ORACIÓN AL SEÑOR POR MEDIACIÓN DE SAN CAMILO
¡Oh Señor, de quien procede la curación del cuerpo y la del alma!
Hoy acudo a Ti en mi enfermedad,
creyendo con fe viva que si Tú quieres puedes curarme.
Por intercesión de San Camilo de Lelis, Patrón de los enfermos,
haz que encuentre el consuele en mi aflicción,
tu compañía en mi soledad
y tu paternal protección en medio de tus manos.
Perdona, Señor, mis pecados,
ayúdame con la fuerza necesaria para cumplir con salud las obligaciones de mi vida
y para poder servirte en mi prójimo enfermo o necesitado.
Por Jesucristo Nuestro Señor
Amén
Decálogo de los servidores de los enfermos
(Aplicable a todos)
1-Honra la dignidad y la sacralidad de mi persona, imagen de Cristo, por encima de mi fragilidad y limitaciones.
2-Sírveme con amor respetuoso y solícito: con todo tu corazón, con toda tu inteligencia, con todas tus fuerzas y con todo tu tiempo.
3-Cuídame como tú quisieras ser atendido, o como lo harías con la persona más querida que tengas en el mundo.
4-Sé voz de los sin voz: hazte defensor de mis derechos, para que sean reconocidos y respetados.
5-Evita toda negligencia que pueda poner en peligro mi vida o prolongar mi enfermedad.
6-No frustres mi esperanza con tu afán e impaciencia, con tu falta de delicadeza y competencia.
7-Soy un todo, un ser integral: sírveme así. No me reduzcas a un número o a una historia clínica, y no te limites a una relación puramente funcional.
8-Conserva limpios tu corazón y tu profesión: no permitas que la ambición y la sed de dinero los manchen.
9-Preocúpate por mi pronta mejoría; no olvides que he venido al hospital para salir recuperado lo antes posible.
10-Comparte mis angustias y sufrimientos: aunque no puedas quitarme el dolor, acompáñame. Me hace falta tu gesto humano y gratuito que me hace sentir alguien y no algo, o un caso interesante.
Y... cuando hayas hecho todo lo que tienes que hacer, cuando hayas sido todo lo que debes ser..., no olvides darme las gracias.
(Deducido del pensamiento y actuación de Camilo).
El P. Eduardo Morante en su programa “Lo vio y lo curó” recitó estas oraciones que les comparto. He tenido el gusto de poder entrevistarle junto a otros PP. Camilos en PAX TV que nos manifestaron su gozo con la celebración de 300 años entre nosotros, especialmente con la visita del corazón de su santo fundador.¿Quién no ha oído hablar de los Padres de la Buena Muerte? ¿Quién no conoce el mercado de San Camilo en Arequipa? ¿O la Clínica Tezza? ¿El Hogar de San Camilo y su impresionante programa para los niños con SIDA? ¿O el Centro de Formación San Camilo de la Av. Brasil?
Sé que los primeros camilos llegados de Italia a Lima vinieron atraídos porque había plata en Lima y la necesitaban para la canonización del santo fundador. Y sé también que lo primero y lo segundo y lo tercero que encontraron fueron enfermos y moribundos, con tanto, tanto trabajo que no pudieron regresar. Y, desde entonces, siguen aquí. ¡Laus Deo y feliz tercer centenario con esta alegre presencia de las reliquias del Padre fundador, San Camilo! Como recordarán, el corazón llegó al país el pasado 18 de abril y se quedó hasta el 20 de julio. El corazón de San Camilo, explican –que normalmente está en guardado en un relicario de Murano en Roma– fue extraído la misma noche de su muerte para que "quedara como signo de su amor y de su entrega total a los pobres y enfermos"; y encontrándosele "tan bello, que parecía un rubí, y de tanta grandeza que quedaron admirados cuantos lo vieron".
