lunes, 6 de junio de 2011

EL VIRREY ABASCAL Y LA INDEPENDENCIA DE HISPANOAMÉRICA

Entre los días el 1 y 3 de junio del 2011 se ha desarrollado en Lima el Congreso Internacional “Abascal y la contra-independencia de América del sur”, en el que se ha expuesto y debatido sobre el papel tomado por el virrey José Fernando de Abascal y Sousa (1806-1816) frente a los movimientos independentistas en América del Sur. Ha sido organizado por la Universidad Católica del Perú y el Instituto Francés de Estudios Andinos. Las ponencias se desarrollaron en el Auditorio de Humanidades de la PUCP y Auditorio de la Alianza Francesa del Miraflores.

He asistido a alguna de las ponencias y la verdad es que han sido de gran calidad. He conocido al profesor, escritor y articulista, Juan Ignacio Vargas, autor del libro Un hombre contra un continente. José Abascal, rey de América (1806-1816) quien pronunció la conferencia titulada “Las iniciativas de un ministro ilustrado”. Les comparto su blog y una de sus entradas. Las fotos son del Facebook de la Dra. Elizabeth Hernández García


La previsión política de un soldado: Abascal, virrey del Perú 
http://averiguelovargas.blogspot.com/

El Excmo. Sr. D. José Fernando de Abascal y Sousa (Oviedo, 30 de mayo de 1743 - Madrid, 31 de julio de 1821) Marqués de la Concordia Española en el Perú, Capitán General de los Reales Ejércitos de S. M., Caballero gran cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III,[1] la Real y Americana Orden de Isabel la Católica,[2] la Real y Militar Orden de San Hermenegildo[3] y la de primera clase de Santa Ana de Rusia, Virrey, Gobernador y Capitán General del Reino del Perú y Presidente de la Real Audiencia de Lima, fue un hombre de gran experiencia profesional y vital,[4] actor y espectador de excepción en el contexto internacional de la época en la que le tocó vivir. Sus acciones estuvieron influenciadas por su conciencia clara y precisa del histórico momento de cambio del que fue protagonista, sin que esto le forzara a renunciar a sus creencias más profundas.

Las iniciativas de Abascal estuvieron marcadas por la previsión, sin dejarse sorprender por los acontecimientos que más tarde acaecieron. Todo para él tenía una clara finalidad política. El propio Virrey escribió de su propio puño y letra una serie de reflexiones que le animaron a llevar a buen puerto las necesidades que en persona observó durante el periplo que recorrió por el continente para la toma del mando: Desde el momento en que supe que por la bondad del Rey, que Dios guarde, estaba promovido á este Virreynato del Perú ha ocupado mi corazon un deseo constante y sincero de hacer todo el bien que estuviese en mis manos, á sus recomendables moradores. [5]Y así lo llevó a cabo en todos los campos de su acción pública. En este artíulo tan sólo nos centraremos en su política previsora de orden externo durante los dos primeros años de mandato (1806 a 1808), por ser la base de defensa sobre la que levantó el resto de toda su política como Virrey.

Como buen conocedor de la situación política internacional de la que él mismo había sido víctima,[6] se prestó a tomar las medidas necesarias para la conservación del territorio a él encomendado poniendo en marcha diversas diligencias. Éstas fueron de tipo castrense, centrándose primero en ayudar al virreinato rioplatense de los ataques británicos para, seguidamente, desarrollar un plan defensivo del Perú por medio de la puesta en marcha de la antigua fábrica de pólvora, el rearme artillero, el refuerzo de los puntos débiles del perímetro limeño y la organización y ampliación de los estadillos militares.

El sococrro a Buenos Aires
No hay que olvidar que, muy pronto, aprovechando los británicos su superioridad marítima tras la batalla de Trafalgar de 21 de octubre de 1805, atacaron la capital del Plata en dos grandes oleadas. La primera, con 2.000 hombres al mando del vizconde de Beresford general William Carr, se produjo entre el 26 de junio y el 12 de agosto de 1806 y fue rechazado por la defensa popular a pesar de la huída al interior del virrey marqués de Sobremonte,[7] cuyo resultado produjo el aprisionamiento del jefe británico y 1.300 de sus soldados[8] pero que les dejó aún con fuerzas para un nuevo intento.[9] Veamos de todos modos el relato que de la caída y reconquista de la capital del Virreinato -gracias a la organización de las milicias- así como de la pérdida de la capital de la Banda Oriental hizo el comandante del cuerpo urbano de Patricios y futuro presidente de la Junta de Buenos Aires, general Cornelio Saavedra:

“Llegó el año de 1806 en que esta ciudad fue sorprendida por las armas británicas al mando del General Guillermo Carr Beresford. Pasado el primer espanto que causó tan inopinada irrupción, los habitantes de Buenos Aires acordaron sacudirse del nuevo yugo que sufrían. Convinóse con la ciudad y gobierno del puerto de Montevideo un pequeño auxilio de tropa que debía venir, y efectivamente vino, en número de novecientos hombres (…) al mando del capitán de navío don Santiago de Liniers y Bremond, que había ido a solicitarla. Desembarcado este jefe en los Olivos, fijó su cuartel general en el pueblo de San Isidro, en donde se incorporaron considerables fuerzas de las que estaban con la mayor reserva preparadas en Buenos Aires por varios que se pusieron a la cabeza de ellas; finalmente a los cuarenta y cinco días de la ocupación de Beresford, fue invadida esta ciudad por el general Liniers (…) y forzado Beresford después de muy honrada resistencia a entregarse con todo su ejército y quedar prisionero de nuestras armas el 12 de agosto del mismo año de 1806. A pocos días de esta gloriosa reconquista, principiaron a llegar nuevas tropas de infantería para sostener la ocupación de Beresford y adelantar su dominación en estas partes de América. Mas sabiendo la rendición de aquel general y todo su ejército, se apoderaron del puerto de Maldonado y fijaron en él su cuartel general, hasta que reunidas en número de seis mil marcharon a sitiar la plaza de Montevideo bajo las órdenes del general sir Samuel Auchmuty. El jefe de la escuadra, don Pascual Ruiz Huidobro, era gobernador y comandante de Marina de aquella plaza, quien después de una muy honrosa resistencia tuvo que rendirla la noche del 3 de febrero de 1807, en que fue asaltada, quedando prisionero de guerra con toda la poca tropa de línea que la defendía y fue transportado con toda ella a Inglaterra (…). El general Liniers, desde el día de la Reconquista, mandaba lo militar de esta plaza (...) viéndose sin tropas y sin esperanza de que la corte de Madrid se las enviase, pues se había contestado que "se defendiese como pudiese", erigió diferentes cuerpos de milicianos urbanos distinguidos por las respectivas provincias a que correspondía: gallegos, montañeses, vizcaínos, catalanes, andaluces, arribeños y patricios, formaron otros tantos cuerpos militares y tomaron gustosos las armas para su defensa. Ellos mismos, según se les había prometido, nombraron y eligieron sus jefes. Entre los patricios reunidos en la Casa del Consulado el 6 de setiembre de dicho año 1806, me proclamaron por su primer jefe y comandante y por segundo al finado don Esteban Romero. Este fue el origen de mi carrera militar.”[10]

