EL SENTIDO APOSTÓLICO DE LA ADORACIÓN
Dª. Nurya Martínez-Gayol Fernández, ACI. "La dimensión apostólica de la adoración." Aula de Espiritualidad Pedro Fabro. 21/12/2017[1]
INTRODUCCION:
La adoración, hablar de la adoración hoy es complicad. La adoración pertenece a ese conjunto de términos, que a mí me gusta denominar, de términos difíciles, porque comprender su esencia y la realidad que palpita debajo de ello se ha convertido en algo complejo que nos exige taladrar muy hondo, ¿pero taladrar qué?
· En primer lugar, las apariencias. En las apariencias lo que hay es una custodia, más o menos bella estéticamente, más o menos cara.
· Taladrar también la realidad del grupo humano que está adorando que a veces nos puede atraer, podemos sintonizar con él, en otras ocasiones puede provocarnos rechazo.
· También taladrar nuestro prejuicio, los que se deben a nuestra cultura, a nuestra experiencia personal, eclesial, la de cada uno, a las cosas que medio sabemos, o que medio sospechamos
· Y, por fin, taladrar la historia para conocer el origen de esta palabra, para conocer cuál es la realidad a la que se refería originariamente, cuales son las vicisitudes históricas por la que esa realidad atravesó …y que fueron cambiándola y sin embargo seguimos utilizando la misma palabra para referirnos a ella.
El término adoración -y más el termino adoración referido a la eucaristía de la adoración eucarística- es uno de esos vocablos que tienen mucho que taladrar.
Vamos a rescatar una dimensión de esta realidad que posiblemente es una de las dimensiones que hayan sido más marginadas y más olvidadas a lo largo de la historia, incluso hoy y en los ámbitos donde se está intentando reactivar esta praxis de la adoración.
La idea de adoración en general nos habla de oración, de silencio, de reverencia, de reconocimiento de la presencia del misterio en medio de nosotros, en medio del mundo, encuentro con Jesús Eucaristía, como vivió el Beato Pedro Fabro que da nombre al aula.
Pero resulta más extraño reconocer en la adoración eucarística una dimensión apostólica; más bien asociamos naturalmente la adoración a la contemplación y además lo hacemos justamente como contrapunto de la acción, como contra cara de la acción apostólica. Una cosa seria la adoración -contemplación y otra cosa seria la acción apostólica.
Pues bien, el punto de partida que nos permite clarificar el por qué la adoración tiene una dimensión constitutivamente apostólica es justamente el vínculo de dependencia que une adoración y eucaristía. Si algo es la adoración es que es prolongación de la eucaristía. Obviamente prolongación de la celebración, pero no sólo prolongación de la celebración, nos quedaríamos muy cortos si cuando pronunciamos la palabra eucaristía pensamos simplemente en la celebración, en ese ratito en el que celebramos la eucaristía. Por eso, la adoración prolonga la celebración eucarística, pero prolonga también el dinamismo eucarístico que brota de esta celebración, y que va mucho más allá de ella y que permanece en el tiempo y en el espacio, y que permanece en aquellos que habiendo comulgado a Cristo se insertan en ese dinamismo de su presencia y de su entrega eucarística.
Desde los comienzos del cristianismo se hace incontestable la presencia de una dimensión apostólica, de una dimensión social cuando hablamos de la Eucaristía Si la adoración es prolongación de la eucaristía necesariamente esa dimensión social de la eucaristía tiene que estar presente también en la adoración, puesto que la adoración la continúa.
Esto lo vemos desde los orígenes de la Iglesia. Pablo escribiendo a la Comunidad de Corintio, Pablo se pronuncia con claridad acerca de lo lógico de la pretensión de celebrar la cena del Señor estableciendo diferencias, marginando personas, generando divisiones, marcando desigualdades sociales o desde actitudes de discordia, desavenencia o rencor. Y, por otra parte, toda la tradición eclesial ha reconocido con profundidad que sin la comunión no habría amor a los demás. Cada comunión debería hacernos crecer en el amor a los otros. "El otro" decía S. Agustín debería ser nuestra Hostia diaria.
