Mi amigo Iván Landa me pasa el entrañable pregón pronunciado en la Catedral de Lima para dar comienzo a la Semana Santa. Preparémonos como nos invita nuestro Papa S. Benedicto XVI con “momentos prolongados de silencio, posiblemente de retiro, para analizar vuestra vida a la luz del plan de amor del Padre celestial. En esta escucha más intensa de de Dios, dejaos guiar por la Virgen María, madre y modelo de oración. Ella, incluso en la densa oscuridad de la pasión de Cristo, no perdió nunca la luz del Hijo divino, sino que la custodió en su alma”. http://www.arzobispadodelima.org/content/view/4364/379/
Como el Señor preparó a su pueblo, Israel, durante cuarenta años, purificándolo de todos sus pecados e instruyéndolos en la fe en un solo y único Dios, a quien tendrían que amar y servir con todo el corazón, con toda su mente y con todo su ser; así, la Iglesia, siguiendo el camino de Cristo, su Señor, se prepara durante la Cuaresma, para celebrar el más excelso acto de amor divino, por el cual, Dios mismo, que en Cristo asumió toda nuestra naturaleza humana, ofreció su vida hasta la muerte de cruz, para que el ser humano pueda presentarse ante Él limpio e irreprochable.
Lima, fiel a su arraigada fe católica, culmina el tiempo cuaresmal, representando, con intenso fervor, las escenas evangélicas de la Pasión de nuestro Redentor. ¡Qué hermosa manera de reflexionar y percatarse sobre el costosísimo precio con el que Cristo nos rescató de las fuerzas del mal, del pecado y de la muerte! Sí, hermanos, contemplando las imágenes dolorosas de la Pasión de Jesús, podemos apreciar el ensañamiento de las fuerzas del mal contra Él, pero al mismo tiempo podemos constatar cómo la debilidad del Dios hecho Hombre se convirtió en omnipotencia, no vengativa ni aplastante, sino en la fuerza arrolladora de un amor cuya medida es la de Dios.
Así, el Viernes de Dolores, las Comunidades Mercedarias nos recuerdan los sufrimientos de la Madre de Cristo durante la Semana Santa trayendo en procesión a Nuestra Señora de la Piedad, acompañada de Jesús Nazareno con la cruz a cuestas y al Santo Cristo del Auxilio colgado de la cruz.
El Domingo de Ramos, cuando la Iglesia recuerda la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, la Hermandad del Señor de Santa Catalina trae a la Basílica Catedral la impresionante imagen del Señor Crucificado del Santuario, junto con la imagen Nuestra Señora de las Angustias. El mismo domingo, por la tarde, la Hermandad del Señor Cautivo del Monasterio de las Trinitarias nos presenta al Señor del Huerto, en postura de pleno acatamiento de la voluntad del Padre. Le sigue la hermosa imagen de Jesús Nazareno Cautivo, con las manos atadas para indicarnos hasta qué punto el pecado puede cegarnos que nos lleve a encadenar la acción divina y atar sus manos de misericordia..Contemplando estas dos escenas, Nuestra Señora del Mayor Dolor.
El Martes Santo, las Comunidades dominicas, procedentes de la Basílica del Rosario, traen en procesión al Señor de la Justicia, que, con mirada conmovedora, se dirige al que lo contempla para pedirle imitar la misericordiosa justicia de Dios. Le sigue, Nuestra Señora de las Penas.
El Miércoles Santo, desde la Basílica de San Francisco el Grande, las comunidades franciscanas, traen en procesión a la Virgen Dolorosa, que, en su paso procesional, quiere recordarnos su encuentro lleno de dolor con Jesús Nazareno cargando la cruz camino al Calvario.
El Jueves Santo, día en que la Iglesia celebra la institución de la Eucaristía que Jesús realizó en la Última Cena, los fieles limeños recorren las estaciones, visitando las basílicas e iglesia de la Ciudad, para orar ante el Santísimo Sacramento, reservado en Monumentos especialmente preparados para esta ocasión.
El Viernes Santo, el Señor de los Milagros de Nazarenas es llevado a la Basílica Catedral y ante Él se predica el Sermón de las Tres Horas y se celebra el acto litúrgico de la Pasión.
Acabada esta Celebración, custodiada por la Cofradía de la Soledad, se hace presente en la Plaza de Armas de Lima, la procesión de Jesús del Santo Entierro, acompañado de Nuestra Señora de la Soledad. Ambas imágenes hacen patente el silencio de Dios y el dolor de la Madre bendita.
El Sábado, llamado de la sepultura del Señor, la Iglesia conmemora a Jesús en el sepulcro y su descenso al lugar de los muertos, y, junto con la Virgen María, la Iglesia calla, reza y espera.
Pasada la tarde, por la noche, la comunidad cristiana comienza a celebrar la Pascua, es decir, el paso de la muerte a la vida con la Resurrección de Cristo. En esta noche santa, los fieles reunidos en esta Basílica Catedral serán testigos del nacimiento a la fe de 40 adultos que recibirán el Bautismo, la Confirmados y, por primera vez, el Cuerpo de Cristo.
Al día siguiente, Domingo de Resurrección, para expresar el gozo del triunfo de Cristo sobre la muerte, es traída, desde el Santuario del Carmen hasta esta Basílica Catedral, Nuestra Señora de la Alegría para encontrarse con la imagen de Cristo Resucitado. Es también el día del encuentro alegre de la comunidad cristiana en la santa Misa para expresar que Jesús está vivo y que camina junto a nosotros, animándonos en nuestra misión de acercar a todos los hombres a Cristo para que en Él encuentren su redención y salvación.
Terminamos este pregón, recordando la sencilla enseñanza de Santo Toribio de Mogrovejo, en su Catecismo: ¿De qué manera nos libró Jesucristo del poder del demonio y del pecado? Después de haber vivido treinta y tres años, enseñándoles y haciéndoles mucho bien y obrando muchas maravillas, de su voluntad se permitió entregar a padecer dolores, afrentas, muerte cruel en la cruz, y eso nos enseña la cuarta palabra del Credo, diciendo que “padeció, bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado … y en viniendo el tercer día, resucitó de entre los muertos y se levantó glorioso para nunca más morir, ni padecer, dando principio de vida eterna a los redimidos con su sangre. Amén.