Sin embargo, durante la segunda oleada los británicos, que llegaron a tomar Montevideo tras un corto asedio comenzado el 17 de enero y acabado tras el definitivo ataque nocturno del 3 de febrero de 1807, no pudieron con Buenos Aires que, esta vez, no sólo se les volvió a resistir sino que se convirtió, definitivamente, en osario británico gracias al jefe de escuadra Santiago de Liniers[11] (nombrado por aclamación popular virrey del Río de la Plata por su resolución y valor en el primer asedio) y al brigadier de la Real Armada y gobernador de Córdoba, Juan Gutiérrez de la Concha. Los anglosajones, con 10.000 hombres bajo el mando del general Wizeloch, se rindieron a los rioplatenses el 6 de julio de 1807, cuando apenas llevaban una semana de asedio, devolviendo también la plaza de Montevideo[12] que fue recuperada, según palabras del propio Liniers, gracias “(…) todo es devido a la Energia de los abitantes de Buenos Ayres. Deviendo hacer la justicia a estos incomparables Patricios (…)”[13] A pesar de todo, con el tiempo, los desvelos de estos años por los bonaerenses no le sirvieron al Brigadier para salvar su vida.

Acabados los combates, el virrey Abascal decidió ordenar la situación política producida tras la contienda enviando al marqués de Avilés como virrey en funciones a lo que se opusieron a ello el cabildo y audiencia bonaerenses que sólo aceptaron a Liniers como virrey de Río de la Plata. En todo este tiempo, José Fernando de Abascal, se vio impotente de acudir en su ayuda directa para no romper con la palabra empeñada de luchar contra la corona británica;[14] pena[15] que aún le duraría dos años y medio más[16] a pesar de lo cambiante que estuvieron las alianzas en los próximos tiempos. Aunque no envió tropas sí que ayudó a los rioplatenses (primero en su lucha contra Inglaterra y después para acabar con la insurrección contra el Rey) con material de guerra. Auxilió al general Elio (gobernador del lugar entre 1807-1810) a liberar la plaza de Montevideo por medio de 1.000 quintales de pólvora, junto a su munición, en dos ocasiones, además de 500.000 pesos y una fragata cargada con trigo enviada por la ruta del cabo de Hornos. Apoyó a su vez al brigadier Gaspar de Vigodet (gobernador de dicha plaza desde octubre de 1810 hasta su pérdida a manos de los insurgentes el 23 de mayo de 1814) y a los capitanes de navío a su mando José María de Salazar y Luis de la Sierra, dilatando de este modo la rendición de dicha plaza, enviando 3.000 quintales de pólvora, 200 quintales de proyectiles, 200.000 cartuchos y 3.000 espadas por la vía chilena, además de un apoyo financiero de 600.000 pesos, gracias a las tesorerías de Arequipa y Puno, por la ruta del Cuzco. Y, finalmente en estos primeros tiempos, asistió al reino de Chile con 6 cañones de campaña y 500 quintales de pólvora. No en vano, a la vista de los hechos, el propio Abascal escribió años más tarde: “Si el Parque de Artillería y lo concerniente a él se hubiera mantenido en el estado á que mi antecesor quiso reducirlo ¿quál hubiera sido la suerte de estas Provincias y aun de toda la America del Sur?”[17] Veremos ahora cómo lo hizo.

A pesar de que el propio Liniers informó a Abascal[18] de que los ingleses no atacarían las costas peruanas, como así fue, por varias razones (el hecho de haber tomado la palabra a dos tercios de la oficialidad prisionera en Río de la Plata de no luchar contra S. M. Católica, la propia derrota frente a Montevideo y Buenos Aires, así como la necesidad de concentrar sus tropas en Europa tras la última derrota rusa en Preussisch-Eylau ante Napoleón el 9 de febrero de ese mismo año), la dilatada experiencia del asturiano le ayudó, tras las reflexiones que hizo tiempo atrás sobre el lugar y la época en la que debía de ejercer como virrey del Perú, el ver como en su mente cuajaba la “(…), ratificacion del concepto que tenía formado acerca de que la America debería ser el teatro de la Guerra, y no obstante(…), me dediqué á examinar sin demora los puntos fortificados y fortificables de esta Plaza, de la del Callao, alrededores de ambas y costas laterales.”[19] Es decir, algo le decía que la guerra no se iba a librar sólo en el viejo continente o en las costas americanas, sino en el interior del Nuevo Mundo. Para lograr prevenir todo aquello, y mucho más, el virrey Abascal comenzó con la reconstrucción de la fábrica de pólvora a la vez que amplió y reorganizó el cuartel de Artillería, remodeló el recinto amurallado de la capital y de la plaza del Callao y reorganizó y adiestró a las fuerzas militares del Ejército y la Armada.

La fábrica de pólvora de Santa Catalina
Empezó con la reconstrucción, en diez meses, de la fábrica de pólvora de Santa Catalina (la anterior había quedado destruida en 1792) bajo la dirección del coronel Joaquín de La Pezuela se produjo un explosivo de calidad (alcanzaba hasta 170 pesas en la prueba de amartillar las piezas) y cuya producción fue de grandísima utilidad para las acciones de guerra que se desarrollaron en aquella época, llegando a elaborar hasta un total de 15.079 quintales de pólvora; de los cuales 7.000 se destinaron a España junto con 12.000 de nitrato[20] para hacer salitre, en un navío de guerra, y el resto se distribuyó según las necesidades bélicas del momento por el Alto Perú, Cuzco, Arequipa, Quito, Cuenca, Guayaquil, Panamá, Concepción, Valdivia, Chiloé, etcétera. Tal y como, en parte, hemos detallado con anterioridad.

