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jueves, 3 de septiembre de 2020

La casa de don Gonzalo de la Maza y la fundación del monasterio de Santa Rosa de Santa María de Lima en 1708

La casa de don Gonzalo de la Maza y la fundación del monasterio de Santa Rosa de Santa María de Lima en 1708

Arq. Luis Martín Bogdanovich

Publicado en : https://lucidez.pe/la-casa-de-don-gonzalo-de-la-maza-y-la-fundacion-del-monasterio-de-santa-rosa-de-santa-maria-de-lima-en-1708/

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"Desde este lugar, dichosa, Partió con vuelo ligero, Triunfante, pura y hermosa, A unirse con el Cordero, La que fue limeña Rosa."

Así reza, en letras de oro, la inscripción de la placa de bronce que descansa sobre el piso del lecho mortuorio de Santa Rosa de Lima (30 de abril de 1586 – 24 de agosto de 1617), quien murió en casa de sus protectores los señores De la Maza, lugar que años más tarde daría paso al monasterio que lleva su nombre y del que versa este texto.

Santa Rosa, nacida Isabel, fue la cuarta hija de la unión entre Gaspar Flores e Isabel de Oliva Herrera[1] y se le bautizó en la parroquia de San Sebastián el 25 de mayo de 1586.  Desde temprana edad y a pesar de la oposición de sus padres tuvo el propósito de entregarse a Dios. Su madre tenía la intención de casarla con un joven noble y adinerado, para procurarse así una vejez holgada y honrada; pero Rosa con voluntad férrea nunca declinó sus pretensiones espirituales. Tomó el hábito de terciaria dominica, a imitación de Santa Catalina de Siena, cuando tenía 20 años y desde entonces la Santa fue un referente de virtudes cristianas, edificando con su ejemplo la vida de sus contemporáneos.

Años más tarde, el Domingo de Ramos de 1617, Rosa se dirigió afligida a la capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo, pues había llegado tarde a la repartición de las palmas. Mientras rezaba a la Virgen sintió que el Niño Jesús que portaba la imagen le decía: "Rosa de Mi Corazón, yo te quiero por Esposa", a lo que ella respondió "Aquí tienes Señor a tu humilde esclava". Aquel día tuvo sus desposorios místicos.

Al poco tiempo, el día primero de agosto de 1617, cayó gravemente enferma. Para entonces vivía en casa de don Gonzalo de la Maza y doña María de Uzátegui, su esposa, quienes se habían vuelto protectores suyos. Los últimos días de su vida la aquejaron grandes dolores, a los que ella con un crucifijo en la mano pedía: "Mi Dios, mi Señor, mi Jesús, mi Esposo, y mis amores, dadme dolores"

Murió a los treinta años, tres meses y veinticinco días, en las primeras horas del 24 de agosto de ese año, solemnidad de San Bartolomé, como ella misma lo profetizó. Expiró diciendo: "Jesús, Jesús sea conmigo".[2]

El día de sus exequias su cuerpo fue venerado por miles de devotos y su entierro, según las crónicas, fue uno de los más memorables que se vivió en Lima. El gentío era tal que sus restos tuvieron que trasladarse de la casa a la iglesia del convento dominico. El cortejo estuvo presidido por el Virrey, a quien acompañaron ambos cabildos y representantes de todas la ordenes, además de los oidores y notables.

Fue beatificada por el papa Clemente IX en 1668 y canonizada por el papa Clemente X en 1671 y como primer fruto de santidad americana, fue declarada, primero patrona de Lima y del reino del Perú, y después de todas las islas y tierra firme de América y las Filipinas.

Luego de su canonización, y con autorización del arzobispo, varias jóvenes se congregaron en una casa próxima al Santuario para vivir como "Beatas Rosas", siguiendo el ejemplo de su patrona.  Siendo el número de beatas creciente y habiendo entregado doña Elena Rodríguez de Corte-Real[3] el producto de dos haciendas y varias propiedades cuya suma ascendía a 130 mil pesos que se agregaban a otros 300 mil que se tenía para el mismo fin, se pidió licencia al Rey para erigir la casa en monasterio, permiso que don Felipe V concedió por Real Cédula dada en Madrid el 26 de enero de 1704.  Sin embargo, no fue sino hasta el 2 de febrero de 1708 en que se inauguró el monasterio con el traslado que hizo el arzobispo don Melchor de Liñán y Cisneros de tres monjas del monasterio de Santa Catalina al beaterio, que por aquellas fechas había sido trasladado cerca de la parroquia de San Sebastián.

Aparentemente se pensaba en este lugar para edificar el monasterio de manera definitiva,  pero según atestiguaron los médicos el entorno era malsano. Por otro lado, el reverendo padre Alonso Messía I.H.S. se opuso a que se establecieran en el barrio de San Sebastián y en paralelo inició las gestiones para que el Virrey marqués de Casteldosrius concediera a la nueva fundación la casa de los señores De la Maza, que guardaba el recuerdo de los últimos momentos de la patrona de América. La gracia, finalmente fue otorgada por decreto del 2 de enero de 1709, para el regocijo de las monjas que vivirían en el lugar en que había expirado la Santa.  Así, el 29 de julio del mismo año, tuvo lugar el solemne ingreso de las religiosas destinadas para fundar el nuevo cenobio. Ellas fueron: Leonarda de San José, Rufina Catalina de Loreto y Josefa Portocarrero Lasso de la Vega y Jiménez de Urrea, a quienes se unieron 12 Beatas Rosas.

Al poco tiempo, se concedió licencia para la elección de priora y el 17 de mayo de 1710 el padre Francisco Alonso Garcés invistió como primera prelada a doña Josefa, hija del Virrey don Melchor de Portocarrero y Lasso de la Vega[4], III Conde de la Monclova. Doña Josefa, nacida en Madrid en 1681, había tenido desde pequeña la intención de ser religiosa, ya que al llegar a Lima a los 8 años de edad, había vivido el fervor que despertó en la ciudad la canonización de Rosa. Llegado el momento de la fundación y huérfana de padre decidió ingresar en la clausura, a pesar de la oposición de su madre y sus hermanos.

Ante  la negativa, Josefa resolvió  huir de su casa la noche del 9 de octubre de 1706, para lo cual retiró  algunos balaustres de  una ventana y se arrojó a la calle. Con ayuda de su director espiritual el padre Messía y de otras personalidades que estaban de su parte fue a pedir asilo al monasterio de Santa Catalina, en donde permaneció hasta el día de la fundación de monasterio de Santa Rosa.

Años más tarde, siendo virrey del Perú el conde de Superunda y arzobispo de Lima don Pedro Antonio de Barroeta y Ángel partieron, con la venia de la priora y de la comunidad, de este monasterio de Santa Rosa para fundar en Santiago de Chile, el 16 de agosto de 1754, las madres: Laura Rosa de San Joaquín, como priora; María Antonia del Espíritu Santo, como maestra de novicias; y Rosa de Santa María, como portera. Las acompañó en su periplo quien sería su capellán, fray Diego Flores de Oliva, de la orden de la Merced. Después de instalado el monasterio de Santiago, la religiosas limeñas volvieron a su monasterio de origen, en donde murieron.

