viernes, 28 de octubre de 2011

SAN MARTÍN DE PORRES, CANONIZADO HACE 50 AÑOS EN EL CONCILIO Vaticano II

 

Una de las grandes alegrías del Papa Bueno, Beato Juan XXIII, en pleno Concilio Vaticano II, fue la canonización de San Martín de Porres el 6 de mayo de 1962. Ni qué decir que Lima repicó las campanas de alegría infinita por tamaña noticia. A la vez era proclamado patrono universal de la justicia social:

Martín nos demuestra, con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser; y si, en segundo lugar, amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas. Amaba a sus prójimos, porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos. Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».

 

Para Dios no hay profesiones indignas, sino indignos profesionales. Los hombres se fijan en las apariencias, el color de la piel, la estatura, el dinero, el vestido...pero Dios sólo mira al corazón. Nuestro Fray Escoba fue un marginado de su tiempo, el siglo XVI. Era hijo "ilegítimo" del español Juan de Porres y de Ana Velázquez, mujer negra descendiente de esclavos africanos. Al ser mulato y pobre le tocó sufrir en más de una ocasión el menosprecio de la sociedad. Sin embargo, su madre le descubrió el evangelio de Jesús: "El que se humilla será ensalzado". A Fray Martín no le importó ser "simple" lego o donado de la orden de Santo Domingo, sin poder ser sacerdote; tampoco tuvo a mal el estar continuamente sirviendo a los demás, ir de un lado para otro con la escoba, atender a los enfermos, a los mendigos... Dios se sirvió de su persona para unir las razas, para hermanar a los ricos con los pobres...y a todos los hombres con Dios.

 

Nació en Lima, Perú, en 1579. El santo mulato fue bautizado en la iglesia de San Sebastián, en la misma pila y por el mismo párroco que había bautizado a Santa Rosa de Lima. Martín vivió con su madre, quien le educó en la solidaridad con los pobres y enfermos; de este modo, siempre que iba a la tienda, empleaba parte de la plata en socorrer al primer necesitado que encontraba. En la iglesia de Santo Domingo o del Rosario se veía frecuentemente a Ana con su Martín y con la segunda hija, Juana; especialmente gozaban con la vista de los crucifijos y los iconos de la Virgen.

Su padre Juan, al volver de Guayaquil, legaliza su situación reconociendo oficialmente a sus dos hijos, aunque no llega a desposarse. A los dos lleva a Ecuador para ser educados con un preceptor. Martín, a sus trece años, aprende castellano, aritmética y caligrafía. Tras dos años de estancia en la ciudad portuaria de Guayaquil, deja a su hija con su tío Santiago y se lleva a Martín a Lima.

A los quince años es confirmado por Santo Toribio Mogrovejo. Por esta fecha trabaja en la tienda de Mateo Pastor, negociante en especies y en hierbas medicinales. Posteriormente aprendió el oficio de barbero-sangrador con Marcelo de Ribera, a quien ayuda a sangrar heridas, aliviar dolores, aplicar hierbas y emplastos.

Desde niño dio muestras de su profundo amor por Dios. Al mismo tiempo su amor al prójimo lo condujo a ayudar a todos, aun en las tareas más humildes. A los 15 años ingresó como donado al convento de Santo Domingo en Lima y en 1603 hizo la profesión como hermano lego. Los superiores de San Martín, pronto advirtieron sus cualidades y caridad por ello le confiaron, junto a otros oficios, el de enfermero. Sus habilidades y el ardor con que cuidaba a los enfermos atrajo incluso a los religiosos de otras comunidades que llegaban a Lima sólo para atenderse con el santo. San Martín fue muchas veces despreciado y humillado, por ser mulato, pero nunca se rebeló contra los insultos que le inferían. Su abnegación, su modestia y la paz que irradiaba impresionaban a cuantos conocía. En la enfermería y en la portería del convento del Rosario (Santo Domingo) atendía con acogedora bondad y amor a los pobres y enfermos. Si a todos los dolientes trataba exquisitamente, a sus hermanos religiosos los servía de rodillas.