Quien fuese mi alumno Ricardo Iván Vértiz Osores, camilo, nos comparte algunos datos sobre el primitivo convento de Lima.
El origen del Convento surge de la idea de los evangelizadores de nuestra congregación, muchos de ellos españoles entregados a las misiones, y también de los padres italianos. El primer misionero de nuestra comunidad fue el P. Andrés Sicli, italiano, encendido de amor de Dios y al prójimo, y por consejo de un buen amigo el P. Bianchi (Mártir de la Caridad), se dirigió a Roma para obtener del P. General licencia para misionar en América. A su regreso de España, se embarca en Cádiz el 1 de junio de 1666 en la galera “Nuestra Señora de la O”. La travesía de tres meses culminó en Puerto Rico, se ahí se dirigieron a Veracruz, recorrió luego Puebla de los ángeles, Guadalupe, hasta que llegó a la capital Méjico. Luego continuo por Guatemala, Honduras, Nicaragua. De ahí se embarca nuevamente con rumbo a Ecuador, donde una fuerte tempestad casi le hizo frustrar sus planes, pero gracias a la gracia especial de la Virgen pusieron llegar a las Islas Galápagos. Pasó luego a Guayaquil y entro al Perú por Paititi, donde bautizó a muchos infieles. Estuvo hospedado en Trujillo y después de dos años de vida apostólica llegó a Lima. . Durante quince años Lima fue el centro de sus actividades apostólicas. Misionó también en Bolivia, en los valles de la Plata y el Brasil. Sufrió con heroísmo toda clase de adversidades; el paso de los andes, las traiciones de algunos indios que los acompañaban, etc. No pudiendo fundar en el Perú por escasez de personal en España se embarcó en el Callao. Luego de nueve meses de viaje llegó a Cádiz, lleno de méritos. Había pasado misionando en América veintidós años. Todavía le quedaba fuerzas para recorrer España e Italia, y cuando se encontraba en Viena de Portugal, descansó en el Señor en olor a Santidad el 1 de julio de 1694 en el Convento de Santa Cruz de los Padres Dominicos.
La fama de opulencia de que gozaban las indias de América suscitó el proyecto de ir en busca de algo que ayude en esta noble causa. El generoso misionero de América fue el P. Golbodeo Carami, de 32 años de origen español. Un hombre de buen juicio, aprovecha de los estudios de filosofía y teología, de virtud y religiosidad reconocida, acompañado con un genio suave y gracia en el habla. Por estas cualidades y virtudes la general consulta con patente de 2 de agosto de 1704 dio licencia de ir a las Indias para reunir fondos para la Beatificación del fundador y también “para hacer conocer en aquellas regiones el misterio de nuestro instituto”. Su viaje hacia Lima no fue nada fácil, ya que luego de embarcarse para España y llegar al Puerto de Cádiz en 1704, se dio con la sorpresa de que se estaba viviendo una guerra de sucesión, motivo por el cual tuvo que esperar dos años, los que dedicó a la práctica del santo instituto con la asistencia a los enfermos y moribundos en los hospitales y casa particulares. Sosegada la guerra a mediados de 1706 se embarca gracias a la ayuda del Márquez de Castell quien iba designado como virrey del Perú y el Márquez DE Villa Rocha que iba a Panamá con el cargo de Presidente de la Real Audiencia . Así, con felicidad pudo llegar a Panamá en el mismo año de 1706. Donde se quedó dos años a pedido del Márquez de Villa Rocha quien tomó mucho aprecio al P. Carami. Al término de su misión, se embarcó par Paita y de allí viajo por tierra a Lima a donde llegó a primeros del año 1709. Había también en la ciudad varios conventos y monasterios con más de 2150 religiosos y más de 3860 religiosas. Los religiosos eran Dominicos, Agustinos, Franciscanos, Jesuitas, de San Juan de Dios, Betlehemitas, Mercedarios, Oratorianos. Los conventos tenían rentas, haciendas, fincas y muchos bienes y los religiosos vivían aristocráticamente, compartiendo con las altas esferas sociales actitudes y gestos prepotentes y altaneros. Pero en la gente humilde del pueblo florecía también una profunda y sencilla religiosidad que dio frutos de santidad, como Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres y también entre el clero no faltaron almas elegidas, que lograron el honor a los altares como Sto. Toribio de Mogrovejo. En estas condiciones encontró el P. Carami a su ingresó a Lima. El entro por una de las siete puertas de la ciudad; se presento con su Cruz Roja en el pecho suscitando la curiosidad, pero también el sentido de devoción. Pidió asilo a la Comunidad Oratorio de San Felipe Neri que tenía convento e Iglesia, donde permanecerá dos años.