La Eucaristía debería crear en nosotras la decisión consciente de salir hacia los otros y de entregarnos a ellos porque en definitiva eso es lo que es la Eucaristía: entrega, entrega personal por amor y entrega hasta el extremo, y quien participa en la Eucaristía dejando que se apodere de él este dinamismo eucarístico, entonces participa de este dinamismo de entrega.
Por eso, nuestras eucaristías se tornan un escarnio que degrada la memoria de Jesús, cuando de ellas no surgen la solidaridad con los pobres, cuando de ellas no surge la pasión por la justicia, la pasión por la fraternidad, cuando de ellas no salimos con unas entrañas de misericordia mayores que con las que entramos, cuando no surge de ellas un compromiso claro con la salud de nuestros hermanos y hermanas. Es decir, si nuestras eucaristías no son espacios de fraternidad y de inclusión.
Pablo diría que, si esto no se da, entonces ya no es comer la cena del Señor, ya no estamos hablando de la Eucaristía. Pero, la Eucaristía también es falseada cuando olvidas que es el memorial de nuestra reconciliación y la celebramos con el corazón contrariado o enfadado con nuestros hermanos. Los textos aquí son muy claros. El evangelio de Mateo nos recuerda aquello de que, si vas a llevar tu ofrenda al altar y tiene algo contra tu hermano, deja la ofrenda, vete a reconciliarte con tu hermano y vuelve.
La Eucaristía es sacramento de comunión entre hermanos y hermanas que aceptan reconciliarse con Cristo-. Y todo esto se prolonga en la Adoración, se prolonga esta dimensión social, se prolonga esta necesaria justicia, se prolonga esta dimensión de reconciliación
¿Qué ha pasado? Que a lo largo de la historia de la Iglesia, la devoción al cuerpo de Cristo ha estado demasiado y peligrosamente vinculada a hechos históricos, políticos y sociales que provocaron por una parte la separación de esta devoción, de la celebración eucarística, la acentuación exagerada o casi unilateral de lo que es la relación individual de la persona con Cristo eucaristía, el olvido de que la adoración al cuerpo de Cristo al prolongar la eucaristía celebra la entrega de Cristo por todos, y tiene esa significación fuerte de entrega universal.
Como consecuencia de esto, el culto al cuerpo de Cristo, el culto eucarístico, termina convirtiéndose en una especie de arma arrojadiza o de instrumento de ataque contra otros, ¿contra qué otros? Contra todos aquellos que no reconocen la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y esto son los cátaros -por decir, los herejes de la Edad Media o, en el siglo XVI, son los protestantes.
Al convertir la eucaristía en un elemento de diferenciación o en un alma arrojadiza contra los otros , contra los que son distintos , hacemos que la adoración pierda su significación reconciliadora, y se convierte en un signo de identidad fuerte, pero en un signo de identidad que termina siendo a veces agresivo, incluso en ocasiones violento .De hecho el repunte de la adoración en la historia de la Iglesia se va a dar en momentos en los que la Iglesia está viviendo un momento de crisis o de dificultad fuerte; esto le va a dar una identidad muy grande a la adoración, pero tristemente cada vez más separada de la eucaristía por una parte y más vinculada a este deseo de defender la identidad, pero no por defender la identidad en sí, sino por defender la identidad contra otros, contra otros que no tienen esa identidad. La consecuencia es que la adoración deja de aparecer como un instrumento de comunión, como un vínculo de unión y se convierte en un dato de afirmación de la propia identidad religiosa y con ella como un rito diferenciador de confesiones y un rito generador de divisiones.
No obstante, la dimensión apostólica básica de la adoración va a permanecer a lo largo de los siglos en algunos elementos propios que sí se conservaron, como es el elemento de la intercesión: la adoración sea un espacio de oración por los otros (aunque esos otros sean pecadores, herejes) distintos, pero tienen esta referencia a los otros. Otro elemento es el de suplencia: suplencia por los que no están, por los que no adoran, que también a pesar de ese tono crítico no ha dejado de ser nunca un dato constitutivo de la adoración. Pero lo que podíamos llamar las dimensiones apostólicas más profundas de la adoración se van desdibujando y se van perdiendo. Por otra parte, la adoración lleva en sí misma una exigencia profunda de fe, de alguna manera podríamos decir que la adoración es un acto de fe, o es, fe en actos. Adorar no es más que reconocer la presencia del Dios infinito, del Dios absoluto, del Dios indisponible en lo finito, en lo perentorio, en lo caduco, en lo disponible de un pequeño trozo de pan.