Se puede decir, que las religiosas de Santa Rosa han mantenido con considerable celo su legado material, y a pesar de no haber sido durante el virreinato el monasterio más grande o más rico de la ciudad, constituye en la actualidad uno de los ejemplos mejor conservados de Lima.  Son de interés: las escaleras que van al coro-alto, con su retablo dieciochesco de la presentación de la niña María en el templo; el ante-coro y su colección de urnas; el coro-bajo y su magnífico retablo barroco de la Virgen del Rosario, que conserva entre otras cosas reliquias de la Santa; el de Profundis y su interesante retablo policromado del Señor Nazareno, junto a dos importantes tinajeros íntegramente enchapados en azulejos; y el refectorio. Recintos en donde se conservan numerosos objetos de otros tiempos.

Sin embargo, ningún ambiente de los antes descritos destaca tanto y tan particularmente como el Santuario, que se alza en el preciso lugar donde murió la Santa. En esta pequeña capilla, con portada de dos cuerpos y torrecillas, se conserva bajo la bóveda, notable por sus pinturas, reliquias y objetos personales de Rosa de Santa María y de otros santos (la cruz de la Santa, un eslabón de la cadena con la que el fundador de la Orden mortificaba su cuerpo, la sandalia de Santo Toribio y reliquias de San Martín y San Juan Masías), una araña de cristal de la Granja, la serie pintada de la vida de Santa Rosa, y los verdaderos retratos de la virgen limeña y de sus protectores los señores De la Maza, entre otras cosas.  Completan la estancia el zócalo de azulejos y la pintura mural en colores azul turquesa. En conjunto la capilla presenta, tanto por su belleza como por su historia, uno de los más maravillosos tesoros de la antigua ciudad de Los Reyes.


[1]En contra de lo que se piensa sobre el origen étnico de Santa Rosa, el fraile franciscano Gonzalo Tenorio decía en 1670: "… de mezcla de Español, y India que llamamos Mestizos. Deste género fue N. Rosa, pues sus abuelos paternos fueron nacidos en España, y los maternos fueron puros Indios, de los nuevamente convertidos"

[2]Don Gonzalo murió en la misma casa en 1628 y su mujer doña María en 1644.

[3]Fue reconocida como fundadora y nombrada patrona del monasterio.

[4] El virrey contaba entres sus ascendientes a santos, reyes y pontífices y dejó en Lima un hijo natural de su unión con doña María Teresa Gavilán y Campoverde. La nieta de ambos doña Josefa de Portocarrero y Zamudio casó con el III marqués de Torre Tagle, con descendencia en Lima hasta el día de hoy.

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miércoles, 2 de septiembre de 2020

MONASTERIO NUESTRA SEÑORA DEL PRADO DE LIMA

MONASTERIO NUESTRA SEÑORA DEL PRADO DE LIMA. MEMORIA HISTÓRICA POR LOS 380 AÑOS DE SU FUNDACIÓN

 

El Patrimonio monumental es, sin duda, la fuente fundamental para el conocimiento del pasado de un pueblo, pues une las generaciones presentes con sus herencias y tradiciones culturales, modelando así su identidad. Es a partir de esta, la razón que me lleva a incubar la necesidad de presentar estas breves históricas para poner en valor este cenobio femenino, donde muchas mujeres han dejado huellas de santidad, a puertas de conmemorar nuestro Bicentenario de la Independencia.

 

Este recinto religioso fue fundado el 1° de setiembre de 1640 por cinco religiosas provenientes del Monasterio de la Encarnación de Lima: Ángela de Zárate y Recalde, Francisca de Zárate, Magdalena de Peralta, Juana Bueno y Ángela Serafina de Irarrasabal. Además de dos hermanas legas (Francisca de San Nicolás y María de la O) y dos damas que iban a ser novicias (Antonia de Ondegardo, sucesora de la fundadora con el nombre de Antonia de la Cruz quien acrecentó este lugar arquitectónica y artísticamente; y María de la Cruz, llamada luego María Juana de la Cruz). Del Acta de Fundación, que se reserva en el archivo conventual, se desprende en la parte final: "En este dicho día, mes y año, habiéndose concluido con lo precedente en la iglesia del convento junto al altar mayor, las dichas religiosas y las hermanas por orden de los dichos señores se entraron en el convento por una puerta que al presente está al lado del altar mayor sobre el plan del mismo altar a guardar la clausura que el santo concilio de Trento y bulas Apostólicas y sus Reglas y constituciones ordenan, y habiendo entrado se cerró la puerta por fuera con llave, quedando todas dentro, lo cual hicieron en señal de posesión". El día 2° de setiembre se comprobó la clausura. Su carisma fue la recolección contemplativa según la Regla Primitiva Agustina. Tuvo como ejemplo la reforma de las Recoletas Descalzas Agustinas, fundadas por la venerable Mariana de San José en el Real Monasterio de la Encarnación de Madrid. Por ello, los nombres de las fundadoras cambian por el de una advocación religiosa, llamándose: Ángela de la Encarnación, Abadesa y sacristana; Francisca de la Santísima Trinidad, Priora; Magdalena del Espíritu Santo, Maestra de novicias; Ángela Serafina de San José, vicaria de coro; y Juana de Jesús, portera. Esta última, sobrina del tercer Arzobispo de Lima, Lobo Guerrero, murió en olor de santidad. Los cambios de nombre y entrega de cargos se realizaron el 7° de setiembre, salvo el de Abadesa que fue el día 4°; y rectificado por el Cabildo el día 10°. El miércoles 19° de setiembre el Vicario del Arzobispado, don Juan Cabrera, designó al señor doctor don Francisco de Ávila, canónigo de Lima para darles nuevo hábito y recibirles la revalidación de sus votos y la promesa de clausura. Se estableció que sería habitado por 33 religiosas coristas o de velo negro en memoria de los años que vivió Cristo en la tierra. Además de contar con hermanas de velo blanco o legas dedicadas a labores domésticas según lo establecido en el concilio de Trento. Una gran huella de santidad la encontramos en Sor Gerónima de la Madre de Dios muerta el 22 de febrero de 1653, cuyo cuerpo se encuentra incorrupto; tuvo proceso de beatificación, pero por falta de recursos se truncó a finales de la Colonia. Según su autografía veía a Jesús de tres formas: un recién nacido, un infante nazareno y el rostro de Cristo en la cruz. Fue tentada por el diablo en forma de un feroz perro en la portería. Su primer patrón fue Fray Pedro de Villagómez, sexto Arzobispo de Lima, quien a su muerte en 1671 donó su corazón a este monasterio y se testifica en la leyenda que figura en un lienzo de cuerpo completo: "Hijas hagan oración por quien les dio el corazón". Tuvo sepultura al lado derecho del presbiterio en el altar mayor de la iglesia. Las líneas artistas predominantes son Neoclásica y Barroca.

 

Arquitectónicamente está conformado por: *CLAUSTRO MAYOR de estilo neoclásico, se halla una pileta de bronce y piedra, la cual data del 17 de mayo de 1663; rodeada de 13 celdas o viviendas para religiosas coristas y salas principales. Destacan: Sala Capitular Sala principal que guarda uno de los mejores vestigios pictóricos de Francisco de Zurbarán y su círculo cercano, así como mueblería de época. Tiene cenefas murales con motivos florales. Antecoro Antigua Sala Profundis preside una talla del Señor de la Caña de 1641. Las pinturas están relacionadas con la Pasión del Señor. Da acceso al campanario y sala cal y canto. Coro Primera sala en edificarse. Tiene una sillería barroca del siglo XVIII. En los pisos azulejos colocados el 2 de noviembre de 1743, también se ubican en las hornacinas de las ventanas, en una de ellas se halla la sepultura de la fundadora. Preside una talla de Nuestra Señora del Buen Suceso donada por la hermana de la fundadora. Aquí se elegían a las Prioras. Da acceso a la cripta sepulcral.