Su primer pensamiento fue presentarse ante el virrey Márquez de Casttell ya conocida en Cádiz y al Deán de Curia . Encontró en los dos muestras de cariño y de particular agrado y promesas de apoyo, pero lastimosamente el virrey murió el 23 de abril de 1710, dejando sin efecto todo lo prometido. Entretanto auxiliaba a los moribundos y hacia propaganda de su orden. Dejando de lado la misión por la cual viajo, que era recolectar limosnas para la beatificación de su fundador, se dejo llevar más bien por la práctica asidua del santo instituto hacia los enfermos sin distinción, con un celo, desinterés y suavidad que suscitó gran aprecio por él y alto concepto de su religión. Muchos ciudadanos empezaron a manifestarle el deseo de una fundación de su orden en Lima para gozar de tan provechoso y necesario ministerio. La providencia dispuso los acontecimientos a favor de la fundación. El P. Carami se hizo amigo del Padre Felipe de León Dávila Lobo, que se mostró entusiasta del Padre Y de su ministerio y lo alentó en la idea de su fundación. Conocía éste las buenas intenciones de otro sacerdote, el Padre Antonio Velarde Bustamante, de fundar una obra piadosa; entonces le informó el deseo de muchos que se fundase en Lima esta religión para el consuelo y amparo de pobres y moribundos y lo invito a dar principio a la fundación. Este sacerdote donó al Padre unas casitas que tenía en la esquina de la Calle Rufas que va a ala de Santa Clara (hoy Jirón Ancash). ÉL Padre las aceptó agradecido y hecho dueño se trasladó a vivir en una de ellas y empezó a construir ahí una capillita u oratorio, con su pequeña sacristía y atrio. Al ver la gente que el padre era bien devoto a la imagen de la virgen, una señora tan llena de generosidad donó al padre la imagen de la virgen del Transito, a la cual se le empezó a llamar nuestra señora de la Buena Muerte, ya que atendía la suplica de los padres de los moribundos y enfermos de todo Lima.
