La más grande de las poetisas de América, Sor Juana Inés de la Cruz, llegó a escribir que “no sé que tiene el amor a María que se enciende hasta el corazón más tibio”. Conmueve ver esta realidad ante la Dulce Señora del Tepeyac, Nuestra Señora de Guadalupe. Sus templos en la Villa de la Ciudad de México son como el corazón que late a ritmo maternal como consecuencia de una historia de amor. Resulta así una de las advocaciones de la Virgen María más queridas del mundo. Su santuario es de los más visitados y su imagen bendita es una de las grandes maravillas de Dios.
Según el Nican Mopohua, las apariciones de la Virgen de Guadalupe tuvieron lugar entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531. El último día fue cuando, en el manto o tilma de Juan Diego, se imprimió milagrosamente la imagen de María.
Científicos de todo el mundo han estudiado esta imagen y han quedado sobrecogidos de emoción, pues parece estar viva. Sus ojos parecen mirarnos todavía con amor y así lo dicen muchos oculistas que los han estudiado con los más modernos aparatos. En sus ojos maternales están inexplicablemente grabadas trece personas, las que estaban presentes en el momento en que Juan Diego le mostraba las rosas al obispo.
La tilma fue elaborada de ayate, una fibra vegetal de una de las 175 especies de agave: la llamada agave potule Zacc. El manto actual mide 1.70 metros de largo por 1.05 de ancho. En cuanto a la imagen de la Virgen en sí, mide 1.43 m. desde la cabeza de la Virgen, hasta el ángel que aparece a sus pies. Este manto o tilma era el que usaban normalmente los aztecas en forma de manta sencilla que se anudaba sobre el hombro derecho. En la gente sencilla no solía pasar de las rodillas. El manto original de Juan Diego tenía y tiene una costura que le quedaba en medio a la Virgen, pero ella, para evitarla, inclinó el rostro. La tela presenta muchas imperfecciones, principalmente nudos, pero estos fueron aprovechados para dar efectos de tercera dimensión. Es notable, especialmente, el del labio inferior que le presta, carnosidad y viveza.
Rostro mestizo (delicado, suave) de la Virgen, con la tilma de color verde azulado (color regio de los dioses aztecas) estrellada (la llegada de Cortés estaba prefigurada como una nueva era, nueva constelación), orlada de flores (símbolo de la nueva vida). El ángel significa que la Virgen no fue traída por españoles, sino enviada por Dios a través de los ángeles o mensajeros celestiales. De hecho la virgen está besando al angelito porque está agarrado y el ángel también besa a la virgen. Mira hacia abajo la realidad dramática como diciéndonos aquí les entrego esto para que lo lean. El ángel está a caballo entre la inocencia del niño macehualt (indiecito) y la madurez del tlatoamini, sabio embajador de María. Representa a Juan Diego, el que lleva el mensaje a todos. Las alas del ángel con rostro indio son de color blanco, rojo y azul, tienen relación con el Cosmos, como si María fuera la Reina del Cosmos. Sobre el ángel está la luna.
El centro de la imagen es la cruz en la altura de la Virgen que es donde está el corazón del Niño dentro del vientre de la Madre. La Virgen está al centro de la luna o, como decían los indios, en el ombligo de la luna. Precisamente, la palabra México en náhuatl viene de Metzli (luna) y Xictli (ombligo o centro), lo que quiere decir que María está en México, que es el centro de la luna. El cíngulo negro es el símbolo de maternidad que llevaban las indias embarazadas; representa también la ofrenda de su fruto al Nuevo Mundo. El collar indica que es primeriza; lleva la cruz porque va a ser la Madre de Cristo. Oculta al sol (sólo se ven sus rayos, láminas de oro puro como injertados en el ayate, de manera que se puede ver desde atrás) y proyecta sus rayos como símbolo de la brillantez que proyecta la mujer.En las divinidades aztecas contaba mucho la dualidad de lo masculino y lo femenino, no como contradictorios sino complementarios. El sol es la grandeza que da, la luna es la grandeza que nace de ahí. María está sobre el trono de la media luna (María pisa la luna), para simbolizar que tiene más fuerza que las deidades aztecas. Alrededor de la imagen hay 129 rayos de Sol, porque ella, al llevar al Sol divino, está radiante y brillante como el Sol. Se asemeja a la Virgen gloriosa del capítulo 12 del Apocalipsis, donde se habla de la mujer envuelta en el Sol, con la luna bajo sus pies, coronada de doce estrellas y que estaba encinta (Ap 12, 1-2).
Es Reina y madre de la realidad viviente: "Yo soy la Madre de Aquel pro quien se vive; el Dios con nosotros” A veces se incluyen las 4 escenas de la aparición y alguna leyenda vinculada con el relato de la aparición de la Virgen al indio Juan Diego. Significa la historia de una posibilidad. Sobre el monte maldito del Tepeyac donde se veneraba a la diosa madre Tonantzin, aparece la bendita madre Santa María.
En la reciente carta apostólica “Ecclesia in America” (1999), Juan Pablo II, recordó que “Desde los orígenes -en su advocación de Guadalupe- María constituyó el gran signo de rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión” ( n.11). Tras proclamarla solemnemente patrona de América pide a Jesús: “Enséñanos a amar a tu Madre, María, como la amaste Tú, danos fuerza para anunciar con valentía tu Palabra, en la tarea de la nueva evangelización para corroborar la esperanza en el mundo. ¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de América, ruega por nosotros!”. Igualmente, en la Conferencia de Aparecida, Benedicto XVI rescató del Nican Mopohua las “significativas palabras: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?” (nn. 118-119 ).