 

*CLAUSTRO DEL AROMO, hoy en estado ruinoso, fue habitado por hermanas legas; se localizan pinturas murales.

*CLAUSTRO DE LOS NARANJOS donde vivían 20 religiosas coristas. Este último ya no existe a causa del terremoto de 1940. Hacia 1921 este claustro sirvió de segunda casa para la Congregación de Canonesas del Cruz, quienes venían del Rimac. Este recinto monacal femenino alberga lo mejor de la platería barroca del siglo XVIII, pinturas de la factura de Francisco Zurbarán, Juan de la Parra, Pérez D´Alesio, Bernabé de Ayala; así como diversas tallas en variados estilos, que unidas a otras en su conjunto, forman su gran bagaje patrimonial mueble.

En lo referente a su culinaria han destacado sus escabeches y "las nueces del Prado", dulce manjar codiciado por la aristocracia limeña que Ricardo Palma las menciona en sus Tradiciones Peruanas. Tuvo este monasterio su tiempo de florecimiento, presidían de ordinario con satisfacción sus capítulos de elección de Prioras los señores Arzobispos de Lima y consideraban esta comunidad como modelo para las demás comunidades de religiosas. Pero tuvo como los demás monasterios de monjas su período de decadencia, llegando a tal disminución el número de religiosas de velo negro que en 1864 eran solo seis y no hubo ya capítulos hasta el año 1888 por falta de vida común en que se retomó los capítulos.

 La recolección, como tal, se dejó el 19 de marzo de 1923, fiesta de San José. Su última Priora fue la R.M. Tomasa del Sagrado Corazón de Jesús, quien fue elegida en 1936. Dejó la condición de clausura y pasar a tener vida activa el 26 de marzo de 1940 cuando las Religiosas Agustinas Recoletas se unen con la Congregación de Religiosas Agustinas "Hijas del Santísimo Salvador", gracias a la intervención del R.P.G. Eustasio Esteban OSA.

Esta fusión se consolida con el Primer Capítulo General del 28 de agosto del mismo año, eligiendo como Priora a la R.M. Nicolasa del Corazón de María. Desde esa fecha, la Congregación preserva con mucho celo este patrimonio religioso-cultural. En 1941 se apertura, en algunas celdas, un colegio para señoritas que lleva el nombre de la misma advocación mariana.

En la actualidad, ocupa lo que fue una de las huertas y parte del claustro del noviciado, el cual se unía al del aromo.

 

Al evocar este 380 aniversario de fundación nos compromete a conservar este monacato que fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación por la RDE N° 889/INC del 28 de diciembre de 1972 e inspire a muchos a seguir investigando para difundir la grandeza de este lugar.

 

Mg. Rubén Ramos Campos Museólogo y Gestor Cultural Responsable de los Bienes Patrimoniales del Monasterio "Nuestra Señora del Prado"".

LA IGLESIA DEL MONASTERIO DE NTRA. SRA. DEL PRADO (Texto del P. Antonio San Cristóbal en "Arquitectura religiosa virreinal"

Las pequeñas iglesias de los Monasterios femeninos constituyen en Lima una de las expresiones más típicas de su arquitectura. Algunas como la de Jesús María y El Patrocinio, conservan su planta y elevación original; pero otras reacondicionaron su fábrica de acuerdo a las más diversas contingencias. La capilla de Ntra. Sra. del Prado fue adaptada para servir a la Comunidad de Religiosas Agustinas que junto a ella estableció su Recolección deriva del Monasterio de La Encarnación.

Consistieron las primeras adaptaciones de la capilla en levantar un pequeña Monasterio de 33 celdas individuales, cada una de ellas con su propio huerto. Todavía en julio de 1652 trabajaba el carpintero Pedro de Céspedes en cubrir los locutorios de hombres y de mujeres y en acondicionar otros ambientes monjiles.

A causa de las reducidas dimensiones de la capilla inicial, fue menester readaptar y ampliar su planta. Por lo pronto, las Religiosas situaron el coro bajo a los pies de la capilla donde todavía existe separado del cuerpo de la iglesia por una alta y hermosa reja de madera. Esta añadidura implicaba cercenar una parte importante del ambiente interno destinado al uso de los fieles. Para compensar ese espacio perdido, prolongaron la iglesia por la cabecera, añadiendo nueva capilla mayor o presbiterio. Con fecha 27 de febrero de 1657, los alarifes Domingo de Aguilar y Domingo Alonso se concertaban con la Abadesa del Monasterio del Prado para levantar sobre los cuartos gruesos estribos todavía existentes una cúpula vaída lisa de cal y ladrillo según la traza diseñada por el dominico Fray Diego Maroto, Maestro Mayor de fábricas reales: la obra costó 7.000 pesos de a ocho reales.

El cuerpo de la iglesia quedaba cubierto con alfarje de madera de par y ladrillo. El maestro carpintero Diego de Mondragón se encargó el 29 de abril de 1660 de reparar las alfardas de la cubierta y de repones sobre esta la clásica torta de barro y paja, los zócalos de la nueva capilla mayor se recubrieron con vistosos azulejos cocidos y colocados por el azulejero Juan de Corral, según concierto notarial de 11 de febrero de 1658.

Otra de las adaptaciones fue la referente a las portadas. Las tres puertas iniciales anteriores a 1640 quedaron inservibles a causa de la modificación de la planta. La portada principal en los pies de la iglesia perdió su utilidad desubicada por la misma razón. El remedio consistió en tapiar estos vanos y en abrir la nueva portada lateral que todavía existe. Hizo el diseño y la traza para la portada el mismo Fray Diego Maroto; y la levantó el albañil Diego de la Gama según concierto notarial de 26 de mayo de1657. Esta portada del Prado es una de las más bellas y características del barroco limeño.

Todavía experimentó la iglesia del Prado otras modificaciones a consecuencias del terremoto de 1687. parece ser que entonces se derrumbó el alfarje y la bóveda vaída. El caso es que se prolongó la planta por la cabecera para añadir el brazo del actual presbiterio, y se cubrió el cuerpo de la iglesia con bóvedas de cañón corrido y con una media naranja sobre la antigua capilla mayor, todo ello de madera y yeso.

En la iglesia del Prado trabajaron los más notables retablistas del siglo XVII: Asensio de Salas, Pedro Gutiérrez y Diego de Aguirre que ensambló el grandioso retablo mayor. Actualmente sólo perduran el hermoso retablo de San Agustín, el púlpito y el nuevo retablo mayor, todos ellos obras del siglo XVIII.

Lima no puede perder la histórica iglesia de Ntra. Sra. del Prado, en la que todavía luce su belleza el barroco de los siglos XVII y XVIII. Su restauración debe hacerse con amor y con técnica para mantener sus valores arquitectónicos. Por inconvenientes de último momento no se han podido construir los lunetos para las ventanas de la bóveda; lo que resta de las cubiertas la elegancia que sin duda tuvieron a partir de la restauración subsiguiente al terremoto de 1687. no pueden equiparse, pues, las bóvedas de medio cañón en la iglesia de Ntra. Sra. del Prado con las bellas bóvedas de la vecina iglesia de Ntra. Sra. del Carmen Alto.