Una serie de impedimentos surgen a raíz de la construcción de una capilla más grande. Tanta era la devoción a la virgen, por las gracias recibidas, que el templo quedaba chico. Un fiscal del virrey lo denunció ante este acusándolo por no haber levantado licencia para levantar esta capillita, y por tanto exigió que fuera demolida. El Padre trató de detener esta orden, presentando su buena fe, sus santos intentos y sus súplicas. Nada logró. Pero el día fijado para la ejecución de la sentencia, el fiscal enfermo y murió a los pocos días después. Este suceso causo gran eco en Lima y notable espanto en los oficiales del Rey, de tal manera nadie se atrevió a proferir en adelante siquiera una palabra en orden a que se demoliese la capillita”. Pronto el P. Carami procuró afianzar la fábrica de la capilla solicitando licencia del Rey para la fundación de una casa en Lima. Obtuvo informes muy favorables del rey, de la real audiencia, del Cabildo eclesiástico y de la ciudad y de varios superiores de los Conventos de Lima. Recogidos estos informes, los envió al P. Provincial de España, informándole de todo lo que había acaecido desde su llegada a Lima y pedía que solicitase con eficacia la licencia del Rey y enviase unos religiosos para la fundación. El P. Pedro Revilla, Provincial de España y su consejo, recibieron con notable alegría las buenas noticias y los favorables informes. Se informa también a la Consulta general y al P. Superior en Roma. El P. General, P. Bartolomeo Dolera, quiso afianzar las peticiones del Perú con recomendaciones particulares: la suya, la del Card. Remolle, del General de los Jesuitas, Del P. Robinet Confesor del Rey. Al mismo tiempo la Consulta General, habiendo conocido las buena disposiciones para la fundación de la Orden en Lima, el 24 de setiembre de 1712 concibió al P. Provincial de España todas las facultades para tratar y cooperar para dicha fundación en la corte, como para escoge a los Religiosos que le enviarían y nombrar al Vice- provincial y primer Superior Local. Así mismo, concedido el permiso de su Majestad y llegados allá los religiosos, hallándose en número de cuatro religiosos vocales, les concedió la facultad para admitir novicios y admitirlos a la profesión. El supremo Consejo de las Indias no tuvo ningún problema en dar su consentimiento , pero por falta de no venir señalado, como iban a sostenerse los religiosos, no hizo efecto la solicitud. Los superiores para consolar al P. Carami y ayudarle con la eficacia en la fundación de la Casa y adquisición del terreno requerido, enviaron a dos padres muy virtuosos; los Padres Juan Muñoz de la Plaza y Juan Fernández.
Los dos padres se embarcaron a mediados de 1775 y llegaron a Lima el 05 de octubre de l717, recibidos con grande gozo no sólo por el P. Carami, sino por los bienhechores y por todos los vecinos del Barrio. Así se constituyó la primera comunidad con el P. Muñoz, nombrado superior de la Casa por el provincial de España. Inmediatamente los tres se aplicaron al ministerio del santo instituto en las casa particulares y también en los cuatro hospitales que estaban cerca: de S. Andrés por los españoles, de Santa Ana por los Indios, de S. Bartolomé por los negros de la Caridad por las mujeres, donde así nuevo crédito a la orden sin preocuparse de su sustento, confiados en la providencia de Dios que nunca les hizo faltar lo necesario. Pero el dolor y la muerte vivieron a trasformar la pequeña comunidad. El 5 de octubre de 1718 el P. Juan Fernández , “enfermo de hidropesía” (hinchazón) murió a la edad de 36 años, religioso muy amante de la pobreza. Los demás Padres continuaron en el ejercicio de su ministerio, esperando algún refuerzo de los Padres de España. Un señor Gregorio Carrión que había sido comerciante y paisano del P, Muñoz, le tomo mucho aprecio a los padres y a su actividad, por lo que se encargo de agrandar la capilla, añadiendo media naranja y dos altares con sus retablos , uno dedicado a Cristo Agonizante y otro a la Santísima Trinidad, que estaba coronando al Virgen María y debajo la imagen de nuestro fundador que encomienda el alma de un moribundo. El día en que se inauguraba estas obras, hubo un gran terremoto en Lima que no causó ningún daño a la capilla (6 de enero de 1725). Este bienhechor para favorecer el envió de otros religiosos d España, ofreció exoneración de pagos por los gastos y costos de los enviados. Y es así que en 1930 los Superiores de España enviaron con el titulo de Capellanes del electo Obispo de Santa Cruz de la Sierra, Don Miguel de la Fuente, que hacía viaje para América, dos sacerdote y un hermano profeso. Estos religiosos, P. Domino Pereda, P. Alejandro Montalvo Sacristán y Hno. Juan Blanco llegaron a Lima el 27 de febrero de 1731. Con su presencia y actividad alentaron el ánimo para establecer formalmente la fundación.
