancesa, Sepúlveda iniciaba así su acercamiento hacia los sectores imperiales de la Roma de la década de 1520.

El 19 de noviembre accedió al trono pontificio el Cardenal Guilio de Medici, que adoptó el nombre de Clemente VII. Se trataba de un papa al que unía una buena relación con Sepúlveda. Consecuencia de la confusa situación política en la que se hallaba Italia por aquel entonces fue el envío en la segunda mitad de 1525 por parte de Francisco I de Francia, ya en abierta hostilidad contra Carlos V, de Alberto Pío a Roma. La misión del legado real tenía por objeto conseguir el apoyo de Clemente VII para la causa francesa.

Las negociaciones tuvieron como resultado la formación de la Liga Clementina en mayo de 1526, a la que el emperador no tardó en enfrentarse.

La lucha antiluterana, entre tanto, continuaba. Particularmente virulenta era la controversia entre Lutero y Erasmo de Rotterdam sobre la cuestión del libre albedrío.

En 1524, tras las presiones de Clemente VII, Erasmo redactó De libero arbitrio diatribae sive collatio, respuesta a las tesis propuestas por Lutero en su Assertio omnium articulorum per Bullam Leonis X novissimam damnatorum de 1520. La réplica de Lutero no se hizo esperar y un año más tarde publicó su De servo arbitrio, tratado en el que de un modo fulminante Lutero refutaba una a una las opiniones de su adversario. Ante la dimensión que la polémica iba alcanzando Sepúlveda, se vio obligado, probablemente por el papa, a entrar en la cuestión. A la disputa, Sepúlveda se sumó con la publicación en julio de 1526 de su De fato et libero arbitrio contra Lutherum, sirviéndose de argumentos cercanos a los postulados de Alejandro de Afrodisias sobre la cuestión.

La acción decidida de algunos de los más destacados miembros de la Curia pontificia determinó en la segunda mitad de la década de 1520 un cambio en la labor de traducción de Sepúlveda. Tanto la versión latina de los Comentarios de Alejandro de Afrodisias a la Metafísica aristotélica como la traducción al latín de las Éticas de Aristóteles sobrepasaron así el mero ámbito filológico y respondieron con claridad a las inquietudes intelectuales del momento. En el caso de la versión de Alejandro de Afrodisias fue la intervención directa del papa Clemente VII la que determinó su publicación en Roma en 1527 "in publicam utilitatem".

Por su parte, la redacción de la versión de las Éticas, que Sepúlveda nunca llegó a editar y de la cual no se conserva manuscrito alguno, respondió a los intereses y afanes de importantes miembros de la Curia vaticana, seguros de la necesidad de difundir el estudio de los libros morales de Aristóteles.

El saqueo de Roma a manos de las tropas españolas en mayo de 1527 y el alejamiento del príncipe Alberto Pío, refugiado en Francia, dejaron a Sepúlveda con las manos libres para inclinarse definitivamente por el lado imperialista. Pronto buscó la relación con el nuevo enviado de Carlos V, Francisco de Quiñones, Cardenal de Santa Cruz. Paulatinamente la figura de Sepúlveda iba a adquirir un prestigio entre los círculos diplomáticos romanos y en las difíciles relaciones entre el Papado y el Imperio, que culminarían en la reconciliación entre ambas partes en el Tratado de Barcelona de mayo de 1529. Valga como ejemplo de ello que en el otoño de ese mismo año, en Piacenza o quizá en Bolonia, a Sepúlveda se le encomendara pronunciar su Cohortatio ad Carolum V, discurso en el que el humanista andaluz exhortaba al emperador a entrar en guerra contra los turcos.

Liberado por Clemente VII ya de la obligación de desempeñar el cargo de Canónigo de la Catedral de Córdoba, para el que había sido nombrado en mayo de 1529, los años comprendidos entre 1530 y 1536 supusieron para Sepúlveda un período de fecunda actividad intelectual y literaria. En el verano de 1531 terminó De ritu nuptiarum et dispensatione, tal como se deduce por la carta autógrafa de Ortiz a Carlos V, fechada en Roma a 22 de agosto, en la que se da cuenta que "el maestro Sepúlveda en los días pasados compuso un libro a favor de la Serenísima Reina de Inglaterra". Dedicada al cardenal de Santa Cruz, la obra constituía la aportación de Sepúlveda a la cuestión originada por el divorcio de Enrique VIII.

No fue ésta la única polémica en la que Sepúlveda se vio envuelto en los primeros años de la nueva década.

Poco después se inició la famosa controversia entre Sepúlveda y Erasmo en defensa del príncipe Alberto Pío. A Sepúlveda el propio Erasmo lo había elogiado fríamente en su Ciceronianus, libro al que aquél sometió a un crítico análisis, aunque en tono correcto. La polémica entre ambos humanistas no se limitó, con todo, a meras consideraciones de carácter estilístico y sobre imitación literaria a propósito de la publicación del Ciceronianus, sino que tuvo otros frentes. No en vano desde 1525 el aristócrata italiano había venido acusando a Erasmo, en quien veía a un decidido defensor de Lutero y al responsable último del cisma protestante, y Erasmo había respondido con dureza en varios opúsculos. Sepúlveda no quiso quedarse al margen y decidió publicar su Antapologia pro Alberto Pio Carpensi (París y Roma, 1532), escrita como homenaje póstumo a su mecenas. La Antapologia se limitó, sin embargo, a una crítica mesurada centrada en la osadía del Elogio de la locura y los Coloquios erasmistas, y en los puntos de vista de Erasmo sobre los frailes y el culto a los santos, votos o ceremonias. El texto tuvo además el inesperado resultado de propiciar un cortés intercambio epistolar entre Erasmo y Sepúlveda. En la primera de las cartas de Sepúlveda, con fecha de 1.º de abril de 1532, el de Pozoblanco animaba al humanista holandés a responder a las críticas vertidas en su Antapologia, reto al que elegantemente Erasmo renunció. La correspondencia entre ambos continuó, ahora ya centrada en la discusión filológica y exégesis de ciertos pasajes del Nuevo Testamento y las Observationes del teólogo Diego López de Zúñiga. El suave tono de la Antapologia no disimuló, con todo, las discrepancias sepulvedianas con Erasmo acerca de la justicia de la guerra, cuestión ésta que habría de enfrentar a ambos intelectuales y a la que Sepúlveda habría de volver años más tarde.