Por esta razón, hablar de adoración es hablar de un acto de fe y hablar de un acto de fe como que espontáneamente nos lleva a acentuar con más fuerza la dimensión de relación personal, de encuentro con Dios en Cristo Eucaristía, aunque olvidamos que hablar de fe es hablar también de Iglesia, de Comunidad. El sujeto de fe es la comunidad creyente, es la comunidad eclesial y olvidamos también que hablar de fe es hablar de algo que si es real se hace operoso por el amor.
No obstante, la dimensión apostólica de la adoración va a ser el centro de esta charla, como dimensión clave a la hora de entender qué es la adoración. Voy a tener como referencia algunos textos de Santa María Rafaela, cordobesa, fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón, del siglo XIX. El carisma que ella recibe la va a conducir a acentuar este rasgo de la adoración, que a diferencia de otras formas de vivir la adoración y de entenderlas más volcadas en el aspecto de interioridad, o de relación personal con Cristo, ella va a poner de relieve esta dimensión apostólica. Este rasgo particular podría resumirse en esa expresión "Poner a Cristo a la adoración de los Pueblos". Se trata de una potente invitación de llevar a los otros la experiencia de fe que es la adoración y de presencia que es el objeto de la misma, pero también se trata de que este encuentro y de que esta presencia nos lance hacia al mundo y nos lance hacia los otros, es como un elemento aglutinador que nos puede ayudar a conectar con este elemento constitutivo de la misma adoración
I.- ¿CÓMO Y POR QUÉ LA ADORACIÓN ES APOSTÓLICA?
La primera razón es que la adoración prolonga el dinamismo eucarístico y al prolongarlo prolonga todas sus dimensiones: - Prolonga la dimensión de alabanza como liturgia, prolonga la dimensión de acción de gracias, la dimensión sacrificial, la dimensión de presencia, la dimensión de banquete y también esta dimensión social, esta dimensión apostólica que es propia de la eucaristía. Pero, además, la adoración también la tenemos que entender como parte integrante de la misma eucaristía. Hay adoración en la propia celebración eucarística, la hay en la consagración (momento más evidente como reconocimiento reverente de esa presencia de Dios entre nosotros, en Cristo Eucaristía) y la hay también en la comunión.
Podríamos decir que la eucaristía es en sí misma el mayor acto de adoración de la Iglesia. Y el primer acto de la adoración es la comunión, porque adorar etimológicamente es "llevar a la boca", y este comer nos habla de comerlo y esto requiere un proceso, comerlo significa dejar que el Señor entre en mí, que yo sea transformada y me abra a ese gran nosotros de manera que lleguemos a ser uno solo con El y con todos los que participan. La comunión con Cristo, se nos da en la hostia, es un encuentro con el hijo de Dios y por eso comulgar, es adorar, y es reconocer quien es Dios y quien soy yo en referencia a ese Dios
Este reconocimiento reverente, está muy lejos de ser un mero gesto pasivo, implica en primer lugar consentimiento a ser transformado y habitado por ese dinamismo de entrega.
Dice S. Agustín: "Nadie come esta carne sin antes adorarla", como decía también con gran fuerza "esto es un alimento distinto, tú no debes asimilarte a mí, sino que debe ser asimilado por mí, "es decir: la comunión del cuerpo de Cristo no es una experiencia por la que asimilamos a Cristo, sino es la gran experiencia de dejarnos introducir dentro de Cristo y de introducirnos en su dinamismo de entrega, y esto dentro de la celebración eucarística.
