Un momento de la intervención de monseñor
Alfonso Carrasco, obispo de Lugo
«Nuestra fe debe quedar fortalecida con estos encuentros», afirmaba el obispo de Zamora, monseñor Gregorio Martínez Sacristán, al inaugurar estas Jornadas. Aparecían, en sus palabras, estrechamente unidos, dos acontecimientos separados por una distancia de cinco décadas. El impulso evangelizador del Concilio Vaticano II es hoy referencia inexcusable para el Año de la fe. Si entonces -advirtió don Eloy Bueno de la Fuente, catedrático de la Facultad de Teología del Norte de España- se constataba ya «un reajuste entre la Iglesia y la sociedad, entre el cristianismo y la cultura», y debía dejarse de dar ya por descontada la fe en lugares como Europa, hoy el reto sigue siendo la evangelización, a partir, en primer lugar, de un testimonio que haga creíble el anuncio.
«El Concilio verdaderamente quería salir al encuentro del mundo, después de una época en la que se situó a la defensiva, por diversas circunstancias históricas», decía, en la conferencia de clausura, el obispo de Lugo, monseñor Alfonso Carrasco. «Se trataba de «decirles las verdades de la fe a tanta gente» que había dejado de creer, «para que las pudiera entender y creer». Porque la Iglesia no está hecha para replegarse en sí misma, sino para anunciar al mundo el Evangelio, explicó.
El tercero de los ponentes fue don José Luis Restán, director editorial y adjunto al Presidente de COPE, que habló sobre Emergencia educativa y nueva evangelización. Tanto hacia fuera como hacia dentro, la Iglesia tiene una función educativa que cumplir, o, de lo contrario, su acción «se queda en fuegos artificiales», advirtió. «A veces, hacemos cosas que tienen mucho ruido, y les falta un cauce que las transforme en un impulso educativo». En ese sentido, la conclusión de Restán es que el Papa ha querido que el Año de la fe sea, ante todo, «un gran acto educativo».
La situación ambiental es difícil. Benedicto XVI la ha descrito como emergencia educativa, aludiendo a la dificultad de formar a personalidades sólidas, capaces de comprometerse. Siguiendo al Papa, el director editorial de COPEse preguntó: «¿Qué es educar? La educación consiste en responder a la pregunta acerca de la verdad que puede guiar la vida. Educar es decirle a un hijo que la vida es un bien, que existe un destino bueno. Sin esta hipótesis de esperanza, no se puede educar, sólo enseñar cosas. La educación es responder a las grandes cuestiones del sentido». Y eso es lo que falta a menudo hoy. «Hay un gran silencio en la educación sobre las grandes preguntas del sentido de la vida», añadió el periodista.
Pero la educación no es separable de la libertad humana, y por eso siempre es un riesgo. Tenemos que «afrontar que nuestro alumno, hijo, oyente... puedan partirnos la cara por lo que les proponemos. Y por eso ya no les proponemos nada. ¿Para qué se va a jugar el tipo el profesor con sus alumnos, si lo van a rechazar?»
No hay educación que no nazca «del amor y del dolor; del amor que hemos encontrado», y del «dolor que nos produce que los otros no hayan encontrado a Jesucristo». Y tampoco hay educación posible si no se ama a quien se quiere educar. Como ejemplo, Restán puso al profesor de la película Los Chicos del coro. «El profesor aparentemente gris, mediocre y fracasado consigue educar a los niños, porque los quiere. No los quiere porque son majos, de hecho son insoportables. Pero él los ama, los mira y ve el valor de la persona, mirando más allá de su apariencia, sus corazones, un corazón hecho para el infinito. Si falta este punto, no se educa».