EL MILAGRO DE LA CRUZ DEL PADRE URRACA EN SANTA CATALINA
Vinculado con el P. Urraca y su milagrosa cruz, las Madres Dominicas de Santa Catalina fueron testigos de una obra prodigiosa del siervo de Dios mercedario y que relata el Padre Felipe Colombo en su libro Milagrosa vida del Venerable Padre Fray Pedro Urraca del año 1790 y que les transcribo íntegramente:
"En el Monasterio de Santa Catalina estaba muy viva la memoria de su buen Padre Urraca quien le dejó una preciosa cruz para devoción de las monjas. Poco tiempo atrás el capitán Juan de la Daga, en su hacienda de Quipico, Sayán, a 20 leguas de Lima, fue testigo de un milagro del venerable Padre. A ésta, sobre las fiestas que le dedicaba la Comunidad en los días de sus sacrosantos misterios, la consagraban otros muchos particulares religiosos, no quiso la piedad de Dios dejar sin paga tan santa fineza, sucedido lo sacado de las informaciones por orden del ordinario hizo don Martín de Velasco, obispo electo de la Paz:
Yo, doña Isabel de la Ascensión y de la Daga, abadesa del Convento de Santa Catalina, declaro, como el Jueves de la Semana de los desagravios de este año de 1657, cerca de las diez de la noche, salieron del coro algunas religiosas después de haber rezado el salterio del Rosario, como lo acostumbran, iban contando el milagro de las cruces de Quipico y llevadas de la devoción en que las dejó el Venerable Padre Fray Pedro de Urraca, se fueron a una cruz grande que está en medio de un claustro y rodeándola rezaron lo que el Padre Fray Pedro había enseñado, que era, tres padrenuestros y tres avemarías por los que están en pecado moral y esta oración: Adorote cruz bendita, rica joya margarita, muy dulce madero, en ti adoro y en ti creo, que murió el Manso Cordero.
Y, al punto vieron clara y distintamente salir de la Cruz grandes resplandores y unas luces blancas por los brazos de la santísima cruz y de las luces que salían se forman una cruz del tamaño de la grande, como que estaba a las espaldas y luego se elevó despidiendo tanta claridad que las llenó de gozo, vertiendo muchas lágrimas con la ternura y de los resplandores que salían de la cruz de madera se formaban muchas cruces que subían hacia el cielo, hasta perderse de vista, otras se iban a todas las cruces que había en el convento. Juntóse la comunidad y todas fueron testigos de la maravilla, fueron en estación las religiosas las cruces que por orden del P. Fray Pedro se habían colocado en los claustros, patios y otros lugares públicos del Convento y en todas sucedió lo mismo y duró hasta las dos de la mañana.
Estaba yo a esta sazón enferma, contáronmelo las religiosas, di a Dios gracias y le pe3dí fuese su Majestad servido de que pudiese ir a adorarlas, por los méritos de su siervo y Dios me oyó de suerte, que pude el día siguiente ir con la Comunidad a la disciplina y de allí fui a adorar las santas cruces y se vio la misma maravilla que duró desde las nueve de la noche hasta el amanecer y se repitió por muchos días en cualquier hora que las religiosas se ponían a rezar.
Hasta aquí la declaración de la Abadesa, en que convinieron todas las demás religiosas. El lun es se volvió a quedarse en la cama, muy congojada de sus achaques y pidió una religiosa que rezase por ella en una cruz que tenía en la pared de la celda y, al punto, se repitió el favor, durando tanto tiempo que pudieron verlo todas las monjas, estando en el Convento el Capitán don Juan de la Daga y su familia; pidieron les abriesen la puerta para adorar una cruz que estaba en medio de aquel claustro y se veía desde ella y al punto vieron lo que habían visto en Quipico y las religiosas el primer día.
Otras religiosas dijeron, que desde el día catorce de septiembre, en que se celebró la fiesta a la Cruz que puso el Padre Fray Pedro, habían cada una de por sí visto en ella aquellas luces y salir de ella las mismas cruces, unas blancas y otras de color de oro y que no se habían atrevido a decirlo más que a sus confesores, hasta que Dios lo manifestó a todas las religiosas otras hubo, que en seis o siete días no vieron las cruces; andaban afligidas viendo el alborozo común, hasta que Dios fue servido de que lo viesen como las demás. Acaba la información se hizo en el Convento una solemnisima fiesta en 28 de septiembre, dijo el señor obispo que hizo la información la Misa y predicó el Padre Rodrigo Valdés, de la Compañía de Jesús, publicando y ponderando este repetido milagro, haciendo un devoto e ingenioso panegírico de las virtudes de nuestro venerable Padre Fray Pedro.
Al paso que eran más universales los regocijos del pueblo, crecía el desconsuelo en los nuestros, viendo que no había merecido religioso alguno ver lo que tantos habían gozado; pero quiso Dios que consiguiese con el sufrimiento lograr esta dicha aquella gravísima Comunidad; pues jueves 27 de septiembre, estando un negro bozal en el claustro del Noviciado, empezó a dar gritos que veía en el aire una hermosa cruz, que salió de la que estaba en la puerta falsa y fue a otra que estaba en la pared de la sacristía a que acudieron muchos religiosos y vieron salir muchas cruces blancas; juntóse la Comunidad y viéndolo todos tocaron las campanas, acudieron muchos seglares y todos dieron a Dios las gracias, siendo testigos de favor tanto, notando que habiendo sido Jueves el día de su entierro quiso Dios ilustrar aquel día sobre lo que vimos en su exequias, con la maravilla de sus cruces, pues jueves 16 de agosto fue el suceso de Quipico, jueves 10 de septiembre fue la primera vez que las vieron las Religiosas de Santa Catalina y jueves 27 del mismo mes gozaron aquel soberano prodigio los religiosos de su convento, queriendo dar a entender Dios cuán de su agrado era la devoción que el venerable Padre había introducido"[1].
[1] Milagrosa vida del Venerable Padre Fray Pedro Urraca, por el Maestro Fr. Felipe Colombo, Imprenta de la viuda de D. Pedro Marín, año de 1790, libro V, Capítulo VI pp.246-249). En la Colección Vargas Ugarte de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya se custodia la base documental del milagro: [Informe sobre milagro ocurrido en el Monasterio de Santa Catalina]. Copia de informe sobre un milagro que se dice ocurrió en el Monasterio de Santa Catalina de Lima, en la Cruz nombrada del Padre Urraca. Lima, 1788-mar 02. 19f / 1b, Tomo 43; 12