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sábado, 29 de agosto de 2020

NECESIDAD DE LOS SACRAMENTOS EN TIEMPOS DE PANDEMIA. P. César Buendía, teólogo

NECESIDAD DE LOS SACRAMENTOS EN ESTE TIEMPO DE PANDEMIA.

Dr. P. César Buendía Romero, teólogo

 

"Lo que era Jesucristo ahora lo vivimos en los sacramentos"

Estas palabras de San Ambrosio tienen su lugar específico, de modo máximo, en la presencia eucarística. Dice el Santo:

«La palabra de Cristo que pudo crear de la nada lo que no existía, ¿no puede transformar en algo diferente lo que existe? No es menos dar a las cosas una naturaleza del todo nueva que cambiar lo que tienen […]. Este cuerpo que "damos a luz" (conficimus) sobre el altar es el cuerpo nacido de la Virgen. […] Es, ciertamente, la verdadera carne de Cristo que fue crucificada, que fue sepultada; es, pues, verdaderamente el sacramento de su carne […]. El mismo Señor Jesús proclama: "Esto es mi cuerpo". Antes de la bendición de las palabras celestes se usa el nombre de otro objeto, después de la consagración se entiende cuerpo»[1].

Ha sido oportunísima, providencial en este tiempo de pandemia, la declaración de la Comisión Teológica Internacional:

"No pocos católicos se han hecho a la idea de que la sustancia de la fe radica en vivir el evangelio, despreciando lo ritual como ajeno al corazón del evangelio y, consecuentemente, ignorando que los sacramentos impulsan y fortalecen la vivencia intensa del mismo evangelio"[2]. "Dado que la revelación sucede de modo sacramental, el elemento sacramental ha de permear toda la existencia creyente y la misma fe. En efecto, de la sacramentalidad de la revelación, de la gracia y de la Iglesia se sigue la sacramentalidad de la fe, como acogida y respuesta a esta revelación (DV 5). La fe se genera, cultiva, crece y se expresa en la sacramentalidad, en ese encuentro con el Dios vivo a través de las mediaciones por las que Él mismo se dona. Así, la sacramentalidad es el hogar de la fe. Pero también, en esta dinámica la fe se manifiesta como la puerta (cf. Hch 14,27) de acceso a lo sacramental: al encuentro y a la relación con el Dios cristiano en la creación, en la historia, en la Iglesia, en la Escritura, en los sacramentos. Sin la fe los símbolos de índole sacramental no actualizan su significación, sino que enmudecen. La sacramentalidad implica una comunicación y una comunión personal entre Dios y el creyente por medio de la Iglesia y las mediaciones sacramentales"[3].

El texto de la Comisión insiste en vivir los sacramentos desde la fe, es decir, creyendo en ellos, donde está presente el mismo Dios, en un diálogo, donde se da, por parte de Dios, una respuesta. La continuidad entre la Palabra, la Historia de Salvación y los mismos Sacramentos, les quita a éstos todo carácter mágico. Porque también evita considerar, simplemente, al ser humano, al creyente, como un sujeto pasivo. Hay un diálogo, donde Dios está. Desde la Ilustración y los deístas ingleses Dios está convertido en un mudo o un Ausente. Y naturalmente, desde ese presupuesto, la Iglesia y lo que ella significa parece chocar de frente con una concepción en que el hombre es la medida de todo. No es imagen de Dios. Dios es imagen del hombre. El ateísmo contemporáneo, de raíces prometeicas, hijo del racionalismo, no es la mejor base para comprender la fe, puesto que reduce a Dios, y lógicamente, la relación con Él, o a mera ilusión, como hacen los maestros de la sospecha, o a algo peor, a un ser del que lo mejor es defenderse. El mundo actual, con su soberbia y su ciencia, intenta asegurar al hombre. Y la pandemia nos ha demostrado que solo somos creaturas.

Los sacramentos son un escándalo para el mundo, porque reconocemos en ellos a Dios presente, en la vida, en la historia, en los acontecimientos y en la Iglesia.

LA DOCTRINA SACRAMENTAL, TAL COMO LA IGLESIA LA HA RECIBIDO

Los sacramentos son, a la vez, instrumentos y signos de la gracia santificante. Por "sacramento" se entiende lo visible. La gracia santificante es aquella gracia por la que, como hijos de Dios, estamos en comunión con la Santísima Trinidad, por la inhabitación en el alma del Espíritu Santo, que nos hace vivir como hijos del Padre y nos hace compartir la vida eterna. En el estudio de la gracia hay que recordar la posibilidad de crecer en gracia. En este sentido vale la pena pensar en las dos imágenes de la gracia barajadas en Trento, la de Seripando, general de los agustinos, y la que finalmente triunfó en Trento.

Los partidarios de la doctrina de la doble justicia, es decir, de Seripando, que hablan de que el hombre redimido queda en parte pecador y en parte santo, justo internamente pero necesitado exteriormente de una parte de justicia imputada, defendida por el ya nombrado cardenal Seripando,  los teólogos Pflug, Pighi y Gropper, y los cardenales Pole, Contarini y Cervini[4],  distinta de la luterana que defiende la inexistencia de la gracia inherente al hombre, y que dice que el hombre redimido queda, sin embargo, internamente, todo pecador y, con la imputación de la gracia, externamente todo santo, es distinta de la finalmente consagrada en el concilio de Trento que habla de un pecador redimido y un pecado perdonado, con una gracia interna, inherente al hombre, pero también de un hombre capaz de crecer en gracia; repito, los partidarios de la doble justicia o justificación, recibieron una corrección de parte de la doctrina defendida por la Iglesia y consagrada en Trento.

Como digo, la teoría de la doble justificación de Seripando no fue aceptada en el Concilio de Trento: "No se debe creer que falta nada a los mismos justificados para que se considere que con aquellas obras que han sido hechas en Dios han satisfecho plenamente, según la condición de esta vida, a la divina ley, y han merecido en verdad la vida eterna, la cual a su debido tiempo han de alcanzar también, en caso de que murieren en gracia" (Dz. 809). "Si alguno dijere que los hombres se justifican o por sola imputación de la justicia de Cristo o por la sola remisión de los pecados, excluida la gracia y la caridad que se difunde en sus corazones por el Espíritu Santo y les queda inherente; o también que la gracia, por la que nos justificamos, es sólo el favor de Dios, sea anatema" [Dz 821 Can. 11cf. 799 s y 809].

Es necesario, por tanto, preguntarnos ahora si esa justificación interior, que puede crecer, necesita de modo absoluto del signo exterior para ser recibida, es decir, del sacramento. Y la conclusión aparente es que no de modo absoluto, ya que Dios lo puede todo, pero sí en la economía histórica de la salvación, ya que Cristo ha ordenado los sacramentos para la salvación del hombre de modo ordinario.

¿QUÉ APORTA EL SACRAMENTO PARA LA SALVACIÓN?

Al menos, hay algo evidente, el sacramento se ve, se percibe, mientras que la gracia no se ve. Si el sacramento se recibe con la disposición necesaria, aun mínima, el sacramento actúa eficazmente, porque su autor es Cristo[5], aunque en la proporción de la disposición humana en cuanto a la gracia y que es el tema fundamental de la reciente declaración de la Comisión Teológica Internacional.