El Arma de Artillería
También, en el campo próximo al convento de Santa Catalina creó el nuevo cuartel de Artillería del mismo nombre bajo la dirección del arquitecto Matías Maestro y con un coste de 120.000 pesos. El subinspector de La Pezuela (llegado a la sazón desde España en 1805 para este cometido)[21] fue el encargado de engrandecerlo y mejorarlo con la ayuda de la tropa que estaba bajo su mando y de 60 prisioneros británicos. Este acuartelamiento se le dotó de un parque y una maestranza, armería y sala de armas (anteriormente ubicadas en el Palacio de Gobierno), baterías, galerías de combate y de ejercicios, fundición de cañones y demás elementos de guerra.[22] Allí se ordenó fundir en bronce más de 130 cañones de diverso calibre[23] y demás material de fuego entre 1808 y 1816, se creó para ello un taller de armería para la elaboración del armamento de chispa, además de una carpintería para la fabricación de cureñas fijas y de campaña así como para la construcción y recomposición de los montajes para las piezas, los carros y demás útiles necesarios para su servicio (correajes, tiendas de campaña, armas blancas, cartucheras, etcétera). También aumentó la dotación de la brigada de 200 hombres y 15 caballerías a 342 plazas montadas y de a pie con 50 caballos, completamente equipada para el transporte de las piezas de fuego, sin olvidar una escuela donde ejercitarse todos ellos y realizar la instrucción necesaria cara un posible combate.

La defensa perimetral de Lima y El Callao
No se olvidó de la reposición y reconstrucción de las murallas y baluartes de la ciudad de Lima y sus avenidas marítimas, así como las fortificaciones del puerto de El Callao. Y todo ello, con el apoyo de la elite peruana del momento, para frenar los ataques británicos que se estaban dando cada vez con mayor audacia en las posesiones españolas de Ultramar.

Antes de adentrarse en la capital y su puerto, el virrey Abascal aseguró los flancos norte y sur de los mismos para repeler un posible ataque marítimo. Para ello, se encargo en persona junto con los jefes militares de Ingeniería, Artillería y Marina de inspeccionar la zona desde la caleta de la Achira –donde apostó una batería sobre los morros de la misma- hasta la ensenada de Ancón. Además buscó un posible camino de huída, en caso de que el enemigo triunfase en su asedio a la Ciudad de los Reyes, por la quebrada de San Mateo, muy útil por ser estrecha y empinada.

Asegurados los alrededores se centró en Lima, donde reforzó y reparó las murallas de la capital[24] para lo que dotó de terraplenes a los 33 baluartes del perímetro capitalino, así como explanadas y puentes en el interior de las mismas para facilitar el traslado de soldados y material en caso de ataque, fosos en el exterior para dificultar su asalto y almacenes de pólvora y pertrechos en las golas de dos de los baluartes. El coste de todo ello, debido a los escasos recursos hacendísticos, fue cubierto gracias al apoyo de la elite limeña. Para ello, el 29 de agosto de 1807, se procedió a repartir los costes de los baluartes y sus caras del siguiente modo: Arzobispado, cabildo catedralicio, clero diocesano y monasterios de religiosas, tres baluartes; Cabildo de Lima, seis baluartes; Tribunal de la Santa Inquisición, dos baluartes; Real Tribunal del Consulado, tres baluartes; Tribunal de la Minería, tres baluartes; Universidad de San Marcos, un baluarte; Conventos de Santo Domingo, San Agustín y Ntra. Sra. de la Merced, tres baluartes; Compañía General de Comercio de los Cinco Gremios Mayores de Madrid,[25] un baluarte; hacendados de las inmediaciones, tres baluartes; Marqués de la Celada de la Fuente, un baluarte; Francisco José Vázquez de Ucieda,[26] un baluarte; Cofradía de la O, un baluarte y la Caja General de Censos, un baluarte.

No hay que olvidar tampoco el levantamiento “ex novo” de la muralla en la zona de Montserrat, cuyo monto ascendió a 7.000 pesos y fue costeado por los habitantes del vecindario y la nueva portada adyacente a la iglesia conventual de Ntra. Sra. de Guadalupe, costeada por Juan Macho.

Una vez asegurada la capital del Perú, había que reforzar su fortaleza de vanguardia: el Real Felipe de El Callao. Aquí lo primero que hizo fue derribar la coronación de viejo estilo churrigueresco que quitaba perspectiva y practicidad a la misma y, en su lugar, emplazó una batería de 24 cañones. Rodeó toda la fortaleza de una cuneta y plano inclinado para dificultar un posible agresión, profundizó el foso de la muralla de la plaza en diez pies[27] elevando el muro de los dieciocho pies[28] que tenía a veintiocho,[29] sin olvidar la construcción de puentes levadizos, un aljibe provisto de suficiente agua potable para mantener con vida a un contingente de 2.000 hombres durante cuatro meses y almacenes para guardar todo tipo de víveres y suministros, debajo del terraplén. También se construyó un acueducto de cuatro caños, para ahorrar gastos, desde esta antigua caja de agua o reservorio comunal al muelle, y así poder abastecer a las lanchas de los barcos. La plaza chalaca estuvo lista para resistir un posible asedio en óptimas condiciones; como así se demostró en 1826 durante las postrimerías del imperio español americano. Destinó el 20 de septiembre de 1806, como comandante del castillo de San Rafael, al primer teniente Manuel Arredondo.[30]

Los Reales Ejércitos del Perú
Reorganizó a todas las fuerzas militares del Virreinato, tanto del Ejército como de la Armada. El ejército de tierra español era, al inicio de los conflictos civiles americanos, fruto de las reformas borbónicas realizadas entre finales del siglo XVIII y principios del XIX y dirigidas por el general Godoy, parangonándolo a una potencia militar de segundo orden en Europa. Sin embargo, estas remodelaciones, apenas tuvieron razón de ser en América debido a que en el territorio indiano rara vez actuaron regimientos completos y sí batallones de refuerzo peninsulares. Lo que sí que les afectó al inicio de las insurgencias, fue el descenso la calidad de las fuerzas peninsulares enviadas a Suramérica, que se vieron diezmadas en la defensa de España frente a las tropas francesas. De hecho, la fuerza armada peninsular en el Perú por estas fechas se componía de 1.500 hombres. Cifra que, obviamente y conforme fue progresando con intensidad la guerra civil americana a la par que iba desapareciendo la guerra contra el Francés en España, se vio notablemente incrementada.

