Víspera de la gran procesión del 28 de octubre. Son las 5 de la mañana y todo está claro, ¡arriba! Un chapuzón, un ligero desayuno y ¡a caminar! Con el corazón puesto en el Señor de los Milagros –el del Muro de Pachacamilla, el Cristo de las Maravillas que sale por las calles- comienzo a caminar desde mi casa en Pueblo Libre, en unión de otros cinco peregrinos -casi nada en comparación con los dos millones y medio de la procesión…¡Qué insignificancia! pueden pensar algunos. ¡Qué audacia! pueden pensar otros. Lo cierto es que habría ido solo y a pie como San Ignacio. Que vienen 5 más, ¡bienvenidos!, 50, 500, 5.000… pero todo comenzó con uno. Primera lección, "se hace camino al andar". Segunda, lo importante no es salir, sino llegar… y en hora y media de caminata lo hicimos. Tres universitarios y una familia como la de Nazaret (tres) y Micaela, bebe de 9 meses que iba feliz en su carricoche y que ya tiene dos peregrinaciones al Señor de los Milagros en su haber, la primera antes de nacer, la segunda en el cochecito, ¡vaya currículum!
Pues comenzamos meditando el sentido de la peregrinación, dejar todo por Cristo, ligeros de equipaje, en unión y con la idea clara de llegar a la Meta. La primera canción: ¡Ven con nosotros a caminar, Santa María ven! Y luego, desgranando las cuentas del rosario por la calle, Av. Sucre, Plaza la Bandera, Tingo María, Colonial, Plaza Castilla, iglesia de San Sebastián, Av. Tacna…Canciones, ofrecimientos, plegarias…en medio del ruido de los carros, a medida que la ciudad iba despertando…Un rosario en el que cabía todo el planeta pues cada misterio iba ofrecido por cada continente, pero sin olvidar los sucesos de la Parada, los jóvenes, las familias, los ancianos, los niños…
Y, por fin, la alegría del Encuentro con el Señor. Clavar la mirada en la suya, sintonizar los corazones, celebrar la Santa Misa con todos los militantes y sus familias, la gran familia eclesial. Saborear la homilía catequética del P. Juan Álvarez en la que nos recordó el tesoro de nuestra fe en este Año tan especial. El gozo de estar a unos metros del Anda del Señor, cara a cara con el Cristo Moreno, el amado de millones de peruanos, el que reparte milagros sin par a cada instante…
Y, al final, de la Misa a la mesa con el turrón de doña Peña , compartido con 33 –como la edad de Cristo- amigos de Lima Norte y de Lima Sur, de Chosica y del Callao. Una acción de gracias por estar de nuevo, por ser más y querer ser mejores. Comprometidos para ser laicos en marcha, luces en la noche, puertas para la fe en este Año jubilar. Y ya quedamos embarcados para la fiesta de la Inmaculada, la Vigilia, en esa víspera de amor del 7 de diciembre. Gracias, Madre, gracias Jesús. Todos a una, por Cristo, por la Virgen, por Perú, más, más y más.