P. Enrique Fernández García, S.J: +
FUNERAL MARTES 26 DE JULIO, 3 P.M., IGLESIA DE FÁTIMA, Av. Armendáriz, Miraflores, Lima
Hoy lunes 25 de julio, fiesta de Santiago Apóstol, el P. Armando Nieto, S.J. me comunica que el gran historiador jesuita P. Enrique Fernández García, nacido en tierras de Compostela-Galicia-España hacía 89 años y que llevaba 70 en el Perú, comenzó a vivir en la eternidad desde su morada de Casa de Fátima, en Miraflores (Lima). Descanse en paz. Le visité meses atrás y me compartió su ilusionado de publicar alrededor de 500 biografías de los primeros jesuitas en el Perú. Contestó amablemente a mis preguntas sobre el P. Carlos S. Pozzo y observé tanto cariño en él que tuvo que contener unas lágrimas. Conversar con el Padre Enrique era una delicia, dada su prodigiosa memoria, su facilidad para describir, su generosidad para compartir su investigación. Le dolía en el alma la situación de la Iglesia, de España, de la Compañía, de la juventud. Y era un hombre de oración, de estudio. Reservado como buen gallego, hombre de una pieza como fiel seguido de Ignacio, apasionado por la Iglesia, dedicó lo mejor de su vida al Perú. Les comparto la reseña acerca de su obra maestra sobre la Historia de la evangelización del Perú. Con mi oración por el eterno descanso de su alma, va mi gratitud por la gran obra de historia al servicio de la Iglesia y el Perú, así como su entrega a los jóvenes en el Colegio de la Inmaculada, Seminario San Jerónimo de Arequipa, su apoyo a la iglesia de la Compañía y el Colegio de San José en Arequipa.
Les adjunto dos fotos del funeral en familia, en el salón de la sacristía de la parroquia de Fátima, donde pasó sus últimos días.
P. Enrique FERNÁNDEZ GARCÍA Perú Cristiano (PUCP, Lima 2000, 450 pp)
La presentación corre a cargo del académico de la Historia del Perú y maestro de los historiadores de la Iglesia en Perú: P. Armando Nieto, S.J., recientemente investido como doctor "honoris causa" -el primero en 10 años- de la Universidad "Marcelino Champagnat". Como aval para el autor nos recuerda que el P. Enrique Fernández, filósofo y teólogo, cursó el postgrado de Historia en la prestigiosa Universidad de Comillas y ejerció en el Instituto Histórico de la Compañía de Jesús, al lado del P. Antonio de Egaña, con quien publicó el acreditado volumen VII Monumenta Peruana (Roma 1981, 1066 pp) referido al trienio 1600-1602. En solitario preparó el tomo VIII de Monumenta Peruana (Roma 1986, 680 pp) correspondiente a los años 1603 y 1604. Nacido en La Coruña en 1922, pertenece a la provincia jesuítica del Perú desde 1940, o sea hace 60 años, pasando por los prestigiosos colegios de la Compañía como el de la Inmaculada de Lima (donde tuvo como alumno al llorado maestro Dr. Franklin Pease, quien siempre que acudía a Arequipa le visitaba) y el de San José de Arequipa. Desde 1988 enseña Historia de la Iglesia en el Seminario Arquidiocesano de Arequipa. Fruto de su concienzudo trabajo de investigación en Roma y este rico magisterio, empapado de la más selecta bibliografía, es este enjundioso compendio, tan denso y ameno a un tiempo.