Una carta dirigida desde Roma a Íñigo de Mendoza, cardenal de Burgos, y fechada el 13 de agosto de 1533 revela los deseos de Sepúlveda de volver a España.

La muerte del papa Clemente VII en septiembre de 1534 no contribuyó sino a clarificar las expectativas sepulvedianas. Con todo, el regreso a España tuvo que posponerse, pues eran varios los trabajos que todavía retenían a Sepúlveda en Italia. A ellos alude en carta de 20 de febrero de 1535 a Gian Matteo Giberti donde, a la vez que pide excusas por la calidad de su traducción de las Éticas aristotélicas, le da cuenta de la inminencia de la publicación de su diálogo Democrates primus (Roma, 1535). Defensa antierasmiana y antimaquiavélica de la conveniencia entre la guerra y la religión cristiana, esta obra no hizo sino preludiar las tesis que Sepúlveda habría de desarrollar a propósito de la justicia natural de la guerra contra los indios de América en su Democrates secundus, sive de iustis belli causis apud Indios.

A principios de 1536 los ruegos de Carlos V y el puesto de capellán y cronista real que el emperador le ofreció acabaron por convencer a Sepúlveda y en noviembre de ese mismo año embarcó con rumbo a Barcelona a donde llegó a finales de diciembre. A partir de entonces la vida de Sepúlveda en España transcurrió entre las obligaciones de cronista y la educación del futuro Felipe II, de quien fue nombrado uno de los preceptores en 1542. El nombramiento de Sepúlveda como tutor del príncipe no fue sino un acicate más para retomar la traducción y el comentario en latín a la Política aristotélica, proyecto aplazado años atrás. A finales de 1546 Sepúlveda ultimaba ya los detalles de su traducción, tal como da cuenta en una carta dirigida a Jerónimo Zurita: "De la política y scholia me escrive el señor Gonzalo Pérez que avía avido respuesta y me embió un traslado de la carta de Diego de Carvajal en que escrivía como el impresor Colineo era muerto, mas que otro avia avido las letras mesmas del maestro y tenía noticia de mi y avía ofrecido de imprimir la política y scholia y aun darme a mi trezientos volumines, con pagarle yo solamente el papel dellos así que se lo pienso embiar en acabando de poner unos números que voi puniendo correspondientes del texto a la glosa". La edición de la versión sepulvediana, que apareció publicada en París en 1548, no satisfizo en un principio a nuestro traductor. A la lógica revisión que precisaba la versión de algunos pasajes se sumaban numerosos errores tipográficos. Pese a sus defectos, la traducción conoció muy pronto una favorable acogida entre los círculos intelectuales de media Europa.

De igual modo, para los posteriores traductores de la Política la traducción sepulvediana constituyó enseguida un texto de continua referencia. Considerada por muchos como la mejor versión latina del tratado aristotélico, la traducción fue desde muy pronto apoyo inestimable para comentaristas y traductores por la elegancia de su estilo y por la erudición de sus notas.

El elogioso juicio de Obertus Giphanius no hace sino confirmar los méritos de la versión de Sepúlveda: "optima versio videtur esse Sepulvedae, proxima Lambini: explanationes quoque et eiusdem Sepulvedae optimae mihi videntur".

La traducción de la Política coincidió con la composición de la obra más difundida de Sepúlveda, su Democrates secundus, sive de iustis belli causis apud Indios, diálogo en el que hizo extenso uso material utilizado en las anotaciones a su versión a la Política aristotélica.

Redactado en torno a 1544 e inédito hasta finales del siglo XIX, el Democrates secundus está compuesto en forma de diálogo, en el que intervienen Leopoldo, un alemán que no cree justos los derechos de conquista de los españoles, y Demócrates, personaje que refiere las ideas del propio Sepúlveda. El diálogo sepulvediano constituye una encendida justificación de la sumisión del indio americano al que el autor rebaja a la categoría de similitudines hominis. En su argumentación Sepúlveda aplicó las teorías aristotélicas acerca de la esclavitud natural e hizo uso, de uno u otro modo, de material de su propia versión de la Política. Así contrastaba el imperio del alma sobre el cuerpo, que es heril, con el imperio de la mente o razón sobre los apetitos, que se califica de civil o regio. El primero implica un cierto grado de amistad y cooperación y tiene su correlato político en la dominación natural de unos hombres sobre otros; en cambio, el segundo de los gobiernos se asienta en la fuerza y desemboca en la esclavitud convencional o civil. La implicación de este doble juego de oposiciones para el caso americano es que los españoles se encontraban en el primer supuesto, en el legítimo derecho de someter a seres de naturaleza netamente inferior.

El Democrates secundus tropezó con el rechazo de muchos contemporáneos de Sepúlveda. Uno de ellos, el dominico y obispo de Chiapas fray Bartolomé de Las Casas, saldría al paso de las proposiciones de Sepúlveda con vehemencia y entendimiento. La obra topó con la oposición incluso de la Corona que advirtió enseguida el peligro de que un texto de tono tan beligerante circulase libremente por Europa al alcance de cualquiera capaz de leerlo en la lengua original. Sepúlveda acudió al Real Consejo de Indias solicitando la licencia para imprimir su texto. Ante la negativa movió hilos en la Corte para obtener de Carlos V una cédula para que el libro se remitiera al Real Consejo, que, a su vez, decidió pedir dictamen a las universidades de Salamanca y Alcalá. Tras prolijo examen, las respuestas de ambas fueron negativas y Sepúlveda se vio obligado a redactar otro libro que, impreso en Roma en mayo de 1550 con el título Apologia pro libro de iustis belli causis, recogía el contenido del Democrates secundus y refutaba las impugnaciones y reparos que los adversarios del diálogo oponían a las tesis sepulvedianas. Tras la publicación de la Apologia Bartolomé de Las Casas intentó evitar que el texto se divulgara y obtuvo del emperador Carlos que, por Real Cédula, mandara que se recogieran todos los ejemplares.