¿Pero qué pasa cuando termina la celebración eucarística? ¿Qué pasa fuera de la Eucaristía? En primer lugar, no tendríamos adoración como prolongación de la eucaristía sin la reserva eucarística, y ahí en la reserva eucarística ya apunta con claridad esa dimensión apostólica propia de la adoración porque la razón y la finalidad de la primera reserva en los orígenes del cristianismo era aproximar la eucaristía a aquellos que no podían participar de la celebración: enfermos, presos, moribundos, etc
La eucaristía se reserva como viático, este es el fin de la reserva eucarística : ser alimento que fortalece, ser alimento que sana, que cura, que perdona, que libera , que une, generando comunión con los que no están …y esto quiere decir que desde sus inicios la reserva tenía una dimensión apostólica., y esto quiere decir que no se trata fundamentalmente de reservar las especies eucarísticas para conservar la presencia, es decir no se trata de retener esa presencia para tenerla a nuestra disposición, se trata justamente de lo contrario, de dejarla salir, de significar que él se queda entre nosotros sobre todo como esa fuerza , reparadora sanadora, curativa que alcanzan a los que no están y que alcanzan fundamentalmente a los más débiles, que cura al enfermo, que libera al oprimido, que reestablece al herido. De ahí que debamos decir que la dimensión apostólica de la eucaristía fuera de la celebración está presente desde los orígenes del cristianismo.
¿Qué pasó? Con el paso del tiempo se empezó a venerar este pan reservado, y no solo venerado, sino que se empezó a colocarlo en lugares cada vez más principales e importantes dentro de los templos y dentro de la Iglesia y así poco a poco el uso de la reserva eucarística se va ampliando a la praxis de la adoración explícita y la adoración explicita con dos formas expresivas, por una parte, la procesión y por otra la exposición eucarística.
La eucaristía sale del templo y hemos dicho que la reserva eucarística no tiene como finalidad primera quedarse dentro del tabernáculo, sino justamente lo contrario, este salir de Cristo hacia los que no están, a los que están lejos… Las procesiones de alguna manera acentúan también estos rasgos.
En la historia de la Iglesia sobre todo en la Edad Media la devoción eucarística trata de extenderse a través de una fiesta dedicada a la presencia eucarística de Jesús que se explicita en una procesión, que es la fiesta del Corpus Christi, la fiesta del Cuerpo de Cristo.
Al comienzo del siglo XIII va a ser Juliana de Mont Cornillon (Lieja, Bélgica), monja agustina, abadesa de la Abadía de Cornillon, la que va a ser favorecida con una visión, lo que ella ve, es la iglesia en forma de Luna llena, y esa luna tiene una mancha y la lectura que ella hace de esta visión es que esa mancha está hablando de algo que le falta a la iglesia, y eso que le falta a la iglesia, es una fiesta dedicada al Cuerpo de Cristo. Ella empieza a dedicarle tiempo a intentar que esta idea o visión que ha tenido se acoja, con la idea de establecer dentro de la iglesia una fiesta dedicada a la veneración del cuerpo de Cristo. Esta idea, al principio, encuentra mucha oposición, pero casualmente se topa con el obispo Mons. Roberto de Thorete, obispo de Lieja y con Jacques Pantaleòn, archidiacono de Lieja. Juliana comunicó estas apariciones a Mons. Roberto de Thorete, el entonces obispo de Lieja, también al doctor Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos y a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Lieja, más tarde Papa Urbano IV y conectan con esta idea, primero se establece la fiesta en esta diócesis y luego por estas cosas del destino , el que era archidiácono de Lieja es nombrado Papa, con el nombre de Urbano IV, y es en 1264 mediante la bula "Transiturus", proclama esta fiesta para la Iglesia universal del Corpus Christi.
Donde me gustaría detenerme y lo que me gustaría poner de relieve de esta fiesta tiene que ver fundamentalmente con la procesión y con la adoración eucarística
En primer lugar, me gustaría señalar cómo en esta procesión es Jesús Eucaristía es quien toma la iniciativa y sale por las calles para decirnos que está en medio de nosotros, en medio de nuestra vida, en medio de nuestra realidad, en medio de las casas, lugares, lugares de paseo. Es El el que sale a nuestro encuentro.