Los historiadores, estudiantes y hombres de a pie agradecemos al P. Enrique el que haya consultado tanta documentación con calma y hondura, libándonos -cual buen catador- el elixir quintaesenciado de las obras -en este orden- de Fernando Armas Medina, P. Calancha, Monseñor Lissón y, sobre todo, del P. R. Vargas Ugarte, para ofrecernos un didáctico compendio o manual sobre la evangelización. Precisamente cuando estaba redactando este comentario, en el Archivo "Vargas Ugarte", he ubicado el manuscrito del "Plan de Estudios de la Universidad de San Marcos", redactado por D. Toribio Rodríguez de Mendoza, artífice del Convictorio San Carlos, quien centra su plan de reforma en la elaboración de compendios y manuales: "Yo bien veo que esto exige de los maestros mucho estudio, muchas fatigas y esfuerzo. Es verdad, pero eso es lo que, puntualmente se intenta. Ellos deben llevar la carga y sufrir el trabajo como el labrador para que al corto esfuerzo de los (escolares) logren éstos brotar, crecer y dar el fruto a su tiempo".(Manuscritos XI n.178)
El subtítulo nos indica bien a las claras el ambicioso contenido: "Primitiva evangelización de Iberoamérica y Filipinas, 1492-1600- Historia de la Iglesia en el Perú, 1532-1900". 450 páginas articuladas en 6 apartados con 95 capítulos y 642 apartados, de diferente extensión, oscilando entre los 10 de la parte tercera (Iglesia en la órbita de Lima y más allá, 1534-1600) y los 22 de la segunda (Cristianización del Perú, 1532-1600). Exhaustivo índice complexivo (onomástico, topográfico y temático) de más de 2660 voces (137 de Lima, 81 de "Arequipa", 37 Perú), en cuanto a las Órdenes 72 veces los franciscanos, 66 jesuitas, 52 los dominicos, 33 los agustinos, 29 los mercedarios; los valiosos apéndices (glosario de voces indígenas y términos eclesiásticos, papas de 1492 a 1903, reyes españoles, virreyes y presidentes de la República de Perú, arzobispos de Lima y obispos del Perú), 9 fragmentos históricos, 27 mapas... La misma portada sugiere la cruz -al autor le habría gustado que tuviese a Cristo- sobre ruinas prehispánicas.
Si queremos penetrar en el punto de vista, mentalidad, o, mejor, en la actitud cordial del autor hacia el tan controvertido contenido tratado, la evangelización del Perú, podemos ir directamente y consultar la página 75: "la cristianización del Perú fue rápida -70 años- y fulminante (por el establecimiento de parroquias, conventos, doctrinas, cofradías)... El Perú se cristianizó además externamente con la erección de cruces en cerros y encrucijadas, con capillas y templos que muy pronto llenaron el paisaje. Pero no menos ideológicamente por la predicación apostólica y la catequesis incesante a todos los niveles". Como puede observarse, se desmarca completamente de las tesis que consideran la evangelización como un barniz o un aspecto externo, cultual, concluyendo de sus 10 largos años de estudio y 60 de pastoral que "impresiona a cualquier observador la huella profunda que dejaron impresa los misioneros en el Perú en catedrales, templos y capillas, pero sobre todo en el cálido fervor de la fe entre nosotros" p.17.
Me atrevo a escribir que será de obligada lectura para cuantos quieran adentrarse en la sugestiva historia de la evangelización. Historia, por otra parte, que es, especialmente, sin soslayar el mundo de pecado y miseria -como recuerda Juan Pablo II- historia de santidad. En este sentido, el autor no oculta su profundo estupor por la magnitud de la empresa evangelizadora: "Impresiona a cualquier observador la huella profunda que dejaron impresa los misioneros en el Perú en catedrales, templos y capillas, pero sobretodo en el cálido fervor de la fe entre nosotros" (p.17).
A pesar de que predomina el estilo analítico, descriptivo, de acciones y personas, se concede especial relieve a las comparaciones y síntesis. No oculta sus simpatías por personajes controvertidos como el P. Valverde y lo que escribe el P. Fernández podíamos considerarlo como auténtica reivindicación del personaje, tanto de su vida como de su obra, sin dejar de lado la importantísima carta-informe de 20 de marzo de 1539. Se trata de un documento de 12 folios por ambas caras dirigida al emperador Carlos I, en el que se informa detalladamente de los primeros siete años de conquista y evangelización, con un Cuzco semidestruido.
Hay ponderadas síntesis de "grandes" protagonistas como sucede con Loaisa (p.138), Lartaún (p.152) Mogrovejo (154-162), Villagómez (259ss, 276ss) Arriaga, a quien en la escueta semblanza le libera un tanto de la obsesión de algunos historiadores en reducirle a "extirpador" de idolatrías (p.242)... Pero nos da luz para rescatar del olvido a "pequeños" protagonistas como Pedro de Añasco (p.166), Gregorio de Cisneros (p.167), Gonzalo Báez, el santo portero jesuita portugués afincado en Arequipa (p.273), los mártires (unos 20 indios cristianos y los franciscanos Antonio Cabello y Francisco Francés) del S. XVIII en las Misiones de Cajamarquilla y Pataz.