Aparentemente el sacramento sólo aportaría la exterioridad de la acción de Cristo. Pero podemos preguntarnos si esa acción Cristo la ejerce a través del sacramento o sin él. Si el sacramento sólo aporta su exterioridad, entonces la participación presencial en la Eucaristía no sería necesaria. Sería conveniente, pero no necesaria. Bastaría la participación virtual.

Algo así pensó Berengario. No negó la gracia de la Eucaristía sino la presencia. Si el pan y el vino permanecen sin variar en sus accidentes es que la sustancia no varía, y, por tanto, sólo significan lo que ocurre en otra instancia, en el alma del que lo ve. La exterioridad del sacramento no aportaría nada como instrumento, sino sólo como signo externo. La doctrina protestante en torno a los sacramentos es muy semejante a la de Berengario.

Sabemos que está prohibida la celebración del sacramento de la penitencia sin participación presencial[6]. Y aunque, por otro lado, está permitido el matrimonio por poderes, la indisolubilidad sólo se da cuando está consumado, y tal consumación sólo se da por presencialidad[7]. Por otro lado, sería propio en este caso estudiar bien el sacramento de la Eucaristía. Las especies sacramentales no son meras apariencias, son reales accidentes sin sustancia propia. Si fueran meras apariencias no serían accidentes, porque su medición sería mera apariencia, y su hipotético estudio microscópico también. Eso plantea el tema de qué es la sustancia, pero es claro que ésta es la que da lugar a los accidentes, pero la sustancia es algo de tipo metafísico que, en el caso de la Eucaristía, es la persona del Verbo Encarnado, Crucificado y Resucitado que se ofreció en la Cruz y se ofrece sacramentalmente al Padre. Es claro que virtualmente no hay accidentes, y, por tanto, tampoco la presencia.

 

 

EN EL PROTESTANTISMO LOS SACRAMENTOS NO TIENEN CABIDA.

¿Por qué? Porque no tienen en cuenta, posiblemente en origen por pura ignorancia, ya que no había imprenta y no se podía por tanto conocer universalmente la obra del Aquinate, el sacramento como prolongación de Cristo Encarnado y Resucitado. La Humanidad de Cristo en su contacto con la humanidad de sus discípulos, es decir, con la humanidad de sus ministros y de su Iglesia, es también un dogma que la reducción intimista e individualista de la Devotio Moderna no tuvo suficientemente en cuenta.

Si el ser humano es también carne, es la carne y la materia las que han de ser también redimidas, como la sociedad. Por eso, escándalo para el mundo que pretende adueñarse de la viña, como los labradores homicidas, es que Dios ha bajado para hacerse cargo de él. La lucha de las investiduras dura siempre. Siempre estará en guerra Dios y los poderes del mundo que quieren imponerse. Pero Dios ha entrado.

Bueno, volvamos a la gracia, efecto principal del sacramento. La gracia santificante, aunque no es la sustancia del ser humano, que es su constitución natural, por ser sobrenatural, sí tiene efectos enormes en el ser humano. La excesiva acentuación de su sobrenaturalidad no debe significar la negación de esos efectos. Los apóstoles salieron distintos del Cenáculo en Pentecostés. Santo Tomás dice que la gracia perfecciona la naturaleza[8].

De modo que la justificación significa un cambio total del hombre, y éste, el ser humano, cambia su pecado por la alabanza. El carácter público que nos vuelve Pueblo de Dios. Y es público porque la evangelización es pública. La evangelización es parte de la índole de la Iglesia, porque Cristo se encarnó por el ser humano, éste es concreto, y por eso la Iglesia siente la pasión por el ser humano concreto. Pero, dentro de ese diálogo con la sociedad, aunque es un diálogo interior, puesto que la comunidad no absorbe al individuo, y los pecados, como los méritos, son también personales, hay también una dimensión pública. Los sacramentos nos unen públicamente a la Iglesia.

 

TRENTO TRATA LOS SACRAMENTOS EN TORNO A LA GRACIA DE LA JUSTIFICACIÓN

Sin embargo, en Trento no se trató tanto el tema de la Iglesia, como el tema de la justificación personal, y en eso entraba la concepción protestante de los sacramentos. Los sacramentos en Trento son tratados fundamentalmente en torno a la gracia de la justificación, y ésta está en relación al pecado. Pero en Trento, herederos por fin de Santo Tomás, se ven los sacramentos, después de una enorme evolución intelectual de todo el Medioevo, como instrumentos históricos de la salvación de Cristo, que afecta totalmente al hombre. Por eso, por la unidad humana, lo exterior y lo interior tienen una estrecha relación. Lo exterior de los sacramentos no es independiente de la realidad interior que contienen y confieren por voluntad y obra de Cristo en una unidad. Tampoco el ser humano puede ser concebido sin tener en cuenta su realidad corporal y su realidad espiritual por separado.

Es escandaloso que un hombre pueda perdonar los pecados. Pero si no puede, el hombre no ha sido salvado. El hombre se ha convertido en camino de otro hombre. Y el cuerpo del hombre se ha convertido en instrumento de su alma. Así, Cristo, que es hombre, utiliza al ministro que también lo es, para salvar a la oveja perdida, a otro hombre.

El dogma de la resurrección de la carne significa la total justificación del ser humano, también en lo corporal, en lo exterior y en lo comunitario. El rebaño del Señor se va reuniendo hasta formar la Jerusalén celestial.

Por eso, aunque los sacramentos tengan como fin fundamental dar la gracia directamente en quien no la tenía, o aumentarla en la persona que ya la tenía, individualmente considerada, y la gracia sea algo fundamentalmente espiritual, la unión en el acto sacramental de lo material y lo espiritual es de tal índole que los hace inseparables.

Por esto se da una armonía con la radical unidad personal de cada ser humano, y se da una armonía con la radical, también, necesidad del otro, del hermano, y del radicalmente Otro, Dios mismo, hecho carne y carne crucificada y resucitada en la Unidad del Verbo Divino.

Porque, en el caso de Cristo, se da una unidad inseparable entre la Persona Divina en Él y la naturaleza humana, con su cuerpo humano y su alma humana. Esa unidad profunda le ha hecho hermano del hombre, hijo de María, primogénito de los muertos. La división de la muerte, que separa de la humanidad al que muere, y le separa su cuerpo de su alma, en Cristo ha sido vencida. Por eso es Cabeza del género humano, cuya vocación es la redención.

Cristo es Dios, pero también hombre. Su cuerpo y su alma humana son instrumento y vehículo de su Persona Divina. Los apóstoles son enviados por Cristo con poder y este poder es sacramental. Luego los sacramentos prolongan en la historia la presencia de Cristo también en cuanto revelado, en cuanto exterior, en cuanto instrumento de la Divinidad del mismo Cristo, ofrecido en la Cruz.

 

EN EL SACRAMENTO SE DA LA UNIDAD PERFECTA

Volvamos al sacramento ¿en qué sentido se da esa unidad profunda? No es fácil comprender que la gracia del sacramento esté unida al signo sacramental, ya que estamos diciendo que no actúa sólo significándola sino "realizándola" y otorgándola[9]. Ciertamente el sacramento es un acto, pero en él hay, al menos, varios principios, no homogéneos, actuando conjuntamente, por un lado, Dios Trino y el ministro, y, por otro lado, otro principio personal, el sujeto que lo recibe. Como gesto, como acto consciente, lo es en todos esos niveles personales.