Si se tienen en cuenta los movimientos del Alto Perú de 1809, es el propio de una guerra civil propiamente dicha. Las tropas de ambos bandos son de igual origen y el conflicto se llevó entre los virreinatos del Perú y Río de la Plata, aún no declarado independiente. Desde el punto de vista orgánico era el del siglo XVIII con ligeros aumentos de tropas nuevas. La casi totalidad de sus hombres eran milicianos, indígenas e indianos, tanto en el Perú como en el Alto Perú. No había casi tropa veterana, a excepción hecha de dos o tres batallones y algún escuadrón de Caballería, “veterana” meramente en el nombre. El Virrey se vio en la necesidad de fundar o rehacer cuerpos milicianos en su territorio y en el de Buenos Aires que adoptó ante la sublevación porteña. Desde las perspectivas de las operaciones el Ejército Real debió tomar la ofensiva, entrando en territorios rebeldes (Chile y Alto Perú) en tanto que la costa y el interior del Virreinato se mantuvieron en aparente calma. Pronto, los escenarios bélicos cambiaron y los frentes se ensancharon.

Inicialmente no hubo tropas peninsulares ya que la guerra contra Napoleón impidió el envío de refuerzos y apoyo monetario, tal y como comentaremos con detenimiento más adelante. Por el contrario, fue el Perú quien envió dinero a España, producto de empréstitos forzosos y donativos de la elite peruana. Sólo unos pocos cuerpos llegaron en esos años.[31] La presencia española se limitó a los mandos superiores del Ejército y de los cuerpos, en tanto que la mayoría de los oficiales era de origen americano. Los contactos con España fueron fluidos aunque escasos ya que sólo al final del período los insurgentes acabaron dominando el mar interrumpiendo las comunicaciones. Al parecer desde la sublevación de Tupac Amaru fue necesario premiar la fidelidad de los súbditos de cierto rango con el otorgamiento de empleos y grados castrenses, subalternos los más, que fueron detentados durante décadas. De igual forma, cierta cantidad de empleos públicos estaban acompañados por grados militares ficticios. Una costumbre que, en parte, se mantuvo en la época de la guerra tal y como veremos más adelante. A pesar de que no parece haberse dado favoritismo en los ascensos, éstos se hacían más lentos en los empleos superiores donde se prefirió a los peninsulares con experiencia en las guerras europeas, antes que a los americanos. Esta diferencia de promedios pudo estar influida por la mayor cantidad de españoles que de americanos en esos grados altos. Sin embargo, aprovechándose precisamente de las reformas borbónicas, el capitán general Abascal logró reorganizar las milicias provinciales del Perú. La mayoría americana en el Ejército virreinal se mantuvo durante toda la guerra, no siendo superada ni siquiera en los años de la llegada de los cuerpos expedicionarios, siendo un 63 % de los oficiales americanos y un 35 % peninsulares, en tanto que sólo un 1% fue extranjero. Ello indica sin dudas que se trataba de un componente militar eminentemente autóctono, dos tercios del total. En las unidades veteranas la mayoría era peninsular (64 %) y el resto americanos (35 %). Esta proporción no indica precisamente que los americanos procedieran de unidades creadas en el Perú o los peninsulares se hallasen concentrados en cuerpos expedicionarios. Existía una gran mezcla de oficiales de forma que muchas unidades americanas tenían un alto porcentaje de españoles, así como las expedicionarias la tenían de americanos. Ello sin duda implicó una pérdida de la identidad específica de las unidades, pero homogeneizó los Reales Ejércitos en torno a la defensa de la Corona. Por su parte en los cuerpos milicianos, el 80% de los oficiales era americano y sólo un 19 % peninsular.[32] Todos los oficiales dependieron directamente de un estado mayor concreto para, el conjunto de todos ellos, depender del Estado Mayor del Virrey.

En España, el principal proveedor de tropa para las expediciones ultramarinas fue el llamado Depósito de Ultramar, que dependía de la Comisión de Arbitrios y Reemplazos formada en Cádiz en 1811 por iniciativa del Consejo de Regencia, apoyado por los comerciantes gaditanos interesados en mantener un nexo con América. Su misión era preparar y costear las expediciones militares, además de tener injerencias directas en las decisiones de gobierno, referentes al destino de los reemplazos. Pero, además de en la Península, las tropas se reclutaban en los territorios americanos, y sin duda, el gran proveedor de ellas durante toda la guerra fue el propio virreinato del Perú. El virrey Abascal sentía especial predilección por las tropas americanas, ante las reiteradas muestras de fidelidad y valor que le brindaron. Intentó dar un sentido autóctono a la contrarrevolución, creando unidades especiales de americanos y peninsulares unidos que redundaron en un óptimo resultado, en especial en las sublevaciones del Cuzco en 1814 cuando derrotaron a los insurgentes cuando se tambaleó la causa bonaerense y no halló eco en la sociedad peruana y menos en el Ejército Real, cuyas escasas sublevaciones fueron sofocadas sin obtener el éxito esperado por los revolucionarios. Estas levas se llevaron a cabo tanto en las ciudades como en las aldeas de la cordillera o de la costa, donde se reclutaba a los pobladores para las unidades de milicias. Iniciada la guerra y enviados desde Lima y Cuzco las pocas tropas allí existentes, el Virrey se dio cuenta que era imposible cubrir las necesidades de hombres si no se recurría en masa al reclutamiento de los americanos -criollos y mestizos- que llegó a alistar forzosamente hasta los mercaderes transeúntes sin llegar a examinar sus circunstancias, porque el objeto era aparentar que se cumplían los mandatos de autoridad, aunque los métodos fuesen violentos e injustos. Así, se enrolaban a hombres casados con hijos y con padres imposibilitados e inútiles por inhabilitaciones visibles que era preciso licenciar inmediatamente. Estos hombres tratados con tan poca justicia en los pueblos de los que procedían y remitidos a la capital, poquísimo interés podían tener en prestarse al servicio del Rey.

En el Alto Perú el reclutamiento se hizo con las milicias de Cuzco, Arequipa y Puno, que debían ser instruidas y organizadas antes de poder emprender con ellos la campaña. Para completar sus efectivos se hizo necesario recrear algunos regimientos disueltos tras la sublevación de Tupac Amaru y conceder fuero militar a sus oficiales como fue el caso de García Pumacahua, entre otros como ya veremos. Con las llegadas de las tropas peninsulares, el aspecto general de los Reales Ejércitos cambió y se comenzó a seleccionar los reclutas para la composición de los diferentes cuerpos, remitiéndose según sus capacidades y su origen, prefiriéndose por ejemplo la provincia del Cuzco para los cuerpos de Infantería, los de Cochabamba para los de Caballería o los negros de la zona de Chincha para las unidades costeras. Para la Artillería era suficiente la recluta voluntaria, pues tenía fuero y privilegios propios. Las bajas de los soldados veteranos se completaron con los artilleros milicianos, prefiriéndose a los blancos para esta Arma.

