MISA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL, PATRÓN DE ESPAÑA
Mons. Reig Pla: «La Iglesia no puede ofrecer lo que el mundo ofrece. Para eso no hacemos falta»
El obispo de Alcalá de Henares (España) ha recordado hoy que la Iglesia no está para hacerse eco de lo que el mundo desea sino de lo que Dios manda. Eso fue lo que llevó al papa Pablo VI a promulgar la profética encíclica Humanae Vitae. Su no aceptación ha sumido a Occidente en un desierto demográfico.
Parroquia de Santiago Apóstol de
Torrejón de Ardoz, 25 de Julio de 2018
Mons. Juan Antonio Reig Pla
Obispo de Alcalá de Henares
Homilía
Hemos pedido en la oración colecta que, por intercesión del Apóstol Santiago, «los pueblos de España se mantengan fieles a Cristo hasta el final de los tiempos».
Verdaderamente hoy, como en tiempos del apóstol, España necesita a Cristo y necesita la vigencia del cristianismo en el seno de la Iglesia Católica. Esta es nuestra tradición mayoritaria que ha configurado nuestros pueblos.
Necesitamos a Cristo porque Él, con su gracia, garantiza la dignidad de la persona humana y le ofrece un sentido para vivir con esperanza.
Es Cristo quien nos garantiza también la bondad del matrimonio y el bien social de la familia que constituyen la base más sólida de nuestra sociedad y su futuro.
Cristo es el único que da respuesta a los interrogantes profundos del corazón humano. Es Él quien confiere sentido al sufrimiento y vivifica nuestra esperanza. Con su muerte nos ha redimido y con su resurrección nos ha abierto las puertas del cielo. Siguiéndole a Él, nuestra vida no está abocada al fracaso sino a la felicidad eterna. Este es el destino final al que estamos llamados quienes hemos sido incorporados por el bautismo a su muerte y su resurrección.
La fe en Cristo es lo que ha alentado la unidad de nuestro pueblo y nos ha llevado con auténtico espíritu misionero a evangelizar, bajo la guía del apóstol Santiago, los pueblos de Hispanoamérica, Filipinas y pueblos de Oceanía y África.
Para mantener viva esta fe, en nuestro pueblo, necesitamos escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios que hemos proclamado y que podemos sintetizar en estos tres puntos.
En primer lugar, el testimonio de los apóstoles y el martirio de Santiago, nos invitan a recuperar el valor y la libertad de la Iglesia para anunciar que la muerte ha sido vencida. «Cristo ha resucitado y ha sido constituido jefe y salvador, para otorgar a Israel - y a todas las naciones - la conversión y el perdón de los pecados».
De los apóstoles hemos de aprender, pues, a no tener miedo, a ser libres y proclamar a viva voz que «hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres», porque sólo en Dios y en su Amor está la salvación.
Obedeciendo a Dios la Iglesia Católica en España no puede ofrecer simplemente lo que el mundo ofrece. Para eso no hacemos falta. Siendo legítima y necesaria la colaboración con las necesidades de los hombres, nuestros hermanos, lo específico de la Iglesia es anunciar la gracia de Dios, el perdón de los pecados, la salvación que nos alcanza por la oración y los sacramentos y, sobre todo, la vida eterna que nos ha merecido Jesucristo Nuestro Señor. Como dice el Papa Francisco la Iglesia «no es una agencia humanitaria, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia está enviada a llevar a todos a Cristo y su Evangelio» (Audiencia General, 23-10-2013)
Del apóstol San Pablo hemos de aprender, en segundo lugar, que este tesoro, que es la gracia de Dios y la salvación, lo llevamos en vasijas de barro para que se manifieste que la gloria es de Dios. Nuestra Iglesia Católica, además de ser libre, necesita ser pobre y humilde porque nuestra fortaleza está en Dios y en la primacía de la gracia.
Como los apóstoles, hemos de poder decir: «Creemos y por eso hablamos, sabiendo que quien resucitó a Jesús nos resucitará a nosotros». Por eso, no nos acobardamos, ni nos asusta la persecución, ni el sufrimiento, ni la muerte. Es más, también, como el apóstol, nosotros podemos decir: «por todas partes llevamos la muerte de Jesús para que vosotros - los que nos escuchen - tengáis vida».
En tercer lugar, como nos enseña Jesús, hemos de escapar de la lógica de la ambición y del poder. El Maestro nos advierte: «sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo».
La lógica de los cristianos no es, pues, la lógica del poder sino la lógica del Amor que lleva el servicio hasta el límite como Jesús: «que no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate de muchos».
Esta lógica del servicio llevó al Beato Pablo VI a promulgar en el día de hoy, hace cincuenta años, la Encíclica Humanae vitae en la que, desde la visión integral del hombre, exaltó el amor conyugal y estableció las bases para una paternidad responsable y una apertura a la vida por parte de los matrimonios que garantizara el futuro de la sociedad.
Sus palabras, promoviendo la dignidad de la vida humana y la procreación y educación de los niños, son verdaderamente proféticas y forman parte de la ética social que llamamos Doctrina Social de la Iglesia. El no haber escuchado la voz profética de la Iglesia, nos ha sumido en un desierto demográfico y ha favorecido el debilitamiento de los matrimonios.
Como dice el Beato Pablo VI:
«Los hombres rectos podrán convencerse todavía de la consistencia de la doctrina de la Iglesia en este campo si reflexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad. Consideren, antes que nada, el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada.
Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales. ¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? En tal modo los hombres, queriendo evitar las dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal.
Por tanto, sino se quiere exponer al arbitrio de los hombres la misión de engendrar la vida, se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar. Y tales límites no pueden ser determinados sino por el respeto debido a la integridad del organismo humano y de sus funciones, según los principios antes recordados y según la recta inteligencia del "principio de totalidad" ilustrado por nuestro predecesor Pío XII.» (Humanae vitae, 17)
La canonización del Beato Pablo VI en el próximo mes de octubre, viene a sancionar la importancia de estas palabras contenidas en su última Encíclica, la Humanae vitae, de tanta trascendencia para la Iglesia y toda la sociedad.
Al apóstol Santiago confiamos el presente y el futuro de la fe de nuestro pueblo. Del mismo modo que él fue asistido por la Virgen del Pilar, suplicamos su intercesión para que nos conceda ser una Iglesia libre, humilde y pobre, servidora de todos los hombres. Que bajo su amparo se mantenga incólume en España la fe en Cristo, nuestro Salvador. Amén
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