El choque dialéctico personal entre Sepúlveda y Las Casas tuvo lugar en Valladolid, en la junta compuesta por ilustres teólogos y juristas de la que formaba parte el maestro Domingo de Soto. Las sesiones empezaron en agosto de 1550. Ante dicha congregación ambos contendientes presentaron alegatos y réplicas sin que se llegase a elaborar el dictamen pedido. Se propuso la votación para enero del siguiente. No la hubo, pues no fue hasta mediados de abril de 1551 cuando se volvió a reunir la comisión que prolongó sus sesiones a principios de mayo. Tampoco hubo votación. En 1557 todavía no se habían remitido todos los votos.

Al final Sepúlveda no pudo ver impreso su Democrates secundus, que tuvo que esperar hasta la edición de Menéndez y Pelayo en 1892.

Los últimos años de la vida de Sepúlveda transcurrieron entre Valladolid, sede de la Corte, y su retiro cordobés de la Huerta del Gallo, al que su dueño se refería en latín con el nombre de "praedium Marianum".

Dedicado a la redacción de una abundante producción historiográfica, no se mantuvo ajeno a su tiempo y permaneció siempre en contacto con distinguidas personalidades de la vida intelectual europea, de lo que es buen reflejo su extensa colección de cartas publicada en Salamanca en 1557. A un tiempo alabado como uno de los mayores humanistas de su época y censurado por su decidida apología de la conquista de las Indias, Sepúlveda ha concitado por igual loas y críticas por parte de aquellos que —cantor eximio de las gestas patrias o quintaesencia de la famosa Leyenda Negra— han visto representadas en él todas las miserias y grandezas del Renacimiento español.

 

Obras de ~: Liber gestarum Aegidii Albornotii, Bolonia, 1521; Libri Aristotelis quos vulgo latini Parvi Naturales appellant e graeco in latinum sermonem conversi Ioanne Genesio cordubensi interprete, Bolonia, 1522; Gonsalus seu de appetenda gloria dialogus, Roma, 1523; Aristotelis libri de generatione et interitu interprete Ioanne Genesio cordubensi, Bolonia, 1523; Aristotelis liber de mundo interprete Ioanne Genesio cordubensi, Bolonia, 1523; De fato et libero arbitrio contra Lutherum libri III, Roma, 1526; Alexandri Aphrodisiei commentaria in Aristotelis Metaphysica Ioanne Genesio cordubensi interprete, Roma, 1527; Cohortatio ad Carolum V ut bellum suscipiat in Turcas, Bolonia, 1529; De ritu nuptiarum et dispensatione, Roma, 1531; Opera Aristotelis latina facta Io. Genesio Sepulveda cordubensi, París, 1532; Antapologia pro Alberto Pio Carpensi, París y Roma, 1532; Democrates primus, sive de convenientia disciplinae militaris cum Christiana religione dialogus, Roma, 1535; De ratione dicendi testimonium in causis occultorum criminum dialogus, qui inscribitur Theophilus, 1538; Ioannis Genesii Sepulvedae opera nunc primum in unum quasi corpus digesta, París, 1541; De correctione anni mensiumque Romanorum, Venecia, 1546; Aristotelis de Republica libri VIII Ioanne Genesio Sepulveda interprete et enarratore, París, 1548; Apologia pro libro de iustis belli causis, Roma, 1550; Epistolarum libri septem, Salamanca, 1557; De regno et officio regis, Lleida, 1570; Ioannis Genesii Sepulvedae opera quae reperiri potuerunt omnia, Colonia, 1602; Opera Ioannis Genesii Sepulvedae cum edita tum inedita, Madrid, 1780; De rebus Hispanorum ad Novum Orbem Mexicumque gestis, ed. de A. Ramírez de Verger, Stuttgart-Leipzig, 1993; Obras completas1, Historia de Carlos V. libros I-V; vida y obra, estudio filológico, bibliografía, edición crítica y traducción de E. Rodríguez Peregrina; estudio histórico de B. Cuart Moner, Pozoblanco, 1995; Obras completas. 2, Historia de Carlos V. libros VI-X; edición crítica y traducción de E. Rodríguez Peregrina; estudio histórico de B. Cuart Moner, Pozoblanco, 1996; Obras completas. 3, Demócrates segundo; estudio histórico del Demócrates de J. Brufau Prats; edición crítica y traducción de A. Coroleu Lletget; Apología en favor del libro sobre las justas causas de la guerra, introducción y edición crítica de la Apologia de A. Moreno Hernández; traducción y notas de Á. Losada (revisión de A. Moreno), Pozoblanco, 1997; Obras completas. 4, Historia de Felipe II, Rey de España; edición crítica, traducción y estudio filológico de B. Pozuelo Calero; estudio histórico de J. I. Fortea Pérez, Pozoblanco, 1998; Obras completas. 5, Historia de los hechos del cardenal Gil de Albornoz; estudio filológico, edición crítica, traducción y notas de J. Costas Rodríguez ... [et al.]; estudio histórico de M. T. Ferrer Maillol, Pozoblanco, 2002; Obras completas. 7, Antiapología en defensa de Alberto Pío, príncipe de Carpi, frente a Erasmo de Rotterdam, edición crítica, traducción, notas e introducción de J. Solana Pujalte -- Comentario sobre la reforma del año y de los meses romanos, edición critica de E. Rodríguez Peregrina, J. Solana Pujalte y J. J. Valverde Abril; traducción e introducción filológica de E. Rodríguez Peregrina y J. J. Valverde Abril; introducción histórica de A. M.ª Carabias Torres -- Exhortación a Carlos V, edición critica, traducción e introducción filológica de J. M. Rodríguez Peregrina; introducción histórica de B. Cuart Moner, Pozoblanco, 2003; Obras completas. 10, Historia de Carlos V. libros XI-XV; edición crítica, traducción y estudio filológico de J. Costas Rodríguez y M. Trascasas Casares; estudio histórico y notas de B. Cuart Moner, Pozoblanco, 2003; Obras completas. 11Del Nuevo Mundo. Sospecha de otra luz, Pozoblanco, 2003; Obras completas. 12, Historia de Carlos V: Libros XVI-XX, Pozoblanco, 2003; Obras completas. 13Historia de Carlos V: Libros XXI-XXV, Pozoblanco, 2003; Obras completas. 14, Historia de Carlos V: Libros XXVI-XXX, Pozoblanco, 2003; Obras completas. 15, Sobre el Destino y el libre albedrío. Demócrates. Teófilo, Pozoblanco, 2003.