Una idea venció todas las dicotomías, la idea del Aquinate indicando las características distintas pero convergentes de las diversas causas que confluyen en un acto, destacando en él la causa eficiente y la causa instrumental[10].

El hacha del leñador, aun distinta de su mano, cuando trabaja realiza el mismo acto que la mano y que la persona, así el sacramento realiza el acto de la salvación inseparablemente de Cristo y del Padre a través de la persona del ministro, que actúa como instrumento de la misma.

No se opone esta unidad entre sacramento y gracia, a la omnipotencia de Dios. Que Dios sea omnipotente no significa que no haya previsto las mediaciones humanas, especialmente la de la Encarnación de Cristo y la misma Iglesia, e incluso los actos sacramentales concretos. La ley de la comunicación exige compartir el mismo código. Los sacramentos son un código, una cita de encuentro en el espacio y en el tiempo. Y es lógico que sus normas las marque Dios y que sean enormemente concretos.

Es cierto que  "Deus non alligavit potentiam suam sacramentis"[11], es decir, que Dios no necesita, de modo absoluto, para salvar al hombre, de los sacramentos, como dice Santo Tomás, pero también es cierto que hasta que no se hizo visible, y no sólo visible, sino hombre, no salvó a los hombres por el acto único de la cruz.

Y, sin embargo, no es la visibilidad lo que hace eficaz el sacramento, sino que su eficacia es visible para que, al aceptar el signo, el ser humano acepte la salvación ofrecida a través de él.

TODO SACRAMENTO ES UN ACTO DE CONSAGRACIÓN, DEPENDIENTE DE LA CRUZ.

En la cruz, Jesús se consagra al Padre ("Por ellos me consagro Yo" Jn 17,19-21) y el Padre devuelve a Cristo Resucitado. En la Eucaristía el pan y el vino ofrecidos, signo orante de la consagración y ofrenda de la vida de los participantes, recibe en correspondencia la devolución de los mismos, por la comunión, resucitados y unidos profundamente a Cristo. También en los demás sacramentos hay una consagración, una muerte, una ofrenda a Dios por la fe, unida a Jesús en la cruz, que recibe posteriormente del Padre la respuesta de la gracia. Como Isaac ofrecido por Abraham y recobrado con la bendición, así ofrecemos al niño en el bautismo, para recuperarlo libre de pecado, y nos ofrecemos en cada sacramento para recibir de Dios nuestra vida bendecida. Todo ello se hace en la tierra, y por eso visiblemente, para recibir la eficacia del cielo.

A pesar de ello, y no pudiendo despreciar impunemente los sacramentos de Cristo, Dios puede dar su gracia a los no bautizados  que sin culpa desconocen el Evangelio, como dice el Vaticano II[12], porque ellos no son responsables de su ignorancia respecto a   los medios de santificación, pero habitualmente, y, diríamos nosotros, de modo más pleno, más evidente y específico, lo hace a través de los sacramentos de la Iglesia.

El aspecto comunitario de los sacramentos es una asignatura pendiente de la Iglesia y enormemente actual. Ahí entran también ambos aspectos del sacramento, la eficacia y la significatividad. El signo no obra por sí mismo, sino que su eficacia está en lo significado, y lo significado en todo sacramento está relacionado con el Misterio Pascual, con el doble movimiento de ofrecer y recibir, de orar y ser escuchado. Pero, como la significatividad y la transmisión de la verdad operan a través de la índole social del ser humano, también la significatividad sacramental tiene una índole comunitaria. No sólo se me hace saber a mí lo que sucede en mi alma. La Iglesia, representada por el ministro, que es a la vez profeta para mí, ora conmigo, y se nutre de lo que yo mismo recibo. Es más, toda la comunidad vive y se nutre de lo mismo.

 

PARTICIPAR DE LA CABEZA, ES VIVIR COMO CUERPO DE CRISTO, COMO IGLESIA.

Estamos en un mundo muy comunicado. Como nunca lo estuvo. Y somos, desde la pandemia, perfectamente conscientes de que es una aldea global. Pero no hemos sido tan conscientes de que Dios quiere salvar al mundo entero, que la caridad no está separada de la misma salvación individual, que la Iglesia no puede estar separada de los sacramentos, y que la visibilidad de los mismos, así como el diálogo con Dios que suponen, no está separado de la evangelización por la que nos convertimos y nos acercamos a ellos. Hay una unidad que resalta la reciente declaración de la Comisión Teológica Internacional.

Esa realidad, que aparece en la alegoría de la vid de Juan 15, presenta la vida divina de la gracia como una participación de la savia de la misma vid. Pero aquello que parece algo absolutamente individual resulta una participación. Pero la vid, en la que hay muchos sarmientos, que, unidos entre sí a través de su tronco, tienen vida, nos invita a pensar, con San Pablo que se trata, por tanto, de la vida misma divina que está en la Iglesia, de la caridad que los une, y que, sin la Iglesia, es imposible participar de esa vida. La índole de la Iglesia es comunitaria. Participar de la cabeza, es vivir como Cuerpo de Cristo, como Iglesia. De ahí la importancia de la unidad que suplica Jesús al Padre el último día de su muerte, según San Juan. El cemento que une y el vehículo que enlaza todo son los sacramentos de la Iglesia, pues en ellos se hace presente Jesucristo.

El Papa Benedicto ha insistido mucho en su Spe Salvi en el destino de la gracia santificante a la comunión del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. La gracia, que nos pone en relación con la Cabeza y el Cuerpo, y, por eso, el sacramento, que es su instrumento, seguramente debe ser entendida siempre como el fruto de una celebración pública y comunitaria de la misma Iglesia.

Es la Iglesia la que recibe, a través del mismo sacramento, en su seno, al bautizado, al pecador arrepentido, la que une en la misma carne y sangre del Salvador a sus miembros en la Eucaristía. Y la Iglesia es radicalmente visible, además de invisible. Todo sacramento es público, y une con Cristo, aunque sea para recibir las fuerzas necesarias para vivir la misión propia, por ejemplo, del matrimonio. Yo veo aquí no sólo la oración de la Iglesia, que intercede, sino también la respuesta a la intercesión en un solo acto. Pues el cuerpo visible es instrumento del alma invisible, y Cristo y la Iglesia son, como Cuerpo, elementos de una continuidad inseparable. Jesucristo ora en su Iglesia ante el Padre. Intercede. La Iglesia visible y su oración se convierten también en instrumento del Señor invisible[13].

 

¿QUÉ APORTA REALMENTE EL SACRAMENTO A LA CONTRICIÓN PERFECTA?

Hay una pregunta que debe hacerse: si el deseo de confesarse con la debida disposición con contrición perfecta, perdona antes de confesarse ¿qué aporta el mismo sacramento? Hay un atisbo de solución a la pregunta en la obligación de confesar los pecados y recibir la absolución cuando el que se ha arrepentido y no se ha podido confesar tiene ocasión posterior de hacerlo.

Porque si, después, la Iglesia pide que se digan los pecados en confesión y se reciba la absolución, es que algo aportaría el sacramento que no lo habría dado la contrición perfecta. Luego debe haber algo en el sacramento que no lo tiene el simple deseo del sacramento, aunque vaya acompañado de una contrición perfecta.