José Fernando de Abascal, alistó a 9.280 hombres que distribuyó en dos divisiones de 5.000 y 4.000 soldados, acuartelándolos en las localidades de Bellavista y Chorrillos. Jefes, oficiales y tropa fueron distribuidos entre las armas de Infantería, Caballería y Artillería entre diferentes cuerpos, regimientos y batallones. En cuanto a la media de edad, podría decirse que fueron combatientes jóvenes, con la forma de pensar y actuar que ello traía aparejado. Todos estos militares fueron entrenados, en sus cuarteles y alrededores, a base de clases teóricas y prácticas de orden cerrado, tabla de combate, marchas y salidas al campo así como ejercicios con fuego real.

Las milicias formaron la masa del ejército americano, es decir, las que soportaron el peso de las campañas durante el siglo XVIII y la civil hispanoamericana, siendo las principales y fieles sostenedoras de la causa del Rey. Durante esta última, el carácter de la lucha hizo que se perdieran las modalidades de las milicias y se confundieran en su administración por las tropas de Línea, rigiéndose todas por similares estructuras de pie y fuerza. Muchas unidades milicianas pasaron a ser veteranas y otras se refundieron con unidades de ese carácter dando paso a nuevos cuerpos militares, como había pasado en España en la guerra contra los franceses. La Infantería, por lo tanto, constituía la mayoría de los Reales Ejércitos del Virreinato. Ello era debido principalmente a que las tropas estaban vinculadas al sistema de fortalezas y eran fijas de esas plazas fuertes o ciudades, siendo por ello fundamentalmente defensivas. Las tropas veteranas eran las menos en la estructura del ejército virreinal y la mayoría estaba compuesto por cuerpos milicianos. Para esta Arma[33] fueron reclutados un total de 8.000 hombres, distribuidos de la siguiente manera: 2.200 hombres en el Regimiento Real de Lima, 800 en el Batallón del Comercio, 1.500 en el del Número, 1.400 en el de Pardos, 600 en el de Morenos y 1.500 en los cuerpos de infantes de milicianos.

La Caballería veterana era casi inexistente en el Ejército a inicios de la guerra. La casi totalidad fue miliciana, y estaba organizada principalmente en regimientos de Dragones en distintos puntos del territorio. Ya iniciada la guerra aparecieron diferentes cuerpos de veteranos al llegar los regimientos expedicionarios a partir de 1813, como los Dragones de la Unión o los Húsares de Fernando VII. En esos mismos años algunos regimientos de Milicias Disciplinadas de Caballería pasaron como premio a sus servicios de guerra, a servir como regimientos de Línea veteranos, como los Dragones del Cuzco o los de Arequipa. Avanzada la guerra, la consideración de unos y otros será la misma sin distinciones ni preferencias. Lo dilatado del territorio americano y la necesidad de marchar a puntos distantes entre sí, a fin de reforzar guarniciones y puntos ante posibles ataques del enemigo, habían sido las razones que en el siglo XVIII hicieron que se organizaran preferentemente regimientos de Dragones –en teoría, unas tropas instruidas simultáneamente como infantería y caballería- que se trasladaban con rapidez y llegado el caso combatir a pie. Innumerables son los casos de estos regimientos haciendo el servicio desmontados en distintas guarniciones americanas interviniendo en la defensa de los baluartes. En el caso del Perú, ocuparon los Dragones las amplias zonas de la costa y de la sierra cuzqueña lindante al altiplano del Collado en el Alto Perú. No obstante existieron algunas, aunque pocas, unidades de Caballería que no eran de Dragones, sino unidades de Lanceros como los de Santa Cruz de la Sierra en el Alto Perú o los de la Laja en Chile. Igualmente existieron unidades de Húsares y Carabineros, como los de la Escolta del General en Jefe del Alto Perú que, sin embargo, contenían compañías de Dragones. Carabineros, al igual que Húsares, los hubo en Chile como los del virrey Abascal de la Concordia. Sobre este último, tiempo llevaba el virrey Abascal reflexionando sobre el hecho de involucrar a la elite peruana en la lucha por la fidelidad a la Corona ya que, tal y como lo dio a conocer al consejo de Regencia “(…) no alcanzan solo las medidas de la sagaz política, se necesita la fuerza y formarla de los mismos patricios a falta de tropas europeas. Forzoso es tenerlos gratos, premiando con una especie de prodigalidad los sacrificios y servicios que hubieren hecho a la justa causa, ya que uno de los clamores más rebatidos por sus seductores, es la infundada suposición del desprecio que siempre hizo la Metrópoli de las circunstancias, talento, méritos y erogaciones de sus colonias”.[34] Más adelante puso en práctica esta idea y fundó, el 30 de mayo de 1811[35], “(…) el regim.to dela Concordia Española del Perú, q pr el pronto contaba de mas de mil hombres aumentando su fuerza sucesivamente y compuesto de españoles peninsulares y españoles americanos, igualmente los unos y los otros tanto la tropa como la oficialidad, con el objeto de no dar lugar á la rivalid d, de ambas partes de una sola Nacion, que se deben mirar como una sola” con la doble finalidad de ganarse la amistad y el apoyo de la elite limeña como la de defender la ciudad de Lima frente a cualquier disidencia interna o externa a la misma. Este regimiento, nacido de los restos de un batallón del Comercio compuesto por algunos centenares de hombres y de los de un regimiento de la Nobleza que sólo existía sobre el papel, llegó a estar formado inicialmente por más de 1.000 hombres. Se constituyó en tres batallones, mandados respectivamente por el conde de Casa Saavedra[36] y los marqueses de Torre Tagle[37] y Celada de la Fuente,[38] respectivamente.[39] Sus oficiales fueron los coroneles Pedro Matías Tagle Isásaga,[40] Francisco Zárate y Manrique de Lara,[41] José Fuente González -conde de Villar de la Fuente-, Fernando Carrillo de Albornoz de la Presa y Salazar –conde de Montemar y Monteblanco-[42] y el mariscal Pedro José de Zárate y Navia -conde de Valle de Oselle y marqués de Montemira- y al Arzobispo de Lima como Capellán del Cuerpo. Al año siguiente, el 30 de marzo de 1812, se le concedió a José Fernando de Abascal y Sousa el título de Castilla de Marqués de la Concordia Española en el Perú,[43] como signo de gratitud por parte de la Corona a su acción de mando en el virreinato del Perú, tomando como símbolo[44] de todo ello dicho Regimiento. Para el arma de Caballería fueron encuadrados un total de 1.080 jinetes, distribuidos del siguiente modo: 150 en el Escuadrón montado de Carabaillo, 50 en el de Chancay, otros 50 en el de Huaura, 80 en el de Morenos, 150 en el de Pardos y 600 en el Regimiento de Dragones de Lima.