 

Bibl.: L. Hanke, Aristotle and the American Indians: A study in race prejudice in the modern world, Londres, Hollis & Carter, 1959; A. Losada, Juan Ginés de Sepúlveda a través de su "Epistolario" y nuevos documentos, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1973; H. Mechoulan, L´antihumanisme de Juan Ginés de Sepúlveda. Étude critique du "Democrates primus", París, Mouton, 1973; VV. AA., Actas del Congreso Internacional V Centenario del nacimiento del Dr. Juan Ginés de Sepúlveda, Pozoblanco, Ayuntamiento, 1993; A. Coroleu, "A Philological Analysis of Juan Ginés de Sepúlveda's Latin translations of Aristotle and Alexander of Aphrodisias", en Euphrosyne, n.º XXIII (1995), págs. 175-195; "The fortuna of Juan Ginés de Sepúlveda's translations of Aristotle and Alexander of Aphrodisias", en Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, 59 (1996), págs. 324-31; S. Muñoz Machado, Sepúlveda, cronista del Emperador, pról. de F. Rico, Barcelona, Edhasa, 2012.

 

Alejandro Coroleu Lletget

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MÁRTIRES DEL JAPÓN SEGÚN EL RELATO DE UN SUPERVIVIENTE DE 1597

Amigos: Les comparto el fragmento de un precioso relato de los mártires del Japón en 1597 contado por un superviviente. Merece y mucho la pena leerlo y compartirlo
Recuerdo que unos años antes -1590- Miguel Ángel concluía la cúpula del Vaticano, en 1591 Santo Toribio fundaba el Colegio Seminario en Lima, 1596 nace Descartes, y años después, en 1600 muere en Salamanca el P. Acosta, en 1601 llega el jesuita Mateo Ricci a China, 1602 escribe Galileo
Agradezco al Dr. César Gutiérrez Muñoz por su deferencia, JAB
El acontecimiento será un tema trascendental en el virreinato peruano como nos brinda el magnífico cuadro de la Recoleta franciscana del Cuzco compartido por

 El incidente del galeón San Felipe y la persecución a los cristianos en Japón (1597): una transcripción del relato de uno de los sobrevivientes

Jorge Augusto Gamboa M. et You-Jin Kim

https://doi.org/10.4000/nuevomundo.86778

El documento proveniente del Archivo General de Indias (Sevilla), que ponemos a disposición de los lectores es un interesante relato, bastante detallado de toda la aventura que vivieron los tripulantes del galeón español San Felipe, que cubría la ruta de regreso desde Manila (Filipinas) hasta Acapulco (Nueva España). Fue escrito en el año 1597, dentro del periodo en que el imperio japonés acababa de unificarse tras las guerras entre los señores feudales (daimyos), que coincide con el llamado "siglo cristiano de Japón" (1549-1650)

"Llegaron, pues, todos estos benditos mártires este día 4 de febrero al dicho lugar donde vinieron a ganar el cielo y ponerse en cruz, que ya las tenían plantadas por su orden con el mayor alarido que toda aquella gente farisea hacía, todos armados de lanza y catana y arcabuz, demás del ruido que había del hincar las argollas en las cruces para brazos, pies, y gargantas, poniendo algunos en ellas y otros subiéndolos al fin a todos. Después de puestos cada uno en una "†"39, les atravesaron con una lanza los benditos cuerpos por el un costado que pasaba al hombro contrario ambos los lados.

  • 40 Se trata del Salmo 113: "Laudate, pueri, Dominum, laudate nomen Domini" (Alegraos, niños del Señor (...)
  • 41 Debe ser el "sayón". Según el Diccionario de la Real Academia Española es: "el verdugo que ejecuta (...)

52El padre fray Pedro Bautista había concer-[13]-tado con un japón llamado Antonio que estando en la cruz entonase Laudate pueri domine40 en alta voz y quedó el santo en oración y clavados los ojos en el cielo. El muchacho, habiéndole caído al lado, viendo se tardaba el padre en lo concertado, volvió a él como pudo y díjole: "Padre, no decimos el salmo". Y visto que no le respondía, lo entonó él solo, como si estuviera en el coro. Estaban al martirio presentes el padre y madre y parientes del dicho Antonio, los cuales con la ternura y dolor de verles padecer, lloraban grandísimamente, a los cuales se volvió diciéndoles: "¿Qué me lloráis?, llorad a estos pobres gentiles y a esta pobre infidelidad, que yo me voy al Paraíso donde rogaré a Dios por vosotros. Y por ellos". Y quitándose su vestidura, dijo a sus padres: "Padres, allí está. No tengo otra cosa ni herencia que dejaros", rogándoles que los gentiles no echasen de ver semejante sentimiento. Y esto fue poco antes que le pusiesen en la cruz. Era niño de 12 años que le habían criado los padres y era su sacristán el padre Martín. Ansí mismo se llegó a él antes de ponerlo en la cruz, se llegó a él [sic] el sajón41 que los ponía en la cruz, el cual le dijo: "Hijo, si quieres ser salvo y que no te crucifiquen, déjate de hacer lo que hasta aquí y yo te daré casas en que vivas", el cual respondió: "Y eso había de ser con el padre comisario y los demás". Y respondiéndole que no, dijo: "Pues en qué seso cabe que deje yo de ir al Paraíso por ninguna promesa que tú me hagas. Presto verás en qué poco tengo tus amenazas ni la terribilidad del martirio".

53Los demás padres todos predicaban a los japones y entre ellos fray Martín, habiendo de hacer esta plática a los mártires:

  • 42 Estas dos palabras están tachadas.
  • 43 Hediondas.