Sorprende también la buena vista para "acercar la lente" a hechos decisivos como fue el Tercer Concilio Limense al que nos acerca magistralmente. Primero nos sitúa en el contexto, a continuación nos habla de los participantes. En segundo término se ocupa de describirnos esta magna asamblea sinodal: Primera Acción: inauguración, intermedio borrascoso, oposición cerrada, receso y apertura; Segunda Acción: concilios pasados, catequesis, , sacramentos (matrimonio, confesión, eucaristía, varia del culto, extremaunción, orden sagrado, matrimonio de nuevo, gratuidad, doctrinas); Tercera Acción: obispos.selección, clérigos.reforma, pueblo fiel; Cuarta Acción: visitas y visitadores, trato con los indios, culto y liturgia, doctrinas, régimen diocesano; Quinta Acción: miscelánea, un solo Perú. En tercer lugar se centra en los "complementos pastorales", impresos en 1584 y 1585 por Antonio Ricardo, quien inaugura la imprenta en Perú con los tres catecismos trilingües -castellano, quechua y aimara- (Doctrina cristiana, Catecismo breve, Catecismo Mayor para los que son más capaces), el Confesonario para los curas de indios y el Sermonario -Tercer Catecismo- "para que los curas y otros ministros prediquen y enseñen a los Indios y demás personas". Como complemento de este exahustivo análisis, se citan las apelaciones y aprobación de los decretos, así como un juicio crítico del quisquilloso obispo de Cuzco, Lartaún. El autor, acertadamente, nos ofrece una rápida visión de los concilios limenses IV (1591) y V (1602), frustrados en la práctica, y nos recuerda que habría que esperar 171 años para la celebración del VI en 1772, con tinte regalista y que no contó con la aprobación papal (330-332).
Particularmente me ha sido grato encontrarme con elementos de la vida cotidiana como el recuerdo de los "ciegos repetidores", "estantes y ambulantes que se sabían de memoria la doctrina y la repetían a los indios", el sistema mnemotécnicos de quipus y el método coral (p,118); el que Fray Domingo de Santo Tomás, primer egresado de la Universidad de San Marcos de Lima y autor de la primera gramática quechua, viniese con 1.500 ejemplares impresos en Valladolid; la numerosísima familia Oré que pobló varios conventos con las cinco clarisas y los cuatro franciscanos, entre los que descuella la figura señera de Fray Luis Jerónimo; el P. Alonso de Barzana, "en la huella de San Juan de Ávila", quien logró dominar las lenguas quechua (en el Cercado de Lima y Huarochirí; catequizó a Túpac Amaru I), aymara (Juli), puquina (Arequipa), tonocoté y cacán (Tucumán), natija y avipona (entre los Calchaquíes) y "fue muy buen teólogo, extraordinario lingüista, un espíritu dócil, cordial, sumiso como un niño a sus superiores y hermanos, pero sobre todo muy siervo de Dios, de gran oración y un celo apostólico contagioso", tal como revelan las 30 cartas conservadas de él (p.166).
Como en toda obra que no se basa directamente en las fuentes, se pueden deslizar algunos errores, que vienen arrastrados por la bibliografía consultada. Indico alguno por coincidir con asuntos que he debido investigar directamente. Es el caso de hacer al Deán Valdivia párroco de Paucartambo (p.381) (en Cuzco) por Paucarpata (junto a Arequipa), o señalar Rubialejos (p.334) como patria de Abad Illana cuando fue Valladolid capital. Otros pueden ser problemas de imprenta como el baile de números sobre el Seminario de Santo Toribio de Lima: en la página 120 se dice que fue fundado en 1584 con 24 alumnos y en la p. 231 se da la fecha de 1591 (correcta) y con 28 alumnos.
Con esta "opera magna" de la historia de la evangelización en el Perú, se reaviva la tradición historiográfica religiosa de la mano de cultos eclesiásticos peruanos, tanto los que escriben desde Arequipa (V. Travada, F.J. Echevarría, J.D. Zamácola, E. Passarell, Víctor M. Barriga, E. Alarcón, Santiago Martínez...) como desde Lima (Alonso de la Cueva, M. Tovar, P. García Sanz, E. Lisson, L. Lituma, R. Vargas Ugarte, Mons. J. Dammert, M. Marzal...).
José Antonio Benito