En cuanto al arma de Artillería formó el 10 % del total de la organización militar, siendo las unidades mayores las que se hallaban en las plazas fuertes y puntos estratégicos, estando el resto distribuido en pequeñas unidades y compañías en distintos puntos y guarniciones. La característica más destacada de la Artillería virreinal fue la inmovilidad, ya que su función específica era la defensa de las plazas. Sus servidores llegaron al número de 200 hombres.

En cuanto a la Armada, el 20 de noviembre de 1807, se recibió la orden de la instauración del Almirantazgo o Consejo Supremo de la Marina que estableció las atribuciones que a este organismo le competían en materia administrativa y jurídica sobre las flotas de guerra y mercante.[45] En el Perú, el apostadero naval de El Callao sirvió como punto de inspección y reparación tanto de la flotilla de la Mar del Sur (gracias a la cual se pudo abastecer de hombres y armas a la capitanía de Chile y al virreinato de Río de la Plata) como de los buques mercantes que allí recalaron. En concreto, la Real Armada Española estuvo presente en todas las acciones de guerra durante estos años, transportando unidades de refuerzo expedicionarias, defendiendo los apostaderos del Callao o Montevideo así como la guarnición de los fuertes chilenos de Valdivia, Concepción y Chiloé, sin olvidar su empleo como tropa de Línea en combates terrestres. Sus 400 hombres, apostados en el Real Felipe y encuadrados en el cuerpo de Infantería de Marina, también tuvieron como misión la vigilancia de los presos revolucionarios acantonados en Casas-Matas.

Todas estas obras de índole militar procuraron la satisfacción de los hombres que estuvieron a sus órdenes.[46] A modo de ejemplo, un oficial anónimo habla de la buena reorganización militar para la defensa del Virreinato frente a una amenaza exterior, fortaleciendo la plaza El Callao, reorganizando la Artillería, instruyendo regimientos enteros, preparando la defensa de Lima, de las costas peruanas con una flota preparada, aprovechando las defensas naturales de la sierra, el altiplano, la selva y los valles, eligiendo a los mejores de sus oficiales, etcétera. Sus palabras, escritas en 1807, lo expresaban así: “El Perú amenazado se hallaba en una inercia apatica, sus debiles Plazas con poca Artilleria servible, y los puntos prales. de sus dilatadas Costas con muy pocos medios de defenderse(…) En circunstancias tan criticas el excmo. Sor.e D.n Jose Fernando de Abascal toma las riendas del R.no, la forma precusora, habia anunciado sus talentos militares, su afabilidad, sus maximas politicas, y sobre todo sus activas providencias y disposiciones inspiran una confianza universal, del desaliento se pasa á un entusiasmo increible, y cada habitante del R.no se considera invencible guiado pr. Éste infatigable General”.[47]A pesar de que todavía, todas estas reformas, no se habían puesto en práctica a fecha del escrito, visto con el tiempo sus eficaces éxitos en la lucha contra revolucionaria a lo largo del mandato del Virrey, se puede decir que no andaba descaminada esta anónima opinión.

Dr. Juan Ignacio Vargas Ezquerra.
Orbis incognitivus: avisos y legajos del Nuevo Mundo: homenaje al profesor Luis Navarro García / coord. Por Fernando Navarro Antolín, Vol. 2,
Universidad de Huelva, 2007, Págs. 873-887.