Su caridad universal le llevará a convertir el convento en hospital. Sabe que el amor es la ley suprema. De este modo, una tarde se encuentra en la plaza con un enfermo vestido de andrajos y devorado por la fiebre. Le carga sobre sus espaldas, le lleva al convento y le acuesta en la cama. Al ser reprendido por uno de los frailes:

- ¿Cómo traéis a clausura enfermos?

El santo, con paciencia serena, contesta con sencillez:

- Los enfermos no tienen jamás clausura.

Un día por la noche encuentra un herido a quien le han clavado un puñal. Le acoge en su celda con la idea de trasladarle a casa de su hermana en cuanto mejore. El Provincial dominico le impone a Fray Martín una penitencia que cumple al pie de la letra. El Superior, sin embargo, enferma y requiere los cuidados del Santo:

- No tuve más remedio que imponerte esa penitencia.

Contesta Fray Martín:

- Perdone mi desatino, pues pensaba que la santa caridad debía tener las puertas abiertas.

Ante respuesta tan contundente y evangélica, el Provincial concluye:

- Bien está lo que hiciste. Desde este momento el convento será vuestro segundo hospital. Podéis traer a él cuantos enfermos queráis.

Su caridad con el prójimo nacía de la unión íntima con Jesús y con María. Comentan sus compañeros dominicos que recibía a Jesús Sacramentado "con muchas lágrimas y grandísima devoción", ocultándose de todos para "mejor poder alabar al Señor". Fray Martín rezaba en su celda, en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento, Virgen de los Santos, en los altares del templo, en las capillas y oratorio del convento. Oraba arrodillado y echado en cruz sobre el suelo. Así Juan Vázquez de Parra, amigo suyo, nos cuenta lo siguiente: "que una noche estando este testigo recogido como a horas de las once de la noche, poco más o menos, hubo un temblor muy recio, y recalándose este testigo de lo que podía resultar, se levantó de la cama en que estaba echado dado voces y llamando al dicho venerable fray Martín de Porras, al cual halló (en su celda) que estaba echado en el suelo boca abajo y puesto en cruz con un ladrillo en la boca y el rosario en la mano haciendo oración". Además, sus mismos amigos decían que rezaba después de su trabajo en la enfermería.

Realizó numerosas curaciones milagrosas. Una tarde, en que estaba cerrado el noviciado del convento, penetra en la celda de un Hermano enfermo, quien, sorprendido, le pregunta:

- ¿De dónde vienes pues nadie os ha llamado?

Impasible contesta:

- Oí que me llamaba tu necesidad y vine. Toma esta medicina y curarás.

Particular fue el aprecio por sus hermanos de raza. Cuando le tocaba acudir a la finca de Limatambo, a las afueras de Lima, se dedicaba a las labores propias de los esclavos negros: arar, sembrar, podar árboles, cuidar de los animales en los establos... A quien se lo hizo notar, le respondió:

Los negros están cansados del duro trabajo diario y así no se me pasa el día sin hacer algo de provecho.

No nos extraña que se ganara el afecto de los esclavos morenos y de los indios pescadores de Chorrillos y de Surco, pues les servía como enfermero y les catequizaba como misionero. Ellos, por su parte, le obsequiaban con frutos de sus huertos y estipendios para Misas.

Más allá del mito y de la leyenda creada en torno al taumaturgo "santo de la escoba" hay que rescatar -como lo ha hecho magistralmente su biógrafo Dr. J.A.del Busto- su entrañable humanidad, la gran responsabilidad con la que vivió su vocación. Al respecto dirá su compañero Fray Juan de Barbarán que todo el tiempo que fue religioso "tocó a maitines y al alba", de forma tan vigilante que "enmendaba el reloj y tan perseverante que nunca dejó de oírse esta salva a la aurora". En su profesión de lavandero destacó por la pulcritud con que dejaba la ropa.