"¡Oh cuánto, hermanos míos y padres, anduvo nuestro padre San Francisco lo que nosotros con tan pocos méritos y cargados de tantos males hemos alcanzado! ¡Qué diera porque no solamente le martirizaran, pero que el martirio fuese de cruz, como el que se nos ofrece! Muchas gracias debemos dar a Dios por la merced que nos hace y nuestro padre San Francisco por la intercesión que es de entender que ante Dios ha interpuesto. Más quisiera os advertir que no sean estas parte ni excelencia del martirio para que os ensoberbezcáis y recibáis vanagloria. No quiera Dios que en un punto se pierda una ganancia tan grande, pues tenemos bien que considerar la miseria de nuestras personas y flaqueza, la poquedad de nuestros méritos y el haber sólo venido a esto por la misericordia y gracia del Señor, [que] murió por nosotros, pues por nosotros mismos no tuviéramos fuerzas ni valor para un trance y valor42 tan terrible como el que se nos apareja. Y echaréis bien de ver en vosotros mismos cuanto sea obra de Dios, en el gusto y contento en que estáis dispuestos para ella, demás que para que ayude a la consideración y miseria de que somos compuestos. Consideraos después de muertos conforme a la costumbre de esta gente ansiosa, cayendo las entrañas y carne a pedazos, llena de gusanos y tan hedondias [sic]43 y por ventura no habrá quién los mire. Considerad también comidos de cuervos y tan desfigurados que será un horrible espectáculo a las gentes y considerad estas cosas y otras muchas que hay que considerar y a lo que cada uno se ha de reducir. Entienda ser esta obra del mismo Dios y que viene de su mano y no quede nada de vanagloria".

  • 44 El último renglón de este folio está mal escaneado por lo cual no se ve el final de la frase.

54Y ansí diciendo a altas voces el Gloria Patri, le atravesaron aquellos sayones una lanzada por el lado izquierdo, que salió la lanza al hombro derecho. Y al sacarla se quebró el yerro de ella y se quedó dentro de las entrañas. Y visto por el verdugo que se había quedado en el cuerpo, subió por la cruz arriba y metiendo la mano por el costado, sacó el hierro. Y en todo este tiempo no cesó de [decir el]44 [14] Gloria Patri, clavados los ojos en el cielo sin menear pestaña, pie ni mano ni decir "ay", más que si fuera una cosa insensible. Y ansí dándole la otra lanzada por el otro lado, pasó el verdugo adelante a donde estaba fray Francisco Blanco, el cual no menos esfuerzo y valor mostraba, aunque cuando a él llegó con la lanza, habiéndosela metido, con el demasiado y excesivo dolor que sintió, sacó la mano derecha de la argolla donde se la habían puesto, y él mismo volvió otra vez a meter la mano en el argolla. Y visto cuán abrazado estaba con su cruz, el padre fray Felipe de las Casas, el cual se había entretenido hablando y estando en coloquios con la dichosa pérdida de San Felipe, que a tal tiempo y estado le había traído, habiéndose el propio en ella, al tiempo que le subieron un palo que les ponen en la horcajadura, quedó tan bajo que se ahogaba en el argolla penosamente y se le escurrieron las rodillas y espinillas por las de abajo hasta mostrar los huesos. Mas no por eso cesó varonilmente de encomendarse a Dios en trance de muerte tan apretada que para otra cosa no se le daba lugar. Y ansí fue el primer mártir que martirizaron, lo cual fue por intercesión de los que allí asistían. De esta manera lo fueron todos, sin cesar de predicar a los japones y gentes portuguesas que allí hubo, con muchas lágrimas y grandísimo fervor. No sin mucho riesgo de sus personas, los desnudaban tomando los más de ellos la sangre de tierra y reliquias que era posible, a cuya causa acudía el allinin no solo a cercar el puesto de tablones, mas aún ponerles guardas, de temor que no le hurtasen los cuerpos.

55Y ansí murieron estos benditos y gloriosos santos con tan gloriosos fines cuando prometían sus dichosas vidas y nos asegura la certeza de sus milagros, porque es el primero y principal y que no se puede negar, estando como están cebados los cuervos a cuerpos muertos, que de otra cosa no se sustentan esa multitud de japones que se matan y están tan desvergonzados que apenas se ha cortado la cabeza ni el cuerpo crucificado cuando le han sacado los ojos. Y a estos santos mártires no solamente no les tocaron, mas aún no pasaron por encima de las cruces ni entraron dentro de la cerca, que esta es una de las cosas que más [ha] admirado a los japones. El padre fray Pedro Bautista dicen que lo ven, ansí en la ciudad del Meaco como en la casa que él solía tener en Langasac, decir misa como antes que lo crucificaran, oficiada con mucha música y ofrenda de cera, a cuya causa tienen por cierto los japones que no es muerto. Ansí mismo dicen que todos los viernes después que los crucificaron, se aparecen sobre las cruces ciertas lumbres y luminarias. Y esto no está muy clarificado porque no lo ha visto sino es japones. Y dicen le echaron menos las guardas un día y que otro le volvieron a verle en la cruz, que ha sido grande milagro. Y después de crucificado, al cabo de 80 días, el padre fray Pedro Bautista lo vieron estremecer en su cruz, de tal manera que los japones entendieron que resucitaba para quitarse de la cruz, de lo cual resultó que le comenzó nuevamente a correr sangre de las heridas y llagas que tenía, la cual corrieron como el día que lo crucificaron. Este día que se estremeció, se aparecieron sobre las cruces unas columnas de fuego que salieron de allí y fueron a dar a las casas de los padres de la Compañía de Jesús y al posar fueron haciendo tanta luz como si fuera mediodía, de que causó notable admiración. Que todo consta por información que se hizo para enviar al Sumo Pontífice.

56Hallose al tiempo que le crucificaron en poder del niño Antonico una carta que escribía a sus padres en la cual les persuadía a la perseverancia de su ley. Estando en la fuga de su martirio, el padre fray Juan Pobre metió a los españoles en grandísimo ruido y alboroto porque se descabulló de donde estaba y se iba a ofrecer, y aunque le volvieron [15] se volvió otras dos veces a ir a ofrecer hasta que se le mandó por obediencia no lo hiciese, con lo cual se quietó, con que no se crucificaron más que los sentenciados, porque había el padre fray Gonzalo, fray Martín y fray Bartolomé, que los enviaron a la India para que de allí fuesen a Manila, porque era tanto su fervor que no se tenía entera satisfacción de que irían con la demás gente, antes se quedarían con sus hermanos. De manera que no queda en el Japón más que un solo fraile francisco y ese en hábito de Japón y escondido.