Con la procesión de esta fiesta, la eucaristía sale del templo, la eucaristía se acerca al que está lejos, sale para buscar a los hombres. La eucaristía no solamente es una celebración en la que hay una mesa inclusiva, que acoge a todos, sino que también se extiende, rompe los muros, rompe las fronteras, y sale. Y en esta procesión también la celebración eucarística se prolonga y lo que pone de relieve esta prolongación es que parece que no bastan el espacio, ni el tiempo reducido de la celebración para alabar y dar gracias, que es necesario que este espacio se amplíe a todo lugar y tiempo. Además, también se pone de relieve en la procesión que Cristo se entregó por todos, no sólo por los que acuden a la Iglesia, no solo por los que le buscan, sino por todos, por la humanidad entera, y entonces también por los que están en sus casas, los que están en las calles y no salieron a la procesión, no salieron a buscarle
Esta idea debería animarnos a cambiar un poco nuestras formas, para que nuestras procesiones fueran un signo más elocuente de todo esto, para que transparentaran mejor que es Cristo el que quiere acercarse a nosotros, que no sale para ser aclamado, sino que sale para buscarnos. Esto es una invitación a sustituir expresiones y formas que suenan más a poder y a realeza por otras que transmitan esta proximidad, esta cercanía, este interés, esta invitación de Cristo al encuentro y que pongan también de relieve más esta dimensión universalista que nos recuerda que en nuestra cotidianidad nos visita el Sol que nace de lo alto y nos visita a todos.
En la procesión el Señor se sumerge en la cotidianidad de nuestra vida porque es allí donde Él quiere estar para caminar por donde nosotros caminamos, y para vivir por donde nosotros vivimos. Durante la procesión miramos esa hostia consagrada y lo que vemos es la simplificación sufrida por ese pan consagrado que ha quedado reducido a esa forma circular y que tal vez no ayuda mucho a hacer las conexiones con el pan que nos alimenta, con el pan de la última cena, con el pan eucarístico. Pero en esta forma externa actual que tiene la Eucaristía al menos podemos reconocer dos valores:
Por un lado, la simplicidad: se trata de una forma extremadamente sencilla de pan y de alimento hecha de harina y un poco de agua y
Por otro lado, la universalidad: la Última Cena que contemplamos como primera eucaristía tiene lugar en un país, en una cultura para la que el pan era un alimento fundamental, básico y sencillo para el pueblo, pero cuando el cristianismo comienza a extenderse a otros países, a otras culturas la eucaristía comienza a celebrarse en otros lugares, donde el pan no es el alimento fundamental, sino donde el pan puede llegar a verse como un alimento extraño(ejemplo en Asia, América Latina donde sería el sustituto del pan seria el arroz, y en África por el Fu-fu). Esta deformación de la forma externa del pan actual puede verse como una oportunidad de utilizar un signo que es más universal, más polivalente, que todos podamos reconocer de algún modo ese signo del alimento que se entrega y se da para ser comido. En el fondo esa presencia santa de quien se queda con nosotros en una realidad pequeña, realidad humilde y finita que es el pan.
Al lado de esto, la Eucaristía pone ante nosotros una dimensión ecológica, que es importante no perder de vista. La Iglesia durante la liturgia de la misa, entrega este pan y lo presenta como fruto de la tierra y del trabajo de los hombres. De alguna manera en él queda recogido el cansancio humano, el trabajo cotidiano de quien cultiva la tierra, de quien siembra, de quien cosecha, de quien finalmente prepara el pan, pero también todos nuestros trabajos, cansancios, todo el esfuerzo, la dureza que sufren tantos hombres y mujeres para llevar alimento a su casa y familias. Sin embargo, el pan no es solo un producto nuestro, no es solamente algo que nosotros hacemos, es también fruto de la tierra y, por lo tanto, es también un don, porque nosotros no somos capaces de fecundar la tierra. Por eso podríamos ampliar esta oración de la Iglesia diciendo que el pan es fruto de la tierra y, al mismo tiempo, es fruto también del cielo, es decir que presupone esa sinergia entre las fuerzas de la tierra y los dones de lo alto., del sol, de la lluvia del agua, del agua de la que tenemos necesidad para preparar el pan y que tampoco podemos producir nosotros, en un momento en el que se habla tanto de la desertización de la tierra, en el que escuchamos cómo tantos hombres, tantos animales mueren por falta de agua, el peligro de que estas zonas sean cada vez más amplios, podemos darnos cuenta de la grandeza de este don del agua, que no nos lo podemos proporcionar por nosotros mismos pero tenemos que darnos cuenta de la responsabilidad de este don para que este don sea cuidado y compartido de tal manera que llegue a todo.