El ejercicio asiduo e infatigable del ministerio de asistencia a los enfermos, moribundos de día y de noche había logrado el encomio de los ciudadanos de toda clase. En particular suscitaron admiraciones y veneraciones el desinterés grande ya la dedicación generosa con que asistían a los enfermos y la piedad y celo con los que disponían a los moribundos al trance hacia la eternidad. Por eso desde el principio el nombre común con que llamaron a los padres fue: Padres agonizantes o mejor Padres de la Buena Muerte, para identificarlos con la obra que realizaban en auxilio y socorro a los enfermos y moribundos. Esta generosa actividad provocó la generosidad de varios ciudadanos que sin ninguna instancia, petición o presión de los Padres ofrecieron o dejaron sus bines para la función y mantenimiento de los Padres. El primer bienhechor Don Antonio Valverde Bustamante, que además de la donación ya mencionado de unas casitas y una pulpería , nombró al P. Muñoz su albacea y a la comunidad de la Buena Muerte única y universal heredera de las cinco casas y callejón que poseía en la misma calle Rufas y de todos sus demás bienes. También tenemos a otra Sra. Doña María Valverde , ella dejo una casita y cinco fanegadas de tierra en el pueblo de Santa Inés a seis leguas de Lima. Con estas donaciones se vio provista de rentas y con la llegada de los Padres y Hermano de España se hallo bastante consolidada. Faltaba el reconocimiento jurídico o sea, la licencia Real de Fundación, porque el Rey de España gozaba el privilegio de Patronato sobre la iglesia. Para la licencia se necesitaba comprobar la verdadera utilidad de la institución, para la ciudad o el lugar y la existencia de un determinado fundo de bienes inmuebles para el sustento decente de sus miembros. Por eso las peticiones presentadas por el P. Carami en 1712 no lograron éxito. Por eso se junto el testimonio auténtico del fundo señalado en las cosas dejadas por Don Antonio Valverde y en las otras tierras de Santa Inés. Se envió todo a España en 1732 al provincial P. Sebastiano Cueto López, quien, recibido todo a fines de 1733, se apresuro a presentar todas las actas y su propia petición a la corte. El día primero de Marzo de 1735, el Rey firmo la cédula, con que “por el segura provecho por testigos de toda excepción reconocen en la puntual existencia de los religiosos a los enfermos, causando admiración el incansable tesón de su celo, afán, y tareas en acudir con el socorro a donde llama la necesidad, la independencia de fines particulares y la caridad tan fervorosa que sin hacer caso de su salud, ni poner disculpa humana cuidan especialmente a los pobres de la plebe...”, concedió su Real licencia para la transformación del Hospicio en Convento o Casa formal con todos los derechos y privilegios que le competen. Llegada la Real cédula a Lima el 5 de julio de 1736 se obtuvo el permiso de la Real Audiencia para la ejecución y el 30 de julio siguiente a petición del P. Muñoz prefecto del Hospicio de la Buena Muerte, la licencia del Arzobispo de proceder a la fundación y del establecimiento del convento con todos los privilegios de que goza la orden. Con estas formalidades quedo concluida la fundación del Convento de Nuestra Señora de la Buena Muerte, y se dio gracias con una misa muy solemne. Los Padres Agonizantes de la Buena Muerte fueron los últimos de las ordenes religiosas en abrir residencias en el virreinato y fundar conventos.
A la muerte del primer misionero de la comunidad, muchos padres con voluntad fueron afianzando la fundación, animando a muchos jóvenes de las clases altas y también a los indios (no en el sentido peyorativo como se entiende comúnmente) y quienes hasta ahora han sido dignos ejemplos de caridad y servicio a la Iglesia. Hoy nuestra congregación fiel al mandato de la Iglesia sigue trabajando al servicio del enfermo, como lo quiso San Camilo en el 1575 cuando fundó “su plantita en tierra fértil”, es más se ha abierto a otras provincias del Perú: En Trujillo y Arequipa la presencia camila es un signo de caridad.
http://www.religiososcamilosperu.org/