El día de Santa Rosa, la familia de la Milicia de Santa María en Lima vivió un día grande, entrañable. Un hito en los 50 años de nuestro movimiento en el mundo y 25 en Perú.
Miren la foto, están todos menos Lalo Carcausto (está escondido mirándonos y prefiere crecer un poquito para salir en la foto), a la salida de la Misa en el monasterio de la Concepción de Ñaña donde pudimos ganar el jubileo con motivo del V Centenario de la aprobación de la Regla. Y comienzo por el final porque fue una liturgia preciosa, acompañada por todas las Madres y Hermanas, con su órgano, sus canciones, el soberbio retablo virreinal, la confesión, la comunión, el tiempo de silencio en la acción de gracias. Fue como la torta espiritual al final de un sabroso almuerzo.
Todo comenzó a las 8 a.m. cuando se presentó el imponente ómnibus que recogió a los 40 pasajeros que se convertirían en peregrinos desde el convento de la Visitación al monasterio de la Concepción. En el trayecto repartimos la preciosa semblanza del Papa con motivo de Santa Rosa de Lima y que tan bien nos había preparado Iván. Manolo y Wilson –gitarra en mano- nos animaron le viaje con canciones sacras y profanas, peruanas, hispanas y las de cada día, con mucha alegría.
Al llegar a la Casa JUN-Obra de la Inmaculada disfrutamos de su sol, de sus instalaciones… Ahí los peque correteraron, gatearon y se ganaron sus bombones. Es el Hogar querido al que siempre queremos volver porque hemos gustado la presencia del Señor en Retiros y Ejercicios. Luego vino el Vía Crucis tal como habían vivido en la JMJ; cada familia representó una estación y la ofrecimos por todos los enfermos, no sólo de los nuestros sino de todo el Perú y del mundo entero. A continuación Felipe nos introdujo en una magna tertulia en la que se presentó cada familia, cada miembro, y en la que tuvo un puesto central la presencia de los militantes en la JMJ; gracias, Juan, Jhonny, Eduardo, casi casi nos hicieron vivir la Jornada y nos dejaron ganas de ir a la próxima de Río.
Vino el momento central, el almuerzo. De cómo Verónica multiplicó sopa, arroz, pollo, galletas; de cómo las mamás prepararon sus postres para chuparse los dedos y sobró hasta hartarse…es cosa de ver y vivir. Estábamos tan a gusto que la sobremesa habría dado para una horita más…pero había que ir a la peregrinación. Ángel Santa María nos motivó desde el santuario del Niño de Praga en el comento de la Visitación para vivir lo ordinario de modo extraordinario, con María, rezando, cantando, ofreciéndonos, en familia… Paso a paso –ofreciendo el mortificante ruido de los mototaxi y de los carros, como la vida misma- llegamos al Santuario de la Concepción en el pacífico y bello monasterio; nos recibieron como a los bienaventurados en el cielo, con un rosario, una postal y la sonrisa en los labios. Celebramos la Eucaristía y llegamos al final, por donde comenzamos, nos sacamos la foto y ¡un día estupendo! ¡No hay nada tan lindo como la familia unida… ¡