Entonces, al contemplar más de cerca este pedazo de pan, el pan de los pobres se nos presenta de alguna manera como síntesis de la total creación y comenzamos a comprender por qué el Seño escoge un pedazo de pan como su signo
El cuerpo de CRISTO que adoramos reclama una mirada que tiene que extenderse a la totalidad de la creación y de ahí su dimensión ecológica y requiere también nuestra responsabilidad para con nuestros hermanos; de ahí también la dimensión de solidaridad que le es propia.
En la procesión seguimos este signo del pan y siguiendo este signo del pan, seguimos al Señor mismo, pero la procesión aparece también como una invitación implícita a una llamada silenciosa para que otros le descubran y le sigan, para que se sientan convocados por su presencia y de nuevo tenemos aquí la dimensión apostólica y evangelizadora de ese Cuerpo de Cristo adorado. Este seguir en la procesión es también en un caminar detrás del cuerpo eucarístico de Cristo, caminar detrás del cuerpo de Cristo resucitado. Y son los propios relatos de la resurrección los que nos dan una pista para entender que significa este ir detrás.
En todas las apariciones los ángeles dicen a los apóstoles: "El irá delante de vosotros a Galilea y allí le veréis". En Israel Galilea era considerada como la puerta al mundo de los paganos, de los no creyentes y en Galilea va a ser donde antes de la ascensión, el Señor envía a los suyos a hacer discípulos a todas las gentes. Por eso seguir al que adoramos nos envía a las gentes. La adoración del Señor reaparece con su carácter inseparable y fuertemente unido a la misión evangelizadora.
II. DIMENSIONES APOSTÓLICAS DE LA ADORACIÓN
El sentido apostólico de la adoración brota en primer lugar del hecho de reconocer que la Eucaristía es el corazón pulsante de la misión, esto quiere decir que la eucaristía es fuente, cumbre de toda vida cristiana, el Vaticano II lo dijo con claridad en la Lumen Gentium 11 y así lo repite la Iglesia desde entonces.
Rafaela María lo entendió y da un paso más y destaca de esta afirmación de la LG11, no que la Eucaristía esté solo en el centro de nuestra vida, sino que también está en el centro de nuestra misión, y desde esta perspectiva la dimensión apostólica de la adoración emerge como un rasgo connatural también de la Eucaristía. Rafaela supo hacer de toda su existencia eucarística el centro de su modo de vivir la misión y se transparentaba no solo en la vivencia de la adoración explicita, sino en un modo de existir que es adorante, y adorando va configurando su misión.
Por tanto, la centralidad de la Eucaristía en la vida se tiene que explicitar en una existencia eucarística y es esta existencia eucarística la que impregna la misión y la centralidad de la Adoración de igual modo se explicita en un modo de estar en el mundo adorando que necesariamente también impregna la misión.