Entrañable fue su amistad con el también lego dominico san Juan Macías. Un testigo declaró: "Y por las Pascuas se iban los dos solos y se encerraban en un aposento que tenían en la huerta del centro de la Recolección de la Magdalena y allí tenían sus conversaciones espirituales y hacían sus penitencias".

Su otro gran amigo místico fue el también lego, aunque franciscano, Fray Juan Gómez, popularizado por Ricardo Palma en una de sus tradiciones en que señala haber convertido un arácnido venenoso en una joya: el alacrán de fray Gómez.

San Martín de Porres, Patrono de la Justicia Social, murió el 3 de noviembre de 1639, dejando a Lima -desde el virrey y arzobispo hasta el último excluido social- consternada. Fue beatificado por el Papa Gregorio XVI en 1837 y canonizado hace 50 años en 1962. Martín  de Porres proclamado protector y patrón de las obras de justicia social. 3 de noviembre 1939, por el presidente de la república Oscar R. Benavides.  La Santa Sede declara  a Fray Martín de Porres, Patrono de las obras de Justicia Social en el Perú el  10 de Enero de 1945 el Sumo Pontífice Pío XII.

Con toda razón, se ha creado una comisión para solicitar del Gobierno que declare 2012 "el cincuentenario de la canonización de San Martín". En la larga lista de títulos martinianos se esgrime:

Se han escrito más de un centenar de libros a su respecto, de los más diversos autores: religiosos, historiadores, literatos, médicos y políticos. Son incalculables sus ediciones y reediciones en diversas lenguas: español, latín, inglés, francés, italiano, alemán, polaco, vietnamita y chino. Y miles de libros más en los que figuran capítulos enteros sobre él o hacen alguna mención destacada.
Existen importantes hospitales que llevan su nombre, fuera del Perú, en Filipinas, Taiwán, India, Ghana y Camerún. Así como en México, Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina. Una universidad peruana y un distrito limeño llevan su nombre.

Mediante la Ley 25125, del 17 de noviembre de 1989, San Martín de Porres fue proclamado Patrono Internacional de la Paz. Cientos de asociaciones, albergues, boticas, clínicas, hermandades, comercios, colegios, transportistas, se disputan su nombre. Hay templos dedicados a San Martín de Porres en el mundo entero. El humilde fraile dominico del siglo XVII, ostenta diversos otros patronazgos:  Patrono de la justicia social en el Perú. Patrón de los enfermos  Patrón de los barberos Patrón de los barrenderos Patrón de los químicos farmacéuticos del Perú. Patrón de la sanidad de las fuerzas policiales del Perú. Patrón de los trabajadores municipales del Perú. Protector de los pobres Hay películas de cine, telenovelas, radionovelas y piezas de teatro, que abordan su vida. El pianista estadounidense Mary Lou Williams y Jazzkomponistin compuso en su honor la obra Cristo Negro de los Andes. Y hasta un cementerio en Texas, Estados Unidos, lleva su nombre

El reciente libro del P. Ángel Peña sobre San Martín rescata sus carismas que eran la admiración de cuantos lo conocían. Por su don de sutileza, pasaba a través de las paredes y puertas cerradas; gracias al don de bilocación estaba, a la vez, en lugares lejanos; el don de la agilidad le sirvió para trasladarse en un instante a sitios distantes; tenía el don de luces y resplandores sobrenaturales; el del perfume sobrenatural, discernimiento de espíritus, conocimiento de cosas ocultas y, muy en especial, el don curación. Pero lo importante era su cotidianiedad, el día a día. Era muy humilde y servicial con todos. Y a todos atendía como enfermero de la Comunidad, preocupándose especialmente de los pobres (españoles, indios o negros), a quienes sanaba y daba limosnas. Pero también era caritativo, curando a los animales enfermos, que traía de la calle al convento. Los animales le obedecían y él consiguió que, en distintas ocasiones, "juntar en un plato, perro, pericote y gato".  Fray Martín era el médico de Dios para todos. Y todos lo querían, desde las más altas autoridades hasta los más pobres de los pobres. Por eso, -como muy bien escribe el P. Peña- "nosotros debemos sentirnos orgullosos de este hermano nuestro que nos espera en el cielo y a quien podemos acudir en todas nuestras necesidades del cuerpo y del alma, sabiendo que nos atenderá con humildad, caridad y alegría, como lo hacía siempre".

