EL SEÑOR DE LOS MILAGROS, LOS TEMBLORES Y EL APÓSTOL DE LIMA FRANCISCO DEL CASTILLO
Me complace compartirles el interesante artículo del P. Benjamín Crespo s.j., vicepostulador del P. F. del Castillo, Roma, 1 octubre 2022
Hoy iniciamos el mes de octubre, nuestro mes morado, nuestro mes del Señor de los Milagros, a quien todos tenemos especial devoción y lo expresamos de diversas maneras, hábitos morados, procesiones, acudimos al santuario de las Nazarenas, llevamos flores, encendemos cirios y velas, acompañamos desde nuestras casas, y también por supuesto aprovechamos para comer un buen turrón de doña Pepa, de esos clásicos de toda la vida. Recordemos nuestra historia. Cito un testimonio de un jesuita que vivía en el Colegio de San Pablo e informa lo sucedido: "Cuando esto se está escribiendo, acaba de suceder el más terrible y espantoso temblor que ha padecido jamás la ciudad de Lima". Era el sábado 13 de noviembre de 1655 a las dos y treinta de la tarde. Hubo un fuerte terremoto de 7.7. grados en la escala de Richter, azotando Lima y Callao. El epicentro se ubicó a 50 km al oeste del puerto del Callao y a 30 km de profundidad:
"A esta hora hubo un gran temblor en esta ciudad, el cual dicen que vino de hacia el Callao, en donde derribó lo más de la hermosa iglesia de cal y canto que había acabado en aquel puerto la Compañía, y también en esta ciudad de Lima maltrató algunos edificios en el breve espacio de tiempo que el terremoto duró". Se derrumbaron casas, edificios, templos, causando mucho daño, muchos damnificados, donde murieron alrededor de 11,000 habitantes, especialmente de la población pobre y marginal de Lima que son quienes más sufrieron".
Nos dice el P. Francisco del Castillo en su Autobiografía: "Luego que hubo cesado el temblor salí del Colegio de San Pablo con mi compañero, a ver si había sucedido alguna desgracia, y al pasar por la Catedral me comenzó a seguir mucha gente, juzgando iba yo a platicar, con que entonces me vi obligado a hacer poner una mesa en la plaza, arrimada a uno de los pilares del Portal de los Escribanos, en donde comencé a platicar a gran multitud de gente que concurrió en breve tiempo…. Luego en acabando la plática, con un acto fervoroso que hice de contrición con un Santo Cristo Crucificado en la mano, bajé de la mesa en que platicaba y con el Santo Cristo en las manos fui con toda la gente del auditorio, y con la que en las calles se iba agregando, al Colegio de San Pablo hasta entrar en la iglesia de dicho Colegio todos, en donde hicieron a agritos otro acto fervoroso de contrición, exhortando a la gente tratase luego de confesarse y ponerse en gracia de Dios" [1]. Autobiografía. 64-65.
El Padre Francisco del Castillo salió del Colegio de San Pablo, casa de formación de la Compañía de Jesús (donde actualmente se encuentra la Casa e Iglesia de San Pedro), para atender a las víctimas, a los más pobres de Lima, a la gente morena y a los españoles y criollos. Prestó auxilio solidario y generoso a los necesitados y, al pasar por la Catedral comenzó a seguirle la gente, conocedora de su fama de santidad por su generoso e infatigable celo apostólico. Aprovechó la ocasión para predicarles, desde una enramada bajo la cual se empezaron a celebrar oficios religiosos por un tiempo, por temor a nuevos temblores. Invitaba a los limeños a orar con humilde contrición y arrepentimiento, invitando a la penitencia, repitiendo con los brazos extendidos: "Lima, Lima, tus pecados son tu ruina".
Al día siguiente, domingo, como continuasen los temblores, se llevó en procesión la imagen del Cristo Crucificado desde la Capilla de Nuestra Señora de los Desamparados (a espaldas del actual Palacio de Gobierno, donde está ubicada ahora la residencia presidencial) hasta la Catedral, con acompañamiento de mucha gente. En medio del dolor por la muerte y destrucción, en el alejado barrio de Pachacamilla, a las afueras de la ciudad, donde los pobladores pobres de Lima, provenientes de Angola, formaron la "Cofradía de Pachacamilla" y levantaron una edificación donde se alzaba solitaria una pared con la imagen del Crucificado pintada por uno de ellos, muchos sufrían no solo los daños de este terremoto, pues vivían sufriendo de terremotos hace tiempo, de esos terremotos no causados por la naturaleza, sino por aquellos que los maltrataban y atropellaban y mataban todos los días, de hambre, de enfermedad, de falta de trabajo digno, y mucho más. Todas las paredes de la Cofradía de los negros angoleños se cayeron, salvo un débil muro de adobe, donde estaba pintada la imagen del Cristo morado, y era lugar de encuentro y reunión de la gente morena. Fue considerado un verdadero milagro. Era todo lo que quedaba de lo que había sido un galpón o corral de esclavos que le rendía culto.
En la tragedia, Cristo se hacía visible de esa manera en Lima, mostrando su misericordia y dando esperanza a los más afectados, los pobres, los negros, los humildes. Así, en la cofradía de Pachacamilla, comenzó el culto popular al Señor de los Milagros, propagándose rápidamente entre la población local. Todos lo conocemos como el Señor de los Milagros, Cristo de Pachacamilla, Cristo Morado, Cristo de las Maravillas, Cristo Moreno. El Señor de los Milagros, es el mismo Cristo Crucificado que nos abraza, cuida y protege. Después del gran terremoto, la imagen sobrevivió intacta incluso después de una serie de fuertes temblores que llegaron en los años posteriores. Esto hizo que la fe alrededor de ella se incrementara y que el Cristo de Pachacamilla se convirtiera en el protector de Lima. La noticia de varios hechos milagrosos atribuidos a la imagen mural atrajo el interés del público, y la imagen comenzó a ser conocida como el «Señor de los Milagros». El Papa Francisco nos invita a ser iglesia en salida, misionera, iglesia de los pobres, solidaria, comprometida con la justicia, denunciando toda corrupción y toda violencia, venga de donde venga. Es tiempo de solidaridad y de sinodalidad, de caminar juntos y responder a la situación actual que requiere de todos, sin excluir a nadie, todos queremos vivir dignamente y esta situación actual debemos cambiarla para bien de todo el Perú y de todos los peruanos. No podemos seguir así, maquillando tanta injusticia, tanta corrupción, tanta deshonestidad bajo apariencias formales, ilegales e inmorales y antidemocráticas. El P. del Castillo decía a todos: "Lima, Lima, tus pecados son tu ruina". Y hoy ¿nos diría lo mismo? Lima, Lima…. tus pecados son tu ruina.