jueves, 13 de junio de 2013

De cómo San Antonio me ayudó a encontrarlo

Hoy, fiesta de San Antonio, escuché una bellísima historia acerca de su misión de ayudarnos a encontrar lo que se pierde. He pedido a su protagonista que me la escribiese para compartirlo con ustedes y aquí lo tienen. Todos vamos a salir ganando en devoción a este santazo, nacido en Lisboa, fallecido en Padua, y uno de los primeros colaboradores de San Francisco en la orden medicante que renovó el mundo medieval. Y hasta el presente sigue su benéfica influencia como vemos con el Papa Francisco. Gracias, amiga, por compartir tu gracia, que nos va a estimular a seguir las huellas de San Antonio.


 De cómo San Antonio me ayudó a encontrarlo

Hoy se celebra la Fiesta de San Antonio de Padua, algunos lo ven como el santo de las causas imposibles, otros como el que va a traer a la persona amada y otros como el que te ayuda  a encontrar  las cosas perdidas.

Yo lo conocí cuando estaba en la Universidad y entré a una comunidad misionera de mi parroquia llamada San Antonio de Padua. Allí vi la película sobre su vida y me causó gran impacto, sobre todo por su búsqueda constante de la voluntad de Dios y el amor tan grande que llevaba en el corazón que no podía callar, llevándolo a ser un gran predicador del Amor de Dios, no sólo a las persona sino a toda creatura.

Comentándolo con mi papá, él me contó que mi mamá también había sido muy devota de san Antonio, que de joven, antes de casarse viajó a Padua y trajo una pequeña estatua del santo, pero que desde hacía años no la veía; entonces me propuse encontrarla.

Le pedí a San Antonio que me ayudara a encontrarlo.  Haciendo oración se me vino a la mente el closet de mi hermano, que tantas veces había mirado, buscando llaves y cassettes de ese tiempo. Fui, miré y encontré en una vasija de cerámica una figura marrón, le di la vuelta y era la tan buscada estatuilla.  Pero le faltaba algo en su brazo.  Mi papá  me dijo que tenía al Niño Jesús…Y ahora, ¿dónde buscar?

Entonces le volví a pedir a San Antonio que me ayudara a buscar al Niño para que no se separaran más.  Pasó un tiempo muy cortito y pidiéndole, se me vino a la mente un cofre marrón.  Yo tenía uno en uno de los cajones de mi velador, pero tantos años allí y nunca había visto nada. Fui a buscar y al abrir el cofrecito, encontré al Niño.

¡Qué bien, ahora los dos podían estar juntos! Prometí nunca separarlos, a pesar que la tradición dice que hay que hacerlo para "obligarlo a que te haga el milagrito".  Pensaba en la tristeza de haber estado separado de su tan amado Niño Jesús, como la que tenemos en el corazón cuando nos alejamos nosotros también de El y le pedí que me ayudara a encontrar y reconocer el verdadero amor, y así a todos.

Años después tuve la oportunidad de ir a Padua, ¡qué regalo! Mi tía me dijo que lo llevara y lo dejara en la Basílica, pero no pude, pues al hacerlo sólo lloraba, así que me lo volví a traer conmigo y confío de todo corazón, que si algún día se me pierde, me ayudará de nuevo a encontrarlo.

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