 

 

José Antonio Benito

 

 

 

UNA OBRA DELICIOSA SOBRE SAN MARTÍN

 

DEL BUSTO, José A. San Martín de Porras. Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú 2006, 3ª edición pp. 388

 

Más allá del mito y de la leyenda creada en torno al taumaturgo "santo de la escoba" hay que rescatar -como lo ha hecho magistralmente su biógrafo Dr. J. A. del Busto- su entrañable humanidad, la gran responsabilidad con la que vivió su vocación. Al respecto dirá su compañero Fray Juan de Barbarán que todo el tiempo que fue religioso "tocó a maitines y al alba", de forma tan vigilante que "enmendaba el relox y tan perseverante que nunca dejó de oírse esta salva a la aurora". En su profesión de lavandero destacó por la pulcritud con que dejaba la ropa.

El autor delinea con precisión el contexto limeño y el pensamiento de la época  -"crepúsculo quinientista y el amanecer barroco- para presentarnos a un Martín de Porras creíble por el realismo del personaje: "Martín de Porras Velásquez, gentilhombre de escoba, barbero sangrador, mulato socarrón, flor de Malmbo" p.27. A pesar del gran aparato de notas documentales, la lectura cautiva por su magia narrativa. Imprescindible para conocer el auténtico hombre y santo dominico.

La fuente principal es el proceso de beatificación y del mismo los tstigos que vieron, conocieron y trataron a Fray Martín, dejando para un segundo lugar a los que sólo oyeron hablar de él y se acogen a lo que fue público y notorio. El autor lo somete al método de la contraposición y del análisis, para deslindar errores, fraudes, fantasías.

El Dr. del Busto presenta siempre a las claras su modo de hacer historia: "Saberse trasladar al pasado como primera actitud del historiado con el fin de reconstruir "el pasado como pasado, tal como fue y no como creemos que fue, tal como sucedió y no como quiséramos que hubiese sucedido" p.13

El resultado: "Hoy hemos reconstruido su vida y nos ha dejado satisfechos. Lo hemos sacado del mito y de la leyenda, de latradición y de la sensiblería porpular para ubicarlo en el terreno histórico y darnos en definitiva como el hombre. Podemos decir que lo hemos llegado a conocer como personaje histórico y concuilos que en la Lima de ese entonces, ciudad entre beata y pecadora, urbe de embrujos y milagros que en todo veía la mano de Dios o las uñas del diablo, vivió un hombre santo. Era limeño, bastardo, mulato y donado, y su vida fue tan virtuosamente llevada que resulta explicable que la gente empezara a mirarlo como un logrado caso de santidad" p.14

Para Dios no hay profesiones indignas, sino indignos profesionales. Los hombres se fijan en las apariencias, el color de la piel, la estatura, el dinero, el vestido...pero Dios sólo mira al corazón. Nuestro Fray Escoba fue un marginado de su tiempo, el siglo XVI. Era hijo "ilegítimo" del español Juan de Porres y de Ana Velázquez, mujer negra descendiente de esclavos africanos. Al ser mulato y pobre le tocó sufrir en más de una ocasión el menosprecio de la sociedad. Sin embargo, su madre le descubrió el evangelio de Jesús: "El que se humilla será ensalzado". A Fray Martín no le importó ser "simple" lego o donado de la orden de Santo Domingo, sin poder ser sacerdote; tampoco tuvo a mal el estar continuamente sirviendo a los demás, ir de un lado para otro con la escoba, atender a los enfermos, a los mendigos... Dios se sirvió de su persona para unir las razas, para hermanar a los ricos con los pobres...y a todos los hombres con Dios.