Desde este presupuesto se comprende la afirmación que da título a este epígrafe: la eucaristía es el corazón pulsante de la misión. Esta es una afirmación que se vincula a una antigua tradición cristiana que contempla no solamente la eucaristía brotando del corazón traspasado de Cristo y que se convierte en el corazón del mundo y de nuestra misión apostólica, sino también otra tradición que contempla en la eucaristía el corazón de cristo y que arrastra detrás de seguir una tradición de ritos eucarísticos , que más bien se desarrollan en la Iglesia oriental por la cual en la eucaristía no solamente se corta la parte derecha de la forma sino que se atraviesa la propia forma en su centro intentando recordar este momento de la lanzada del corazón de Cristo en la cruz
La eucaristía es corazón en su condición de fuente, de origen y eso le posibilita ser el centro y el motor de la misión apostólica, pero es un corazón pulsante: un centro vital abierto, propulsor, dinámico que al mismo tiempo dinamiza y lo que dinamiza es la misión, misión que se concentra en unos deseos: deseo de hacernos con Cristo pan que se entrega y vino que se ofrece por la redención del mundo : es el deseo de hacernos a nosotros también eucaristía y este hacernos eucaristía de nuevo pasa por incorporarnos a la entrega de Cristo, recibiendo de la propia Eucaristía la gracia que hace esto posible. A esto se aprende en la Adoración: contemplando a Jesús eucaristía como el corazón pulsante de toda misión: EL nos centra, nos atrae, nos reúne, nos unifica, y al mismo tiempo nos expulsa, no envía fuera, nos hace salir para hacernos nuevamente retornar con otros.
Este es el dinamismo eucarístico que debería regir en nuestra vida de hombres y mujeres que adoran, y que reciben el impulso de este corazón que es el centro de nuestra vida y nuestra misión.
Se nos apunta a la identificación del Jesús histórico y el Jesús eucaristía, quiere decir que tanto en cuanto actuamos según Jesús de Nazaret como si actuamos según Jesús eucaristía, lo que repetimos, en lo que nos incorporamos es en ese dinamismo de entrega, esa entrega que en el Jesús histórico se percibe en una vida que es toda ella existencia por los demás, dándose a los demás, y en esa presencia eucarística que en donde adoramos, contemplamos ese cuerpo de Cristo que se entrega. Contemplar a uno es contemplar al otro, la entrega a la que somos invitadas se realiza de igual manera en la acción histórica que en la contemplación eucarística.
Dos consecuencias surgen de aquí:
1.- La primera es que acción y contemplación constituyen un mismo movimiento. Constituyen el corazón de nuestra vida, y eso quiere decir que verdadera acción apostólica es aquella que brota de un desbordamiento, del desbordamiento de un amor que recibimos y que lo recibimos estando con Cristo en la intimidad de la Adoración. En esa intimidad comienzan a sentirse y a vivirse como propios los intereses de su corazón y por eso no hay verdadera acción apostólica fuera de la que nace de este desbordamiento, no hay verdadera acción apostólica si esa acción apostólica no nace de ese amor que previamente hemos recibido y en ese sentido podemos afirmar que la adoración es su fuente
2.- se sigue que la misión apostólica deba de ser adorante: es decir somos llamadas a ser contemplativas en la acción, no excluye el ser contemplativos en la adoración.
Cómo ser apostólicos en la adoración:
La santa de Córdoba (Sta. Rafaela) nos da otro texto que da pistas "poner a Cristo a la adoración de los pueblos", para hacer que todos le conozcan y le amen"
Lo importante para nosotras es que se trata de dar a conocer el Amor de Dios, manifestado en la Eucaristía: llevar a los hombres a reconocer este amor, a sentirse rehechos, resanados, recreados por El. De ahí que todo su interés esté en llevar a Cristo a otros, a poner a la humanidad rota, herida con esta realidad, siendo fuente de vida y de luz
La Adoración es entonces un verdadero foco que alumbra en todas las direcciones los caminos que recorremos hacia el mundo, pero no menos es un centro de atracción que posibilita el encuentro personal de la Humanidad con Cristo.
Adorar no es solamente un acto privado de encuentro personal con el Señor en la Eucaristía, sino es situarnos en ese centro que nos convoca para extender esa presencia en el mundo y para atraer a todos a esa presencia.
Ser adorador es sentirse responsable de transmitir este don y no solamente de transmitirlo, sino de encarnarlo y de hacerlo historia concreta en nuestro hoy.
La Adoración es por eso ese corazón pulsante de la misión. La Adoración es un ritmo cardiaco que nos atrae hacia ella como centro y nos lanza hacia la misión en un armonioso ritmo que precisa de ambos movimientos que son indispensables e inseparables para dejar que fluya la vida que brota de ella: movimiento sístole y diástole, contracción, movimiento de expansión, movimiento de atracción, de inclusión, de convergencia hacia el centro y movimiento también de dilatación, de extensión, de universalización hacia afuera. Este es el deseo que Dios había sembrado en el corazón de Santa Rafaela como interés de su propio corazón.