  • 45 Hakata, barrio de Fukuoka.

57A siete deste mes llegó el obispo del Japón a ver al general y a ocho llegó el capitán mayor y los demás portugueses que allí residían, los cuales nos hicieron mucho regalo y limosna porque sólo en ellos hallamos alguna caridad y limosna. En este tiempo vimos una carta del padre García Garcés de la Compañía que está en Cuchivocu, a primero de marzo, en que da aviso como unos japones le habían dicho como el emperador Taycoçama había despachado a un correo para Langasac para que el juez no ejecutase la sentencia de muerte de los mártires. Aqueste correo y que este correo y el que el juez envió se habían encontrado en Facata45 y que estaba muy arrepentido de haber tomado la hacienda. Y esta voz es que no se puede dar crédito a ella porque como se vido, fueron diferentes las obras y estábamos en parte donde pudiera reparar algo del mucho daño que había hecho. A cuatro de este llegaron a nosotros siete españoles de los nuestros los cuales se habían huido de Urando donde los habían dejado el general, los cuales fueron por mar y tierra y tan maltratados que nos causaron el verlos lástima, y dijeron que a ellos les habían dado nueva de que a nuestro general y a todos los que con él habían quedado los habían crucificado y que también a ellos les querían sacar los ojos y crucificarlos, como fue verdad que todo se trató en Urando y en el Meaco y corte donde residía el emperador, y que por esta causa habían ellos querido más aventurar sus vidas que no morir en manos de aquellos infieles.

58A 14 de mayo, viernes en la noche, se aparecieron las columnas de fuego y luego a 16 del dicho salimos de Langasac para Manila dejando en aquel dicho lugar los 26 mártires cada uno puesto en su cruz en la playa, cerca de la mar, a cien pasos de la mar, todos puestos por su orden como se sigue, uno en pos de otro:

  1. Gayón, carpintero, criado de los padres franciscos, que él llegó con socorro a los padres al camino y le crucificaron porque era cristiano, de edad de veintisiete años.
  2. Cometaquia, predicador de los padres franciscos, de edad de treinta y ocho años.
  3. Pedro Juguijiro, que a éste envió el padre con los padres con el dinero del gasto para el camino, de edad de treinta años
  4. Miguel Casaque, padre de Tomé que está al veinte lugar, de edad de cuarenta y cinco años.
  5. Diego Quilay, de edad de cincuenta años.
  6. [16] Paublo [sic]46 Mique, de edad de treinta y cinco años.
  7. Paulo Ibarique, de edad de dieciocho años, predicador de la orden de San Francisco.
  8. Juan de la Compañía, de edad de veinte años47.
  9. Luis de Jico, de edad de doce años.
  10. Antonico de Jico, niño de edad de doce años, criado del padre fray Pedro Bautista y natural de Langasac.
  11. Fray Pedro Bautista, comisario de los descalzos y embajador, de edad de cuarenta y ocho años.
  12. Fray Martín de la Ascensión, sacerdote de edad de treinta años.
  13. Fray Felipe de Jesús, de edad de veinticinco años.
  14. Fray Gonzalo García, de edad de cuarenta años.
  15. Fray Francisco Blanco, de edad de dieciocho años.
  16. Fray Francisco de San Miguel, de edad de cincuenta y tres años.
  17. Martín, japón cocinero, de edad de treinta y ocho años.
  18. Simalion Xara, predicador del Meaco, de edad de cincuenta años.
  19. Ventura de Ojico, de edad de veintiocho años.
  20. Tomé de Ojico, de edad de doce años.
  21. Joaquín Saquier, de edad de cuarenta y seis años.
  22. Francisco, predicador de edad de cincuenta y cuatro años.
  23. Tomé Hijoo, de edad de cuarenta y dos años.
  24. Juan Quiquia, de edad de treinta y seis años.
  25. Graviel48 de Xico, de edad de dieciocho años.
  26. Pablo Susuy, predicador de edad de cuarenta años49.
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viernes, 25 de febrero de 2022

José Agustín de la Puente Cortés (1838-1910) en Pueblo Libre

José Agustín de la Puente Cortés (1838-1910)

 

José Agustín Felipe Ceferino de la Puente y Cortés (de la Puente y Cortéz)

Entre la mayoría de los parques del distrito de Pueblo Libre completamente renovados en el marco del Bicentenario del Perú, cabe destacar por su belleza y cuidado el dedicado a J.A. de la Puente Cortés. https://www.facebook.com/muniplibre/videos/entrega-parque-de-la-puente-y-cort%C3%A9s/2934745036795482/. Vaya mi felicitación a la Municipalidad y sus vecinos

Lo más destacado de nuestro protagonista es su misión de ministro de Hacienda y Comercio en 1894, historiador fundador del Instituto de Historia (Academia),  escritor y vecino notable de Pueblo Libre, director del panóptico o penitenciaría en el tiempo de la Guerra del Pacífico.

Les comparto algunos datos fundamentales del que ha merecido se le dedique el parque y el busto en el centro del mismo. Agradezco especialmente al historiador y buen amigo Juan José Pacheco Ibarra por el estudio compartido en su blog  http://historiadordelperu.blogspot.com/2011/01/jose-agustin-de-la-puente-cortes-1838.html Publicado 11th January 2011 por Juan Jose Pacheco Ibarra

 

Nació en:1835, en Lima (Perú) y falleció el 18 de enero de 1910 74-75). Fueron sus padres: José de la Puente y Querejazu y Francisca de Paula Cortés del Alcázar; sus hermanos:  Constanza Paula Valvina de la Puente y CortésCarmen Isidora Micaela Juana de la Puente y CortésLuisa de la Puente y CortésAntonio de la Puente y CortésJuan Manuel Gregorio de la Puente y Cortés 

Casado con Manuela de Jesús Olavegoya Iriarte Sus hijos: María Constanza de la Puente OlavegoyaJosé Demetrio de la Puente OlavegoyaMaría Rosa de la Puente Olavegoya y Agustín de la Puente Olavegoya. Nieto célebre: José Agustín de la Puente Candamo

Páginas olvidadas de la ocupación chilena de Lima. José Agustín de la Puente Cortés y el panóptico de Lima (1881): José Agustín de la Puente Cortés (1838-1910), vecino notable de Lima y director del Panoptico de Lima durante la ocupación chilena.

