“El punto crucial de la cuestión es éste: si un hombre, empapado de la civilización moderna, un europeo, puede todavía creer; creer propiamente en la divinidad del Hijo de Dios Cristo Jesús. En esto, de hecho, está toda la fe” Con estas palabras provocadoras de Dostoievski iniciaba Monseñor Rino Fisichella, arzobispo encargado del nuevo dicasterio vaticano para la nueva evangelización una conferencia a los delegados diocesanos de medios de comunicación “Para comunicar hoy el `Dios desconocido”
Lo leí en “L´Osservatore Romano” del 20 de febrero, en el viaje de Lima a Ica, aprovechando las 5 ó 6 horas de autobús. Sí, me decía, al pensar en los 8 jóvenes universitarios y profesionales que me esperaban para los tres días Ejercicios Espirituales. Ésta es la cuestión: Creer, creer en un Dios vivo.
La verdad que todo el ambiente convidaba a lo contrario de la oración, reflexión, interiorización. El verano de Lima y de Ica habla de sol, agua, playa, diversión. Me preguntaba: ¿Responderán los jóvenes de Ica? Pues sí, respondieron. Sí, es posible vivir tres días en silencio, en oración, para Dios. Claro que hay luchas para dejar los miles y miles de reclamos de nuestra sociedad, pero 8 jóvenes acudieron a la cita en la Casa de Retiro de las MM. Franciscanas del Buen Consejo de la Tinguiña, en Ica.
D. vino invitado por un amigo que trabaja en el fundo y se dio cuenta que llevaba tiempo sin aprovechar el tiempo como parásito o improductivo y Cristo le urgía a vivir plenamente, organizando bien las 24 horas del día, y compartir su gozo con sus familiares y amigos.
A. se encontraba indeciso, con muchos miedos, y descubrió en el amor de Dios la confianza, las ganas de vivir, marcarse metas, superarse.
J., cinturón negro de karate, años atrás pensaba que estos días eran una pérdida de tiempo, “una estupidez”, acudió al programa de confirmación y enrumbó su vida. Comenzó a participar en los Círculos de la Milicia de Santa María y los Ejercicios le han servido para “echarle ganas” a su vida joven a lo Cristo.
R. agradeció la insistencia de su compañero de Ingeniería de Sistemas que le fue avisando hasta el último día. Acudió decidido, con ganas, pero le entró miedo y estuvo a punto de desistir. Cuando vio a todos se llenó de una gran paz. Se emocionó especialmente al ver entrar al sacerdote joven que confesó y celebró la Santa Misa. Recuerda vivamente el momento en que fue absuelto de sus pecados, y de modo particular al alzar la hostia en la consagración. Sintió que de verdad le llegó el momento de decir “borrón y cuenta nueva” y comunicar a todos la belleza de hacer el bien.
O. es estilista de profesión, dejó sus tres celulares a su secretaria de la peluquería para programar a sus clientes; cortó por lo sano con la trepidante actividad y gustó de la paz, del silencio, de la misericordia del Señor. Se había enterado de la tanda en una misa en el Señor de Luren y sintió unas ganas irresistibles de volver a ser lo que había sido, recordó, acudió a su padrino de confirmación, se apuntó y dio gracias a Dios por esta nueva oportunidad.
A. había participado en varias ocasiones y vivió la gracia de la “sequedad, la acedia espiritual”, acompañando a Cristo en la cruz. Experimentó que la religión no es sólo sentimiento, es, sobre todo, decisión.
X. tuvo que salir medio día antes por tener que acompañar a su familia a Lima. Salió con el propósito firme de “santificar el domingo” par que el Señor sea el centro del día y de toda la semana
E. organizador, tuvo que batallar con mil y un detalle en la preparación y en el desenvolvimiento, pero por fin conectó con Dios en el momento presente.
Como lectura de comedor nos sirvió el testimonio del P. Kolbe, fundador de la Milicia de la Inmaculada, mártir de la caridad en la Segunda Guerra Mundial. Como figuraba en la leyenda de la “guía de Ejercicios” y desea Aparecida, nos hemos convertido como los de Emaús en discípulos y misioneros firmes en la fe, y le pedimos: Quédate con nosotros, porque en torno a nosotros se van haciendo más densas las sombras, y tú eres la Luz; en nuestros corazones se insinúa la desesperanza, y tú los haces arder con la certeza de la Pascua. Estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado y que nos has dado la misión de ser testigos de tu resurrección. ¡Ven Señor y envíanos! María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros. Amén