¿Debemos aplicar esto a todos los sacramentos? Es interesante constatar cómo Trento entiende que el deseo es específicamente deseo del sacramento, como mediación de la gracia inseparable de ella, no simplemente deseo de la gracia del sacramento (o la fe en el amor de Dios que justifica, que sería la posición de los reformados), y, por ello, declara necesario el sacramento y no sólo la fe, para la justificación del hombre:

"Si alguno dijere que los sacramentos de la nueva Ley no son necesarios para la salvación, sino superfluos, y que, sin ellos o el deseo de ellos, los hombres alcanzados de Dios, por la sola fe, la gracia de la justificación, aun cuando no todos los sacramentos sean necesarios a cada uno: sea anatema"( Can. 4).  "Si alguno dijere que el impío se justifica por la sola fe, de modo que entienda no requerirse nada más con que coopere a conseguir la gracia de la justificación y que por parte alguna es necesario que se prepare y disponga por el movimiento de su voluntad: sea anatema" (Can. 9) [14]. Hay un consenso logrado actualmente, según la Declaración Conjunta católico-luterana sobre la Justificación[15].

Por otro lado, está la "res et sacramentum". Los sacramentos tienen, en general, este elemento, aparte del signo o "sacramentum", y de la gracia o "res". En el caso del Bautismo, Confirmación y Orden, se trata del "carácter", y en el caso de la Eucaristía la misma Presencia Real de Cristo en ella. Se trata de algo, distinto de la gracia, que la exige, y en todo sacramento de algún modo se encuentra.

Pongamos un ejemplo, una persona puede casarse y no estar en gracia. En consecuencia, el sacramento, válido, no aumentaría su gracia, porque este sacramento la aumenta si existe. Pero se da el vínculo cuando el sacramento se ha consumado con la unión marital. Una vez se da ese vínculo, independientemente de la gracia, el matrimonio rato y consumado es indisoluble hasta la muerte de uno de los cónyuges. El vínculo es un don del sacramento, la "res et sacramentum", que no depende, del grado de disposición del sujeto.

Luego reducir el sacramento a la formalización externa del perdón alcanzado antes por la fe sería falso. Mi fe no logra el perdón. Es Cristo quien lo da. Mi fe cree en lo que Cristo me quiere dar y yo recibo fundamentalmente de modo pasivo, gratuito, aunque mi fe desee recibirlo. Por eso el sacramento no sirve para comunicarme algo que ya recibí, sino para darlo. Porque en él está Cristo dándomelo.

 La fe es en el sacramento, y de por sí, debe llegar a recibirlo, es decir, la fe está abocada a la recepción del sacramento que da la gracia. La impresión es que el sacramento futuro da la gracia como en el caso de María (ante praevisa merita Christi), en previsión del futuro sacramento al que desea recibirlo.

La fe protestante parecería ser una fe en Cristo Salvador que excluye los medios que Cristo ha dejado para la salvación. Estamos hablando en teoría, en la práctica entre los evangélicos se practica la bendición y la oración. Ambas suponen un momento distinto a la fe. El momento en que Dios da el don. Y ese momento, entre los católicos se llama sacramento si el don que se pide es el de la gracia de ese sacramento.

Dejando de lado, pues, la fe protestante en la salvación, que no contempla en principio la necesidad de los sacramentos, respondamos a la pregunta. ¿Es indiferente la recepción de los sacramentos o la celebración presencial del mismo respecto la gracia que se recibe a través de ellos? Dicho de otro modo ¿se recibe igual la gracia si se está presente corporalmente en el templo donde se celebra el sacramento que si se asiste a él virtualmente?

No es indiferente la presencia corporal. Y no lo es porque no es indiferente recibir el bautismo, aunque haya precedido la fe que salva, la fe informada por la caridad. Tampoco lo es confesarse y recibir la absolución, aunque haya precedido la contrición perfecta. Porque la fe lo es en lo que voy a recibir, y no puedo decir que me es indiferente recibirlo o no. Como no lo es el cumplimiento de la promesa para quien espera algo, aunque pudiera recibir un anticipo de lo que espera; y, como tampoco lo es, comulgar realmente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo o desear hacerlo.

 

¿SE DA LA MISMA GRACIA CON LA RECEPCIÓN QUE CON EL DESEO DEL SACRAMENTO?

Pero surge naturalmente una pregunta, derivada de la anterior ¿la gracia que se me concede por la recepción de los sacramentos es la misma que la que se me concede por el deseo de los mismos?

Es claro que, si la gracia, que es el fin personal de los sacramentos, no fuera la misma, no se daría un anticipo de la misma gracia (en el caso del Bautismo, la salvación y el perdón de los pecados, o sea, la aplicación de la redención). Debe ser la misma.

Pero creo que aquí hemos de decir que cada sacramento es distinto. Si en los demás sacramentos la transformación del ser humano se da, en la Eucaristía la unión es máxima porque viene el mismo Señor, no sólo su fuerza, su dynamis, a tomar posesión del hombre.

Pero en la comunión espiritual se desea y se lamenta que todavía no se dé esa posesión, esa transformación interior por la que el hombre se une a Cristo crucificado y resucitado del modo con que se da en la comunión eucarística, justamente porque no se recibe sacramentalmente.

Cuál sea esta unión, por la que el agonizante recibe la comunión como viático para la vida eterna, queda en el misterio. Pero que debe haber alguna diferencia entre desearlo y recibirlo, no. En los sacramentos que imprimen carácter, al menos, la diferencia es que la recepción efectiva produce el carácter y el deseo del sacramento no. Y en el matrimonio el vínculo. Ese vínculo no sólo les hace pertenecerse a los cónyuges, sino que les une indefectiblemente al que dijo: "Lo que Dios ha unido".

Si la plenitud de los sacramentos es la Eucaristía, todo lo anterior se debe dar en ella de modo eminente. Yo lo diría con una palabra: la pertenencia a Cristo, y, por esa unión, a Dios Padre, en el Espíritu Santo.

Y eso lo debe dar el conjunto eucarístico de la ofrenda, consagración y comunión, por la que Dios acepta el sacrificio de su Hijo al que se une la Iglesia, realmente, a través de la comunión, y, aceptado, le entrega todo al Hijo: "Se me ha dado pleno poder" (Mt 28,19).  Nosotros nos entregamos y somos aceptados, y, en ese momento, somos suyos.

Hay una objeción. Si le pertenecemos, ¿por qué vamos a recibirle muchas veces?

El símbolo de la comida expresa lo que ocurre. Como el alimento se une con el que lo recibe hasta el punto de la identificación, así Cristo nos asume al modo trinitario. Somos distintos pero una sola cosa. Pero, así como la historia impide que una comida sirva para siempre, así, el ser humano, capaz de libertad, debe realizar muchas veces la entrega a Dios que es la Eucaristía, porque también muchas veces podría abandonarle. En este sentido la Eucaristía es sacramento que ayuda a la fidelidad. También habría que exceptuar a esto que estoy diciendo la muerte martirial. Si la Eucaristía es ofrecerse incruentamente con Cristo que murió cruentamente, la muerte martirial es tal identificación con Cristo que debe lograr todos los dones de la Eucaristía, y no se repite porque el mártir se entrega de una vez para siempre. Quizá por eso se dé el Viático a los luchan en la tentación tremenda de desesperación que es la agonía, que significa combate. Hay una entrega a Dios en el combate de la muerte, donde se lucha contra la desesperación, y ese momento es llamado en Trento, si en él vence la gracia, el máximo don, el don de la perseverancia final, don que hay que pedir constantemente como hacemos en el Ave María, "ahora y en la hora de nuestra muerte"[16].

