Don Ángel Iturrioz Magaña (1936-2024)
Agradezco la generosa colaboración de Manuel de los Reyes Díaz por el entrañable artículo.
Ángel Iturrioz Magaña, nació en el año 1936 en la localidad riojana de Huércanos. Siente desde muy joven la llamada al sacerdocio y realiza sus estudios en el Seminario Conciliar de Logroño hasta terminar Filosofía. Tenía estudios musicales y sabía tocar el órgano.
Es ordenado presbítero en 1958. El señor obispo lo envía a estudiar Lenguas Clásicas en la Universidad Pontifica de Salamanca y posteriormente a realizar la tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid.
Es en esta ciudad donde se aloja en la residencia de los Cruzados de Santa María y les celebra la eucaristía desde 1960 hasta octubre de 1963.
En 1965 obtiene la Cátedra de Griego de Bachillerato y regresa a Logroño para impartir docencia en el Instituto Marqués de la Ensenada (hoy Práxedes Mateo Sagasta) y en el seminario de Logroño. Posteriormente se trasladará al Instituto Hermanos D´Elhuyar de Logroño del que fue secretario de 1971 a 1979 y director de 1979 a 1983.
Vive con su padre, albañil, con su madre y su hermana Pilar. Fallecidos estos, se traslada a la residencia sacerdotal de Logroño donde falleció el 27 de diciembre de 2024 a los 88 años.
En el artículo publicado en ESTAR, (N.º 35, abril 2025, pp.36-37) se destaca la triple faceta de Guía, maestro y compañero recogida por las vivencias de tres de sus alumnos Juan Gabriel Cerrolaza Lombillo, Rafael Francia Verde y Paco Luis Delgado Escolar
Recibo con tristeza la noticia del fallecimiento de mi buen amigo y sacerdote Ángel Iturrioz Magaña, acaecida el pasado 27 de diciembre de 2024, fiesta de San Juan Evangelista, a la edad de 88 años. Amistad nacida en el contexto de septiembre de 1968, cuando me desplacé de Madrid a Logroño, una vez concluido mi servicio militar, para matricularme en la Escuela de Ingenieros Técnicos, y hacerme cargo de un grupo juvenil que se había formado en la capital recientemente, tutelado por D. Ángel, catedrático de Griego del Instituto Hermanos D´ Elhuyar, que deseaba que un laico contribuyese a su maduración, desde la colaboración laico sacerdotal, y la experiencia de una institución secular iniciada por el P. Tomás Morales, fundador del Hogar del Empleado, que de forma independiente a principios de los sesenta empezaba a expandir la Cruzada de Santa María desde la capital de España. Para comprender en amplitud esta experiencia hay que retornar a su inicio.
D. Ángel había concluido sus estudios sacerdotales, y a su obispo le faltó tiempo para reconducirle a que se matriculase en la Universidad Complutense de Madrid para licenciarse en estudios clásicos y preparar oposiciones llegado el caso. Tenía que buscar alojamiento, y por una recomendación expresa, vino a alojarse en la residencia de aquel grupo apostólico, localizada en la calle Hermanos Borrella, 32, cerca de la popular Plaza de Cuatro Caminos. Intensa fue la estancia y la convivencia en el seno de aquella comunidad incipiente de los Cruzados de Santa María, con grato recuerdo, como me manifestó telefónicamente, cuando le llamé para felicitarle la Pascua de Resurrección pasada, y recordando aquellos tiempos se confidenció: Aquellos años madrileños viviendo con los cruzados "fue la mejor experiencia de mi vida".
No era una frase hueca, como tuve ocasión de constatar a los años siguientes de mi llegada a Logroño. En aquellos años madrileños se integró plenamente en la comunidad, necesitada además de una presencia sacerdotal. Había preparado D. Ángel posteriormente las oposiciones a griego, y vino a parar a Logroño al Instituto Hermanos D´ Elhuyar. Me consta la alta cualificación que ejerció como docente, sus alumnos le conocían como "Zorba el griego", y también la influencia benéfica de su rica humanidad en sus alumnos.
Entre ellos un grupo inicial empezó a cuajar, y a reunirse con regularidad en la residencia que abrimos, jóvenes que cursaban el bachillerato superior, y que se adentraban paulatinamente en la espiritualidad de los Cruzados de Santa María, jesuítica hasta la médula, familiarizándose con la oración y la actividad apostólica de ambiente entre sus compañeros.
Recuerdo con afecto y emoción cómo nos congregábamos para hacer un rato de oración en la Iglesia Catedral de la Redonda, que concluía con la Misa celebrada por D. Ángel, que siempre incluía una homilía breve. Un espíritu comunitario se extendía con actividades de fin de semana, retiros mensuales, ejercicios espirituales y actividades al aire libre.
Por los resultados obtenidos (por sus frutos) cabe colegir que en D. Ángel brillaba su cualidad como docente, el amor por la enseñanza que transmitía a sus pipiolos alumnos y un espíritu apostólico innato en su vocación sacerdotal, impregnado también de lo que habían sido sus años madrileños, en una experiencia viva y fecunda de hombres como el P. Morales, Abelardo de Armas, etc., en los que brillaba un espíritu renovado y ardiente orientado hacia la movilización del laicado, para la reforma de la sociedad.
Aquel grupo naciente de riojanos, al menos algunos de ellos, al concluir el bachillerato, se trasladaban a Madrid para finalizar con el COU e iniciar su andadura universitaria, implicados en aquel movimiento que se abría a una vida madura de entrega apostólica. Tan fecundos y decisivos fueron aquellos años de formación de selectos, imbuidos del amor a Cristo y a su Iglesia, siguiendo el esquema ignaciano, que hoy han quedado como grata memoria en mi recuerdo, por la trayectoria posterior de sus vidas, coronada en algunos de ellos con sus respectivas cátedras de Instituto o docentes en el magisterio.
D. Ángel, vivió en compañía de sus padres, y ya fallecido estos, mientras pudo se mantuvo en la vivienda familiar, apoyado por una de sus hermanas, optó finalmente por ingresar en la residencia sacerdotal en Logroño. Sus mejores logros formar a generaciones de alumnos de bachillerato en humanidades, e inculcar un amor profundo a la Iglesia a la juventud en aquellos años singulares, que tuve ocasión de constatar en cuatro años que permanecí en la Rioja (1968-70-71 y 1972-1973,) involucrado en aquella aventura, mantenida con tan grata compañía en aquella amistad de comunión.
Este tiempo sigue pesando en mi recuerdo con especial gratitud. Al dejar Logroño me sustituyó Ángel Gómez, en aquella estela de compromiso apostólico, trasladando hacia el futuro el camino comenzado. La figura de D. Ángel siguió perpetuándose desde su permanencia en la cátedra de griego y otras humanidades para bien de sus alumnos.
Su estilo sacerdotal y su vida docente, había encontrado una luz incandescente en aquel jesuita, P. Tomás Morales y en su obra. Como él llegó al convencimiento de que a los jóvenes si se les pide poco, no dan nada, pero si se les pide mucho lo dan todo". Descanse en paz de sus fatigas el sacerdote infatigable, ejemplar, el docente vocacional, el amigo incomparable. Fue una vida entregada a su ministerio sacerdotal, al servicio de la comunidad cristiana y de la juventud. Damos gracias a Dios por él, e invocamos su eterno descanso, para que lo sea en la dicha de su Señor, bajo la mirada amorosa de la Virgen Inmaculada.