 

Sobre la ocupación chilena de Lima se ha investigado poco, la mayor cantidad de investigaciones se han centrado en las acciones militares, el heroísmo de los héroes y la reconstrucción gráfica del conflicto.

Todos los héroes no murieron defendiendo Lima en San Juan y Miraflores. Hubo un grupo de notables que crearon el gobierno de la Magdalena a cargo del Presidente Francisco García Calderón.

Vecinos notables como él pagaron el precio del destierro a Chile por el hecho de tratar de conservar el orden político y social en medio de una guerra en la cual Piérola y Cáceres habían formado bandos para combatir la invasión chilena.

 

José Agustín de la Puente Cortés (1838-1910)

Nacido en Lima en 1838. Se formó en el Instituto Militar, siguió carrera en la milicia hasta obtener grado de teniente coronel. Fue adjunto a la legación peruana en Chile (1855-1858), vicecónsul y cónsul del Perú en Caracas, prefecto de Junín y director de la Penitenciaria de Lima durante la guerra con Chile.

Fue alcalde de Lima en 1894 y como ministro de Hacienda y Comercio durante el gobierno provisional de Justiniano Borgoño (1894).

Además fue un importante hacendado de la Magdalena (actual distrito de Pueblo Libre) y escritor costumbrista y aficionado a la historia. Gran parte de sus artículos fueron publicados en El Comercio. Fue uno de los fundadores del Instituto Histórico del Perú en 1905.

Les voy a presentar un fragmento de las memorias de José Agustín de la Puente, en las que relata los sucesos ocurridos durante la ocupación chilena de Lima.

En ese momento De la Puente era director del Panóptico, la cárcel de Lima. Las autoridades chilenas se apoderaron de todas las instituciones del Estado peruano, e incluso flamearon su bandera en palacio de gobierno.
Sin embargo, gracias a José Agustín de la Puente Cortés, hubo una institución del Estado que permaneció libre de la injerencia extranjera.

En este fragmento, cuenta de la Puente como recibió el encargo del ejército chileno para continuar como director de la cárcel de Lima bajo las órdenes del gobierno extranjero.

De la Puente renunció y se negó a cumplir este mandato por considerarlo una traición a su país. Fue una decisión difícil, pues, puso en riesgo su integridad al contradecir a las autoridades militares chilenas que habían ocupado Lima.

Gracias a su valor y la suerte de contar con algunos oficiales chilenos de muy buena disposición, se pudo lograr algo impensable, que el panóptico de Lima se rigiera bajo las leyes peruanas. De esta manera, De la Puente aceptó el cargo con la condición de que los chilenos no tengan jurisdicción sobre la cárcel de Lima.

En los momentos más difíciles para nuestro país, De la Puente se hizo de cargo de la cárcel, que felizmente estuvo en manos peruanas. Solo imaginar que estuviera bajo la administración chilena nos horroriza. Cuantos abusos y malos tratos para los prisioneros peruanos. La cárcel se habría convertido en un verdadero calabozo.

Los chilenos pusieron sus ojos en saquear las haciendas y objetos valiosos de las instituciones para poder seguir financiando su invasión al Perú y no quisieron hacerse cargo de instituciones como ésta, por ser una gran responsabilidad que no les reportaba ningún beneficio.


Sin más preámbulos le presento un fragmento de las memorias del José Agustín de la Puente Cortés.

 

"Ausente de la capital de la república el poder ejecutivo, la penitenciaría pasó a ser una dependencia de la Municipalidad de Lima, la que atendía á sus necesidades y corría con su administración.

Me hallaba al frente de este establecimiento, por unánime elección de los honorables compañeros municipales, cuando el jefe político tomó posesión de la municipalidad y junto con ella de la penitenciaría. Aguardaba por momentos mi reemplazo, y con este motivo oculté todo lo de interés nacional, no como motivos culturales como la gran mesa de la inquisición, libro de efemérides, sellos, etc., etc., para entregar las demás con las debidas formalidades; pero cuál no seria mi sorpresa al recibir el 9 de diciembre el siguiente oficio del jefe político señor Adolfo Guerrero, que me fue entregado por el coronel don Estanislao del Canto.

 

Jefatura política del ejército chileno. Lima, diciembre 9 de 1881
Al director de la cárcel penitenciaría.- Por disposición del señor general en jefe, el infrascrito se ha hecho cargo de todas las ramas del servicio que en este departamento estaban á cargo del alcalde municipal del Concejo Provincial.
Como entre esos servicios está el de la cárcel penitenciaría encomendada á usted, y en el cual no conviene introducir alteración alguna, continuará usted en el ejercicio de sus funciones, lo mismo que los demás empleados de su dependencia, sin que se introduzca alteración alguna en la marcha del establecimiento, que quedará siempre confiado á la responsabilidad de usted.
El señor coronel don Estanislao del Canto, comandante del 2º de línea, cuyo cuartel estará contiguo al edificio de la penitenciaría, que pondrá en sus manos este oficio, está encargado de atender á este servicio y proporcionar los auxilios que necesite.

Dios guarde á usted.

Adolfo Guerrero.

Nunca me vi más humillado, más dolorosamente impresionado que cuando leí el oficio anterior. Tomé la pluma y traté de contestarlo ¡pero la excitación nerviosa que me dominaba no me dejaba tranquilidad para escribir nada reposado y conveniente: después de varias tentativas me resolvía á pesar el oficio siguiente:

 

Dirección de la penitenciaría.

Lima, diciembre 10 de 1881 Señor Jefe político del departamento-

He recibido el oficio de usted fecha de ayer, en que me comunicaba haberse hecho cargo de la Municipalidad de Lima, conforme á lo dispuesto por el gobierno, y que siendo la penitenciaría uno de los ramos que corren á su cargo, siga esta funcionando en el mismo orden y bajo mi responsabilidad, con los mismos empleados y sin que sufran alteración alguna.
En respuesta cumplo con decir á usted, que me hallo al frente de esta dirección, sin otra remuneración que la complacencia del deber cumplido, y que aunque en suspenso la municipalidad, a cuyo cargo corría el panóptico, habría seguido este establecimiento su marcha ordinaria, si para nada se hubiera tocado con él, haciéndolo aparecer como dependencia de municipalidad chilena.