San Agustín lo testifica así:

"Quienes, en efecto, mueren por confesar a Cristo sin haber recibido el bautismo de la regeneración encuentran en la muerte tal poder para remisión de sus pecados como si fueran lavados en la sagrada fuente del bautismo. Pues quien dijo: «A menos que uno nazca del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios», exceptuó a éstos en otro pasaje, donde habla con idéntica generalidad: «Al que me confesare delante de los hombres yo también le confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos»; y aún en otro lugar: «El que pierda su vida por mí la encontrará»[17].

Se me dirá que ahí San Agustín no habla directamente de la Eucaristía sino del bautismo de sangre, pero también le diría yo que la relación del bautismo con la Eucaristía es la de los tres sacramentos de iniciación, es decir, de identificación con Cristo, de los que la Eucaristía constituye su culminación. De hecho, los mártires nunca necesitaron otra cosa para ser considerados santos.

En el caso que nos ocupa, el COVID 19, hemos de decir que no podemos dejar de lado la necesidad de los sacramentos, porque, en ese caso, dejaríamos de lado la misma Encarnación de Cristo, por la que se hizo una sola cosa, también histórica y comunitaria, es decir, eclesialmente, con nosotros.



[1] De mysteriis, 52-53 [trad. esp. San Ambrosio de Milán, Explicación del símbolo; Los sacramentos; Los misterios (Introd., trad. y notas de P. Cervera) (Editorial Ciudad Nueva, Madrid 2005)].

[3] Ibíd. 19.

[4] "Antes de la reunión del Concilio de Trento, algunos católicos se esforzaron para crear una atmósfera de entendimiento con los protestantes. La "fórmula concordiae" (fórmula de concordia) que creían aceptable para católicos y protestantes fue la de la doble justicia, apoyándose en ciertas expresiones de autores medievales. S. Bernardo, había afirmado que "iustitia hominis est indulgentia Dei" (La justicia del hombre es la indulgencia de Dios) (PL. 183, 892). Una tendencia análoga se encuentra en las corrientes del pensamiento de la Devotio Moderna, particularmente en la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, quien gusta de repetir que Cristo. es el solo motivo de confianza en la hora de la muerte. Sobre esta corriente teológica se apoya la Escuela de Colonia, representada por Pighi y su discípulo Gropper, y en el Concilio de Trento por el cardenal Contarini, Legado pontificio, y por Jerónimo Seripando, general de los agustinos. La línea, pues, de la escuela de Colonia al respecto es la siguiente: "Nuestra" justicia es doble. Una interior, gratuita desde luego, afirmada contra el puro extrinsecismo de los protestantes; pero esta justicia interior, causa formal de la justificación, es imperfecta y, en consecuencia, tiene necesidad de un complemento. Este complemento, siendo también causa formal de nuestra justificación, es exterior a nosotros por cuanto que es la misma justicia de Cristo que se nos imputa". Sacado de Antonio Vilaplana Molina. Apuntes de clase.

 

[6] Clemente VIII,20 de junio de 1602 DH 1994

[7] Tiene sentido aquí pensar por qué están prohibidas las manipulaciones en el semen masculino.

[8] STh I, 1, 8 ad 2

[9] Repasemos el canon 6 de Trento:" si alguno dijere que los sacramentos…. no contienen la gracia que significan o que no confieren la gracia misma" … Para Hugo de San Víctor "el agua está en un vaso para poder ser bebida, pero no es el vaso quien la ofrece al sediento, ni menos quien la otorga", por eso los sacramentos contienen, según él dice, la gracia. Santo Tomás, al tomarlos como instrumento de un acto único pues el acto del sacramento es único, les reconoce que también ellos participan en el otorgamiento de la gracia, y así lo recoge Trento. Esto se ve claramente en el bautismo, pero tendremos siempre que exceptuar algunos sacramentos, donde no hay una unidad tan evidente. 

[10]Ordeig habla de Rahner y dice lo siguiente: "Comienza, pues, diciendo que «para satisfacer la doctrina de la Iglesia basta con que se retenga que en la administración de los sacramentos se da la gracia por causa del signo sacramental». Continúa lamentándose del poco caso hecho de aquel axioma tradicional en teología: sacramenta significando efficiunt  y concluye estableciendo ese punto de partida buscado en la reducción de la eficacia sacramental a la mera significación: «Desde el mismo punto de partida se puede hacer comprensible que la eficacia de los sacramentos es precisamente la de los signos: el signo, al significar, lleva consigo lo significado"  "La misma «causalidad simbólica instrumental», propia de Schillebeeckx y de Rahner, desemboca, a la postre, en un efecto exclusivamente individual. El sacramento es una expresión de amor del Hombre Dios y ese gesto expresivo de Cristo despierta en nosotros la respuesta... a partir de la cual. podemos realizar el acto teologal del encuentro con Dios en un abandono de fe y de amor". Ordeig identifica a mi parecer un peligro en la concepción de eficacia en cuanto signo. La inseparabilidad no es la reducción de la obra a la palabra, al signo, porque la eficacia provendría sobre todo de la comprensibilidad del signo, lo que lo acerca peligrosamente al pensamiento protestante. Una cosa es la simultaneidad y otra la dependencia causal de una sobre otra. La eficacia no la da el signo sino el autor. SIGNIFICACION y CAUSALIDAD SACRAMENTAL SEGUN SANTO TOMAS DE AQUINO MANUEL J. ORDEIG pg 67-68. https://core.ac.uk/download/pdf/83565259.pdf

[11] S. Th. I-II, q 113, a 3, arg 1.

[12] "Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna" LG 16.

[13] Por algo se les pide a los presbíteros que impongan las manos sobre el que se ordena como tal. Debe haber en la Iglesia, aunque jerárquicamente ordenada, una unidad con la Cabeza que la hace toda ella, no separadamente de su jerarquía, pero tampoco, al contrario, capaz de otorgar el sacramento.

[14] "Este texto reafirma el convencimiento de la fe católica respecto de la necesariedad de la mediación sacramental para lograr la gracia de la justificación, no siendo la sola fe suficiente"  Agustín Podestá http://sociedadargentinateologia.org/wp-content/uploads/2020/05/Podest%C3%A1-Agust%C3%ADn-El-sacramento-de-deseo.pdf

[16] El Segundo Concilio de Orange, en 529 A.D. enseña, contra la posición de los semi-pelagianos, que los que han sido justificados también deben orar constantemente por la ayuda de Dios para tener un buen fin (Denzinger, 380). El Concilio de Trento, en 1547 llama a la perseverancia "un gran don" y dice que los que están en estado de gracia no pueden persistir en amistad con Dios sin especial ayuda divina (Denzinger 1572). La perseverancia final es un don que estrictamente no merecemos. Aun si en la actualidad estamos en gracia, no podemos saber con certeza si vamos a perseverar (a no ser que recibamos una revelación especial al respecto) (Trento, Denzinger, 1566). Por cierto, aunque no estuvieran cuando se celebró la Misa los que comulgan fuera de ella, por la Comunión recibida fuera de la Misa, se unen con la Misa que se celebró.

[17] De Civitate Dei. Agustín de Hipona. Libro XIII, nº 7, https://www.augustinus.it/spagnolo/cdd/index2.htm

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