Nació en Lima, Perú, en 1579. El autor resalta las fiestas de san Marcelo con corridas de otos; la presencia de Drake en El Callo. El santo mulato fue bautizado en la iglesia de San Sebastián, en la misma pila y por el mismo párroco que había bautizado a Santa Rosa de Lima. Martín vivió con su madre, quien le educó en la solidaridad con los pobres y enfermos; de este modo, siempre que iba a la tienda, empleaba parte de la plata en socorrer al primer necesitado que encontraba. En la iglesia de Santo Domingo o del Rosario se veía frecuentemente a Ana con su Martín y con la segunda hija, Juana; especialmente gozaban con la vista de los crucifijos y los iconos de la Virgen.

Su padre Juan, al volver de Guayaquil, legaliza su situación reconociendo oficialmente a sus dos hijos, aunque no llega a desposarse. A los dos lleva a Ecuador para ser educados con un preceptor. Martín, a sus trece años, aprende castellano, aritmética y caligrafía. Tras dos años de estancia en la ciudad portuaria de Guayaquil, deja a su hija con su tío Santiago y se lleva a Martín a Lima.

A los quince años es confirmado por Santo Toribio Mogrovejo. Por esta fecha trabaja en la tienda de Mateo Pastor, negociante en especies y en hierbas medicinales. Posteriormente aprendió el oficio de barbero-sangrador con Marcelo de Ribera, a quien ayuda a sangrar heridas, aliviar dolores, aplicar hierbas y emplastos.

Desde niño dio muestras de su profundo amor por Dios. Al mismo tiempo su amor al prójimo lo condujo a ayudar a todos, aun en las tareas más humildes. A los 15 años ingresó como donado al convento de Santo Domingo en Lima y en 1603 hizo la profesión como hermano lego. Los superiores de San Martín, pronto advirtieron sus cualidades y caridad por ello le confiaron, junto a otros oficios, el de enfermero. Sus habilidades y el ardor con que cuidaba a los enfermos atrajo incluso a los religiosos de otras comunidades que llegaban a Lima sólo para atenderse con el santo. San Martín fue muchas veces despreciado y humillado, por ser mulato, pero nunca se rebeló contra los insultos que le inferían. Su abnegación, su modestia y la paz que irradiaba impresionaban a cuántos conocía. En la enfermería y en la portería del convento del Rosario (Santo Domingo) atendía con acogedora bondad y amor a los pobres y enfermos. Si a todos los dolientes trataba exquisitamente, a sus hermanos religiosos los servía de rodillas. J.A. Suardo en su "Diario" registra las enfermedades.

Su caridad universal le llevará a convertir el convento en hospital. Sabe que el amor es la ley suprema. De este modo, una tarde se encuentra en la plaza con un enfermo vestido de andrajos y devorado por la fiebre. Le carga sobre sus espaldas, le lleva al convento y le acuesta en la cama. Al ser reprendido por uno de los frailes:

- ¿Cómo traéis a clausura enfermos?

El santo, con paciencia serena, contesta con sencillez:

- Los enfermos no tienen jamás clausura.

Un día por la noche encuentra un herido a quien le han clavado un puñal. Le acoge en su celda con la idea de trasladarle a casa de su hermana en cuanto mejore. El Provincial dominico le impone a Fray Martín una penitencia que cumple al pie de la letra. El Superior, sin embargo, enferma y requiere los cuidados del Santo:

- No tuve más remedio que imponerte esa penitencia.

Contesta Fray Martín:

- Perdone mi desatino, pues pensaba que la santa caridad debía tener las puertas abiertas.

Ante respuesta tan contundente y evangélica, el Provincial concluye:

- Bien está lo que hiciste. Desde este momento el convento será vuestro segundo hospital. Podéis traer a él cuantos enfermos queráis.