Tal circunstancia me obliga á exponer á usted la necesidad que me asiste de solicitar que, en el día, se nombre una persona que me reemplace y se haga cargo de los sagrados intereses sociales que la benevolencia de mis honorables compañeros quiso poner bajo mi vigilancia.

Esta necesidad es tanto más urgente, cuanto que la constitución del Perú me prohíbe admitir destino de gobierno extranjero, y se acentúa, para mí más éste precepto si el puesto que se me ofrece dimana de los crueles é implacables enemigos de mi patria.

Dios guarde á usted.

José A. de la Puente.

Al otro día, muy de mañana, se presentó en mi casa un oficial en busca mía: se le dijo que me hallaba ausente y aunque el oficial dudó de la respuesta se retiró, dejándome dicho que fuera conforme llegara adonde el jefe político. Efectivamente, luego que llegue y me avisaron lo que pasaba, me puse en camino, adonde el jefe político, acompañado de algunas personas amigas; y dejando á la familia en la más angustiosa ansiedad.

Conforme supo el señor Guerrero que me hallaba presente me hizo entrar en el salón de su despacho, se puso de pie y me increpó, con tono y maneras atentas, lo inconveniente de mi oficio y la necesidad en que me hallaba de retirar las palabras duras que contenía, y de no ser así se hallaba en el deber de ejemplarizar este faltamiento. Antes de seguir adelante, diré, que la presencia del señor Guerrero, no me fue en el primer momento odiosa, pues esperaba encontrar á uno de tantos insolentes matones que se gozaban en ultrajarnos; pero no fué así, vi un joven alto, fisonomía simpática y distinguida, maneras delicadas y de buen tono, palabra fácil, expresión benévola, y tan llano en su trato, que me pareció hallarme de igual á igual; como no le contestase á los cargos que me hacía, tuve que exponerlo delicada de mi situación, pues para mi condición me obligaban á callar, tanto más cuanto mis palabras podrían herirlo. A esta contestación, se paró, cerró la puerta, se sentó a mi lado y me dijo en el tono más llano y cordial, no tenga cuidado, hable de lo que quiera con toda confianza. Efectivamente nuestro dialogo fué vivo, la apreciación que hizo de los chilenos en Lima, si fué dura, fue la expresión de la verdad, sus cálculos, su modo de pensar tan natural y juicioso, tan sensato, tan ingenuo, labraron en mi animo un sentimiento de profunda pena, pues hubiera deseado encontrar otro hombre para haber tenido el derecho de quejarme; pero encontré á un caballero.

Por último díjele, que aunque quisiera no podía retirar esas palabras por cuanto ya estaban mandados los oficios al Gobierno, y que podía hacer de mi lo que le pareciera. A esto me repuso, bien, ¿en qué forma se quedaría usted al frente de la penitenciaría?

Como he estado hasta hoy, independiente de los chilenos, y sometido á las leyes y reglamentos peruanos. Bueno, voy a consultar con mi gobierno, después de tres o cuatro días contestaré á usted; yo le mandaré llamar. Me retiré, con pena, de esta entrevista, al verme en relaciones oficiales con esta autoridad y sin derecho a quejarme de ella.
Al cuarto día recibí una esquela del señor Guerrero en que me citaba para el día siguiente, fué exacto á la cita, y me expuso que convenía con mi deseo; que quedaría al frente de la penitenciaría, que como un deposito sagrado quedaría confiado á mi honorabilidad para que la administrara conforme con las leyes y reglamentos peruanos y sin intervención de ninguna clase de la autoridad chilena.

Le contestó que respetaba mucho su palabra; pero que motivos que no se le ocultaban, me obligaban á pedirle que esta declaración me la hiciera por escrito en forma de una nota, á lo que convino remitiéndome al día siguiente el oficio que va enseguida:

 

Jefatura política. Ejercito chileno.

Lima, diciembre 20 de 1881.Señor Director de la Penitenciaria a don José Agustín de la Puente.

A la institución que usted dirige están vinculados sagrados intereses que deben ser atendidos de preferencia con el propósito decidido de que no sufra perturbación alguna en su marcha, pues cualquiera trastorno pudiera ser de fatales consecuencias para el orden social en cuya completa conservación todos debemos estar igualmente interesados.

A este móvil obedecía el infrascrito al pasar con fecha 9 del presente á usted el oficio en que le comunicaba la resolución que sobre el particular había adoptado al tomar posesión, de orden del señor general en jefe, de la alcaldía municipal de Lima y demás oficinas de su dependencia entre los cuales consideré y se encontraba así, por entonces, el panóptico.

Mas un estudio detenido del establecimiento, sus recursos, el estado actual en que se encuentra, gastos que demanda su sostenimiento y demás puntos á el concernientes me ha demostrado que pude continuar el establecimiento su marcha, sin embargo alguno, confiado en la dirección exclusiva de usted, y con completa independencia de esta jefatura, mucho más desde que es ageno á la naturaleza de las atribuciones de ella tener á su cargo una cárcel penitenciaría, incumbencia que corresponde y no a una institución local, sino al Estado.

En esta conformidad y de acuerdo con el señor general en jefe he decidido que en el panóptico continúe como se encontraba antes, bajo la dirección de usted, quedando en consecuencia responsable del orden y buena marcha del establecimiento, y atendiendo a sus gastos y necesidades sin gravamen para el tesoro municipal; y como consecuencia de la responsabilidad que ello le impone, procederá en el ejercicio del cargo con arreglo á las disposiciones peruanas vigentes sobre la materia y sin ingerencia á este respecto de la autoridad chilena. Con esta misma Supremo Gobierno la determinación que sobre el particular he tomado.

Dios guarde á usted.

Adolfo Guerrero.

 

BIBLIOGRAFIA Y FUENTES

DE LA PUENTE, José A. "Penitenciaría de Lima". El Comercio, Viernes 20 de abril de 1900

HAMPE MARTÍNEZ, Teodoro. "Los miembros de número de la Academia Nacional de la Historia (Instituto Histórico del Perú). 1905-1984". Revista Histórica, XXXIV: 281-353.1983-1984

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