[1] Fue establecida por el rey Carlos III, mediante R. C. de 19 de septiembre de 1771 con el lema “Virtuti et Merito”, con la finalidad de condecorar a aquellas personas que se hubiesen destacado especialmente por sus buenas acciones en beneficio de España y la Corona.
[2] Condecoración instituida por el rey Fernando VII el 14 de marzo de 1815, con el nombre de Real y Americana Orden de Isabel la Católica, “con el fin de premiar la lealtad acrisolada a España y los méritos de ciudadanos españoles y extranjeros en bien de la Nación y muy especialmente en aquellos servicios excepcionales prestados en favor de la prosperidad de los territorios americanos y ultramarinos.” La prerrogativa de conceder la Real Orden Americana de Isabel la Católica perteneció durante un año al Ministerio Universal de Indias para, con su extinción, pasar a la Secretaría de Estado. (Archivo General de Palacio de Madrid, Ordenes civiles. Condecoraciones, Orden de Isabel la Católica, Caja n. ° 6, Legajo n.° 4, Expediente n. ° 60).
[3] Presupone una distinción militar y una orden de caballería española creada por el rey Fernando VII tras la finalización de la Guerra de la Independencia en 1814. La finalidad era servir de máxima condecoración a aquellos militares que, “más allá de sus libertades, superando los sufrimientos en la batalla, sirvieran a los ejércitos.” Dado el deseo del Rey de que fuera una distinción de alto rango, comparable a otras de más larga historia, se decidió ponerla bajo la advocación de un santo, San Hermenegildo, quien había sido Rey de Sevilla y mártir en defensa de la Fe. Su primer reglamento se publicó en 1815.
[4] Su dilatada experiencia previa al nombramiento fueron de 42 años de servicio, tomando posesión del cargo como virrey del Perú a la edad de 63 años.
[5] Balance de gobierno del Virrey hecho por él mismo en 1808 (Archivo General de Indias de Sevilla, Lima, Legajo n.° 739, Documento n.° 65ª).
[6] El Gobernador del Consejo de Indias confirma el apresamiento de Abascal por los ingleses en el trayecto de La Habana a Montevideo, el 22 de febrero de 1805, cuando iba a tomar posesión como Virrey del Perú. (Archivo General de Indias de Sevilla, Diversos, Año 1805, Ramo 1/25-2).
[7] El gobernador de la plaza de Montevideo, Pascual Ruiz Huidobro, cayó prisionero y fue remitido a la Gran Bretaña. Sin embargo, se le nombró virrey interino de Río de la Plata en sustitución del marqués de Sobremonte por R. O. de 24 de febrero de 1807 y, en caso de ausencia o muerte de éste, ser sustituido por el militar más veterano. En este caso, el recién ascendido a Brigadier de la Real Armada, Santiago de Liniers y Bremond.
[8]Fechado en Buenos Aires el 14 de agosto de 1806, el jefe de escuadra Santiago de Liniers, anuncia al virrey Abascal de la derrota británica y le avisa sobre la posibilidad de emplear al general inglés, preso, como futura moneda de cambo. Acerca de este asunto, el todavía oficialmente virrey de Río de la Plata marqués de Sobremonte, da su parecer contrario a Liniers en un documento firmado en Montevideo el 3 de diciembre del mismo año, por el que rechaza la posibilidad de cambio del general Beresford por estar el puerto de Maldonado aún en poder de los ingleses. Confróntese en Archivo General de Indias de Sevilla, Diversos, Legajo n. º 1, 1806, Ramo 2/40 y 2/43-4.
[9] Verificar en la obra de RAMOS PÉREZ, Demetrio, “La emancipación. Siglo XIX”, en MORETÓN ABON, Carlos y SANZ APARICIO, Ángela M. ª, Gran Historia Universal, Vol.31, Madrid, Nájera, 1986, Pág. 153.
[10] SAAVEDRA Cornelio, Memoria autógrafa. Buenos Aires, Emecé, 1944. Pág. 11.
[11] El marino Liniers da cuenta de la situación de Buenos Aires y pide más pólvora al virrey Abascal. (Archivo General de Indias de Sevilla, Diversos, Legajo n. º 1, Año 1807, Ramo 1/54/5).
[12] Confróntese en Archivo General de Indias de Sevilla, Diversos, Legajo n. º 1, Año 1807, Ramo 1/54-7.
[13] Archivo General de Indias de Sevilla, Diversos, Legajo n. º 1, Año 1807, Ramo 1/54-6.
[14] Confróntese en Archivo General de Indias de Sevilla, Diversos, Año 1805, Ramo 1/25-2, Anexo 2 el “Papel en que empeña su palabra de honor”.
[15] El general inglés, Whitlocke, en un escrito firmado en Buenos Aires el 10 de diciembre de 1807 y dirigido a Liniers, levanta el juramento a Abascal de no luchar contra S. M. Británica con estas palabras: “(…) en consideracion al generosisimo trato que nuestros Prisioneros han resivido de V.E. no tengo la menor dificultad en hacer qe cese la palabra del Virrey, considerandose enteramente libre, (…)” (Archivo General de Indias de Sevilla, Diversos, Año 1807, Ramo 1/52-4).
[16] El levantamiento de su palabra se dará en Madrid un 27 de enero de 1808 (Servicio Histórico Militar de Madrid, 4° Sección –Ultramar-, Caja MG-125, Subcarpeta S-A n. º 19).
[17] RODRIGUEZ CASADO, Vicente y CALDERON QUIJANO, Antonio, Memoria del gobierno del Virrey José Fernando de Abascal y Sousa (1808-1816), Vol. 1, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1944, Pág. 357.
[18] Confróntese en Archivo General de Indias de Sevilla, Diversos, Legajo n. º 1, Año 1807, Ramo 1/56-8.
[19] RODRIGUEZ CASADO, Vicente y CALDERON QUIJANO, Antonio, Memoria del gobierno del Virrey José Fernando de Abascal y Sousa (1808-1816), Vol. 1, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1944, Pág. 336.
[20] Desde marzo de 1812 hasta enero de 1813, se remitieron de Tarapacá a El Callao, por cuenta y orden de Sebastián de Ugarrisa, siete cargamentos de nitrato de soda, en la siguiente forma:
Mes/Buques/Quintales:
· Marzo/Fragata "Trial"/3.270.
· Mayo/Bergantín "Santa Bárbara"/3.891,47.
· Agosto/ Fragata "Trial"/3.498,55.
· Septiembre/ Fragata "Especulación"/4.545.
· Noviembre/Bergantín "Pilar" 1.000.
· Diciembre/ Bergantín "Candelaria"/3.400,22.
· Enero/Fragata "Neptuno"/3.118,25.
Total de Quintales 22.723,49.
(Equivalencia: 1 Quintal Español = 46 Kg. = 4 Arrobas = 100 lb.)
Contrástese en la obra de Roberto HERNÁNDEZ, El Salitre. Resumen Histórico desde su Descubrimiento y Explotación, Valparaíso, Fisher Hnos., 1930.
[21] Obviamente, entre la orden recibida y la llegada al puesto pasaba siempre un tiempo. “En el año de 1803, recibió orden de pasar á Lima de Subol. Inspector interino de Artilleria, con el encargo especial de Organizar este ramo en todas sus partes, conforme á la nueva planta y arreglo de esta arma. Llegado á su destino se ocupó intensamente con el mayor celo en el establecimiento, habiendo conseguido formar con aprobación del Virrey un Parque de Artilleria, fundicion de Cañones y una sobresaliente fabrica de polvora: todo con grande econoimia y ahorro de considerables sumas á la Rl. Hacienda, de donde se ha socorrido con cañones y polvora á toda la America del Sur, y enviándose algunos miles de quintales á la Peninsula cuando estava en sus mayores apuros con la guerra contra Napoleón.” (Archivo General Militar de Segovia, Sección Celeb., División CAJ. 133, Legajo Exp. 1, 12 folios, Teniente General D. Joaquín de La Pezuela, marqués de Viluma. Madrid, 16 de septiembre de 1830).