Su caridad con el prójimo nacía de la unión íntima con Jesús y con María. Comentan sus compañeros dominicos que recibía a Jesús Sacramentado "con muchas lágrimas y grandísima devoción", ocultándose de todos para "mejor poder alabar al Señor".Fray Martín, rezaba en su celda, en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento, Virgen de los Santos, en los altares del templo, en las capillas y oratorio del convento. Oraba arrodillado y echado en cruz sobre el suelo. Así Juan Vázquez de Parra, amigo suyo, nos cuenta lo siguiente: "que una noche estando este testigo recogido como a horas de las once de la noche, poco más o menos, hubo un temblor muy recio, y recalándose este testigo de lo que podía resultar, se levantó de la cama en que estaba echado dado voces y llamando al dicho venerable fray Martín de Porras, al cual halló (en su celda) que estaba echado en el suelo boca abajo y puesto en cruz con un ladrillo en la boca y el rosario en la mano haciendo oración". Además sus mismos amigos decían que rezaba después de su trabajo en la enfermería. Como dice el Dr. del Busto "no deseaba ser santo; habría sido vanidad pretenderlo…Él no quería ser santo, sólo rezar y trabajar, servir a Dios y hacerse bueno".

Realizó numerosas curaciones milagrosas. Una tarde, en que estaba cerrado el noviciado del convento, penetra en la celda de un Hermano enfermo, quien, sorprendido, le pregunta:

- ¿De dónde vienes pues nadie os ha llamado?

Impasible contesta:

- Oí que me llamaba tu necesidad y vine. Toma esta medicina y curarás.

Particular fue el aprecio por sus hermanos de raza. Cuando le tocaba acudir a la finca de Limatambo, a las afueras de Lima, se dedicaba a las labores propias de los esclavos negros: arar, sembrar, podar árboles, cuidar de los animales en los establos... A quien se lo hizo notar, le respondió:

Los negros están cansados del duro trabajo diario y así no se me pasa el día sin hacer algo de provecho.

No nos extraña que se ganar el afecto de los esclavos morenos y de los indios pescadores de Chorrillos y de Surco, pues les servía como enfermero y les catequizaba como misionero. Ellos, por su parte, le obsequiaban con frutos de sus huertos y estipendios para Misas. Tuvo como ayudante un esclavo negro, Antón Cocolí.

Entrañable fue su amistad con el también lego dominico san Juan Macías. Un testigo declaró: "Y por las Pascuas se iban los dos solos y se encerraban en un aposento que tenían en la huerta del centro de la Recolección de la Magdalena y allí tenían sus conversaciones espirituales y hacían sus penitencias".

Su otro gran amigo místico fue el también lego, aunque franciscano, Fray Juan Gómez, popularizado por Ricardo Palma en una de sus tradiciones en que señala haber convertido un arácnido venenoso en una joya: el alacrán de fray Gómez.

San Martín de Porres, Patrono de la Justicia Social, murió el 3 de noviembre de 1639, dejando a Lima -desde el virrey y arzobispo hasta el último excluido social- consternada. Fue beatificado por el Papa Gregorio XVI en 183

7 y canonizado por Juan XXIII el 6 de mayo de 1962.

Notas 109: San Martín de Porras responde perfectamente al lugar y momento en que le correspondió vivir. Pero, al lado de los dema´s santos de la capital peruana, siempre resultará un caso original, distinto, único. Y esto, sencillamente, porque no hay otro santo que sea, simult`´aneamente, bastardo, mulato, donado y limeño pp.380-1

Nogta 111: Aparte de Jerusalén y Roma creemos ue no existe otra urbe en el mundo que los haya tenido tan numerosos al mismo tiempo. Fueron 60 años de gran cosecha para el santoral. Por eso escribirá alrededor de 1630 Fray Buenaventura de Salinas y Córdoba "que la mayor nobleza que tiene esta Ciudad son los Santos que la ilustran" (Discurso II, cap.VII (V), p.244). Añadiendo que la santidad es una miel que se recoge ne las flores y Órdenes Religiosas, dando a entender que cada convento es unacolmena y cada recoleta un panal.

No hay ninguna modificación en la nueva edición. Tan sólo se han suprimido las buenas fotos de César Delgado y se ha mejorado el formato.

 

 

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