Donato AMADO GONZALES El estandarte real y la mascapaycha Historia de una institución inca colonial Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2017
En el segundo capítulo se presentan dos intereses fundamentales: uno es la explicación, aunque escueta, del significado de la presencia del apóstol Santiago para los españoles en el momento de la conquista y la forma en que, después, en memoria del triunfo de la conquista española, la fiesta dedicada a este santo estará dentro de las festividades religiosas más importantes celebradas en la ciudad del Cuzco. Un segundo interés es entender y explicar cómo esta fiesta dedicada a la conquista y triunfo españoles también fue ampliada para los nobles incas cuzqueños. En relación con la segunda proposición, se muestra el origen de la institucionalización del alférez real inca y el posterior establecimiento del Cabildo de los veinticuatro electores de las ocho parroquias. En esta perspectiva, el reconocimiento de los descendientes incas por parte del Estado colonial fue un mecanismo fundamental para mantener la identidad inca durante la colonia; así, la imagen del inca sobrevivió impregnada en aquellos cargos u oficios de privilegio como alcalde mayor, alguacil mayor, alférez real, uno de los veinticuatro del Cabildo de los incas, caciques principales o curacas principales y gobernadores de las parroquias, etcétera, cargos concedidos por la autoridad colonial, en recompensa al apoyo prestado en el momento de la conquista y la pacificación.
El origen de los privilegios de los nobles incas se remonta al siglo XVI, cuando un sector de ellos, encabezados por Manco Inca, y el grupo de los descendientes que estuvieron de parte y al servicio de los españoles intentaron recuperar, al mismo tiempo, el Estado inca. Por ello, hacia la segunda mitad del siglo XVI, los nobles incas cuzqueños estuvieron divididos en dos: los incas de Vilcabamba y los incas del Cuzco. Debido a que los incas del Cuzco estaban identificados con la conquista y pacificación y, en consecuencia, participaron y colaboraron a favor de los españoles, fueron recompensados con aquellos privilegios que los hijosdalgo españoles solían recibir por el servicio prestado a la corona real. Bajo esta perspectiva, el origen del alférez real inca está relacionado con un hecho sobrenatural o milagroso que ocurrió cuando las relaciones políticas entre los pizarristas y Manco Inca no marchaban y la supuesta relación pacífica se tornó en una guerra de conquista para los españoles y para los indígenas en un intento de recuperar el Tahuantinsuyu.
En una primera etapa de la guerra de la reconquista a los españoles les tocó vivir momentos sumamente difíciles cuando Manco Inca mandó rodear con su ejército la ciudad del Cuzco. Fue en ese momento dramático —además de imaginario— cuando aparecieron el apóstol Santiago y la Virgen María y expulsaron a los indígenas, con lo que ayudaron a los españoles. Por ello, en la mentalidad española del siglo XVI, el triunfo de la conquista se debió gracias a sendas apariciones. En agradecimiento a este hecho divino, los españoles festejaron y conmemoraron el triunfo de la conquista a través de la fiesta del apóstol Santiago, cada 25 de julio, y de la fiesta de la Virgen María, cada 21 de mayo. A partir de 1558, el Cabildo y el Regimiento de la ciudad del Cuzco oficializaron la fiesta del apóstol Santiago y se establecieron las fechas de la celebración: el 24 y el 25 de julio, víspera y día central, respectivamente.
El objetivo central de la fiesta era el paseo del estandarte real, cuyo símbolo estaba compuesto, de un lado, por la figura de Carlos V y, del otro, por la figura del apóstol Santiago. A partir de la ordenanza del virrey Toledo, la fiesta se tornó aún más pomposa. Ahora bien, ¿cómo entender la participación del alférez real inca de las parroquias cuzqueñas en toda esta celebración del triunfo de la conquista española? Desde 1538, Paullo Inca fue considerado «inca» para los españoles y así fue aceptado por la fracción de los nobles incas que se quedaron en la ciudad del Cuzco y de los indígenas que lo acompañaban. Este había adoptado todo el comportamiento de un gobernante: fue rodeado por un grupo importante de su propio linaje —la descendencia de Introducción 27 Huayna Capac— e incluso de las descendencias de Tupa Inca Yupanqui y de Pachacuti. El poder otorgado en 1655 por don Cristóbal Carlos Inca, alcalde mayor de las ocho parroquias, y por don Martín Quispitopa, alguacil mayor de las ocho parroquias, ambos descendientes de Huayna Capac, ante la pretendida privatización del oficio del alférez real inca, nos revela que la institucionalización de dicho oficio se realizó a favor de los descendientes del Inca Huayna Capac. Por ello, el cargo se dio, en primera instancia, a favor de Paullo Inca y de sus hijos, quienes eran considerados descendientes de dicho gobernante. Las elecciones del alférez real inca anteriores a 1595 habían resultado sumamente difíciles debido al desbarajuste que ocasionaban los hanan y hurin cuzcos. Por ello, fue necesario el establecimiento del Cabildo de los veinticuatro electores. En este proceso, la participación de don Agustín Jara de la Cerda, alcalde y juez de naturales de la ciudad del Cuzco, fue importante, ya que emitió un auto, el 4 de junio de 1595, para resolver el conflicto que existía cada año entre los hanan y hurin.
Así, Jara de la Cerda ordenó y mandó que de cada parcialidad se eligieran «doce diputados electores de los más beneméritos y descendientes de línea recta de los señores que fueron de estos reinos». De este modo, la suma de ambas partes fueron los veinticuatro diputados electores. Estos serían elegidos «como regidores» y tendrían «asiento por antigüedad el día de la elección, que es el día del señor San Juan Bautista» (24 de junio). Así, siguiendo la costumbre europea, se estableció el Cabildo de los veinticuatro, en el cual los electores equivalían a los regidores de cabildo. (pp.25-26)
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