[22] Oficio de Joaquín de La Pezuela a Abascal, adjuntándole once estados sobre pertrechos de Artillería y armamento a fin del año 1806. Lima, 13 de agosto de 1807 (Archivo General de Indias de Sevilla, Diversos, Año 1807, Ramo 3/70-7).
[23] Toda pieza artillera tiene dos partes: la boca de fuego, un tubo metálico de determinado calibre y longitud y el montaje de la misma, denominado cureña o afuste.
[24] Contrástese en Archivo General Militar de Segovia, Sección 1ª, Legajo A-59, 9 folios, Capitán General, marqués de la Concordia, Madrid, 24 de mayo de 1817.
[25] Primera compañía de alcance nacional por la dimensión de los recursos manejados, expresión y preludio de la importancia de Madrid como núcleo productor de servicios económicos. Elite comercial cuya reproducción estaba apuntalada en el abastecimiento de la capital peninsular, en su actividad como intermediaria o partícipe activa en la comercialización del importante mercado lanero, en el intercambio con América y en las prácticas refinancieras centradas en la financiación de los recurrentes y crecientes déficit de la Monarquía y de la nobleza titulada.
[26] Fue intendente de Conchucos, perteneciente al arzobispado de Lima, en el último tercio del siglo XVIII.
[27] Hasta 7,5 metros de hondo.
[28] Contaba hasta el momento 12,1 metros de altura.
[29] Alcanzando los 21 metros.
[30] Confróntese en Archivo General Militar de Segovia, Sección 1. ª, Legajo A-2465, 4 folios, Mariscal de Campo D. Manuel Arredondo, marqués de San Juan de Nepomuceno, Madrid, 26 de febrero de 1831.
[31] A Lima llegaron los siguientes unidades expedicionarias:
· Batallón de Infantería Talavera y artillería con 1.473 hombres en 1813.
· Un total de 118 hombres, oficiales y mandos en 1814.
· Batallón de Infantería Ligera Gerona con 1.479 hombres en 1815.
· Batallón de Infantería Infante Don Carlos, un escuadrón de Caballería y artillería, con una partida inicial incompleta de 723 hombres en 1816.
[32] Datos obtenidos en la obra de LUQUI LAGLEYZE, Julio Mario y MANZANO LAHOZ, Antonio, Hombres en uniforme. “Los Realistas” (1810-1826). Virreinatos del Perú y del Río de la Plata, y Capitanía General de Chile, Vol. 5, Valladolid, Quirán, 1998, Pág. 24.
[33] No hay que olvidar la existencia de “(…) las compañías del regimiento de infantería que hay en varias de las provincias del Perú (…) las solicitaron los gobernadores intendentes alegando ser necesarias para sujetar a los indios ya civiles y cristianos; pero que el verdadero motivo fue, querer los tales intendentes tener su guardia de tropa europea bien vestida; y no de la milicia del país.” (AZARA, Félix de, Memorias sobre el estado del Río de la Plata en 1801: demarcación de límites entre Brasil y el Paraguay a últimos del siglo XVIII, e informes sobre varios particulares de la América meridional español, Zaragoza, Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País (edición facsímile), 1996, Págs. 101/02).
[34] LOHMANN VILLENA, Guillermo, “Documentación Oficial Española”, en AA. VV., Colección documental de la Independencia del Perú, t.22, Vol. 2, Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1972, Pág. 226.
[35] La existencia del mismo la ofrece el propio expediente personal del virrey Abascal (Archivo General Militar de SegoviaM, Sección 1ª, Legajo A-59, 9 folios, Capitán General, marqués de la Concordia, Madrid, 24 de mayo de 1817), pero la fecha exacta la ofrecen los historiadores MENDIBURU, M. de, Diccionario histórico – biográfico del Perú, Vol.1; Lima; imp. Enrique Palacios; 1931, Pág. 96 y HAMNETT, Brian R., La política contrarrevolucionaria del virrey Abascal: Perú, 1806-1816, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2000, Pág. 10.
[36] Fue nombrado regidor del Ayuntamiento de Lima en octubre de 1820.
[37] José Bernardo de Tagle y Portocarrero, fue diputado peruano en las Cortes de Cádiz y residió en España entre 1812 y 1817. A su regreso al Perú fue nombrado Gobernador de Trujillo y proclamó la independencia de esa ciudad a la llegada del general rebelde San Martín.
[38] Francisco Moreyra y Matute, fue Teniente Coronel de Caballería, diputado a Cortes y Alcalde de Lima entre 1815 y 1816.
[39] En una carta escrita por el diputado Morales y Duárez dirigida al marqués de Celada de la Fuente y firmada en Cádiz el 1 de octubre de 1810 ya expresaba lo positivo que representaba que el aristócrata peruano estuviera nominado para dicho Regimiento debido a que “(…) el nombramiento en el celebre batallon de la Concordia puede Servir de algun abono y de un comprobante supletorio.” (Archivo General de la Nación de Lima, Archivo Colonial, Superior Gobierno, Donativos y adquisiciones, Colección Francisco Moreyra y Matute, D1. 42-1244).
[40] Caballero de la Orden de Calatrava, y Capitán del Regimiento Real de Lima.
[41] El hijo del marqués de Montemira acabó firmando el acta de independencia del Perú en 1821.
[42] Fue caballero de la Orden de Alcántara.
[43] “Oficios remitidos por don Vicente Gil de Taboada al Muy Ilustre Ayuntamiento, dando a conocer el otorgamiento de título de Marqués de la Concordia Española del Perú, al Virrey Abascal y de haber mandado fijar carteles para que se cocine y expenda chicha en los lugares que hacen frontera a la muralla”. Fls. 02. (Archivo Regional de La Libertad de Trujillo, Archivo Colonial, Cabildos, Asuntos de Gobierno, Legajo n ° 104, Expediente n °: 2001/ 27. OCT. 1812).
[44] Dicho símbolo fue acogido en el diario madrileño El Conciso con honores de gran noticia, donde el rotativo se recreaba describiendo el emblema adoptado por el nuevo Cuerpo, que tenía “dos manos asidas una de otra” como símbolo de “la concordia y unión entre españoles europeos y americanos”. Contrástese en DELGADO, Jaime, La independencia de América en la Prensa Española, Madrid, Arba, 1949, Págs. 134/135.
[45] En relación con el campo mercantil, se explotó y protegió inicialmente la pesca de la ballena y de los lobos de mar frente a las injerencias de los extranjeros. Desgraciadamente el cambio de rumbo, sufrido en el Perú por esas fechas truncó tan importante fuente energética, cediéndola a ingleses, alemanes, daneses, rusos y estadounidenses.
[46] En 1809, el graduado de coronel Gavino Gainza, fue nombrado por el Virrey comandante general de la provincia de Trujillo, cuyo objetivo primordial fue el establecimiento de un fuerte o batería en el puerto de Paita. Más adelante, este mismo militar, “fue llamado por el Virrey a la Capital para emplearlo de mayor general del Exto organizado y preparado para su reforma y por recelos de proxima invasión.” (Archivo General Militar de Segovia, Sección 1. ª, Legajo G-61, 24 folios, Brigadier D. Gavino Gainza, Madrid, 4 de diciembre de 1818).
[47] Archivo General de Indias de Sevilla, Diversos, Legajo n. º 1, Año 1807, Ramo 3/68-5.

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