Por eso la adoración nos invita a:
1.- Poner a Cristo en la adoración de los pueblos, invitación, a salir, acoger la palabra de Jesús que nos invita a darle vosotros de comer, a llevar a Cristo aquellos y no lo conocen a sacar la Eucaristía fuera de nuestros templos y espacios sagrados, cada nuevo rincón del mundo, cada nuevo espacio donde se adore será un pulso más en este movimiento de extensión y dilatación, de esta diástole, de este corazón pulsante, estaremos poniendo a Cristo a la adoración de los pueblos.
Pero este movimiento de dilatación, de extensión también es posible llevarlo a cabo con nuestra propia presencia, es decir haciendo de nuestras vidas una presencia y una existencia eucarística, acogiendo esa invitación a hacernos nosotros también un cuerpo que se entrega.
2.- Significa también el ser capaces de atraer al mundo hacia Él, de generar espacios donde se posibilite la experiencia de Dios, el encuentro de ese señor que se queda con nosotros, como compañero de camino, se trata de saber señalar a otros hacia ese centro: de ser testigos adorando delo que hemos visto, oído, de lo que, nuestras manos han tocado de por la causa por la que por nuestro corazón ha ardido. Se trata ahora de ese movimiento de concentración, de reducción de todo, a lo único necesario. de inclusión, del mundo de este corazón que es Cristo eucaristía.
3.- Nos habla de un modo peculiar de Adorar: de vivir adorando, de hacer de la Adoración un modo de existencia. Adorar a Cristo presente en cada ser humano que es su imagen, adorar a Cristo en los pobres, adorarlo en los marginados, en la humanidad sufriente, en sus preferidos, en sus predilectos, encontrarlo ahí , en los márgenes, en las fronteras de todo tipo, encontrarlo en las zonas de exclusión, donde están los que no cuentan y ahí adorarlo, y tras este movimiento de diástole, de extensión, tornar al origen en una nueva sístole, llevando nuestro corazón lleno de rostros, de nombres, retornar a la presencia de aquel que dio su vida por ellos. Y entonces sí: Adorar con todos, adorar por todos y adorar para todos.
Recuperamos aquí este elemento de la suplencia que es tan típico de la Adoración y que nos pone ante unos de los mayores misterios y secreto de la dimensión apostólica de esta adoración.
En la Eucaristía que adoramos Dios se hace presente al mundo en una cercanía extrema: Dios se pone al alcance de nuestra mano, se pone al alcance de la mano del mundo y nosotros somos invitados a poner el mundo al alcance de su corazón.
Somos retados a asumir como nuestra, esta dimensión apostólica del dinamismo eucarístico, de la entrega de la propia vida por los otros, somos invitadas en fin a llegar a la adoración diciendo: "este es mi cuerpo, mi cuerpo cansado, fatigado, roto por el reino, lleno de situaciones dolorosas, de problemas, ante los que me siento impotente, de desesperanza, de debilidad, de pecado, de frustración, tantas veces de miedo propios y ajenos. Este es mi cuerpo cargado de mundo, cargado de rostros, cargado de pueblos, este es mi cuerpo que viene a ti para que tú lo moldéis, y lo acojas en ese tu cuerpo que se entrega.
En la cercanía del tiempo de Navidad, se nos hace más patente esta proximidad del Hijo de Dios que se hace carne débil en el niño de Belén, que se expone ante nosotros, invitándonos a adorarle, pero también invitándonos a ir a contar y a cantar esa buena noticia al Mundo, este nacimiento es la condición de posibilidad para que este hijo de Dios venga a nosotros nuevamente vulnerable, ahora ya no en la carne sino en un frágil trozo de pan. También Él se expone, también nos envía al Mundo, también nos envía a hacerlo presente como alimento que cura, que fortalece, que repara y recrea para que lo pongamos en la ADORACION DE LOS PUEBLOS.